La última herida Capítulo 27: La segunda mujer - Capítulo 28: Historial médico



Estaba comenzando la tarde cuando Cristian y Matilde llegaron a una zona al sur habitado de la ciudad en el auto de la doctora Miranda. De camino habían conseguido ropa de cambio para ella y de civil para él, porque según las palabras del policía, los ayudaba un poco a no ser reconocidos con tanta facilidad ya que en la unidad la habían visto con su atuendo y él desde luego que con uniforme llamaba demasiado la atención. En ese momento ambos llevaban ropa deportiva de colores pastel, la joven se hizo un recogido en el cabello y lo ató con una liga, y él se cubrió la cabeza con un jockey y los ojos con lentes ahumados.

—Por suerte éste auto no es llamativo.

La idea del policía era montar guardia en las cercanías del lugar donde se encontraban los galpones Ictur, que por lo que explicó eran las bodegas abandonadas de una desaparecida empresa y por lo tanto muy buen lugar para todo tipo de delitos. Matilde jamás había estado cerca de ese sitio.

— ¿Usted cree que de resultado?
—El sector tiene varias formas de llegar, pero aquí confluyen las vías más importantes; de todos modos no sé qué es lo que estoy buscando, así que solo queda mirar. De todos modos dejé una pista en la unidad, y mi auto está escondido. Dijo que tenía su celular en modo avión.
—Sí, no me atrevo a conectarlo de nuevo porque creo que Antonio nos encontró a través de los teléfonos.

El policía asintió.

—Es posible, no muy sencillo pero posible, sobre todo para alguien con conocimientos como él; de momento también dejé mi celular fuera de red. Espere un momento.

Usó su radio para llamar a alguna parte, dijo un par de cosas, y se quedó escuchando bastante rato. Después dio las gracias y cortó.

—Estamos en el lugar incorrecto.
— ¿A qué se refiere?
—Acabo de comunicarme a una de las unidades que informan de eventos donde sea necesaria ayuda, y me dicen que se dio un aviso hace casi una hora por un tiroteo, pero fue cancelado.
— ¿Y eso qué significa?
—Que alguien esconde algo porque fue cancelado por los oficiales que llegaron al lugar —dijo poniendo el motor en marcha—, y fue en las cercanías de un sector industrial a no mucha distancia de aquí.

Dirigió el auto hacia otra vía.

— ¿Y por qué es tan extraño?
—Porque los sectores industriales no son área de tiroteos y ese tipo de situaciones, por lo general son muchas calles largas y rectas, con murallas o cercos altos, prácticamente no hay casas ni sitios que robar o donde esconderse. Y fue cancelado muy pocos minutos después, es muy extraño.

A Matilde no le parecía más extraño que todo lo demás, pero decidió seguir confiando en el hombre que estaba ayudándola en esos momentos. Minutos después llegaron a destino, una calle que como el resto de las anteriores solo tenía murallas con algunas puertas tras las cuales se veían extraños edificios y maquinarias y nada de gente en las veredas.

—Por desgracia no puedo conseguir la dirección sin decir mi rango y eso los pondría sobre alerta, pero el oficial con el que hablé me dijo que se había dado aviso en la calle del reloj, que es esta.

Avanzó a baja velocidad por una calle interminable donde cada edificio, por distinto que fuera a los habitacionales, lucía muy parecido a los otros. Poco después se detuvo junto a una entrada de vehículos.

—Aquí.
— ¿Cómo lo sabe?
—Porque el aviso incluía vehículos. Por lo que se ve, es parte trasera de la industria de la torre alta. Ponga atención por favor.
—Pero...

El hombre no esperó y bajó decididamente del auto, se acercó a la puerta y abrió. Desapareció de vista, y justo cuando Matilde estaba comenzando a asustarse por alguna nueva sorpresa, reapareció con la boca cubierta con una mano, cerró y volvió al vehículo.

— ¿Qué ocurre?

Estaba pálido y tosía de forma intermitente; un momento después tuvo aire suficiente para respirar.

— ¿Qué ocurrió?
—Estoy seguro de haber encontrado el lugar, y hubo heridos; arrojaron un producto químico para hacer desaparecer la sangre del piso, se ve muy poco porque  ha tenido tiempo de hacer efecto, pero no habrá pruebas médicas que puedan identificar eso.

Sonaba como a todo lo relacionado con la clínica.

— ¿Y qué puede haber pasado?
—Imposible saberlo, pero tal vez tuvieron algún problema o algo inesperado, tal vez algún delincuente, no lo sé, solo puedo rogar que les haya salido algo mal.

También podía significar que Patricia había empeorado. En ese momento se le ocurrió una idea y conectó su celular a la red móvil. De manera instantánea anunció mensajes y llamadas perdidas, pero antes de poder revisarlas vio una llamada entrante.

— ¿Hola?
—Hasta que te encuentro —dijo Lorena rápidamente—, Céspedes está buscándote hace horas, y no es el único.
—Choqué el auto.
— ¿Qué?
—Se me cortaron los frenos y me di contra un poste, estoy en la urgencia del San Agustín, por eso no tenía el teléfono operativo. Pero estoy bien, solo un par de golpes en la cara. ¿Qué necesita Céspedes tan urgente?
—Suerte que no fue grave —replicó ella—, dice que le llegó información de tu caso, algo sobre el doctor y que probablemente lo iban a encontrar, avisó a tu unidad y como no estabas fue Mendoza.
— ¿Sitio?
—Te envié un mensaje con los datos. Además llamó el mismo Mendoza queriendo saber de ti, aunque no me dijo por qué.
—Gracias, salgo ahora mismo a ver de qué se trata. Por favor dile a Céspedes que salgo en seguida de la urgencia y retomo lo que estábamos hablando.
—De acuerdo.

Cortó.

—Algo está mal —le dijo mientras revisaba los mensajes en el celular—, cielos, el mensaje de Céspedes dice que encontraron una nota de despedida del doctor en la urgencia donde tenía a Patricia, pero mi gente no encontró nada extraño en su departamento.
—Van a matarlo, o ya lo hicieron —dijo Matilde de manera automática—, seguramente lo encontraron de alguna manera, o siempre estuvieron conectados, y ahora ya no les sirve.
—No es eso, no puede ser. Mendoza me dice que le llegó un soplo de movimientos extraños y un vehículo como el que usted me describió en otra parte, y es posterior a lo otro. Quieren llevarme a otra parte. Tengo otro mensaje diciendo que hay una pista. No hay nada de los galpones, creo que algo cambió mientras estábamos de camino, algo que hizo que Céspedes se pusiera nervioso porque él jamás contacta a nadie por temas rutinarios si no está a cargo de un caso, los casos de su unidad los lleva otro.

Miró a la joven y vio el temor en sus ojos: temía por su hermana, pero él estaba pensando en otra cosa.

—Su hermana no está muerta.
—No podemos saberlo.
—Sí, podemos —dijo él con convicción—, recuerde lo que dijo Antonio, lo que quieren eliminar es a su hermana, mientras haya movimiento significa que no lo han hecho. Es más, creo que no está en poder de ellos como le dije antes.
—Pero si realmente es así, eso no concuerda con la nota de despedida que dijo que había aparecido.
—Puede ser que ella esté en otro sitio. Primero debo salir de dudas sobre la nota.

Volvió al teléfono y marcó un número. La llamada fue breve.

—Está muerto, acaban de encontrarlo baleado en una calle de la periferia, coincide con la foto que tenemos de él, aunque está sin documentos. Y estaba solo.


2


Se dio cuenta que estaba en la periferia de la ciudad, hacia el sur, y que había estado en una de las zonas industriales por las que alguna vez había hecho algún patrullaje. Pero siguió conduciendo, solo con la tranquilidad de saber dónde estaba, porque lo demás dentro de su cabeza seguía siendo lo mismo. Seguía aterrada y sin saber cómo actuar. Finalmente condujo hacia el oriente, de regreso a la civilización, pero detuvo la marcha en un terreno deshabitado junto al inicio de la carretera urbana. Apagó el motor, y lloró. Lloró como una niña asustada, rogando en su mente por el abrazo de su madre, por el consuelo de su padre, por tener la vida que siempre había tenido, no eso que era en aquel momento. Cuando se cansó de llorar se secó las lágrimas, respiró profundamente y decidió que ya era suficiente; la mujer en el espejo era ella y al mismo tiempo no lo era, se parecía a esos experimentos visuales que hacen en la televisión en los programas de chismes. Su perfil, la nariz, el arco de las cejas, los ojos, eran los mismos de siempre, pero para comenzar los labios eran diferentes, los pómulos parecían mucho más pronunciados, los párpados los de alguien más joven, y la frente más lisa. También la piel era diferente, aunque no podía asegurar de qué forma. Nada de eso había pasado durante el tratamiento ¿Tendría que ver la píldora que ingirió por accidente? ¿Dónde había despertado, quiénes eran esos delincuentes con los que se enfrentó, dónde estaba Matilde? Eran demasiadas preguntas y no tenía respuestas, pero no solo eso, también tenía mucho miedo. A pesar de no tener la más remota idea de lo que pasaba, no podía alejar de su mente las palabras de ese hombre "Nos darán el dinero" significaba una transacción, algo además del ataque que había sufrido, y no saberlo la exponía mucho más. La lógica le decía que debía ir a la unidad en primer lugar a buscar ayuda y algunas respuestas, pero sentía que no era lo correcto, no sin saber más, quizás mientras estuvo inconsciente escuchó algo que, si bien no recordaba con claridad, hacía eco en su cerebro.

—Tranquila Patricia.

Ya había superado el momento de las lágrimas. Se miró fijamente en el retrovisor e hizo un esfuerzo por verse de un modo más frío. No parecía ella a primera vista, con unos momentos alguien que la conociera se daría cuenta, o como mínimo dudaría. Revisó las cosas que había sacado de la bodega en donde estuvo encerrada; dinero suficiente para comer dado el caso, y para comprar ropa en alguna tienda de ocasión, tarjetas con diversos nombres de hombre y mujer, muy probable robadas en una de las billeteras, una identificación y otros documentos en la otra. Roberto Medel ¿Doctor? Una tarjeta con número de teléfono y número de oficina particular ¿Por qué un doctor estaba junto a un delincuente en circunstancias tan poco usuales? Ahora pensaba que había cometido un grave error al huir de ahí, pero desde un punto de vista objetivo era lo correcto ya que el riesgo era grande. Separó el dinero, la tarjeta e identificación del doctor como las cosas útiles en una de las dos, y todo lo demás en la otra. Contaba con dos armas en total, y las mantendría a mano por si eran necesarias, pero ya tenía algo por dónde empezar, averiguar quién era ese hombre; también tenía que averiguar qué había pasado con su hermana, pero no estaba preparada para ir por ella mientras no se sintiera al menos un poco segura en el espacio, y consigo misma.


3



Para el momento en que llegó a la urgencia en donde estaba internado Antonio, el oficial Mayorga iba de uniforme y pidió un breve reporte: sin novedad. Entró a hablar con Antonio.

—Buenas, de nuevo.

El hombre lo miró con atención.

— ¿Qué hace aquí? No me diga que todavía no se convence de mis palabras.

El policía acercó una silla y se sentó junto a él.

—Necesito que me ayude.

Antonio rio alegremente ante lo que escuchaba.

—Usted bromea conmigo oficial, eso no es bueno.
—Estoy hablando en serio.
— ¿Está asustado? —dijo Antonio sonriendo—, no puedo ayudarlo, ahora solo soy un hombre herido y condenado a muerte, no tengo utilidad para nadie, ni para mí mismo. Pero usted puede ayudarse, solo tiene que dejar de ayudar a Matilde, y eso lo va a sacar de la línea de fuego de inmediato.

Mayorga lo miraba muy fijo. El hombre estaba convencido de lo que decía, y, Dios lo perdonara, pero lo que iba a hacer era lo único que se le ocurría para luchar contra un poder desconocido. Su vida como policía estaba terminada después de dar el paso que seguía, pero si lograba su objetivo, tal vez valdría la pena.

—Dejar de ayudar a Matilde no servirá.
—Eso es lo que quiere la gente de la clínica. Escuche, a Matilde la quieren eliminar porque es una molestia y porque sabe más de la cuenta, y a Patricia, ya sabe por qué.
—El doctor que se llevó a Patricia está muerto. Lo asesinaron a balazos.

En esa ocasión Antonio no se demostró sorprendido como cuando poco antes le habían dicho que el profesional se había llevado a la mujer.

—Entonces lo encontraron bastante rápido. Si viene a tratar de hacerme sentir mal por la muerte de Patricia se equivoca, ya ni siquiera lamento lo que me pasa a mí.
—Patricia sigue desaparecida.

En ese momento sí que se mostró sorprendido; Mayorga hizo una pausa lo suficientemente larga para que el otro pudiera pensar en las consecuencias de lo que estaba sucediendo.

— ¿Qué quiere?
—Su ayuda, ya se lo dije.
—No puedo ayudarlo.
—Puede, trabajó con ellos, aunque me diga que no sabe nada ni puede contactarlos, sí puede reconocer su forma de trabajar, han pasado cosas que usted mismo sabe no tienen relación con ellos.

Antonio se lo pensó un momento.

—Traté de matar a Matilde, iba a matar a Patricia, no hay forma de creer que ella quiere mi ayuda.
—Yo le estoy pidiendo ayuda, no ella. Y lo hago porque puedo ofrecerle algo que ella no.
— ¿Protección?
—Una salida —dijo entregándose a su destino—, si me ayuda, si consigo mi misión, lo ayudaré a escapar.

Ambos guardaron silencio un momento, evaluando las palabras del otro. Antonio frunció el ceño, pensativo.

—No se burle de mí.
—No estoy bromeando.
—Pasaron más cosas de las que me ha dicho ¿verdad? —dijo suspicazmente—, es personal, y está desesperado igual que yo.
—Es verdad —replicó el policía con valor—, ahora es un asunto personal, por eso me estoy jugando la cabeza en esto. Usted está muy seguro de su destino, me dijo que está muerto porque la gente de la clínica va a eliminarlo por fallar en deshacerse de ellas.
—Es verdad.
—Pero no pueden matarlo si no sabe dónde está. Ayúdeme y yo lo ayudo a escapar, después solo tiene que poner tanta tierra de por medio como pueda, y jamás volver.

El hombre en la camilla guardó silencio; era una situación que no se había planteado que ocurriera.

— ¿Cómo puedo saber que en realidad va a hacerlo?

No podía decirle que desconfiaba de sus propios compañeros de trabajo porque eso le daría un arma innecesaria.

—Porque no le estoy hablando de pedir una orden al fiscal, le estoy hablando de sacarlo de aquí y hacer lo que tengamos que hacer. No tengo tiempo para perder.

El otro se sabía perdido de todas formas, de modo que tomó la opción.

