Las divas no van al infierno Capítulo 02: Dime quién eres




El día lunes pasó muy rápido, y para cuando las veinticuatro participantes llegaron al lugar indicado, parecía que la última vez que se vieron era muy reciente.
El recinto donde se había realizado la audición el domingo estaba siendo desmontado para instalar el anfiteatro donde se emitiría el programa a partir de la semana entrante, por lo que durante esa semana el entrenamiento se llevaría a cabo en el subterráneo de un edificio, distante una cuadra del lugar. Acondicionado según las necesidades, ofrecía un ambiente resguardado, temperado y cómodo para realizar todas las labores necesarias.

Tan pronto entraron, Verónica se hizo cargo del grupo: el interior del gran salón estaba despejado y en su interior, del lado opuesto a la puerta había una mesa cubierta con un mantel largo de colores vibrantes, ante la que estaba la mujer alta, delgada y de actitud seria, que contrastaba con su cabello de un encendido color rojo y maquillaje estilo pin up.

—Buenos días —Saludó con una estridente voz—. Bienvenidas preciosas, soy Verónica, y estoy aquí por que soy los ojos y oídos del programa en el que van a estar. Pasen —indicó vagamente el interior vacío del gran salón—, siéntanse cómodas y prepárense para darlo todo.

Valeria procuró quedarse a un costado donde fuese poco visible, esperando que les dijeran de qué se trataba todo eso. Verónica destacaba tanto por su aspecto estrafalario que parecía una concursante en vez de una productora; después de una pausa, puso en la mesa una cámara y se reclinó en el asiento.

—Escuchen, todo esto es muy simple: necesito que olviden que hicieron unas pruebas previas, que olviden el video que mandaron para postular y todo lo demás, miren esta cámara y se presenten. Pero no quiero que se presenten como en esos aburridos clips de los programas de talento: quiero que sean auténticas, que sean estrellas, que se conviertan en la estrella a la que se parecen, y que sean unas ganadoras, en dos minutos.

Hizo una nueva pausa, que sirvió para que el nerviosismo aumentara a la par con la emoción; unos momentos después, la llamativa mujer volvió a hablar.

—Bien, espero que estén preparadas, porque es un momento muy importante para ustedes; piensen que esta es la audición para entrar al programa. ¿Alguien quiere empezar?

Charlene salió disparada del grupo antes que Verónica pudiera terminar la pregunta, y taconeando a toda velocidad se puso por delante de las demás.

—¡Yo! Yo, estoy lista.

Después que la productora le diera el vamos, la chica se sacudió ligeramente el cabello y se preparó para hacer la primera representación de su vida; de inmediato recordó los desfiles de Victorias mientras cantaba Ariana, y se imaginó a sí misma como una de esas chicas perfectas, de piernas largas y mirada afilada, con alas grandes de múltiples colores, teniendo el mundo a sus pies. Pensó que la mujer en la mesa era el público, la cámara, sus admiradores, y en un punto atrás de todos, aquellas personas que alguna vez la habían menospreciado de alguna forma, encabezados por el engreído de su hermano.
Caminando al frente contorneando las caderas como Beyonce, sonriendo amigable como Ariana, ahora un giro rápido, casi un salto, como Selena, se dijo que era la dueña del escenario, que en ese momento sólo importaba ella, y en el futuro todos recordarían su primer paso en ese programa.

—Tiempo.

Cuando se dio cuenta, los dos minutos se habían esfumado, y ella no alcanzó a empezar su presentación. Se quedó un instante de pie, mirando a la mujer que la contemplaba sin darse cuenta de lo que pasaba, o disimulando muy bien; después de lo que se le antojó un tiempo muy largo, se obligó a recomponer la expresión, sonrió e hizo una reverencia, agradeciendo la oportunidad.

—La siguiente, por favor.

Nubia no pudo sacar los ojos de la chica rubia cuando ella volteó y caminó de regreso al grupo. Parecía tan segura e indiferente a las miradas burlescas de varias de las otras que sin mucho disimulo se sonreían por su atropellada presentación, pero algo le decía que no estaba tan tranquila, que sólo era una pantalla para evitar que las burlas fueran mayores. La siguiente en pasar fue una de las cuatro mejores de la selección inicial, y demostró que había motivos para ello desde el primer momento: caminó con prestancia, como si estuviera en una pasarela, se plantó a media distancia entre el fondo de la sala y la mesa en donde estaba la cámara, y se presentó como si estuviera saludando a alguien que conociera, y en vez de hablar de ella, recordó un par de escenas de películas, también como si se las estuviese contando a un conocido. Desde donde las demás estaban no era posible ver su rostro, pero todas podían ver su desenvuelta actitud corporal en cada movimiento, dueña de una confianza plena. Lisandra vio con sorpresa que la mujer en el pequeño escritorio no demostraba ningún cambio de expresión entre ver a una chica u a otra, y se mostraba interesada en todas por igual ¿Qué tanta importancia tendría la opinión de ella en comparación con la grabación que estaban haciendo?
Mientras esto sucedía, en una sala posterior, Kevin Haim miraba todo lo que estaba pasando en la gran pantalla de plasma, que captaba el interior del salón a través de una cámara secundaria, oculta en el techo del lugar. Sentada a su lado, su brazo derecho, Sandra, observaba todo con ojo clínico.

—Se ven bien.
—Hay material para trabajar —comentó ella.
—De todos modos, tengo algunas objeciones con algunas —Indicó él, meneando la cabeza—; Alma es demasiado perfecta, y hay dos que no entiendo por qué quedaron.

