Las divas no van al infierno Capítulo 11: ¿Listo para eso?


Conoce este capítulo al ritmo de esta canción: Ready for it

Charlene estaba de muy buen humor la mañana del viernes, a pesar de estar muy cansada después de la jornada anterior: casi parecía que todos lo maestros se habían puesto de acuerdo en hacerles muchas exigencias; sin embargo, esperaba tener muy buenas noticias y la llegada a su departamento de Harry Nicanor con un gran bolso a la espalda le hizo confirmarlas.

—¿Ya los tienes?

Vestido de blanco, y adornado con collares, el hombre le sonrió de forma burlona.

—Harry —dijo imitándola—, pasa por favor, ¿Estás muy cansado con esa carga? Ay, ven y te ayudo con las compras.

La chica revoleó los ojos y se hizo a un lado para dejarlo entrar. El hombre puso el bolso en la mesa de centro.

—Buenos días, su majestad, su alteza.
—Hola Harry —replicó ella con una sonrisa falsa—, ahora que ya pasamos las formalidades ¿Trajiste lo que te pedí?

El aludido le dedicó una cómica reverencia y abrió el bolso, sacando de él un vestido cubierto de cristales, que por el tipo de corte resplandecían aún a la luz del día.

—Uno de tus pedidos, si no me equivoco.
—Ay por Dios.

A punto estuvo de abalanzarse sobre el vestido, pero Harry lo quitó de su alcance.

—No tan rápido chica oops. Esto es un negocio y mi cabeza pende de un hilo, así que mejor dame el dinero y quedemos en paz.

Ella le hizo una mueca de burla y fue al cuarto a buscar dinero que tenía bajo llave.

—Espero que todo sea de calidad como me merezco —exclamó mientras sacaba la cantidad pactada—, porque hoy tengo que brillar como ninguna.
—O devolverte como una fracasada.

Regresó a la sala y le entregó el dinero; el hombre lo recibió y lo hizo desaparecer tan rápido en uno te sus bolsillos que pareció que nunca lo tuvo en las manos.

—Esto está bastante bien —opinó sentándose y revisando el contenido del bolso.

En tanto, Harry se había tomado la libertad de ir hasta refrigerador, cuyo contenido contempló con cara de drama.

—¿No tienes cerveza?
—La cerveza engorda —apuntó ella.
—Si te dedicas a estar echada en un diván como una estrella de cine, claro que sí, pero tú quieres ser una figura con un cuerpo candente así que supongo que hacer cosas mundanas como trotar o hacer abdominales no está fuera de lo posible.

El hombre regresó con ella, que ya tenía esparcido casi todo el contenido del bolso entre el sofá y los sillones; se sentó en el suelo y la miró con una falsa expresión de admiración.

—La niña jugando con sus vestidos, crecen tan rápido.
—Cállate —replicó ella—, y mejor ocupémonos del otro asunto.
—Sí, claro, el otro asunto —El hombre hizo corchetes con las manos—, la tragedia que te va a pasar por supuesto. En principio, hay que saber cuándo va a ocurrir.

Charlene ya había pensado que si ganaba un premio el miércoles de la semana siguiente dejaría el plan para otro momento en que fuera más propicio, lo que implicaba que, si no lograba quedarse con un puesto de importancia, sólo podía ser el jueves o el viernes.

—Antes que eso ¿Qué es exactamente lo que va a suceder?
—Creo, preciosa, que lo mejor es que no lo sepas; así tu sorpresa va a ser real.

La rubia le iba a decir que no era gracioso planearlo de esa forma, pero se lo pensó un momento; quizás eso era una buena idea después de todo.

—De acuerdo, se hará de esa forma entonces; pero mucho cuidado, hay sólo una oportunidad para hacerlo y tiene que salir bien. Lo mejor es que sea el viernes, ya sabes que tengo que estar en el canal antes de las seis de la tarde. Te avisaré el jueves si es necesario.

Harry hizo un gesto de victoria hacia ella.

—Roguemos que nada de esto sea necesario porque vas a brillar más que ninguna.


2


Márgara despertó a Fernando muy temprano y puso en el televisor la grabación que había dejado programada de la emisión anterior del programa.

—Despierta, dormilón —dijo desde la cocina—; quiero ver todo con detalle.

Fernando se revolvió entre las sábanas; había dormido poco y mal, y aún no olvidaba lo sucedido en el programa que ahora ella iba a restregarle en la cara.

—¿Qué tienes? —preguntó ella, entrando al cuarto.

El hombre se sentó en la cama; por un momento pensó en decirle algo respecto al atuendo que usó en esa presentación, pero al ver la expresión de auténtico interés de ella, declinó hablar al respecto.

—No es nada, sólo un poco de sueño.
—Tienes que dormir más, te lo he dicho —dictó ello, con tono profesional—, en el refrigerador hay una infusión de hierbas, te haría bien para dormir.

Se sentó junto a él en la cama; Aron hove lucía brillante y llamativo como de costumbre.

—Él hace un buen trabajo —comentó ella—, aunque seguramente tendrá que hacerse algo en la cara para no perjudicarse con el tiempo.

Fernando miró al hombre en pantalla, de quien se había informado ante la eventualidad de una conversación al respecto; tenía el estado físico de alguien diez años menor, y una energía desbordante.

—A mí me parece que se conserva bien.
—Ese es el tema, se está conservando, él no es joven —opinó ella, con tono crítico—. Piensa en esto, está presentando un programa con chicas que podrían ser sus hijas, por supuesto que tiene que esforzarse por verse más joven.
—No tiene nada de malo que se vea maduro.