—Le creo. Dígame específicamente qué puede garantizarme y qué quiere.
—Quiero que me diga todo lo que sabe, que me enseñe a saber quiénes pueden estar del lado de ellos y a identificar sus actos. Y se lo dije, puedo sacarlo del país. Pero nada más.
—No puedo darle garantías de tener éxito.
—Intentarlo es más que dejar las cosas como están —replicó el policía—, ahora decida, no voy a darle otra oportunidad.
—Está bien, lo que diga, voy a ayudarlo con lo que me dice. A estas alturas supongo que su gente ya pasó por mi departamento, pero no encontraron un ordenador.
—Efectivamente.
—Lo supuse, no tenía nada importante pero deben haberlo sustraído por precaución. Necesito un ordenador, calmantes para el dolor, y claro, si no morimos en el intento, también necesito que me saque del país. Y sobre no volver, créame que si usted logra sacarme, jamás volveré.


4


Con ropa normal se sentía bastante más segura. Patricia dejó el auto en un estacionamiento, compró ropa barata en una tienda de oportunidades y llevó el vehículo a un sector residencial donde no hubieran cámaras de fiscalización de tránsito, tras lo cual entró a un baño público y se cambió, quedando con una blusa y pantalón sencillos, el cabello atado y lentes oscuros. Las cosas que llevaba consigo las puso en un bolso que se llevó cruzado, con lo que completó una apariencia más común. Confiaba en haber borrado las huellas del auto con bastante eficiencia por si era encontrado por la policía y periciado, y se había desecho de las tarjetas de crédito y de los teléfonos que encontró, tras lo cual compró un número para tener en caso de necesitarlo. Pretendía ir a la oficina particular del doctor Medel, pero se encontró con un operativo en el edificio y por seguridad prefirió mantenerse al margen. Sin embargo en los reportes no había nada de tiroteos o heridos en el sector donde se encontraba.

—Esto no puede ser.

Necesitaba saber si Matilde estaba bien, y a pesar de saber que no era el momento correcto, llamó a su número, aunque lo encontró fuera de área. Un doctor involucrado en su secuestro o lo que fuera ¿Qué podía estar sucediendo en realidad? Sintió más miedo por Matilde, pero a la vez no encontrar nada en el obituario y tampoco noticias trágicas al respecto le dio algo de tranquilidad. Pero en realidad era el día siguiente del último que recordaba, era Lunes por la tarde y seguramente muchas operaciones podían estar llevándose a cabo o siendo verificadas por la prensa en esos momentos, de modo que no podía saberlo. Tenía que ir a la unidad, y al mismo tiempo sentía que no debía hacerlo. Además ¿Cómo iba a explicar su cambio físico si ni ella misma sabía que le estaba pasando a su cuerpo? Tendría que recurrir a un soplón para descubrir qué pasaba, pero ser otra persona podía complicar todo.



Capítulo 28: Historial médico


Mientras los policías de la unidad a la que pertenecía Cristian Mayorga continuaban con las operaciones encomendadas anteriormente por él, y se hacían cargo de investigar la pista filtrada, también tuvieron que agregar la búsqueda de Antonio luego de su fuga del centro de urgencias donde había estado confinado. Cristian sabía que había dado un paso sin vuelta atrás al ayudar a la fuga a un delincuente, pero al mismo tiempo se sentía tranquilo con su conciencia al tener la seguridad de tomar la decisión correcta. Para enfrentarse a la corrupción al interior del cuerpo de policía, de momento encarnado en el comandante Céspedes, necesitaba armas que la ley no iba a darle; acordó con Matilde no mencionar nada al respecto, y que ella y Antonio no mantendrían contacto de ningún tipo durante el trabajo que iban a hacer. Entraron en un centro de internet, donde Antonio buscó con habilidad científica la información que necesitaba.

—Esta lista —le dijo poniendo en sus manos un pendrive—, es de las personas conocidas que han estado en la clínica, es bastante improbable que alguien de ellos sepa algo acerca de lo que estamos hablando, pero a usted le puede servir como arma para hacer alguna amenaza si llega el caso.
—Entiendo.
—Ahora, como le dije antes, no sé quiénes están en la cabeza de la clínica, pero puedo decirle que quien me dio las órdenes es algo así como un agente de seguridad de ellos, que es escocés y que vive en éste país bajo un nombre falso, Elías Jordán. Sobre la clínica no hay mucho que decir, pero si va a buscarlos, vea qué clase de permisos de funcionamiento hay recientes. Desde luego que es manipulado, pero algo de eso va a llamar su atención cuando lo vea físicamente.

Cristian asintió.

— ¿Tengo alguna forma de saber quién está del lado de la clínica?

Antonio sonrió.

—Eso es lo mismo que saber quién podría enfermar mañana. No se sabe, pero son muchísimos más de los que cree, se lo aseguro. Hay muchos a los que solo se les pide que observen, como a los policías o médicos, otros tenemos un poco más de mala suerte si sabe de lo que hablo. Pero claro, puede eliminar a cualquier persona que tenga un historial médico digamos, extraño, enfermedades o heridas sanadas sin huellas, accidentes seguidos de largos periodos de reposo aislado o viajes inexplicables, ya que muy probablemente son parte de los pacientes sino de los secuaces.
— ¿Pero eso significa que cada persona tratada es vigilada?
—Directamente no, pero ya sabe, el tratamiento es largo y mientras se realiza se averigua donde trabaja o estudia y los familiares que tiene, y a través de eso se busca a la persona más cercana que pueda estar al pendiente.
—Entonces ese hombre llamado Vicente fue enviado por la gente de la clínica.
—No lo sé —negó con la cabeza—, es posible que por ser policía hayan decidido agregar alguna vigilancia adicional, pero con tan pocos datos no puedo decir de quien se trata.

Mayorga se guardó el pendrive en el bolsillo.

— ¿Que más hay en el dispositivo?
—La base de datos de personas tratadas que tengo, los registros de permisos ingresados por instalaciones de gran tamaño, los lugares en donde sé que estuvo la clínica, y los datos de que dispongo de las personas que sé que trabajan para la clínica, que son básicamente Elías Jordán, un par de trabajadores de centros médicos que consiguen medicamentos e informes si son necesarios y algunas otras personas.
—Usted estaba rastreando el teléfono de la doctora Miranda.
—El de Eliana, no sabía quién era la doctora.
— ¿Se usa ese sistema en el servicio de seguridad de la clínica?
—Sí, pero solo funciona en áreas pequeñas y conociendo el número en cuestión y estableciendo una comunicación primero.
— ¿Usted tiene una copia de ese programa?

El otro negó otra vez.

—Quise copiarlo, pero la codificación era extremadamente difícil y no pude hacerlo, además nunca pensé que fuera necesario hasta que era demasiado tarde. Estaba en mi ordenador portátil, por lo tanto ahora que no está no tenemos nada.
—Pero si no se establece comunicación con el número, no pueden seguirlo.
—Pueden —replicó Antonio—, pero el rastreo es lento y no tan preciso. Los teléfonos que tienen están ingresados en la base de datos del programa, por eso establecen una especie de línea invisible para poder seguir.
—Entonces no contestar llamadas ayuda.
—Solo si sabe de quien no contestarlas oficial. Pero si no sabe quién es y quien no, es lo mismo que tener las manos atadas nuevamente.

El panorama era a la vez más claro y aterrador; de verdad cualquier persona de las que trataba a diario podía ser parte de esa agrupación, pero viéndolo desde otro punto de vista ¿No habría hecho lo mismo él de ser necesario? ¿No lo había hecho Matilde sin ninguna mala intención? La gente que manejaba la clínica aprovechaba el dolor de las personas para mantener su negocio, y funcionaba increíblemente bien. Antonio pareció leerle la mente.

—Usted cree que yo soy un criminal sin perdón por lo que hice y está haciendo esto solo porque está desesperado.
—No he dicho que usted no tenga perdón.
—Pero lo piensa.
—No me corresponde a mi decidir eso —replicó el oficial—, por lo demás no tengo la autoridad moral para hacerlo; pero sí puedo decir que me enseñaron que toda persona puede redimirse de sus malos actos.

El otro mantuvo la sonrisa, pero estaba hablando seriamente.

—Está hablando como un policía. O como un párroco. Escuche, las cosas en éste mundo no son blanco o negro, no son policías contra ladrones, hay demasiados puntos intermedios.
— ¿Y su punto es?
—Que soy un criminal imperdonable solo desde un punto de vista opuesto a la situación que viví; nunca le hice daño a nadie en mi vida hasta que tuve que decidir entre la vida y la muerte.
—Y decidió la muerte de otros.
— ¿Porque no quiero que me maten? ¿porque no quería quedar deformado para siempre? tenga cuidado con lo que dice porque esos mismos argumentos son los que salvan vidas todos los días en circunstancias "legales" y lo sabe. Un doctor que elige operar a un paciente de alto riesgo está optando entre la vida y la muerte, y si falla habrá matado a una persona y jamás sabremos si tal vez habría vivido de no ser intervenido. Ustedes asesinan criminales para proteger personas, y siguen siendo asesinatos aunque después se descubra que dispararon contra la persona equivocada.

Cristian apretó los puños. De una u otra manera él había llegado hasta el punto que lo conflictuaba tanto en esos momentos.

—Lo que plantea es que todos podemos traspasar los límites, pero es distinto hacer algo por una circunstancia que tomar la decisión conscientemente. Usted decidió atentar contra la vida de Matilde.
—Porque  no hacerlo era morir, no me diga que lo correcto era morir en su lugar porque eso corresponde solo a los que se las dan de héroes; la naturaleza del ser humano es tratar de sobrevivir a toda costa, por eso es que un sitio como la Clínica puede subsistir, porque siempre habrá gente que quiere mantenerse vigente, del modo que sea. Cuando me enviaron a averiguar quién había hecho llegar la invitación a Matilde no tenía motivos para matarla, pero al saber que las cosas tomaron otro rumbo, no me dieron opción, solo conseguí mantenerme vivo por coincidencias de la vida, entre las que se encuentra usted por supuesto. De lo contrario estaría muerto, y esa posibilidad aún es muy alta, usted no puede derrotar a la gente de la clínica, nadie puede hacerlo.

El oficial se guardó sus comentarios.

—No veo la vida de esa forma, es demasiado derrotista, yo siempre creo que las personas pueden hacer cosas buenas, o cambiar el destino cuando es adverso.
—Matilde lo intentó y los resultados no son los mejores.
—Cometió un error, pero no lo hizo para dañar a nadie. Y recuerde que nada de eso pasaría si no existiera ese tratamiento que realiza la clínica, que por mucho que parezca el descubrimiento del siglo, oculta algo mortífero en su interior y por eso mismo es que hay tantos interesados hasta en matar por ello.
—Los descubrimientos científicos son cuestionables siempre, lo que pretende la clínica se consigue, solo mire los resultados de las personas que incluí en esa lista; lo diferente es el medio para llegar a ello, y la forma de mantener el secreto.

El policía decidió dejar la discusión con Antonio viendo que no había forma de llegar a un punto de entendimiento; lo que podía ver con claridad era que los criminales como los que dirigían la clínica tenían éxito porque existía gente desesperada como Matilde, y personas sin escrúpulos como Antonio dispuestos a mantenerlos a salvo.


2


Tomando el riesgo de ser descubierta o vista por alguien, Patricia encontró a uno de los soplones con los que trabajaba habitualmente; tuvo que entregarle algo de dinero y usar algunas amenazas para que se convenciera de su identidad a pesar de verla con el rostro tapado por un pañuelo, ya que era la única forma que tenía de ponerse al día. Poco después la información que estaba recibiendo era estremecedora.

—Tu hermana está bien, aunque parece que por poco, trataron de matarla.
— ¿Qué sabes al respecto?

El hombre con el que hablaba era un sin techo que escuchaba y veía según la conveniencia.

—Un hombre le disparó a un vehículo donde iba ella y otras personas, no sé claramente sin son dos o tres más. Mayorga de la Oriente cinco se hizo cargo, pero algo le pasó después.

Mayorga. Patricia lo recordaba bien, aunque había pasado tiempo.

— ¿Por qué?
—Porque la gente de su unidad fue a investigar el tema del tiroteo, según escuché al tipo lo detuvieron pero se fugó, y Mayorga está inubicable, Mendoza está a cargo y todos están como locos, pero no solo ahí.
— ¿Dónde más?
—Céspedes está haciendo muchas preguntas y tiene mucha gente en las calles, pero están buscando a más gente aparte de ellos dos. Primero, te están buscando a ti preciosa.

A ella. No podía demostrar fragilidad en esos momentos.

—Sé que me están buscando, no te estoy peguntando por mí.
—Está bien, no te alteres —replicó el hombre—, solo digo que dos policías desaparecidos el mismo día es un poco extraño ¿No?
—Ve al grano.
—Como quieras. Pues eso, tu hermana, Mayorga, el tipo que la atacó a ella y hasta hace un rato a un doctor, pero apareció muerto.

Entonces el operativo policial en el edificio donde trabajaba debe haber sido para buscar pruebas, pero no parecía una escena de crimen.

— ¿Y a ese por qué lo buscaban?

El hombre la miró con las cejas alzadas mientras se cruzaba de brazos.

—Nadie habla de eso, lo que significa que es tema interno de la policía, qué sé yo, te mató a ti o a alguno de los tuyos, eso es lo único que explica que se muevan tanto y estén tan angustiados.
— ¿Cómo lo mataron?
—Apareció muerto a tiros en una zona pobre hacia allá —indicó al sur poniente—, es todo lo que sé.

No era en la dirección donde había despertado ella, y definitivamente no era ella la responsable de los disparos.

— ¿Algún otro operativo, tiroteo, asalto importante?
—Nada que yo sepa preciosa, pero tú desde dentro podrías averiguar mucho más, supongo.

La policía estaba buscando a ambas, al hombre que las había atacado y a Mayorga. Nada de eso tenía sentido ¿En qué momento de su inconciencia había pasado a estar desaparecida?

—No hables de mí, espero que lo tengas claro.
—No lo haré —dijo él sonriendo—, no tengo intención de tener problemas contigo, así que simplemente no he visto tu rostro, lo que claro, es verdad.
—Volveré por más información, así que ten los ojos abiertos.
—Considéralo un hecho.

