No vayas a casa Capítulo 30: No te sueltes



Algo no estaba funcionando bien. En un principio creyó que se trataba del efecto inicial, pero luego de determinado tiempo, no estaba seguro, y comenzaba a preocuparse.
Por supuesto que se trataba de algo sorpresivo, y esperó tener ciertas complicaciones al respecto; el plan original consistía en disponer de un espacio, en que nadie los interrumpiera, esa misma noche en el cuarto quizá, y hacer el mismo cambio que unas horas antes realizó con Vicente ¡Lo que podría lograr a partir de ahí era inimaginable! Cuando entró en la casa, vio que la mujer estaba alterada, y le pareció lógico por el tiempo que Vicente llevaba ausente, pero a poco andar comprendió que algo no estaba bien. ¿Por qué lo miraba de esa manera, que había de diferente en ese cuerpo? No se trataba sólo de las heridas, había algo más, como un tono de alarma en sus ojos, algo que no lograba identificar.
Y entonces ocurrió lo inesperado, y ella reaccionó como un animal rabioso, lanzándose contra él para atacarlo, para dañarlo ¿Qué clase de persona se atrevía a hacer algo como eso? Ella no era así, había visto a través de los ojos de Vicente que aunque era de carácter fuerte, no sería capaz de intentar dañar a alguien Y sin embargo, lo atacó de forma directa, dominada por una fuerza muy superior y que lo sorprendió. En ese momento comprendió que los planes tendrían que cambiar, y que era imprescindible apropiarse del pequeño antes que ella lo arruinara todo. Pero era él quien estaba en control de sí mismo, quien sabía lo que en realidad estaba pasando, y además tenía la fuerza necesaria para adelantarse los hechos. Hizo todo lo posible por librarse de ella, pero la mujer tenía una fuerza y determinación implacable; ese era un tipo de fuerza que él no conocía, y que hizo que las cosas fueran cuesta arriba. Cuando descubrió que ella lo que en realidad intentaba era apartar al niño de él, supo que era necesario poner fin a todo eso, antes que alguien más se interpusiera; de un momento a otro vio el cuchillo; y supo que el arma con que había sido atacado serviría también para dar término a una situación que se estaba volviendo en su contra. Gritó, y luchó por quitar del brazo el objeto, presa por un instante de un miedo que no podía explicar, y que iba más allá de lo que pasaba simplemente en el brazo: había una señal que se transmitía desde allí hacia la cabeza sin que pudiera hacer algo al respecto; luego, casi como de forma automática, se activó en él un nuevo sentimiento, algo que no había sentido jamás, pero que de alguna manera percibió en el propio Vicente cuando estuvo tan cerca de librarse de él. Se volvió todo de un color que no podía explicar, como si las cosas a su alrededor pasaran a segundo plano, y sólo pudo pensar en una cosa: que ella no podía llegar hasta el niño antes que él. Arrancó con furia el cuchillo del brazo, y sin tomar en cuenta el daño que pudiese hacerle esa herida, corrió tras ella, para disminuir la distancia; quería golpearla, quería hacerla sentir ese dolor y mucho más por atreverse a hacerle algo como eso, pero supo que si ella estaba dotada de esa energía tan desconocida, también sería un riesgo a tener en cuenta. Mientras subía las escaleras a toda velocidad, escuchó la voz del pequeño, y un instante después lo vio, pero no a tiempo para alcanzarlo antes que los brazos de esa mujer enloquecida ¡Pretendía quitárselo! Jamás iba a permitir eso, de forma que la golpeó y se lo arrebató, pero ella siguió luchando con él, lanzando golpes e interponiéndose, aunque solo hasta el momento en que pudo golpearla en la cara y quitarla del camino; estuvo tan cerca de lograrlo, faltó tan poco.
Y Sin embargo, ambos fallaron.
Por una milésima de segundo, a lo largo de una distancia casi imposible de estimar, lo tuvo al alcance de sus dedos, pero la caída y los descontrolados movimientos de ella confabularon para que el arma escapara de sus manos.
Después, vino un sentimiento de horror.
No había tenido oportunidad de conocer el dolor físico en el cuerpo de Vicente, y sabía que el suyo en el pasado era una dimensión diferente; pero pudo experimentar con las heridas que había en manos y piernas, palpando y reconociendo qué era lo que se producía en su ser al sentir algo como eso. No era agradable, y en realidad resultaba bastante molesto, pero era parte de las muchas cosas que tenía que saber para utilizar ese cuerpo al máximo. El ataque con el cuchillo fue otra cosa, algo que sintió como una explosión desde el centro mismo de ese cuerpo, una oleada que se expandió por el brazo, rodeando la herida con un mar de sensaciones críticas y confusas. Pero después, en el momento mismo de caer al suelo junto con ella, ambos con nada más en la mente y los sentidos que el arma que podía definir todo eso, fue él quien sintió la herida, y el dolor que experimentó fue mucho peor que el del brazo. Algo estaba saliendo terriblemente mal, porque sintió que el cuerpo dejaba de responder, y al mismo momento que la visión se le nublaba; su mente recordaba cosas acerca de las heridas, y supo que todo estaba en juego, que la apuesta mayor debía ser justo ahí, o jamás. Casi al límite de las fuerzas, logró tocar al pequeño, y se concentró al máximo, mirándolo con una intensidad inusitada y luchando por conseguir de forma repentina algo que lo era todo en ese momento ¡El cuerpo de Vicente estaba muriendo! Sintió la reacción física, la forma en que los miembros perdieron control, y el propio cuello se retorció intentando poner distancia en donde el niño clavaba con fuerza el cuchillo, casi con precisión quirúrgica; luchó y luchó, con más ahínco que la vez anterior, sabiendo que se trataba de la única oportunidad que tendría, que si el cuerpo de Vicente moría con él dentro, ya nunca podría escapar.
Perdió todo control y sentido de lo que estaba pasando, quiso gritar y escapar, pero no pudo hacer ninguna de estas cosas. Todo se volvió oscuro.
Y luego regresó a los sentidos y a ver, y vio el cuerpo de Vicente sobre el de la mujer, tendido boca abajo, y supo de inmediato que había muerto, de la misma manera que supo que el cuerpo en la casa de reposo, con Vicente dentro de él, lo había hecho en su momento; estaba otra vez en un nuevo sitio, y había salido victorioso de nuevo.
Pero no pudo moverse, ni reaccionar.
Su cuerpo, su nuevo cuerpo, estaba en la misma posición que lo recordaba de antes de realizar el cambio, con las manos sujetando el cuchillo cuya hoja casi no quedaba a la vista, penetrando en la piel y la carne del cuello. Aún existía algo que no podía definir, pero que podría ser un acto reflejo, en el que seguía presionando, de rodillas en el suelo, con la cabeza un poco ladeada, a tan sólo unos centímetros del cuerpo inerte, que ya jamás volvería a levantarse desde donde estaba. Si el cuchillo estaba en esas nuevas manos, no podía estar entonces clavado en la mujer, lo que significaba que seguía viva y siendo un peligro ¡Un momento! Todo eso se desencadenó, de seguro, porque ella sintió que su hijo estaba en peligro, porque percibió algo o tuvo un presentimiento acerca del regreso de Vicente, y decidió pasar a la acción. Pero ahora el Vicente que ella conocía estaba muerto de todas las formas posibles, y lo que le quedaba era, de hecho, la persona a quien había tratado de proteger y salvaguardar con todas sus fuerzas ¿Qué podía ser mejor que eso? Tendría la protección necesaria, y todas las sospechas caerían con fuerza sobre ese cuerpo inerte que había alcanzado a abandonar, dejándolo a él en un nuevo sitio de comodidad, bajo el mismo precepto indestructible del amor; porque eso era cierto, ella amaba a su hijo, al igual que Vicente en el pasado. Se dijo que seguramente, la dificultad para moverse tenía que ver con lo repentino del acto, y el nulo conocimiento de los recovecos de la mente de ese niño.
Pero el niño estaba acosado por un terror indescriptible, y al verse a riesgo, reaccionó como la mayoría de los seres en una situación similar, intentado defenderse de su agresor. ¿Quién podía decir en verdad que el amor era un sentimiento tan poderoso? Sólo se trataba de ideas con que las personas se engañaban de forma constante, usando sus palabras y sus habituales mentiras. No, el amor no era más que una palabra, cuyo significado era modificado según la conveniencia de cada quien; al final, en el momento decisivo, las personas siempre elegían defenderse a sí mismas cuando no les quedaba nada más, y en ese momento, lo más probable es que el hijo pensara que la madre estaba muerta, por lo que siguió el único camino que le quedaba. Nunca podría conocer con detalle el dolor y miedo experimentado por el niño, por lo que esa diversión le quedaría prohibida, pero se trataba de un precio justo a pagar a cambio de haber escapado de las garras de la muerte. Y el chiquillo, asustado y llorando, usó su fuerza para matar al que creía era su padre, cuando en realidad lo que hizo fue extinguir la llama de su vida la vida en el cuerpo que podría haberlo salvado. Mientras se concentraba de la forma apropiada para tomar control del nuevo cuerpo que tenía, se tomó un instante para divertirse ante la posibilidad de la escena que habría presenciado desde primera fila, viendo como la madre, presa de un ataque de histeria, intentaba alejarse de quien creía era su esposo completamente enloquecido, al tiempo que este sufrió una terrible conmoción. Se deleitó con la idea, de ver al chiquillo destruido desde el interior, enloquecido hasta el punto de no retorno; la cárcel para él, o una institución para enfermos mentales, la depresión total y el abandono para ella, dedicada a cuidar a un hijo impostor, a quien nunca podría atacar ni acusar de nada, porque ser su madre la ataría a él hasta el fin de sus días, condenándola a ser su guía y apoyo, su sirvienta, su amiga. ¿Qué respondería ella, cuál sería su expresión si él, su nuevo hijo, le solicitara un abrazo con los ojos brillosos? ¿Cómo reaccionaría si él le dijera, con voz temblorosa, que necesitaba del abrigo de su cuerpo, del tacto de su pecho como cuando era un bebé? Entonces ella lo miró; y empezó a hablarle, muy despacio y con cautela ¿Qué cosas pasarían por su mente al ver a su hijo sosteniendo el arma que había terminado con la vida del que creía su propio esposo? Jamás se libraría de esas pesadillas, pero aun así se mantendría junto con él, y haría todo lo posible por continuar su crianza, por hacerlo crecer libre de todo temor.
Entró ese hombre, al que reconoció por la voz, pero ella lo hizo salir con palabras determinantes ¿Acaso estaría pensando en quedarse a solas mientras llegaba la policía? Claro, de seguro tendría la intención de declarar en contra del hombre muerto, pero luego de permanecer el mayor tiempo posible escondida, a salvo de las miradas de lástima de cualquiera a su alrededor. El hombre salió, y ella se tomó un tiempo más, mientras él, divertido y más aliviado al poder controlar sus pensamientos y ver de forma clara, se dejó cuidar, como de seguro sería desde entonces.
En un principio pensó que ella lloraría, pero se sintió un poco decepcionado al ver que ella en realidad se ocupaba de separarse del cuerpo y luego tomarlo en brazos. Para ese instante ya había reaccionado mejor, y podía moverse, aunque con dificultad; tanto mejor, ella lo asociaría con el trauma de lo recién vivido y no se separaría de él.
Caminó con él en brazos hacia la escalera, sin mencionar palabra, y llegó junto con él hasta el segundo el piso, y hasta el baño, sin responder a sus preguntas.
Probablemente estaba muy golpeada por las emociones como para poder articular palabra con facilidad; de cualquier forma, no era difícil imaginar que estuviera atontada, ya que no sólo se trataba de lo que había vivido, sino también de lo experimentado en el cuerpo: el labio inferior tenía dos cortes con sangre, y además de zonas enrojecidas en la mejilla, tenía un par de cortes más en la frente, justo encima del ojo. Se veía realmente dañada, pero no era para tanto, después de todo seguía moviéndose.

—El baño es un rito.

 Su voz se escuchaba muy ronca, incluso ahora más que cuando intentaba, según ella, hacerlo reaccionar. Lo había dejado a en el suelo, y se quedó de pie, con la vista perdida, cansada y destrozada.

—Es algo que no solamente trata de limpiar el cuerpo; de otra manera, también ayuda a despejar la mente, para entender mejor las cosas, calmarse y poder estar mejor. No podemos estar así.

Accionó el control de agua, y mientras esperaba a que el espacio hasta el borde de forma silenciosa se llenara, se quedó muy quieta, sólo con un ligero temblor en los labios ¿Iría a llorar entonces? Sabía que todas las personas reaccionaban diferente, que algunas tardaban más en llorar o desesperarse, y ella de seguro era una de ellas. Recordó las veces en que escuchó con tanta atención lo que esas mujeres le decían, los libros sobre sicología y comportamiento humano que leían después de los cuentos, y la forma en que memorizaba cada palabra, hasta entender la mente humana mucho más allá de lo que jamás había esperado; todo eso servía de mucho, tanto como sirvió para confundir y manipular a Vicente, como serviría para controlarla y quizás, si quería, volverla loca a ella.

— ¿Nos vamos a bañar?

Se tardó en responder, pero él no hizo nada; se dijo a sí mismo que era muy importante mantener el papel, y un niño en esas circunstancias, en las que se supone que había pasado por un trauma, no hablaría, ni se pondría a correr o jugar. No, estaría muy quieto, asustado, esperando a que mamá se hiciera cargo y lo pusiera a salvo; quizás sería más divertido hacer alguna cosa, pero de momento, no tenía otra opción más que esperar.
Ella se puso de cuclillas, mirándolo a los ojos, mientras por su mente de seguro pasaban una y otra vez las imágenes de lo sucedido hace tan poco; de cerca, los golpes y la hinchazón en determinadas zonas de la cara eran mucho más evidentes, de forma que se dijo que quizás también quería poner algo de control en eso, mojarse la cara o tomar un analgésico ¿Y si le decía, con su tono más amoroso, que se recostara a dormir? No, era muy pronto para hacer algo así, tenía que controlarse y esperar, ya tendría muchas oportunidades de hacer todo lo que quisiera ¡Tenía toda la vida por delante! Lo que había pensado en un inicio como un plan a futuro, por acción de ella y del chiquillo se había precipitado, dejando todo bajo su control; podía tener lo que siempre había sido  su derecho: ser un niño, crecer y conocer todo lo que debía, no como un espectador, sino como el que lo viviría, muy de a poco. La diferencia con los niños es que él ya sabía todo lo que era necesario, el resto sería experimentar en cuerpo propio, poder sentir la libertad de correr, de saborear, de perseguir o torturar a los niños con su intelecto superior. De conocer el cuerpo de las mujeres, de entrar en ellas, de acosarlas y perseguirlas incluso siendo un niño, o convertirse en una víctima por el sólo gusto de tener el poder de otra forma. No había límites.