Kevin y Sandra trabajaban juntos desde hacía tiempo, y la relación tenía establecidas reglas implícitas: él era quien tomaba las decisiones, ella quien explicaba los procedimientos, y al final, él quien maquinaba todo.

—Necesitamos una chica perfecta como Alma.
—Pero ella no tiene defectos —Objetó él—, dentro de un año estará en la portada de la revista Casos, no nos sirve aquí.
—Calma, ya pensé en eso: si sale nominada para eliminación la segunda semana, todas se volverán locas.

Kevin lo sopesó un momento.

—Supongo que sí —dijo al fin.
—Dijiste que hay dos que no entiendes por qué las seleccioné.
—Sí —replicó él, desplazando la vista de un punto a otro de la pantalla—. La morena de cabello largo.
—Valentina.
—Sí —reflexionó un momento más—, hay algo extraño con ella, está ocultando algo. Y esa rubia de corte melena, no le veo utilidad; está bien, entiendo que es carne de cañón, que la vas a mostrar sufriendo hasta que explote, pero la chica que se parece a Demi es mucho más apropiada para ese papel. Tener a dos víctimas que lucen tan parecidas puede ser contraproducente.
—Tranquilo, esa es la parte que más te gustará de esto: una de ellas es un lobo con piel de oveja, sólo que todavía no lo sabe.

Kevin volteó por primera vez hacia ella: la mujer mostraba una confianza plena en sus palabras.

—Eso podría ser de utilidad.
—Lo sé, por eso dejé a ambas. Imagina cuando una de ellas, Nubia o Lisandra, muestre su verdadera cara ante todos, será magnífico.
—Los niveles de audiencia subirán —comentó él, con una sonrisa torcida, que reservaba solo para momentos de confianza—, y seguramente en las redes se formarán equipos. Sí, lo apruebo, pinta bastante bien.

Sandra estaba segura de que sería un gran suceso dentro del programa, y desde luego, un mérito que él le compensaría llegado el momento. Volteó hacia el fondo de la sala y habló con tono más autoritario.

—¿Están tomando nota?

En un escritorio pequeño había cuatro personas, jóvenes todos, en medio de una marea de cuadernos de notas y lápices. Uno de ellos levantó la vista nerviosamente y respondió asintiendo repetidas veces.

—Cada detalle, podemos presentar un pre guion a las doce.
—Bien, lo espero a esa hora.

Kevin ladeó la cabeza, adoptando una expresión sarcástica en su rostro.

—Ellas no sospechan que tenemos todo planeado para este programa.
—Pero tenemos que estar atentos por los imprevistos.
—Así es —replicó, frunciendo el ceño—. Sandra, que todo esté preparado.

2


Vicenta Menares había llegado a las instalaciones de la productora a las nueve de la mañana, y fue recibida por Gael, un chico de 20 años quien era su asistente personal; acostumbrado al vertiginoso ritmo de trabajo de la mujer, el desaliñado joven recibió la cartera y el abrigo largo de sus manos tan pronto ella entró.

—Buenos días Vicenta.
—No entiendo por qué es tan difícil confirmar una cita.
—¿Qué?

Ella soltó una risilla cristalina.

—Estás un poco lento hoy.
—La referencia del día, sí, ya entendí —replicó él, sonriendo—, creo que me hace falta café.
—¿Ya llegaron?
—Yo mismo no puedo creerlo, pero llegaron todas, la más retrasada cinco minutos antes de la hora en que fueron citadas.

La mujer hizo una mueca.

—Responsables. Esto me huele mal, porque ya sabes cómo funciona la ley de compensaciones, cuando son todas responsables, al menos habrá una tonta y tres sin talento. ¿Cómo luzco?
—Como una pantera.

Esa jornada, ella llevaba vaqueros con botas de tacón alto, una camisa negra ajustada y el cabello tomado en una cola alta que hacía resaltar sus rizos al caminar.

—Es justo lo que esperaba lograr. Ahora dame la libreta con los nombres de estos esperpentos, tengo que empezar a sufrir. ¿A qué hora terminan de hacer el ridículo frente a la cámara de Verónica?
—Probablemente unos minutos antes de las diez.
—Estupendo —La mujer se sacudió el cabello—. Iré a tomar mi desayuno especial y revisar un poco los datos de las chicas, avísame cuando estén listas para empezar con ellas.

Más tarde, la mujer fue hasta el salón en donde todas esperaban tras la experiencia frente a la cámara, y sin sonreír, entró haciendo eco con el sonido de sus tacones.

—Me alegra saber que no tengo que empezar regañándolas por el horario —dijo a modo de saludo—. Las veo bien, durmieron bastante, parece. Vamos a empezar por lo más importante de todo: mi nombre es Vicenta, soy maestra de actitud y a partir de hoy, soy la diosa de este lugar durante el tiempo que dure mi clase.

Lisandra quedó impresionada otra vez al verla y escucharla; de alguna manera, Vicenta conseguía que la atención se volcara sobre ella, como si resultara imposible quitarle los ojos de encima. Sin hablar muy fuerte, sonaba como una autoridad, sin haber dicho aún algo relevante, lograba que todas supieran que cada una de sus palabras debía ser tomada en cuenta; con ese antecedente era imposible preguntarse por qué era la maestra de actitud.

—Tengo poco tiempo para conseguir que el público las vea cuando estén sobre un escenario; apuesto que les han dicho al menos una vez en la vida “la cámara te ama”

Dejó la frase en el aire para que hiciera efecto; cuando volvió a hablar, su voz estaba cargada de condescendencia.

—Lamento decirles que todo eso es una mentira; puede que se vean bien en una foto, pero eso no es ni de lejos que la cámara las ame. Cuando la cámara te ama, no tienes que estar en el centro de la imagen para conseguir que te vean, y estoy segura de que las princesas de cuento que están aquí siempre salen solas en sus fotos.