Ella volteó hacia él y le debió una mirada cargada de condescendencia.

—Cariño, los jóvenes somos el presente y el futuro; ellos —continuó, apuntando a la pantalla, con cierto desdén—, ellos ya no importan.

Fernando iba a cambiar de tema, pero, aunque no lo llevaría a ninguna parte, decidió mencionarlo de todas formas.

—Sarki es una mujer madura.
—Sí, pero ella está en programa para llamar la atención del público mayor —explicó ella—, no lo sé, personas de la edad de mamá o amas de casa que no entienden mucho la actualidad ¿Crees que ella, a su edad, podría hacer algo mejor que yo, incluso que cualquiera de las demás?

El hombre optó por no continuar con la conversación por ese punto de vista.

—Bien, en cualquier caso ¿No tenías ya el video en el móvil?
—El de mi presentación, claro —declaró Margara con una sonrisa—, pero quiero revisar un poco de lo que hicieron las otras.
—¿Buscas inspiración?
—¡No! Tonto —Ella soltó una risa cristalina—, ellas no pueden inspirarme a nada, yo funciono en una frecuencia única ¿Sabes? He estado leyendo mucho al respecto y las personas, todas —hizo un gesto amplio con las manos—, funcionamos en frecuencias; entonces, si tú te dejas influenciar por otra persona, es como si estuvieras copiando esa frecuencia de energía, y yo soy única, soy especial en el universo y tengo que circular en esa ruta de mística para que todo salga bien.
—¿Y entonces para qué verás a las otras?
—Precisamente por eso —replicó ella, como si fuera obvio—, las personas tienden a funcionar en manadas, o no, mejor diré en grupos para que no suene mal; seguramente ellas tomarán un mismo estilo, o empezarán a copiar algo que vean que resulte. Y ahí tengo que estar muy atenta, porque si alguien se me intenta adelantar, mi trabajo no es sentirme afectada o nerviosa por eso, es demostrar que soy única, que soy original y que puedo estar un paso adelante pase lo que pase.

Se puso de pie y se paró junto a la pantalla, indicando en ella a Alma, que en ese momento estaba inmóvil como una estatua antes de iniciar su presentación.

—Por ejemplo, ella comete un error aquí ¿ves que el color de su labial no combina con los detalles de pedrería del bustier que lleva?
—Tú te veías preciosa con el atuendo que elegiste —comentó él sin poderlo evitar.
—Lo sé —Márgara se sacudió el cabello ante el halago—, estaba buscando algo apropiado para una presentación sensual: tenía que ser elegante, por supuesto, y el que escogí era perfecto. Hice una gran elección.

Él asintió con lentitud.

—Sí, lo hiciste.

3


Valeria volvió a marcar el número de Jorge; tras el tercer intento, él contestó.

—Hola.

Hablaba como con un desconocido; ella respiró profundo antes de hablar.

—Hola, soy yo.
—Lo sé —replicó él del otro lado de la línea—, pensé que habías dicho que lo mejor era no comunicarnos.
—Estoy sola en el departamento —aseguró ella—, así que no hay peligro.

La voz de él demostraba que se estaba debatiendo entre lo que debía y lo que quería hacer; pero se impuso lo primero.

—Sí, bueno, estoy en el trabajo —replicó Jorge—. De momento estoy solo, pero preferiría que nadie me vea hablando con una mujer desconocida cuando oficialmente mi novia está haciendo un viaje de negocios; alguien podía sospechar.

La farsa que habían montado incluyó fotos de ambos, con ella con su apariencia antigua despidiéndose en el aeropuerto y él acompañándola. Valeria sabía cuánto daño le hacía a él aparentar que no conocía a la chica llamada Valentina que salía en el programa de televisión, y extrañaba su compañía y su abrazo por las noches, pero la emoción por estar en el programa era algo incomparable y se repetía una y otra vez que cuando consiguiera lo que necesitaba ambos verían el resultado, y que el esfuerzo habría valido la pena.

—Jorge, sólo quería saber cómo estabas.
—Algunas personas me preguntaron si la chica del programa eras tú —replicó él, con una voz que ella no pudo descifrar—, y de acuerdo con el plan, respondí que obviamente no eras tú. También procuré que mis compañeros en el trabajo vieran las fotos del aeropuerto, y por supuesto, tengo presente mencionar tus actualizaciones de estado, para que nadie sospeche de todo esto, así que todo está bajo control, puedes estar tranquila.

Ella se esforzó por conservar la calma; eso era lo que él le había prometido: ayudarla a encubrir todas sus mentiras sin cuestionarla otra vez, hasta donde necesario.

—Jorge, yo…
—Disculpa, tengo que colgar —se excusó él—, puede llegar alguien y prefiero tener cuidado. Trata, si puedes, de hacer una actualización de estado en la tarde, voy a estar con unos compañeros en una reunión con el delegado de la región y creo que sería un buen momento para que esa noticia de Valeria quede separada de Valentina, así puedo ayudar mejor. Estamos en contacto.

Cortó después de esa despedida, dejándola sola en el departamento, y por primera vez desde que dio inicio a ese plan, Valeria sintió que había dos sentimientos pugnando en su interior: la culpa de llevar a su novio a mentir de esa forma, y la calma de saber que seguía teniendo todo bajo control.

4


Cuando las chicas llegaron a las dependencias del canal a las seis de la tarde, notaron el buen efecto de la primera emisión del programa, ya que en el frontis del canal había una gigantografía con el logo de Siempre divas, acompañado de una composición muy detallada de los rostros de las veinticuatro; Nubia se dijo que resultaba irónico que pusieran ese enorme cartel justo una semana antes que una de ellas fuera eliminada.