Se alejó con muchas preguntas en la mente. Desde el momento de despertar que tenía muchas cosas en la cabeza, como cuando tenía un sueño y no podía recordarlo, pero la sensación seguía allí. Era algo completamente indefinible, no podía decir de qué se trataba, pero hablaba mucho de eso haber despertado alerta aunque no supiera lo que ocurría. Matilde estaba desaparecida, pero eso no quería decir nada en especial, ya que a la vez estaba inubicable el responsable del ataque y un oficial a cargo. Mayorga era un excelente oficial con un alto sentido del deber, si se había hecho cargo del caso del ataque a Matilde las cosas deberían haber salido bien, pero estaba claro que no era así ¿Y qué hacía Céspedes enviando gente a hacer nada? Él estaba en labores administrativas, de modo que era muy raro que estuviera tan presente. Había algo que estaba amenazando al cuerpo de policía o a un policía en particular, eso tenía sentido con lo demás, y podría pensar que era por su propia desaparición en el caso de su unidad, pero no explicaba lo otro, tenía en las manos muchas cosas que no encajaban y ninguna herramienta excepto darse a conocer. Pero su sub consciente seguía diciéndole que no era lo correcto, y a decir verdad la muerte del médico que estaba en ese galpón en otro sitio le daba la razón, todo eso sin contar con la misteriosa desaparición de los otros hombres.


3


Desplazarse junto a Antonio con la pierna entablillada era bastante difícil, pero se acomodó con relativa comodidad en la parte trasera del auto; el policía y Matilde habían acordado que ella no hablaría delante de él, haciendo vista ciega de su presencia. La joven seguía sintiéndose insegura con su antiguo amigo cerca, pero sabía que no tenían otra opción, y con el día comenzando su última etapa las cosas se ponían cuesta arriba.

—Según usted —le dijo a Antonio mientras conducía—, la muerte del doctor parece algo hecho por la clínica pero que él se llevara a Patricia no ¿Por qué?
—Por lo mismo que le dije antes, a ellos lo que principalmente les interesa es mantener un secreto, y van a aumentar la cantidad de muertos solo en caso de ser necesario ¿por qué no me dice qué es lo que pasa dentro de la policía que está tan nervioso?
—Porque eso no le incumbe. Continúe.
—Está bien. Le estaba diciendo que ellos quieren mantener el anonimato, y eso se consigue con menos muertes, no más. Si el doctor hubiera estado trabajando con la gente de la clínica, él habría terminado con Patricia, era una oportunidad perfecta, y seguro que con un motivo médico.

Matilde recordó las palabras del policía más temprano, cuando le dijo que no tenía sentido que se llevaran a Patricia si querían matarla. El problema entonces se trasladaba a los motivos del doctor, pero al estar muerto no había nada que hacer.

—Es decir según usted si Patricia estuviera muerta ya se sabría.
—Claro, con eso se terminan los problemas de ellos.

Matilde tenía ganas de echarle nuevamente las manos al cuello, pero el policía puso una mano sobre la suya en el regazo, a tiempo para calmarla. Se mantuvo en silencio.

— ¿No le parece muy extraño que la gente de la clínica se deshaga del doctor pero no de Patricia?
—Lo único que se me ocurre es que ella no estaba con él en ese momento y lo callaron.

Ya había pensado en eso y no era un buen panorama porque volvía a poner a la hermana de Matilde en un punto invisible en el mapa ¿Y si terminaba en manos de gente de la clínica?

—Espere un momento, usted dijo que interrumpir el tratamiento de la clínica podía ser mortal ¿Qué síntomas puede experimentar el paciente?
—No soy doctor como para decirlo con claridad, pero lo primero que debería pasar es desorientación o dificultad de concentración porque el sistema nervioso estaría siendo afectado. Hasta donde pude documentarme, otros síntomas pueden ser hiperactividad e insomnio.

Una persona así sería difícil de controlar sin medicamentos. Cristian supo de inmediato que las probabilidades se reducían a dos, una en caso de ser delincuentes los que tuvieran a Patricia, y una en caso de ser ella quien hubiera escapado por alguna razón. Viró en la siguiente esquina.



Próximo capítulo: La verdad junto a ti

La última herida Capítulo 25: Una nota sobre el escritorio - Capítulo 26: Fuera del mapa




Llegando a la unidad policial donde se desempeñaba Céspedes, Cristian dejó a Matilde en la recepción y le dijo a Lorena, la encargada ese día de la recepción, que se mantuviera atenta a ella, mientras él iba a la oficina del comandante.

—Permiso.
—Pasa.

Entró a la oficina que como de costumbre olía a madera nueva. En las paredes los trenes representados en distintas repisas en réplicas de alta calidad, que brillaban en su pequeña perfección; el comandante siempre estaba agregando alguno nuevo a su colección, y a los que se les ocurría, como a él el año anterior, hacerle un regalo, les resultaba cada vez más difícil encontrar un modelo que no tuviera.
Durante su carrera, Céspedes había estado a cargo de varias unidades, pero finalmente se había quedado en la de búsqueda de personas extraviadas, motivo por el cual no le era difícil entender lo que Mayorga le había dicho sobre el caso de las hermanas; en determinado momento habían trabajado juntos, y aunque de eso hacía un tiempo ya, el viejo policía era una fuente inagotable de conocimiento y apoyo, el que compartía con gusto, por lo cual no había sido difícil forjar una buena relación con él, que prácticamente era una amistad.

— ¿Cómo te fue en la oficina?
—Mal, la saquearon. Señor, todo esto parece solo confirmar mis suposiciones anteriores, hay alguien que está tratando por todos los medios de hacer desaparecer cualquier prueba de lo que ha sucedido; lo único bueno que puedo rescatar de todo es que hay una pista concreta del furgón en donde se llevaron a la paciente.

Cristian se sentó ante el escritorio donde, del otro lado, estaba el comandante atendiendo a todo lo que escuchaba.

—Al menos hay algo bueno que rescatar. Según mi experiencia, cuando una persona es sustraída o retenida, es de vital importancia saber cuáles son las motivaciones de  quien lo hizo, para poder determinar con más precisión los movimientos que puede realizar después.
—En este caso no lo sabemos con total claridad, pero siguiendo la idea que le decía antes, es decir dos móviles cruzados, es posible que el doctor descubriera algo en la paciente que podría serle de utilidad, y viendo un buen negocio, decidió poner manos a la obra.
—En ese caso es improbable que el vehículo sea el mismo durante mucho tiempo, puede ser que no les sea de utilidad, sobre todo si es que ella está en un estado delicado. Tal vez otro vehículo grande como ese, incluso un camión pequeño donde transportarla, aunque yo no dejaría fuera a las ambulancias de servicios médicos particulares.

El más joven frunció el ceño, pensativo.

—Son demasiadas posibilidades, pero confío en la pista que tenemos y a partir de ahí y de los datos que encontremos del doctor y del otro hombre podamos construir algo más concreto.
— ¿Ya tienen sus datos?
— ¿Del otro hombre? Sí, es básicamente un delincuente de poca monta, ha estado en prisión algunas veces e involucrado en otras tantas por delitos de todo tipo, desde robo y agresión hasta falsificación de documentos públicos, aunque su área favorita parece ser la mecánica. La chatarrería es propiedad de un anciano que no se hace cargo de ella y desde luego no hay documentos en regla, pero el aporte desde ese lado no es mucho más.

Céspedes se puso de pie y caminó a paso lento hacia el pequeño bar que estaba en la esquina opuesta al escritorio. No era un mini bar en el estricto sentido de la palabra ya que no tenía licores en su interior, a cambio de ellos había todo tipo de infusiones que el comandante bebía constantemente para combatir su deseo de fumar, como él mismo se lo explicara en alguna ocasión. Cristian se sentía bastante preocupado por la rapidez que estaban demostrando quienes estuvieran detrás de aquel misterioso tratamiento y asesinato, porque a pesar de saber que en palabras sencillas no podía dar por hecho algo solo porque las circunstancias se lo indicaban, no había forma de pensar de otra forma.

— ¿Quieres un trago?
—Gracias.
— ¿Algo en particular?

Para él no había mayor diferencia entre unas y otras que había probado, pero para no ser descortés se decantó por la primera que recordó.

—Menta estaría bien.
—Tal vez hay que investigar un poco más por ese lado, quizás el anciano que mencionaste no sea tan inocente como parece.

Cristian se puso de pie. Tenía que encontrar algo, una pista o prueba que lo ayudara a orientarse, y decidir qué hacer con Matilde; de momento creía que era lo correcto estar junto a ella, pero no podía seguir así de manera indefinida, no era una película de acción y ya era bastante irregular no haber derivado su cuidado a alguien más. Entonces su vista fue a dar al escritorio, a un trozo de papel bajo uno de los trenes de colección a escala. Nunca había trenes en el escritorio a excepción del grande en la esquina y que era regalo de su esposa, los demás estaban todos en diferentes repisas en las paredes, en dos muebles de esquina en las que quedaban desocupadas. Era una locomotora que le había regalado él, la reconoció porque le había costado muchísimo encontrar alguna que no estuviera ya en la colección del comandante. Regalo de amigo secreto para las festividades de fin de año, el regalo oficial era una enciclopedia de la historia de los trenes.

— ¿Hielo?
—Si, por favor.

De pronto la habitación pareció sumergirse en un silencio absoluto, donde lo único que Cristian podía oír era el sonido de su respiración, y a su espalda el sonido de los cubos de hielo. Uno, dos. Céspedes tomaba su infusión siempre con tres cubos.
La nota estaba evidentemente debajo del tren para ocultarla, pero desde el ángulo de él, del otro lado del escritorio, podía ver con relativa claridad las letras, que aunque estaban orientadas hacia quien se sentara al otro extremo, eran breves y claras.
Uno.

—Sobre eso —lo de la chatarrería—, me parece bastante lógico que el doctor haya contactado a alguien que sepa de vehículos si quería transportar a una persona en ese estado, de pronto hay otro lugar en donde tengan furgones adaptados.

Dos.

—Es posible.

"Llévalos a los galpones Ictur"

Su mundo estaba derrumbándose mientras el comandante le servía una infusión. Las palabras de amenaza de Antonio, los temores de Matilde, la muerte de la modelo, la desaparición de la clínica, la existencia misma de la clínica, todo estaba relacionado con los tentáculos de una organización cuyo alcance no sólo no llegaba a dimensionar, sino que había subestimado por completo.
Tres.
El tercer cubo de hielo. Tenía que cambiar la expresión en su rostro, todo lo que era, su vida probablemente dependía de eso, de mantenerse sereno y no demostrar lo que estaba sucediendo. ¿Cuánto podía tardar en devolver la pinza al balde de metal y cerrar la puerta del mini bar? Domina tus sentimientos, vuelve a tu centro, no dejes que tu cuerpo exprese lo que te está pasando.

—Yo prefiero Arándano.

Volteó hacia el comandante y recibió el vaso con mano firme, mirándolo a los ojos.

—Gracias.
—Por nada.
—Es posible que tengan algún otro depósito o escondite.
—Los sectores donde se están construyendo autopistas al norte de la ciudad.

Que no lo diga.

—Es una opción.
—El hospital abandonado de la calle San Pedro. Los galpones Ictur, están dejados hace años y el dueño no hace nada por ellos.

¿Por qué no le había dado un tiro ahí, en medio de la oficina? ¿O enviado que le dispararan antes de llegar?

—No lo había pensado —dijo mientras bebía—, esos galpones son enormes, podría ocultarse cualquier cosa ahí.
—Puede ser, además tiene buena conectividad.

Bebió otro trago, lento para poder mirar sin hablar. Qué capacidad de mentir, cuánta falsedad detrás de todo lo que conocía. Pero él mismo estaba aprendiendo, estaba dando examen al mirarlo sin demostrar que ya sabía todo de sus planes. Estaba usando toda su fuerza, los conocimientos de control de impulso, todo lo que tenía a la mano para mantenerse fuerte y no reaccionar como quería.

—Tal vez pueda darme una vuelta por ahí, para no despertar sospechas.

Céspedes asintió en silencio. El más joven se terminó la infusión de un trago, sintiendo que le quemaba la garganta, y dio un par de pasos hasta el bar para dejar el vaso encima.

—Gracias por todo, me ha ayudado mucho con sus consejos, señor.
—Nada que agradecer —dijo el otro sonriendo—, lamento no poder hacer más.
—Ayudarme a tener la mente clara es mucho.
—Llámame si necesitas cualquier otra cosa; mientras tanto voy a tener a mi gente al pendiente de lo que sea necesario.
—Gracias. Permiso.

Salió de la oficina casi completamente seguro de haber representado su papel tan bien como Céspedes, pero no fue capaz de ir donde Matilde de inmediato. Se metió al baño y cerró con pestillo, tras lo cual se quedó de pie, inmóvil, tapando su boca con las manos para no gritar. Había estado en casa de sus padres como invitado, cenando y charlando de la vida, el muy maldito lo conocía, y había acudido a su llamado con tanta intención de ayudarlo, atendiendo a todas sus palabras. Y él le había dicho todo, absolutamente todo acerca del caso. Ni siquiera era necesario que le dijera lo de los galpones Ictur, podría haberlo dejado pasar a través de un soplo de alguien, pero al final las cosas iban a tomar el mismo rumbo, al final él, en su intención de ayudar y descubrir la verdad, habría ido a ese sitio. De una u otra manera lo habría hecho, por eso le había dicho que tenía que separar los hechos de las suposiciones, por eso su interés en delegar los temas al forense, a los oficiales, a quien sea, para despejar el camino. En algún momento, incluso, alguien, alguno de sus informantes podría haberlo llamado "Oiga Mayorga, hay gente cerca de los galpones Ictur." y él se habría hecho cargo en persona porque era el jefe de la unidad, porque tenía un alto sentido del deber, y porque ya le habían aconsejado no hacer demasiado ruido sin tener pruebas.

—Maldita sea...

Se mojó la cara y se miró al espejo; estaba alterado, pero de momento en control. ¿Qué iba a hacer? Decirle a Matilde estaba descartado por completo, eso sería un error y sobre la gente ¿Acaso tenía alguna idea? Él mismo, como un completo idiota, había ido de cabeza a meterse allí a pedir consejo al policía que consideraba más recto y sabio de todos los que conocía. Se secó la cara con una toalla de papel y salió con la misma expresión serena que tenía antes.

—Matilde.

Ella se puso de pie al verlo. El policía, haciendo una jugada ciega, se acercó al mesón de recepción.

—Lorena, más tarde voy a volver por acá para hablar con el comandante, pero no sé si tiene mi número ¿se lo podrías dejar por si se surge algo para que me avise?
—Claro —replicó ella—, sin problema.
—Gracias. ¿Por casualidad tienes por ahí el dato del nombre del dueño de los galpones Ictur?

Ella buscó con rapidez en el ordenador.

—Jeremías Órdenes, vive en el sur, jubilado, empresario, poco más.
—Gracias, me voy.
—Hasta luego.

Salió junto a Matilde y subieron al auto. Una vez arriba ella le dedicó una mirada interrogadora.

— ¿Dónde vamos?

No lo sé. Quería decirle a ella, o a alguien, que no lo sabía, que era un estúpido de pies a cabeza por ponerse a sí mismo, a ella y a toda una investigación en juego por tomar una mala decisión, pero a la vez se preguntó si eso sería realmente así ¿Qué habría pasado si no llama a Céspedes? Viendo las cosas otra vez, tal vez nada habría cambiado, excepto que no sabría de dónde venía el golpe.

