No vayas a casa Libro 2: En el fondo - Capítulo 16: No me escuchaste

Libro 2: En el fondo

Capítulo 16: No me escuchaste

Todo fue muy confuso al principio.
Todo era oscuridad y silencio, algo tan grande que resultaba aterrador en todas las formas.
En la única forma que conocía.
En determinado momento, entendió que no todo era así; que se trataba de una cárcel, una especie recinto enorme con paredes antes impenetrables y repleto de silencio, pero no absoluto y, por lo tanto, posible de derrotar.
Supo, a través de ciertos hechos, que estaba tras una especie de pared, detrás de la cual había un mundo, el mundo. Quería conocerlo, pero aún no sabía cómo salir; poco a poco su capacidad de escuchar fue mejorando, y supo que había sido creada una grieta, un espacio que le permitió acceder a lo que había en el exterior aunque fuera de forma remota: esa distancia se volvió entonces un motor, la inspiración para continuar. Resultaba extraño, porque empezó a aprender cómo eran los sonidos, pero este mismo conocimiento era triste, ya que le decía que no pertenecía a ese lugar, que no tenía la experiencia ni los medios para llegar ahí.
Pero tenía tiempo.


1


Sebastián era un hombre de 35 años, de contextura maciza y actitud algo nerviosa, que se vio aumentada por su evidente angustia al momento de llegar a la urgencia; llevaba una tenida deportiva con una vieja campera de mezclilla encima, detalle de vestuario que, aunque podría pasar desapercibido, para ellos resultaba muy importante, debido a que él usaba esa prenda sólo cuando iba al campo. De seguro el estrés estaba haciendo mella en su estado de ánimo.

— ¿Les dan dicho algo, saben cómo está?

Iris se adelantó al verlo entrar en la urgencia y le dio un afectuoso abrazo, que el hombre aceptó con la sencillez de un niño; se trataba de un hombre simple, amante de su casa y esposa, que no quería otra cosa que ser feliz con ella, y hacer lo posible porque ella también lo fuera.

—Aún no sabemos nada, llegamos hace menos de diez minutos.
—Entiendo.
—Tal vez deberíamos ir a la sala de espera, no está lejos y puedes beber algo.

Tenía los ojos inyectados en sangre; de seguro había estado llorando, pero en ese momento se controlaba lo suficiente como para poder hablar con claridad, a pesar de la nota de tensión constante en su voz.

— ¿Cómo fue? Dime lo que pasó, necesito que me cuentes todo.

Sólo habían pasado diez minutos desde que ellos llegaron, por lo que las noticias al respecto eran nulas. Vicente lo hizo sentarse a un costado del pasillo en una de las incómodas y duras sillas blancas empotradas en la pared.

—Decidimos salir a ver si podíamos hacer algo —explicó con calma—, yo salí en primer lugar; pensamos que tú ibas a tener que estar en casa por cualquier cosa, de forma que podríamos ser de ayuda si hacíamos preguntas en las estaciones de servicio o en las tiendas de atención nocturna, por si alguien la había visto.

Sebastián lo miraba con total atención, casi como si de las palabras que estaba escuchando dependiera una parte importante de lo que estaba en juego en ese momento.

— ¿Dónde la encontraste, cómo estaba?

Vicente apoyó una mano en su hombro, mirándolo fijo a los ojos.

—Lo primero es que tienes que estar tranquilo.
—Sí, lo sé.

Vicente se dio un instante para dar énfasis a lo que acababa de decir, luego habló con tranquilidad.

—Estaba en el parque urbano que está cerca de su casa; puedo suponer que recibió un golpe, o tal vez se desmayó, pero no tenía ninguna herida visible. Nada.

Recalcó la última palabra; no pretendía hablar de manera directa acerca de una agresión sexual, pero era evidente que era una opción, y que Sebastián querría saber de eso. La compungida expresión del hombre se relajó un poco.

— ¿Hablaron con el doctor a cargo?
—Aún le están haciendo exámenes, para saber exactamente qué fue lo que ocurrió —replicó Iris—, de momento tenemos que esperar.

Vicente asintió, muy serio.

—Tranquillo, te vamos a apoyar.
—Muchas gracias Vicente, Iris. Gracias de verdad.

Los tres quedaron un momento en silencio; Iris iba a decir algo, pero Vicente le hizo un gesto sutil y ella lo captó en seguida, comprendiendo que, de momento, había que esperar en vez de insistir en sacarlo de ahí. Además, ese era el lugar en el que quería estar.

—No entiendo lo que pasó —dijo de pronto el hombre—, ayer, anoche fui a comprar algo y Nadia estaba leyendo un poco, siempre le gusta estudiar alguna cosa; no estaba vestida para salir, no iba a ir a ninguna parte así que cuando volví y no la encontré, pensé...—su voz se volvió un susurro durante un momento, pero recuperó las fuerzas para continuar— pensé que había ido a la tienda, es decir, sé que no tenía sentido porque yo salí a eso, lo que quiero decir es, no había ningún motivo para procurarse ¿O no? No es como que uno salga de pronto y eso sea motivo para llamar a la policía, pero cuando pasó el rato yo... No lo sé, de pronto dije que eso no era normal, quizá ella salió a caminar, pero nunca sale sin el móvil porque, porque puede pasar algo o llamarla un paciente y ella siempre quiere ayudar en lo que pueda.

Vicente e Iris se miraron mientras su amigo hablaba; estaba liberando parte de la tensión que había pasado, en vez de lanzarse a llorar, relatando cada detalle de la agonía que, de seguro, había pasado por la ausencia ella. Ambos guardaron respetuoso silencio mientras el hombre continuaba con su relato.

—Cuando vi el móvil me preocupé; fui a preguntarle a los vecinos, pero en la casa de junto no estaban y al otro lado tampoco. Fue como si hubiera salido justo en un momento en que nadie estaba cerca, o mirando casualmente por la ventana. Lo que más me preocupa es todo el tiempo que pasó ¿dónde estuvo, por qué pasó esto?

Su angustia iba en aumento; Iris iba a intervenir, pero en ese momento apareció en el pasillo una enfermera con un impecable atuendo blanco y expresión seria.

— ¿Familiares de Nadia...?

No tuvo tiempo de terminar de pronunciar el nombre, mucho menos de empezar por el apellido; Sebastián se puso de pie como activado por un resorte y se acercó a ella.

—Soy su esposo, déjeme verla por favor, dígame qué fue lo que le pasó.

La mujer, acostumbrada a ese tipo de reacciones, no se mostró sorprendida.

—Señor, su esposa se encuentra en coma inducido.
— ¿Qué?
—Esto es —explicó con tranquilidad—, porque sufrió un golpe en la cabeza, de forma que es necesario mantenerla en ese estado por algunas horas mientras se realizan los exámenes correspondientes.

Por un momento, Vicente creyó que él iba a romper en llanto, pero aunque su semblante tembló, se mantuvo estoico, asumiendo el rol del fuerte en esa situación.

— ¿Qué fue lo que le hicieron?
—A vista de los primeros exámenes, da la impresión de que sólo se trata del golpe en la cabeza; hay dos traumatismos, probablemente uno causado por el golpe y el otro por la caída, pero no parece haber otro tipo de herida.
— ¿De ningún tipo?

La mujer asintió con energía, comprendiendo a qué se refería en realidad.

—No hemos detectado ningún otro tipo de lesión; sin embargo, realizaremos todos los exámenes para descartar, por supuesto.

Sebastián asintió agradecido.

—Necesito verla.
—En este momento no es posible, se está realizando una serie de exámenes; tiene que esperar, le avisaré cuando pueda.
—Por favor...

Vicente intervino y de acercó a ambos, tomando a su amigo desde la derecha, pasando un brazo por su hombro.

—Escuchaste lo que dijo ¿verdad?
—Sólo es un momento...
—Si quieres que todo salga bien, no puedes intervenir; vamos, ven conmigo.

Le dio las gracias a la enfermera y se llevó casi a rastras a Sebastián al baño; en el interior, su amigo se quebró.

—Por Dios, tengo tanto miedo ¿Y si es algo grave?
—Tienes que calmarte.
— ¿Qué le habrán hecho? —dijo empezando a sollozar, apoyada la espalda en la pared— no lo entiendo, Nadia jamás le haría daño a nadie.

Vicente se acercó a él y apoyó sus manos en los hombros.

—Escúchame, tienes que calmarte, Nadia necesita de ti. Te aseguro que todo va a estar bien.
—Pero no puedes saberlo, no logro entender cómo es que pasó todo esto.
—Eso no importa ahora; ya te confirmaron que se va a recuperar, ahora sólo tienes que esperar a que terminen los análisis para ver lo del golpe en la cabeza, y la podrás ver. Ella tiene que verte bien y fuerte.

Llevado por un arranque, Sebastián se abrazó a él, sollozando y al mismo tiempo intentando controlarse. Vicente le dio unas palmadas en la espalda.


2


Iris dio aviso en el trabajo que iba a ausentarse por algunas horas; después de algún tiempo de espera, Sebastián pudo ver a Nadia, que aunque aún estaba en coma inducido, tenía un buen pronóstico: los especialistas dijeron que no había otras lesiones aparte del golpe en la cabeza, por lo que esperaban que en unas horas pudiese ser retirada de terapia intensiva. Dejaron a Sebastián en compañía de unos familiares, y ambos regresaron a casa, en un viaje corto y silencioso.

—Esto es muy extraño —comentó Iris cuando estaban entrando en la casa—, viviendo de Nadia, en verdad resulta increíble que haya podido pasar algo así.

Vicente dejó las llaves colgadas en uno de los tres ganchos ubicados tras la puerta de entrada y fue a sentarse en el sofá.

—De seguro sólo se trata de mala suerte.
—Pero de todas maneras es extraño —reflexionó ella mientras dejaba su cartera sobre el mueble auxiliar—, nosotros conocemos a Nadia, ella no sólo es una mujer tranquila, sino que además es metódica, una profesional como ella no deja su móvil así como así, recuerda que gracias a eso es que pude localizarla cuando te caíste ¿recuerdas?
—Claro que sí.

Ella se sentó en el sillón, meditando aún sobre lo ocurrido; tenía el móvil en las manos, como si con ese artefacto en su poder estuviera manteniendo la estabilidad ¿o quizás se trataba de un medio para atarse a la tierra, una forma de seguir conectada y ayudar, aunque fuera con su atención, a alguien que podría necesitarla?

—Cariño, tienes que tomar esto con calma.
—Lo sé, es sólo que es complejo; si se tratara de una amiga, ya sabes, fiestera, podría pensar que tuvo mala suerte, pero no es su caso. Pobre Sebastián, estaba destrozado.
—Se pondrá bien —repuso él más animado—. Escucha, ya hicimos todo lo que podíamos por ellos por ahora, creo que tenemos que desconectarnos un poco ¿no lo crees así?

Iris programó el equipo de sonido con una mezcla ambiental relajante y en seguida dejó sobre la mesa de centro el pequeño control remoto; cuando se ató el cabello con una liga, Vicente notó que sus manos temblaban ligeramente.

— ¿Qué pasa cariño?

Iris se tomó un instante para responder; por lo visto la situación la había afectado más de lo que parecía.

—No lo sé, es sólo que esta situación, lo que le sucedió a Nadia de esa forma tan extraña, me hizo pensar en lo frágil que es la estabilidad que uno cree tener en la vida.
— ¿A qué te refieres?
— ¿No has pensado que todo esto es muy extraño? —dijo ella gesticulando de forma vaga, física representación de lo que intentaba decir— a lo que quiero llegar es a que es muy extraño todo eso, es como si de pronto ella simplemente hubiera salido de casa sin motivo aparente, para luego ser golpeada sin ninguna razón.

No terminó la frase, pero era evidente que estaba de indicar que algo muy oscuro se escondía detrás de esos extraños hechos; Vicente asintió con lentitud, sin cambiar la postura corporal ni mostrarse alterado.

—Creo que te estás tomando las cosas demasiado a pecho; estoy seguro de que cuando ella despierte nos dirá que fue a dar una simple caminata y que tuvo un accidente o algo por el estilo.
— ¿Y el golpe?
—Producto de la caída.
—El doctor dijo que detectaron dos golpes, por fuerza uno fue dado por alguien.

El hombre se puso de pie y se estiró; tenía un poco de sueño.

—Hablas como si esperaras que a nuestra amiga la hubieran violado o dejado desnuda en la calle para que todo esto tuviera una explicación más clara.

Se encontró con la mirada de Iris, una mezcla entre sorpresa y violencia.

—No digas eso ni en broma por favor.
—No lo estoy diciendo en serio y lo sabes —replicó él con tranquilidad—, pero me gustaría que vieras esto con la óptica que yo lo estoy viendo: esto no es un caso policial como los que aparecen en televisión, es nuestra amiga que tuvo un percance. Fin del asunto.
—Eso no me parece...
—Te aseguro que ella misma va a decirte que hiciste una tormenta en un vaso de agua ¿acaso no sabes cómo es? Nadia es una mujer estructurada, sensata, fría, ella va a tomarse esta situación tal como es, un hecho puntual y ya está; tenemos que estar contentos ya porque la encontré, y estar tranquilos mientras esperamos los resultados de los exámenes.

Iris lo miró con detenimiento, analizando cada una de sus palabras mientras lo escuchaba; al final pareció que su discurso hizo efecto, porque se mostró un poco más tranquila.

