Contracorazón Capítulo 04: Tomar una decisión




El lunes siguiente a su fallida reunión con compañeros de trabajo, Rafael se había olvidado del incidente ocurrido, o al menos lo tenía en un lugar secundario, hasta que estaba a un par de cuadras de su punto de llegada; de pronto lo recordó, y se preguntó si es que su fingido malestar habría sido lo suficientemente creíble, o escucharía las preguntas típicas en este tipo de situaciones. Pero más allá de sus cuestionamientos al respecto, estaba claro que algo había cambiado para él; inicialmente se preguntó si quizás era que él estaba exagerando, y después de pensarlo, decidió que no era así. De acuerdo, el hecho que presenció no era de una importancia crucial, pero ¿No era eso el principio de todo? Si se naturaliza un acto de violencia por ser pequeño, después resulta muy sencillo ir desplazando esa escala de valores más y más, para conseguir sentirse bien a pesar de las acciones. Pensó en su madre, y en ese espíritu fuerte y determinado que siempre la había definido en su actuar; ella le contó que la relación con su padre no había sido sencilla en un inicio, pues él tenía arraigados comportamientos que lo hacían cometer acciones impropias sin darse cuenta. Pero fue gracias a la tenacidad de ella y al interés de él por cambiar, que con el tiempo las cosas mejoraron, al punto que él mismo aprendió a vivir en paz con las personas que tenían cualquier tipo de diferencia con él e inculcarle eso a sus hijos; de no ser por eso, no habría aceptado que su hijo fuera homosexual o que su hija fuera a vivir con el novio antes de casarse.
Tomó la decisión de mantener el mismo perfil laboral que antes, e ignorar el sentimiento de rechazo que le causaban sus con pañeros en pro de una buena convivencia al momento de realizar sus labores; al llegar a la tienda, poco antes de las diez de la mañana, se encontró con algo que no esperaba: Un nuevo encargado estaba ahí desde antes que ellos, y una vez que todos estuvieron dentro, les habló con serena frialdad.

—Buenos días a todos; mi nombre es Daniel Diaz, y seré encargado de esta tienda hasta que asuma un nuevo cargo contratado por la empresa.
— ¿Qué sucedió con Bernardo? – preguntó una de las chicas.
—Fue trasladado a otras funciones.

El tono en que lo dijo dejaba muy en claro que no iba a dar más detalles al respecto; se trataba de un hombre de poco más de cincuenta años, de rasgos duros y expresión severa, que se expresaba con claridad y educación, pero solo lo mínimo de cordialidad para no resultar grosero.

—Bien, ahora quiero aclarar algunos puntos; todos han sido informados de la oportunidad de postular al cargo de encargado de tienda, y esto es válido para todas las personas que cumplan con los requisitos mencionados en el documento adjunto al correo que recibieron. El plazo para completar el formulario y enviarlo es hasta mañana, y la empresa espera poder contar con su participación para ello; damas, caballeros, espero que al menos un nuevo encargado de tienda pueda salir de entre ustedes. Por ahora eso es todo, ya es casi la hora de abrir la tienda y atender a nuestro público; una cosa más, se me ha pedido revisar las evaluaciones individuales de cada uno de ustedes, por lo que es posible que los llame en algún momento de la jornada.

Lo último que dijo cambió el ánimo de todos; en general, las revisiones de evaluaciones eran un indicador de algún cambio, que podía ser un traslado a otra tienda, algo que por contrato era posible de realizar. A pesar de ser lunes, la tienda recibió mucho público, por lo que Rafael no tuvo oportunidad de alternar con sus compañeros de trabajo, aunque a primera vista, todo parecía ir como siempre; poco antes del almuerzo, el nuevo encargado llamó a Ángel y estuvo hablando con él por largo rato, suficiente como para que los demás empezaran a susurrar todo tipo de conjeturas al respecto.

—Voy al entrepiso –avisó en un momento que quedó desocupado— ¿Alguien necesita algo?
—Sí –replicó Sara—, pilas recargables triple A, el pack de audífonos de la oferta del día, y un poco de los topes aislantes.
— ¿Los C29?
—No, los 32. Gracias –la chica le sonrió.
—Por nada.

La zona de atención de público estaba en el primer piso, con la puerta hacia la calle, pero la tienda tenía dos niveles más: una bodega en el subterráneo, en donde se guardaba el grueso de la mercancía para vender, y un entrepiso, denominado así por ellos, que era una suerte de segundo piso dentro de la primera planta, en donde se almacenaban los productos que tenían una venta más rápida, y las ofertas temporales. Preparó una caja con lo que necesitaba más lo que le habían pedido, y bajó, a tiempo para escuchar a Ángel hablando con otros.

