Contracorazón Capítulo 15: Cariño y preocupación




Rafael salió a su trabajo el lunes un poco antes de lo acostumbrado con el objetivo de encerrarse en la oficina para tratar de recomponerse antes de comenzar la jornada; después de una pésima noche de sueno estaba casado y con dolor de cabeza, pero no podía faltar a sus deberes.
Antes de llegar vio a Ángel, su antiguo compañero de trabajo, esperando a un costado de la puerta metálica por donde entraban los trabajadores cuando la tienda aún estaba cerrada. Pues bien, se dijo, en algún momento eso tendría que pasar y debería agradecer que sucediera antes del inicio de la jornada y no en medio de la atención de público, pero no dejaba de ser molesto que apareciera para hacer algún tipo de escena; en su mente eso podría tener alguna clase de justificación. Sin embargo, dado como se sentía en esa mañana, no era ni de lejos el momento apropiado para una confrontación como esa.
Pero no por estar cansado o sentirse mal iba a huir.

—¿Podemos hablar?

No sonaba a una pregunta, pero de forma extraña, tampoco a una exigencia; Rafael no pudo identificar cuál era la emoción detrás de esas palabras.

—¿Sobre qué?

No supo si la expresión del otro hombre era fruto del rechazo que le provocaba verlo, o se trataba de algo más.

—Supongo que sabes que me trasladaron a labores de bodega en la planta centro.

El moreno estuvo a punto de pronunciar alguna fase sarcástica al respecto, pero decidió omitirla; no tenía ganas de discutir.

—Sí, lo supe.
—No puedo atender público, según lo que decidieron.
—¿Qué es lo que quieres? —Lo interrumpió, cortante—. ¿Por qué estás aquí?

Vio que el hombre se debatía antes de hablar; sin embargo, no quiso demostrar interés más allá de la pregunta que había hecho.

—Porque hay cosas que tienen que quedar en el entorno laboral, no salir de aquí.
—¿Adonde quieres llegar con eso?
—A que yo tengo una familia —replicó el corpulento hombre, con una mirada dura—, y mi familia no tiene por qué enterarse de las cosas que ocurren en mi trabajo.

¿Entonces se trataba de eso? Ahora estaba viendo que sus acciones podían poner en riesgo su tranquilidad, en vez de hacer algo para mejorar, se estaba dedicando al control de daños.

—Lo que pasa con tu familia no tiene nada que ver conmigo.
—Pero tú sabes lo que pasó aquí —la voz del otro se había vuelto más ronca—, sólo quiero aclarar que no es necesario que nada de lo que pasó aquí hace unos días tiene que salir de este entorno.

No estaba hablando únicamente de él, sino de ambos; Rafael esperó enfadarse por esa actitud, por estar intentando chantajearlo incluso en ese momento, pero en realidad sólo sintió pena. No tanto por él, sino por ver cómo ejemplificaba a la sociedad en la que vivían; con toda la modernidad y los avances sociales, así como la lucha de muchos sectores por lograr igualdad, seguía existiendo un gran grupo que prefería vivir en una cómoda mentira que enfrentar la realidad o asumir los propios errores. Del otro lado de esa moneda, en muchos casos también había una pareja, padres o personas cercanas que preferían no escarbar en la superficie, para no ver su mundo trizarse.

—Ángel, yo no estoy en guerra contigo. Tú empezaste esto, no yo. La verdad —Se encogió de hombros mientras hablaba—, no había pensado en este asunto hasta ahora, pero aunque fuera así, yo no estoy peleando contigo, no me interesa vengarme ni ir a arruinar tu vida ¿Hablando con tu esposa? Probablemente no me creería, no lo sé y tampoco me importa.
—Todos tenemos nuestros asuntos —Apuntó el otro.

Rafael no pudo evitar revolear los ojos al escuchar esas palabras.

—Otra vez con lo mismo; escucha, yo no tengo nada que ocultar, no tengo que dar explicaciones sobre lo que hago en mi vida. No como tú. Pero ese es tu asunto, resuélvelo, no me involucres en eso. Ahora, de verdad tengo mucho trabajo que hacer.

Después del poco agradable encuentro con su ex compañero de trabajo, Rafael entró a la tienda y se quedó un rato en la oficina, intentando mejorar su estado de ánimo, para que ese hecho no le estropeara la jornada.