—Sí, creo que tienes razón; aunque no puedo dejar de sentirme preocupada por lo que pasó.
—Es natural; pero confía en mí, todo va a estar bien.

Ella esbozó una sonrisa de ternura, y habló en voz baja, mirándolo con ojos brillantes por la emoción.

—Me conmovió mucho tu actitud con Sebastián, fuiste su apoyo en estos momentos.
—Sólo hice lo correcto.
—Lo sé pero, ya sabes, él no es tan sociable y ustedes alternan cuando los reunimos para cenar o algo así; nunca han tenido una cercanía mayor, pero actuaste con entrega con él, lo apoyaste y eso habla muy bien de ti.

Vicente esbozó una sonrisa algo avergonzada, pero de todos modos se acercó a ella y le dio un suave beso en los labios; Iris dio un respingo y se apartó.

— ¿Qué pasa?
—Nada, es que me dio la electricidad.

La sonrisa en el rostro del hombre de ensanchó.

—Debe ser por lo que siento por ti.

Iris se restregó los labios con el dorso de la mano, aunque divertida.

—Muy gracioso; todavía siento el cosquilleo, fue como una pequeña descarga eléctrica, en serio.
—Lo lamento, no fue intencional.
—Lo sé —sonrió, encogiéndose de hombros—, no importa, ya se pasó.


3


Vicente volvió a casa alrededor de las siete; el trabajo había pasado como un soplo, y por lo que le dijo su esposa por el chat directo, en su caso había sido lo mismo, de modo que la ausencia inicial por ir en auxilio de unos amigos no repercutió de forma negativa en sus labores. Al momento de entrar, Benjamín estaba entrando a la sala desde la cocina.

—Hola hijo.

Durante un segundo que pareció durar horas, el pequeño no se movió; su expresión, a menudo tan viva y atenta, se volvió una máscara seria, que conservaba la redondez y buena salud propia de su edad, pero al mismo tiempo demostraba la contrariedad que estaba experimentando, presa de un sentimiento que en su juventud e ingenuidad no podía definir, pero que de forma instintiva comprendía, y estaba viviendo en ese mismo instante.

— ¿Qué pasa hijo, no vas a saludar a tu padre?

Los ojos del pequeño se abrieron más, convirtiendo por un instante su rostro en una mueca difícil de interpretar, pero que a todas luces no representaba nada bueno ni esperanzador. Sin embargo, la vista de esa expresión en su rostro duró tan sólo una milésima de segundo, debido a que Iris entró también desde la cocina, sonriendo.

—Hola cariño.
—Hola amor —sonrió con alegría mientras se sentaba en el sofá que enfrentaba a la puerta de la cocina—, acabo de entrar y estaba saludando a nuestro amado hijo, pero parece que ha sido un día ajetreado porque se quedó congelado.

Iris desvió la mirada de su cónyuge al niño, que se había ruborizado de forma repentina.

— ¿Estás cansado hijo? Hace un minuto parecías muy animado.

El niño desvió la mirada de Vicente al suelo, sin pronunciar palabra; esto preocupó  a su madre, que se inclinó junto a él.

— ¿Qué pasa cielo?

Parado a menos de un metro de su madre,  y a tres o poco más de su padre, durante un momento su rostro fue el de un niño que no tiene a nadie a su alrededor, y el juego de colores que pasaron por su piel, desde el súbito rubor hasta una intensa palidez fue lo único que pudo decir, arrebatado por tantas emociones que no podía entender pero que se asentaban en su interior. Al fin habló, con voz temblorosa, casi en un susurro

—Nada mamá, estoy bien.

Pero Iris no estaba de acuerdo con eso; con delicada mano tocó su frente.

—Tienes un poco de temperatura, pero no estuviste corriendo ni nada, estábamos tomando un vaso de jugo —esto último dijo hacia Vicente, quien asintió—. ¿Te duele algo?
—No mamá.

La respuesta fue directa, sin sentimiento en la voz, dada como un autómata. Ella miró a Vicente por un momento, pero él no agregó nada a la escena.

—Me parece que no estás muy bien —frunció el ceño al no escuchar respuesta, pero su voz siguió siendo cariñosa con él—. Vamos a hacer esto, te vas a recostar diez minutos, puede que sea simple cansancio, veremos qué pasa ¿de acuerdo?

El niño asintió en silencio, sin levantar la vista del suelo.

—Ve, iré en un rato ¿está bien?

Volvió a asentir, tras lo cual rodeó el sofá y subió las escaleras a paso rápido, sin decir nada más ni voltear atrás. Iris se quedó de pie, viéndolo subir.

—Qué raro, estaba bien hace un minuto.
—No es nada.
— ¿Te dijo algo?
—Nada, pero creo que estaba un poco cansado la verdad; ya sabes cómo es, usa mucha energía todo el tiempo; tuviste una magnífica idea al decirle que se recostara un rato, ya verás que eso hará efecto y lo tendremos saltando en un instante y pidiendo algo para comer.

Iris dio un suspiro, dando la razón a las palabras de Vicente; acto seguido se encogió hombros.

—Veremos cómo está en un rato; voy a la cocina ¿quieres algo?
—Nada cariño, gracias. Voy a buscar algo al auto, ahora vengo.
—De acuerdo.

Salió de la casa a paso animado y entró en el auto, sentándose en el asiento del conductor; con la mano izquierda ajustó el espejo retrovisor y se miró en él, contemplando los ojos que, fijos en el reflejo y con las luces apagadas, por un momento parecieron ser negros.
Cerró los ojos, apretando fuerte los párpados, enfocando otra vez la vista en el reflejo de su propio rostro en el cristal; la noche empezaba a refrescar, justo lo necesario para conciliar el sueño con facilidad. Bajó del auto, activó la alarma con el mando a distancia y regresó a la casa, caminando animadamente, sintiendo que era en verdad una muy buena tarde.

— ¿Aún está arriba?
—Cariño, sólo pasaron dos minutos. ¿Encontraste lo que olvidaste?

Vicente tenía las manos vacías; dirigió a su esposa una mirada divertida.

—Creo que en realidad estaba dentro de mis cosas porque no lo encontré, lo veré en el maletín luego. Voy a subir un instante a ver cómo está.
—Está bien.

Subió las escaleras de dos en dos, y de inmediato fue a la habitación del pequeño; las luces estaban encendidas, y en la cama ubicada al centro del rectángulo rodeado de paredes pintadas en colores claros, el niño permanecía quieto, tendido sobre el costado derecho, dando la espalda a la puerta.

— ¿Estás despierto?

El niño no se movió; no vio en él ninguna reacción, nada que indicara que estaba quieto en apariencia pero despierto en realidad. Avanzando con pasos muy lentos, sin hacer ruido sobre la alfombra, el hombre se acercó hasta la cama, manteniendo la vista fija en el niño, que reposaba en calma, sin la tensión que vio en él tan sólo unos momentos antes en la sala en el primer piso; cuando estuvo al borde de la cama, se inclinó un poco sobre él y lo miró, un poco ausente la mirada, pero fija en él.
No se movió, más que el acompasado ritmo del pecho siguiendo la tranquila respiración; salió del cuarto, entró al baño y cerró la puerta con pestillo tras sí, enfrentándose luego al reflejo de su persona en el espejo de medio cuerpo. Sintió que la luz le molestaba un poco, pero cerró los ojos con fuerza y al abrir, se encontró a gusto otra vez; en el reflejo estaba el mismo hombre de siempre.

—Esto no está bien.

Miró sus ojos color castaña, que relucían ante la luz cálida artificial del cuarto de baño; todo en ese sitio estaba pensado para la calma y el bienestar, desde las paredes de un tono de blanco que ayudaba a expandir la luz sin hacer demasiado brillo, hasta el espejo tras el lavamanos que tenía una imperceptible capa de protección que evitaba las manchas y que se adhiriera el vapor.

"Todo está bien"

No sabía si tenía frío o calor; la tarde estaba refrescando ¿Sudó durante un rato o era sólo una percepción interna?

—No, esto no está bien.

Llegó a pensar, por un momento, que al entrar al baño y encerrarse, no volvería a escucharla, después de varias horas de que estuviera ausente. Pero ahí estaba de nuevo.

—Esto no está bien, todo es una locura.

"Las cosas están saliendo bien"

Tuvo ganas de gritar. De levantar la voz con toda su fuerza y decir ¡No, no es así!
Pero se contuvo. Benjamín estaba en el cuarto, Iris abajo, y ninguno de ellos podía escuchar aquello que estaba sucediendo en ese sitio.

"Estás fuera de peligro"

En ese momento sintió ganas de reír.

—Estoy en medio de todo el peligro; Nadia, una amiga de años, está hospitalizada, inconsciente, y es mi culpa. Yo provoqué esto.

"Nadie va a culparte"

—Por supuesto —replicó cáusticamente en voz baja—, nadie lo hará, excepto la involucrada cuando despierte, y eso va a pasar de un momento a otro.

"Todo va a estar bien"

—Deja de decir eso, deja de hablar —quiso rugir, exclamar, hacer algo para que esa voz dejara de molestarlo con ese tono irreal y si mismo tiempo tan calmo, como si de verdad pensara que las cosas eran como lo estaba diciendo—. Es imposible que todo vaya a estar bien.

"Nadie va a culparte"

Abrió el grifo y se mojó la cara, sintiendo el agua como un líquido denso que tocaba su piel, pero sin hacer el efecto de relajación o de frescura que debería; siguió mirando su rostro en el espejo.

—Cuando Nadia despierte, llamarán a la policía. No debería haber esperado tanto, eso solo va a empeorar las cosas. Pero aún puedo entregarme; si lo hago, al menos evitaré que Benjamín me vea en esa situación. Iris puede decirle que estoy de viaje, que es un asunto de trabajo.

Se quedó por un momento sin palabras; la perspectiva de ver a su hijo, atemorizado en brazos de su madre, viendo cómo la autoridad, que ellos mismos le habían enseñado, capturaba a los malos, se llevaba a su propio padre. Iris lo soportaría, pero su hijo ¿cómo iba a mirarlo a los ojos después? Quizás no iría a la cárcel, pero habría un proceso, y tendría que asistir a un tratamiento psiquiátrico para atender el mal que lo aquejaba; luego acceder a las incómodas visitas, la mirada de distancia y dolor de ella, la reacción de los amigos.

"Nadie sabrá lo que hiciste"

—Tengo que hablar ahora.

En ese momento, la voz de Iris de escuchó desde el primer piso, con una nota de euforia contenida, pero presente.

—Vicente, ven, baja.

Una nota que sin embargo, no pasó desapercibida para él. Sin saber muy bien por qué en un principio, se sintió preocupado, casi temeroso, como si hubiera un mensaje oculto en la entonación.

— ¿Qué pasa?

Sintió su propia voz con un dejo de violencia, el que de seguro sería amortiguado por las paredes del cuarto y la distancia que lo separaba del irme piso. Iris contestó de inmediato.

—Es sobre Nadia, baja por favor.

Sus palabras tenían algo de imperativas, y así fue como lo sintió él; Nadia y una noticia sólo podían significar una cosa. La voz se mantuvo en silencio.
Salió el baño y bajó las escaleras un peldaño a la vez, intentando demostrar tranquilidad mientras por su interior pasaban miles de ideas. En la sala, Iris estaba de pie junto a la mesa alta en donde reposaba el teléfono de casa, y aunque el dispositivo estaba en su sitio, el hecho de que ella estuviera ahí después de llamarlo a voces era muy significativo.

—Vicente, Nadia despertó.

El hombre terminó de bajar los últimos tres peldaños mucho más lento que los anteriores; examinó la expresión en el rostro de su esposa, buscando la alerta, el dolor o la confusión, pero no encontró nada de eso.

— ¿Escuchaste lo que dije?
— Sí —replicó él— ¿Cómo...? Quiero decir ¿Qué sucedió?

Iris dio un suspiro de auténtico alivio.

—Sebastián acaba de llamar, está eufórico. Me dijo que Nadia despertó, ha sucedido ahora hace un minuto.
— ¿Y qué dijo?
— ¿Como qué dijo?
—Me refiero a si dio alguna razón de lo que pasó, pensé que la habías preguntado.
—Ah, es eso; me dijo que recuperó la conciencia, pero está muy desorientada y confundida.
— ¿Sobre todo?
—No, está bien en todo sentido, pero dice que no recuerda nada del accidente. En cualquier caso, está muy tranquila; tenías razón cuando dijiste que había que mantener la calma.

Claro que la tenía. Vicente asintió, sonriendo con agrado por la noticia.

—Me alegro de que haya despertado. Tal vez deberíamos ir a verla, para saber más del asunto; estamos involucrados.

Lo dijo sin pensar; de inmediato reaccionó en que se escuchaba muy mal dicho de esa forma, pero por suerte Iris no tomó sus palabras de manera literal y respondió con naturalidad.

—Es cierto, tenemos que ir; creo que ella va a querer verte, eso es seguro.

La voz seguía en silencio. ¿Pero desde cuándo se suponía que esperaba escucharla? Frunció el ceño, sin comprender qué era lo que pretendía en esos momentos, tanto con pensamientos como con palabras, pero de un modo u otro, ya estaba hecho, tendría que ir y asumir lo que fuera a pasar.

"Te dije que todo iba a estar bien"

Iris notó cómo dio un respingo, y lo miró fijamente.

— ¿Qué pasa?
—Nada.

"No recordará nada"

Mal momento para que volviera a manifestarse; sonrió, sabiendo que eso no sería suficiente más que por un instante.