— ¿Entonces vas a postular al cargo?
—Por supuesto — replicó el hombre, sin disimular la confianza que sentía en sí mismo—, lo estuve pensando, y eso es lo que quiero hacer. Además, este lugar necesita que lo dirija un hombre.

La última parte la dijo dedicándole una significativa mirada, que Rafael no devolvió con gesto alguno, porque en un principio se tardó demasiado en comprender la expresión en su rostro. Por suerte Romina habló y evitó que alguien más notara su actitud.

—O mujer.
—Sí, por supuesto –concedió el corpulento hombre, con su habitual cordialidad—, no voy a ser yo quien empiece una discusión por la igualdad de género; al fin y al cabo, este mundo fue creado para hombres y mujeres, nada más.

Sus últimas palabras tuvieron que diluirse debido a la llegada de más gente, y Rafael se ocupó en dejar los suministros en los gabinetes correspondientes mientras eso sucedía.
Lo sabía. De alguna forma, Ángel lo sabía, y resultaba evidente que se trataba de una noticia que no le agradaba en absoluto; no había usado expresiones concretas y seguro no lo haría, pues su fama de risueño y liviano de carácter se lo impediría, pero para él era claro el mensaje que le transmitió, como coronación para su sorpresiva decisión de postular al cargo, después de haber dicho con claridad que no era algo que quisiera hacer.
La larga reunión con el nuevo jefe.
Se sintió ridículo haciendo conjeturas detectivescas acerca de esos hechos, pero lo cierto es que el asunto daba para pensar ¿Era a causa de su supuesto malestar estomacal?  ¿Una clase de broma? No, conocía lo suficiente a Ángel como para poder diferenciar entre una broma y una actitud seria, además él no poseía el tacto necesario como para hacer humor tan fino; eso lo llevaba a que la decisión de postular al cargo estaba relacionada con la conversación con el jefe, y de alguna manera con el mensaje encriptado que le envió momentos antes. Mientras atendía a una pareja de ancianos que no podían decidir qué color de ampolletas led comprar, intentó ordenar los hechos y la información que tenía en su poder: si le causaba algún tipo de molestia lo que había descubierto de Rafael, decir algo abiertamente ofensivo en su contra no serviría para sus propósitos, porque el buen ambiente laboral era considerado a la hora de realizar una promoción ¿Entonces qué era lo que pretendía? Deslizó en el mesón una caja de ampolletas de otro diseño, para aumentar el tiempo de decisión de la pareja, y darse espacio para pensar sin llamar la atención; el tema de la censura a otras orientaciones sexuales, razas, religiones o etnias, había surgido de forma muy escasa en las conversaciones del trabajo, y casi siempre a través de bromas o chistes, pero eso no servía para proyectar una actitud definitiva. La forma en que lo había mirado, con esa clásica expresión de “yo soy un hombre, tú no” sí definía su comportamiento, y esto podía incidir en sus acciones ¿Tanto como para postular al cargo de jefe de tienda para evitar que él accediera? A pesar de lo dicho por el nuevo jefe, de manera extraoficial todos sabían que esos procesos se iniciaban para escoger al encargado de la o las tiendas que carecieran de uno, y el correo de las brujas no le había traído información al respecto en otra. Esa era la única tienda en la que necesitaban un nuevo jefe.
Parecía totalmente absurdo que Ángel decidiera postular a un cargo solo por eso, pero si lo pensaba bien, en la vida sucedían cosas más sorprendentes por los motivos más insólitos. Lo más inquietante es que no sabía cómo había llegado a dominar ese tipo de información, y no podía hacer ninguna pregunta al respecto, acaso fuera un cazabobos. Tendría que esperar.

2


Por la noche, tras un agitado día de trabajo, completó el formulario con los datos requeridos y lo envió; de forma automática recibió un mensaje de confirmación, pero a pesar de que eso era lo que quería, tanto por la mejora en el salario como por el modo en que eso influiría en sus proyectos, no pudo dejar de sentirse incómodo, casi como si se tratara de un sentimiento de anticipación. ¿Todo eso eran ideas suyas, o de verdad alguien a quien hasta hace poco consideró un amigo del trabajo se había convertido en una especie de enemigo?

—Esto es ridículo.