—Vicente —dijo en voz muy baja, casi como un susurro—, te amé con todas mis fuerzas.

Entonces era eso, iba a hacer reflexiones acerca de la vida. Estaba tratando de canalizar su impacto y tristeza a través de las palabras, expresando lo que no podía solucionar o asimilar para evitar enloquecer. Si es que no estaba enloqueciendo ya.

—Vicente, te amé tanto…pero sabes que…

Ahora que ya estaba muerto, Jacobo sintió una inexplicable satisfacción, viéndola a ella convertida prácticamente en un despojo, que aun así intentaba servir de algo, hacer algo que tuviera utilidad. Había hablado del baño, lo que significaba que intentaría limpiarse, quitar de su cuerpo la sangre de él, y a él mismo limpiarlo. Sería entonces, mucho más pronto de lo que pensaba, tendría en sus manos, al alcance de esos nuevos dedos que podía mover y a través de los que podía sentir, que la tendría a ella. Sería la forma más inmediata de verla, de apropiarse de esa imagen para siempre. Se quedó muy quieto, mirándola mientras forzaba una expresión de indefensión ¿Quién más que él sabría la forma perfecta de hacer esos gestos?

—Pero a Benjamín lo amé más que a mi vida. Benjamín —añadió con la vista perdida, sin ver—, te amo más que a mi propia vida.

Entonces enfocó la vista, y lo miró de forma directa. Jacobo sentía que estaba a punto de suceder, que en cualquier momento ella se desnudaría, y podría verla de forma real, completamente real. No era como las mujeres con las que había estado Vicente en el pasado, esto se trataba de verlo en primera persona, de tenerla a tan sólo un aliento de distancia. La mirada de ella era directa, pero escondía una expresión que en su emoción no alcanzaba a identificar.

—Pero tú…no eres mi hijo.

No dio tiempo a nada más, y tomándolo por los hombros, lo sumergió de espalda en la tina, sintiéndose inmune a las salpicaduras; durante un eterno segundo no hizo nada más que mantenerlo en el fondo, ignorando los débiles forcejeos, pero no lo mantuvo así más que un instante ¿Qué estaba sucediendo? Intentó moverse, pero al estar dentro del agua, fue como si no tuviera control de lo que su cuerpo era capaz de hacer ¿Por qué estaba debajo del agua, por qué no se había desprendido de la ropa? Después lo levantó, manteniendo el cuerpo dentro del agua, pero con el torso por fuera. La miró de nuevo, y vio que la expresión antes indescifrable era ahora dura y casi violenta. ¿Acaso lo había descubierto?

—Mamá, soy yo.

Sin esperar más, volvió a sumergirlo en el agua. En ese momento, sintió pánico por lo que estaba ocurriendo ¿Cómo podía saberlo? Era imposible, ella no podía saber algo como eso con sólo mirarlo, nadie jamás lo sabría; no había aire, no podía respirar, y el cristalino líquido a su alrededor se volvió una cárcel, un sitio suave y que no podía sujetar, pero que al mismo tiempo lo estaba presionando. Las manos de ella sobre él, y el agua tocando los ojos, filtrándose por las ventanas de la nariz, y esa sensación de ahogo, de no poder hacer nada ¡Era un niño! Se dio cuenta con pánico que ya no tenía la fuerza de antes, que no podía sólo golpearla como antes en la escalera, que no podía librarse; ella era la dueña de la situación en ese momento, y él estaba por completo desvalido. Cuando volvió a sacarlo, sentir otra vez que podía respirar se hizo al mismo tiempo agradable y terrible, porque hizo que tuviera pleno entendimiento de lo que estaba pasando. Una acción tan sencilla como moverlo tan sólo unos centímetros, podía poner en riesgo todo lo que tenía, y todo lo que era. El agarre de las manos de ella en él era como garras de las que no sabía cómo librarse.

—Mami, soy yo, soy tu hijo.

La mirada de ella hizo que se sintiera auténticamente asustado; no era dolor, tristeza ni angustia, sino una decisión que iba más allá de saber o querer algo. La mirada lo fulminaba, y sintió por primera vez como si esos ojos, tan fijos en los suyos, pudieran traspasar las barreras del iris y entrar en él ¡Pero ella no podía entrar en su mente!

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

Estaba asustándose, pero tenía que mantener el control de la situación ¡Un momento! Recordaba que algunos estados de miedo causaban agresividad, lo que significaba que ella podía estar en uno de esos estados: destrozada por la muerte de su hombre, aterrorizada por saber que lo había hecho su propio hijo, ahora no sabía cómo reaccionar. Lo que tenía que hacer era quebrarla, llegar hasta ella y provocar el momento específico en que ya no volvería a ser la misma, en que el dolor de ella sería demasiado. Intentó soltarse de su agarre.

—Quiero que me digas en este momento qué fue lo que hiciste con mi hijo.

Hubo un momento de inmovilidad y silencio, y trató de soltarse con más fuerza, pero ella reaccionó primero y volvió a sumergirlo. Sin pensar, abrió la boca para intentar decir su nombre, pero el agua entró a raudales, llenando todo de una forma mucho más violenta que antes; cerró los ojos, poseído por una sensación de alarma que estaba un paso más allá de lo sucedido tan sólo un momento antes. No se trataba de un estado de miedo, estaba perdiendo el control de sí misma, estaba enloqueciendo a más velocidad de la que él mismo habría creído. Necesitaba mantener la calma, y liberarse de ella.

—Responde.
—Mami.

Ella cortó sus palabras con una bofetada. El golpe hizo que se quedara sin voz, y sin el poco aire que había recuperado desde que botara el agua; se le llenaron los ojos de lágrimas, y por primera vez sintió lo que era el llanto, que venía a él sin llamarlo, como una sensación abrumadora, algo que no podía controlar. Pero era mejor así, apelaría a su amor de madre, a ese sentimiento que minutos atrás la hizo poner en riesgo su vida para protegerlo, y la controlaría a través de ello. Lloraría lo que fuera necesario.

—Mami, tengo miedo.
—Mírame a los ojos.

Lo apretó más; no podía soltarse, estaba por completo prisionero de sus manos, y en ese momento echó de menos la fuerza de Vicente, de ese cuerpo adulto que le habría permitido alejarla tan sólo con un bofetón. Cuando ella trató de sujetarlo en la escalera, debió haber seguido golpeándola, hasta que la sangre inundara su garganta, hasta que los ojos se salieran de las órbitas, hasta que no respirara más.

—No sé si lo entiendes, pero yo tuve a Benjamín dentro de mí. Es mi hijo, y sé qué cosas hace, sé cómo habla, y sé cómo me mira. No trates de engañarme porque no puedes hacerlo.

No estaba enloqueciendo ¡Lo sabía! Sintió una oleada de miedo al comprobar, mirándola a los ojos, que ella en realidad no derramaba ni una lágrima, y que no estaba ya tiritando, ni dudando con respecto a nada. Lo sabía, sabía toda la verdad, y en ese preciso momento, esa mujer que debería cuidarlo y protegerlo como su hijo, sabía que él no lo era.

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

Ambos quedaron enfrentados, ella mirando con un una determinación superior a cualquier otra cosa, él aparentando sorpresa y desamparo aun cuando veía en claridad que eso no estaba dado resultado.

— No voy a darte otra oportunidad.

Estaba hablando es serio. Pero incluso llegados a ese momento, ella no podía saber toda la verdad; tal vez la intuía, o creía entender algo, pero nunca podría saber con claridad lo que estaba pasando.

—No me hagas daño.

Ella no mostró reacción alguna, y siguió mirándolo muy fijo; se sintió acosado por un sentimiento que no sabía cómo definir, algo profundo y que venía desde dentro. Era como hace un momento ¿Cómo podía ella entrar en su mente? Era imposible, las personas no hacían eso; recordó las veces que estuvo ahí, dentro de la mente de Vicente como un visitante silencioso, y vio a través de sus ojos cómo éstos se enfocaban en los de ella ¡Él  habría descubierto si ella fuera capaz de algo así! No, eso no sucedió, estaba seguro de eso y, sin embargo, sentía que esa mirada penetraba en su ser, que se adentraba más y más allá de donde debería, como un cuerpo sólido que era capaz de ir incluso del otro lado de los ojos, adentrándose en la oscuridad y en el territorio que era sólo de sus pensamientos, sólo de su propiedad. Quiso gritar, y se dio cuenta de que no podía ¿Qué era ese dolor camuflado de otra sensación en su interior?

—Responde.

¡No debía caer en la desesperación! Más allá de lo que estuviera haciendo, y de lo inexplicable que pudiese parecer, él tenía la ventaja. Quizás ahora no podía entrar en la mente de ella como antes lo hizo con Vicente, pero mantenía la rapidez, y el control sobre las emociones; sabía qué decir y qué no, y lo más importante de todo, aunque el chiquillo no estuviera ya más, eso era algo que sólo él podía saber, de forma que era un arma en verdad poderosa. Puso las manos sobre los antebrazos de ella, y se percató de cómo la mujer experimentaba un ligero estremecimiento, pese a lo cual se mantenía firme en su acto de sujetarlo por la fuerza. Pero eso no duraría mucho.

— ¿Lo extrañas?
—No juegues conmigo. Te he dicho que es tu última oportunidad.

Por un instante quiso hablar y no pudo, atenazado por la presión en los hombros que de alguna forma era más que sólo eso; aún sentía los ojos llenos de lágrimas ¿Cómo se hacía para llorar? Era algo que no había pensado aprender, pero saber que era posible, sentir que estaba a un momento de pasar y hacerlo de forma consciente eran tres cosas diferentes, y no sabía cómo manejarlas. Pero el llanto era una forma de expresar dolor, tristeza, soledad, cualquier sentimiento que resultara en un daño para la persona, lo que significaba que tenía que potenciar esos sentimientos para que las lágrimas fluyeran; estaba entonces en medio de un conflicto, ya que se hacía necesario sentirse débil y vulnerable para poder llamar a la acción a esa capacidad, mientras que lo que necesitaba era ser fuerte y concentrarse más que nunca.
Decidió por lo segundo; en ese momento ya estaba establecido el contacto con ella, y sabiendo que ella amaba a su hijo con tanta fuerza como para ponerse en riesgo, sólo debía empujarla un poco más hacia el abismo en donde él tomaría nuevamente el control.

—Puedo traerlo de vuelta, si tú me lo pides.

El agarre de las manos de ella se aflojó, pero sólo por un instante que pasó tan rápido que casi creyó que se trataba de una percepción; seguía sujeto por ella de la misma forma que antes, preso tanto de sus manos como de sus ojos; pero, a en contraposición, ella no había dicho nada, estaba como petrificada, una estatua de piedra que, por muy fuerte y resistente que pareciera, no tenía la voluntad de moverse. Y además, podría quebrarse.

—Si tú me lo pides, puedo traerlo, y se quedará contigo para siempre. Nunca lo perderás.
—Nunca lo perderé.

La voz tuvo un ligero tinte de duda: perfecto, estaba tocando justo el punto que tenía que tocar, atacando de la forma correcta para hacerla quebrarse. Nada había cambiado, y el cuerpo que tenía ahora era la mejor arma visual para conseguir sus objetivos de forma definitiva.

—Lo traeré de vuelta, si me dejas ir.

Iris contuvo la respiración por un momento, pero no hizo mayor aspaviento; recordó cierto día en que salieron de la ciudad y fueron juntos al campo, o para ser más precisa, a un centro de relajación natural a las afueras de la ciudad; se trataba de un hermoso sitio ubicado junto a un espeso bosque, algo parecido a un hotel pero sin las costumbres y métodos clásicos de uno: allí era como estar en casa, siguiendo las fórmulas propias, compartiendo y colaborando con los deberes de la cosa, aunque desde luego en menor medida que quieres trabajaba allí. Podías ayudar en la cocina, cortar leña o sacar la ropa sucia, todo dependiendo de tus capacidades y tiempo, pero también podías estar sólo el tiempo justo y necesario y dedicar el resto a hacer caminatas, ir al lago o tomar sol; Benjamín tenía cinco años, y fue para él su primera experiencia rodeado de la naturaleza, por lo que pudo pasar del conocimiento de los animales del zoológico a verlos de forma directa. En un momento, los tres se quedaron inmóviles en medio de un camino entre plantas, mirando una lagartija que estaba posada sobre el tronco de un árbol; fue algo muy sencillo y a la vez maravilloso, el hecho de ver como el hijo de ambos era capaz de sorprenderse y dedicar tiempo y atención a un pequeño ser vivo que no solo era llamativo, sino que además estaba a un ambiente propio. A ambos les llamó mucho la atención que no quiso acercarse al animal, y cundo cuando más tarde estaban conversado al respecto, su explicación fue breve pero muy concreta, explicando que la lagartija estaba muy quieta porque tenía frío y por eso debía asolearse; ninguno recordaba de manera específica si alguna vez le habían hablado de los animales de sangre fría, o si se trataba de algo aprendido en un documental, pero lo cierto es que el alcance de su razonamiento era enternecedor al tiempo que hablaba de lo mucho que le interesaban los demás. Miró por el rabillo del ojo, no para asegurarse de que no hubiera nadie cerca, sino como una forma de mirar más allá, y desplazarse hasta el primer piso, en donde había una escena, aun sucediendo, que no había terminado.

—Entonces eso es lo que hiciste.

Su mirada entonces fue distinta otra vez, y Jacobo vio con claridad que, en los ojos de ella, asomaba una terrible verdad.

—Tú eras  él.

No, no era posible; ella estaba mucho más cerca, en un instante, de lo que Vicente jamás había estado de descubrir nada acerca de él y sus intenciones, incluso conociendo su identidad y recordando desde el pasado. ¿Qué era lo que permitía que esa mujer llegara tan lejos?
Pero no importaba, tenía que concentrarse en lo importante, en entrar en ella, e incluso a ese respecto podía servir la conexión que sin sospechar realizaba, al querer entrar tan profundo en la mente de él.