—Voy a darme una ducha.
—De acuerdo, voy a llamar a Jacinta ¿Benjamín estaba dormido?

Vicente se quedó a medio voltear hacia la escalera; su respuesta fue mucho más firme de lo que esperaba, y de lo que pensaba.

—Sí, estaba dormido. Creo que de verdad estaba muy cansado como dijiste.
—Quema muchas energías.
—Es verdad.

Subió las escaleras sintiendo que a su respuesta sobre ese tema le estaba faltando algo, como si no tuviera una base sólida sobre la cual sustentar sus palabras. Pero su hijo estaba en su cuarto, durmiendo en paz.

"Todo va a estar bien"

Volvió a encerrarse en el baño; que Nadia despertara abría todo un nuevo espectro de posibilidades, ninguna ellas buena.

"Todo estará bien"

—No, no va a estar bien, ella despertó, no puedo entender cómo pude sugerir que fuéramos a verla, se suponía que iba a hablar para poder dejar todo en manos de la justicia.

"No estás pensando con claridad"

—Claro que no —replicó con aspereza—, nada de esto está claro, excepto lo que hice y lo que va a pasar.

"¿No lo comprendes? Ella no va a recordar"

—Tuvo un golpe en la cabeza, es natural que esté confundida, pero de un momento a otro...

Se quedó callado, como si de pronto las palabras que estaba escuchando cobraran el sentido que desde un principio escapaba a su entendimiento. Nadia estaba bien después del golpe, pero según palabras de su esposo, no recordaba nada del accidente.

—No, no puede ser...

¿Y si no recordaba jamás?

"Debes estar tranquilo. Confía en mí"

No se trataba simplemente de confiar, sino de la sangre fría que necesitaría para hacer acto de presencia en la urgencia, para enfrentar a Sebastián otra vez, incluso para enfrentarla a ella.

"Confía"

¿Y si al verlo en persona recordaba? ¿Qué pasaba si, contra todo pronóstico, seguía con éxito con la farsa hasta ese lugar, y de forma repentina ella recordaba todo al ver sus ojos? Imaginó, como si de un golpe de luz se tratara, el rostro de ella, siempre pulcro y de emociones controladas, de pronto convertido en la cara de la sorpresa, el miedo del recuerdo, la indefensión, y al final la rabia, que desplegaría todas las consecuencias sobre él.

"Todo saldrá bien"

—Todo... Todo está en juego ahora —dijo en voz baja—, y estoy considerando seguir mintiendo. Hasta este momento, aún podría hablar, decir que el miedo me llevó a callar, que estaba esperando el momento correcto, el lugar indicado. Pero si voy a esa urgencia, ya no tengo excusa.


4


Sebastián tenía cuatro hermanos, y una familia matriarcal que tenía una tendencia a reunirse y apoyarse en todo momento, por lo que la sala de espera que dejaron en la mañana era muy distinta a la que encontraron a la noche; ahora estaba repleta, aunque gobernada por el entusiasmo desbordante de Sebastián, que expresaba su alegría sin contenerse. Abrazó con efusividad a Vicente e Iris cuando los vio llegar.

—Aquí están, muchas gracias por venir; escuchen —dijo hablando a todos en general—, estos son los mejores amigos que puedes querer en la vida, les debo tanto.

Vicente sintió que se le subían los colores al rostro; en tanto su esposa sonrió con condescendencia, entendiendo que tras el estrés de la incertidumbre, la alegría de las buenas nuevas era superior a él.

—Nos alegra que Nadia esté bien.
—Me ha vuelto el alma al cuerpo —replicó él con ojos brillantes de la emoción—. Vicente, Nadia quiere verte.

Sintió cómo el rubor daba paso a una incontenible palidez; verla, en ese momento, era lo que más quería evitar.

—Después podremos, ahora ella tiene que descansar, además es tu momento, no la puedes dejar sola.
— ¿Descansar? —replicó él con escepticismo— Dices eso como si no la conocieras; es que todo está muy bien, los exámenes indican que no hay ningún tipo de daño, es casi como si se hubiera golpeado con la puerta o algo así ¿puedes creerlo?

No, no podía ¿cómo era eso posible después de la noche a la intemperie, y del golpe, no hubiera secuelas?

—Es increíble.
—Ella misma habló con el doctor a cargo y estuvieron revisando los exámenes; está aburrida y cansada, quiere ir a casa pero todavía falta para que le den el alta médica. Te aseguro que si de ella dependiera, iría a operar ahora mismo. Ven, ven, tienes que verla y hablar con ella.

Iris le dedicó una tierna mirada de aprobación ¿existía realmente la posibilidad de que todo eso fuera a mantenerse? Hasta ese momento, si estado mental era de alerta, y si mismo tiempo estaba sintiendo que a cada segundo se hundía más y más, por lo que esa perspectiva de que todo pudiera solucionarse resultaba abrumadora.
Al entrar en la sala donde se encontraba la camilla con Nadia sobre ella, la impresión de Vicente comenzó a afirmarse: lucía ojerosa y cansada, con la piel de la cara algo deslucida, pero por lo demás, estaba como de costumbre. Tenía el cabello atado a la altura de la nuca, y el torso cubierto por una bata clínica blanca, que de alguna manera no conseguía darle aspecto de estar enferma; hizo un enérgico asentimiento al verlo entrar, pero nada en su actitud demostraba que su presencia la incomodara.

—Vicente, qué bueno que estás aquí.

Sintió la necesidad de salir de ahí, de no tener que enfrentarla ni mirarla a los ojos, sabiendo lo que había hecho para que ella llegara a estar en ese sitio; sin embargo, avanzó con lentitud, no llegando a tocar la camilla, pero sorteando estar cómodo.

—Parece que ya te sientes mejor.
—No me duele nada —replicó ella con tono profesional—, de seguro estaré experimentando cansancio o alguna dificultad menor para dormir, pero nada más. Tenemos algo más en común, ahora también tengo un golpe en la cabeza ¿no has tenido ninguna secuela?

Por un momento tuvo ganas de reír; en verdad, Sebastián no se había equivocado en decir que las cosas iban muy bien, lo suficiente como para que ella se comportara como la doctora en vez de la afectada.

—Yo estoy bien.
—Quería agradecerte —replicó ella con sinceridad—. Sebastián me contó que fuiste tú quien me encontró.

Asintió con lentitud. No, ella no recordaba nada; resultaba increíble, pero al mismo tiempo era una bomba, que podía estallar en sus manos de un momento a otro.

—No creo merecer ningún crédito.
—Ayudaste a que yo estuviera segura y eso habla mucho de ti —repuso ella—. Escucha, no recuerdo nada del accidente, pero estoy tranquila sabiendo que ya todo está bien, y que cuento con ustedes como amigos.
— ¿En serio no recuerdas nada de lo que pasó ayer?

Ella asintió, con mucha más tranquilidad de la que él podría esperar en una situación como esa.

—Nada en absoluto; lo último que recuerdo es que Sebastián salió a comprar algo, y yo estaba en casa. Luego se corta la transmisión hasta ahora que desperté.
—Eso es muy extraño.
—No tanto, puede suceder cuando has sufrido un trauma por golpe ¿recuerdas que cuando te caíste en tu casa tuviste unos minutos en los que no tenías claridad mental ni podías expresarte? Pues esto es similar, existe la posibilidad de que con el golpe, junto a una situación de estrés, se haya generado un bloqueo de la memoria de corto plazo.
—Es decir que piensas que sucedió algo o que te atacaron.

Notó un cierto tono de ansiedad en su voz, y se ordenó controlarlo; sin embargo, tenía que saber.

—Lo natural es pensar que ocurrió algo, según los exámenes hay dos golpes, uno en el frontal y el otro en límite entre el occipital y el parietal, ambos son bastante comunes en lesiones por agresión; el sujeto trata de golpearte en la cara, pero haces un gesto instintivo de protegerte, por lo que el golpe da en la frente en vez de en la nariz o en la mandíbula. Si hay la suficiente fuerza ejercida o la víctima es tomada por sorpresa, puede resbalar y al caer se produce el segundo golpe, que es el más fuerte. Por fortuna tengo la cabeza dura, así que no pasa de ser un susto.

Sebastián tenía cara de que era mucho más que un susto, pero no dijo nada.

— ¿Y no te intriga saber lo que sucedió?
—Seguro intentaron asaltarme, pero no tenía nada de valor ¡estaba con ropa de casa! Recuerdo que más temprano estaba pensando en que quería hablar con una conocida que hace trabajos de bordado, y vive en las cercanías, así que pienso que tal vez decidí ir hacia allá y me asaltaron en el trayecto.
—Pareces muy tranquila.
—No tiene sentido que me estrese por eso —replicó con calma—, ya que eso podría causar estrés post traumático, y hasta este momento no percibo signos de ello; si va a volver, lo hará.
— ¿Crees que suceda?

Tenía que dejar de hacer preguntas, y salir de ahí lo más pronto posible.

—No lo sé. En ocasiones sucede, en otras no, lo más importante es que estoy bien y que Sebastián está a mi lado.

Intercambió con él una rápida pero significativa mirada de cariño; luego volteó hacia Vicente y le dedicó una amable mirada.

—Otra vez gracias.
—No hay nada que agradecer. Los voy a dejar solos.

No sabía cómo definir lo que estaba sintiendo al momento de salir del cuarto; Iris estaba afuera, charlando con un hermano se Sebastián, y al verlo me dedicó una mirada entre satisfecha y cariñosa ¿cómo podía estar ahí, él junto con ellos, después de lo que había causado? Ahora no se escuchaba la voz diciéndole que mantuviera la calma, sólo estaba él con su silencio, ansiado y a la vez temido en un momento como ese.


5


Entró otra vez al baño, cerrando la puerta tras sí. Se quedó quieto, mirando su rostro en el espejo ¿por qué se miraba tanto? ¿Qué era lo que esperaba encontrar?

—No puedo creer lo que hice.

"Ella no va a recordar nada. Todo estará bien"

Pero eso no era algo seguro. Durante el viaje de regreso había estado callado, justificando el silencio con que estaba algo cansado, pero la verdad es que los pensamientos lo atormentaban segundo a segundo.

—Tan pronto como Nadia recuerde lo que sucedió, todo habrá terminado.

"No recordará nada"

—Eso no puedo saberlo maldita sea, no puedo saberlo, en cualquier momento las cosas pueden cambiar.

"No cambiarán. Debes confiar en mí, soy la voz de tu conciencia"

—Eso no importa. Maldición, esto no está bien, pude haber matado a mi amiga y ahora estoy aquí, mirándome en un espejo y hablando solo.

"No estás solo"

—Eres un producto de mi imaginación.

"No lo soy"

Se encogió de hombros, casi sonriendo.

—Claro que lo eres. Estoy sometido a estrés, cometí una locura, casi asesino a una persona, escuchar voces es casi un detalle sin importancia.

"No soy una simple voz"

—No, de hecho, no eres nada.

Quedó en silencio durante varios segundos, contemplando en el reflejo los ojos que, algo cansados, lo miraban regreso, buscando una respuesta.

"Soy la voz de tu conciencia"

—No, no lo eres —dijo, divertido. De pronto la escena en la que estaba tomando parte le pareció muy divertida—. Mi conciencia debería ayudarme a no cometer errores.

"A veces no escuchas lo que te digo"

—Eso es como las excusas de los políticos ¿Sabes? No, no eres la conciencia, sólo eres una voz que estoy imaginando, la respuesta interna a lo que estoy viviendo.

"No puedes negarme"

Estuvo a punto de largarse a reír, pero se contuvo otra vez. Él, un hombre sano, culto, experimentado trabajador, amante esposo y padre, adulto con historias vividas, escuchando voces luego de haber agredido a una amiga, en una ocasión que ni siquiera podía recordar. El reloj, muda prueba de sus actos, estaba guardado en el segundo cajón de su velador, al fondo de este, oculto y tapado, como si mantenerlo a la vista hiciera que la culpa latente fuera más fuerte.

—No eres más que un producto de mi imaginación. Y tienes que desaparecer.

Tal vez el camino, ahora que no podía deshacer lo hecho, era ir a un centro, a que lo diagnosticara un profesional; seguramente padecía de alguna enfermedad, que causó la agresión a Nadia y esa voz.
La pérdida de memoria del ataque a Nadia.
La inexplicable agresión a Iris.
Por supuesto, habían más hechos conectados, esos cuatro en particular. De pronto se encontró preguntándose cómo era que no había comprendido eso, que esas acciones no eran algo normal, sino muestra de que algo funcionaba mal dentro de él. Tenía alguna especie de trastorno mental, y aunque él mismo no lo habría pensado de esa manera antes, tener esa constatación era sentir tranquilidad, porque no estaba viendo ni escuchando cosas, tenía un problema, y podía enfrentarlo.

"No"

Hablaría con Iris; sí, sería duro para ella, pero también lo entendería, sabría comprender que él estaba diciendo lo que le pasaba pensando en algo más que en él mismo. Que lo hacía por ella y por su hijo, para preservar su futuro.

"No"

—Necesito ayuda. Me voy a someter a un tratamiento que me ayude a volver a ser quien soy, y que borre todo esto de mi mente.

"No puedes borrarme"

—Te voy a eliminar —dijo, sonriendo ante el espejo—, te voy a eliminar para siempre.

"No puedes borrarme, yo te ayudé"

—No me ayudaste en nada; estoy mal y tengo que dejar de escuchar cosas.