Apagó el ordenador y encendió el televisor; no era lógico tener que estar perdiendo tiempo en todas esas conjeturas, y mucho menos sentirse bajo una especie de amenaza dentro de su trabajo, sin tener culpa ni forma de comprobar si esas inquietudes tenían fundamento. Magdalena le diría que lo más sano era hablar de ello de forma pública, pero eso a él le parecía absurdo; no tenía nada que “confesar” ni contarle a nadie, era un asunto privado que a su juicio no les correspondía a sus compañeros de trabajo o personas a quienes conocía de forma casual, y actuar de forma contraria a sus pensamientos no estaba en sus planes. Quizás en otra época, en donde la integración de los distintos modos de vivir fuera completa y real, y no ese modo hipócrita de “aceptar” una persona pero reírse de ella o atacarla a la primera oportunidad que era moneda corriente en esos tiempos, incluso no tendría que decir nada al respecto.
Papá siempre le dijo que era demasiado idealista, que esperaba de la vida cosas que no iban a suceder, y tenía razón; odiaba la idea de conformarse con algo como una forma fácil de escapar de una situación que pudiese ser adversa, porque en su interior sentía que eso era traicionarse a sí mismo. Fue hasta la ventana de la sala, que conducía al pequeño balcón, pero percibió movimiento en el piso de arriba, al frente, y se acercó con cuidado, hasta poder mirar con discreción sin correr la cortina; vio a Martín en el balcón de su departamento, apoyado en el borde, mirando a la nada mientras hablaba en voz baja por teléfono. Rafael notó con gran interés que estaba a torso desnudo, y aunque el ángulo y la distancia no eran los mejores, pudo ver su figura y comprobar que, en efecto, en el aspecto físico no le era indiferente: su piel era clara, a diferencia de la suya, y parecía tener un muy buen estado físico, ya que notaba en la semi oscuridad de la noche varios músculos bastante marcados, no tanto como alguien que hace pesas, pero sí para un hombre que hacía actividad física con frecuencia. Después de unos momentos, notó que había algo que llamaba mucho más su atención, y no era por su cuerpo, sino por la expresión de su rostro mientras escuchaba la voz a través del celular; lucía tan concentrado, tan dentro de un espacio de tranquilidad, que se sintió mal de estarlo observando, como si de algún modo ese acto casual e inocente de espionaje fuera una intromisión en un espacio al que no tenía derecho. Martín estaba hablando con alguien que llenaba todo su tiempo y espacio, y ese era un lugar propio, donde él no tenía que estar. Se devolvió a la sala, preguntándose con quién hablaría con esa intensidad, y se dijo que seguramente era una novia, o un novio, o alguien con quien estaba comenzando algo, parque en esas primeras etapas de coqueteo y conquista era donde los sentimientos estaban más a flor de piel.

3


El inicio del miércoles fue caótico, ya que por primera vez en mucho tiempo olvidó programar la alarma del móvil, y se quedó profundamente dormido hasta las nueve cuarenta de la mañana; cuando despertó, saltó de la cama para meterse a la ducha, maldiciendo por no haber descargado en el móvil una aplicación de taxis a pedido. Estaba entrando a la ducha cuando escuchó el tono de llamada de la tienda, y se debatió un momento entre contestar o no; al final corrió de vuelta al cuarto y respondió, procurando sonar natural.

—Hola.
—Rafael, buenos días –saludó el jefe provisional de la tienda—, necesito comunicarle algo.

¿Comunicar? Rafael estuvo a punto de decir que estaba prácticamente llegando, pero la expresión se le antojó muy extraña y optó por esperar.

—Lo escucho.
—Hice algunas modificaciones en el horario, y lo necesito aquí mañana, así que podría cambiar su día de descanso para hoy; tengo entendido que usted vive muy cerca y pienso que no está en camino todavía.

Rafael casi soltó una carcajada: estaba desnudo en la mitad de su cuarto, con el móvil en una mano y una toalla en la otra. De todos modos, el hombre al otro lado de la conexión no hablaba como si estuviera haciendo una pregunta.

—En realidad estaba saliendo para allá, pero si es necesario hacer el cambio, de momento no tengo inconveniente.
—Fantástico –replicó el hombre, aunque sin un ápice de entusiasmo en la voz—, entonces lo dejo, buenos días.
—Buenos días.

Dejó el móvil en la cama y se puso unos pantalones cortos y una sudadera; entonces tenía la jornada libre, al menos eso le serviría para recobrar la respiración y poder tomar desayuno, ya que estaba hambriento. Los cambios de horario en la tienda eran ocasionales, y en cierto modo debió esperar que este nuevo jefe hiciera algunas modificaciones, pero no dejaba de ser una sorpresa que lo hiciera de ese modo. Fue al refrigerador y se sirvió un poco de jugo, caminando por la sala de forma despreocupada, pensando en cómo aprovechar ese día de la mejor manera; cuando llegó al balcón y se apoyó en el borde, quedó mirando a la nada durante unos instantes, hasta que una voz llamó su atención.