—Hola.

Quien la saludó era uno de los bailarines; se trataba de un chico alto, musculoso y de abundante cabello rizado, que venía cargado con un enorme bolso deportivo. Había estado en su presentación el miércoles, pero solo de última hora, reemplazando a uno de sus compañeros por una lesión.

—Hola.
—Hace una bonita tarde —comentó él, mirando fugazmente hacia el cielo—, sería ideal para poder ir al parque o a un lugar despejado.

A Nubia también le gustaba ese tipo de panoramas.

—Sí, sería interesante.
—Supongo que debes estar muy emocionada —comentó él—, oh, lo siento, no nos hemos presentado: Nick, es un placer.
—Para mí también —respondió ella, riendo—, es raro presentarse después que ya nos vimos antes.
—La educación ante todo —explicó Nick—, y dime ¿Estás feliz de estar aquí? Es una gran oportunidad, tu familia debe estar tan orgullosa.

Lo estaban; incluso, a su modo de expresarlo, hasta su hermano menor estaba alegre por ella, y junto con él sus padres y los demás; a pesar de haber pasado poco más de un día desde la salida aire, parecía que el impacto del programa en su vida era mucho más grande de lo que esperaba desde antes.

—Estoy muy emocionada, esto de estar en televisión es impactante, es la primera vez que lo hago. Pero tú debes tener más experiencia siendo bailarín.
—No, de hecho este es mi primer trabajo importante —explicó él—, así que creo que estoy tan nervioso como tú.

Sonaba muy agradable a la hora de charlar; Nubia se dijo que tal vez podía aprovechar de resolver una duda que le había surgido con respecto a ellos.

—¿Te puedo preguntar algo?
—Por supuesto, lo que quieras —respondió él, sin dudarlo.
—¿Por qué ustedes no almuerzan junto a nosotras? Los vi en el casino, pero sólo entran y salen.
—Ah, eso es porque nos ordenaron no entrometernos en sus actividades, porque ustedes tienen ya mucha carga y podría perjudicarlas que nosotros estemos en medio; de hecho —agregó con tono confidencial—, tampoco debería estar hablando contigo ahora, pero estoy usando una especie de resquicio legal porque aún no entramos al canal.

Le guiñó un ojo de forma divertida, ante lo que ella respondió con una risa en voz baja; le resultó muy simpático, y su actitud parecía honesta.

—Bueno, gracias por correr el riesgo.
—Por nada.
—¿Y tu familia qué te dice por estar saliendo en el programa?

Pudo ver que la expresión de él se contraía, y se arrepintió de hacer la pregunta antes de poder decir algo más; pero el chico se repuso y le respondió con amabilidad.

—La verdad es que mi familia ya no está conmigo; pero no hablemos de eso, quedémonos con la buena noticia de estar aquí y que lo estamos pasando bien. Escucha, no lo debería decir porque nosotros tenemos que ser neutrales, pero te deseo que hoy tu presentación sea la mejor de todas.
—Gracias —murmuró ella, algo avergonzada.

El hizo un gesto de despedida; ya estaban a dos escasas cuadras del canal.

—Voy a ir por otra calle para que no te vean conmigo y no nos regañen. Suerte.
—Espera —lo detuvo ella—, un día podríamos hablar un poco más ¿No crees?

Él le devolvió una amistosa sonrisa.

—Eso me encantaría.

Tras separarse de ella, Nick siguió el camino y entró al canal, siguiendo por un pasillo lateral que lo conduciría a los camerinos de los bailarines.

—¿Cómo te fue? —preguntó Josué.
—Fantástico —respondió con una sonrisa confiada—, esos datos que nos pasaron son perfectos para tener información de ellas y saber de qué hablar.

Llegaron hablando de esto hasta los camerinos, en donde un asistente de producción estaba repartiendo sobres sellados ante la atenta mirada de Sandra; la productora esperó a que el grupo hubiese recibido el dinero para hablar.

—¿Cómo va todo? —su voz denotó que no estaba haciendo una pregunta—. Ahora escuchen, deben empezar a tener mucho cuidado con todo lo que hagan y digan fuera del canal, es muy importante que no haya información contradictoria ¿Comprenden? En algún momento las chicas pueden conversar entre ellas y no puede pasar que algo no concuerde.

Uno de los chicos levantó la mano.

—¿Qué pasa si en algún momento una de ellas sospecha o empieza a hacer muchas preguntas?
—En ese caso sostienen la mentira hasta el final, y tan pronto puedan, me avisan para desviar la atención; además, todos ustedes son jóvenes, lo normal es que quieren charlar con esas chicas famosas.

5


Cuanto les presentaron la temática individual de ese día, Nubia se dijo que quizás ese deseo de buena suerte que había recibido antes de llegar al canal podía ser de mucha utilidad, algo cono una energía positiva que la ayudara a encauzar sus acciones: un caballo, atuendo con capuchón y luces azules era como un enorme letrero que le decía que era lo que tenía que hacer. Se sintió poderosa, bella, creativa y grandiosa, y corrió al departamento de vestuario para escoger lo que sería lo primero y más importante en su presentación, nada más sencillo y a la vez llamativo que una capa negra con un gran capuchón, acompañado de un entero a juego.

—Ahora a peluquería, esto va a ser maravilloso —murmuró para sí, olvidando de momento las cámaras a su alrededor.