"No puedes"

Sintió más calma al llegar a esa decisión; traería consecuencias, pero sería por un bien mayor, que era lo más importante en ese momento, poner a salvo a su familia y recuperar la tranquilidad.
Volteó y dio un paso hacia la puerta, y un punzante dolor en el muslo derecho lo detuvo.

—Rayos, un calambre.

Se apoyó en el lavamanos y con ambas manos presionó el muslo; no solía tener calambres nocturnos, pero no era tan fuerte de todas maneras.

"No vas a borrarme"

El dolor se intensificó. Masajeó el muslo con más vehemencia, pero el dolor aumentó conforme lo hacía.

—Diablos.

El dolor era penetrante, similar al que provoca un pinchazo con una aguja o algo similar; en ese momento notó que no tenía agarrotados los músculos, cosa extraña ya que eso era el primer signo de un calambre.

"No vas a borrarme"

Por primera vez, sintió que la voz dejaba de ser tan irrealmente neutra, para tener algún tipo de entonación; algo parecido a la rabia, que se dejó oír al mismo tiempo que el dolor en el muslo derecho.

"No lo harás"

El dolor se volvió más fuerte, e hizo que perdiera la fuerza en la extremidad; se sujetó la pierna con la izquierda mientras con la derecha se sostenía del lavamanos.

—No puede ser.

Cuando tenía trece, se cayó y se pinchó una pierna con un clavo; recordaba que lo ocultó a sus padres en un infantil esfuerzo de probarse a sí mismo que era un hombre y no un niño que necesitaba de mamá por una simple caída. El dolor era similar, como una puntada, muy distinto a un calambre.
No era posible.
La voz ser volvió más violenta, al tiempo que otra oleada de dolor aparecía.

"Soy la voz de tu conciencia. Y no vas a borrarme jamás"

— ¿Qué eres?



Próximo capítulo: Te marchaste




Problemas técnicos

Por razones fuera del control de este escritor, el nuevo episodio, correspondiente al comienzo del segundo libro de No vayas a casa, se suspende hasta nuevo aviso.
Me disculpo por la no publicación.

No vayas a casa Capítulo 15: Lo que tú quieras



— ¿Quieres que te cuente otro cuento? A veces pienso que los cuentos te aburren un poco; tal vez deberíamos intentar algo más; en este lugar hay también otras cosas para leer, pero no sé… ¿Sabes algo? Creo que podemos leer algo más, será divertido. Voy a buscar algunas cosas, seguro que habrá algo entretenido, o quizás no tiene por qué ser entretenido, también puede ser instructivo. Te leeré algo muy original, no más cuentos por un tiempo. Vamos a aprender muchas cosas.

1

— ¡Nadia!

Se puso de rodillas junto a la mujer, pero antes de tocarla, reaccionó y tomó el reloj, guardándolo de inmediato en el bolsillo.

“Lo hiciste”

—Basta, basta. Basta.

“Lo hiciste”


—Nadia, contéstame por favor.

No se atrevía a tocarla ¿En realidad lo había hecho, qué había hecho?
Estaba tan quieta, pálida ¿Estaría fría?

—Nadia, contéstame.

Eso no era un sueño; no se trataba de una alucinación ¿Qué diablos estaba pasando? No tenía ningún motivo para hablar con ella, sólo quería salir un rato a despejarse, porque esa voz estaba acosándolo, y necesitaba estar más tranquilo y dejar de ser presionado por algo que no podía explicar. No existía motivo para ir a ver a Nadia a su casa.

—Oh no…

Nadia era una profesional de la salud. El tipo de persona a quien recurriría alguien que necesitara ayuda, estando en problemas; por un momento se olvidó de en dónde estaba y cerca de quién, y se preguntó si, de verdad, sería posible que hubiese hecho lo que, a todas luces, hizo.

“Lo hiciste”

— ¿Por qué?

“Porque hay algo en ti, que te niegas a aceptar”

Tuvo deseos de ponerse de pie y gritar ¿Qué es lo que tengo que aceptar? Pero se contuvo a tiempo; seguía arrodillado cerca de ella, pero sin moverse, respirando muy lento, de forma pausada.
Podía estar muerta.
No había nada dentro de él, ninguna sensación ni acción que tratara de salir ¿O sí?

“Hay algo en ti”

— ¿Qué cosa?

“Hay algo violento, algo que te hace agredir. Lo niegas, y tratas de ocultarlo, por eso hiciste esto”

—Eso no…eso no es cierto, nunca he sido un hombre agresivo.

Eso era del todo verdad. Fuera de algún evento demasiado aislado como para contar, no era agresivo, no sentía un afán de ese tipo, ni tampoco frustraciones de ningún tipo.

“Pero lo hiciste”

—No sé lo que pasa, no sé…no sé lo que hice.

Su reloj estaba ahí ¿Cómo negar aquella evidencia tan fuerte, tan incontrarrestable? No había motivo para ello, y sin embargo ahí estaba, junto al cuerpo de una mujer, de una amiga a quien conocía desde hace años, tendido inmóvil en el suelo.
Podía estar muerta.
Pero también podía no estarlo. Necesitaba acercarse a ella ¿Pero y si con eso causara algo peor? Tuvo el instinto de ponerse de pie y salir de ahí a toda velocidad, pero recordó que había llegado en automóvil, lo que hacía muy improbable que pasara desapercibido.
Tenía que hacer algo. Tenía que tomar una decisión.

—Dios…

Si estaba muerta, nada en el mundo lo salvaría del peligro al que eso lo exponía; pero independiente del resultado, ya estaba ahí; el reloj en el bolsillo del pantalón parecía quemar como una prueba de algo que no estaba en su mente, que no aparecía con la claridad que era necesaria, ya que su mente era un torbellino oscuro en donde algunas cosas quedaban vedadas a la vista, al menos en ese momento.

—Nadia…

Tenía que tomar una decisión; durante un momento se cuestionó seriamente quedar o salir de ahí, pero entendió que las opciones habían quedado anuladas desde el preciso momento en que llegó hasta la puerta de su amiga, con intenciones que resultaban difíciles de entender. Finalmente se animó, tragó saliva, y acercó dos dedos al cuello de la mujer que permanecía tendida de espaldas, inmóvil en el suelo.

“Lo hiciste, lo hiciste, lo hiciste, lo hiciste”

Estaba viva. El pulso era regular, y aunque estaba helada, algo comprensible por haber estado a la intemperie durante la noche, resultaba tranquilizador, al menos en un primer instante, que estuviera con vida.

“¿Qué vas a hacer?”

Esa era una pregunta que aún no sabía cómo responder; no sabía con exactitud lo que pasó la noche anterior ¿Cómo podía saber lo que iba a hacer a partir de ese momento? Que Nadia estuviera viva no tenía mucha importancia al lado de lo que podía significar que lo estuviera. Él estuvo ahí con ella, el reloj era, en efecto, una prueba irrefutable de su presencia en ese lugar. La noche anterior había salido de casa, tomado el auto, ido hasta las cercanías de la casa de Nadia, y luego de hablar con ella y llegado hasta ese mismo sitio ¿Qué? Se acercó más, arrodillándose, y la tomó por la cintura con la izquierda y el cuello con la derecha, hasta dejarla sentada en el suelo; la mujer seguía inconciente, pero al menos a simple vista no tenía ninguna herida ¿un golpe quizás? Haber llegado con ella hasta ese sitio, a pie, para luego golpearla, no tenía mucho sentido, pero en realidad nada de eso lo tenía. Por fuerza, tenía que hacer algo.

“Lo hiciste”

—No sé lo que hice.

Habló en voz más fuerte de lo que esperaba; estaba sudando frío, angustiado ante la situación, pasando de la sorpresa de confirmar algo que estaba frente a sus ojos y que aunque anticipaba por la voz, no conseguía creer, al miedo cierto de tener que enfrentar las consecuencias por un acto insólito, destructivo y concreto.

—No sé qué es lo que hice.

“La atacaste”

— ¿Pero por qué? Ella es mi amiga ¿Por qué le haría daño?

“Porque ella estaba averiguando sobre ti”

Escuchar eso hizo detonar una serie de imágenes que, como si de un golpe visual se tratase, aparecieron en su mente; con toda rapidez se vio a sí mismo bajar del automóvil, y luego caminar a paso animado por una calle, mientras la noche se hacía presente en la ciudad; dos cuadras exactas lo separaban de su destino. Caminaba en la noche, que estaba fresca y sin viento, mirando cada tanto a un lado y otro, sin toparse con nadie en el trayecto; poco después, llegar ante la puerta de la casa de Nadia, tocar el timbre y esperar. Ella sonríe, asiente con la cabeza y dice algo, que él no escucha en esos momentos ¿O no escuchaba entonces? No, ella no tiene cara rara, lo que significa que en ese momento ella lo escucha, e interactúa con él; pasa tiempo, ella asiente, y su expresión va mutando poco a poco, no en miedo sino en preocupación.

“Ella estaba averiguando”

¿Qué podía estar diciendo? La voz. Eso era, Nadia era una profesional de la salud, por eso es que acudió a ella; estaba preocupado, angustiado por esa voz recurrente, pensando que podría tratarse de algo grave y quiso ir con ella.

—Disculpa por venir a esta hora, pero estoy muy preocupado.
—Pasa por favor.
—No, yo…tal vez podríamos caminar un poco; lo siento, no sé lo que estoy diciendo, te estoy molestando mientras estás en familia…

Era extraño, porque su voz sonaba como si no le perteneciera; de pronto las imágenes se apagaron, pero quedó el sonido, como un eco que transmitía las palabras poco a poco, dejando el mensaje en su mente luego de que este hubiera quedado oculto tras un velo.

—Luces preocupado Vicente.
—Es que yo…Nadia, estoy asustado, creo que me están pasando cosas extrañas.
— ¿A qué te refieres?

Un instante de duda; había recurrido a ella para pedirle ayuda, para que ella lo orientara acerca de lo que estaba pasando por su mente. El sonido continuaba llegando, sin ser claro, ahogado pero entendible, dos voces en la negrura.

—Dime, puedes confiar en mí.
—Lo que ocurre es… ¿Tiene algo de malo? Quiero decir ¿Debo preocuparme si está sucediendo algo con mis pensamientos?
—Creo que no te entiendo.
—Escucha, es que… esto es muy extraño para mí, pero…tengo la sensación de que estoy escuchando una voz.

Esta vez el silencio proviene de ella. Está analizando, de seguro su lado profesional está surgiendo, diciendo qué hacer y cómo actuar; pasan unos momentos, luego él vuelve a hablar.

—Creo que escucho una voz.
—Me gustaría que te explicaras mejor, confía en mí, sabes que puedes hacerlo.
—Siento que hay una voz, que me habla y dice cosas que… que no son lo que yo estoy pensando, es decir que no tengo control sobre eso.
— ¿Desde cuándo te sucede?
—Hace un par de días.

Ella hace una nueva pausa; está analizando, de seguro recurriendo a sus conocimientos generales para poder hacerse una idea más clara. Ella no es especialista en enfermedades de la mente, pero sabía lo suficiente como para poder interpretar determinados comportamientos.

— ¿Cómo sabes que esa voz que escuchas es algo que no puedes controlar?
—Porque la siento fuera de mi cuerpo, fuera de mi mente; y no sé lo que va a decir, me acosa…

Dejó de hablar; se puso nervioso, casi pudo palpar la tensión en las cuerdas vocales, al estar revelando más de lo necesario ¿o más de lo que quería? ¿Qué tenía que ocultar?

—Vicente, has estado sometido a estrés.
—No se trata de eso; no sé cómo explicarlo, pero hay algo extraño.
— ¿Hablaste con Iris de esto?
— ¡No! No puedo, es decir, no quiero preocuparla.
—Vicente, ella es tu esposa y te ama ¿Por qué no le vas a decir?

Era una muy buena pregunta con una respuesta que no conocía; no podría decir a ciencia cierta por qué no iba a comentarle a Iris de esta situación ¿Acaso tendría temor de lo que eso pudiera significar?

—Temo por ella.
—No entiendo a qué te refieres.

En el momento en que estaba escuchando aquel recuerdo de su propia voz, de esa forma tan ajena y extraña, él tampoco.

—Hace unos días golpeé a Iris.

Un silencio lo suficientemente extenso como para golpearlo en el momento en que, abstraído de la realidad, veía como un visitante los recuerdos de sus propias palabras.

—La golpeaste ¿la golpeaste?

Había una cierta nota de alarma en su voz; era algo que no se esperaba de ninguna manera, por lo que resultaba entendible que reaccionara de esa forma, que se sorprendiera por esa noticia. Pero seguía siendo contenida en su hablar.

—Estábamos… estábamos en la habitación, era un momento íntimo y… no sé por qué lo hice, pero al momento…estábamos jugueteando ¿entiendes? Y de pronto yo pensé que había dado una nalgada, pero en realidad le di un golpe, fue con fuerza, como si lo hubiera hecho a propósito.

Ella no dijo nada; estaba dejándolo expresarse ¿Qué expresión habría tenido en esos momentos?

—No sé por qué lo hice, sólo que resultó obviamente un desastre, Iris se enfadó y lo entiendo, lo que no puedo entender, lo que nunca supe en ese momento es por qué lo hice, quiero decir que esas no son costumbres mías, no es algo que me guste hacer, no me gusta la violencia de ninguna manera y…
— ¿Fuiste a una terapia o algo por el estilo?
—No.
— ¿Qué sucedió después?
—Hablamos mucho con Iris; las cosas se fueron arreglando de a poco, hasta que al cabo de unos días todo volvió a la normalidad.
— ¿Y desde cuándo que escuchas esta voz de la que me hablas?
—Desde hoy en la mañana.
—Dijiste que desde hace un par de días.
—No lo sé, es que…es como si hubiera pasado más tiempo.
— ¿Qué te dice?