—Vecino.

Miró hacia el edificio contiguo al suyo, y elevó la mirada hasta el cuarto piso.

—Vecino –repitió Martín, con una sonrisa— ¿Le puedo pedir una taza de azúcar?

Estaba despeinado y tenía una evidente cara de sueño. Rafael se dijo que quizás no había sido tan malo ese cambio de planes.

— ¿Necesitas azúcar?
—No, era sólo un saludo.
— ¿Cómo estás? –preguntó Rafael, devolviendo la sonrisa.
—Con sueño, me levanté recién.
—También yo.
— ¿Día de descanso? –el trigueño estiró los brazos mientras hablaba, para desperezarse.
—Sí, un poco sorpresivo.
— ¿Y cómo es eso? Espera –se interrumpió—, si recién te levantaste ¿Por qué no te vienes para acá y me acompañas? Tengo un pastel de hoja con dulce de leche y café en polvo, soy mejor opción que cualquier cafetería cara de por aquí.

La oferta se le antojó irresistible, y no encontró motivo para decirle que no; por un momento pensó en cambiarse para ir hasta su departamento, pero a último momento decidió quedarse como estaba. Así parecería por completo informal y no que estuviera escogiendo una tenida para una invitación que era del todo casual; se preguntó si estaría oxidado ¿acaso no estaría notando que Martín estaba coqueteando con él? Su actitud en todo momento parecía solo de alguien amistoso, no veía ningún indicio, como una mirada o actitud corporal que le indicara que eso estaba sucediendo, y no pensaba poner en riesgo la buena voluntad nacida entre ambos intentando averiguar si estaba en lo cierto o no. Sin embargo, esos pensamientos no evitaron que se mirara al espejo antes de salir, para comprobar que al menos estuviera presentable.
Minutos después llegó al departamento de Martín, quien llevaba un atuendo bastante similar al suyo, aunque en su caso era un pantalón corto y remera, que tenía un curioso dibujo que no supo interpretar.

—No sabía qué traer, así que traje café.

Entró con un frasco de café granulado en las manos; el departamento lucía casi igual a aquella jornada en que lo ayudó a ordenar, excepto por un cojín puf muy grande, de un encendido color verde, que estaba en frente del televisor en la zona correspondiente a la sala. Ambos departamentos eran casi iguales en configuración.

— ¿Es alguna clase de indirecta, tienes un problema con mi café en polvo?
—No, ninguna –replicó, encogiéndose de hombros–, sólo era como muestra de cordialidad por la invitación.

Entraron en la cocina, que al igual que la sala era casi idéntica a la de su departamento, excepto porque en el rincón había una mesa alta con espacio para dos sillas; había pan en una cesta, tazones que no hacían juego y algunas cosas más.

—No revisé antes de hablar, así que no hay mucha variedad; hay queso, pasta de pollo y crema tártara.
—Es más de lo que yo tengo habitualmente en mi casa –replicó Rafael, sentándose—, así que por mí está perfecto.
— ¿Y cómo era eso de que es sorpresivo tener día de descanso?
—Es porque mi jefe me llamó de improviso para decirme que me cambiaba el día de mañana a hoy.
— ¿Y puede hacerlo?

Por la mente de Rafael pasó fugazmente la idea de decir que aunque no pudiera, el resultado era bueno, porque eso lo había llevado hasta ahí, pero tan pronto como tuvo la idea, la desechó.

—Sí, es parte de las condiciones en las que trabajamos. Pero no me molesta, de todos modos me había quedado dormido; dijiste que te habías quedado hasta tarde ¿Alguna película?
—Estaba terminando de ver una serie de acción tan mala que era imposible dejar de verla. Se llama “Balas muertas” y es de un hombre que matan a su esposa y luego busca venganza, algo nunca visto en la historia de la humanidad.

Tenía razón en lo que estaba diciendo; hubo un momento de silencio mientras servían el café y el pan, y Rafael decidió hablar de algo que aún no tenía respuesta.

—La idea parece bastante repetida. ¿Te importa si te hago una pregunta?
—Para nada, dilo.
—Hace unos días cuando nos conocimos, en el centro comercial –comentó, como si nada.
—Cuando hice el acto de patinaje y me comí la máquina de refrescos –apuntó mordaz.
—Si, ese día; sé que va a sonar un poco tonto, pero me quedé con una duda. Estábamos en un baño de hombres —sonrió al recordar la expresión que usó su hermana—, es zona de hombres, pero no quisiste quitarte el pantalón para secarlo. Está bien, tal vez no es lo más cómodo, pero quedar en calzoncillos no es tan terrible.

Martín lo apuntó con un trozo de pan que tenía un exceso de pasta de pollo en él.