—Hay una nueva pista.

Quizás sí era lo correcto. De esa forma tenía un arma que antes o de otra forma no, y eso debía agradecerlo. Las cosas no eran igual que antes y realmente no sabía en quien confiar, pero tenía un arma, y dependía de él utilizarla de la manera correcta.


2


Sólo había abierto los ojos un momento, pero le servía para saber a ciencia cierta que estaba viva. Y no estaba en un centro asistencial, ni en su departamento o el de Matilde. Y no había nadie a quien conociera cerca. Dos voces alrededor, dos hombres, a una distancia de algunos metros, las voces hacían cierto eco, por lo que podía suponer que el sitio era grande o de techo alto, o ambas cosas.

Tenía el cuerpo adormecido, no podía saber si estaba en condiciones de moverse con libertad, pero su mente estaba clara. Como quizás en mucho tiempo no había estado.

Estaba en el departamento, preparada para salir con Vicente, cuando fue a la habitación para ingerir la píldora. La había olvidado. Con la prisa y la emoción del momento se precipitó sobre el velador y tomó la caja para sacar de ella una de las pequeñas pastillas llenas de líneas como un mapa.
La píldora cayó de su mano sobre el velador.
No se preocupó, simplemente la tomó y se la echó a la boca.
Pero en el mismo momento en que la tragaba, vio la píldora en el velador, a muy poca distancia de donde tomara antes el otro objeto ¿Qué había ingerido? De golpe recordó la píldora que ella misma había dejado fuera antes, y que olvidó tirar a la basura; por error tomó la otra, lo supo un instante después cuando sintió que algo le quemaba la vía digestiva. Era algo que no se parecía a nada, pero en una milésima de segundo sintió una horrible quemazón dentro de su ser, mil veces más fuerte que el condimento picante o el licor más fuerte que conociera, y además dolía. Quiso llamar a Matilde, pero se le cerró la garganta, y todo alrededor se puso oscuro. Sintió el golpe contra el suelo, como una descarga eléctrica.
De niña había metido el dedo en un enchufe, y aunque era muy pequeña, recordaba el efecto a la perfección. Estaba siendo electrocutada, sin poder defenderse, sin siquiera gritar. Lo siguiente era que estaba tendida de espalda en algún sitio que no conocía, sola y probablemente rodeada de gente peligrosa, eso lo supo al escuchar algo como "solo tenemos que dejársela a ellos y nos darán el dinero"
Tranquila, se dijo una vez más. Podía estar desnuda y desorientada, pero estaba lúcida, aparentemente no atada, y viva, y eso era más de lo que podía esperar. Matilde. ¿Estaría viva ella también? Por favor, se dijo, que no le hayan hecho daño a ella, no a mi hermanita.




Capítulo 26: Fuera del mapa



Cristian Mayorga se había criado en una familia no muy numerosa, pero sí profundamente unida, aunque en ciertos puntos se le había dado un exceso de libertad como él mismo opinaba ya de adulto. Por ese motivo es que al entrar en la policía se había sentido más poderoso de lo que debía y correspondía; en ese sentido Patricia había sido un factor decisivo por bajarlo de la nube en la que estaba, aunque desde luego no era lo único. Sus superiores y compañeros más antiguos en las unidades en que había estado le significaron un gran aprendizaje, y por supuesto el trabajo en terreno y la interacción con la gente día a día: como alguien le había dicho en una ocasión, ver una actitud positiva de una persona compensa mil malos ratos. Y era verdad. No se trataba de ser un héroe ni nada por el estilo, y de verdad que muchas veces las jornadas eran extensas y agotadoras, y que entregar malas noticias a familiares era realmente triste, pero a fin de cuentas las buenas noticias hacían que todo valiera la pena; y ahora estaba arriba de un auto junto con una víctima de intento de homicidio, hermana de una víctima de secuestro y de una especie de organización criminal que tenía contactos infiltrados en la policía, con alcances que no llegaba a imaginar del todo. Lo de Céspedes había sido doloroso porque significaba que una de las personas en las que confiaba dentro de la institución era parte de una agrupación que no solo empleaba métodos de intervención quirúrgica ilegales, sino que tenía una red de individuos dedicados a eliminar cualquier posible amenaza en pos de hacer prevalecer el anonimato e impunidad. Era un oficial antiguo, un hombre respetado y querido por muchos en la institución, y era un traidor, estaba del lado equivocado ¿por qué, por qué?
No podía seguir lamentándose por eso, pero sí podía pensar en lo que significaba cada una de las palabras de Antonio, que en comparación era el más sincero de esos dos involucrados. Tenía razón en decir que Matilde había tenido mucha suerte, ya que al haber gente de la policía en medio, las posibilidades se reducían. Para ambos. A pesar de estar en servicio, Cristian no pudo evitar pensar en sus palabras y lo que representaban para su entorno "no te queda mucho tiempo Matilde, y a usted tampoco si sigue en medio"
Su madre.
La imagen de su madre ganó mucho espacio en su mente; su madre, esa mujer de aspecto bastante frágil en realidad pero que tenía dentro un gran carácter, y amor ilimitado para sus tres hijos. Él amaba a sus padres y hermanos por igual, pero sabía que de todos, a quien más iba a herir con su muerte llegado el día, sería a su madre, ella tenía tanto sentido de la protección y el cariño, que aunque sus hijos ya eran adultos, seguía atentamente todos sus momentos, desde la preocupación por una enfermedad hasta acompañarlos en cualquier trance. Sería tremendo para ella, pero él no era del tipo de persona que abandona por miedo, lo sabía cuando entró en la institución y pensaba mantener esa promesa. Más allá de eso, en un tema más práctico, pensar que podía hacer una investigación por sí solo cuando había personas como Céspedes trabajando para el bando contrario era absurdo, y a la vez tan peligroso e insensato como pedir ayuda nuevamente sin tener la más remota idea de quién era quién en la organización a la que dedicaba su vida.

—Matilde, tenemos que hablar.

Detuvo el vehículo en una calle interior. Matilde también había estado muy callada en el viaje ¿sospecharía algo?

— ¿Qué ocurre?

¿Qué podía hacer? Dejarla al cuidado de quien fuera la ponía justo en la línea de fuego de la misma manera que mantenerse con ella, pero llegados a ese momento no tenía más opciones.

—Hay algo que tengo que decirle.

Matilde había estado pensando en todo lo ocurrido últimamente. Si bien era cierto que la conversación con Eliana la había herido, también era un punto de quiebre, su decisión de no involucrar a sus seres queridos en algo tan peligroso otra vez. En la unidad policial le facilitaron un teléfono y pudo comprobar que las líneas seguían cortadas, de modo que podía sentirse segura respecto de sus padres, que muy probablemente estarían resignados a esperar mientras recuperaban la comunicación. Pero el policía estaba distinto al viaje anterior.

—Lo escucho.
—Matilde, esto es muy difícil para mí.

No. No él también. Matilde contuvo la respiración, mirando al policía en una nueva dimensión que no se esperaba ¿Traicionada por sus percepciones? ¿Iba a decirle que tenía que matarla con alguna descarada excusa como las de Antonio? Tenía la espalda rígida, no podía moverse, y aunque pudiera, o más seguro era que él la liquidaría antes siquiera de salir del auto.

—El comandante Céspedes, el hombre que le presenté diciendo que era de mi total confianza, está relacionado con la clínica.

Estaba congelada. ¿Ese iba a ser su destino, ser atacada en situaciones en las que no podía defenderse? La única vez que había reaccionado ante algo no consiguió nada, quizás todo ya estaba terminado desde antes y solo se negaba a creerlo.

—Él me manipuló para hacerme creer que hay una pista o un lugar que investigar, pero es una orden que le dieron. Me envió junto con usted a una trampa.

El hombre dejó de mirarla por el retrovisor y volteó hacia ella con ojos brillantes y una expresión de desazón total en el rostro. No era un hombre amenazante, todo lo contrario.

—Cometí un error imperdonable Matilde, le di a ese hombre toda la información del caso creyendo que iba a ayudarme, y lo que conseguí fue ponerlo al corriente de todos nuestros pasos. Ahora Matilde, igual que usted, no tengo en quien confiar.
— ¿Cómo es que sabe que él está involucrado?
—Lo descubrí en su oficina, vi una nota escrita diciéndole que me enviara a los Galpones Ictur, un lugar abandonado donde seguramente espera una trampa; él no me vio descubrir la nota, de modo que unos momentos después guió la conversación hacia ese punto. Lo siento Matilde, dije que iba a ayudarla y solo he empeorado las cosas.

Durante esos breves momentos la joven volvió a pasar de un extremo a otro de estado de ánimo; del temor fue directo a la incertidumbre, y en seguida a la confusión ¿Le estaba diciendo eso como confesión antes de hacer algo irreparable?

— ¿Qué va a hacer?
—Honestamente no sé muy bien qué hacer. He estado pensando en esto y el único punto bueno que veo es que supe lo que iba a pasar con algo de anticipación, pero si soy sincero, Céspedes no es el único involucrado en lo de la clínica y no hay forma de descubrir cuánta gente más lo está. El solo hecho de saberlo a él, precisamente a él involucrado, hace que todo sea peor. Quiero ayudarla Matilde, terminar con esto y ponerla a usted y a su hermana a salvo, pero si tengo que decirle la verdad, no sé si pueda hacerlo.

No iba a matarla. Matilde sintió una oleada de alivio casi tan grande como el sentimiento de admiración hacia el policía: estaba ahí, con el poder de su lado, confesando un error y asegurando que quería ayudarla, en ese momento era la mujer más afortunada del mundo, y también la más desdichada.

—Lo lamento mucho.
—Gracias. Matilde, creo que hay una posibilidad de descubrir algo a través de la trampa que me puso el comandante, pero no quiero dejarla sola, ahora el peligro es muy grande; por desgracia tengo que ser honesto y decirle que no sé si pueda encontrar a su hermana, y ni siquiera asegurar su vida.

Pero ella sonrió.

—Me dijo la verdad y me dio esperanza, eso es más de lo que podía esperar después de todo lo que he vivido. Pero —siguió seriamente—, también tengo que decirle algo; usted está involucrado en el caso por mí, seguir a mi lado es más peligroso.
—Ni lo mencione —la interrumpió él—, eso no está en discusión. Voy a ayudarla hasta donde pueda, pero por desgracia tengo las manos desnudas, después de lo que pasó no puedo llamar a ningún informante ni contactar a mis colegas sin pensar que va a ser otro error.
—Estoy de acuerdo en eso, tampoco siento deseos de hablar con nadie, da la sensación de estar hablando con desconocidos o involucrando a más personas que son inocentes. Pero usted dijo que creía poder hacer algo.

Mayorga inspiró profundamente. No estaba especializado en trabajo se inteligencia y seguimiento, pero era lo único que se le ocurría.

—Antes le dije que pensaba que la desaparición de su hermana y la afección que tiene eran dos casos separados pero que estaban cruzados. Aún pienso lo mismo, y creo que lo que puedo hacer es tratar de descubrir los nexos de quienes intentan matarme para llegar a Patricia, porque su caso está más adelantado que el nuestro.
— ¿Por qué lo cree?
—Porque al pensar en todo lo que me dijo Céspedes, le quitó importancia a todo menos a esto; pienso que ya saben dónde está su hermana.
—O que ya está muerta.

Sus palabras sonaron mucho más duras de lo que ella misma se esperaba. Desde el momento de su desaparición había estado aferrada a la esperanza, creyendo que podría encontrarla, ahora tenía que enfrentarse a la posibilidad real de haberla perdido para siempre. Pero el policía no.

—No creo que esté muerta.
— ¿Por qué no?
— ¿Recuerda lo que dijo Antonio? Patricia es lo único que amenaza a la gente de la clínica porque en su cuerpo está la prueba de lo que hacen. Si estuviera muerta no habría necesidad de matarla a usted, porque sería solo una persona sola sin pruebas, después de eso desestimar su versión es un juego de niños.

Tenía razón.

—No lo sé, creo que tiene razón. Pero si es así —continuó con más fuerza—, eso no cambia nada. Si efectivamente mi hermana está condenada a muerte por lo que le hicieron, quiero que muera junto a la gente que ama, no encerrada en una habitación fría y oscura y rodeada de personas malvadas, al menos eso será un consuelo si no puedo hacer nada más.
—Tiene un corazón de oro Matilde. Escuche, como le decía, lo que se me ocurre es seguir a las personas que estén en el lugar del que le hablé, porque pienso que ya tienen pista de su hermana. Después de eso, creo que todo sería improvisar, pero no podemos ir en éste auto, es un blanco de disparo a distancia.

Matilde rebuscó en la mochila que milagrosamente seguía entera en su poder, y le enseñó las llaves de la doctora.

—Tenemos un auto. Pero estoy preocupada por la doctora Miranda, ella resultó herida por ayudarme y temo que alguien quiera hacerle daño.

Mayorga ya había pensado en eso acerca tanto de ella como de Antonio, y le parecía de lo más probable. Pero no podía hacerse cargo de tantas cosas a la vez.

—No creo que esté en peligro de momento, los golpes que sufrió se complicaron y está sedada y en observación, no es una amenaza para ellos, además recuerde que ella la ayudó a usted, no a su hermana.
—Espero que sea así.


2


— ¿Qué dijeron?
—Ya están cerca.

Patricia supo que no tenía más tiempo. De todos modos no tenía forma de armar un plan, lo único que tenía a su favor era el elemento sorpresa y las ganas de sobrevivir. Abrió los ojos lo mínimo que pudo, procurando no moverse, y miró hasta donde alcanzaba: nadie cerca. Las voces venían de la izquierda, con un poco más de eco, seguramente la salida estaba en esa dirección; tenía que hacerse de un arma y salir de ahí lo más pronto posible, todo lo demás era irrelevante, incluso su cargo y sus conocimientos de la educación en el cuerpo de policía, en esos instantes debía preservar su vida y descubrir lo que ocurría. Conteniendo la respiración apretó y soltó los músculos, sentía las extremidades, de modo que creía poder moverse con relativa normalidad; se arriesgó a girar un poco la cabeza y por primera vez vio a las personas, dos hombres adultos, uno de aspecto fuerte, el otro rechoncho y más bajo, dándole la espalda en ese momento. Se tocó los muslos con las yemas de los dedos, tenía una sabanilla como las de hospital, aunque no sentía los parches o vendas que debería en las zonas quemadas, seguramente se las habían quitado también. Miró hacia la derecha y vio la pared, buen punto de arranque, pero todavía tenía que saber si había alguien más. No, no había tiempo. Levantar la cabeza fue sencillo, articular los brazos también; de ahí en más solo fue entrenamiento, se dirigió agazapada hacia los dos hombres, con la vista fija en una herramienta en el suelo. Un momento después se alzaba cuan alta era con la llave en las manos, cuando el hombre más gordo volteó hacia ella.