No podía decir cómo, pero Iris había entendido todo. Por un momento fue como si, más allá del dolor físico, el miedo y la angustia, algo la llamara a ver los cosas con más claridad, como si de alguna forma el pasar por aquellas experiencias, una tras otra y sin descanso, hubieran hecho un espacio distinto en su mente, causando un cambio de enfoque, o quizás, una apertura visual. Quizás jamás podría explicarlo de una forma correcta, pero supo que el hombre que entró en su casa unos minutos atrás con aquellas perversas intenciones, no era Vicente más que en cáscara, que en el interior se trataba de alguien más, un ser con un apetito destructivo incontrolable y la suficiente sangre fría para tratar de hacerle daño a un niño inocente. No era un mal mental, no era un desorden que tuviera lugar en la mente de Vicente, porque ese ser no era Vicente, en ninguna forma. Así fue como concluyó que, cuando ambos se abalanzaron sobre el cuchillo, ella intentando poner fin a esa pesadilla y él luchando por acabar con ellos, de alguna manera esa fuerza malvada y tremenda se trasladó a Benjamín, metiéndose en su cuerpo, destrozando su mente y ocupado su lugar. ¡Oh por Dios, el cuchillo! Vicente, o quien hubiera sido en ese momento, estaba muerto, y la fuerza sobrehumana que lo destruyó hasta convertirlo en aquello que amenazó a ambos, se traspasó a Benjamín. Sintió que en el interior de su ser se abría un vacío muy grande, una especie de oscuridad profunda, que iba más allá del dolor porque allí no había nada. Había perdido a Vicente, y ahora entendía que también a Benjamín.

—Lo mataste.

Sintió la voz vacía, sin un ápice de sentimiento en ella, y se dijo que en ese preciso momento, algo había muerto también en su interior. Más allá de lo que nadie pudiera explicar, de lo que incluso alguna vez alguien pudiera entender, algo murió en ese mismo instante, y nada podría recuperarlo; había muerto su vida, su alegría, el amor y la compañía que conocía desde hacía tanto tiempo, incluyendo junto con ello las esperanzas y las posibilidades de futuro ¿Qué era lo que tenía sujeto entre sus manos? ¿Podía llamarse persona, podía ser considerado un ser humano a pesar de esconder en su interior la aberración que ella ya sabía era, al haber visto la verdad en sus ojos?
Pero eso era algo que sólo sabría ella en su interior porque ¿Quién podría creer algo como eso? ¿No la tildarían de loca al escuchar de sus labios semejante atrocidad?

—Lo extrañas ¿Verdad? Lo traeré para ti, sólo déjame ir, y todo volverá a ser como antes, lo tendrás de nuevo, sólo para ti.

El contacto estaba establecido, y se sintió pleno de fuerzas y de concentración, listo para proceder; ella, presa del miedo y la indignación, acaso de la ofensa, no lo soltaba, y no lo soltaría hasta que fuera necesario. Estaba convencida de que manteniéndolo sujeto ejercía control,  y al escucharlo pedirle que lo soltara, más se aferraría a esa necesidad. No me sueltes, se dijo en su interior. Cuando todo termine, tú serás el niño en mis brazos.


2


Juan Miguel asintió de forma severa en cuanto el primer carro de policía llegó; de él descendió una pareja de oficiales que avanzaron hacia él con aire tenso, pero controlado.

— ¿Usted hizo la llamada?
—Sí, yo la hice.
— ¿Entró en la propiedad?

Al menos se trataba de oficiales con experiencia en situaciones violentas; los últimos minutos, si bien no habían sido muchos, resultaron tensos y agotadores. La visión que tuvo del interior era algo que de seguro no borraría de su ser en mucho tiempo.

—Entré, pero volví a salir, creí que era lo mejor no intervenir en el lugar; ya no hay nada que se pueda hacer de todas maneras.

La mujer asintió sin decir palabra, y poniéndose unos guantes con gesto profesional, abrió la puerta; el otro oficial y Juan Miguel entraron después de ella.

— ¿Dónde está ella?

La voz de la mujer era fuerte, inspiraba respeto, pero aún detrás de ella había un toque de nerviosismo; él reconoció la voz con la que habló por teléfono, a la que le contó lo sucedido, cuando tuvo que usar un lenguaje frío y decir que en la dirección citada había al menos una persona fallecida, pero probablemente dos. Eso significaba que, al menos de momento, no era necesario repetir toda la historia.
No estaba Iris, ni el niño. Juan Miguel no respondió, y de pronto se vio a sí mismo avanzando un paso, dos, tres, hacia el cuerpo de Vicente, que permanecía en el suelo, tendido boca abajo, en una posición que delataba lo que había sucedido, incluso más que la sangre que de forma inevitable era lo primero en llamar la atención en él. El policía lo sujetó de un brazo.

—No puede acercarse.

El cuchillo sobresalía del cuello inmóvil, pero lo que, desde un poco más cerca llamó su atención, fue la violenta expresión del rostro, y los ojos muy abiertos que parecían seguir mirando sin ver.

—Tiene los ojos abiertos, yo solo…

No pudo decir más, pero el hombre se compadeció y se inclinó junto al cuerpo, haciendo un delicado y calculado movimiento con el que bajó los parpados, hasta cerrar los ojos por completo; en tanto, la mujer se estaba acercando al pie de la escalera, e hizo un gesto imperceptible a su compañero, señalado unas diminutas manchas rojas en el suelo. Juan Miguel siguió los controlados movimientos de ambos y descubrió que había un inconstante pero notorio rastro de sangre. Entonces, en efecto, cuando él llegó, Iris le pidió que se quedara por fuera porque había sucedido.

—Arriba está el cuarto de Benjamín —dijo en voz baja. Se sorprendió de notar lo frágil que se escuchaba—, lo más seguro es que haya querido dejar…que descansara ahí.

No había pasado casi el tiempo, desde que se levantó y decidió llamar a Iris, hasta que llegó de forma atropellada a la casa y entró forzando la puerta de un empujón, y todo había cambiado del cielo a la tierra. Se dijo que la petición, casi la exigencia de Iris, había sido la correcta aún cuando se tratara de una exclamación en una situación desesperada: ninguno de ellos pertenecía ahí.

—Déjeme ir con ustedes, creo que puedo ayudar.
—Está bien, pero no toque nada y manténgase junto a nosotros en todo momento.

Mientras subía la escalera, precedido por la oficial, pudo dar un breve vistazo a los detalles que cambiaron el entorno y que habían pasado desapercibidos por la adrenalina: un cuadro roto en el suelo, unas marcas de sangre en la baranda de la escalera, y vidrio desperdigado por todos partes. Entonces el ataque tuvo un desplazamiento entre las dos plantas. Cuando llegaron al segundo piso, el hombre se fijó en que las puertas de los cuartos estaban abiertas, y el cuarto matrimonial asomaba, en el umbral, un pequeño mueble caído, probablemente durante lo que a todas luces fue un enfrentamiento.

Desvió la mirada hacia la puerta del baño, y la vio.

Iris.

Estaba sentada en el suelo, con el pequeño recostado junto a ella.



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No vayas a casa Capítulo 29: Una simple sonrisa




Lo acunó en sus brazos, ignorando por completo la sangre en el suelo, y la que había manchado sus manos unos momentos antes; Iris se sentía fría, desprovista de calor humano físico tanto como mental, como si de un momento a otro todas las probables emociones, por causa de lo sucedido, hubieran pasado a un segundo plano, o quizás muerto de alguna forma, manteniéndose congeladas en una zona en donde, en esos momentos, resultaba imposible acceder. Era lo mejor en una situación como esa.

—Ven conmigo.

Ponerse de pie resultó una experiencia más difícil de lo que había imaginado, y no por el peso en sus brazos; tenía los miembros agarrotados, entumecidos por el mismo tipo de frío que había congelado todo dentro de ella, relegando al olvido, o a una zona muy lejana, todo lo demás en su vida. Sin embargo pudo ponerse de pie, y lo hizo con lentitud, dejando que el peso de su propio cuerpo se asentara, que tomara nuevamente la posición vertical.
En esos momentos, la sala de su casa era el lugar más inhóspito del planeta, y cada objeto, cada cosa que en el pasado tuvo significado, ahora era sólo parte de la de curación de un páramo desconocido, y por completo inhabitable.
¿Cuánto tiempo se demoraría en llegar la policía?
De seguro, Juan Miguel entendería, y se quedaría fuera al menos hasta el momento en que llegaran las autoridades; pero eso no tardaría en pasar, nunca había sido necesario a en esa propiedad, y después de esa jornada, ya nunca lo sería.
Por un momento, tuvo la extraña idea de ir hasta el mueble en donde estaba el teléfono fijo, que con una diminuta y brillante luz púrpura anunciaba una llamada perdida; luego reaccionó en que, en verdad, no importaba nada en ese momento, inclusive siendo aquella llamada el sonido que escuchó entre los gritos del atacante y sus propios alaridos y que en su instante no tuvo oportunidad de reconocer. ¿Habría cambiado algo, en cualquier caso, que lograra darse cuenta de que era una llamada, y tomado el teléfono para pedir ayuda? Se dijo que no, que aunque lo recién pasado era parte de una pesadilla, en tiempo real lo que había transcurrido era bastante poco, acaso un par de minutos en donde la acción de nadie habría podido ser efectiva más que la realizada por quien estuviera dentro de la casa.
Su casa.
Durante tanto tiempo fue el sitio en donde se sentía segura, donde sabía que su pequeño estaba a resguardo, el sitio al que le dedicó atención, cuidados y también amor; siendo una agente inmobiliaria, ella fue quien eligió cada característica del sitio, para que la luz diera de la forma correcta, proporcionando iluminación natural sin sofocar, y permitiendo al mismo tiempo disponer de un ambiente cómodo; ella escogió la mayor parte de la decoración y con el paso de los años la modificó paso a paso, agregando detalles, cambiando cuadros y adornos, solucionando pequeños problemas de espacio, reordenando para conseguir mejor adaptación. Cambiando las cosas de sitio para que Benjamín, en su crecimiento, no se lastimara ni pudiera causar un accidente.
Su casa.
La conocía tan bien, había dedicado tiempo y atención a un sitio que, en tan sólo algunos minutos, había dejado de tener sentido por completo para ella; nada en el interior de ese lugar le pertenecía, o acaso era ella quien había cambiado tanto que ya no podía estar allí. De pie a pocos centímetros de la puerta de la cocina, miró al suelo, y se extrañó de ver el cuerpo de él, inmóvil a centímetros de la puerta sobre la superficie, con la sangre ya no manando, pero vívida, de un color rojo tan intenso que parecía irreal. Estando de pie, al menos, no era posible ver su cara, de forma que podía engañarse a sí misma y pensar que al menos había muerto con los ojos cerrados; sin embargo sabía que no era así, que de alguna manera estaba viendo, que dentro de su cabeza estaría viéndola para siempre, con esa expresión terrorífica y amenazadora. Jamás se iría.

—Iremos arriba.

Había estado arriba unos momentos antes, se dijo, y ahora ir ahí era algo por completo distinto. No era su cuarto, nada de eso le pertenecía, desde el momento en que él entró por esa puerta. Hizo el rodeo lo más amplio que pudo, evitado tocar el cuerpo, sintiendo de forma casi irracional que existía el peligro, incluso entonces, de quedar otra vez a su merced como en la anterior. Por momentos el peso que llevaba en las manos parecía tan poco, tan ligero, pero al mismo tiempo su importancia era tan determinante, que podría pesar más que su propia vida.
Cuando al fin el cuerpo tendido en el suelo dejó de estar en su campo visual, quizás debió haberse sentido un poco menos presionada, pero resultó justo de la forma opuesta, porque no podía verlo, y por ende no podía ver el sitio en que se encontraba o lo que estuviera pensando hacer. ¿En eso consistía entonces, el terror? ¿No se trataba de qué tan horrenda podía ser la realidad a la que te estuvieras enfrentando, sino de las infinitas posibilidades que esa realidad podía dibujar es en tu interior? Pensó que, tal vez, nunca podría volver a estar en un sitio, completamente ignorante de lo que sucediera alrededor, ni distraída al punto de no prestar atención. No, y, nunca podría sentirse en total libertad, parque la sombra de ese ser demencial estaría por siempre tras ella, caminado en silencio, un cuerpo sin volumen ni personalidad que le sonreiría indefinidamente desde un sitio tan lejano que no podría alcanzarlo, y al mismo tiempo tan cercano, y perpetuo. Al llegar al pie de la escalera sintió una momentánea debilidad, no por la distancia a subir, ni siquiera por el recuerdo de la pelea que no pudo terminar de la forma correcta, sino por algo mucho más sencillo, aunque abstracto. El cuadro de sobremesa con el que dio el golpe estaba totalmente destruido, y sus partes desperdigadas por el suelo al pie de la escalera y en los escalones; la base de madera y la foto a él adherida también habían cedido a la presión, rompiéndose en tres partes: se trataba de una foto de ella, tomada en los años de universidad, incluso antes de que su padre enfermara. Al parecer, ese trozo de papel digitalizado, ahora roto, sería la última sonrisa que tendría en su vida.

— ¿Mamá?