—Ese es precisamente el punto.
—No entiendo.
—Que no traía calzoncillos –explicó, riéndose—, esa mañana fue un caos en muchos sentidos, y entre todo lo que me pasó, cuando tenía que ir al trabajo, salí corriendo de la ducha y me vestí casi corriendo a la puerta, ni siquiera me di cuenta hasta que iba por las escaleras, y bueno, tú sabes que se nota la diferencia.

Ambos empezaron a reír. Entonces era eso, se trataba de algo tan sencillo como un olvido y salir de forma apresurada, cosa que pudo pasarle a él mismo esa mañana; de todos modos, ya superada esa incógnita, resultaba en una buena coincidencia que eso los llevara a conocerse.

—Entonces era por eso, ahora entiendo. ¿Y cómo va el asunto de la búsqueda de trabajo?
—Hasta ahora no he encontrado nada —replicó Martín, más serio—, pero sigo tranquilo.
— ¿No había posibilidad de seguir en el restaurante?
—Lo que ocurre es que este empleo era por dos meses, por que salieron de vacaciones los dos anfitriones oficiales del lugar; además, yo soy analista de datos, no tengo nada que hacer en un restaurante. De todos modos la dueña habló conmigo y me dijo que contara con sus recomendaciones, y que si sabía de algún dato que pudiera serme de utilidad me lo diría, y le creo, es una persona grandiosa en verdad.

Si antes, que pensaba que su rubro era la comida, no tenía idea de qué recomendarle, al saber que era analista de datos sus nociones eran aún más vagas; pero Mariano, el futuro esposo de su hermana trabajaba en el departamento de finanzas de una empresa, quizás él pudiera saber algo al respecto. Aunque eso significaba tener que pasar por Magdalena y aguantar sus comentarios acerca del interés en ayudar al anfitrión.
Martín sirvió dos trozos generosos de un pastel de mil hojas relleno y cubierto con dulce de leche, que se veía muy apetitoso.

—Me lo dio el pastelero del restaurante –explicó mientras servía—. Había quedado porque nos hicieron un pedido y se arrepintieron, así que la jefa del restaurante puso varios en oferta y el pastelero nos regaló.
—Está muy bueno –comentó Rafael.
—Sí, buenísimo. Y cuéntame en qué trabajas.

Rafael le comentó sobre su trabajo en la tienda de electrónica, y sin darse cuenta se encontró contándole sobre la oportunidad de acceder a un cargo superior; solo en ese momento notó que llevaba mucho rato hablando.

—Lo siento, estoy dando demasiados detalles y te voy a aburrir.
—Para nada —Martín negó con la cabeza—, no me aburre en absoluto; me decías que un amigo tuyo del trabajo decidió postular a última hora ¿No es así?

Rafael había omitido la parte de la historia en donde sospechaba de los verdaderos motivos de ese suceso.

—Sí, y tiene más antigüedad que yo en la empresa, eso significa que podrían darle preferencia.
—Eso no es bueno. ¿No eres de los que hacen lobby con los jefes?
—No me resulta —replicó el moreno—; no resulto creíble intentando convencer a alguien de algo de esa forma.
— ¿Y qué crees que pase?

Llamó su atención que Martín demostrara interés en lo que le estaba contando, pero al mismo tiempo, se sorprendió de descubrir que, incluso con la serie de teorías que se le habían pasado por la mente, no había hecho una proyección. Hasta el momento sólo sabía que su supuesto amigo del trabajo había decidido de forma abrupta presentarse como postulante al cargo de jefe de tienda, mandando mensajes en segunda línea y sin ningún motivo aparente.
O tal vez sí lo tenía.
De pronto unió todos los cabos, y descubrió que todo eso había tenido lugar el lunes, es decir, después de la jornada de descanso, y que fue durante ese día que se encontró con su ex, quien por cierto lo había abrazado de forma muy efusiva al saludarlo. Al interior de una galería que se encontraba a poca distancia del edificio donde estaba la tienda de electrónica, y a una hora que coincidía demasiado bien con el momento en que todos fueron evacuados por el amago de incendio. ¿Y la guinda de la torta? Que en el subterráneo de esta galería había un café que era objeto de visita frecuente por parte de Ángel.
¿Entonces así había sucedido? ¿Lo había visto saludarse de una forma afectuosa con otro hombre y eso le hizo sacar todas las conclusiones? Sonaba un poco exagerado, pero era lo único que tenía sentido, y le permitía considerar la situación desde un punto de vista más amplio.

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Reaccionó, y vio la expresión divertida de Martín, y se dio cuenta del rato que llevaba haciendo conjeturas.