—Epa qu...

El golpe fue asestado justo en la cabeza, y con un sonido sordo hizo que quedara estático una milésima de segundo, antes de derribarlo aturdido. El otro hombre volteó sobresaltado, con los ojos muy abiertos hacia ella, con algo similar al temor dibujado en el rostro.

—No puede...

Patricia no le dio oportunidad y levantó nuevamente la llave hacia él; sin embargo el hombre reaccionó y se cubrió con los brazos. Su grito de auxilio resonó en el lugar.

— ¡Ayúdenme!

Patricia no se lo pensó dos veces y volvió a golpear, una, dos, tres veces más, hasta que lo hizo caer al suelo. Miró a los lados y vio a dos hombres correr hacia ella, uno de ellos tenía un arma en las manos.

—A-ayuda...

El hombre en el suelo se retorció, pero no reaccionaba lo suficiente como para poder hacer algo; llena de adrenalina y fuerza, la mujer corrió hacia la puerta y la encontró abierta, pero era un pesado artefacto de metal que iba a demorarla.

— ¡Quédate quieta!

El hombre levantó el arma mientras corría hacia ella junto al otro. No sabía dónde estaba, no era tan sencillo como salir y esperar que no le dieran alcance o que le asestaran un tiro. Miró de nuevo hacia el interior, y vio dos vehículos, eso sería mucho más útil, aunque probablemente saliera herida. Dejó la puerta y corrió hacia los vehículos, pero el hombre armado estaba peligrosamente cerca y volvió a gritarle con voz amenazadora.

— ¡Que te quedes quieta!

Lo hizo. Miró fijamente a los dos, estaba claro que eran delincuentes, pero no eran asesinos, o al menos no de los que matan a la primera, o el hombre ya lo habría hecho. El desarmado se acercó corriendo al gordo; entonces ese era el jefe, y de seguro el importante de los cuatro.

—No me dispares.
—Maldita, no vuelvas a moverte.

Había sido un error dejar la llave con la que había desarmado a los otros.

—No está respirando ¿Qué hacemos?

Vio la indecisión en los ojos del hombre que tenía en frente, y no lo dudó más. Con toda su fuerza se lanzó sobre él, sabiendo que no tenía oportunidad ante alguien mucho más alto y fuerte que ella. A pesar de la cercanía, logró caer sobre él, con las manos llevadas a la diestra y evitar que le disparara. Durante eternos instantes forcejearon, pero ella sabía que solo disponía de un microsegundo más antes que el otro pudiera llegar ahí y golpearla.

— ¡Suéltame!

Se retorció en sí misma, logró tomar entre los dedos el cañón del arma y tiró con todas sus fuerzas. El hombre rugió de dolor por el tirón en la mano, y le dio la oportunidad de arrebatársela.


— ¡Cuidado!

Esa fue otra voz. Patricia no lo pensó dos veces, levantó el arma hacia el techo y disparó un tiro. De inmediato se puso de pie y retrocedió lo suficiente, pero la voz que había dado la alerta era de un tercer hombre que estaba armado. Ambos dispararon.

— ¡No!

Patricia se movió con rapidez y precisión, y disparó de nuevo contra el hombre armado, acertando también al segundo tiro; el hombre se derrumbó de espalda. Sin esperar más, disparó hacia el que había quitado el arma en una pierna, y otro disparo al tercero que ya comenzaba a correr. Con el sonido de los disparos  en sus oídos y los aullidos de dolor de dos de los delincuentes, la mujer se dio un momento para respirar y controlarse, sabía que no debía disparar de nuevo, no de manera gratuita y contra personas desarmadas y ya inmovilizadas. Por el momento tenía la situación bajo control, pero no iba a quedarse ahí, era demasiado peligroso y seguramente los disparos se escucharon a mucha distancia. Con rapidez se hizo de la segunda pistola, y fue hasta el hombre gordo al que había derribado en primer lugar y registró sus bolsillos: un teléfono celular, una billetera con dinero y tarjetas. El otro tenía un celular, una billetera y otro teléfono, los que se dejó consigo; necesitaba ropa, así que pensando en eso le quitó la chaqueta de casimir al hombre, pero los pantalones no le servirían y perdería demasiado tiempo, tendría que arreglárselas con eso.

—Ou...

Se quejó en voz baja, apretando los dientes. Tenía una herida en el brazo izquierdo, pero no era más que un raspón, seguramente por el disparo que falló por muy poco, sangraba y dolía, pero en realidad no era nada. ¿Cómo debía escapar, de a pie o en el auto o el furgón? Tal vez el auto, pero el tiempo apremiaba, no esperó más, se puso de pie y fue hasta el vehículo, sin poder creer la suerte que estaba teniendo al encontrarlo con la llaves en el encendido. Era un auto modificado o armado con partes de diferentes modelos, pero al mirar en el panel vio que tenía gasolina. Hizo un ovillo con la chaqueta con las cosas dentro y las puso en el asiento del copiloto, pero al pasar frente al espejo retrovisor, un rostro apareció frente a ella.

— ¡Aaaahh!

Cayó sentada en el asiento sin poder moverse por la sorpresa. Toda la adrenalina se esfumó de golpe, y fue sustituida por un poderoso escalofrío que la recorrió por completo. No era posible.

—Tranquila, tranquila.

Su propia voz resultó demasiado débil y aguda; lentamente se acercó al espejo y volvió a mirar, sin querer ver.

—Dios mío...

No era su cara. Era otro rostro, otras facciones, no las suyas, las que estaban ahí mirándola con temor y nerviosismo. Con torpeza se tocó la cara mientras se miraba, como si con palpar su propia piel pudiera comprobar de manera irrefutable que lo que había en el pequeño espejo no era una fantasía.
¿Qué le habían hecho? ¿Por qué su cara había desaparecido junto con las quemaduras, por qué era otra persona distinta a la que siempre había sido?

—Respira, solo respira...

Se obligó a mantener la calma, retiró la vista del espejo y al ver a los hombres el sonido volvió a sus oídos; tenía que salir de ese sitio cuánto antes. Tomó las llaves con dedos temblorosos y encendió el auto, que hizo un suave ronroneo; contuvo las ganas de vomitar, de llorar y de gritar con todas sus fuerzas, estaba obligada a ser fuerte, al menos mientras no estuviera fuera de ahí. Condujo lentamente, como una principiante, esquivó a los hombres caídos, bajó un instante para abrir la pesada puerta de corredera y salió del lugar a una calle que no le era conocida. Era de día.

—Mantén la calma —se ordenó—, sal de aquí, busca a Matilde, busca ayuda.

Se aferró al volante y presionó el acelerador, procurando no mirar el rostro aterrorizado que se dibujaba en el reflejo, haciendo un esfuerzo por no pensar para no entrar en pánico. Sin embargo mientras conducía a mayor velocidad las lágrimas asomaban a sus ojos sin que lo pudiera evitar.

— ¡Deja de llorar!

Su corazón azotaba con violencia su pecho. Estaba viva, había escapado de una situación de extremo peligro con solo unos rasguños, todo lo demás era por completo irrelevante de momento, tenía que seguir siendo fuerte, los llantos estaban completamente de más. Volvió a gritarse con toda su fuerza, se dio la orden como si dependiera de ello su vida, y con la vista fija en la calle recta y sin cruces cerca, mantuvo el curso hacia adelante, conduciendo sin saber aún donde estaba y sin saber qué destino tomar.



Próximo capítulo: Las segunda mujer

Broken spark Capítulo 11: Dinastía bestia




Para el momento en que comenzó la tormenta de rayos, Tigreton estaba sobrepasando el perímetro en donde estaba el centro de aquel extraordinario fenómeno, corriendo en forma zigzagueante para evitar los impactos sobre la tierra. En un  momento uno de ellos estuvo a punto de golpearlo, pero el felino hizo gala de sus impresionantes reflejos y esquivó por la mínima la descarga que podría haber acabado con él; alrededor, en las planicies, e incluso en los bosques cercanos, todos los animales corrían despavoridos buscando refugio, mientras la tormenta causada por esos espectros gigantes seguía destrozando la tierra y arrancando porciones completas con cada uno de esos impactos.  Al tiempo que corría, el tigre miró hacia el cielo y vio con espanto como un ave caía en picada, perdiendo el control por la onda expansiva de un rayo que pasó a muy poca distancia. Entre el humo expandido en el suelo y el polvo en suspensión, Tigreton no supo de quién se trataba, pero apresuró aún más el paso a fin de adrle alcance; logró llegar hasta la zona en donde iba cayendo, pasando a modo robot, dio un salto, atrapando al ave aturdida: de inmediato notó que no se trataba de Airazor, pero por suerte el ave se encontraba en buenas condiciones, de modo que la dejó protegida en una pequeña caverna para que recuperara sus fuerzas.

—Descansa, estarás bien.

El ave se quedó quieta en el suelo sin demostrar ningún temor hacia él. Tigreton volvió a modo bestia y siguió corriendo a toda velocidad, tratando de dar con el paradero de Airazor.


2


Cuando recuperó el conocimiento, Rhinox no sabía en donde estaba pero sí supo de inmediato que la situación en la que se encontraba no era de las mejores; al parecer no tenía heridas que le impidieran moverse, pero la explosión dentro de la nave de Megatron, generada luego de su enfrentamiento con Tarantula, lo había arrojado a través de un muro de metal, fuera de las instalaciones. Lo que en un principio podría haber parecido un punto a favor, pues lo ponía fuera de la cadena de explosiones que de seguro se producirían a partir de entonces, resultó un peligro mayor, ya que una sección completa del costado de la nave se derrumbó sobre él; de forma providencial quedó bajo una cavidad suficiente como para no ser aplastado, pero le resultaba imposible salir y la temperatura aumentaba segundo a segundo. Sin más oportunidades, Rhinox tuvo que recurrir a uno de sus dos cañones, y disparar a corta distancia esperando no recibir un rebote mortífero, pero antes de que sus acciones pudieran surtir algún efecto, se produjo un cambio inesperado. Alguna estructura grande  de la nave se derrumbó, cayendo sobre aquella que lo mantenía prisionero, colapsando la tierra bajo sus pies. Después de un aterrador lapso de tiempo en el que todo fue ruido ensordecedor y rodar sin dirección, se estrelló con alguna clase de superficie resistente que detuvo su descenso, y algo lo golpeó con tal fuerza que sus sistemas se desactivaron. Una vez que recuperó el conocimiento hizo un escaneo del organismo, encontrándose con la sorpresa de que sus ópticos habían recibido daño térmico superior al 75%, por lo que en esos instantes y sin material técnico con el que poder trabajar, se encontraba ciego. Superada la sorpresa inicial, entendió que no tendría otra alternativa que utilizar todos los medios alternativos de localización para poder desplazarse: activó el sensor de movimiento, la geoposición, el escáner de sonido, la detección de pulsos electromagnéticos y el reconocimiento táctil; en un principio el resultado fue abrumador, había experimentado con los diversos sistemas pero jamás todos a la vez, por lo que el flujo de información fue enorme, sin embargo comprensible, y además proporcionaba una imagen mental bastante clara sobre dónde estaba. Estaba en el interior de un túnel subterráneo, sin pasos de aire o fluidos, donde la temperatura era por mucho inferior a la que existía en la superficie; lo más seguro es que el suelo bajo la nave predacon, dañado tras la caída de la misma y con ayuda de las explosiones, terminara por quebrarse, haciendo un agujero que lo envió bajo tierra. Pero no se suponía que la temperatura estuviera tan baja ¿un depósito de hielo subterráneo, minerales fríos? La caverna era lo suficientemente alta como para permitirle caminar con libertad, pero comprobaba que no era tan alta al poder alcanzar el techo con los dedos; el reconocimiento táctil le decía que no había muestras de minerales en altas cantidades, de modo que no era un túnel antiguo, y las constantes variaciones en el suelo y las partículas sueltas demostraban la inestabilidad de la conformación. En determinado punto encontró  una abertura en el techo, bastante estrecha para poder ascender apoyando espalda y manos en los costados y, sabiendo que su principal objetivo era salir a la superficie, siguió por esa vía. En esos momentos sabía que, transcurridos varios clics desde su intromisión en la base predacon, las cosas habían cambiado por completo: las peores previsiones hechas antes quedaban muy atrás respecto de lo que estaba sucediendo en realidad ¿Estaría Cheetah aún con vida? Confiaba en que los reflejos del felino, y el estar en compañía de Terrorsaur al momento de separarse, le permitieran ponerse a salvo, o que descubriera el significado del sonido de las explosiones al momento de registrarse; sin duda él no era el más experimentado del grupo, pero sometido a presión, haría su mejor esfuerzo en encontrar las vainas stasis y con ellas armar un nuevo destacamento para poder enfrentar a las fuerzas predacon. Acerca de Optimus y Rattrap, el hecho de que su líder hubiese intentado detenerse a pesar de estar infectado por el virus indicaba que su capacidad de resistencia era superior a lo habitual, pero aún con eso, las posibilidades de que se librara eran mínimas, por no decir nulas; la perspectiva de haber perdido a todo el equipo en batalla era más abrumadora que el hecho cierto de perder la vista, pero en el fondo, eso no cambiaba nada: el objetivo de la misión, tomada por Optimus al momento de entrar en ruta con la nave de Megatron, debía cumplirse si no querían que el funesto pasado volviese a suceder. Pocos minutos después estaba llegando a la superficie, pero en su ceguera se sintió confundido de los resultados que arrojaban los diversos análisis con los que sustituía la capacidad  de ver: después de analizar con más detenimiento entendió que se trataba de una tormenta, pero un suceso que era muy probable en un planeta como ese, además presentaba características de algo que sólo podía suceder en Cybertron. Los niveles de energía suspendida eran enormes e inconstantes, tal y como pasaba en las tormentas solares en su planeta natal ¿Cómo era posible? Ya sabía desde los primeros análisis que los niveles de energon en la superficie de ese cuerpo celeste eran muy altos, pero entre eso y lo que detectaba en ese instante había un tramo largo, y que era preocupante. Apenas alcanzó a caminar algunos pasos, cuando un rayo cayó con enorme poder.


3


Tigreton seguía buscando a Airazor con desesperación, cuando de manera sorpresiva escuchó el agudo tono del graznido de ella, una voz intensa y alargada, que denotaba un fuerte sentimiento, aunque no desesperación. Siguió el curso de la voz hacia unos roqueríos altos, hasta que por fin se encontró con la tranquilizadora visión de la figura de ella, erguida sobre una roca alta, con las alas abiertas en su máxima envergadura, contrastando con el cielo convulsionado donde la oscuridad y los rayos seguían chocando con desmesurada fuerza.