¿Qué responder? ¿Decir la verdad, lo que estaba pasando por su mente?
"Soy la voz de tu conciencia"
Eso desbarataría la versión que estaba entregando de los hechos; necesitaba que se entendiera lo que estaba diciendo, no que pensara que estaba actuando como un niño que se enfrentaba a algo que no entendía.
Pero el silencio se mantuvo, y no escuchó nada más; de pronto volvió al presente, a estar arrodillado en el suelo con Nadia en sus brazos, y supo que no iba a seguir escuchando nada más ¿Qué había pasado? ¿Acaso ella siguió haciendo preguntas, y él se sintió amenazado? No estaba seguro de haber pensado en eso antes, pero al verlo desde esa perspectiva, sentía que en realidad podía haber una conexión ¿Y si la agresión a Iris tuviera que ver también con eso? Sintió un escalofrío al pensar en que, quien estaba en el suelo, podía ser en verdad su esposa, la mujer a la que más amaba en el mundo ¿Cómo si no, se explicaba eso? Pero lo que pasó en ese momento no tenía ese ingrediente, la voz actuó después, en específico esa misma jornada, casi terminando el turno de trabajo en su nueva empresa; algo no estaba bien, pero de ahí a cometer esa agresión, la distancia no sólo era mucha, sino que planteaba una serie de interrogantes. De verdad se sentía amenazado y vulnerable, pero no podía seguir en esa situación sin ocuparse de lo inmediato. Se puso de pie con Nadia en sus brazos.


2


“Al principio hubo silencio.
El silencio es parte de la vida y la creación, es el origen de todo. Se dice que en un principio no había nada, solo silencio; un silencio eterno e infinito, tan largo como el horizonte, tan lejano como la última estrella en el firmamento. Pero en el principio de todo no habían estrellas, porque todo no era más que un espacio vacío, de modo que el silencio era aún más grande, más inmenso e incomprensible.
¿Qué hay ahí afuera?
El silencio no es sólo la ausencia de ruido, también es la presencia de una terrible oscuridad. Oscuridad y miedo. Miedo, oscuridad y dolor, dolor por el miedo, miedo por la oscuridad, oscuridad por el silencio.
Cuando comenzó, cuando el silencio absoluto se convirtió en el silencio interior, y existió una forma de entender que lo que pasaba ahí, no era más que una parte de la vida, una parte muy pequeña. Pero dentro de ese sitio, seguía habiendo silencio.
Era tan enorme, tan pesado, que el miedo extendido se convirtió en todo, en el centro y borde de las cosas; el miedo se convirtió en un mando, algo difícil de controlar, imposible de derrotar sin armas, sin entendimiento y sin fuerzas. Sumergirse en el silencio lleno de miedo es lo que hace que la nada sea aún más fría.
En determinado momento comprendió que el silencio no era bueno si era absoluto, porque las cosas absolutas aplastan cualquier otra posibilidad, destruyendo alternativas; el silencio es parte de la vida, es algo natural, pero la ausencia de algo que reemplace al silencio también es parte de toda existencia
Poco a poco el tiempo pasaba, de forma inexorable, pero al mismo tiempo, era como si no estuviera sucediendo nada. Silencio y tiempo alrededor ¿Qué era el tiempo? ¿Cómo sabía que existía el tiempo si en ese sitio sólo había silencio? Las cosas debían explicarse de alguna forma, pero esta no existía, sólo el silencio, pero este también comenzó a tener una apariencia; algo que era posible definir. Ahí, en ese sitio, el silencio era todo, era la ausencia de algo más, la forma de entender que debía haber una oposición, pero que esta no tenía cabida porque el silencio selló todas las opciones; aquella cosa estaba en todas partes, pero no era todo.
¿Cómo se llama lo que se opone al silencio?
¿Qué es, de dónde viene?
El silencio era algo, que estaba ahí y al mismo tiempo estaba en otros sitios. Existían otros sitios, existían lugares donde todo no era sólo esa monotonía y simpleza, y existía también una forma de saberlo.
El silencio y el tiempo.
Comprendió que lo que estaba ocurriendo, ese mar de silencio y miedo, no era todo, que en realidad era una celda, dentro de la cual estaba, presa de un confinamiento injusto, pero por completo real. En otro sitio había sonido, luz, y vida, todas cosas de las que no tenía conocimiento en ese interior.
El Ser representaba la unidad única, irrepetible pero replicable.
El Ser está en el Lugar, que ocupa una parte del vacío, y crea la oposición al silencio, mientras transcurre el tiempo.
Sí, había silencio, pero no se trataba sólo de eso; comprender que el silencio no era absoluto, ni el miedo eterno, abrió una brecha en la antes impenetrable muralla. Pero esa brecha, por mínima que fuera, de todas formas era algo, y sirvió para comprender que, entre todo, había algo más; el miedo se volvió una sustancia más que un todo, y el silencio fue comprendido como un algo más que como un absoluto. El silencio comenzó a perder poder, cuando llegó el entendimiento de que había algo más, de que eso no era todo.
El tiempo es generoso, el silencio es calmo, la vida es buena.
Tiempo, silencio, vida, muerte, lugar y ser.
Y el ser comenzó a ser, a vivir dentro de un lugar, mientras tuviera tiempo, y entendió que la vida era un trozo de tiempo que le había sido otorgado, mientras la muerte esperaba su turno, de modo que comprendió que era necesario hacer algo para contrarrestar el silencio, que como un manto oscuro evitaba que cualquier otra cosa pudiese suceder.
Los oídos aprendieron a conocer los sonidos  y los ojos aprendieron a ver las cosas, y todo se unió en el ser, para que estuviera completo.
Tuvo ojos para ver, oídos para oír, y comprendió de forma plena que el silencio no era absoluto ni su poder total, supo que se trataba de algo pasajero, y que bajo su manto aumentaba el miedo, pero por el mismo motivo, se encontraba en la posibilidad de salir de ahí, y conocer el sonido, la voz y la luz.
Pero el silencio también podía ser un aliado, y lo entendió así; porque el silencio podía ser fuerte, y era paciente. Aprendió entonces a usar su informe poder en su beneficio, usando ese manto que nadie podía tocar, a través del ruido; estar dentro del silencio pasó de ser un manto de dolor y miedo, a ser la coraza de protección que mantenía el secreto y preparaba el camino para el futuro. El silencio, antes temido, se  convirtió en aliado.”


3


— ¿Cómo está?

Ambos estaban en la urgencia de la clínica Santa Beatriz, lugar en donde trabajaba Nadia y adonde Vicente la llevó después de encontrarla. Tan pronto como llegó al auto con ella, llamó por teléfono a Iris, le indicó de forma breve lo que había pasado, y emprendió viaje hacia el centro asistencial. Iris llegó casi junto con él, avisándole que había llamado a Sebastián para informarle.

—Vamos a tener que realizar una serie de exámenes para descartar posibilidades y saber lo que ocurrió.

El doctor los dejó en la sala de espera. Iris se veía angustiada por el estado de salud de su amiga.

— ¿Le contaste  a Sebastián?
—Sí, lo llamé mientras me estaba subiendo al auto; esto es terrible, me pregunto qué pudo haber pasado.

Todo se iba a saber una vez que Nadia despertara ¿Por qué simplemente no le decía a su esposa lo que estaba pasando, lo que había ocurrido?

—Entonces debe estar por llegar.
—Cuéntame cómo fue, qué fue lo que pasó.

Tendría sólo una oportunidad para decir lo que estaba sucediendo. Si se trataba de decir la verdad sobre algo, ningún otro momento era mejor que ese para tomar las riendas de la situación; perdería a Iris, de seguro iría a la cárcel o a una institución de salud, pero al menos tendría la verdad de su lado.

“Yo traté de ayudarte”

La voz no se había manifestado antes otra vez, desde que se levantara del suelo con el peso muerto del cuerpo inmóvil de Nadia; volvía a repetir lo mismo, sin que Vicnete supiera para qué lo estaba haciendo.

—Fue una sorpresa en realidad.

Tenía la oportunidad. Tenía que decidir sobre cómo iba a hacer las cosas, o tal vez simplemente aprovechar de callar hasta que estuvieran en una situación menos desventajosa, quizás un poco después en la casa, cuando nadie los pudiera escuchar ni interrumpir.

—Dijiste que estaba en ese parque.
—No sé qué pudo haber pasado —replicó en voz baja—, se me ocurrió que ella podría haber pasado por alguna parte, y pasé por algunas calles buscando algún letrero de atención las 24 horas, pero no lo encontré, así que me bajé y continué a pie, por si encontraba algo.
—Y en ese momento la viste.
—No exactamente. Me acerqué al parque porque creí que había algún mercado de atención todo el día, y cuando iba a cruzar hacia el otro extremo, la vi.

El rostro de Iris se contrajo en una expresión de angustia y temor, como si lo que estuviera escuchando fuera un riesgo latente incluso para ellos que estaban a buen resguardo en ese lugar, lejos de la noche y la calle.

—Qué horrible.
—No parece haber recibido ninguna herida, al menos eso es lo que vi.

Iris se puso de pie, con los brazos cruzados delante del cuerpo.

—Recuerdo de hace años, estaba en la escuela, que hubo un caso así, a un chico lo asaltaron en un parque ¿Recuerdas?

No, no lo recordaba, no estaba para recordar anécdotas de prensa.

—No, no lo recuerdo.
—A un chico lo asaltaron en el parque Virgen de Rosario, y o dejaron tirado entre unos matorrales; al día siguiente lo encontró la policía, pero esto fue en invierno, el muchacho quedó con secuelas ¿te das cuenta?

Sí, se daba cuenta, pero ella no podría saber jamás lo fuerte que resultaba para él saber que estaba a punto de ser parte de una noticia igual a esa. Lo que tendría que hacer era hablar con ella, decirle toda la verdad, o al menos la parte de ella que pudiera recordar.

“El reloj era la única prueba”

—Cariño, tienes que tranquilizarte.
—Lo sé, es sólo que es difícil ¿Cuándo vimos a Nadia la última vez? Hace un par de semanas, cuando vino a verte luego de que caíste.

De hecho, esa era la última vez oficial; ella le había recetado unos anti inflamatorios y una serie de exámenes, que no arrojaron ninguna anomalía. Algo estaba pasando en su cabeza desde entonces, y quizás se trataba de algo que no era posible identificar a través de un escáner.

“Sin el reloj no hay pruebas”

Había dejado el reloj a buen resguardo en la guantera del auto; de algún modo sintió una especie de repulsión al verlo, como si su cercanía fuera al mismo tiempo un talismán que lo alejara del mal y el señuelo que identificaba al culpable.

“No hay pruebas”

Las habría, en cuanto Nadia despertara y diera su versión a la policía. Vicente estaba pensando en que lo mejor sería decirle todo a Iris ese mismo día, más tarde. Le diría lo que sabía, incluso aquellos temores expresados que no recordaba, aquello de que creía que la voz en su cabeza y la agresión a Iris podían estar conectados. Le diría incluso que temía por su seguridad, aunque no sería necesario, las consecuencias sobre su amiga bastarían para confirmar esa teoría.

—Perdóname un momento, necesito mojarme la cara.
—Está bien, no te tardes, Sebastián de seguro va a querer hablar contigo.

Se metió al baño, que estaba a sólo unos cuantos metros de él, y quedó de pie mirándose al espejo. Había actuado con una inusitada frialdad al llevar a Nadia al hospital, indicando su nombre y llamando a Iris para explicarle la parte de la historia que concernía a ese momento. Incluso entonces, dentro del baño tan blanco y aséptico, se dijo que su frialdad había sido enorme, al no quebrarse en ningún momento, casi como si lo que hubiera pasado no tuviera como víctima a alguien que conocía, como si lo hecho a ella fuera acción de alguien más. Desde el momento en que hablara con Iris, toda su vida estaría destrozada; las posibilidades de ocultar eso eran virtualmente nulas.

“No tienes que decirlo”

Se mojó la cara mientras intentaba mantener la calma.

—Basta, no necesito escucharte.

“Necesitas escuchar, porque no escuchas”

—Una amiga mía está internada, ni siquiera sé lo que tiene o lo que hice a ciencia cierta, por supuesto que no necesito escucharte.

“Yo puedo ayudarte si me dejas”

—Nadie me puede ayudar.

“Yo puedo”

—No, no puedes, sólo eres producto de mi imaginación. De mi imaginación enferma, que golpeo a una persona sin saberlo, que la pude haber matado o dejado morir.

“Hay algo en ti que es violento”

—No puedo creer que esto esté pasando.

De alguna forma era como si no comprendiera del todo la extensión de lo que había pasado. Pero la voz seguía ahí.

“Puedo ayudarte”

—No hay forma de ayudarme.

“Yo puedo”

Nadia hospitalizada, y él ahí, a minutos de que llegara su esposo, el hombre al que conocía, un amigo de años, a quien miraría a la cara sin decirle la verdad ¿O para decirla de una vez por todas? Quizás lo más conveniente sería decir la verdad de golpe, sin pensarlo tanto, sólo siendo sincero podría sacarse eso de encima y estar en paz al respecto; Sebastián le daría una golpiza, llegaría la policía, Iris lo miraría con terror, pero al menos Benjamín no estaría cerca de esa tragedia.