Iris no respondió. Lo llevaba en brazos pero sin abrazarlo, sólo sujeto, aunque su intención no era dar una segunda lectura a sus palabras. La imagen rota de ella misma varios años atrás era tan alegre, o así lo recordaba. ¿Dónde había sido tomada esa fotografía? Lo recordó entonces, fue a el viejo centro comercial plaza Centenario, un lugar que por esos años seguía siendo famoso y punto de encuentro de familias y amigos. Esa jornada iban a estar en clase, pero se suspendió por un motivo que no podía recordar bien ¿Qué habría pasado? Quizás el docente estaba enfermo, no podría especificarlo; el punto es que ambos fueron a tomar un helado, un panorama sencillo y económico cuando ninguno de los dos tenía muchos recursos: vainilla y fresa para ella, pistachos y frambuesa para él. Compraron en una tienda en donde los dependientes llevaban unos gorros ridículos, y todos se estaban riendo con los chistes que hacía uno de ellos. Los dos rieron también, y luego se dedicaron a caminar por los iluminados pasillos del lugar, conversando de diversos temas: para ella era muy estimulante estar es en compañía de alguien con quien pudiera hablar de cualquier cosa, y esa característica en Vicente fue una de las que llamó su atención. También estaba el aspecto más superficial, es decir que él era guapo, cuidaba de su apariencia y estado físico, sin que eso llegara a volverse un obstáculo para la relación; en una época en que los hombres excesivamente preocupados de su apariencia, obsesionados con el gimnasio y los resultados inmediatos, la actitud de él era casi algo fuera de lo habitual, pero para ella daba el resultado y equilibrio perfecto. Esa Jornada, su paseo por el centro comercial estuvo llena de temas de conversación pero también de risas, y así fue como terminaron en una de las terrazas al aire libre, bajo el brillarte sol del verano y sólo un poco de brisa alrededor; Vicente era pésimo para sacar fotos, siempre le quedaba con un mal encuadre, o tomando el punto de luz demasiado cerca o desde el ángulo incorrecto, y los dos se reían de esto. Entonces llegaron a un punto en donde había una pared de un color muy bonito, y ella le dijo que le tomara una instantánea con el móvil, aun sabiendo que la foto quedaría mal. Él le dijo que pusiera una cara sensual, que eso vendría bien con la luz y el entorno, pero verlo cada vez más concentrado, y frustrado por no poder tomar la foto correcta, hizo que ella empezara a reír; sin embargo, una de esas fotos sí quedó bien, él dijo que le encantaba y que quería un cuadro con ella, porque esa sonrisa espontánea era mucho más sensual que una pose. Había tantas cosas de ese tipo en la casa, recuerdos en apariencia insignificantes pero que escondían historia, evolución y amor de uno para el otro. Todo eso ahora parecía parte de una historia ajena, casi como si se tratara de una película antigua, cuyos colores son vívidos, pero de una u otra forma sabes que no es actual, que la imagen está congelada en un punto más allá del alcance, fuera de tiempo y espacio.
En el segundo piso, terminado el tramo de escaleras, la cantidad de trozos de vidrio era por mucho superior, esparcidos hacia la baranda que protegía de eventuales caídas; ahí, hace tan sólo unos minutos, el enfrentamiento había tenido lugar, entre él que intentaba apoderarse de su pequeño, y ella que trataba por todos los medios mantenerlo a salvo. El amor y deseo de protección de ella, contra la furia fuera de control de él. Y al final, nadie había ganado.

— ¿Mamá?

Se quedó detenida, al pie de las escaleras como poco antes ¿O en realidad el tiempo transcurrido era mucho más? Se dijo que quizás por la baja de la adrenalina, ahora pensaba que el lapso transcurrido era mucho menor, pero así como durante esos frenéticos momentos tuvo un instante de lucidez y pudo advertir hasta los detalles más insignificantes, ahora el efecto podría ser contrario, haciéndola vivir en cámara lenta cada segundo de lo que, sin duda, era el final de la vida que conocía.

— ¿Qué haces mamá?

Se quedó de pie junto a la puerta de su habitación, pero no fue capaz de mirar al interior, ni tan siquiera de ver de reojo. Se trataba de algo que involucraba mucho más de lo que parecía a simple vista; no sólo había sido el sitio de intimidad de ambos, también fue el lugar en donde tuvieron largas charlas, donde hicieron planes para el futuro y tomaron decisiones importantes. Mucho de su vida reciente estaba dentro de ese sitio ¿Cómo iba a entrar, ahora que todo había cambiado del cielo a la tierra? De pronto pensó que, por causa de la situación enfermiza en que se había visto inmersa, no sólo su tranquilidad y paz interior habían sido violentados hasta el punto de ser destruidos, sino que además, todos los sitios del interior de su casa habían sufrido el mismo destino. Recordó la ropa sucia y en apariencia oculta que encontró antes, y las preguntas que no se quiso contestar eran, ahora, mucho menos relevantes en comparación con la inevitable verdad. Intentó encontrar explicaciones y respuestas, trató de centrarse en las posibles soluciones, y se dijo que ante un caso como ese, lo primordial era mantener la calma, pasar y actuar conforme a pruebas y conclusiones que actuar por instinto. Recordaba de forma tan vívida la conversación, el momento en donde Vicente le dijo que creía estar sufriendo algún mal mental, y cómo ella misma se vio desde fuera, desconcertada, desvalida. De inmediato se agolparon en su mente todos los dolorosos recuerdos de lo sucedido con su padre, aunque de forma más intensa, los errores de juicio y auto engaño por los que pasó, tanto ella como su madre. Las veces que ambas dijeron “no, no hay nada extraño con él, es sólo cansancio, es sólo un poco de estrés.” Es cierto que la enfermedad de su padre fue de un final fulminante, pero siempre quedó la duda de si alguna de las cosas que vieron en retrospectiva podría haber sido una señal, algo que al menos les permitiera mitigar el dolor y el extravío producido; los especialistas fueron más bien generosos con el caso, descartando que cada probable olvido, o cada posible cambio de ánimo fuese en verdad una señal de que algo no estaba bien, diciendo que hacer ese camino sólo haría peores las cosas en un mundo en donde no había posibilidad de regreso. Pero su padre tenía sesenta y cinco años, no treinta y siete, al menos en su caso estaba dentro de un rango de edad en donde un deterioro era esperable aunque no por ello fuese menos doloroso. En esta nueva revelación, se dijo de forma casi automática que no iba a cometer los mismos errores del pasado, que en esta ocasión estaría atenta, y aprovecharía la lucidez de Vicente para advertirle, con el fin de evitar un desenlace como el que ya llevaba a cuestas. Con o sin conocimiento de ello, se dijo una y otra vez que no sucedería, que el factor edad en Vicente y su propio actuar harían la diferencia, y se lo repitió tantas veces que lo creyó así. Ahora, sin embargo, todo era una terrible tragedia, pero no estaba siquiera cerca de terminar.

— ¿Qué haces mamá?

Volteó ligeramente y miró con desasosiego la puerta del baño, recordando con una sensación indefinible lo que había sucedido en torno a su construcción; no se trataba del cuarto en sí, sino de la orientación, que lo hacía quedar en esquina con el cuarto matrimonial, y en punto de vista desde la puerta del pequeño, lo que daba intimidad en los cuartos pero al mismo tiempo permitía desplazarse con tranquilidad y ligereza entre los tres puntos en caso de ser necesario. Cuando el pequeño estaba recién nacido dormía con los dos, lo cual usualmente era cansador, pero les permitió llevarlo al baño de forma directa y sin tardanza si, por ejemplo, tenía fiebre o algún malestar. Con el paso del tiempo, la habitación independiente le dio autonomía al pequeño, y devolvió la intimidad a la pareja, algo que ambos extrañaban; ¿Cuántas veces estuvo en el baño frente al espejo, y advirtió la mirada embobada de él? Esa era una confianza que sólo había tenido con él, y no se trataba de algo común ni mucho menos; mientras que otras parejas tenían un especial sentido de la intimidad, en  donde compartían incluso los momentos más privados, ella pensaba que lo correcto era mantener un espacio propio independiente, más que por decoro, por un afán de conservar la esencia propia y compartir desde ese punto de vista. Por eso fue una especie de rito el generar un pequeño puente de comunicación, en donde Vicente podía ver parte de su rutina personal, pero con distancia, sin que ninguno de los dos se interpusiera en el camino del otro.

— ¿Mamá?

Volteó y entró al baño, cerrando la puerta tras sí; de seguro ya no faltaba mucho para que llegara la policía, y entonces pondrían cuerdas con logos de seguridad, y los expertos se encargarían de hacer el trabajo que les correspondía. Al menos tenía algo de tiempo, por subjetivo que este término fuese en ese preciso instante.

—El baño es un rito –dijo intentando sonar clara y sencilla, pero descubrió que sólo sonaba cansada. De todos modos siguió hablando—, es algo que no solamente trata de limpiar el cuerpo; de otra manera, también ayuda a despejar la mente, para entender mejor las cosas, calmarse y poder estar mejor. No podemos estar así.

Aunque el “así” al que ella misma había hecho referencia no era algo que tuviera claro en su mente, ya que no se había detenido a mirar a ninguno de los dos. De alguna forma, había, podido ver muchos detalles del entorno, pero verse, de seguro con manchas de sangre y con golpes, era algo que no estaba segura de querer enfrentar; por eso no se miró al espejo y lo evitó de forma deliberada. Hizo que se pusiera de pie junto a la tina, y accionó el control de agua, que como sabía, llenaría el espacio hasta el borde de forma silenciosa y en muy pocos segundos, aunque no sería para un relajarte baño, ni para esparcir flores de relajación. No, nada de eso tenía sentido en un momento como ese.

— ¿Nos vamos a bañar?

Pregunta sencilla, que parecía desentonar con el fondo de todo lo que estaba ocurriendo. Iris se quedó de pie durante unos segundos, esperando a que terminara de llenarse la tina y al mismo tiempo, esperando a que no pasara nada fuera de lo controlado por ella; nada de lágrimas Iris, se dijo con toda la intensidad que su golpeado sistema le permitió.

Se puso de cuclillas, mirándolo a los ojos, mientras por su mente pasaban también otras cosas, agolpándose una tras otra como un vendaval que al comenzar, daba los primeros signos de los estragos que iba a causar. Fue extraño, pero sintió unas inexplicables ganas de reírse, como si de alguna forma el pensamiento consciente de lo que se había dicho a sí misma fuera tan ridículo que sólo pudiera causa causar risa. Decirse a sí misma que los recuerdos podían aparecer para hacerle algún daño era por completo absurdo porque ¿Qué era entonces todo lo que había vivido en los últimos minutos, como podía definir lo que iba a pasar después? De seguro estaba comenzado a sentir histeria o algo por el estilo, pero el darse cuenta era también parte del estado es que se encontraba. Pero podía, y tenía que controlarlo.

—Vicente— dijo en voz muy baja, casi como un susurro— te amé con todas mis fuerzas.

Eso era vedad. En ese momento, aún como antes, no se cuestionó qué era lo bien o mal hecho, o cuáles eran los errores cometidos a el pasado por ambos. Nada de eso había podido cambiar su amor por él, y ese mutuo sentimiento era lo más honesto y real que jamás habría podido crecer entre ambos, al menos hasta antes que comenzara la espera del hijo de ambos.

—Vicente, te amé tanto…pero sabes que…

Fue extraño, pero por un momento tuvo miedo de verbalizarlo ¿Miedo de qué, contra qué podía temer ya a esas alturas?

—Pero a Benjamín lo amé más que a mi vida. Benjamín —añadió con la vista perdida, sin ver—, te amo más que a mi propia vida.

Entonces enfocó la vista, y vio al pequeño frente a ella, mirándola con una expresión que no era posible descifrar. Y vio su sonrisa, no inocente ni divertida, sino ligeramente decidida, del algún modo intensa, y casi seductora.

—Pero tú…no eres mi hijo.

No dio tiempo a nada más, y tomándolo por los hombros, lo sumergió de espalda en la tina, sintiéndose inmune a las salpicaduras; durante un eterno segundo no hizo nada más que mantenerlo en el fondo, ignorando los débiles forcejeos, pero no lo mantuvo así más que un instante, esperando que el impacto y la sorpresa fueran más efectivos que el objetivo real. Después lo levantó, manteniendo el cuerpo dentro del agua, pero con el torso por fuera; y lo que más la horrorizó, fue que su mirada no era asustada, ni confundida, sino inequívocamente alarmada.

—Mamá, soy yo.

Sin esperar más, volvió a sumergirlo en el agua. Y sintió la contradicción de estar con las manos entre el líquido y al mismo tiempo sentirse tan vacío de emociones; todo de ella se había evaporado, rápido y sin advertirlo en su real dimensión, como si en realidad no quedara siquiera la capacidad de sorprenderse por algo. El agua estaba tan cristalina, que la débil y borrosa imagen en el fondo parecía irreal, casi una maniobra traicionera de sus ojos.
Cuando lo volvió y sacar, lo vio en verdad preocupado.

—Mami, soy yo, soy tu hijo.

Escuchar esa blasfemia saliendo de esa boca hizo que sintiera un fugaz deseo de abofetearlo, pero se controló por la fuerza, apretando todos los músculos del cuerpo. No era el momento de hacer algo como eso.

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

Su rostro se volvió una máscara de miedo, pero ella pudo ver al instante que se trataba de una farsa. En eso no podía equivocarse. El pequeño cuerpo intentó soltarse de su agarre.

—Quiero que me digas a este momento qué fue lo que hiciste con mi hijo.

Hubo un momento de inmovilidad y silencio, y el pequeño trató de soltarse con más fuerza, pero Iris reaccionó primero y volvió a sumergirlo. Ya no quedaba casi nada de la mujer que ella misma había conocido, ahora era sustituida por una persona dueña de una determinación implacable, y que sólo conocía un objetivo.

—Responde.
—Mami.

Esta vez no se contuvo, y lo abofeteó, aunque con fuerza controlada; siguió mirando fijo, y pudo comprobar que, aunque los ojos se inundaban de lágrimas por reacción automática por el golpe, la verdadera expresión era la misma de un momento atrás.

—Mami, tengo miedo.
—Mírame a los ojos.

¿Quién había dicho eso? Era una voz extraña, ajena, no la voz que escuchaba al hablar de forma corriente: se trataba de alguien más, una versión de ella misma que no conocía, pero que era la única que quedaba por ese entonces.

—No sé si lo entiendes, pero yo tuve a Benjamín dentro de mí. Es mi hijo, y sé qué cosas hace, sé cómo habla, y sé cómo me mira. No trates de engañarme porque no puedes hacerlo.

Advirtió entonces la misma alarma a los ojos, el asomo de la duda un poco más allá del resto de los emociones. El intento de liberarse había cesado de momento, pero ella no lo soltó.

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

La sonrisa que se dibujó en el rostro fue un intento de inocencia, que no consiguió dar el efecto que de seguro pretendía.
Las manos se sujetaron de sus antebrazos, y sintió al contacto la piel fría como si no tuviera nada de vida en las células.



Próximo capítulo: No te sueltes

No vayas a casa Capítulo 28: Hasta que no respires



Vicente estaba comenzando a sentir una desesperación que iba más allá de lo que estaba escuchando, y que lo devolvía al primer hecho que se cuestionó ¿Dónde estaba en realidad?