—Disculpa, me quedé pensando en algo.
—Parece que era importante.
—En realidad no –reaccionó y decidió cambiar de tema–. Sólo pensaba en esas cosas raras como las coincidencias de la vida.

Martín recogió la loza y la llevó al fregadero mientras hablaban.

—Ah, pensamientos profundos.
—No tanto, sólo se me pasó por la mente; no lo sé –decidió arriesgarse a decirlo—, por ejemplo, nosotros nos conocimos por accidente; si ese día le hubiera dicho a mi hermana que no quería salir con ella, no nos habríamos visto.

Se acercó al fregadero para ayudar, pero Martín lo detuvo con un gesto.

—No, siéntate, eres invitado, yo me encargo. Y es cierto –reflexionó—, no se me había pasado por la mente. Pero es una afortunada coincidencia.

Le dedicó una amistosa aunque fugaz, y volteó para lavar la loza.
¿Había sido solo un gesto de buena crianza, o significaba algo más? Rafael se sintió incapaz de descifrarlo, pero se dijo que no podía estar haciendo hipótesis ante cada gesto o palabra de Martín, principalmente porque él mismo se había dicho que iba a privilegiar la amistad en vez de estar tratando de encontrar otro tipo de sentimiento. Sin embargo, debía encontrar una forma elegante de dilucidar esa incógnita, al menos para saber en qué territorio estaba pisando.


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La traición de Adán Capítulo 4: Mariposas



¿Sabes para qué vuelan las mariposas?

Cuando Micaela escuchó el aviso por altavoz de que el viaje del barco había terminado, no se movió del cómodo camarote que la había albergado la mayor parte del tiempo durante el viaje. Aún tenía tiempo para holgazanear un rato más, antes de tomar el equipaje y llegar a puerto.
Se trataba de una mujer de 26 años, de figura espléndida por su estatura cercana al metro setenta y cinco y su cuerpo fuerte y vigoroso; tenía brazos largos, piernas fuertes por el nado y la bicicleta, y toda su estructura demostraba que era una joven saludable, incluso cuando no hubiera hecho nada de ejercicio mientras duraba el viaje de regreso al país.
Un viaje de placer.
Sin embargo, la joven no había hecho ese viaje por placer. Ni el anterior. Micaela estaba huyendo, y aunque le molestara, ella misma debía reconocérselo. Llevaba ocho meses escapando, desde esa tarde horrible cuando su vida había sido arruinada ¿O ella misma la había arruinado al fijarse en esa persona, al amar a esa persona?
Daba lo mismo.
Algunos minutos después, se levantó de la cama y dio uno ducha rápida; haber dormido mucho, mientras desperdiciaba su tiempo a bordo de un transporte que demoró innecesariamente su retorno, no había hecho una gran mejoría con su aspecto, y seguía viéndose desaliñada y cansada.
Era una mañana cálida cuando llegó a puerto, cargando un morral al hombro y tirando de una maleta; ocho meses de huir, ocho meses de simular que se había ido al extranjero a cambiar el aire y trabajar, y de engañarse a sí misma, porque por mucho que de verdad estuviera trabajando, en realidad lo que hacía era huir. Y lo que más rabia le daba era que escapaba porque le dolía, porque a estas alturas la traición y el amor eran lo mismo, venían de la misma persona, y ante eso no tenía defensa.
No habría regresado de poder evitarlo, pero las vueltas del destino la habían obligado a comprar un boleto y embarcarse, porque la última empresa para la que trabajó, quebró, y la matriz se encontraba en el país, de modo que resultaba necesario ingresar y hacer todo el papeleo para rescatar sus honorarios a la antigua, visitando oficinas y hablando con personas que tenían documentos impresos, algo completamente fuera de la sencilla modernidad de enviar un correo electrónico o validar una firma digitalmente; dentro de todo, podía decir que tenía suerte, porque no tuvo que abandonar un trabajo para venir a cobrar el dinero de otro, y además, a lo sumo tomaría tres días hacer todo, para poder volver a marcharse.
Daba lo mismo.
Como no era alentador estar de regreso en el país, tomó un crucero para tratar de engañarse y creer que se relajaría y llegaría con ánimos, al menos de no deprimirse; el servicio era de primera, y la fauna humana a bordo estaba tan interesada en pasarla en grande, que no había riesgo de algún entrometido intentando ser amistoso con ella.
Tenía un bronceado saludable y había descansado.
No había resultado como lo esperaba, pero esa mentalidad depresiva no era efectiva, quizás se había desatado en ella porque estaba en un estado diferente al habitual, con demasiado tiempo libre; a lo largo de esos ocho meses, siempre había estado trabajando, y esa presión constante le impedía dedicar demasiado tiempo a cualquier otra cosa, sometiéndola a una suerte de embotamiento que hacía que la adrenalina funcionara en lugar de los sentimientos; ahora no servía de nada quejarse, o pensar que sería mucho mejor haber llegado en avión después de algunas horas de dormir o ver una película tonta, porque meditar demasiado en eso la haría empeorar. Así que Micaela decidió tener todo finiquitado ese mismo día, ir directamente al banco, solucionar los problemas, dejar resuelto todo el asunto de los honorarios, las firmas y lo que fuera necesario hacer, para no tener que volver, y tomar el primer avión que encontrara de regreso a Europa.
Fue entonces cuando, de pie junto a un semáforo, esperando cruzar, la vio. Inocente, frágil, pero poderosa por su delicadeza y hermosura, una mariposa de considerable tamaño, reposando sobre una hoja, ajena a lo que pasaba por la mente de la joven en esos momentos. No era igual, pero sí muy parecida a una de las que aparecían en esa pintura que nunca olvidaría, esa que de algún modo ejemplificaba todo lo que le había pasado después. Y la pregunta volvió a aparecer en su mente, tal como si la escuchara en esos momentos, la pregunta que definió tantas dudas.
¿Sabes para qué vuelan las mariposas?
Ella había tenido una mariposa, una tan hermosa y frágil como no lo creyó posible, y en su momento pensó que estaría para siempre, pero al final la traición fue la respuesta a la pregunta, y los hechos la habían arruinado.
Pilar Basaure, su mariposa, ese ser tan frágil que resultó ser un engaño ¿En qué parte de la historia se había trastocado en alguien así?
Pensar en Pilar seguía haciéndole mal, principalmente porque aunque eso la hiciera retorcerse de rabia, la amaba. La amaba y la odiaba por hacerle lo que le hizo; engañar, para algo tan bajo como apropiarse de un dinero que no le pertenecía, y peor aún, comportarse como si todo se tratara de un error, intentando pasar por alto las pruebas en su contra. Había estado con ella, viviendo una relación feliz, mientras al mismo tiempo, planeaba un robo, como si se tratara de una simple transacción comercial que le dejaría importantes créditos; de una sola vez, la decepcionó a ella, y a su madre, quien la sacó de su vida casi más rápido que la propia Micaela. Y ella no podía olvidar esa jornada, los documentos que la delataban, y cómo el mundo que imaginó a su lado se desmoronaba por completo; tenían que haber sido felices, dentro de su pequeño universo, pero después de saber que ella era capaz de actuar de ese modo en contra de su propia madre, y al mismo tiempo sin importarle su relación de pareja, la felicidad ya no era posible, y ese llanto y excusas nunca pudieron contrarrestar el abrumador peso de la verdad.