“Puedo ayudarte”

—No hay forma de ayudarme. Todo se va a terminar.

“No hay ninguna prueba”

—Por supuesto que hay una prueba —repicó con hastío—, Nadia les dirá lo que le hice de todas maneras, esa es una prueba con la que nadie puede competir.

“No hay ninguna prueba”

—Sí, si la hay, maldición.

Cerró el grifo, y se quedó mirándose en el espejo; daba la sensación de recién estar conociendo en detalle lo que estaba pasando, recién entendiendo la real dimensión de todo eso.

“No hay pruebas”

— ¿Por qué dices eso, por qué no me dejas en paz?

“Trato de ayudarte, sólo deja que lo haga”

—No me puedes ayudar.

“Sólo deja que lo haga”

—Todo se va a saber en cualquier momento.

“Nadie lo sabrá jamás”

Cerró los ojos, pidiendo dentro de sí que la voz dejara de hablar de esa manera, que dejara de hacerse presente. Resultaba largo y extenuante estar escuchándola, porque a cada palabra la decía que en realidad, el miedo del que le habló a Nadia, no era más que un hecho, mucho más concreto que estar hablando con alguien más como si pretendiera que no lo hacía.

“Nadie lo sabrá jamás”

—Basta, basta, no quiero seguir escuchando.

“Debes escuchar. No hay pruebas”

—Maldita sea, eso ya lo dijiste, pero las habrá.

“Si no hablas, nadie sabrá lo que pasó”

— ¿Por qué?

“Porque ella no recordará nada”

¿Cómo podía saber eso? Tenía que hablar con Iris, tenía que dejar de tener miedo por lo que iba a pasar de todos modos, y enfrentar la situación como un hombre maduro, usando lo que le quedaba de cordura en esos momentos. Tenía que salir de ahí y decir lo que había pasado, sin importar las consecuencias.

—No puedes saber eso.

“Ella no va a recordar nada. Y si tú no hablas, nadie lo sabrá. Será tu secreto”

¿Qué clase de secreto serpia ese? No podía concebir la idea de estar en silencio al respecto, ignorando lo sucedido como si de verdad se tratara de algo que no tuviera que ver con él; comenzaba a sentir la punzada de culpa y remordimiento por sus acciones, por no ser capaz de reconocer desde un principio que las cosas estaban fuera de control. Cuando agredió a Iris, él mismo sugirió ir a un terapeuta, pero al final no hizo nada porque las cosas no se complicaron, y se obligó a  sí mismo a creer en que sólo se trataba de una pésima etapa, pero nada más.

“Nadie sabrá”

—Eso no puedes saberlo.

La negativa iba perdiendo fuerza; sí, existía una posibilidad de que ella no recordara nada, se comentaba de muchos casos clínicos similares ¿Por qué no iba a pasar en ese también? No, serpia dejar demasiado a la duda, y aunque las cosas tomaran ese rumbo ¿Quién aseguraba que no volviera a pasar?

“Puedo ayudarte”

—Me gustaría que te callaras. ¿Cómo vas a ayudarme?

“He tratado de ayudarte, pero no escuchas”

— ¿De qué manera me puedes ayudar?

“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”

Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.

“Nadie lo sabrá”

—No quiero herir a nadie.

“No lo harás”

— ¿Con tu ayuda?

“Con mi ayuda”

— ¿Qué tengo que hacer?

“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”

—Acepto que eres la voz de mi conciencia.

“No quiere herir a nadie”

—No quiero herir a nadie.

“No quieres hacer daño”

—No quiero hacer daño.

“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”

—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.

“Nadie lo sabrá”

—Nadie lo sabrá.

“Te ayudaré”

—Me ayudarás.

“Soy tu conciencia”

—Eres mi conciencia.

“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”

—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.

“Así será”




Fin de libro 1

No vayas a casa Capítulo 14: Una mano sobre tu hombro




"Vicente"

Se trataba de un recuerdo muy vívido; Vicente estaba en su oficina, solo, sentado ante su escritorio, con la pantalla con el fondo animado de la empresa, que todavía no cambiaba por uno personalizado. Había sido un largo día, aunque satisfactorio.

"Vicente"

Tuvo un ligero sobresalto; esa voz estaba sonando con demasiada claridad, demasiada fuerza como para ser una simple voz almacenada en su mente. Se puso de pie, notando recién en ese momento el cansancio en las articulaciones; al fin que en toda la jornada sólo fue a almorzar, ni siquiera tuvo que salir a la bodega, ya que no fue necesario. Se estiró, pensando en que además de buscar un sitio alternativo para almorzar, también sería bueno localizar una buena cafetería a la que ir a despejarse durante un par de minutos.

"Sé que me oyes"

Volvió a sentarse; varios habían mencionado su nombre, pero nadie le había dicho algo como eso. Cerró los ojos un momento, masajeando las sienes con las yemas de los dedos, repitiéndose que eso no estaba sucediendo en realidad; las cosas no eran así, él en realidad...

"Sé que me oyes"

El sobresalto esta vez fue más genuino que la anterior; desplazó la mirada hacia la pantalla del ordenador, y verificó que estuviera apagado el reproductor de sonido, y de inmediato en el navegador que no existiera alguna pestaña abierta con música o algo parecido, pero sólo tenía trabajo y más trabajo. Seguramente eso era parte del estrés y no lo percibía como en otras ocasiones.

"No es estrés, sé que puedes oírme"

Se quedó muy quieto, mirando fijo la pantalla. No, no podía estar escuchando una voz estando solo en ese sitio ¿No sería alguien jugando una especie de broma?

"No"

Pero de las personas que conocía de su anterior empleo, y que estaban ahí, ninguna era de confianza: sabía quiénes eran, conocía sus nombres y en qué área estaban, pero nada más.

"No"

Miró de forma involuntaria en todas direcciones, a la puerta enfrente de él, a la puerta número cuatro que además tenía la placa con su nombre. Desde la posición en la que él estaba, en la esquina izquierda al frente estaba la mesa alta que dispuso con dos sillas, en donde una pirámide de cristal en tres dimensiones quebraba la formalidad de la oficina: ese espacio estaba reservado para alguna reunión más informal, o un cliente al que te conociera por anticipado y le invitara un café; a la derecha estaba la máquina expendedora de agua con su silencioso burbujeo, el pequeño mueble a un lado, y más atrás el mueble de acrílico azul donde reposaban una serie de muestras de los diversos materiales que vendía Seri—prod. A la derecha de su escritorio estaba el archivador de documentos, a la izquierda la estación de impresión, tan vistosa como pequeña a la vez, un modelo del año pasado, que no medía más de ochenta por noventa, amén del mueble incluido por la marca, que era un ligero pero inteligente armatoste con espacios para depositar en ellos los documentos copiados con total tranquilidad.
Estaba solo.

—No, no estoy escuchando esto, tengo que tomar un café para dejar de pensar tonterías.

"No son tonterías. Soy la voz de tu conciencia"

Estuvo a punto de soltar una risa al oír eso, pero se contuvo al instante ¿Qué clase de chiste podía ser ese? Sergio no parecía la clase de persona que gasta complejas bromas a sus trabajadores, o al menos la versión más actual de él no lo hacía ¿Quién podría entonces?

"Soy tu conciencia"

La voz de la conciencia. Frunció el ceño ante esa aseveración, como si de alguna forma pudiese ser cierto. Se decía que la conciencia era la voz interior, que te decía lo que era correcto y lo que no, estableciendo límites morales para las acciones de todas las personas.
Pero la conciencia no tenía una voz, se trataba de una expresión popular.

"Soy la voz de tu conciencia"

Basta, de dijo. Esto no está pasando, sólo estoy muy cansado, ha sido un largo día.

"Necesitas descansar un poco"

—Basta.

Al ponerse de pie, puso las manos sobre la cubierta del escritorio, mirando fijo al frente de la misma manera en que lo haría con alguien que estuviera molestándolo en esa oficina. Salvo que allí no había nadie más.

"Deberías salir un momento y tomar algo de aire"

—No, no es eso, yo...

Pero sí era lo que necesitaba, estaba pensando en eso justo un momento antes. No, era ridículo estar escuchando una voz que no provenía de ninguna parte, se trataba de una especie de alucinación causada por el cansancio y el estrés; sabía que un cambio brusco en la vida de una persona, como uno laboral, provocaba tensiones internas, e incluso podía cambiar el ánimo de alguien sometido a esa situación. Las cosas estaban mucho mejor que antes, su matrimonio era fuerte de nuevo, Benjamín estaba bien, Iris tenía más y más planes acerca de su nuevo empleo y él mismo se sentía contento con lo que estaba sucediendo, no había motivo para estar angustiado, aunque quizás sí un poco agotado. Además, de trataba del primer día.

"No me ignores Vicente"

Desplazó con lentitud la vista entre una esquina y otra de la oficina, como si de alguna forma ese barrido visual pudiese aclarar las dudas que comentas comenzaban a agolparse en su cabeza. Pero era la misma oficina que hace un instante atrás.

—Esto es solo cansancio. Estoy hablando conmigo mismo.

"Soy la voz de tu conciencia"

—La conciencia no habla.

"La mayoría del tiempo la gente no escucha a su conciencia, pero siempre habla"

Caminó hacia la esquina en donde estaba la máquina dispensadora de agua, sorprendiéndose de encontrarse más cansado de lo que esperaba; un tipo de agotamiento físico que hacía más lento cada movimiento. Mientras lo hacía, pensó en algo sin importancia, como la dirección de la empresa: la voz figurada en su mente era la misma que escuchaba salir de sus cuerdas vocales al hablar, pero la voz que estaba hablándole no era igual. No podía determinar un tono, o decir si se trataba de una entonación ruda, violenta o amenazante, ni siquiera si era ronca o suave; y sin embargo, tenía plena claridad de que no era la misma ¿Cómo identificarla? No era algo que pudiera describir, y al mismo tiempo sabía que no era su misma voz, que nunca antes la había escuchado de labios de ninguna persona, tan real y a la vez tan imposible de explicar.

— ¿Por qué haces esto?

"No he hecho nada"

No, en realidad no había hecho nada. Pero seguía sin ser normal que estuviera hablando solo ¿o estaba hablando con alguien más?

—Esto es ridículo.

"La mayoría del tiempo, la gente no escucha la gente no escucha la voz de su conciencia"

—Eso es porque la conciencia no habla.

"La conciencia siempre habla ¿Nunca has escuchado esa voz interior que te advierte de algo?"

Claro que sí; incluso era un dicho, o una expresión popular, hacer referencia a esa "vocecilla" que actuaba en momentos complejos. El Grillo que te hablaba en el oído, justo cuando estabas a punto de hacer algo fuera de la ley o de tus propios preceptos morales. "Escucha la voz de tu conciencia, y sabrás qué hacer" era una expresión común, hasta la decían en las películas, como una forma de explicar que la razón y el entendimiento venían del interior de cada uno. Pero entre eso y escuchar una voz de forma tan patente, existía distancia.

—Esto no es agradable, no sé por qué estoy hablando... así...

Estuvo a punto de decir "contigo" pero se detuvo a tiempo; sin embargo, si no estaba hablando solo ¿cómo definir lo que pasaba en ese preciso momento?

"No estás hablando solo"

Tuvo otro sobresalto; la voz no sólo estaba respondiendo lo que decía en voz alta, acababa de contestar algo oculto en sus pensamientos.

—Basta, esto no es normal.

"Es muy normal; soy la voz de tu conciencia, yo sé lo que piensas"

Se suponía que la conciencia era en realidad la voz del mismo sujeto siendo correcto, por lo que actuaba en momentos en que la persona estaba a punto de hacer algo que, de seguro, podría traer malas consecuencias.

"En ocasiones no me escuchas"

¿Y cuando sí? Se dio cuenta de que llevaba varios segundos con el vaso blanco con agua en la mano izquierda, sin moverse ni hacer nada, incluso sin percibir la frialdad del líquido que debería ser refrescante. Levantó el brazo y se acercó el borde a la boca, notando recién en ese momento que tenía los labios secos, como si hubiese estado respirando de forma agitada; no supo si era así o no.

— ¿Me has aconsejado?

"Por supuesto, para eso existo"

En ese caso dame una prueba, estuvo a punto de decir, pero otra vez de contuvo; dejó el vaso en el recipiente para descartables y miró hacia el escritorio, que por un momento le pareció estar muy lejos de él, como si la caminata de tan sólo un par de pasos a la máquina hiciese puesto entre ambos puntos una distancia incomprensible.

"Hay veces en que no escuchas lo que intento decirte"

— ¿Cómo cuáles?

Se escuchó decir, sin querer decirlo; sin embargo no dijo más, quedando a la espera de algo, queriendo y a la vez no, saber lo que iba a escuchar.

"En ocasiones me escuchas, y ganas"

Esa forma de hablar, era a la vez neutra, y tenía una entonación, aunque no pudiera definirla ni explicarla; era algo que estaba comprendiendo dentro de su cabeza como un hecho experimentado, no un aprendizaje.

— ¿A qué te refieres?

"Te di el consejo"

—  ¿Cuál?

"Que miraras en la pantalla de él. Que averiguaras.