Aún con sueño, pero algo más tranquilo, se sintió un poco mejor tras tomar un medicamento para el dolor de cabeza, aunque el malestar no había desaparecido del todo. El inicio de la jornada laboral fue algo lento y esperaba poder atender o ayudar a los demás para mantenerse en movimiento, pero llegó una solicitud de despacho con un error y tuvo que emplear algo de tiempo restaurando los datos para enviarlos de forma correcta a la oficina central, a lo que se agregaron otros asuntos que revisar mientras trabajaba en eso.

—¿Se puede?

Reconoció la voz de Sara, y notó que faltaba poco para el mediodía; había estado tan concentrado que no había sentido el paso del tiempo.

—Por supuesto Sara, pasa.

La chica entró a medias, haciendo un gesto hacia la tienda.

—Disculpa, hay alguien que quiere hablar contigo.
—¿Sucedió algo? —Preguntó él, intrigado.
—No, de hecho, ni siquiera compró algo —Explicó ella—, es una señora, y dijo que tenía que hablar contigo algo importante.

Rafael sonrió; esa forma de llegar y expresarse sólo podía pertenecer a una persona.

—Esta bien Sara, muchas gracias, dile que voy en seguida.
—¿No es un reclamo? —Preguntó ella, sospechando de la expresión de él.
—Puede que me reclame algunas cosas —replicó él—, pero nada de aquí, esa mujer es la mujer de mi vida: es mi madre.

La chica sonrió ante el comentario.

—Ah, entiendo.

El moreno salió a la tienda y se encontró a su madre esperando en el exterior; en efecto, no se parecían, ya que ella era de piel clara y cabello castaño, y sus rasgos redondeados evocaban mucho más a Magdalena.

—Hola mamá.

Ella le dio un abrazo y un beso en la mejilla, que de forma inevitable lo hizo sonreír. Su madre era una mujer más formal en entornos públicos, de modo que lo había saludado con menos efusividad que si se hubieran encontrado en su departamento.

—Hola, hijo. Espero no estar interrumpiendo.
—Para nada —replicó él—, estaba actualizando unos informes, pero nada urgente.

Habían caminado por el pesillo hacia un costado, algo ideado por ella para darles algo de intimidad, lesos de las miradas de sus compañeros de trabajo; ella lo miró con esos ojos color castaño, tan vivos, que una y mil veces lo habían traspasado.

—Te ves cansado.

Esa frase significaba mucho más de lo que parecía; en primer lugar, no era una pregunta, ni siquiera un juicio, era una verdad desde su punto de vista de madre. También era un diagnóstico, de algo que ella a simple vista no podía decir, pero que en el fondo de su alma ya conocía. Sabía a la perfección que algo muy distinto al cansancio le pasaba a su hijo, pero estaba dando el espacio para que fuera él quien decidiera si era oportuno contarle o no.

—Es cierto, dormí muy mal —concedió él.

Iba a cambiar de tema, pero vio que los ojos de ella aún estaban a la espera; se dijo que no era el momento para ahondar en esos asuntos, pero tampoco quería preocuparla dejando el tema en el aire.

—La verdad, vengo durmiendo mal hace unos días —explicó al fin—, y esto del ataque a Mariano supongo que me afectó de alguna forma; al final, él es parte de la familia.
—Es cierto, cielo —Apuntó ella con energía—, pero parece que ya todo está bien, Magdalena me dijo que Mariano tenía mucho mejor semblante esta mañana.

Había decidido no hablar de sus sospechas de madre, algo que él agradeció en su interior; quería hablar con ella, escuchar su consejo, pero después de la noche vivida, conversar acerca de eso en el trabajo no era apropiado.

—Sí, Magdalena me dijo lo mismo; quiero estar presente y ayudar, pero no quiero invadir el espacio de ella. Pienso que con los padres de Mariano ya es suficiente.
—Esto y de acuerdo —Indicó ella—, le dije a Matilde que no se apropie le la casa, es una broma, pero es lo que pienso. Toma.

Puso en sus manos una pequeña caja de cubierta aterciopelada de color verde; Rafael reconoció en ella a la que contenía la pinza para corbata de la que hablaron por teléfono.

—Te acordaste. La voy a tener con el traje.
—¿Y cómo es? —preguntó ella.

El hombre se rascó la sien, incómodo.

—La verdad es que aún no lo compro, estoy en eso.
—Hijo —Su madre frunció el ceño—, dejando cosas para última hora, eso no está bien.
—Es cierto —intervino antes que ella iniciar a dosis discurso—, pero lo marqué en la agenda y voy a ir esta semana, no estoy bromeando.

Su madre revoleó los ojos, pero le sonrió; se sentía tan bien hablar con ella y sentirla junto a él.