—En determinado momento comprendí que para para lograr mi objetivo final, no podía hacer algo tan directo como todo lo demás.
—¿Por qué?
—Porque no podía controlarte durante periodos de tiempo demasiado largos, y lo que era más importante, no podía hacerlo en sitios qué tú no conocías.

El departamento de Renata. La ruta que siguió hacia la carretera. Su antiguo trabajo, el interior de su auto, el lugar en donde atacó a Nadia. Nunca se le ocurrió pensar que todas las situaciones en donde perdió el control de sí mismo sucedieron a que él ya conocía, y que lo que sucedió en su nuevo trabajo fue a partir de haberse instalado en ese lugar, no desde el mismo inicio.

—¿Sabes qué es en realidad lo que más amas en el mundo?

Vicente casi esperaba algún insulto, pero oír algo por completo diferente hizo un efecto mucho peor en él.

—Lo que más amas, es a tu hijo. Casi te entregaste a las heridas que te hice y al recuerdo de la muerte de esa mujer, estuviste tan cerca de rendirte que incluso me preocupé; pero cuando amenacé con hacerle lo mismo a tu hijo, reaccionaste y cambiaste por completo tu forma de actuar.

Sí, Vicente lo recordaba con claridad. Algo se activó en él, y fue lo que lo decidió; de alguna forma, el primer paso para iniciar la carrera por descubrir la identidad de su agresor.

—Ya podía controlarte, engañarte y herirte, de forma que sólo quedó un paso más, que fue darte un motivo para actuar, y encontré uno más poderoso que todo. ¿Te das cuenta? El mismo tipo de fuerza que me permitió llegar hasta ti, es el que te hizo tener las energías para llegar a mí.

Tenía que salir de ahí. No importaba nada más, tenía que recuperar la conciencia y salir de ese sombrío y horrible sitio, en donde el peligro era inconmensurable.

Al final —explicó la voz con satisfacción–, las cosas salieron tal como las había previsto, porque impulsado por el deseo de mantener a salvo a tu hijo, tomaste todos los riesgos y lograste llegar hasta aquí.

Y a pesar de que lo había tenido en frente, que estuvo a solas con él a ese cuarto, en ningún momento tomó la decisión de matarlo, aunque para ello sólo tendría que haber obstruido por unos segundos la manguerilla que llevaba el oxígeno. En ningún momento pensó hacer algo como eso, porque la muerte de Renata ya era algo demasiado abominable como para cometerlo otra vez.

—Estabas dispuesto a sacrificarte por tu hijo, y a luchar contra mí de la forma más honesta que existe: me viste como un niño que necesitaba tu comprensión y un abrazo, y decidiste restaurar el dolor que me habías hecho de forma inconsciente, dándome el cariño y la atención que me había sido negada. Y puedo decir que lo hiciste con real honestidad, porque una vez que estableciste contacto conmigo, pude cumplir la parte que me faltaba de mi plan.
— ¿Y qué parte es esa?
—Tenerte aquí. Ahora estás en mi mente Vicente, tu cuerpo no es más que una cáscara vacía, un cuerpo detenido en la pose de abrazar a otro cuerpo inmóvil, pero incapaz de hacer cualquier otra cosa.

No daba crédito a lo que estaba escuchando, pero al mismo tiempo daba total sentido a la extraña situación en la que estaba, sometido a un estado en que no podía controlar su cuerpo, sabiendo lo que ocurría pero sin poder hacer nada al respecto, estático espectador del macabro espectáculo que se daba frente a sus inmóviles ojos. No fue capaz de hacer la siguiente pregunta, pero supo que de todas maneras iba a escuchar la respuesta como parte del discurso que Jacobo estaba dando; todo iba a llegar a ese punto, más pronto de lo que se atrevía a pensar.

—Lo que estás sintiendo ahora es lo que yo he vivido durante mucho, mucho tiempo. Esa sensación de estar inmóvil, de que todo a tu alrededor no es más que sombras, a las que puedes ver pero no tocar ¿Cuánto puedes extrañar cerrar los ojos? Eso es algo que nunca pasará, porque estarás encerrado en este sitio por la eternidad. Ahora que hay una conexión entre tú y yo, y que optaste por decisión propia venir hasta mí y establecer un lazo, ya nada puede romperlo; eres mi prisionero.

Vicente sabía que su voz se había ido convirtiendo en una masa informe, pero de todos modos se esforzó por aparentar que el miedo no lo estaba paralizando.

— ¿Ese es tu plan, encerrarme aquí contigo?
—No Vicente, mi plan es no estar encerrado nunca más.

De pronto, los tubos de origen desconocido que se internaban en el destrozado cuerpo que estaba frente a sus ojos, fueron arrancados producto de una fuerza invisible, y avanzaron hacia él con abrumadora rapidez. Esto no está pasado, no está pasando, se repitió con intensidad, pero no sirvió de nada para evitar que los objetos, como mortíferas serpientes, avanzaran hacia él dispuestas a causar los mismas espantosas consecuencias que había visto con asombrosa claridad poco tiempo antes. Se sintió inmovilizado, desnudo y frío, y sólo pudo quedarse ahí a una atroz espera por algo que, aunque de forma racional se dijera que no estaba pasando en realidad, causaba el mismo miedo y desesperación.
Y además un horrible dolor.
Las mangueras localizaron los puntos en donde podían realizar la misma acción que antes, y con sus extremos aún humeantes del calor de las carnes rotas y viscosos de las sustancias de las que se habían impregnado, se prepararon para realizar los movimientos adecuados; sintió un dolor extremo, que horadó su resistencia mental con la misma brutalidad que el cuerpo, y que se vio callado por la fuerza cuando el tercer tubo ingresó directamente por la boca, rasgando las comisuras de los labios, rompiendo las mucosas y penetrando en la garganta. Tuvo la sensación de retorcerse por el extremo dolor, pero la inmovilidad era poderosa a partes iguales con el asedio al que estaba siendo sometido.
De pronto, se hizo una total oscuridad, que lo mantuvo suspendido por una incalculable cantidad de tiempo, hasta que de forma repentina, como si hubiese sido abierta una ventana, vio frente a sus ojos una nueva imagen que lo aterrorizó.
Su propio rostro mirándolo de frente.


2


Iris abrió los ojos de golpe, tras el reflejo automático de acerrarlos ante la arremetida del atacante que caía sobre ella como un ariete; el peso que a otro tiempo habría reposado sobre el suyo, esta vez estaba caído, sin fuerza y sin movimiento, causándole una sensación de repugnancia equivalente al terror que experimentó al verlo por primera vez traspasar el umbral de la puerta.
Cuando vio sus ojos, no pudo evitar lanzar un grito de horror.
Estaban muy fijos al frente, no en ella ni en nada más, sólo fijos, como si de pronto hubiesen dejado de funcionar; hizo el intento de quitarse de encima ese peso, y al tratar de moverse, descubrió que tenía las manos vacías, desprovistas de aquel objeto que una milésima de segundo antes era tobo lo que podía ver y necesitar.

— ¿Benjamín?

No obtuvo respuesta. ¿Por qué estaba tan quieto, de qué clase de truco o artimaña se trataba en esa ocasión? Los ojos estaban tan abiertos, tan fijos al frente, que por un instante daban la impresión de estar mirando con frenética intensidad un objetivo que estaba más allá de ella y al cual podía seguir visualizando a pesar del obstáculo físico de ella.

— ¿Benjamín?

Volvió a nombrarlo, y sintió que su voz surgía débil e inestable por el cansancio, la baja de la adrenalina y la presión del peso inmóvil sobre ella; al mismo tiempo sintió pánico de no escuchar la voz, y conforme se despejaron sus sentidos, notó que a su alrededor reinaba un silencio sepulcral.

— ¿Benjamín? Contéstame por…

Su garganta se cerró durante un momento ¿Qué podía haber pasado que ella no alcanzara aún a distinguir? ¿Era posible que algo que en ese momento no llegaba a imaginar, o no se atrevía a construir en su mente, hubiese pasado en esa fracción de segundo?
Entonces sintió un líquido cálido tocando su antebrazo izquierdo, que quedaba fuera de su visual por causa del peso sobre ella, y sintió una opresión terrible en el pecho.


3


Haber perdido la capacidad de escuchar lo que Vicente pensaba era un poco decepcionante, pero un precio a pagar a cambio de todo lo que había conseguido; sin embargo, sí tenía la misma habilidad de antes para hablarle, y escuchar lo que le dijera. O tal vez, interpretar sus palabras.
A pesar de que ya lo había manipulado anteriormente, no era lo mismo, se trataba de algo por completo diferente; tan pronto como supo que ya estaba hecho, el cuerpo se derrumbó sobre la silla de ruedas, y se deslizó con suavidad aunque sin gracia hacia el suelo. Estuvo un cierto tiempo así, tendido sobre la superficie, mientras intentaba dar control a los movimientos. Vamos, se dijo, sé lo que es, tengo que poder hacerlo.
De pronto, entendió el funcionamiento real, y comenzó a aplicarlo; las funciones básicas del cuerpo eran algo que, por suerte, funcionaban de manera automática, de forma que no tenía que aprender a respirar o a mirar; pero poner en movimiento las extremidades fue algo confuso, y requirió de toda su concentración, pese a lo cual pudo hacerlo.

—Ya puedo moverme.

La voz era algo extraña; siempre había tenido una imagen de su voz, pero ahora tendría que acostumbrarse a la que venía junto con el cuerpo. Se irguió cuan alto era, y dirigió una mirada alrededor, comprobando la forma de ver, de sentir estar ahí.
Vivo.
Real.
Su mente, él, Jacobo, en el cuerpo de Vicente.
Levantó las manos y las observó, maravillándose por un segundo de lo increíblemente satisfactorio que resultaba hacer algo que debería ser tan sencillo; el daño que había infringido antes era profundo en los dedos, pero sabía que el cuerpo humano se restauraba, por lo que no era un problema. Estaría bien. Quería hacer tantas cosas, comenzando por conocer ese cuerpo, descubriendo en primer lugar las funciones que durante toda su vida supo que existían, pero que eran manejadas a distancia por aparatos y controles. Por fin podía ser él quien tomara todas las decisiones, desde los fisiológicas hasta los más trascendentales, y eso era exactamente lo que iba a hacer; el cúmulo de emociones que sintió al poder ponerse de pie eran ya una gran recompensa por todo su esfuerzo, y por el dolor experimentado a lo largo de toda su existencia, pero sabía que existía más, un mundo, un universo completo por descubrir, y aprender a controlar.
Tuvo el impulso, casi incontrolable, de comenzar a conocer los más interesantes aspectos de la construcción de ese cuerpo; quiso saber lo que era comer, palpar cosas con las manos, reírse, beber agua, dejar su cuerpo bajo el agua de la ducha, y tantas otras cosas, pero no era momento para esto. Tenía algo mucho más importante que hacer justo en ese momento.

—Jacobo.

En efecto, escuchar el pensamiento de Vicente dentro de su cabeza era algo un poco perturbador, y entendió en una magnitud más completa lo que había logrado dentro de su mente durante ese tiempo; la diferencia radicaba en que, a diferencia de Vicente, él sabía a la perfección lo que estaba ocurriendo.

—Jacobo.

Ahora la voz de Vicente sonaba como un eco lejano en su cabeza, justo de la misma manera en que él se hizo escuchar con anterioridad; un sonido interpretable, comprensible, pero que no era parte de él, lo que permitía crear la principal diferencia entre los dos: Jacobo sabía lo que pasaba, y con lujo de detalles.

—Jacobo ¿Qué me has hecho?

Fue la primera oportunidad que tuvo de reír; lo había escuchado tantas veces, que quiso hacer lo mismo, pero por sus propios medios; dejándose llevar por el sentimiento de alegría y satisfacción que lo embargaba: rio con fuerza, sintiendo la voz surgir del cuerpo, como una gratificarte exhalación, como un impulso que aunque requería fuerzas, daba como recompensa algo mucho mejor a cambio.

—He cambiado de lugar contigo, Vicente.

Se dio el tiempo para que sus palabras hicieron efecto, para que doliera todo lo posible, antes de dar el siguiente paso.

—Te dije que habido organizado todo para que creyeras que las cosas eran de determinada forma, y es verdad. Desde un principio me propuse quebrar tu voluntad, destruir todo lo que eres, hasta dejar de ti sólo la esencia, la base desnuda con la que podría trabajar. Te hice creer, te hice matar, y te hice entender que, a pesar de todo, existía una esperanza, que a pesar de lo que habías pasado, todavía era posible alcanzar la salvación. Que volverías ante tu hijo con la frente en alto, que él, por sobre todas las cosas, estaría a salvo. Y te hice creer que podías cambiarme, apelando a tu culpa y a tu sentido paternal, para que me vieras como un niño enojado y desvalido a quien podías proteger.
—Jacobo, yo intentaba salvarte.
—Lo sé Vicente –replicó con una gran sonrisa en los labios—. Sé que querías salvarme, pero desde tu zona cómoda, desde el sitio de privilegio que siempre ocupaste. Pero tu intención era real, y destrozado por lo que sabías en que se convirtió tu vida, quisiste ayudarme de la misma forma que a un niño en problemas. Como habrías ayudado a tu propio hijo. Y fue en ese momento en que diste el último paso, entregando todo de ti para que yo entendiera que esto estaba mal, queriendo que a través del contacto físico se transmitiera tu sentimiento. Tu culpa. Tu arrepentimiento. Mi victoria, el punto de enlace que nunca antes pude establecer.

Pudo sentir una especie de gimoteo. Miró el cuerpo sobre la silla de ruedas y se dio un tiempo prudente para observarlo de forma directa. Inmóvil, como una masa informe que no tiene fuerza ni peso; de inmediato miró sus nuevos brazos, y palpó los músculos, sintiendo la fuerza y la definición física, con una sensación de placer que lo llenaba por completo. Tuvo la intención de tocar ese cuerpo, acaso como una burla por la diferencia entre lo que era en el presente y lo que había sido, o como medio para profundizar la humillación sobre Vicente. Pero no, ese riesgo no era posible de correr, porque aunque hubieran pasado solo algunos segundos, existía el riesgo de que de alguna forma el contacto físico revirtiera el proceso que le habido dado un cuerpo y una vida nueva.