Valeria había sacado muchas fotos con su nueva apariencia; más de cuarenta y ocho horas después, seguía maravillada con los cambios que había experimentado, y aunque eso le otorgaba seguridad, tuvo que admitir que el comentario de las fotos tenía mucho de verdad.

—La mayoría de las mujeres compiten entre ellas —comentó con una sonrisa malévola—. Otras como yo, sabemos que eso es absurdo; yo me hago notar, aunque esté rodeada de reinas de belleza.
Ahora voy a hacer la primera prueba de hoy: tienen cinco minutos para hacer una tarjeta de felicitación con los implementos que hay en la caja que el precioso de Gael está trayendo ahora mismo.

La instrucción dejó a todas las chicas sorprendidas. El asistente llegó con una gran caja de cartón en las manos, de la que sobresalían cintas y distintos objetos de colores llamativos.

—¿Y bien?

Vicenta había iniciado el cronómetro en su celular dorado, y el tiempo ya estaba avanzando; Charlene se abalanzó sobre la caja junto a las demás, y por un momento se sintió en la escuela, ante los pliegos de goma de espuma, los crayones y la brillantina en pequeños envases transparentes.

—Disculpa, permiso.

Lisandra había reaccionado muy tarde, y apenas podía meter una mano entre el grupo de mujeres que forcejeaban por los artículos y se empujaban con el cuerpo, aparentando que no lo hacían, igual como en las rebajas de las tiendas por departamento.

—Oh, casi lo olvido —dijo Vicenta, con tono inocente—: las tarjetas deben tener al menos cinco elementos diferentes en ellas.

Esa nueva instrucción aumentó los niveles de excitación en el grupo, y todas se volcaron otra vez a tratar de conseguir los elementos que les pudieran servir. Vicenta se sentó en la silla que Gael había traído para ella y lo miró de reojo, hablando en voz baja.

—Voy a tener mucho trabajo aquí.

El resto de los cinco minutos pasó muy rápido, y terminado el tiempo, la pelirroja avisó a todas que el plazo se había cumplido y debían formarse en un semi círculo de frente a ella.

—Si esto fuera una prueba de eliminación —Explicó mirándolas con las cejas levantadas—, todas ustedes se tendrían que ir a casa de inmediato, y de eso no hay duda.

Los nervios de todas estaban en un estado más sensible que antes de comenzar la inesperada prueba, y la maestra lo sabía.

—Pero ¿qué tiene que ver esto con estar en un programa de talento?

Ante la pregunta de una de las chicas, la maestra tuvo la oportunidad perfecta para seguir con su parlamento.

—Querida, si no puedes ver la verdadera intención de esta prueba estás perdida; pero para tu suerte, puedo ver en la cara de todas las demás que tampoco tienen la menor idea de lo que está sucediendo. Siéntense.

Hubo un instante de confusión, mientras todas buscaban sillas en alguna parte que no veían; ahogando una risa, la mujer les señaló el suelo.

—En el piso, santas señoritas.

Charlene ya la odiaba; se comportaba como si fuera la dueña del programa ¡Y era solo una maestra! Ni siquiera era conocida como en algunos programas que había visto, en donde una actriz o cantante de trayectoria se hacía cargo de compartir sus conocimientos.

—Voy a explicar esto en simple —dijo Vicenta una vez que todas consiguieron sentarse—: la actitud no tiene que ver con el escenario; es una forma de pararse ante la vida, un método para enfrentar cualquier desafío y seguir siempre digna, agradable, elegante, distinta y perfecta. Ya se los dije antes, esa tontería de que la cámara las ama es lo mismo que comer un pastelillo, tiene muy buen sabor, pero en realidad no sirve de nada.

Se dio una pausa para caminar hacia la caja llena de útiles de manualidades y la señaló con sus brillantes unas rojas.

—En esta caja, cada elemento estaba repetido más de treinta veces. Ustedes podrían haber analizado eso un miserable segundo. ¿Pero para qué? ¿Para qué pensar que una caja de un metro y veinte de alto podría contener materiales más que suficientes? Eso es para esas tontas y feas nerds de la secundaria, yo voy a estar en televisión, pensar no es para mí.

Lisandra sintió que se le subían los colores a la cara ¿Por qué no había hecho una conexión tan sencilla como esa?

—Entonces, mírense, ustedes vienen aquí a las nueve de la mañana un martes, con tacones, con escotes y minifaldas, incluso hay una con esas medias de malla que no se usan de día, y tienen problemas para hacer algo tan sencillo como sentarse en el suelo, ni hablar de hacer eso —señaló vagamente las tarjetas—, que es algo que hacían en primaria, y tampoco pueden hacerlo bien.

Metió la mano en la caja y sacó de ella un puñado de objetos, sin mirarlos; luego caminó hacia la silla, se sentó con garbo, y en unos cuantos segundos usó como base una de las tarjetas de cartón blanco, y sobre ella puso goma, brillantina, una pluma artificial, más goma, y con los dedos recortó un trozo de espuma, que puso al interior. Hizo un cómico gesto de echar aire con la mano para que el adhesivo se secara, y tras una pausa enseñó el resultado de su trabajo a todas; Márgara  se sintió auténticamente sorprendida, y no pudo evitar comparar el resultado con su trabajo y el de las otras: la tarjeta tenía una cara similar a la de un emoji, con una pluma con brillantina como adorno, un ojo cerrado, el otro de lentejuela, y el resto del polvo brillante era una especie de beso volador que atravesaba la tarjeta hasta el otro extremo. El conjunto estaba tan bien armonizado en colores y formas que los obvios defectos de corte en la espuma que formaba la cara pasaban a un segundo plano; lucía como una tarjeta artística hecha con técnica libre, y en definitiva se veía mejor que cualquiera de las hechas por las chicas.