Mientras caminaba animadamente hacia el área dedicada a la estética, se imaginó lo que debía hacer: un bailarín a torso desnudo, o mejor aún, con un boxers muy ajustados de color piel para simular desnudez, montado sobre un caballo blanco y con crines azules, mirando hacia el público con expresión altiva; ella estaría a un costado, cubierta por la gran capa, sentada en el suelo, mirándolo con una especie de rencor, diciéndole que no le gustaban sus jueguitos.
Seria como un duelo, en el que ella lo miraría con fuerza, diciéndole sin palabras que no le gustaba el papel que el la hizo jugar: el de tonta, actuando como si fuera un crimen perfecto.

Se pondría de pie, y le haría entender que esa era una resurrección, que lo había hecho mil veces, y de una lista de nombres marcaría el de él en rojo; en el momento culmine el color lo marcharía con este color, que sería el de su rabia. Rabia por obligarla a hacer eso, por hacer que ella se convirtiera en la protagonista de sus pesadillas; todo eso sería como el karma, y él caería humillado mientras ella se mantenía de pie, orgullosa, demostrando que su vieja yo no podía hablar, porque ya estaba muerta.
Cumpliría con su idea de mostrar un tipo de relación, esa en que el hombre se creía dueño de todo, capaz de encerrarla a ella para hacer una fiesta y de hacerla sentir menos.
Otro día, otro drama.

Más tarde, después de las presentaciones, había llegado el momento de conocer las votaciones, y el conductor del programa estaba dando el énfasis preciso a un momento tan importante como ese.

—La elegida por el público en su casa, en esta ocasión es Sussy ¡felicidades a la ganadora de hoy! Tu premio, como ya lo hemos anunciado antes, es que serás inmune a la eliminación del programa de la semana siguiente ¿Cómo te sientes?

La chica se acercó al micrófono dando saltitos de emoción; el conductor del programa se mostraba tan auténticamente emocionado que parecía que era fan de ella.

—Quiero agradecer a todos en su casa —dijo la chica con voz un poco aguda por la alegría—, esto es muy importante para mí y es un premio al esfuerzo y a todo lo que trabajé hoy.
—Parece que el público aprecia tu trabajo —comentó él—, vamos a revisar algunos de los comentarios de tus seguidores.

Los mencionados comentarios eran bastante alentadores, y tanto los maestros como el público en el estudio aplaudieron a la chica.

—Bien, pero como sabes, ser inmune a eliminación de la semana siguiente no sólo es un premio, también es una responsabilidad —apuntó el conductor—, ya que para la semana subsiguiente no podrás ser inmune, así que debes preparar tus presentaciones con mucho esfuerzo y dedicación para que el público siga encantado contigo y vote por ti.
—Si, sí, lo haré —replicó ella un poco atropellada—, daré lo mejor de mí para que se sientan orgullosos.
—Estoy seguro de que será así —comentó Love—, ahora dejaremos a nuestra ganadora disfrutar de la emoción de haber ganado el programa de hoy, y anunciaré a las tres otras triunfadoras, que se llevan a casa un set de accesorios de cuidado personal, gentileza de nuestro auspiciador Videa, tu piel es lo que más amas.
Y nuestras tres elegidas hoy son Rebecca, Ivonne y Esmeralda, felicidades a todas.

Valeria se repitió que aún había tiempo, que no estaba todo perdido; lo importante, de momento, era no ser la menos votada de la semana.

—Vamos a conocer ahora a la chica que ha sido beneficiada con una presentación extra ¿Quién será? —el presentador se mostró realmente interesado—, aquí tenemos el dato, en esta emisión el público en el estudio ha escogido la presentación más entretenida a Márgara.

La aludida saludó al público y a la cámara con una resplandeciente y confiada sonrisa; en su interior, sabía que esa nominación era el principio de algo mucho más grande.

—Felicidades, y atenta porque tendrás que improvisar; ahora, sin más tardanza, conoceremos el nombre de las tres menos votadas de hoy; recuerden que los puntajes se acumulan hasta la próxima semana: nuestras menos votadas son Lisandra, Charlene y Nubia.

Las expectativas de la rubia se desmoronaron por completo cuando Aaron Love dio los nombres de las más y menos votadas de la jornada. Una de las menos votadas, y en esta ocasión, eso significaba pasar directo a luchar por la permanencia en el programa.
Contra Charlene que se había destacado sólo un programa antes y tenía a su favor una presentación sorpresa, y contra Lisandra, con quien estaba intentando conformar una alianza.
Supo que la presión iba a ser máxima.


Próximo capítulo: Lo siento, no lo siento

Contracorazón Capítulo 12: Planes interrumpidos




Finalmente el día de la anunciada salida de Rafael había llegado; después de una semana tranquila y por completo sin novedades en el trabajo, se encontró en su departamento, sin más que hacer que prepararse para salir. Se dio una ducha, y escogió una tenida sencilla aunque un poco fuera de lo que usaba a diario: unos pantalones negros, zapatillas, y una camisa de un color morado oscuro que compró tiempo atrás en un arranque de originalidad, pero que nunca había usado más que para una cena en casa de su hermana. Fue a abrir al escuchar el timbre, y se encontró con Martín, quien por lo que veía ya estaba listo para salir: iba con una camisa blanca y pantalones de color gris, elegante, pero nada formal. Estaba hablando por teléfono en ese momento.

—Hola.
—Hola, pasa.

Dejó la chaqueta en el sofá tras entrar, y Rafael fue a buscar la billetera.

—Sí, estoy en su departamento en este momento. De acuerdo, le diré te tu parte. Te quiero.