— ¡Airazor! —exclamó con alivio— Estaba angustiado por tu destino.

Ella hizo cambio a modo robot, descendiendo a paso lento, hasta encontrarse con él. Se veía distinta a como estaba la última vez, serena pero al mismo tiempo cambiada, como si hubiese sucedido algo que la hiciera pensar y meditar extensamente; nada que tuviera que ver con la tormenta.

— ¿Estás bien?
— ¿Hace cuánto que no te conviertes a modo robot?

La pregunta lo descolocó.

— ¿Qué? Airazor, hay un grave peligro alrededor, estaba preocupado por ti.
—Debes convertirte a robot.
—Airazor...
—Hazlo —replicó ella de forma imperativa—. Ahora mismo.

La orden no dejaba lugar a otras interpretaciones; sin embargo, durante un instante, Tigreton no supo qué hacer, ni cómo seguir la instrucción recibida ¿Hacía cuánto tiempo que no lo hacía? Sintió un extraño temor, no el tipo de temor que casi lo paralizó al suponer a Airazor en peligro, sino algo más directo, una herida interna que amenazara con poner en riesgo su integridad. Después de angustiosos segundos, al fin logró pasar a modo robot; ella lo miraba de un modo enigmático.

—Tuviste problemas para cambiar —sentenció ella. No era una pregunta—. Estamos en peligro, y he descubierto que el primer peligro al que tenemos que hacer frente, está en nuestro interior.
— ¿A qué te refieres?
—Me sucedió lo mismo que a ti, poco antes que comenzara esa extraña tormenta —explicó en voz baja—. Estaba volando, investigando el terreno y aprendiendo, cuando descubrí que estaba olvidando quién y qué era. Tigreton, nuestra conexión con la naturaleza es tan grande que por momentos olvidamos que somos robots, seres biomecánicos, que si bien hemos nacido, no somos iguales a los seres que habitan los distintos sitios de este planeta; nuestro objetivo de proteger el equilibrio no puede cumplirse si perdemos la habilidad de convertirnos, si nos mimetizamos tanto con el entorno que perdemos la esencia que es nuestro origen, y con ello el poder y las armas con las que podemos enfrentar el peligro.

Hablaba con determinación y pasión; sabía con exactitud de qué estaba hablando, y Tigreton supo que, después de un tiempo prudente, él también lo sabría, aunque en esos instantes le resultara un poco confuso.

—Te agradezco mucho que hayas hecho esto; no sabía que estaba en este tipo de riesgo.
—Hay más —comentó ella—. Tienes que acompañarme, he encontrado algo muy interesante.

Ambos cambiaron a modo bestia y continuaron avanzando, ella flotando un poco adelante, haciendo de guía. Unos minutos después quedaron enfrentados al objeto que ella quería que mirara.

—Es una vaina stasis.
—Así es —replicó Airazor—. Un nuevo aliado en nuestra causa.
—Pero veo que no lo has liberado.

Ella señaló un punto en un costado de la vaina, donde una trizadura resplandecía ante el encapotado cielo de aquella jornada.

— ¿Ha muerto?
—La vaina registra señales, pero no estoy segura de qué es lo que pueda haberle ocurrido al recibir una descarga como esa; en caso de ser necesario, podríamos tener que matarle al salir de ahí.

Enfrentar esa dura decisión junto a él decía mucho de la importancia que Tigreton estaba ganando para Airazor. Con voz más tranquila, el felino asintió.

—Lo entiendo; lo afrontaremos juntos, y veremos si debemos terminar con su ciclo, o acompañarlo.

Ambos activaron el procedimiento en la vaina, para que realizara el escáner del entorno y diera forma a la nueva criatura, pero nada sucedió. Un instante después, ambos se miraron asombrados al entender que el escáner ya había actuado, y que la tapa de la vaina se abría porque el proceso ya estaba terminado. Después de unos segundos, un ser al que ninguno de los dos pudo identificar salió de la vaina, mirando a ambos de hito en hito.


4


Rhinox sintió que el rayo lo consumía por dentro; iba a morir, fulminado por un rayo luego de llegar a ciegas a un punto indeterminado en un planeta desconocido. Iba a morir, dejando casi sin elementos al bando maximal que pudiesen detener a Megatron. Pero ¿por qué no estaba desapareciendo? Suspendido en el aire, en medio de esa oscuridad, aún tuvo tiempo de analizar, y como científico, sabía los efectos que un rayo de alto poder causaba en el cuerpo de un cibertroniano: la coraza metálica se desintegraba, como forma de proteger el cuerpo para evitar la fundición con el organismo, pero al mismo tiempo y siendo sometido a esa presión, los circuitos comenzaban a derretirse, enviando millones de señales de dolor al centro nervioso; luego los conductos de energía se destruían, provocando una serie de reacciones en cadena, hasta que después de una horrible agonía se producía el estallido de la chispa. Sin embargo, a pesar de sentirse en medio de una descarga energética, atrapado y ciego, no evidenció ninguna de estas reacciones; sí, sus indicadores estaban a tope, casi sin poder registrar lo que estaba pasando, pero seguía vivo ¿Qué clase de suceso se estaba dando en esos instantes? De forma tan sorpresiva como inició, el hecho terminó, dejándolo caer al suelo; hizo un rápido análisis de sus sistemas internos, y todos habían vuelto a la normalidad, sin evidenciar un solo rastro de sobrecarga, ni de índices alterados siquiera. Se puso de pie y puso atención en los sensores, atento por si ocurría alguna otra cosa, pero descubrió que la temperatura alrededor estaba regresando a la misma de antes de la intrusión a la nave predacon, y que los sonidos de tormenta habían cesado; un suceso tan extraño como el anterior.
Hizo un rápido escaneo del entorno y descubrió a través de sus resultados que la zona había albergado un monte o algo similar, ya que el número registrado de sedimentos y escombros se condecían con la norma proyectada por un derrumbe o aluvión en situación de tormenta.
A cierta distancia, unas rocas se movieron, y de entre ellas surgió una mano metálica, intentando alcanzar algo en la superficie, o quizás tratando de escapar.


5


— ¿Tienes un nombre, hijo?

El animal de colores grisáceos no contestó por largos momentos; la noche estaba empezando, y así fue como el aparecer de la luna hizo que desviara su vista de los dos que lo miraban, hacia el cielo, un momento antes celeste, ahora empezando a cobrar tonalidades más oscuras. Respondió en voz baja, aún asimilando lo sucedido.

—Soy Silverwolf.
—Mi nombre es Airazor, y a mi lado estás viendo a mi Tigreton. Entiendo que puedas estar confundido acerca de en dónde estás o…

El otro hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no para negar sus palabras, sino evidenciando su confusión interna. Acababa de salir de la vaina stasis, eso lo sabía de modo consciente, pero en su interior seguía una sombra de duda, un halo que le impedía entender bien lo que pasaba con él.

— ¿Qué soy?

La pregunta, formulada en voz alta, fue más para sí que para ellos, pero ambos entendían su turbación; su pelaje se fundía con el plumaje de las alas como si fuera un solo manto, su musculatura fuerte era una con las garras de ave; ni uno ni otro, sino una versión única de ambos. Airazor fue la primera en hablar.

—Eres quien tú sientas ser.
—Pero ¿Qué soy?
—Eres parte de nuestra especie, eres nuestro hijo —explicó ella con dulzura—. Somos una raza única en este planeta en donde estamos, y convivimos con nuestras diferencias así como valoramos nuestras similitudes; tú eres parte de nosotros ahora.

Silverwolf no estaba conforme con esa respuesta.

—Lo siento, pero los veo, y ustedes son algo que puedo definir en mi mente, pero yo…es como si a la vez fuera parte del cielo bajo esa luna, y parte de la tierra en donde piso.
—No es el manto que te cubre lo que te define, sino quién tú sientas que eres en realidad. Tienes alas, y fuerza, y una vista como la mía y la fiereza de Tigreton, por lo que eres un ser especial en ti mismo; mientras nosotros hemos encontrado en nuestros mundos interiores una faceta que nos complace, la tuya es una oportunidad de mirar ambos planos, el cielo y la tierra, desde un punto de vista único. Eleva el vuelo, y cuando bajes lo entenderás.

Silverwolf sintió un profundo respeto hacia Airazor; sus palabras sonaban exactamente como el consejo que necesitaba, y su vista aguda era al mismo tiempo enérgica y serena, que lo miraba como si conociera la duda en su interior, y al mismo tiempo lo valorara por eso. Emprendió el vuelo dando un poderoso batir de alas, y tal como ella lo anticipó, esa sensación de fuerza y libertad hizo que por un instante todas sus preocupaciones desaparecieran por completo; vio más y más lejos, cómo a cierta distancia se desvanecían los ecos de una tormenta que sabía había ocurrido, por escucharla de cierta manera antes de salir de la vaina. Descendió, y al tocar otra vez tierra, la sensación fue esclarecedora: no sentía detenerse, sino avanzar de otra manera; no era un terrestre que se alejaba del suelo ni un aéreo que descendía, era ambas cosas a la vez. Y entenderlo hizo que sintiera que estaba todo en orden.

—Tenías razón, ahora entiendo todo.
—Nos alegra que hayas comprendido, hijo.
—Ahora es importante que te unas a nosotros en nuestra causa —dijo Tigreton con fuerza—. Debemos ser los defensores de este territorio, de todo lo que nos rodea, y proteger el ecosistema de las amenazas que, como la pasada tormenta, amenazan con destruir toda la vida.

Silverwolf asintió.

—Soy parte de esto; los ayudaré a mantenerlos así. Pero ¿De quien es que protegemos nuestro mundo?
—De los que son como nosotros —replicó Airazor con pesar—. Los que lo son en cuerpo, pero no en espíritu. Ellos han iniciado una guerra de bestias.

La ofensa que significó para Silverwolf saber que otros como él no entendían la esencia de la naturaleza, como él lo había hecho, y más aún, que ahora eran una amenaza para la vida misma, hizo que enfureciera. Su rugido ahogado por la fuerza se dejó sentir en el inicio de la noche, sentía rabia y no sabía qué hacer con ella.

—Los estamos enfrentando —determinó Airazor con aire tranquilizador—. Las cosas no son sencillas, pero los podremos controlar, por eso es que vinimos a buscarte,  a ti y a tus hermanos, antes que ellos los encuentren y los perviertan con sus malas artes.
—Conocerás a Blackaracnia, quien fue encontrada también por Airazor, y con ayuda de tu gran visión, estoy seguro de que encontraremos a los otros muy pronto.

Airazor elevó la vista al cielo mientras estas palabras eran dichas. La tormenta no era sólo un mal presagio, era símbolo de que algo muy perjudicial ya estaba ocurriendo, a muy poca distancia de ellos. Resultaba entonces de importancia máxima reñirse con su silenciosa hija, y juntos, encontrar a los demás para poner fin a lo que estaba pasando. Eran la única esperanza de la naturaleza.



Próximo capítulo: Sincronía





La última herida Capítulo 23: Palabras muertas - Capítulo 24: Vía de escape





Matilde quería irse de ahí, y a la vez seguir escuchando a Antonio ¿Quién era realmente ese hombre, cuáles eran sus verdaderas motivaciones? Le costaba mucho mantenerse quieta y en silencio, pero iba a hacerlo, al menos de momento.

—Dígame por qué trató de matar a Matilde.
—Ya se lo dije, para salvar mi vida.
— ¿Usted trabaja para ellos?
—Sí, pero no soy el responsable de esto.
— ¿Que trata de decir?
— ¿Cómo que qué quiero decir? —replicó Antonio— nada de esto habría pasado si no fuera por Patricia, ella es la responsable de todo.
— ¿Por qué?
— ¿Acaso era muy difícil? Solo tenía que hacer lo que le dijeron, pero se las arregló para arruinar el tratamiento y por eso es que todos estamos en ésta situación ¿Cómo pudo ser tan tonta?

Eso fue suficiente para Matilde. De pronto estuvo avanzando hacia ese hombre que creyó su amigo, gritando completamente descontrolada. Mayorga la sujetó por los hombros, pero no pudo evitar que ella dijera lo que estaba pensando.

— ¡Cómo te atreves! ¡Patricia ha sufrido mucho desde que tuvo el accidente, ella es una víctima de esa gente horrible y de ti y tus planes, solo eres un pedazo de basura!
— ¡Cálmese!
— ¡Solo viniste para hacernos daño!

Pero Antonio no parecía preocupado por las palabras que escuchaba.

— ¿Acaso estás segura de lo que estás diciendo? El tratamiento debió haber resultado perfecto, apuesto que nadie veía a tu hermana porque no sabían cómo explicar que ella sanara tan rápido ¿O no es así?

Matilde dio un paso atrás.

—Tú...

El otro sonrió más ampliamente.

—Claro que fue así. Y de alguna manera arruinó el tratamiento, por eso es que se descompensó.

Mayorga volvió a tomar el control de la situación.

—Está hablando conmigo, no trate de desviar la atención. Dígame qué trabajo hace para la gente de la clínica.
—Información, eso es lo que hago. Pero si espera que le de nombres, pueden olvidarlo, no sé lo suficiente, nadie jamás está tan arriba excepto ellos.
—Pero trabaja para ellos ¿Cómo llegó a eso?
—De la misma manera que ella —asintió sin perder la sonrisa—, pero tiempo antes. Sufrí un accidente en el que resulté con heridas graves, pero no tenía el dinero para costear ningún tipo de tratamiento, mucho menos algo como Cuerpos imposibles. Pero como sé de informática, descubrí algunos datos importantes y llegué a una persona que sabía algo al respecto. No podía pagarles, pero me ofrecieron un trato y de la noche a la mañana estaba manejando información para ellos. Lo demás solo fue seguir trabajando.
— ¿Por qué estaba en la urgencia después del accidente de Patricia?
—Una casualidad. Solo iba a buscar un informe cuando me encontré con las amiguitas de Matilde, pero no esperaba que pasara nada más.

El policía frunció el ceño. Ese hombre probablemente había matado antes, o tenía una sangre fría impresionante.

— ¿Entonces cómo es que terminó involucrado?
—Cuando Matilde consiguió la información de la clínica, aún no estaba informado de nada. Poco después revisando algunos archivos supe la noticia y no me pareció extraño, pero poco después me avisaron que tenían una probable fuga de información.
— ¿Qué quiere decir?
—No se supone que la gente que ha ido a la clínica esté informando de eso en todas partes, por eso es que los amenazan con el contrato y repiten tanto lo de la confidencialidad —explicó sin inmutarse—, pero no sabían de qué manera es que consiguió la tarjeta.
—Pero fue atendida de todas maneras.
—Para el momento en que me avisaron de la fuga de información ella ya estaba en contacto, lo mejor era descubrir quién podía haber hecho algo indebido mientras ella se sometía al tratamiento, a fin de cuentas que iban a cobrar el dinero de todas maneras.
—Pero...
—Pero no aparecía ningún tipo de información. Como yo era conocido de ella, me enviaron a averiguar más, pero las cosas se complicaron porque Patricia tuvo el ataque, de modo que tuve que apresurar las cosas.
—Entonces por eso es que se reunió con Matilde.
—Tenía que apresurarme —explicó—. Ya llevaba demasiado tiempo sin resultados, de modo que apuré las cosas, y ahí fue cuando me dijo que era Miranda Arévalo quien le había pasado la información.