—Cuando hiciste contacto, cuando me tocaste en el estado en que estabas, ya no tenías ninguna defensa, por lo que tuve la oportunidad de salir de aquí, y dejarte en mi lugar.

— ¡No!

Se deleitó durante algunos segundos en ese grito. Había tantas cosas que quería hacer y conocer, pero aún con esas ganas bullendo desde el interior, tenía que apegarse al plan y hacer todo de la forma en que lo había planeado. Durante todo su vida deseó poder expresar lo que sentía, y sin embargo, ver ese cuerpo inútil como una deforme estatua de cera resultaba lo más divertido del mundo.

— ¿Sabes algo? Pensé en dejarte ahí, en condenarte a una existencia vacía, a estar encerrado en ese silencio y oscuridad, gritando sin voz. Tantas veces te rogué que no me dejaras solo, que no te marcharas, y ahora podrías quedarte para siempre en el sitio que yo decidiera. Pero no, no puedo arriesgarme a que, en algún momento, descubras la forma en que esto es posible.
Pero tienes que saber algo más, algo que de verdad es muy importante: en una ocasión te dije que, una vez establecido el contacto contigo, podría también llegar hasta las personas que amas, y es cierto. La persona que más amas en el mundo es tu hijo, y cuando lo tenga a él, viviré en su cuerpo, dejando este también atrás.

Mientras decía estas palabras, se acercó a la cama desde un costado de la silla, procurando no tocarla, y tomó uno de los cojines blancos que reposaban impolutos sobre una superficie que nunca era usada; era blando, pero ofrecía la resistencia y el bloqueo necesarios. Hizo caso omiso a los desesperados gritos que estaba escuchando, y empuñó el cojín con ambos manos, las que no temblaron al ponerlo en la cara, pero sí de forma leve cuando los gritos en el interior se convirtieron en una sinfonía de dolor y desesperación sin límite.
Y unos momentos después, el sonido cesó, y quedó solo él esa habitación, de pie, sonriente, victorioso, sin nada en el universo que pudiera interponerse en su camino.

—En este mundo, yo soy el rey.

Fue sencillo salir del lugar y embaucar a la mujer de la entrada, diciéndole prácticamente las cosas que quería oír; después de todo, sólo necesitaba el tiempo suficiente para cruzar el umbral de la puerta de esa cárcel, y ya nada importaría después ¿Qué más daba si la gente sospechaba, o incluso denunciaba algo? La juventud y fuerza del cuerpo de Vicente eran algo estimulante y que deseaba disfrutar, pero él cargaba con culpas que haría que su apariencia fuera un gran peso en contra, mientras que el niño…

—Será mío –dijo para sus adentros, dándose el gusto de pensar en voz alta—. Será mío por completo, y podré tener todo lo que me merezco.

Eso no había sido parte del plan inicial, pero cuando descubrió que el amor de Vicente por el niño era en verdad tan grande y sincero, supo que ese era el camino perfecto para conseguir todos sus objetivos. El cuerpo de Vicente era lo que tenía, siendo fuerte, sano y lleno de energía, pero al mismo tiempo estaba envejeciendo, acercándose a la mitad de la vida ¿Qué podría ser mejor que usar entonces esa alternativa? Usando el cuerpo del niño no sólo tendría toda una vida para él, también tendría lo que por derecho le correspondió: juventud, un arma mucho más poderosa que la fuerza física de ese cuerpo adulto y que podría moldear a su gusto, y con total libertad.
Utilizar el automóvil fue todo un desafío, a pesar deI conocimiento dado por la observación y el manejo que, de forma remota, le había dado a través de la manipulación de Vicente. Pero hacerlo por propia mano era muy distinto, requería esfuerzo y concentración que no manejaba en profundidad; sin embargo, tenía toda la noche disponible para aprender a hacerlo bien, y la seguridad de que, al despuntar el alba, todo estaría bajo control. No se equivocó, y de hecho pudo dedicar las horas de la noche a la intemperie para dominar por completo el vehículo y poner distancia, además de dar un conocimiento más completo a su nuevo cuerpo; mientras se observaba con detenimiento en el espejo retrovisor, con la luz interna al máximo, no pudo menos que alegrarse del estado en el que estaba, y lo que ya estaba consiguiendo. Vicente estuvo tan cerca de librarse de su presencia, y fue un momento de gran confusión cuando atentó contra su propio cuerpo, teniendo en su interior el tipo de determinación correcto para enfrentarlo; levantó los cimientos de nuevas barreras protectoras, y estas habrían dado un resultado positivo, si no fuera porque se rindió, porque dejó de pensar en sí mismo, y antepuso a alguien más en el trayecto. Sabía, por lo que conocía del mundo a través de otros, que el sentimiento de amor de unas persones hacia otros era un motor sumamente poderoso, que incluso lograba anteponer la seguridad y estabilidad personal de otro, en vez de lo propia. Tuvo ganas de preguntarle a Vicente ¿Serías capaz de morir por tu hijo? Pero Vicente ya se había ido para siempre, junto con ese cuerpo asqueroso en el que él estuvo encerrado durante tanto tiempo; y muy pronto, cuando tuviera en sus manos a ese niño, podría hacer el traspaso de la misma forma, quedándose ahí para siempre, con el tiempo suficiente para moldear esa estructura a su antojo. Quizás es el futuro crearía un hijo, alguien con quien tuviera un lazo, y el tiempo para repetir la acción ¡Podría vivir para siempre! Y en cuanto a ese niño, la principal razón del amor que Vicente sentía por él, es que sabía que era débil, por lo que la misma situación que provocó una angustia sin límites en un adulto, conseguiría quebrarlo por completo, currado se viera a sí mismo encerrado en otro ser. ¿Qué podría ser mejor que eso? Cargaría con la culpa de dos muertes, y la locura sería la Justificación perfecta para explicar todo el daño hecho. “Eres malo papa”’, tienen que encerrarte. Soltó una carcajada en medio de la noche.


4


Iris hizo un esfuerzo más, y logró remover el peso del cuerpo sobre ella, pero se quedó paralizada al comprender por qué es que reinaba en ese sitio tanto silencio y quietud, y supo que nada en su vida iba a ser jamás como antes, que la calma y la alegría que conoció, se habían ido para siempre.

—Benjamín…

Aún estaba ahí, casi junto a ella, a tan sólo unos centímetros de poder tocarlo.

—Hijo…

Pero no lo tocó ¿Qué iba a hacer? Esa pregunta, en otras ocasiones tan sencilla, pero en esta, revestía una importancia tan fundamental, se convirtió en algo más allá de su comprensión y control. El qué y el cómo habían dejado de tener sentido, y jamás podría cambiar eso.
Aún estaba de rodillas, a muy poca distancia de ella, con el afilado cuchillo sostenido entre sus manitos, aun ejerciendo presión contra el cuello del hombre que permanecía inmóvil, boca abajo; por un momento desvió la vista hacia él, y sintió una nueva oleada de miedo al comprobar que incluso después de muerto, su mirada seguía teniendo el mismo tinte demencial y obsesivo que durante los últimos minutos de horror dentro de su casa. Ni siquiera la muerte lo había despojado de eso, por ese motivo es que, al abrir los ojos, ella pensó que él estaba vivo, que seguía tratando de hacer algo en su contra, sólo que a través de medios distintos. El pequeño seguía presionando el cuchillo contra el cuello, desde cuya herida brotaba la misma sangre que ella había sentido en el antebrazo, y su expresión no era otra que la del dolor y terror más puro que Iris jamás podría haber llegado a imaginar; en el momento de mayor peligro, presionado hasta el límite, él había empuñado el arma antes que ella, para salvarlos a ambos.

—Benjamín… suelta eso…ya terminó.

Su voz ahora era ronca, como si hubiese gritado mucho más tiempo del que realmente había pasado, o acaso era la histeria que se había apoderado de ella durante los frenéticos segundos previos al horror que estaba presenciando. El pequeño, con el rostro reseco y tenso hasta el punto máximo, estaba ahí quizás sólo en parte, siendo testigo de la acción cometida por sus propias manos pero al mismo tiempo sin querer dejar de realizarla, como si una parte de él le dijera que en ese movimiento estaba la única opción en el mundo de mantenerse a salvo. Como si a partir de ese momento supiera que nada en la vida iba a volver a ser seguro otra vez.
Levantó la mano izquierda, con lentitud, y la acercó al niño, pero a medio camino cambió de opinión, y enfocó el movimiento en las manos que aún sostenían el mango del cuchillo; no se negó a soltarlo, aunque la visión del arma ensangrentada, suspendida por la penetración en la carne del cuello fue más abrumadora que lo que había contemplado un momento antes, porque en esa inmovilidad pudo comprobar que, en efecto, el hombre estaba muerto. Hizo acopio de fuerzas y pudo salir de debajo del cuerpo, el que quedó tendido boca abajo, en medio de un charco de sangre que de todas formas no podría disimular la tétrica expresión en el rostro, que se había quedado marcada a fuego, incluso más allá de la muerte; se sintió cansada, con un dolor y agotamiento expandiéndose por todas las articulaciones y nervios. Arrodillada es el suelo, inspiró aire a la fuerza, y miró a dirección al niño, que a la distancia de un brazo de ella, permanecía en una posición muy similar, de rodillas, aunque en su caso, su expresión era la que decía mucho más que la posición en la que se encontraba su cuerpo, como si el terror y la angustia se hubieran mezclado con el dolor, convirtiendo su rostro en una amalgama de sufrimiento mucho más marcada que las lágrimas ahora tan secas sobre la piel como los ojos en las cuencas.
¿Sería prudente tocarlo? Todavía estaba ofuscada por la baja de adrenalina, por lo que no estaba teniendo la rapidez mental necesaria que unos momentos antes para procesar la información; tenía ganas de abrazarlo, de cobijarlo entre sus brazos y decirle de alguna manera que él pudiera entender, que eso se había terminado, que ella con su amor lo protegería de todo cuando llegara el momento apropiado. Que aunque ambos hubiesen estado sometidos a ese horror, ella lograría alejarlo de él. Sin embargo, al mismo tiempo otra parte de ella le decía que esto no era posible, que si el niño había comprendido, o sido capaz de actuar por instinto de preservación en esa situación crítica, eso abriría una puerta que jamás debería tocarse a tan corta edad, haciendo saber a su joven mente que las hadas y los héroes no existían, y que se encontraba en un mundo cruel donde las heridas del alma jamás pasaban, y hasta las personas que más amabas podrían tratar de destruirte. En su interior, también, pensó ella, estaba un dolor que era real pero que no saldría del todo hasta que las cosas se hubieran calmado un poco, y ese dolor tenía que ver con lo que, como mujer, había perdido, de forma concreta en ese instante, pero desde antes sin saberlo a ciencia cierta, porque por mucho que quien la hubiera atacado fuera una especie de monstruo sediento de sangre, que se atrevió a tratar de dañar incluso a su propio hijo, en resumen de cuentas, era Vicente, el hombre al que amó por tantos años. Tuvo un instante, muy breve por suerte, en el que la realidad de esa pérdida, tanto personal como humana, se convirtió en algo real y de una importancia aplastante, significando al mismo tiempo cosas tan enormes como la desaparición total de alguien a quien amaba con todo su corazón, como otras mucho más sutiles, como la pérdida del tacto, y el conocimiento concreto de que nunca más iba a poder ver al hombre que le sonreía de esa forma, que cuando estaba recostado junto a ella la miraba con ojos soñolientos y rozaba su costado con los nudillos. Sintió por un momento unos enormes deseos de llorar, pero por suerte ese cúmulo de sensaciones no siguieron el curso, y pudo saber a ciencia cierta que podría concentrar sus escasas fuerzas en lo que era necesario hacer. ¿Alguien diría algo respecto a que ella lo abrazara? ¿Alguien podría, dentro del escaso tiempo que pasaría, decir que el pequeño era es realidad culpable de algo?

—Benjamín, hijo. Ver con mamá.

El niño no levantó la vista, ni dio señas de haber escuchado las palabras de ella, sumergido en un abismo más profundo quizás, incluso, que la mortífera realidad que lo rodeaba. Al fin Iris rompió la distancia entre ambos, y alargó el brazo hacia él, tonándolo de la barbilla con extrema suavidad.

—Mírame por favor.

Lo dijo con la mayor delicadeza de la que fue capaz, pero el pequeño no dio muestras de reaccionar de ninguna forma; por primera vez pudo mirarlo directo a la cara.

La puerta de la casa se abrió producto de un golpe o algo similar, y aunque en efecto debería ser algo que llamara su atención de forma poderosa, no lo hizo; el rostro y los ojos del niño ocupaban todo su rango visual.

—Iris.

Fue la voz de Juan Miguel. No estaba demasiado cerca, por lo que, de seguro, sólo la vería a ella de espalda, y a su izquierda, la sangre y el cuerpo inmóvil.

—Sal –dijo con una voz que le sonó irreal—. Llama a la policía.
—Iris…
—Sal –repitió con más fuerza—. No debes estar aquí.

Él tuvo un instante de vacilación, pero luego ello escuchó que los pasos, hasta ese momento detenidos en el umbral, devolverse, y la puerta cerrarse tras ellos. Más apagada, sintió la voz de su amigo, de seguro hablando con la policía.
Pronto vendrían.



Próximo capítulo: Una simple sonrisa

No vayas a casa Capítulo 27: Reacciona




Antes de que pudiera asimilar de forma consciente que la voz que escuchó a la distancia era la de su hijo, el instinto se lo dijo y la hizo reaccionar, aunque esto fue al mismo tiempo qué él lo hacía. Una gélida e inhumana sonrisa apareció en sus labios, transmutando la desconocida expresión anterior en una mueca salvaje e incontrolable.
El vaso cayó de su mano.

—Será mi primera diversión real.

Algo en su gesto, o quizás en la respiración, hizo que Iris supiera al instante que todo había cambiado de forma definitiva, y que el tiempo para los pensamientos había terminado para siempre; pero fue más que eso, se trató de una reacción similar a la de un animal en caza, que activado por la presencia de la víctima, pasaba de la observación a la acción. Él soltó una especie de bufido, mientras inspiraba y sus ojos, aquellos ojos antes cristalinos, parecían iluminarse por causa de una fuerza por completo incontrolable. Iris reaccionó en una milésima de segundo, y al mismo tiempo que él volteaba y levantaba el brazo para empujar la puerta, ella alcanzó uno de los cuchillos de la mesada y corrió hacia él, empuñándolo con fuerza.