—¿Alguien quiere comentar algo?
—Es muy bonita —comentó Nubia, sorprendida—. No se me habría ocurrido hacer algo así antes, estoy muy impresionada.
—Y yo estoy impresionada de que tú seas la única que demostró algo de respeto —replicó la maestra, con una sonrisa amable—. Me habría gustado tener aquí una cámara para poder mostrarles el espectáculo lamentable que formaron, empujándose como gatas, casi creí que en cualquier momento iban a empezar a arañarse y jalarse el cabello ¿Dije yo que esto era una competencia donde iba a haber una ganadora?

Valeria se había dicho que iba a estar pendiente de cada detalle para sacar provecho de ello, pero al momento de escuchar las palabras de Vicenta se dio cuenta de que había actuado sin pensar, dando por hecho muchas cosas sin nada en lo que apoyarse.

—Ustedes están aquí para aprender, pero tengo que decir algo —La mirada fulminante de sus ojos adelantó lo que pensaba—: fui yo quien aprendió algo, aprendí en menos de diez minutos que todas ustedes tienen la cabeza llena de luces, pero poco más. Nubia es la única en veinticuatro que tuvo un gesto de actitud, pero ni creas que eso basta.

Se puso de pie e hizo un gesto para que ellas también lo hicieran.

—Estoy segura de que alguna ya me odia, pero les voy a dar un consejo: empiecen a amarme, y así tal vez puedan aprender, aunque sea por imitación. Ahora quítense los tacones, si no tienen actitud, no los merecen.



3


Mientras tanto, Sandra estaba comparando informes con Verónica.

—Las viste en persona, dame tu opinión.
—Todas tienen alguna clase de potencial —Declaró la otra mujer—, ahora si me estás preguntando si van a aguantar en este mundo, eso es más difícil de saber; yo diría que unas cinco no van a sobrevivir más allá del programa y que una de ellas fallará en todo lo que se proponga.

Sandra se puso de pie con la libreta de notas en las manos. No se esperaba eso ¿Había cometido un error de juicio al escoger a esa chica? No necesitaba una que fuera a fallar en todo, necesitaba que todas fueran vulnerables y débiles, pero que pudieran tener éxito al menos en una cosa.

—¿Y crees que esa que va a fallar es...?
—Ella —Verónica señaló sin dudar una de las fotos en la imagen impresa—. Vamos, Sandra, trabajamos hace quince años, sabes que tengo ojo clínico para estas cosas.

Sí, lo sabía. Verónica era una de las personas más confiables a la hora de evaluar las capacidades de alguien, y en cierto modo la propia Sandra tenía temor ante la posibilidad de que no funcionara como esperaba.

—Entonces dices que no dará resultado —Preguntó tras una pausa.
—Con suerte y mucha ayuda puede durar un tiempo en pantalla, pero no demasiado ¿Por qué te importa? La mayoría de ellas son descartables.

Sandra trató un momento en responder; al final, cuando estallara el confeti y las luces brillaran, no serían las participantes ni el público quienes decidieran a la elegida. Y esta vez, esa decisión final tampoco la tomaría Kevin; por una vez, sería ella quien decidiera el último paso.

—Era una apuesta personal.
—Espero que no arriesgues mucho —dijo Verónica.
—No hay problema con eso —replicó, animándose—. En todo caso, no importa, si no es ella, será otra.


Próximo capítulo: Luces, cámara y mucho trabajo

Contracorazón Capítulo 04: Tomar una decisión




El lunes siguiente a su fallida reunión con compañeros de trabajo, Rafael se había olvidado del incidente ocurrido, o al menos lo tenía en un lugar secundario, hasta que estaba a un par de cuadras de su punto de llegada; de pronto lo recordó, y se preguntó si es que su fingido malestar habría sido lo suficientemente creíble, o escucharía las preguntas típicas en este tipo de situaciones. Pero más allá de sus cuestionamientos al respecto, estaba claro que algo había cambiado para él; inicialmente se preguntó si quizás era que él estaba exagerando, y después de pensarlo, decidió que no era así. De acuerdo, el hecho que presenció no era de una importancia crucial, pero ¿No era eso el principio de todo? Si se naturaliza un acto de violencia por ser pequeño, después resulta muy sencillo ir desplazando esa escala de valores más y más, para conseguir sentirse bien a pesar de las acciones. Pensó en su madre, y en ese espíritu fuerte y determinado que siempre la había definido en su actuar; ella le contó que la relación con su padre no había sido sencilla en un inicio, pues él tenía arraigados comportamientos que lo hacían cometer acciones impropias sin darse cuenta. Pero fue gracias a la tenacidad de ella y al interés de él por cambiar, que con el tiempo las cosas mejoraron, al punto que él mismo aprendió a vivir en paz con las personas que tenían cualquier tipo de diferencia con él e inculcarle eso a sus hijos; de no ser por eso, no habría aceptado que su hijo fuera homosexual o que su hija fuera a vivir con el novio antes de casarse.
Tomó la decisión de mantener el mismo perfil laboral que antes, e ignorar el sentimiento de rechazo que le causaban sus con pañeros en pro de una buena convivencia al momento de realizar sus labores; al llegar a la tienda, poco antes de las diez de la mañana, se encontró con algo que no esperaba: Un nuevo encargado estaba ahí desde antes que ellos, y una vez que todos estuvieron dentro, les habló con serena frialdad.