 Al menos tenía la opción de sufrir en paz, sin que nadie más que una imagen fantasmal la perturbara, porque sabía que Pilar no estaba en el país, pues ella también había huido hacía ocho meses atrás, cuando quizás por remordimientos había tomado sus cosas para salir, y nunca volver. Esa había sido la última noticia que había tenido de ella.
Micaela subió al taxi abrazando el morral que siempre cargaba consigo, con la vista perdida en el horizonte, sin mirar nada más que su pasado, donde de un día para otro la felicidad se había convertido en dolor; tenía que solucionar sus problemas financieros, y ya que estaba en un sitio tan decisivo, podía aprovechar la oportunidad y hacerse cargo de algo más. Ya no iba a huir. Volvería, no a ver a Pilar, pero si volvería, a los lugares que las vieron, volvería a los recuerdos y al sufrimiento, y conseguiría extirpársela de una vez por todas. Micaela se juró a sí misma, esa mañana, que ya no seguiría más escapando, se sacaría a esa mujer del recuerdo, y con fuerza se juró que el odio la llevaría a destruir el sentimiento, hasta que llegara un punto en que solo quedara vacío. Después podría empezar de nuevo.

2


Mientras tanto, en la capital, Pilar entraba en la habitación donde su madre seguía bajo seguimiento estricto, y se sentó junto a la camilla, bajo la blanca y cálida luz del lugar.

– ¿Mamá?

Lo dijo en un tono de voz muy bajito, casi hablando consigo misma, casi por costumbre de cuando era pequeña y quería entrar al taller de su madre, y ella la reprendía por interrumpir su concentración. “Pilar, por favor, estoy trabajando, ahora no” era una de las oraciones que más marcadas habían quedado en su memoria. La noticia la había golpeado, principalmente porque aún sabiendo del paso de los años, seguía viendo a su madre como la mujer fuerte, temperamental y de voluntad inalterable que siempre había visto, la artista que tanta gente admiraba en los exposiciones o entrevistas, pero de la que pocos tenían conocimiento real, cuando de su casa o de su amado taller se cerraban las puertas.
Carmen Basaure era un roble, una araucaria, un ser demasiado poderoso como para ser vulnerable o perder el control de su vida; demasiado fuerte como para estar en riesgo de morir.