— iNooo!

Con precisión casi quirúrgica, clavó el cuchillo en el antebrazo derecho, causando un horrible grito por parte de él; sin detenerse a mirar ni a pensar en nada, empujó la puerta de vaivén y corrió con todos sus fuerzas, mientras en segundo plano escuchaba el grito de él, mezclado con otro sonido que no conseguía identificar. Subió las escaleras a toda velocidad, llegando a tiempo al segundo piso para ver a Benjamín saliendo del cuarto; en ese momento, verlo con su pijama y una evidente confusión en el rostro, provocada de seguro por los gritos y estar despertando, no hizo ningún efecto en ella, más que decirle que era necesario darse prisa, ya que él no podría reaccionar de la manera apropiada.

— ¡Ven acá!

Se apresuró hacia él y lo tomó en sus brazos, intentando no distraerse en su expresión ahora más confusa y definitivamente asustada por su voz al punto de la histeria.

— ¡Mamá!

El pequeño soltó un grito de miedo, que a pesar de surgir un instante antes, no le dio tiempo a reaccionar de la forma adecuada; apenas estaba girando el cuerpo para regresar a la escalera, cuando percibió la cercanía de otro cuerpo, y todo se revolvió.
Impulsada por la fuerza de él, cayó de espalda, perdiendo el control de sí misma y a la vez, no pudiendo mantener en sus brazos al pequeño; por un momento todo se volvió oscuro, y de inmediato el juego de colores pasó frente a sus ojos, convirtiendo el techo y el suelo en una sola cosa. Activada como por resorte se volvió y logró ponerse de rodillas, descubriendo que por causa del brutal empujón de él, había caído un par de metros más atrás, mientras el niño estaba en el suelo, casi al borde de las escaleras.
El hombre se arrojó casi a cuatro patas en el suelo, llegando con una asombrosa rapidez hasta el pequeño, al que tomó de los hombros, acercando su cara a la suya, sonriendo de forma desquiciada, soltando respiración jadeante y entrecortada. En el brazo derecho había una gran mancha roja, pero no señas del cuchillo con el que ella lo había atacado.

—Contigo, estaré aquí para siempre.

Iris se impulsó producto de una fuerza interior que no conocía, pero que la dotó de la energía necesaria para reaccionar a toda velocidad, sin medir consecuencias para sí misma ni el nivel de peligro al que podría estar expuesta; entró a su cuarto a toda potencia, y tomó del pequeño mueble a poca distancia de la entrada el espejo de tocador que reposaba en él, empuñándolo como un arma, de forma similar a como lo había hecho con el cuchillo tan sólo unos segundos antes. Salió del cuarto mientras él continuaba sacudiendo al pequeño, que lloraba incesantemente presa de un terror más allá de su comprensión, y gritando de forma desesperada, asestó un golpe directo en la cara. El espejo se destrozó en mil pedazos, que volaron en todas direcciones mientras el marco de madera y la base se quebraban por efecto del impacto; él fue arrojado hacia la izquierda, mientras el niño se soltaba de sus manos y caía como un bulto hacia la derecha, nuevamente a sólo unos milímetros del borde de los escalones. Iris no sintió el rechazo en los músculos de los brazos ni el daño en la resistencia física, sólo se concentró en avanzar y tomar entre sus manos al pequeño, que en un terrible estado de shock sólo atinaba a quedarse en el suelo sin hacer nada más. Logró tomarlo a medias de un brazo y de la cintura, y sin tiempo que desperdiciar, comenzó a bajar atropelladamente las escaleras, con un único objetivo en mente, que era llegar hasta la puerta de salida; nada más importaba, no podía pensar en otra cosa, y estaba en la obligación de concentrar todas sus fuerzas en llegar hasta ese punto y conseguir escapar; sin embargo, en medio de la cacofonía que se había formado en sus oídos, no pudo escuchar bien lo que estaba a punto de suceder, por lo que tampoco tuvo el tiempo, nuevamente, de reaccionar de la forma apropiada. Cuando faltaba la mitad del tramo de escalones para llegar hasta la planta baja, sintió nuevamente un impacto, físico, pero esta vez fue mucho más localizado, un tipo de golpe diferente; esta vez sostuvo con fuerza a Benjamín entre sus brazos, mientras descubría que todo era fruto de un nuevo ataque, en esta ocasión en la forma de un empujón con las manos, que la arrojó de costado contra la pared. A punto estuvo de perder el equilibrio, pero se mantuvo, sólo para ver el rostro de él a una mínima distancia, y sus manos tomarla por los hombros para sacudirla violentamente contra la pared.

— ¡Tú no puedes detenerme!

El primer golpe hizo que se le nublara la vista, aumentando la sensación de temor producida por esa voz irreal que rugía contra sus tímpanos. Estaban pasando tan sólo milésimas de segundo, pero era el tiempo suficiente para saber que no iba a ser capaz de resistir mucho, que el agarre de sus dedos terminaría por soltarse, y quizás ella perdería el conocimiento antes de poder hacer algo efectivo para proteger a su hijo. Un segundo embiste contra la pared de la escalera, escuchó su propia voz soltando un gemido de dolor, y otra vez gritó como poseída, pero en esta ocasión para volver a pasar a la acción; arriesgándolo todo, mantuvo sujeto a su hijo con la mano derecha, mientras con la izquierda se sujetó del hombro de él, y usó la fuerza del embiste provocado para arrojarse en su contra. Durante un momento estuvieron demasiado cerca, suspendidos como si estuvieran flotando en la nada, y luego el suelo desapareció bajo sus pies y otra vez todo alrededor se volvió una mancha de colores y formas que pasaban a toda velocidad, al tiempo que sentía los golpes, uno en el mentón, otro en la espalda, y muchos otros a medida que caían por la escalera; intentó dejar a su hijo en el escalón antes de empujar a su atacante, pero sólo lo logró a medias, disminuyendo el impacto sobre él y absorbiéndolo ella. Algunas milésimas de segundo después estaba en el suelo del primer piso, revolviéndose en sí misma para poder ponerse de pie, mientras trataba desesperadamente de enfocar la vista y encontrar a su hijo, que en medio de todo el ruido que nublaba su entendimiento gritaba y lloraba por ella. El mentón le dolía más que todos los otros golpes, y provocaba una suerte de temblor en toda la cabeza, pero supo que no tenía tiempo, que de nuevo estaba a una distancia mínima de la puerta y al mismo tiempo de la causa de ese mortal peligro que amenazaba a ambos; dando un barrido rápido vio que él también estaba al pie de las escaleras intentando reponerse, y que a la herida profunda en el brazo se sumaban una serie de cortes en el lado derecho de la cabeza; gruñía de forma animal, mientras su jadeo era poco menos que otro tipo de gruñido, tan amenazador como lo que había hecho dentro de los más recientes segundos. Benjamín estaba semi arrodillado sobre un escalón, llorando de forma casi convulsiva, a cinco peldaños del primer piso, y de forma definitiva incapaz de moverse; pero no tenía heridas visibles, al menos eso le causó una momentánea ola de calma en medio de la desesperación a la que estaba sometida. Pero él estaba demasiado cerca, a punto de volver a ponerse de pie, como si los golpes lo afectaran menos de lo que debieran; Iris estaba poseída por la adrenalina, pero aún con ello tuvo un instante de lucidez para saber que lo mismo que había ocurrido en dos ocasiones podría volver a repetirse en una tercera, y si bien había tenido suerte, lo más probable era que en la siguiente las cosas no fueran así. No podía confiar en alcanzar otra vez a su hijo y correr hacia la salida, porque él estaba igualmente en el trayecto, dispuesto a todo por alcanzar a Benjamín, quien era sin dudas su objetivo primario.
Tenía que detenerlo a él, al menos el tiempo suficiente para que Benjamín estuviera a salvo.

— ¡Benjamín, tienes que salir ahora!

Su propio grito sonó irreal incluso para ella, dotado de una fuerza rayana en la locura, pero que hizo que el pequeño reaccionara y enfocara entre su llanto la vista en ella; el terror dibujado en su pequeño rostro surcado por lágrimas parecía haberse marcado a fuego, sin embargo la mujer pudo entender que él había comprendido, que el llamado de urgencia de su madre estaba por sobre todas las cosas. Se puso de pie con sorprendente rapidez, bajando los escalones de forma atropellada, pero sin perder el equilibrio.

— ¡Corre, corre, corre!

Al mismo tiempo que ella decía esto, él se incorporó y dirigió también al pequeño su mirada, y levantándose elevó las manos en un gesto de adelantarse a los hechos, dispuesto a impulsarse y atraparlo con lo que en esos momentos parecían garras. Iris siguió dando a gritos la orden y se arrojó contra él, sujetando entre sus manos su cara y empujando con todas sus fuerzas; durante una terrorífica fracción de segundo quedaron enzarzados en un forcejeo, al mismo tiempo que el pequeño pasaba junto a ellos.

— ¡Sal de la casa, corre, corre!

Iris logró sostenerlo contra la baranda de la escalera el tiempo suficiente para que el niño llegara al fin a la planta baja, pero la fuerza de él era por mucho superior; si bien no pudo soltarse del agarre de ella, tuvo la oportunidad de mover el brazo izquierdo el espacio suficiente, y darle un bofetón a mínima distancia. Iris sintió el remezón en la cabeza y el latigazo en el cuello, pero siguió gritándole a Benjamín que corriera y saliera de ahí, utilizando toda su energía en detenerlo; ya no importaba nada, seguramente algún vecino escucharía algo, o el niño sabría ir hacia la casa de Jacinta, distante tan sólo una vivienda de la de ellos, lo que pasara con ella no importaba, no se rendiría, pero el esfuerzo habría valido la pena si con ello lograba ponerlo a salvo. Un segundo golpe, un tercero, y perdió la fuerza en las piernas y en los brazos, derrumbándose sobre la escalera, mientras todo comenzaba a ensombrecerse. Cayó sobre el costado izquierdo en los escalones y trató una vez más de fijar la vista. Creía haber detenido al atacante el tiempo suficiente para que el pequeño saliera, pero la sorpresa la inundó cuando vio que la puerta de salida estaba cerrada.
¿Dónde estaba Benjamín?
Logró recuperar algo del control de sí misma y se incorporó, a tiempo para ver que el niño corría hacia la puerta de la cocina ¡No había fuma de escapar! A pesar de los golpes que había recibido, y de la debilidad general que estos y el esfuerzo físico le causaron, supo que aún no podía rendirse, que ese monstruo que estaba en el interior de su casa seguía siendo una amenaza para ambos, pero sobre todo para su hijo.

“Por favor –rogó mientras luchaba por levantarse–, tengo que salvarlo, no puedo dejar que le haga daño”

Luchó y luchó con más ahínco, viendo pasar las cosas en cámara lenta, teniendo disponible un tiempo irreal, en donde pudo ver al monstruo bajando el último peldaño, dirigiendo su movimiento hacia el niño distante de él tan sólo un par de metros. ¿Cómo podía contrarrestar esa fuerza sobrehumana, cómo poner a distancia a su hijo de esa criatura, contra quien los golpes no parecían ejercer efecto alguno? Sin embargo, el brazo de él sí estaba ensangrentado y sí, la había golpeado, pero con el brazo izquierdo
Entonces lo vio.
El cuchillo con el que ella lo había atacado estaba a muy poca distancia de la puerta de la cocina, justo en la trayectoria que torpemente llevaba el niño, sollozante y angustiado. El atacante pasó junto al sofá, en una carrera que comenzaba a ser desbocada y que sin duda le permitiría alcanzarlo antes de que consiguiera tocar la puerta de vaivén de la cocina. Sin saber cómo, Iris logró ponerse de pie, y en una acción completamente desesperada, corrió con todas sus fuerzas, rodeando el sillón por la derecha, esta vez con la vista fija en el cuchillo y no en el pequeño; tuvo una increíble claridad de pensamiento, la suficiente para ver y entender las cosas con más detalle aún de lo que había visto milésimas de segundo antes. Pudo ver por el rabillo del ojo cómo la furibunda expresión de él era atravesada por la sorpresa de verla a ella regresar al enfrentamiento, y de qué forma su actitud corporal en medio de la carrera cambiaba, tornándose más violenta, y acaso también más insegura.
Inclinó el cuerpo en la carrera, esforzándose por no pensar y no sentir nada más que aquello que ocupaba su campo visual; a pesar del fuerte impulso de llegar hasta el niño, abrazarlo y acogerlo en sus brazos, en ese momento eso no serviría de nada, se convertiría más bien en una tercera oportunidad de ser atacada por él, y aunque estaba poniendo fuerzas más allá de las que tenía, no sabía hasta qué momento podría resistir y mantenerse en la batalla.
No había nadie más en el mundo en ese momento; el atacante no podía salir de esa casa, y si era necesario, ella tampoco.
Rogó que sus fuerzas fueran suficientes, que su temple no fallara ahora que había llegado a un nivel de entendimiento pleno de la situación en la que se encontraba, en que aunque hubiesen pasado sólo unos momentos, la vida entera había dado un vuelco y su accionar tenía que estar de acuerdo con el nuevo escenario.
El niño sintió los gritos y los gruñidos mucho más cerca de él y ralentó su huida, volteando hacia atrás con el pánico dibujado en los ojos; Iris vio que el monstruo que los atacaba estaba mucho más cerca de él que ella y además poseído por esa fuerza inexplicable que hasta ese momento lo había dominado, y supo que era la única oportunidad que tendría.
El metal plateado de la hoja del cuchillo en el suelo brillaba entre las marcas de sangre en él, casi como un trofeo caído desde una repisa, un cruel y frío premio que esperaba por las manos que lograran alcanzarlo y blandirlo en primer lugar.
Iris se arrojó con desesperación hacia el cuchillo, con las manos como garras hacia él, sabiendo que todo dependía de ese objeto.
Cayó de bruces sobre el suelo, sintiendo en ese preciso instante cómo la distancia entre ella y el atacante disminuían al máximo; aun estando en el momento mismo de su impacto contra el suelo, pudo sentir que él estaba arrojándose también, que lo había hecho al ver que ella tomaba esta acción desesperada, intentando ganar en esa jugada inesperada y sorpresiva. Ella se revolvió en sí misma para poder mirar hacia arriba, y el cuerpo de él cayó sobre el suyo como una sombra mortífera y amenazadora.