—Buenos días a todos; mi nombre es Daniel Diaz, y seré encargado de esta tienda hasta que asuma un nuevo cargo contratado por la empresa.
— ¿Qué sucedió con Bernardo? – preguntó una de las chicas.
—Fue trasladado a otras funciones.

El tono en que lo dijo dejaba muy en claro que no iba a dar más detalles al respecto; se trataba de un hombre de poco más de cincuenta años, de rasgos duros y expresión severa, que se expresaba con claridad y educación, pero solo lo mínimo de cordialidad para no resultar grosero.

—Bien, ahora quiero aclarar algunos puntos; todos han sido informados de la oportunidad de postular al cargo de encargado de tienda, y esto es válido para todas las personas que cumplan con los requisitos mencionados en el documento adjunto al correo que recibieron. El plazo para completar el formulario y enviarlo es hasta mañana, y la empresa espera poder contar con su participación para ello; damas, caballeros, espero que al menos un nuevo encargado de tienda pueda salir de entre ustedes. Por ahora eso es todo, ya es casi la hora de abrir la tienda y atender a nuestro público; una cosa más, se me ha pedido revisar las evaluaciones individuales de cada uno de ustedes, por lo que es posible que los llame en algún momento de la jornada.

Lo último que dijo cambió el ánimo de todos; en general, las revisiones de evaluaciones eran un indicador de algún cambio, que podía ser un traslado a otra tienda, algo que por contrato era posible de realizar. A pesar de ser lunes, la tienda recibió mucho público, por lo que Rafael no tuvo oportunidad de alternar con sus compañeros de trabajo, aunque a primera vista, todo parecía ir como siempre; poco antes del almuerzo, el nuevo encargado llamó a Ángel y estuvo hablando con él por largo rato, suficiente como para que los demás empezaran a susurrar todo tipo de conjeturas al respecto.

—Voy al entrepiso –avisó en un momento que quedó desocupado— ¿Alguien necesita algo?
—Sí –replicó Sara—, pilas recargables triple A, el pack de audífonos de la oferta del día, y un poco de los topes aislantes.
— ¿Los C29?
—No, los 32. Gracias –la chica le sonrió.
—Por nada.

La zona de atención de público estaba en el primer piso, con la puerta hacia la calle, pero la tienda tenía dos niveles más: una bodega en el subterráneo, en donde se guardaba el grueso de la mercancía para vender, y un entrepiso, denominado así por ellos, que era una suerte de segundo piso dentro de la primera planta, en donde se almacenaban los productos que tenían una venta más rápida, y las ofertas temporales. Preparó una caja con lo que necesitaba más lo que le habían pedido, y bajó, a tiempo para escuchar a Ángel hablando con otros.

— ¿Entonces vas a postular al cargo?
—Por supuesto — replicó el hombre, sin disimular la confianza que sentía en sí mismo—, lo estuve pensando, y eso es lo que quiero hacer. Además, este lugar necesita que lo dirija un hombre.

La última parte la dijo dedicándole una significativa mirada, que Rafael no devolvió con gesto alguno, porque en un principio se tardó demasiado en comprender la expresión en su rostro. Por suerte Romina habló y evitó que alguien más notara su actitud.

—O mujer.
—Sí, por supuesto –concedió el corpulento hombre, con su habitual cordialidad—, no voy a ser yo quien empiece una discusión por la igualdad de género; al fin y al cabo, este mundo fue creado para hombres y mujeres, nada más.

Sus últimas palabras tuvieron que diluirse debido a la llegada de más gente, y Rafael se ocupó en dejar los suministros en los gabinetes correspondientes mientras eso sucedía.
Lo sabía. De alguna forma, Ángel lo sabía, y resultaba evidente que se trataba de una noticia que no le agradaba en absoluto; no había usado expresiones concretas y seguro no lo haría, pues su fama de risueño y liviano de carácter se lo impediría, pero para él era claro el mensaje que le transmitió, como coronación para su sorpresiva decisión de postular al cargo, después de haber dicho con claridad que no era algo que quisiera hacer.
La larga reunión con el nuevo jefe.
Se sintió ridículo haciendo conjeturas detectivescas acerca de esos hechos, pero lo cierto es que el asunto daba para pensar ¿Era a causa de su supuesto malestar estomacal?  ¿Una clase de broma? No, conocía lo suficiente a Ángel como para poder diferenciar entre una broma y una actitud seria, además él no poseía el tacto necesario como para hacer humor tan fino; eso lo llevaba a que la decisión de postular al cargo estaba relacionada con la conversación con el jefe, y de alguna manera con el mensaje encriptado que le envió momentos antes. Mientras atendía a una pareja de ancianos que no podían decidir qué color de ampolletas led comprar, intentó ordenar los hechos y la información que tenía en su poder: si le causaba algún tipo de molestia lo que había descubierto de Rafael, decir algo abiertamente ofensivo en su contra no serviría para sus propósitos, porque el buen ambiente laboral era considerado a la hora de realizar una promoción ¿Entonces qué era lo que pretendía? Deslizó en el mesón una caja de ampolletas de otro diseño, para aumentar el tiempo de decisión de la pareja, y darse espacio para pensar sin llamar la atención; el tema de la censura a otras orientaciones sexuales, razas, religiones o etnias, había surgido de forma muy escasa en las conversaciones del trabajo, y casi siempre a través de bromas o chistes, pero eso no servía para proyectar una actitud definitiva. La forma en que lo había mirado, con esa clásica expresión de “yo soy un hombre, tú no” sí definía su comportamiento, y esto podía incidir en sus acciones ¿Tanto como para postular al cargo de jefe de tienda para evitar que él accediera? A pesar de lo dicho por el nuevo jefe, de manera extraoficial todos sabían que esos procesos se iniciaban para escoger al encargado de la o las tiendas que carecieran de uno, y el correo de las brujas no le había traído información al respecto en otra. Esa era la única tienda en la que necesitaban un nuevo jefe.
Parecía totalmente absurdo que Ángel decidiera postular a un cargo solo por eso, pero si lo pensaba bien, en la vida sucedían cosas más sorprendentes por los motivos más insólitos. Lo más inquietante es que no sabía cómo había llegado a dominar ese tipo de información, y no podía hacer ninguna pregunta al respecto, acaso fuera un cazabobos. Tendría que esperar.