Cortó y se acercó a él para saludarlo estrechando su mano.

—Estaba hablando con Carlos —explicó, señalando el teléfono móvil—, te manda muchos saludos.
—Gracias, dile de mi parte que también le mando saludos.
—Se lo diré, tenlo por seguro —replicó Martín—. Hemos estado hablando bastante de ti.
—Espero que no sea algo malo —comentó Rafael.
—Para nada, está encantado contigo —explicó el trigueño—, dice que está seguro de que eres un gran hombre, incluso dice que quiere que vayas conmigo a almorzar uno de estos días.

Después de la forma en que se habían conocido, era una agradable sorpresa que tuviera esa opinión de él.

—Gracias por eso, es muy importante.
—Sí, espero que ese efecto le dure. ¿Estás listo?
—Listo —Rafael torció la cabeza—, aunque no sabía si llevar una chaqueta o no, tú trajiste una.

Martín se había sentado en el sofá mientras hablaban; lucía relajado y de muy buen humor.

—Sí, lo prefiero por si empieza a refrescar; además no sabemos a qué hora vamos a volver.
—Tienes razón, dame un segundo, voy por una chaqueta y salimos.

Se sentía de buen humor; escogió una chaqueta oscura y regresó a la sala.

—A todo esto, hoy me vine en el auto de la empresa —comentó Martín.
— ¿Y eso? —preguntó Rafael mientras iba a cerrar la ventana del balcón.
—Es porque se les olvidó sacar un permiso en el edificio; es como una autorización para que yo como nuevo trabajador pueda sacar el vehículo, y para cuando había terminado el turno a las seis cuarenta, la única persona que podía dar ese permiso ya estaba en su casa —se encogió de hombros—, así que me ofrecí a traerlo y lo pasarán a buscar mañana. Lo dejé abajo.

Ya tenía todo revisado, así que estaba listo para salir; escuchó el tono de llamada en el móvil que reposaba en un mueble e identificó quién era por la melodía.

—Es Magdalena.
—Dijiste que iba al teatro hoy.

Asintió y contestó, llevándose el teléfono a la cara, pero no alcanzó a hablar.

—Rafael.

La voz angustiada y llorosa de Magdalena lo dejó sin palabras; se le antojó que pasó un tiempo muy largo antes de decir algo, aunque solo fue un instante.

— ¿Magdalena?
—Rafael —repitió ella.

Estaba llorando; en un segundo, el hombre sintió que se le oprimía el estómago, porque esa voz sollozante era la de su hermana.

— ¿Qué ocurre?
—Es Mariano —la voz de la chica tenía una nota de histeria que lo traspasó—, es Mariano.

Mil ideas pasaron por su mente en esos momentos; Magdalena no lloraba por cualquier cola ¿Qué podía estar sucediendo en ese momento?

—Magdalena ¿Qué pasa?
—Es Mariano, Mariano —la chica se quebró—, por dios, no…

Rafael volteó hacia Martín, que lo miraba con preocupación al escuchar su tono; estuvo a punto de exclamar nuevamente una pregunta, pero se detuvo y obligó a calmarse; lo que fuera que estuviera sucediendo, con gritar no conseguiría nada. Así que se obligó a estar tranquilo al menos en apariencia, y buscó en su interior el tono de voz más apropiado, para poder llegar a ella a pesar de la fría distancia de la línea telefónica.

—Magdalena —dijo con dulzura—, soy yo, soy tu hermano. Escucha, tienes que decirme lo que está pasando. Un poco a la vez.

Pasó un segundo, o tal vez dos, pero los sintió como si fueran horas; el sollozo de su hermana remitió un poco, y pudo volver a hablar.

—Íbamos a la obra —dijo, respirando con dificultad—, y detuvimos el auto en un semáforo en rojo y…

Estaba comenzando a llorar de nuevo; Rafael sintió un nudo en la garganta y quiso gritar otra vez, pero lo evitó con toda su fuerza. El pánico que sintió como una anticipación tenía que quedarse mudo.

—Dímelo. Magdalena, respira, tienes que decirlo.
—Detuvimos el auto en el semáforo, y de pronto aparecieron esos hombres.

No. Algo dentro de él gritó que no, que lo que estaba imaginando no podía ser.

—Esos hombres —la voz de su hermana se había vuelto más aguda—, nos amenazaron. Mariano les dijo que nos dejaran bajar, que les iba a dejar el auto, pero uno de ellos se alteró y...

Mariano. De pronto, la mente de Rafael desató toda clase de horribles tragedias, y tuvo que sujetarse del mueble más cercano para no perder el equilibrio. Martín lo miraba con preocupación, sin hablar ni moverse.

—Magdalena —dijo en un susurro—, voy a ayudarte, pero tienes que decirme dónde están.
—Ellos lo atacaron —siguió ella—, no se mueve, Rafael, no se mueve, y hay tanta sangre…

No. Mariano no. Rafael se quedó mudo de horror durante un instante, casi sin percatarse de las lágrimas que habían empezado a caer por sus mejillas.

—Tienes que decirme donde estás —continuo, incapaz de evitar el terror al hablar—. Dijiste que estaban en un semáforo ¿Dónde?
—No reacciona…
—Magdalena, soy yo. Dime en dónde ¿Iban por la urbana?
—Sí —sollozó ella.

Había olvidado todas las señas del lugar. Por la carretera urbana, y si iban al teatro, significaba que habían tomado una salida hacia las calles; la salida de Puente de la santísima, había un semáforo ahí, y el siguiente una cuadra larga después, con la parte trasera de la iglesia de un lado y un oscuro trozo de parque urbano del otro.