El policía asintió. Todo lo que le había dicho Matilde no era más que la verdad, pero lo cierto es que mientras hablaban estaban moviéndose piezas de un tablero en el que claramente él no era más que una parte muy pequeña.

— ¿Y eso era suficiente para matarla?
—Eso sucedió en el último momento —dijo luego de una breve inspiración—, cuando tuve el dato del ataque de Patricia supe que las cosas habían salido mal, y casi al mismo tiempo vi que tenía la oportunidad de mi vida de salir de las redes de la clínica: si terminaba con esa fuga de información, mi deuda estaría saldada. Solo tenía que terminar con el sufrimiento de Patricia, y sacar a Matilde del camino.
—Terminar con el sufrimiento de Patricia —repitió el policía.
—Es bastante sensato si lo piensa —dijo el hombre—, nadie sobrevive si no termina el tratamiento, así que ella va a morir de todas maneras. Solo que ahora va a sufrir más encerrada en esa urgencia donde la escondieron.
—Si estaba condenada a muerte —intervino Matilde con furia—, dime por qué se la llevaron, por qué es que hicieron eso.

Por primera vez Antonio se mostró sorprendido. Abrió mucho los ojos ante la sorpresa, tras lo cual desvió la mirada de ella al policía de ida y vuelta.

— ¿Cómo que se la llevaron?
—Un doctor se llevó a Patricia con rumbo desconocido —respondió el policía—, y usted va a decirme dónde está.
—No, no puede ser —dijo Antonio—, no pueden habérsela llevado, no es esa la orden.
—No me mienta —replicó el policía con aspereza—, diga la verdad por su bien.
— ¿Acaso cree que me importa mentirle a estas alturas? —exclamó rudamente— todo está perdido para mí, estoy muerto igual que ella —indicó a Matilde—, me matarán igual que a ella, y a usted si sigue metido en medio.
—No me amenace.
—No necesito amenazarlo, la gente de la clínica tiene demasiado poder y eso no depende de mí. Ya tardaron demasiado en eliminar las pruebas, pero no se van a detener hasta que lo hagan.
— ¡Dígame donde está Patricia!
— ¡Le dije que no lo sé! La orden que me dieron era eliminar a las dos para terminar con esto, pero si fallé, era seguro que alguien más lo haría, de ninguna manera iban a llevarla con ellos, eso no tiene ningún sentido, no si quieren eliminar las pruebas. Patricia en éste momento es lo único que amenaza la existencia y el secreto de la clínica, basta con matarla para que puedan subsistir en paz.
— ¿Por qué es tan importante matarla, acaso cree que es tan sencillo que todo termine? Está su declaración, lo que ha visto Matilde y su hermana, hay testigos de todo.
—Y ninguno de esos testigos vivirá para contarlo —repuso con voz sombría—,  en éste mundo lo que cualquier persona diga es completamente irrelevante, dentro de los grandes negocios y las personas poderosas los seres humanos y la justicia son manejables, si no hay una prueba irrefutable de algo, si no tienen una prueba incontrovertible, solo son palabras que pueden ser borradas con dinero, o con miedo. ¿Cree que soy yo el arma de la clínica? Hay doctores, políticos, policías, jueces, actrices, deportistas y de todo tipo de personas involucradas con Cuerpos imposibles, y cada uno de ellos llegó por el mismo motivo que Patricia, para combatir con algo que la medicina tradicional no puede. No soy yo el único que pagó con su trabajo, hay muchos que están en el círculo, tal vez no haciendo nada, solo mirando con atención. No pueden escapar porque no saben si están hablando con alguien que sea parte de las redes de la clínica, el motivo de su éxito y que sigan existiendo es que tienen brazos que llegan a todos los sitios. Has tenido suerte Matilde, pero no durará para siempre —hizo una breve pausa, y le dedicó una mirada feroz al policía—. No sé por qué o quién se llevó a Patricia, pero no se trata de la gente de la clínica, ya le dije que no es su estilo. Pero si puedo decirle algo, mientras más gente involucrada, más serán los cadáveres. Ya están hablando con uno de ellos.

Mientras escuchaba, el oficial trataba de mantener la mente clara, pero era imposible no pensar en las consecuencias de lo que decía ese hombre. De manera habitual, quizás incluso él habría dudado de alguien que dijera con tanta ligereza que hay colaboradores o secuaces en todas partes, y en su fuero interno sabía que al principio, su interés por ayudar a Matilde había sido meramente profesional, sin dar suficiente crédito a sus palabras. Pero llegados a ese momento, con tantas piezas inconexas que sin embargo encajaban, el arma en poder de Antonio, los heridos, la desaparición de Patricia y la muerte de la modelo, no podía evitar pensar en cuantas personas estaban, o podrían estar involucradas. Tenía dos testigos en una urgencia y otra en un centro asistencial, a una cuarta consigo ¿Sería verdad que la "gente" de la que hablaba Antonio estaba en todas partes? ¿Podrían estar pasando información en ese preciso momento?

—Dígame cómo encontrar esa clínica.
—No es fácil encontrarla, no tienen un sitio fijo, eso sería demasiado riesgo. Trabajan con una serie de módulos equipados, es del tipo de tecnología de ensamble que les permite instalarse o irse en muy poco tiempo y solo usando algunos camiones.
— ¿Me está diciendo que la clínica es un gran laboratorio móvil?
—Móvil exactamente, no, pero cada sección se puede desmontar por los técnicos en muy poco tiempo, de modo que pueden estar dentro de un edificio como ese centro de eventos donde Matilde fue a lloriquear después del ataque de Patricia.
—Es decir que efectivamente estaba allí.
—Por supuesto que sí, estuvo varios meses, más de un año incluso. Ese tipo de lugares son excelentes para la operación, ya que tienen cientos de metros cuadrados de edificación vacía donde pueden instalarse.

Como un rompecabezas. Por eso Patricia le había dicho que el lugar era diferente a todo lo que hubiera visto antes, incluso en los programas de televisión; también le había dicho que era muy limpio, perfectamente iluminado, aunque cada sección o cuarto era idéntico al resto y en ocasiones, por ejemplo cuando terminaba alguna terapia, no estaba muy segura de en qué sitio estaba. Era un rompecabezas, eso también explicaba por qué era que la iban a buscar y entraban en el auto a través de la entrada oficial, pero luego se desviaban a la "entrada de autos" porque seguramente las conexiones entre el edificio real y lo que estaba dentro habrían sido imposibles de explicar. Matilde sintió náuseas.

—Entonces la gente de la clínica simplemente escapó cuando supieron del ataque de Patricia ¿Por qué no la atendieron? Eso habría terminado con los problemas, incluso para usted.

Antonio no se dio por aludido ante el ácido comentario del policía.

—Ya se lo dije antes, esto no es una píldora para el dolor de cabeza ¿O acaso cree que es cualquier cosa? No sé exactamente qué es lo que hacen o el tipo de resultados, pero sí sé que si una persona no termina el tratamiento o lo interrumpe, los resultados pueden ser mortales, es como si todo lo malo que hicieron que desapareciera de tu cuerpo regresara con más efecto que antes.

Mayorga le dirigió una feroz mirada a Matilde; de todo, eso era lo único que no era como se lo esperaba, muy bien Patricia podría estar en un estado de inconciencia inexplicable como lo dijo su hermana, pero las quemaduras no habían vuelto, más bien todo lo contrario.

—Quiere decir que mandaron matarla y ocultaron todo porque sabían que el tratamiento interrumpido no podía revertirse.
—Desde luego, es algo parecido a lo que ocurrió con el futbolista dos años antes.
— ¿Qué futbolista?
—Martín Soumastre, el que se suicidó.

El policía lo recordaba. Se había tirado a las vías del tren, y no había quedado mucho de él.

— ¿Se suicidó porque el tratamiento no resultó bien?
—No es mi tema, pero por lo que supe después, antes de terminar el tratamiento por el corte en el ojo que le hicieron en la gira, decidió irse de juerga para celebrar su nueva apariencia, ya saben que estuvo mucho tiempo desaparecido y nadie sabía muy bien qué le había pasado. La cosa es que a la mañana siguiente despertó en su departamento y prácticamente se le había caído el ojo, así que optó por lo más sensato que fue quitarse del camino. Digamos que hizo las cosas más fáciles.

Matilde sentía ganas de salir corriendo de ese sitio, escapar tan lejos donde nadie pudiera encontrarla. Ya no se trataba de una herida, ni siquiera de un secuestro, era una maquinación muchísimo más grande, y completamente monstruosa. El policía mantuvo la frialdad más allá de lo que a él mismo le parecía posible.

—Dígame lo que sabe del tratamiento.
—Nada.
—A usted mismo se lo hicieron.
—Pero eso no significa que me hayan informado de los detalles, por lo demás no creo que quiera saber lo que me hicieron.
— ¿Nada en absoluto, ni siquiera alguna pista, algo que haya escuchado de casualidad?

Antonio sopesó las palabras. Probablemente estaba siendo tan sincero como su propia visión derrotista de las cosas se lo permitía.

—Escuché que es algo natural.
— ¿A qué se refiere?
—Alguna especie o cosa de la naturaleza, algo que hace que las heridas desaparezcan, como un virus o algo así que meten en tu cuerpo, y se come los daños desde dentro, pero es insaciable y seguirá con eso hasta que no hayan más heridas que comerse. Entonces ellos mismos lo sacan de tu cuerpo o lo matan. Por eso es tan importante respetar cada etapa e indicación del tratamiento, porque es una marabunta que si no se maneja, te destruye.

Mayorga le hizo un gesto a Matilde, y ella salió inmediatamente; de todos modos no era capaz de estar allí ni un solo momento más, mirando a ese hombre que pensó era un demonio, pero que en realidad era solo un peón a la orden de alguien más, un esclavo de sus propias malas decisiones; lo que los diferenciaba era que ella no quería ver a nadie sufrir por su causa, y a él nada de eso le había importado. Mayorga se acercó a Antonio.

— ¿De verdad creyó que iba a poder escapar de la clínica?
—Me faltó muy poco para lograrlo, pero eso ahora no importa. Nada importa ya. Y no se preocupe por mí que no voy a tratar de escapar. Ya estoy muerto.

El policía salió de ese lugar diciéndole al oficial que estaba junto a la puerta que no permitiera que nadie entrara a ver al paciente excepto personal debidamente identificado, y que tomara nota del nombre de cada uno de ellos. Matilde estaba pálida ¿Cómo iba a infundirle confianza cuando él mismo estaba sintiendo auténtico pánico por lo que escuchaba? Pero era un agente de la ley, no podía mostrarse débil, mucho menos si existía una amenaza de tal magnitud. Solo debía concentrarse y pensar en cuáles eran las personas a quien podría confiar determinada información.

—Cálmese Matilde, necesito que conserve la calma.

Pero ella estaba pensando más rápido que él.

—Oficial, él dijo que todos quienes sean testigos están en riesgo, eso quiere decir que mis amigas aún no están a salvo; también la doctora, y mis padres, ellos están en el campo, pero si no tienen noticias nuestras podrían venir a la ciudad, si eso pasa ¿Cómo podré advertirles?
—Primero, estando tranquila, de lo contrario será una molestia en vez de una ayuda —dijo él manteniendo el tono firme de la voz—, si lo que ese hombre dice es cierto, hay un peligro latente a nuestro alrededor, pero no por eso tenemos que quedarnos de brazos cruzados.
—Pero usted lo escuchó, dijo que hay gente involucrada en todas partes, no sabemos en quien confiar, se lo dije antes.

Había una persona en quien él sí podía confiar.

—Lo sé, y aunque no parece tener más información, nos ha ayudado dándonos datos de los que no disponíamos antes. En primer lugar hay que poner a resguardo a sus amigas, pero no creo que sea bueno darles más información.
—Soraya sabe todo, se lo conté.
—Comencemos por hablar con ellas; es una situación muy complicada, de momento no puedo dar un aviso de secuestro pero la orden de búsqueda del doctor debería dar algún resultado.

Sacó el celular del bolsillo y miró en la pantalla la agenda de contactos. Había una persona en el mundo en quien podía confiar en un caso como ese, alguien que le daría los consejos que tanta falta le hacían, y que también le diría en quien confiar. ¿Sería posible que alguien entre ellos, otro policía, estuviera metido en ese asqueroso negocio? Los oficiales de la ley siempre están expuestos a peligros, y siguiendo el punto de vista de Antonio, alguno de ellos podía haber pagado una deuda con la promesa de vigilar a su alrededor. Marcó el número.



Capítulo 24: Vía de escape


Cristian y Matilde llegaron de vuelta  a la urgencia en donde permanecían sus amigas; de camino el oficial llamó al comandante Céspedes, quien al escuchar su petición prometió encontrarse con él en el mismo sitio. La joven fue hasta donde estaba Eliana, y se encontró con ella acompañada de Miguel, su esposo.

—Matilde.

Aunque tal vez debió haberlo supuesto, encontrarse con la airada mirada de Miguel fue una sorpresa: el hombre no era muy alto y su apariencia era tan gentil como su comportamiento, pero en una situación como esa estaba defendiendo lo que le parecía más importante.

— ¿Qué haces aquí?
—Quería saber cómo está Eliana.
—Es bastante tarde para preocuparte por su estado —dijo él manteniéndose junto a la camilla donde ella estaba sentada—, ahora las cosas se pusieron bastante graves.

Matilde miró a su amiga, que le devolvió una mirada que  no por temerosa era menos furiosa que la de su esposo.

—Lo lamento, nada de esto debió haber pasado, solo quería que supieras que lo lamento, no pensé que ocurriera algo como esto.
—Lo siento Matilde pero no puedo hacer esto —dijo Eliana mirándola fijamente— no puedo, es superior a mí. Estuve contigo cuando Patricia tuvo el accidente, pero todo esto es distinto ¡Trataron de matarme!
—Lo sé y estoy tan asustada como tú.
—Eso no me sirve —respondió la otra mujer echándose atrás el cabello— no cuando veo que el mundo a tu alrededor se convierte en un infierno. No voy a permitir que eso me suceda a mí también, no me importa si pierdo tu amistad en el camino, no puedo permitir que algo así vuelva a pasar.

Estaba siendo muy dura con ella, pero Matilde sabía que cada una de esas palabras tenía fundamento, solo que no creyó que sucediera algo así. En ese momento apareció Soraya con unas vendas en el brazo derecho y expresión cansada. Su voz también sonaba extraña, distinta de la habitual energía que tenía.