—No sé si papá te contó que me hizo prometerle que iría a casa un fin de semana completo.
—Deberías ir más seguido —lo reprendió ella—, pero sí me dijo, y cuando vayas, te quedas hasta últimas, nada de que después de almuerzo sales corriendo. Y tiene que ser después del matrimonio de tu hermana por que para esos días vamos a estar por aquí.

Mientras hablaban habían caminado y entado a una galería cercana; Rafael se dio cuenta en ese momento que había pasado algo por alto y le señaló una cafetería.

—Mamá, lo siento, ¿Quieres un café o comer algo?
—No, estoy bien —Ella le dedicó una amable sonrisa—, no tengo apetito en este momento y además voy de pasada, tengo que hacer muchas cosas y el día es muy corto. ¿Te gusta tu nuevo cargo?
—Sí, me está gustando mucho lo que estoy haciendo —replicó él—, todavía tengo que aprender bastante, pero lo estoy llevando bien.
—Me alegra eso. Ahora me tengo que ir, te llamo en la tarde, ¿De acuerdo?

Le dio un beso de despedida, pero al tiempo le dedicó una de sus miradas; esa que Rafael sentía como un escáner en su alma al mirarla a los ojos. A diferencia de cuando lo saludó, ahora no había pregunta, porque ya sabía lo que necesitaba como madre, incluso quizá con mas claridad que él.

—Cuando quieras hablar, sabes dónde estoy.

¿Qué tanto podía averiguar una madre solo con ver en los ojos de su hijo? Por un momento sintió genas de hablarle de esos extraños sueños y experiencias, pero se detuvo por algún motivo que escapaba a su control; jamás había sentido la necesidad de ocultar o evitar hablar de algo con ella, y en este momento sentía que no era correcto hacerlo. Quizás esta inseguridad se debía al mismo origen inexplicable de todos esos sentimientos.

—Gracias mamá. Te prometo que cuando necesite hablar contigo lo haré.

2


Por la tarde, Rafael decidió visitar a su hermana; se alegró que ella se escuchaba más animada por teléfono, de modo que decidió hacer una visita breve, principalmente para asegurarse que todo estuviera en orden; Magdalena había tomado unos días de reposo en su trabajo para cuidar de Mariano, por lo que al llegar se la encontró ocupada de preparar una dieta blanda en contra de las súplicas de su novio. El ambiente en la casa era muy distinto al de la jornada anterior, y se alegró mucho de ver a Mariano más repuesto, hecho que se notaba en un dejo de aburrimiento por tener que estar acostado guardando reposo.
Tras la visita, que le dejó una agradable sensación, regresó a su departamento para poner un poco de orden, ya que con todo lo ocurrido no había tenido tiempo ni mente para preocuparse de su espacio personal; limpió detalladamente las ventanas, barrió desde el pequeño balcón hasta el cuarto, aseó el baño y revisó la despensa y el refrigerador en la cocina, para saber qué comprar. Con esa parte finalizada fue al supermercado para abastecerse, y aprovechó la oportunidad de comprar algunos elementos extra para preparar algo especial para el próximo fin de semana; con todo lo ocurrido, pensó que sería una buena oportunidad para invitar a su hermana y cuñado a comer algo y ayudar con eso a recuperar la normalidad en sus vidas.
Para cuando miró la hora, se dio cuenta de que daban casi las diez y no había comido, de modo que terminó de ordenar y preparó un sándwich de carne fría con especias y algo de verduras y se dispuso a comer; un mensaje de Martín llamó su atención.

«¿Tienes algo que hacer el sábado?»

Estaba planeando la invitación al futuro matrimonio, pero no pensó en el día; quizás dejarlo para el domingo era la mejor opción.

«Nada planeado hasta ahora» —Escribió como respuesta.
«Entonces te invito oficialmente a almorzar con nosotros en la casa de mis padres —Agregó un Emoji con los ojos en blanco—, Carlos está al lado mío exigiendo que te diga que tienes que confirmar tu asistencia.»

Daba la impresión que el positivo cambio del muchacho era permanente; Rafael se alegró de la invitación en ese contexto.

«Muchas gracias a ustedes por invitarme. Y confirmo oficialmente que asistiré.»

Martín lo llamó de inmediato.


—Hola.
—Hola —Saludó el otro—, lo de la invitación es en serio, te lo dije por escrito sólo para molestar a mi hermano; era como decirle que ya era suficiente de insistir con el mismo asunto cada dos días.