— ¿Habían pasado la iglesia?
—Sí.
—Iré para allá ¿De acuerdo? Estaré en un momento ¿Me escuchas?

Sólo alcanzó a oírse un sollozo, y la llamada se cortó. Miró desesperado en dirección a Martín, quien tenía las chaquetas de ambos en la mano.

—Necesito tu auto.
—Vamos.

El viaje duraría once minutos, pero Martín estaba acelerando para llegar en el menor tiempo posible.

—Por favor, dense prisa —rogó Rafael al teléfono—, es un auto gris plata, debe estar estacionado cerca de la iglesia y puede que haya un hombre herido de gravedad.

Agradeció a la operadora de la policía y colgó, sintiéndose incapaz de imaginar siquiera que lo de Mariano fuese peor que una herida.

—Tranquilo, vamos a llegar muy pronto.

Martín tenía la vista fija en la pista, y conducía a gran velocidad; Rafael vio la hora, y comprobó que habían pasado apenas cuatro minutos desde la angustiante llamada, lo que significaba que el trigueño iba por sobre el límite de velocidad.

—Ten cuidado.

Martín no contestó, viró limpiamente y enfiló por la calle que los llevaría hacia el destino que tenían; se trataba de una zona casi por completo residencial, en donde, a la derecha según avanzaban, había un parque urbano cortado en trozos, seccionado por diversas construcciones. Rafael intentó visualizar en su mente el lugar en donde suponía que estaba el auto, pero no lo conseguía, el miedo bloqueaba parte de sus capacidades. La iglesia en la vereda norte ocupaba una cuadra completa, pero la entrada estaba desde el otro extremo, lo que significaba que no había puertas ni ventanas para que alguien pudiera ver lo que pasaba, y en el extremo sur, el segmento de parque ponía distancia entre el borde de la calle y los departamentos.
Tenía que estar bien; su mente era un torbellino en esos momentos, mientras avanzaban entre las luces de la noche. Intentaba no visualizar lo peor que podía pasar, y al mismo tiempo sentía la amenaza de aquellas noticias que cada cierto tiempo aparecían en la crónica roja de los noticieros; el mismo método, el mismo objetivo, casi siempre un mal resultado.
Pero tenía que ser fuerte, tenía que controlarse, por que se trataba de Mariano y su hermana, no de él.
El auto seguía avanzando por la calle, cuando vio que el siguiente semáforo estaba por cambiar.

—Espera, va a rojo.
—Sujétate.

Con el mentón tenso y el volante fuertemente sujeto, Martín presionó el pedal del acelerador al máximo; Rafael no habló, pero notó el aumento en la velocidad del vehículo cuando pasaron como una exhalación por el cruce, justo en el momento en que la luz de advertencia cambiaba de amarillo a rojo. Unas milésimas de segundo después percibieron por el retrovisor del copiloto las luces de un auto de policía.

—La policía —advirtió, con nerviosismo.
—Estamos por llegar, no te distraigas —le dijo Martín, con voz tensa—, cuando me detenga, ve con ellos, yo me encargo de la policía.
—Pero Martín…

El trigueño puso una mano en su hombro, intentando transmitirle confianza.

—Todo va a estar bien.

El sonido de la sirena llegó hasta sus oídos, pero intentó concentrarse en lo que había hacia el frente, en un momento en que faltaba tan poco; si les cursaban una multa, la pagaría para exculpar a Martín, no le importaba nada de lo que estuviera pasando.
Entonces vio el auto de Mariano, estacionado a unas cuantas decenas de metros; con las luces encendidas y ambas puertas abiertas. Martín estacionó a muy poca distancia, y tan pronto lo hizo, Rafael bajó y cruzó corriendo, encontrando la terrible escena.
Al mismo tiempo, Martín había bajado del auto y levantó las manos en gesto de rendición, justo en el momento en que el vehículo policial se estacionaba tras él.

— ¡Ayúdenme por favor!

El oficial que había bajado en primer lugar había captado a Rafael cruzar a la carrera, pero el trigueño intentó capturar su atención.

— ¿Qué pasa? —preguntó el oficial con tono de advertencia.
—Asaltaron a mis amigos, los atacaron en ese auto —explicó señalando el otro vehículo—. Mi amiga nos llamó, hirieron a su novio. Por favor, acabamos de llamar a la policía para dar aviso y vinimos a ayudar.

El oficial era un hombre de poco más de cincuenta, alto y fornido, lo miró con expresión de incógnita y desconfianza, algo lógico dada la explicación.

—Quédese aquí.

Lo dijo con tono autoritario, y a Martín no le quedó otra alternativa que obedecer. Un segundo oficial había descendido también del vehículo y se acercó a él.
En tanto, Rafael se acercó a la puerta del conductor, y vio lo que estaba sucediendo; Mariano estaba sentado en el suelo, en una posición anormal, con una evidente herida en el costado, respirando apenas; Magdalena estaba arrodillaba junto a él, haciendo presión en la herida con una prenda empapada en sangre mientras sollozaba. Casi al mismo tiempo, la ambulancia se estacionó a metros de distancia y los paramédicos descendieron rápidamente.

—Magdalena —dijo, con voz quebraba por la emoción—, estoy aquí, ven.

Intentó tomarla suavemente por los hombros, pero ella sufrió una especie de espasmo al percibir el contacto.

— ¡No! —gritó ahogada— No puedo dejarlo, no puedo.