2


Por la noche, tras un agitado día de trabajo, completó el formulario con los datos requeridos y lo envió; de forma automática recibió un mensaje de confirmación, pero a pesar de que eso era lo que quería, tanto por la mejora en el salario como por el modo en que eso influiría en sus proyectos, no pudo dejar de sentirse incómodo, casi como si se tratara de un sentimiento de anticipación. ¿Todo eso eran ideas suyas, o de verdad alguien a quien hasta hace poco consideró un amigo del trabajo se había convertido en una especie de enemigo?

—Esto es ridículo.

Apagó el ordenador y encendió el televisor; no era lógico tener que estar perdiendo tiempo en todas esas conjeturas, y mucho menos sentirse bajo una especie de amenaza dentro de su trabajo, sin tener culpa ni forma de comprobar si esas inquietudes tenían fundamento. Magdalena le diría que lo más sano era hablar de ello de forma pública, pero eso a él le parecía absurdo; no tenía nada que “confesar” ni contarle a nadie, era un asunto privado que a su juicio no les correspondía a sus compañeros de trabajo o personas a quienes conocía de forma casual, y actuar de forma contraria a sus pensamientos no estaba en sus planes. Quizás en otra época, en donde la integración de los distintos modos de vivir fuera completa y real, y no ese modo hipócrita de “aceptar” una persona pero reírse de ella o atacarla a la primera oportunidad que era moneda corriente en esos tiempos, incluso no tendría que decir nada al respecto.
Papá siempre le dijo que era demasiado idealista, que esperaba de la vida cosas que no iban a suceder, y tenía razón; odiaba la idea de conformarse con algo como una forma fácil de escapar de una situación que pudiese ser adversa, porque en su interior sentía que eso era traicionarse a sí mismo. Fue hasta la ventana de la sala, que conducía al pequeño balcón, pero percibió movimiento en el piso de arriba, al frente, y se acercó con cuidado, hasta poder mirar con discreción sin correr la cortina; vio a Martín en el balcón de su departamento, apoyado en el borde, mirando a la nada mientras hablaba en voz baja por teléfono. Rafael notó con gran interés que estaba a torso desnudo, y aunque el ángulo y la distancia no eran los mejores, pudo ver su figura y comprobar que, en efecto, en el aspecto físico no le era indiferente: su piel era clara, a diferencia de la suya, y parecía tener un muy buen estado físico, ya que notaba en la semi oscuridad de la noche varios músculos bastante marcados, no tanto como alguien que hace pesas, pero sí para un hombre que hacía actividad física con frecuencia. Después de unos momentos, notó que había algo que llamaba mucho más su atención, y no era por su cuerpo, sino por la expresión de su rostro mientras escuchaba la voz a través del celular; lucía tan concentrado, tan dentro de un espacio de tranquilidad, que se sintió mal de estarlo observando, como si de algún modo ese acto casual e inocente de espionaje fuera una intromisión en un espacio al que no tenía derecho. Martín estaba hablando con alguien que llenaba todo su tiempo y espacio, y ese era un lugar propio, donde él no tenía que estar. Se devolvió a la sala, preguntándose con quién hablaría con esa intensidad, y se dijo que seguramente era una novia, o un novio, o alguien con quien estaba comenzando algo, parque en esas primeras etapas de coqueteo y conquista era donde los sentimientos estaban más a flor de piel.

3


El inicio del miércoles fue caótico, ya que por primera vez en mucho tiempo olvidó programar la alarma del móvil, y se quedó profundamente dormido hasta las nueve cuarenta de la mañana; cuando despertó, saltó de la cama para meterse a la ducha, maldiciendo por no haber descargado en el móvil una aplicación de taxis a pedido. Estaba entrando a la ducha cuando escuchó el tono de llamada de la tienda, y se debatió un momento entre contestar o no; al final corrió de vuelta al cuarto y respondió, procurando sonar natural.

—Hola.
—Rafael, buenos días –saludó el jefe provisional de la tienda—, necesito comunicarle algo.

¿Comunicar? Rafael estuvo a punto de decir que estaba prácticamente llegando, pero la expresión se le antojó muy extraña y optó por esperar.

—Lo escucho.
—Hice algunas modificaciones en el horario, y lo necesito aquí mañana, así que podría cambiar su día de descanso para hoy; tengo entendido que usted vive muy cerca y pienso que no está en camino todavía.

Rafael casi soltó una carcajada: estaba desnudo en la mitad de su cuarto, con el móvil en una mano y una toalla en la otra. De todos modos, el hombre al otro lado de la conexión no hablaba como si estuviera haciendo una pregunta.

—En realidad estaba saliendo para allá, pero si es necesario hacer el cambio, de momento no tengo inconveniente.
—Fantástico –replicó el hombre, aunque sin un ápice de entusiasmo en la voz—, entonces lo dejo, buenos días.
—Buenos días.