— ¿Cómo pasó esto?

Y sin embargo, ahí estaba, conectada a un respirador artificial, sin saber del mundo a su alrededor, o percatarse de las máquinas que vigilaban su pulso cardíaco; el doctor había sido muy gentil, y trató de maquillar el diagnóstico, aunque a fin de cuentas, lo que trataba de decir era que la artista estaría en ese estado durante un tiempo, a menos que reaccionara de forma favorable antes, y pudiera recuperarse con prontitud, lo que de momento dejaba todo en manos de la incertidumbre.
La única persona que tenía como familia era ella, alguien demasiado cobarde y débil como para hacerse cargo del algo así, o de la galería de arte, o de decisiones difíciles. De modo inconsciente, cuando estaba ahí sola en frente de su madre gravemente afectada, Pilar pensó en quién podía necesitar en ese instante, y la imagen de Micaela apareció frente a ella, haciendo que las lágrimas brotaran de sus ojos, sin poder contenerlas. ¿Cómo tendría fuerzas para enfrentar una desgracia como esa, cuando ni siquiera podía recordar a Micaela sin llorar?
Estaba sola, pero no como cuando había llegado al país y pensaba visitar la galería y ver la alegría de su madre, aunque sin ser vista, ahora estaba sola frente a lo desconocido, y sabiendo que no tenía más opción que seguir aunque no lo quisiera; incluso sabiendo que su madre no la quería ahí, ni ocho meses atrás, ni nunca.

Fuera de la habitación, Adán descansaba sentado con los brazos cruzados, con la apariencia perfecta y lozana de siempre, aunque interiormente estaba preocupado por lo que estaba sucediendo. ¿Por qué la hija de Carmen tenía que llegar al país justo en ese momento?
Cuando tomó la decisión de contactarla, esperaba encontrarse con algún tipo de resistencia, o que en un panorama ideal, ella no contestara, o simplemente le dijera que no podía regresar al país; contando con eso en su favor, podría deshacerse de ese asunto en vez de tener otro más en la lista. Pero, ella contestó, y cuando él le explicó lo que estaba sucediendo, ella le dijo, para su sorpresa, que acababa de llegar al país para un asunto urgente, y que, desde luego, estaba muy preocupada por su madre, de modo que iría de inmediato al sitio en donde estaban cuidando de ella. No sólo fue algo inesperado, sino que incorporaba un nuevo elemento de descontrol a un mapa que ya era muy complejo; al verla en persona, se encontró con una mujer de apariencia frágil, y que se mostraba muy nerviosa y angustiada por la situación que estaba ocurriendo, incluso con los ojos llorosos y un temblor en todo el cuerpo. Se dijo que para estar separada de su madre y haber sido borrada del presente de Carmen, parecía estar demasiado involucrada, demasiado preocupada por el destino que pudiera correr su progenitora; hizo todo lo posible por mostrarse gentil y al mismo tiempo, como un brazo fuerte en quien confiar, pero la chica no parecía ocupada de nada que no fuera exclusivamente el estado de su madre, de modo que no le quedó alternativa más que dejarla en la habitación con ella, y confiar en que era posible mantener el control de todo. En ese momento, Izurieta respondió su mensaje, llamándolo por teléfono.

— ¿Está contigo?
—Estoy fuera de la habitación —respondió con prisa, en voz baja—, ella está con Carmen ahora.

El abogado soltó un bufido.

—Es una coincidencia muy desafortunada.
—Lucía muy angustiada —comentó con fingido desconcierto.
—Supongo que piensa que tiene motivos para estarlo –reflexionó el hombre, de un modo misterioso— ¿Le dijiste que habías hablado conmigo?
—Sólo le hablé de lo de Carmen.
—Bien, hiciste lo correcto; de momento, no hay nada que se pueda hacer, sólo esperar. Infórmame de cualquier cosa que suceda ¿De acuerdo?

Adán finalizó la llamada, y se quedó pensando en lo que estaba ocurriendo; definitivamente había algo oculto entre Carmen y su hija, alguna clase de historia que era demasiado importante como para dejarla pasar. Quizás la mejor oportunidad de descubrir qué era lo que ocurría, estaba en el momento en que la chica saliera de ese cuarto, probablemente más nerviosa que antes.


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