2


Cuando abrió los ojos, Vicente no supo dónde estaba ni lo que había ocurrido hasta dentro de un momento.

— ¿Qué sucede?

Su voz sonó como un eco a la oscuridad, sin nada que le diera a entender qué era lo que estaba sucediendo.
Jacobo.
Recordó entonces lo que había pasado poco antes, y la forma en que se enfrentó a Jacobo, dispuesto a terminar de una vez por todas con aquella amenaza que había destruido toda su vida.
¿En dónde estaba?
No podía ver nada a pesar de tener los ojos abiertos ¿o sería eso una sensación, pero no la realidad? Se acercó a Jacobo y lo abrazó, en un intento por desestabilizarlo, como sabía que estaba haciendo desde antes. Se dijo que él nunca había recibido ni sentido amor, mucho menos estado en contacto físico con alguien, lo que a fin de cuentas resultó alimento fácil para sus malos sentimientos, y permitió que su odio creciera más y más, enfocándose en todo lo que no tenía; había sido manipulado como un objeto, en parte gracias a su propio odio, que alejó y terminó por matar a sus propios padres, tras lo cual se quedó solo por completo. Concluyó entonces que la única forma de detener el avance incontrolable de sus poderes era darle algo que jamás había tenido, la sensación de contacto físico, a través de la cual podría transmitir mucho más que con las palabras, que según el propio Jacobo eran fuente de mentiras y engaños. Y Jacobo de alguna manera sabía que eso era real, que había verdad en esa intención, ya que cuando sintió que se estaba acercando, se asustó y trató de alejarlo; pero ya era tarde, Vicente ya estaba mucho más cerca de él y el poder con el que había cerrado las puertas y manipulado el aire alrededor se disolvió, incapaz de realizar la acción que quería por estar atenazado por el miedo a la cercanía. Concluyó que, de la misma forma en que antes su poder no podía estar de forma permanente sobre su mente, ahora el poder sobre sí disminuía al estar en presencia de otra persona, incluso si se trataba de su propia víctima.

— ¿Dónde estoy?

Pero algo no estaba bien ¿Se habría desmayado ante el enorme esfuerzo realizado en ese momento? Sintió una especie de grito desgarrado, pero era algo que no tenía una descripción posible, porque era algo completamente fuera de este mundo.

—Vicente.
— ¿Jacobo?

Aun no veía nada alrededor, ni era capaz de moverse; se dijo que quizás estaba inconsciente después de la experiencia vivida, que quizás en un esfuerzo por liberarse, Jacobo había desplegado su máxima fuerza, la misma que unos momentos antes lo había arrojado al suelo. ¿Es que acaso el poder que antes desplegó con tanta fuerza, había cambiado de forma, ocultando entonces de toda luz, aquella fría habitación?
Pero no estaba durmiendo. De alguna manera supo que no estaba inconsciente, sino por completo despierto, sólo que incapaz de ver con claridad, y de moverse. Quizás estaba siendo aprisionado por la fuerza que lo lanzó al suelo, y Jacobo, en un intento de autoprotegerse, hizo que las luces se apagaran.

—Vicente.
—Jacobo, esto se terminó.
—Aún tienes valor para seguir hablando.
—Ya no tienes el mismo poder sobre mí.
—En eso tienes razón.

La afirmación hizo que se sintiera nervioso ¿Por qué de pronto sonaba tan tranquilo y autocomplaciente? De pronto la luz se hizo dentro del sitio, y Vicente soltó un alarido de terror.

—Estás en mi reino, y aquí yo soy el rey.

Estaba viendo a Jacobo, pero por primera vez no a su cuerpo, sino a su mente; quiso cerrar los ojos, pero estaba atrapado sin poderlo evitar, sus párpados adheridos de una forma inexplicable, obligándolo a ver sin detención el horrible espectáculo.

— ¿Te gusta este lugar?
— ¿Dónde estoy?
—Estás dentro de mi mente.

Jacobo era un cuerpo inmóvil en la vida pero ¿Qué era ahí? ¿Acaso esa horrible imagen que le resultaba imposible dejar de ver era la representación que él tenía de sí mismo? ¿Qué tan torcida podía en realidad estar su mente como para visualizar algo como eso?
Su cuerpo era una especie de cadáver desollado, en el que la piel había sido arrancada, dejando todo el conjunto de músculos y terminales nerviosas al rojo vivo; pero esto iba mucho más allá, porque había algunas zonas en donde el músculo no existía, podía ver con horrible claridad los tendones y nervios colgando sin tener en donde sostenerse, y el hueso recubierto de una sustancia gelatinosa casi transparente. Una serie de largos tubos cuyo origen no estaba dentro de su campo visual llegaban hasta el cuerpo, y se internaban por los orificios rectal y urinario, haciendo que los bordes de piel sanguinolenta lucieran desgarrados, en decenas de cicatrices hechas y vueltas a hacer; estos tubos también se internaban por las fosas de la nariz, y uno más por la boca, pero habiendo penetrado por la mejilla, en donde la abertura escurría una mezcla repugnante de sangre y bilis. En ese momento notó que el vientre estaba abierto de costado a costado, dejando a la vista los putrefactos e inmóviles órganos internos, mezclados con los extremos de los tubos que horadaban la carne desde el exterior. Una sustancia gomosa de un color indefinible pasaba a través del tubo en la boca, la que al estar desprovista de piel como el resto del cuerpo, no era más que parte de una calavera recubierta por membranas al rojo, ensangrentadas y casi por completo transparentes. El extremo del tubo se movía, dirigiendo la sustancia hacia la garganta, que sufría una convulsión al recibir por la fuerza aquel contenido; unos instantes después, dicha sustancia aparecía visible a través de la abertura del vientre, convertida en un líquido de color amarillento, poblado de unas diminutas esferas negras. En el interior del estómago, donde los órganos estaban desprovistos de movimiento, los otros tubos buscaban como si se tratara de ventosas con dientes minúsculos que rastreaban sobre la inerte superficie, succionando milímetro a milímetro en busca del objetivo; una vez encontrado, tras una ruta de lesiones y nuevas heridas en la superficie, los extremos dentados daban con su objetivo, absorbiendo y causando nuevas convulsiones que, igual que estertores mortíferos, se extendían en el tiempo, posando a formar parte del ritmo de la respiración del cuerpo. El rostro desollado, desprovisto de cabello, no era más que una calavera, incapaz de dar forma a emoción alguna, esto debido a que en ella, a diferencia del resto del cuerpo, no había músculos, y sólo se veía una membrana muy ligera, cubierta por miles de diminutos terminales nerviosos que, a pesar de no estar conectados por efecto de la destrucción física, se convulsionaban a espasmos irregulares, siendo capaces de transmitir una agonía y perpetua señal de dolor. Los ojos, sin embargo, permanecían completos, posados en las cuencas y sostenidos por débiles nervios, sin párpados que pudieran protegerlos de la sangre en suspensión a sólo milímetros de ellos, incapaces más incluso que el rostro en su conjunto de realizar cualquier tipo de expresión, pero al mismo tiempo, fijos, enfocados en él y en su propia mirada.
Entendió entonces que lo que estaba viendo era la representación mental que Jacobo tenía de sí mismo, y que iba mucho más allá de lo que él, desde el exterior, habría podido suponer. La voz de Jacobo, que no provenía de ese cuerpo, pero tampoco de ningún sitio en particular, se encargó de dar una respuesta, como si  descifrara sus pensamientos al igual que antes.

— ¿Sorprendido? —dijo con una voz sosegada que hacía, por contraste, aún más desagradable el atroz aspecto que lucía en esos momentos– Entiendo que lo estés, porque hasta hace un minuto debes haber estado convencido de poder derrotarme.

Vicente estaba siendo presa de la morbosa visualización de esa estructura física, dominado por un sentimiento de angustia y nerviosismo que parecía ser controlado por alguien que no era él. ¿A qué se refería con decir que estaba en su mente?

— ¿Qué lugar es este?
—Ya te lo dije, estás dentro de mi mente, este es mi reino.
—No puede Ser.
—Es natural que no lo creas con facilidad; después de todo, ese ha sido mi plan desde un principio. Yo quería que vinieras a mí.

La declaración sonó mucho peor en su mente de lo que habría significado en otro contexto. No, no podía ser.

— ¿A qué te refieres?
—En algún momento llegaste a la conclusión –explicó la voz— de que quien fuera que estuviera “detrás” de los hechos que te ocurrían, por fuerza tenía que ser alguien de tu pasado, porque la planeación del ataque en tu contra habría llevado muchísimo tiempo. Tuviste razón, excepto por un detalle, y es que en esto no hay nada improvisado, todo es parte de lo que planeé para que vinieras a mí.
—No, eso no puede ser –respondió con nerviosismo—. Tú estabas asustado, no querías que me acercara a ti.
—Vicente, no te esfuerces en tratar de demostrar que estás en lo correcto, porque no es así. Has sido mi títere, mi juguete desde el principio. Porque yo lo quise así.

Vicente sintió un escalofrío, o una sensación muy similar al escuchar eso; sí, había sido influenciado por él, pero en ningún caso un títere. Había luchado contra esa sensación.

—Estás desesperado porque perdiste el control, porque no hay un rango ilimitado de daño que puedas hacerme, y porque tu poder sobre mí disminuye cada vez más.

Sin embargo, la voz replicó con calma a sus palabras.

—Vicente, yo nunca he querido hacerte daño.

3

Juan Miguel avanzaba a alta velocidad en la motocicleta, pero tuvo que detenerse un instante en un semáforo. Aprovechó la oportunidad para ver la hora es el reloj de muñeca, y comprobó que estaba en el tiempo planeado, por lo que llegaría en tres minutos. Sin embargo; sintió la necesidad de llamar otra ver, aunque es esta ocasión, en vez de marcar el número de Iris, dio la orden al mando a distancia de llamar a la casa. Escuchó por el audífono un tono, dos.

—Vamos, contesta Iris, contesta.

Dos tonos más, pero siguió sin contestar. La luz en el semáforo cambió de color, y Juan Miguel desistió de seguir intentando; algo le dijo, sin saber muy bien qué, que las cosas no estaban como deberían en esos momentos. Iris debería haber contestado el móvil o el fijo, pero no hizo ninguna de las dos cosas.
Aceleró.

4

—No, eso no es posible.

Estar prisionero en esos momentos, en la forma en que fuese, había pasado a un segundo plano; lo de verdad importante era lo que estaba escuchando.

—Desde un principio –explicó la voz con un toque inconfundible de satisfacción— he querido hacer algo contigo, pero hacerte daño no es mi fin último. Ha sido sólo un medio.
—Siempre dijiste que querías destruirme, has hecho todo por arruinar mi vida.
—Arruinar no es igual que destruir.
— ¡Me usaste para asesinar a Renata! Causaste la muerte de una persona.
—Vicente, te va a resultar muy difícil entender lo que ha estado sucediendo, y eso es porque yo lo he querido así.
— ¿Qué?
—Esto es lo que he querido desde el principio: que vengas a mí. Por eso es que he estado hablando en tu cabeza, para lograr crear ante ti un panorama que pareciera completamente real. Primero, tenía que entrar en ti, y eso no fue difícil una vez que aprendí a salir de aquí, y entrar en tu cabeza; pude haber provocado tantas cosas, y en el camino me pregunté muchas veces cuáles eran los métodos apropiados en este caso. Tuve que aprender mucho, a identificar cuáles eran tus sentimientos más profundos, tus miedos y las cosas más importantes. Llegué a conocerte tanto que me dabas asco.

Los palabros ahora eran frías e impersonales, pero al mismo tiempo demostraban mucho del verdadero sentimiento, oculto hasta ese preciso instante, bajo numerosas capas de mentiras.

—Pude usarte como un juguete para hacerte matar, pude obligarte a creer a mí como una voz real que te aconsejaba, y manejar tus sueños a mi antojo, pero hay algo que me faltaba. Necesitaba de algo más, un paso definitivo para ambos. Fue entonces cuando descubrí que daría mejor resultado intentar alejarte, que mantenerte cerca y controlado.

La voz de la Conciencia. La voz a la que escuchó, y a la que acto seguido comenzó a temer, cuando supo que algo peligroso se escondía tras esas palabras amables y melosas. La voz que le dijo que quería destruirlo, la que fue soltando, gota a gota la verdad, liberando recuerdos, desbloqueando escenas.
La voz con vida propia que hizo tambalear todo lo que tenía.

—Descubrí que si te daba una esperanza, por mínima que fuese, te aferrarías a ella y lucharías por mantenerla a flote a cualquier costo. Y esa esperanza era reunirte con tu esposa, y no perder a tu hijo.
— ¿Por qué? ¿Para hacerme más daño?
—No. Para traerte ante mí. ¿No lo ves? Cuando comenzaste a tratar de localizarme, estabas decidido —adoptó un cruel tono de desprecio— a hacerme abandonar, a que creyera en tu arrepentimiento y dejar de lado tus intenciones; conseguí hacer que creyeras en la mentira más grande de todas: que podías hacer algo al respecto.

Vicente no fue capaz de articular palabra.

— ¿Por qué no viniste a matarme? Ya tenías una muerte en tus manos, perfectamente podrías cometer otro asesinato, pero esa opción que te habría salvado, estaba eliminada para siempre desde el interior de tu ser. Cuando descubriste la muerte para la que te utilicé, no solamente entendiste que tenías que utilizar todas tus fuerzas para tratar de detenerme, también me permitiste crear un bloqueo en tu mente, que te haría imposible volver a matar; de esta manera, después de la muerte, la única opción que te quedaba disponible ante algo que no podías desechar de tu mente, era convencerme de dejar de hacerlo.

Vicente no pudo replicar a estas palabras tampoco, mientras el silencio de Jacobo hacía más efecto, y daba más cuerpo a sus dichos. ¿Entonces era eso, al final todo era parte de un plan para atraerlo a ese sitio?

— ¿Qué es lo que realmente pretendes? —dijo al fin.
—Hay algo que tú tienes que yo necesito desesperadamente. Y que ahora que te atraje hasta aquí, ahora que te metí en mi mente, ya puedo conseguir.



Próximo capítulo: Hasta que no respires