Dejó el móvil en la cama y se puso unos pantalones cortos y una sudadera; entonces tenía la jornada libre, al menos eso le serviría para recobrar la respiración y poder tomar desayuno, ya que estaba hambriento. Los cambios de horario en la tienda eran ocasionales, y en cierto modo debió esperar que este nuevo jefe hiciera algunas modificaciones, pero no dejaba de ser una sorpresa que lo hiciera de ese modo. Fue al refrigerador y se sirvió un poco de jugo, caminando por la sala de forma despreocupada, pensando en cómo aprovechar ese día de la mejor manera; cuando llegó al balcón y se apoyó en el borde, quedó mirando a la nada durante unos instantes, hasta que una voz llamó su atención.

—Vecino.

Miró hacia el edificio contiguo al suyo, y elevó la mirada hasta el cuarto piso.

—Vecino –repitió Martín, con una sonrisa— ¿Le puedo pedir una taza de azúcar?

Estaba despeinado y tenía una evidente cara de sueño. Rafael se dijo que quizás no había sido tan malo ese cambio de planes.

— ¿Necesitas azúcar?
—No, era sólo un saludo.
— ¿Cómo estás? –preguntó Rafael, devolviendo la sonrisa.
—Con sueño, me levanté recién.
—También yo.
— ¿Día de descanso? –el trigueño estiró los brazos mientras hablaba, para desperezarse.
—Sí, un poco sorpresivo.
— ¿Y cómo es eso? Espera –se interrumpió—, si recién te levantaste ¿Por qué no te vienes para acá y me acompañas? Tengo un pastel de hoja con dulce de leche y café en polvo, soy mejor opción que cualquier cafetería cara de por aquí.

La oferta se le antojó irresistible, y no encontró motivo para decirle que no; por un momento pensó en cambiarse para ir hasta su departamento, pero a último momento decidió quedarse como estaba. Así parecería por completo informal y no que estuviera escogiendo una tenida para una invitación que era del todo casual; se preguntó si estaría oxidado ¿acaso no estaría notando que Martín estaba coqueteando con él? Su actitud en todo momento parecía solo de alguien amistoso, no veía ningún indicio, como una mirada o actitud corporal que le indicara que eso estaba sucediendo, y no pensaba poner en riesgo la buena voluntad nacida entre ambos intentando averiguar si estaba en lo cierto o no. Sin embargo, esos pensamientos no evitaron que se mirara al espejo antes de salir, para comprobar que al menos estuviera presentable.
Minutos después llegó al departamento de Martín, quien llevaba un atuendo bastante similar al suyo, aunque en su caso era un pantalón corto y remera, que tenía un curioso dibujo que no supo interpretar.

—No sabía qué traer, así que traje café.

Entró con un frasco de café granulado en las manos; el departamento lucía casi igual a aquella jornada en que lo ayudó a ordenar, excepto por un cojín puf muy grande, de un encendido color verde, que estaba en frente del televisor en la zona correspondiente a la sala. Ambos departamentos eran casi iguales en configuración.

— ¿Es alguna clase de indirecta, tienes un problema con mi café en polvo?
—No, ninguna –replicó, encogiéndose de hombros–, sólo era como muestra de cordialidad por la invitación.

Entraron en la cocina, que al igual que la sala era casi idéntica a la de su departamento, excepto porque en el rincón había una mesa alta con espacio para dos sillas; había pan en una cesta, tazones que no hacían juego y algunas cosas más.

—No revisé antes de hablar, así que no hay mucha variedad; hay queso, pasta de pollo y crema tártara.
—Es más de lo que yo tengo habitualmente en mi casa –replicó Rafael, sentándose—, así que por mí está perfecto.
— ¿Y cómo era eso de que es sorpresivo tener día de descanso?
—Es porque mi jefe me llamó de improviso para decirme que me cambiaba el día de mañana a hoy.
— ¿Y puede hacerlo?

Por la mente de Rafael pasó fugazmente la idea de decir que aunque no pudiera, el resultado era bueno, porque eso lo había llevado hasta ahí, pero tan pronto como tuvo la idea, la desechó.

—Sí, es parte de las condiciones en las que trabajamos. Pero no me molesta, de todos modos me había quedado dormido; dijiste que te habías quedado hasta tarde ¿Alguna película?
—Estaba terminando de ver una serie de acción tan mala que era imposible dejar de verla. Se llama “Balas muertas” y es de un hombre que matan a su esposa y luego busca venganza, algo nunca visto en la historia de la humanidad.

Tenía razón en lo que estaba diciendo; hubo un momento de silencio mientras servían el café y el pan, y Rafael decidió hablar de algo que aún no tenía respuesta.

—La idea parece bastante repetida. ¿Te importa si te hago una pregunta?
—Para nada, dilo.
—Hace unos días cuando nos conocimos, en el centro comercial –comentó, como si nada.
—Cuando hice el acto de patinaje y me comí la máquina de refrescos –apuntó mordaz.
—Si, ese día; sé que va a sonar un poco tonto, pero me quedé con una duda. Estábamos en un baño de hombres —sonrió al recordar la expresión que usó su hermana—, es zona de hombres, pero no quisiste quitarte el pantalón para secarlo. Está bien, tal vez no es lo más cómodo, pero quedar en calzoncillos no es tan terrible.

Martín lo apuntó con un trozo de pan que tenía un exceso de pasta de pollo en él.

—Ese es precisamente el punto.
—No entiendo.
—Que no traía calzoncillos –explicó, riéndose—, esa mañana fue un caos en muchos sentidos, y entre todo lo que me pasó, cuando tenía que ir al trabajo, salí corriendo de la ducha y me vestí casi corriendo a la puerta, ni siquiera me di cuenta hasta que iba por las escaleras, y bueno, tú sabes que se nota la diferencia.