Sonaba muy animado; el panorama de poder estar en ese ambiente familiar era muy gratificante, y lo acercaba más en su amistad con Martin.

—Pues voy a estar muy contento de poder ir, en serio. ¿A qué hora tengo que estar allá?
—¿Ya se te olvidó que somos vecinos? —Preguntó el trigueño con una risa ahogada —. Eso lo solucionamos en la semana, además podemos venir juntos.
—Tienes razón, no lo había pensado —Concedió Rafael—, por cierto, olvidé preguntar ¿Tuviste algún problema con el auto?

El vehículo que incidentalmente estaba en poder de Martin durante la noche del asalto había sido vital para llegar lo mas pronto posible al lugar en donde sucedió todo, y era una gratitud extra a la ayuda de su amigo.

—Ninguno, todo está en orden; de todos modos, por las dudas, preferí no decir que había estado corriendo a gran velocidad por las calles de la ciudad.
—Me alegro que no hayas tenido problema.
—Yo también. Estamos de acuerdo entonces; hablamos, que descanses.

Después de finalizar la conversación con Martin, Rafael terminó de comer y se dispuso a ver un poco de televisión; al parecer las cosas estaban volviendo a la normalidad con rapidez.
Excepto, claro, por esos extraños sueños.

3


El hermano menor de Martín había tenido una crisis que interrumpió el curso de la tarde familiar; más tarde, estaba en su cuarto, reposando sobre la cama.

—Permiso.

Generalmente Carlos prefería quedarse solo durante la etapa posterior a una crisis de dolor y Martín lo sabía, pero en ese momento optó por entrar para acompañarlo.

—Disculpa por entrar —dijo con una cálida sonrisa.

Había aprendido a disociar el estado en el que se encontraba su hermano de su yo real; cuando pasaba por una crisis su expresión se tornaba más dura, sus ojeras parecían profundizarse y su cuerpo lucía más frágil y delgado que de costumbre. Pero en sus ojos, Martín seguía viendo a su hermanito, a ese chico que admiraba y amaba con todo su corazón. Se sentó en el suelo, mirándolo con cariño mientras el joven descansaba sobre su costado izquierdo.

—No soy buena compañía en este momento —susurró el muchacho.

Había sido una crisis bastante fuerte; su padre había hecho las infiltraciones con el medicamento, por lo que las reacciones físicas habían sido un poco menores, pero la lucha dentro de su organismo ente su hiperalgesia y el componente analgésico externo lo dejaba agotado, y eso se notaba en todo su ser.

—Tú siempre eres una buena compañía —comentó con honestidad, sin dejar de mirarlo muy fijo a los ojos—, o bueno, a veces eres un poco insoportable, pero es muy poco, la verdad.

Le dedicó una sonrisa luego de decir estas palabras; quería abrazarlo, sostenerlo entre sus brazos y decirle que todo iba a estar bien, pero sabía que lo primero no era recomendable porque podría causarle problemas y lo segundo era algo que estaba por completo fuera de su control.

—Oye, estaba pensando un día de estos pedir el auto en el trabajo y podríamos salir a dar unas vueltas por la ciudad, solo tú y yo ¿Qué dices?

La mirada de su hermano vagó un momento antes de responder.

—No entiendo qué podríamos hacer.
—Nada en especial —replicó Martín—, o tal vez alejarnos un poco, cambiar de aire, ir a conocer algún lugar bonito fuera de la ciudad. O sólo pasar tiempo juntos.

Acercó con suavidad una mano, y con el índice acarició suavemente el puente de su nariz. Siempre había sido difícil verlo sufrir, pero no por saber que no podía ayudarlo iba a dejar de hacer todo lo que estuviera en sus manos por ayudar a que las cosas fueran lo mejor posible; era una lucha que nunca iba a abandonar.

—¿Y no prefieres salir con tus amigos?
—Hay momentos para todo —Observó el mayor—, ahora se trata solo de nosotros, un paseo, tiempo de hombres.
—Gracias —replicó su hermano—, de verdad.
—No tienes que darme las gracias —Martín lo miró con seriedad—. No te estoy haciendo un favor; somos hermanos y quiero pasar tiempo contigo ¿Te acuerdas cuando eras más chico y hablábamos de ir a conocer lugares?

Cuando era más pequeño, a menudo fantaseaba con ideas de viajes a todo tipo de lugares, y jugaba con Carlos a que irían a explorar a esos sitios; ahora que era un adulto había recuperado ese recuerdo al preguntarse por qué, entre las ocupaciones y obligaciones de la vida, había dejado de lado esa parte lúdica entre los dos.