El paramédico se acercó al lugar e intervino de inmediato, pasando entre Rafael y su hermana.

—Señorita, tiene que apartarse para poder trabajar.
—No, no puedo, Mariano...

Rafael vio que en ese momento era necesario obedecer la instrucción, y se obligó a conservar la calma; tomó con fuerza a Magdalena por el torso, y la obligó a ponerse de pie. Sintió la emoción desgarradora de su hermana, cuando esta quedó separada de Mariano al ser casi arrastrada por él.

— ¡Mariano! ¡Mariano por favor, por favor!

Sin poder evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, Rafael la abrazó y la contuvo, mientras la chica lloraba e intentaba soltarse de él.

— ¡Mariano! Ayúdenlo por favor, ayúdenlo ¡Mariano!

2


Magdalena había insistido en ir en la ambulancia, pero en el estado de nervios en que estaba era imposible, por lo que tuvo que quedarse abajo; después de mucho rogar consiguieron que la policía los llevara hacia el centro de asistencia de salud, y Martín se ofreció a quedar para hacerse cargo del automóvil de Mariano.
Rafael solo se dedicó a abrazar y contener a su hermana, que sentada en el asiento trasero del vehículo policial junto a él, no paraba de llorar por causa del golpe emocional que había sufrido. Minutos después llegaron a la urgencia, en donde tuvieron que hablar con una enfermera, quien les dio algunas señas.

—Sí, el paciente fue ingresado, hace un par de minutos.
—Quiero verlo, necesito verlo —rogó Magdalena—, por favor.
—Ahora eso es imposible, tienen que revisar la herida que tiene.
— ¿Pero se va a poner bien? —insistió la chica, luchando con las lágrimas— Por favor, necesito saberlo.

La mujer dudó, y Rafael aprovechó para intervenir y tratar de controlar esa situación, aunque él mismo se sentía superado.

—Sólo queremos saber lo que le pasa, esperaremos hasta que tengan una información
—Pero…—murmuró su hermana.
—Magdalena, tenemos que dejar que hagan su trabajo.

Tuvo que imponerse de nuevo y llevar a su hermana hacia un costado; pidió instrucciones y la llevó a una sala de esperadamente le ofreció un calmante.

—No quiero nada, no quiero tomar nada.
—Magdalena, escúchame —exclamó con determinación—, los médicos están haciendo su trabajo y tienes que calmarte, o no te dejarán entrar en habitación.

Ni siquiera sabía con claridad qué clase de herida se trataba y no se atrevía a preguntar, pero estaba focalizando toda su energía en que no se trataría de algo irreversible.

—Escúchame. A Mariano lo están atendiendo ahora y tú debes estar fuerte para él, por él. Bebe eso y tómate este calmante, ahora.

Su hermana finalmente entró en razón, y se tomó el medicamento; algunos minutos después ella estaba un poco más calmada, y un doctor preguntó por familiares de Mariano, a lo que ambos atendieron de inmediato.

— ¿Cómo está?
—Ha sufrido una lesión punzante por un arma blanca —explicó el profesional—, por suerte el arma no tocó ningún órgano vital.
—Pero sangraba tanto —dijo ella, con un hilo voz.
—En este tipo de heridas es normal, en el tórax hay muchos vasos sanguíneos de magnitud.
—Puedo verlo? —pidió Magdalena reprimiendo el llanto.
—En este momento no es posible —replicó el doctor—; es necesario evaluar si ha habido ingreso de oxígeno y si los pulmones pudiesen estar siendo afectados, aunque en el primer análisis esto parece descartado.

Magdalena iba a decir algo, pero Rafael se le adelantó.

— ¿Dentro de cuánto podremos verlo?
—Tiene que pasar a cirugía, así que no lo sabemos. Tienen que esperar.
— ¿Está fuera de peligro? —preguntó Rafael, con cautela.
—Está grave, pero estable —replicó el profesional, escuetamente—; ahora tengo que irme, se les avisará cuando haya alguna razón. Permiso.

Magdalena respiró de forma agitada al escuchar esa respuesta, y regresó a sentarse junto a Rafael, apretando el vaso vacío entre sus manos temblorosas. En ese momento, el moreno recibió una llamada de Martín, y se alejó un poco, hablando en voz baja.

— ¿Dónde están?
—En la urgencia —explicó—, en una sala de espera.
—Estoy entrando.

Rafael miró a su hermana y decidió dejarla un segundo sola; la chica estaba muy quieta, con la mirada perdida en la nada. Afuera, en el pasillo, se encontró con Martín, quien venía caminando con fuerza hacia él.

—Dejé el auto en un lugar seguro y conseguí que me dejaran los datos del lugar donde trasladaron el auto de tu hermana —explicó rápido—, ¿cómo está todo?
—Por el momento sólo podemos esperar, pero parece que todo va a mejorar.
—Me alegro.

Rafael miró un momento a Martín, sin hablar; la forma en que estaba preocupándose de el y apoyándolo en un momento de dificultad como ese hablaban de su gran calidad como persona, y era un regalo tenerlo ahí.

—Martín —repuso, con voz quebrada—, gracias por tu ayuda.
—Nada que agradecer —dijo Martín—, sólo quiero ayudar. ¿Cómo estás tú?

El moreno respiró profundo varias veces antes de contestar; no quería pensar en cómo se sentía, le resultaba muy difícil enfrentar la realidad sin quebrarse.