Ambos empezaron a reír. Entonces era eso, se trataba de algo tan sencillo como un olvido y salir de forma apresurada, cosa que pudo pasarle a él mismo esa mañana; de todos modos, ya superada esa incógnita, resultaba en una buena coincidencia que eso los llevara a conocerse.

—Entonces era por eso, ahora entiendo. ¿Y cómo va el asunto de la búsqueda de trabajo?
—Hasta ahora no he encontrado nada —replicó Martín, más serio—, pero sigo tranquilo.
— ¿No había posibilidad de seguir en el restaurante?
—Lo que ocurre es que este empleo era por dos meses, por que salieron de vacaciones los dos anfitriones oficiales del lugar; además, yo soy analista de datos, no tengo nada que hacer en un restaurante. De todos modos la dueña habló conmigo y me dijo que contara con sus recomendaciones, y que si sabía de algún dato que pudiera serme de utilidad me lo diría, y le creo, es una persona grandiosa en verdad.

Si antes, que pensaba que su rubro era la comida, no tenía idea de qué recomendarle, al saber que era analista de datos sus nociones eran aún más vagas; pero Mariano, el futuro esposo de su hermana trabajaba en el departamento de finanzas de una empresa, quizás él pudiera saber algo al respecto. Aunque eso significaba tener que pasar por Magdalena y aguantar sus comentarios acerca del interés en ayudar al anfitrión.
Martín sirvió dos trozos generosos de un pastel de mil hojas relleno y cubierto con dulce de leche, que se veía muy apetitoso.

—Me lo dio el pastelero del restaurante –explicó mientras servía—. Había quedado porque nos hicieron un pedido y se arrepintieron, así que la jefa del restaurante puso varios en oferta y el pastelero nos regaló.
—Está muy bueno –comentó Rafael.
—Sí, buenísimo. Y cuéntame en qué trabajas.

Rafael le comentó sobre su trabajo en la tienda de electrónica, y sin darse cuenta se encontró contándole sobre la oportunidad de acceder a un cargo superior; solo en ese momento notó que llevaba mucho rato hablando.

—Lo siento, estoy dando demasiados detalles y te voy a aburrir.
—Para nada —Martín negó con la cabeza—, no me aburre en absoluto; me decías que un amigo tuyo del trabajo decidió postular a última hora ¿No es así?

Rafael había omitido la parte de la historia en donde sospechaba de los verdaderos motivos de ese suceso.

—Sí, y tiene más antigüedad que yo en la empresa, eso significa que podrían darle preferencia.
—Eso no es bueno. ¿No eres de los que hacen lobby con los jefes?
—No me resulta —replicó el moreno—; no resulto creíble intentando convencer a alguien de algo de esa forma.
— ¿Y qué crees que pase?

Llamó su atención que Martín demostrara interés en lo que le estaba contando, pero al mismo tiempo, se sorprendió de descubrir que, incluso con la serie de teorías que se le habían pasado por la mente, no había hecho una proyección. Hasta el momento sólo sabía que su supuesto amigo del trabajo había decidido de forma abrupta presentarse como postulante al cargo de jefe de tienda, mandando mensajes en segunda línea y sin ningún motivo aparente.
O tal vez sí lo tenía.
De pronto unió todos los cabos, y descubrió que todo eso había tenido lugar el lunes, es decir, después de la jornada de descanso, y que fue durante ese día que se encontró con su ex, quien por cierto lo había abrazado de forma muy efusiva al saludarlo. Al interior de una galería que se encontraba a poca distancia del edificio donde estaba la tienda de electrónica, y a una hora que coincidía demasiado bien con el momento en que todos fueron evacuados por el amago de incendio. ¿Y la guinda de la torta? Que en el subterráneo de esta galería había un café que era objeto de visita frecuente por parte de Ángel.
¿Entonces así había sucedido? ¿Lo había visto saludarse de una forma afectuosa con otro hombre y eso le hizo sacar todas las conclusiones? Sonaba un poco exagerado, pero era lo único que tenía sentido, y le permitía considerar la situación desde un punto de vista más amplio.

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Reaccionó, y vio la expresión divertida de Martín, y se dio cuenta del rato que llevaba haciendo conjeturas.

—Disculpa, me quedé pensando en algo.
—Parece que era importante.
—En realidad no –reaccionó y decidió cambiar de tema–. Sólo pensaba en esas cosas raras como las coincidencias de la vida.

Martín recogió la loza y la llevó al fregadero mientras hablaban.

—Ah, pensamientos profundos.
—No tanto, sólo se me pasó por la mente; no lo sé –decidió arriesgarse a decirlo—, por ejemplo, nosotros nos conocimos por accidente; si ese día le hubiera dicho a mi hermana que no quería salir con ella, no nos habríamos visto.

Se acercó al fregadero para ayudar, pero Martín lo detuvo con un gesto.

—No, siéntate, eres invitado, yo me encargo. Y es cierto –reflexionó—, no se me había pasado por la mente. Pero es una afortunada coincidencia.

Le dedicó una amistosa aunque fugaz, y volteó para lavar la loza.
¿Había sido solo un gesto de buena crianza, o significaba algo más? Rafael se sintió incapaz de descifrarlo, pero se dijo que no podía estar haciendo hipótesis ante cada gesto o palabra de Martín, principalmente porque él mismo se había dicho que iba a privilegiar la amistad en vez de estar tratando de encontrar otro tipo de sentimiento. Sin embargo, debía encontrar una forma elegante de dilucidar esa incógnita, al menos para saber en qué territorio estaba pisando.


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