—Sí, me acuerdo, me mostrabas los programas de viajeros y decíamos que íbamos a conocer esos lugares.
—Bueno —reflexionó Martín— no tengo dinero para esos viajes, pero sí podemos hacer algo más cercano. Estoy seguro de que nos hará muy bien a los dos.

El muchacho se lo pensó un momento antes de responder; en un principio el mayor pensó que podría negarse, pero luego comprendió que estaba recordando.

—¿Te acuerdas? Siempre dijiste que te gustaban los molinos de viento.

Martin sonrió de forma involuntaria; sí, desde pequeño había sentido una fascinación por esos grandes artefactos plantados en la mitad de la nada. Sin una explicación concreta, sólo sabía que había algo en ellos que le resultaba intrigante, como si el viento que meciera sus aspas fuera signo de algo maravilloso, un misterio que ansiaba conocer.

—Sí, aún me gustan mucho.
—Tal vez podríamos ir a ver —murmuró Carlos—, debe ser bonito estar ahí.
—Es una gran idea. Buscaré un lugar en donde haya molinos de viento y podamos ir un fin de semana.

Durante unos segundos se miraron sin hablar, y la complicidad entre ellos fue completa, entendiéndose sin necesidad de palabras.

—Escucha, sé que no te gusta ir a eventos sociales, pero estaba pensando que tal vez podrías ir conmigo a la celebración de Rafael. Va a ser algo pequeño, con poca gente.

Su hermano, tal como lo había anticipado, reaccionó con algo de rechazo ante la idea.

—No creo que sea una buena idea.
—Pero dijiste que Rafael te cae muy bien; incluso fue tu idea invitarlo a almorzar.
—Sí, pero no es lo mismo —replicó el muchacho, incómodo—, es más seguro que él venga para acá. Casi olvido preguntarte ¿Le explicaste de esto?

Martin asintió, con calma ante la pregunta.

—Sí, le expliqué. Pero quiero que te lo tomes con normalidad, que no aparentes delante de él si te sientes mal ¿De acuerdo?

Ese siempre había sido un tema delicado de tratar, y más cuando Carlos entró en la adolescencia; no gustaba mucho de salir, y ante situaciones sociales o en donde no estuviera en su zona de confort, se esforzaba por ocultar sus malestares todo lo que fuera posible. En ese sentido, las constantes dudas y suspicacias con respecto a su enfermedad que escuchó de extraños desde que era muy pequeño lo hicieron reacio a mostrarse con tranquilidad.

—Pero si vamos a estar aquí —arguyó intentando demostrar firmeza—, eso no es necesario, puedo disculparme un rato con cualquier excusa.

Martín, sin embargo, negó con la cabeza; pocas veces estaba tan seguro acerca de algo que aún no había ocurrido.

—No, Carlos, te estás equivocando.
—¿Por qué?

Se tomó un momento para responder; en retrospectiva, él y Rafael habían compartido muchos momentos juntos en poco tiempo, y se sentía como en la compañía de alguien a quien conociera desde hace mucho tiempo atrás cuando estaba hablando con él. No sabía el motivo, pero no podía estar equivocado.

—Porque Rafael va a entender.
—¿Tú crees?

Se estaba refiriendo sin decirlo a experimentar lástima por él, algo que ninguno de los dos quería ver en los ojos de los demás.

—Sí. Rafael ya sabe lo que tiene que hacer, él va a ser como uno más de la familia cuando esté aquí, te lo aseguro. Tienes que confiar en mí, además, tú mismo dijiste que tuve un ojo clínico para elegirlo como amigo.

Su hermano menor esbozó una leve sonrisa.

—Tienes razón. Escogiste un buen amigo.

Por la noche en su departamento, Martin se quedó pensando en la conversación con su hermano y en cómo había recordado algo que incluso para él estaba en un lugar lejano de su memoria: cuando era adolescente y buscaba en televisión algún programa para mostrarle a Carlos, en algún momento se quedó viendo los molinos de viento, captados por una cámara a lo lejos.
Solitarios en medio de un horizonte eterno, rodeados de naturaleza silenciosa, meciendo sus aspas al ritmo invisible del viento. Eran tan sencillos y al mismo tiempo parecían esconder en su mecanismo un universo nuevo y sorprendente, una serie de engranajes que funcionaban a otra velocidad, constante pero distinta.
Como en otro tiempo.
Se quedó dormido evocando el sentimiento de paz que le transmitían esos artefactos.


Próximo capítulo: Un abrazo imposible


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