—Estoy bien, creo; sólo me preocupa apoyarla —hizo un gesto hacia la sala de espera—, tratar de ser un soporte ahora.
—No tienes que ser fuerte siempre —apuntó el trigueño, con seriedad.
—Lo sé —replicó Rafael—, pero ahora tengo que serlo, Magdalena me necesita, y tengo que hacerlo hasta que sepamos lo que sucede con Mariano. Escucha —respiró profundo—, ya hiciste demasiado, no tiene sentido que te quedes aquí, vete a tu departamento a dormir. Y perdona por arruinarte la noche.

Pero Martín negó con la cabera.

—No digas tonterías; y no me quiero ir así como así, además podrías necesitar algo.

Rafael no supo qué decir por un largo instante; por una parte, quería que Martín se quedara con él, pero por otra, sabía que ya lo había involucrado mucho en todo eso.

—Estoy bien, en serio, es sólo que estoy un poco agobiado, quiero que nos den noticias de Mariano, pero no puedo presionar ni nada por el estilo, no quiero poner más nerviosa a mi hermana. De verdad, ve a casa y descansa, te prometo que te avisaré si sé cualquier novedad.

Había conseguido decirlo con la suficiente calma, y eso pareció convencerlo; Martín asintió, aunque aún lucía preocupado.

— ¿Necesitas algo? Puedo ir por un cambio de ropa para que estés más cómodo, o si necesitas comer algo.
—No, está bien. Gracias por todo, de verdad.

Se acercó y le dio un amistoso abrazo, que el otro devolvió de la misma forma; por un momento sintió un estremecimiento, pero lo reprimió, al pensar en que su hermana lo necesitaba mucho más en buen estado.

—Llámame apenas sepas algo.
—Te mando un mensaje —replicó Rafael.
—No —corrigió Martín—, llámame, quiero escuchar lo que me tengas que decir.
—Está bien, eso haré, lo prometo.

3


A pesar de que debería ir a su departamento, Martín se sintió nervioso e inquieto, y tras debatirse un largo rato, decidió tomar el auto e ir a la casa de sus padres, avisando en el trayecto que iba de camino; su madre le preguntó si ocurría algo malo y lo negó, pero supo que ella no se había creído eso.
La confirmación de esto fue que ella salió al jardín a recibirlo; su madre era una mujer morena, de cabello ensortijado y complexión delgada, que en esa noche lo miraba con esos ojos que podían traspasarlo.

— ¿Cómo está todo, hijo?
—Bien, mamá, no pasa nada.

La mirada de ella desaprobó la mentira, pero en la práctica cambió el foco del tema.

—Carlos me dijo que ibas a salir con un amigo ¿fue un cambio de planes?
—Algo parecido.

Su madre le sostuvo la mirada, y se sintió incapaz de resistir esa silenciosa exigencia; no era por el cambio de planes, era porque veía en su actitud corporal que algo lo estaba inquietando.

—Asaltaron a la hermana de mi amigo, hirieron a su novio, pero creo que está bien: vengo de la urgencia.
— ¿Qué les sucedió?
—Lo atacaron con un cuchillo —se resignó a entregar toda la información—, tenían que pasarlo a cirugía y eso toma tiempo, sabes cómo son estas cosas.

Sí, claro que lo sabía; ella decidió no preguntar más por el momento, y se adelantó a sus pensamientos como tantas veces lo hacía.

—Tu padre se está duchando; Carlos está en el cuarto, viendo una serie. Después hablamos.
—Gracias mamá.

Entró y fue hasta el cuarto de su hermano; el chico estaba sentado en su cama, con el televisor en pausa.

—Hola.
—Hola —saludó su hermano, seriamente— ¿Qué sucedió con tu salida?

Aparentemente el tono de inquietud en su voz al llamar a su madre había sido más notorio de lo que el mismo creía. Cerró la puerta y le contó un resumen de lo que había sucedido, aunque evitó los aspectos que a su juicio eran los más duros de la historia; también hizo hincapié en que el cuñado de Rafael estaba en tratamiento, aunque en rigor no sabía nada de eso desde que salió de la urgencia.

—Rafael tiene que estar muy nervioso —observó el menor.
—Sí, estaba muy preocupado.
— ¿Por qué no te quedaste con él?

Era una pregunta justa, y Martín respondió con honestidad.

—Quería quedarme, pero Rafael insistió en que no era necesario.
— ¿Y le creíste?
—Un poco. Lo que ocurre es que él necesitaba algo de espacio, supongo que no quería sentirse como el centro de la atención, por que la prioridad es su hermana.

Carlos le dedicó una cariñosa mirada, que lo hizo lucir más maduro.

—Como tú.

De alguna forma, la expresión reunía muchas cosas en pocas palabras; Martín se encogió de hombros.

—Eso fue un golpe bajo ¿Sabes?
—Pero es la verdad —replicó su hermano con sencillez—, tú también eres así, te guardas las cosas para preocuparte de los demás.

El hombre se sentó a su lado y lo miró muy fijo a los ojos.

—Eres maravilloso.
—La mayoría del tiempo me equivoco en tantas cosas —replicó el chico.
—Eso no importa, porque puedes aprender y mejorar; así es la vida, así es crecer. Lo que le sucedió a Rafael me hizo pensar muchas cosas, y no quise irme a dormir sin verte, sin sentirte cerca.

El muchacho se ruborizó un poco, pero le sonrió con cariño.

— ¿Vas a ir a verlo?
—No ahora —explicó Martín—, pero me voy a levantar temprano para estar al pendiente de lo que pueda necesitar.

Se despidió de su familia y regresó rápido a su departamento; iba a estar listo para ver a Rafael a la urgencia, lo llamara o no.


Próximo capítulo: Desde el pasado