Recordaba ese momento a la perfección; estaba en la oficina de Sergio, hablando con él de asuntos de trabajo en la otra empresa, cuando una llamada urgente exigió que el otro saliera por un momento para contestar sin ser oído. Se quedó solo en ja oficina sin nada que hacer, hasta que se le ocurrió mirar en la pantalla del ordenador, sólo para curiosear y ver algo que las buenas costumbres indicaban que no era correcto hacer.
Algo que él no habría hecho por iniciativa en otro contexto, en ningún contexto.

—Tú...

"Te aconsejé que miraras"

Él no habría hecho algo como eso. No era particularmente curioso, pero además de eso, le parecía incorrecto estar husmeando en la propiedad ajena. Se preguntó qué instinto o pensamiento infantil lo llevó a eso.

—Yo no habría hecho eso. No pretendía hacerlo.

"Pero tenías que hacerlo"

 — ¿Por qué?

"La conciencia no sólo es la voz que te habla, también es, en cierta forma, el oído que escucha"

Dejó de oírla, y por un instante no supo qué pensar o sentir; sin embargo, no tuvo tiempo para decidir qué era lo que sentía, porque otra vez escuchó la voz insustancial, en ninguna parte y al mismo tiempo junto a él.

"A veces, hay cosas que se dicen cerca de ti, pero tú no has escuchas. Yo sí"

No tenía intención de ver lo que pasaba en ese ordenador, y sin embargo lo hizo; se dijo a sí mismo que se debía a un instinto infantil, guiado por el aburrimiento, pero nada más.

— ¿De qué hablas?

"Si hubieras prestado más atención a lo que hablaban a tu alrededor, lo sabrías. Yo escuché que ellos hablaban, no muy lejos de ti. Yo sabía que te iban a traicionar"

La voz calló, mientras su mente viajaba a toda velocidad hacia los acontecimientos pasados ¿existía realmente la posibilidad de que Joaquín hubiese estado hablando con Sergio dentro de la Tech—live? No, él no tomaría ese riesgo, si hizo todo lo posible por ocultar sus intenciones, no haría tal cosa; pero por otra parte, Sergio sí estaba haciendo muchas cosas el respecto, prueba de ello fue esa misma situación.

"Yo te aconsejé que miraras, que investigaras"

Consejos. ¿Qué clase de consejos puede dar una voz que se supone no existe, quien puede tener más razón que la propia razón?
Sintió que respiraba con una cierta dificultad.

—Tú...

"Tenías que abrir los ojos, escuchar, ver y comprender. Yo te ayudé a que lo hicieras"

Desde un principio se había dicho que, de no ser por ese providencial accidente, no se habría enterado de todo ese asunto hasta que estallara delante de él; en cierto modo agradecía esa oportunidad, y al ver los resultados posteriores, de sentía contento, iniciando una nueva etapa en su vida. Todo se lo debía a esa extraña e inexplicable actitud.

— ¿Me ayudaste?

"En ese momento, hiciste caso de mis palabras, y gracias a eso es que ahora las cosas han cambiado"

La posibilidad de que un agente externo influyera en sus acciones resultaba chocante, pero si mismo tiempo...¿era en realidad un agente externo? ¿cómo referirse a algo que en teoría estaba en el interior de su ser, pero que al mismo tiempo actuaba como si no dependiera de él?

—Entonces tú me aconsejaste mirar en el ordenador.

"Sí"

Pero en ese momento, no había escuchado una voz; no se trató de algo específico, pero sí ocurrió algo. Lo que se dijo en su interior ¿qué era? Pensó en mirar la pantalla del ordenador que estaba en el punto opuesto a él, y al mismo tiempo se dijo que eso era ridículo, que no era su costumbre meterse en los asuntos de los demás; pero de todas maneras lo hizo.

—Tú sabías que estaba sucediendo algo, lo escuchaste.

"Escucho más allá de ti, cuando se trata de ti"

—Ese asunto no se trataba de mí si no estaba incluido.

Pero se reconoció mintiéndose a sí mismo; sí era su asunto, sí le importaba, le importaba lo suficiente como para ir hasta la oficina, a hurtadillas...

—Tú... ¿Qué más me has dicho?

"Te he dicho muchas cosas. Pero no siempre prestas atención"

— ¿Qué cosas?

"Te aconsejé que averiguaras la verdad"

— ¿Tú me aconsejaste que fuera hasta la oficina de Sergio en un horario no apropiado, para investigar acerca de él?

Silencio; seguía ahí, de pie junto a la máquina expendedora, aguardando nada, escuchando sin saber a ciencia cierta si quería seguir escuchando o no, y a la vez presa de una fascinación inexplicable.

"Sí"

Escuchar eso hizo que las cosas tomaran un cariz distinto; entonces todo estaba conectado, no era un accidente que estuviera en esa oficina, teniendo aquellos pensamientos, no era coincidencia que luego no pudiera dejar de pensar en ese asunto, al punto que se hizo necesario saber más, abrir las puertas que entre abrió poco antes, y terminar con esa incógnita que no lo dejaba en paz. ¿y qué hay de la impulsiva llamada a Sergio, de la idea repentina aunque no por eso menos efectiva, de hacer la propuesta arriesgada?

"Yo te aconsejé"

Cerró los ojos tan solo una milésima de segundo, y los entre abrió, encontrando otra vez la misma oficina, pero sintiendo casi como si la voz proviniera de alguien que estuviera junto a él, una presencia física innegable aunque invisible, una respiración caso imperceptible que daba paso a una voz clara, medida, suave, indefinible en toda su extensión y a la vez imposible de explicar.

—Tú causaste todo eso.

"No he causado nada. No puedo. Te ayudé a ver y oír, para que no estuvieras en la oscuridad"

— ¿Por qué?

"Porque la oscuridad es mala, causa dolor, pérdida y abandono"

—No puedes saber eso; se supone que eres tan solo...

"Soy la voz de tu conciencia, sé muchas cosas que has sentido"

Pero no debería. O, tal vez ¿por qué no? Después de todo, lo que sucedió tuvo un término más que satisfactorio para él, podía disponer mucho mejor de su tiempo, Iris podía comenzar a poner en práctica su iniciativa personal, lo que mejoraría la vida de ambos, y desde luego la de Benjamín.

— ¿En qué más me has ayudado?

"No siempre escuchas"

Sintió que un escalofrío comenzaba a formarse por el centro de la espalda; el golpe a Iris, aquella situación que...

"Quería que escucharas, que entendieras cómo acercarte a ella, pero no atendiste, y la golpeaste"

El escalofrío recorrió su espina dorsal como un rayo; la voz otra vez respondía algo antes de que él pudiera formular una pregunta pero ¿era de verdad necesario hacerlo?

—Yo no quería hacer eso.

"Quería que no lo hicieras"

—No, no es cierto —masculló en voz baja—, yo no quería hacerlo ¿me obligaste a hacerlo?

"La conciencia no puede obligarte a hacer algo. Yo sólo te hablo"

— ¿ Entonces por qué hice eso? Yo no quería golpearla.

"Querías hacer algo distinto, lo entiendo, pero no era lo correcto"

No, claro que no lo era.

—Vicente.

La voz lo hizo dar un salto esta vez; la puerta de la oficina de había abierto, asomándose Daniel, un hombre de no más de veinticinco que hacía aseo y diversas labores en la empresa. Lo quedó mirando con una expresión entre confundida y asombrada.

—Disculpe, pensé que no había nadie.

Se trataba de un hombre amable, con quien ya había cruzado un par de palabras; Vicente tardó lo que le pareció un tiempo muy largo en reaccionar, saliendo del estado en el que estaba antes para regresar a las tareas comunes y corrientes. Tragó saliva.

— ¿Por qué no iba a haber nadie?

Sonó cortante y frío, algo que el otro hombre percibió, aunque hizo un esfuerzo por ocultarlo; frunció levemente el ceño, pero si voz siguió siendo atenta.

—Creí que usted se retiraba a las seis.

No continuó, un poco a la expectativa; estaba parado justo en el umbral de la puerta, con esta tras sí y la mano derecha sobre el pomo, en descanso pero atento ¿tan duro se escuchó el hablar?

—Sí, trabajo hasta las seis.

Aún sonó cortante, pero menos que la primera vez; Daniel asintió dándole la razón, aunque en realidad no había necesidad de ello.

—Por eso pensé que no estaba, como ahora dan las seis treinta.

Lo dijo con voz y expresión calculadas para no tener ninguna inflexión; Vicente desvió la mirada hacia el reloj de pared que estaba en la esquina opuesta, tras la mesa alta: seis treinta y tres minutos. No era en tarde, estaba...
¿Cuánto tiempo había pasado? Estuvo mirando el reloj durante varios segundos, como si a través de la insistencia pudiera desmentir un hecho que estaba siendo evidente en ese preciso instante. Un reloj en una pared tenía más clara la hora que él.

—Sí, lo que ocurre es que yo...

No supo qué decir; faltaba poco para terminar la jornada, pero no eran aún las seis, mucho menos pasado el tiempo necesario para que fueran las seis treinta ¿cómo había pasado eso? Daniel pareció captar su sorpresa porque hizo ademán de salir.

—Disculpe, lo dejo solo.
—No, espera... —¿qué iba a decirle?— Lo lamento, no quise ser descortés, es sólo que estoy muy cansado.

Por primera vez su voz sonó natural, como él de verdad hablaba con cualquier persona; el otro hombre le dedicó una mirada de comprensión.

—Tal vez debería ir a casa a descansar.
—Sí, es cierto, eso es lo que voy a hacer. Gracias.
—Por nada.

El hombre salió, cerrando la puerta tras sí; Vicente caminó hacia el escritorio y se sentó pesadamente mirando la pantalla en reposo, donde una nave al estilo de las películas de ficción antiguas deambulaba por un espacio pintado de diminutas y brillantes estrellas; pasó mucho más tiempo del que creía ¿estaría durmiendo en realidad? No escuchó nada, otra vez estaba solo en la oficina, sin pensamientos confusos ni una voz inexplicable que respondiera preguntas que él aún no formulaba. Nada.

2

El viaje de regreso a casa había tenido un extraño sabor; desde hacía tiempo que no era necesario estar prestando tanta atención a todo lo que sucediera en las calles, y es que por supuesto, todo era nuevo en un trayecto que difería bastante del anterior y que utilizó durante años. Tendría que estar al pendiente de las intersecciones en donde podía formarse congestión, además de calcular con precisión los tiempos para no retrasarse; una vez en casa, después de saludar a Iris, fue directo a la ducha, sintiendo que necesitaba refrescarse y olvidar todo lo que había pasado durante la última parte de la jornada.
No sabía qué hacer ¿cómo explicarse ese extraño suceso? Él no sentía que fuese un sueño, parecía tan real…

“Es real”

Su vista se despegó del espejo de medio cuerpo y, casi de forma instintiva, lo hizo mirar en todas direcciones. Solo estaba él, con la camisa en las manos, al interior del espacioso cuarto de baño.

“No tengas miedo”

No era posible. No podía estar soñando de nuevo.

—Esto no está pasando.

“Sí, está pasando, soy la voz que te acompaña a cualquier parte”

Miró hacia la puerta, en ese momento cerrada, súbitamente angustiado ante la posibilidad de que Iris entrara y lo viera hablando solo. Pero no se sentían sus pasos ni su voz, y probablemente siguiera con Benjamín en la sala.

“Estás cansado”

Su respiración volvía a ser agitada, como si dentro del lugar el aire comenzara a disminuir y obligarlo a hacer un esfuerzo por mantener el ritmo normal; en el espejo, la púnica figura que se veía, era la suya.

—Esto no es agradable, me siento perseguido.

“No tienes motivo para eso. Sólo tienes que aceptar que soy la voz de tu conciencia, el motivo por el que te sientes nervioso es porque te niegas a ver y a oír.

— ¿Tienes algo que ver con lo que pasó con Iris?

Esa pregunta salió sin pensarlo. Desde el extraño hecho acaecido en la tarde, no dejaba de tener esa pregunta en mente ¿Acaso era una forma de explicar un comportamiento que, de otro modo, resultaba por  completo fuera de toda lógica?

“Intenté hacer que entendieras, pero no escuchabas; tenías que ser tierno y sumiso con ella, no atacarla”

—Claro que no tenía que atacarla.


Su voz salió mucho más fuerte de lo que esperaba, y esto lo hizo quedarse congelado; un instante después, la voz de Iris se escuchó desde el primer piso.

— ¿Ocurre algo?
—Nada cariño, no es nada.

Iris no respondió, lo que significaba que le había creído esa respuesta. Pero vaya sí que estaba pasando algo. Arrojó la camisa al cesto de la ropa que había en una esquina y se apoyó en el borde del lavamanos, mirando fijamente su imagen reflejada en el espejo.

—Esto no está pasando, estoy escuchando cosas.

“No estás escuchando cosas, sólo escuchas mi voz”

—Es que es eso lo que no puede suceder —dijo conteniendo una nueva exclamación—, debo parecer un loco hablando con mi reflejo mientras escucho una voz imaginaria que me dice cosas que no puedo comprender.

“Puedes entender, si te calmas y escuchas”

— ¿Escuchar qué?

Al instante se arrepintió de haber hecho esa pregunta. Esquizofrenia. Sintió otra vez, igual que en la oficina, ese escalofrío justo en el medio de la espina dorsal, una especie de corriente eléctrica que hizo que contrajera todos los músculos del cuerpo ¿No eran los esquizofrénicos los que escuchaban voces?

“No estás escuchando voces, solo es la voz de tu conciencia”

—Que no pueda controlarlo hace que parezca peor.

Soltó una risa nerviosa, que por suerte alcanzó a callar antes de que fuera a un volumen más alto; por algún motivo que no lograba identificar con total claridad, la posibilidad de que una voz interior actuara fuera de su propio control resultaba muy atemorizante.

“No has perdido el control de ti mismo”

—Deja de hacer eso maldita sea.

Se llevó las manos a la cabeza, respirando con dificultad mientras cerraba los ojos y se obligaba a pensar con claridad. Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando.

—Esto no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, esto no está pasando…

Mientras estaba en esa posición, enfrentado al espejo del cuarto de baño, encogido en sí mismo mientras se esforzaba por recuperar el ritmo normal de respiración, sintió un nuevo peligro amenazando su presente ¿Y si al abrir los ojos veía algo inexistente en el espejo? ¿Qué podía suceder si eso, que de forma cierta estaba pasando a su alrededor, de alguna manera lograda trascender de lo que escuchaba a algo que podía ver? No, no era así, él realmente no tenía la seguridad, se trataba de una especie de ilusión, algo que pasaba en su cabeza pero nada más; levantó la cabeza hacia el espejo y abrió los ojos: no había nada distinto a lo que un segundo antes.


3


—Entonces me dijo que eso no era posible, después de que cinco minutos antes dijo que sí.

Vicente asintió, medio presente y medio en otra parte; otra vez las cosas estaban como siempre,  y tras la ducha se sentía cómo y relajado mientras tomaban una once ligera; Benjamín estaba ensimismado comiendo, algo que le pasaba de vez en cuando. A menudo estos procesos lo llevaban a alguna reflexión importante acerca de los temas más variados; Iris estaba hablándole de un asunto de trabajo, específicamente sobre un cliente que cada dos por tres cambiaba de opinión. Ella casi siempre lograba manipularlo para que las cosas se hicieran de la mejor manera posible, pero siempre era un problema estar lidiando con su carácter.


—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante la sorprendida mirada de Iris. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

“No lo hagas Vicente”

Se vio a sí mismo abriendo más los ojos, aunque conteniendo la intención de mirar en todas direcciones; sin embargo, supo que se había puesto tenso y que eso se notaría.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, mientras escuchaba que Iris le decía algo a Benjamín, aunque él no pudo entenderlo. Mientras llegaba a la sala, ella lo alcanzó.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de ella en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?

“No lo hagas”

—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Iris frunció el ceño; su mirada no escondió la sorpresa, pero al mismo tiempo había algo de alarma en ella ¿Había dicho algo inapropiado?


—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

¿Así cómo? Estuvo a punto de hacer la pregunta, pero de inmediato se dijo que eso no sería lo correcto, que él tendría que saber si estaba de un ánimo o de otro; pero no estaba nervioso, estaba distinto, o mejor dicho estaba como siempre, sólo necesitaba hacer algo.

“No lo hagas”

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva para ella; no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

“Vicente, no debes hacerlo”

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando ella le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; Iris estaba pensando lo mismo, de ahí que su expresión no cambió un ápice.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido, tenía que contenerse—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Algo se le escapaba de la expresión de Iris, pero en ese momento lo que más necesitaba era salir; ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; mientras iba hacia el costado de la casa para sacar el auto, miró a un lado y otro, casi esperando que alguien lo esperara a la salida.

“No lo hagas Vicente”

Se sintió un poco más seguro dentro del auto, con el cinturón de seguridad puesto y los vidrios alzados. Pero se tardó un instante más en poner en marcha el vehículo.



3


La voz de Iris lo despertó, aunque no fue de una forma violenta; sintió, aún entre sueños, que el tono de ella no era el de siempre, sino que estaba impregnado de una tensión que era evidente. Después de la caminata nocturna, llegó relajado y con la mente despejada, por lo que al acostarse se sumió en un sueño profundo y que esperaba fuera reparador. Se incorporó en la cama y vio a Iris sentada al borde, muy tiesa, hablando por teléfono.

—Sí, entiendo.

Ella estaba escuchando a alguien del otro lado de la línea, pero se percató de que él estaba despierto y lo miró con semblante preocupado ¿Qué podía estar pasando?

—Comprendo; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Eran las seis de la mañana, poco antes de la hora en que tenían que levantarse; Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

¿Desaparecer? Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

“¿Qué hiciste Vicente?”

Apretó los puños, pero afortunadamente, su expresión tensa pasó desapercibida.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

“Vicente, no debiste hacerlo”

Estaba volviendo a suceder. Pero era un muy mal momento, necesitaba poner algo de distancia antes que terminara diciendo algo que no debía; se puso de pie con actitud resuelta.

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

Calló durante unos momentos, pensando en algo que, en otras circunstancias más tranquilas, habría expresado con más tranquilidad pero no menos fuerza; su compasión y calidad humana era algo fuerte y siempre evidente en ella.

“No debiste hacerlo”

Se estaba volviendo molesto. Después de salir a caminar, no había sucedido de nuevo, incluso sentía que todo eso no era más que fruto del cansancio, que se evaporaría con unas buenas horas de sueño. Pero ahí estaba.

“No debiste”

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Salió de la habitación fingiendo tranquilidad, pero tan pronto estuvo a pie de la escalera, bajó a paso silencioso y rápido; mientras caminaba a la cocina, recordó que en realidad no había ido a caminar, sino que tomó el auto antes de emprender el viaje.

“No debiste”

—Déjame en paz.

“No debiste”

Entró a la cocina y cerró la puerta; sirvió un poco  de agua en un vaso, pero la dejó sobre la mesada, aún sin beber.

“No debiste”

— ¿No debí qué?

“Ella no quería hacerte ningún daño”

¿Ella?

“No debiste”

— ¿De qué hablas?

“Eso tú ya lo sabes”

Pero no lo sabía. La voz seguía molestándolo ¿Cómo podía estar pensando en eso cuando una amiga estaba…?

—Dime de qué hablas.

La voz no contestó de inmediato; su tono seguía siendo neutro y claro, tan irreal y tan estremecedor al mismo tiempo, por la pulcra falta de sentimientos.

“¿Dónde está tu reloj?”

De forma instintiva se miró la muñeca derecha, pero desde luego, no dormía con reloj.

“¿Dónde está tu reloj?”

El reloj quedaba siempre en el velador junto a su cama, se lo quitaba antes de acostarse.

“¿Dónde está tu reloj?”

Siguiendo un impulso inexplicable, salió de la cocina y subió las escaleras, los peldaños de dos en dos; entró al cuarto con la mayor tranquilidad posible, pero tan sólo al cruzar el umbral vio que el reloj no estaba en el velador.

— ¿Ocurre algo?
—Nada, un segundo.

Se inclinó junto al velador y revisó, comprobando que no estaba. Sin decir más, salió de nuevo del cuarto, yendo a la sala, sitio en donde podría haber estado; pero no era así.

“¿Dónde está?”

—Tal vez podrías decirlo.

“Tú ya lo sabes”

No, no los sabía ¿Cómo iba a saberlo? Se sintió extrañamente vulnerable ¿Por qué algo tan sencillo lo hacía sentir así? De pronto, las imágenes comenzaron a aparecer en su mente: él caminando, cerca de una zona en donde había árboles y vegetación; conocía ese sitio ¿Dónde era? Vio sus pasos desde arriba, y escuchó una voz, pero no era la suya, estaba hablando con alguien. Era una voz fuerte, con carácter, que hablaba de forma pausada pero impregnando cada palabra de su sabiduría y experiencia. Era una voz de mujer.
“No debiste”

— ¿Dónde está el reloj?

“Ella no quería hacerte daño. Pero tú no te controlabas, y no me escuchabas”

Oh por Dios. Había salido a caminar la noche anterior. No, no, salió en el auto, recordaba…en algún momento estacionó el auto, y luego caminó ¿En qué dirección fue?

— ¿Qué fue lo que pasó?

“Intenté hacerte entender”

En ese momento, la imagen de la persona a su lado, caminando, se hizo clara en su mente: era Nadia.

—Oh por Dios; tengo que estar soñando.

“No me escuchaste”

¿Por qué había ido a hablar con ella en medio de una incipiente noche? Había ido hasta su casa, pero no en auto, se había bajado antes y llegado a pie; luego ambos caminaban, se trataba de un lugar que él conocía ¿Cercanías de la casa de ella? Nadia y Sebastián, su esposo, vivían en una casa cerca del centro de la ciudad, a no más de media hora a buena velocidad de donde vivían ellos; se trataba de una zona antigua, revitalizada en el último tiempo por la reconversión de muchos sitios en nuevas fuentes de negocio, siendo de ellas un restaurante temático alabado por la crítica especializada. A poca distancia de ese restaurante, había un pequeño pero muy bien cuidado parque urbano; sus pasos deambulaban por ese sitio.

“Ella no quería hacerte daño, pero tú sí.”

—No, yo no le haría daño, no tengo ningún motivo.

“Dentro de tu mente hay un motivo; hay algo en ti que te lleva en esa dirección , he estado tratando de explicarte, de que entiendas, pero te niegas”

—No hay nada de eso, no es…

“El reloj. Lo tenías puesto, cuando te acercaste demasiado a ella; trató de liberarse, pero no pudo, y el reloj cayó”

El silencio sucedido a esas palabras resultó más estremecedor que el contenido de las mismas. No, no era posible, todo eso era un mal sueño, era producto del estrés. Salió al patio de forma apresurada y se acercó al auto, viendo en la consola que, en efecto, había estado en movimiento; se sentó ante el volante, esperando encontrar allí el artefacto que desmentiría toda esa locura que estaba escuchando. Pero no estaba.
Volvió a entrar a la casa, y tuvo que contener la sorpresa de encontrar a Iris en la sala.

“El reloj cayó”

— ¿Qué estabas haciendo afuera?
—Es que yo —necesitaba saberlo, necesitaba que eso quedara descartado como fuese, para eso tenía que existir un método—, estaba, escucha, creo que tenemos que hacer algo por Sebastián.

Su esposa le dedicó una mirada entre confundida y sorprendida; eran demasiadas sorpresas seguidas, estaba obligado a agregar algo de sustento a sus palabras.

—Lo que podríamos hacer es salir a buscarla, o a preguntar por ella.
— ¿Pero por qué haríamos eso, para qué?
—Porque eso es lo que corresponde, quiero decir, si Sebastián está preocupado y Nadia se fue sin el móvil, él tendría que quedarse en casa ¿No es así? Pues si lo hizo, tal vez podríamos salir y preguntar, en los lugares cercanos, o en sitios que ellos frecuentan ¿No van a ese restaurante que está cerca de su casa?
— ¿El Morlacos? —replicó ella algo confundida aún— Sí, van a menudo según sé.
—Esa es la idea, quizás todo esto no se trata más que de un malentendido, o Nadia esta con un paciente, alguien que le habló de forma muy urgente y sólo no puede llamar de vuelta, o está tan ocupada que no se ha dado cuenta de nada, deberíamos hacer algo, es una ayuda que puede servir, es como poner más ojos en distintas partes.

Iris lo miró con una expresión que denotaba que lo que dijo le causaba extrañeza, pero al mismo tiempo le parecía una buena decisión.

—Es muy lindo lo que dices amor; es un gesto muy noble.

“El reloj prueba que estuviste ahí”

—Entonces ¿Qué dices?

“El reloj prueba lo que hiciste”

—No me parece mal, pero Benjamín tiene escuela; escucha, no tengo nada importante hoy en la oficina a primera hora ¿Qué te parece si nos coordinamos para ayudar?
—Pienso lo siguiente —la atajó él antes de que prosiguiera—, aún es temprano, yo puedo salir ahora mismo, me doy una vuelta por el sector, hago algunas preguntas en las gasolineras o tiendas de 24 horas, y estamos en contacto.
—Me parece buena idea —replicó ella más animada—. Prepararé a Benjamín y lo dejaré en la escuela un poco antes para poder unirme a ti ¿Te parece?
—Genial.


4


El viaje en automóvil había sido casi topando la velocidad límite; se puso unos jeans y una campera sobre una camisa deportiva, y emprendió el viaje mientras el reloj no marcaba todavía las siete. No había vuelto a escuchar nada, pero ese silencio era estremecedor casi de la misma forma que las palabras con las que lo había estado acosando de forma continua antes de salir ¿Por qué no podía sacarse eso de la mente? Estacionó el auto a un costado del parque, y descendió de él, guardando el móvil en el bolsillo trasero del pantalón, adentrándose en el trozo de bosque implantado dentro de la urbe aún medio a oscuras, aún medio en silencio y desprovista de las miradas de personas no adecuadas.

“El reloj es la prueba de que estuviste aquí”

Aquí. Ya no era “ahí” sino “aquí” con la misma seguridad y falta de sentimiento que antes. Caminaba a paso lento, anticipando que sucediera algo que al mismo tiempo esperaba no fuera una realidad. No, no podía ser, todo eso no era más que imaginación y una coincidencia, junto a esa presencia mental que no encontraba modo de explicar, pero que estaba acosándolo de alguna manera. Pasó junto a una estatua del porte de una persona, con la forma de un caballo obeso, y la vio.

—Oh por Dios…

El sustento de su cuerpo parecía haberse disuelto en tan solo una milésima de segundo; Nadia estaba tendida en el suelo, muy quieta y pálida, inconciente; a su lado, tirado en el suelo, estaba su reloj. Vicente ahogó un grito.



Próximo capítulo: Lo que tú quieras