—No le hables así a Matilde.
— ¿Por qué no? —la voz de Eliana se elevó un poco más, casi era un chillido— nada de esto habría pasado si no me hubieran involucrado, tú también estás en medio de ésta locura ¿o me vas a decir que no te importa todo lo que vivimos?
—Por supuesto que me importa, y me importa Matilde tanto como tú, si fuera a revés, habría hecho lo mismo para tratar de ayudarte, y lo sabes.
—No se trata de eso Soraya, no somos ni detectives ni nada por el estilo, si esa gente hubiera querido nos habrían matado a las tres, no puede ser que no te des cuenta. No quiero estar en una situación como esa, tengo una familia y no pretendo dejarla.

Ese fue un golpe muy bajo para Soraya, pero ella no atacó de vuelta. Aparentemente los golpes que había sufrido la tenían más débil de lo que aparentaba.

—Estás viendo la parte que quieres, sabes tan bien como yo que ni Matilde ni Patricia son responsables de lo que está pasando, pudo ocurrirle a cualquiera.
—Pero no nos va a pasar a nosotros —intervino Miguel—. Soraya, siempre te he respetado como amiga de mi esposa, pero no puedes decidir qué es lo que debemos hacer. Y lo que voy a hacer es alejarnos de todo lo que está sucediendo.
—Miguel...
—Tiene razón —intervino Matilde—. Soraya, ellos tienen razón.

Su amiga volteó hacia ella sin dar crédito a lo que oía. Pero ella mantuvo su decisión.

—La policía se está haciendo cargo de la situación, ustedes no deben seguir exponiéndose.
—Pero dijiste que...
—Estaba asustada, no supe qué hacer —explicó Matilde. Estaba muriendo por dentro al decir eso, pero prefería mantener protegidas a las personas que le importaban—, solo reaccioné y eso provocó muchos problemas. Es importante que lo entiendas.
—No tengo nada que entender, no voy a dejarte sola.
—No me vas a dejar sola —replicó la joven forzando una sonrisa—, escucha, la policía apresó a Antonio y harán que confiese sus motivos, y hay oficiales buscando a mi hermana, dijeron que solo era cosa de tiempo para encontrarla. Tú y Eliana deben descansar.

Por un momento su amiga no supo qué decir. Se quedó mirando a sus ojos muy fijamente, sin hablar, intentando descubrir algún mensaje oculto en las palabras de Matilde; después de un tenso silencio se dio por vencida.

—Estás equivocada.
—No, no lo estoy y en el fondo lo sabes. Quiero pedirle perdón a todos por haber traído tantos problemas, y sé que no puedo arreglarlo ahora, pero puedo decirles que lo lamento mucho, y que de verdad espero que puedan reponerse de lo que ha sucedido. Tienen que irse a casa.
—Matilde...
—Miguel —dijo apelando a la rabia de él—, dijiste que ibas a poner distancia.
—Sí, pero no te diré nada más.
—Es lo mejor. Soraya, podrías ir con ellos, estoy segura que se harán excelente compañía.

La mirada de Eliana se suavizó.

—También creo que es buena idea, además no te ves muy bien.

Soraya iba a decir algo más, pero prefirió guardar silencio y se rindió.

—Está bien. Lo que tú quieras Matilde, solo espero que estés tomando la decisión correcta.


2


Cristian Mayorga estaba pensando en cómo las cosas en la vida siempre parecían pasar por algo. Había conocido a Patricia en circunstancias diferentes, y ella había sido realmente fundamental para él en su carrera al hacer que pusiera los pies en la tierra. Y ahora cuando ella lo necesitaba, tenía la oportunidad de devolverle la mano, pero la situación en la que estaba inmersa no era algo común.
Edgardo Céspedes era un hombre alto y fuerte, de figura grande como pocos gracias a su ascendencia europea, piel pálida en contraste con los ojos oscuros y el cabello, en el que se dibujaban algunas canas; a sus sesenta años se mantenía en forma gracias a una estricta rutina de ejercicio, y a pesar de no necesitarlo por ser Comandante y además tener antigüedad más que suficiente en la institución, se había negado al retiro y llevaba una unidad administrativa medio día, y realizaba trabajo de campo el resto. Con gesto amplio de los brazos saludó a Mayorga.

—Buen día hijo.
—Buen día señor.
—Lo que me dijiste por teléfono fue extraño, me causó mucha preocupación —dijo en voz baja—, por eso vine tan pronto como pude.

Cristian le había dado información más bien vaga acerca de la desaparición de Patricia y la detención de Antonio, pero ya que estaba frente a frente con él, decidió decirle todo lo que sabía de un modo más resumido. Al terminar, la expresión del comandante no era otra que preocupación.

—Es un caso grave, eso está claro. Supongo que no diste un aviso de secuestro porque no se cumplen las condiciones.
—Así es —respondió el más joven—, a pesar de creer en lo que dice la joven y tener testimonio del hombre, la verdad es que la mujer fue aparentemente borrada de los informes de la urgencia en donde estaba internada por el mismo doctor que se la llevó, pero él había dado razón de retirarse antes de eso; desde luego que tengo gente recopilando datos sobre eso, pero mientras no tenga algo concreto no puedo dar esa señal, además si lo que dice el detenido es verdad, hacer mucho ruido podría ser perjudicial.

Céspedes asintió.

—En 1985 sucedió algo similar, me refiero a un secuestro. Se trataba de un hombre de más de cuarenta según recuerdo, que fue retirado de una unidad médica. Al final el que se lo llevó era un conocido, pero lo hizo porque el otro tenía un tema de dinero pendiente y se quería cobrar venganza.

Siempre tenía referencias para todo, eso lo daba la experiencia de tantos años.

—Tengo temor de dar un paso en falso. Por el momento di órdenes de aumentar la vigilancia al detenido mientras es dado de alta y se hizo la detención en regla, y envié dos oficiales a custodiar a la doctora mientras está en observación, aunque no puedo hacer mucho por las amigas de la hermana de la desaparecida, según se me informó podrían retirarse en cualquier momento si lo desean ya que no tienen heridas graves.
— ¿Y la joven?
—Está aquí hablando con ellas. Señor, si lo que dice ese hombre es cierto, me temo que podrían tratar de atentar contra la vida de ella nuevamente, todo esto sin contar lo de la modelo.

Céspedes asintió, pero antes de hablar respiró muy profundo.

—Primero hay que separar los hechos concretos de las suposiciones. El suicidio de esa modelo es un suicidio hasta que los forenses digan lo contrario, y según lo que me dijiste, la relación de ella con la hermana de la desaparecida es circunstancial.
—La joven dice que fue ella quien le dio la información de la clínica.
—Sin embargo no hay prueba de ello, ni de la existencia física de la clínica.
—Pero señor...
—No estoy diciendo que sea mentira, solo estoy separando las cosas. Como decía, todo lo que tiene que ver con la muerte de la modelo es circunstancial, y ahora que está muerta, lo que puede o no haber pasado con la mujer no nos es posible confirmarlo. Ahora bien, los dos intentos de homicidio son algo concreto.
—Tenemos el testimonio del oficial que lo detuvo después del segundo, además también disparó contra él. Del primer intento no hay testigos, pero el hombre lo reconoce y por su estado mental creo que no va a negarlo después.
—Hiciste lo correcto en no dar aún aviso de secuestro, eso genera un movimiento grande de personal y tienes que descartar primero que haya otro móvil. ¿Hasta ahora te han dado algún informe del doctor?
—Nada que sobresalga, pero según la joven la doctora y él se conocían, pero mientras no despierte no puede aportar mucho. El problema principal es que si la mujer desaparecida está en un estado de salud delicado, no podemos saber si está recibiendo los cuidados necesarios, eso aumenta la presión por encontrar el vehículo, al doctor o al hombre de la chatarrería.
—Es mejor concentrarse en eso de momento.

Mayorga asintió, pero desvió la mirada hacia un costado y vio a Matilde en el pasillo, fuera del lugar en donde estaba su amiga, sentada sola mirando al vacío. Se disculpó y fue a hablar con ella.

— ¿Habló con ella?
—No quiere saber nada de mi —replicó ella sin mirarlo—, estoy perdiendo a mi amiga y tuve que decirle a Soraya que se alejara también, lo estoy haciendo por su bien pero no puedo evitar sentir tristeza por escuchar lo que me dijo.
— ¿Hablaron algo concreto?
—Su esposo va a llevar a ambas fuera de la ciudad, de todos modos él tiene familiares en varios sitios en el país, es lo mejor, además Soraya va a estar mejor con ellos, se van a acompañar mejor.

El policía hizo una breve pausa. La conversación con el comandante le había dado bastante luz, de modo que ya tenía claro lo que debía hacer.

—Es lo mejor mientras tanto. Matilde, necesito que me acompañe, de momento prefiero que se mantenga conmigo, ahora vamos a ir al despacho del abogado para revisar lo del contrato. Voy a presentarle al comandante Céspedes, es de mi absoluta confianza y está ayudándome con las operaciones ahora mismo.


2


Roberto Medel estaba mucho más tranquilo de lo que se esperaba. La huida había sido un poco tortuosa debido a la intervención de Matilde, pero lo que importaba era que tenían a Patricia en su poder y que solo era cosa de un par de horas para poder capitalizar el esfuerzo. La bodega en la que se encontraban tenía buena iluminación y escondía a la perfección el furgón y el auto, pero solo era temporal; Bernardo no estaba de  buen humor en esos momentos.

—Las cosas salieron bastante mal Roberto, la policía debe estar buscándonos.
—No me digas ahora que te preocupa que la policía —dijo el doctor con una media sonrisa—, porque no te creo.

Bernardo inspiró y su abultado abdomen pareció agrandarse por un momento.

—No eres mejor que yo Medel, recuerda que no es la primera vez que estamos haciendo trabajos juntos.
—Estoy consciente de ello, así que no hagas un escándalo; de todos modos como te diste cuenta, era urgente salir de ese sitio.
—También podríamos habernos desecho de esas mujeres, era muy sencillo.
—Era dejar pruebas de sobra. Para cuando averigüen que efectivamente tiene razón y que me llevé a esta mujer, ya habremos sellado el trato.

El otro se cruzó de brazos.

— ¿Cómo es que estás tan convencido de que esa gente con la que hablaste va a pagar una gran cantidad de dinero por esa mujer?
—Porque estudié muchos años y sé de lo que estoy hablando; es una mina de oro, y lo mejor es que solo tenemos que dejarla con ellos y llevarnos el dinero.
—Espero que sea así.

Medel había tomado la decisión en el último momento, casi cuando estaban llamándolo para avisarle que la hermana iba en camino; no era cualquier cosa, era dejar todo lo que conocía y su estilo de vida, para empezar de cero, completamente de cero. Pero estaba seguro de tener en sus manos el negocio del siglo, no podía dejarlo pasar, de modo que hizo algunas llamadas y obtuvo la respuesta correcta. No por haber dejado el turbio negocio de tráfico de órganos en el que había estado involucrado años atrás significaba que no tuviera los medios para contactarse, y aunque nunca creyó hacerlo, fue gratificante obtener respuesta. Lo demás solo fue organizar las cosas para llevarla consigo, a pesar de todas las intervenciones.

— ¿Cuánto más crees que se van a demorar?
—Calma.
—Rayos.
—Ni siquiera ha pasado una hora —dijo mirando hacia la camilla—, tranquilo, ya van a contactarme para que podamos hacer el intercambio.

El doctor desvió la mirada de la mujer en la camilla mientras seguía hablando con el otro hombre; desde el ángulo en que él se encontraba, no pudo ver que Patricia había abierto los ojos.



3


El paso por el despacho del abogado no había sido largo, pero sí entregado nefastas noticias. El profesional se encontraba disponible y confirmó las palabras de Matilde acerca de la oficina y la firma del contrato, pero por desgracia también anunció que su oficina había sido invadida y robado de ella una serie de documentos, entre los cuales estaba el contrato. Mayorga no se sorprendió de escuchar eso, de hecho casi se lo esperaba, lo de confirmar cada una de las palabras de Antonio acerca de mucha más gente involucrada en ese caso. Matilde en tanto no experimentó mucho cambio en su estado de ánimo, probablemente porque tampoco le resultó sorprendente, cosa que él entendía con facilidad ya que estaba al tanto de todo lo que la joven vivió esa mañana, aunque no dejaba de admirarse de la fuerza que estaba demostrando en momentos adversos, lo que de forma muy probable se debiera a que tenía un objetivo mayor, proteger a su hermana. Dejando a un oficial encargado de recopilar la mayor cantidad de información posible, Mayorga, acompañado de Matilde, fue a la oficina de Céspedes para poder hablar con tranquilidad y tomar algunas decisiones importantes.

—Matilde, acaban de informarme que hay un dato acerca del furgón, tengo a mi gente siguiendo esa pista, así que pronto deberíamos tener alguna noticia nueva.
—Gracias.
—Se ve muy cansada —dijo él mirándola por el retrovisor—, creo que debe comer algo, apuesto que no lo ha hecho.

La joven miró al policía. Era probablemente el tipo de oficial perfecto, siempre pensando en todos los detalles y ocupándose de las personas a quienes quería ayudar; probablemente era la mejor casualidad que le había sucedido, aunque muy en el fondo seguía teniendo temor de volver a encontrarse con una sorpresa como la que había significado Antonio y el doctor Medel. Pero por alguna razón y a pesar de todo lo ocurrido, no conseguía sentir desconfianza de él en esos momentos, a pesar de no conocerlo más que desde hace poco. Quizás un sentimiento compartido con Patricia, que en su momento confió en él lo suficiente como para, según las palabras del propio oficial, cambiar su destino.

—No tengo hambre.
—No dije que la tuviera, dije que debía comer algo, necesita estar fuerte o de lo contrario tendré que mandar a internarla por un cuadro de anemia.

No era una amenaza pero tenía razón. La joven asintió.

—Gracias.
—No me lo agradezca, por falta de tiempo tendrá que comer en el auto mientras avanzamos.
—No importa ¿Dónde vamos?
—A organizar algunas cosas en la oficina del comandante.
—Él parecía muy preocupado cuando me lo presentó.
—Siempre se involucra en los casos —explicó él—, por eso es que tengo confianza en él, porque es un policía ejemplar, además tiene tanta experiencia que sé que es la persona indicada para apoyarnos. De momento estamos a la espera de lo que diga el forense, que por suerte accedió a apurar la autopsia de la modelo, y a las indagaciones que realice mi equipo con respecto a la historia de Medel y el vehículo desaparecido.

Céspedes no se parecía a Manieri, el superior y en muchos sentidos mentor de su hermana, pero su actitud ante una situación adversa era la misma y eso le infundió confianza, aunque desde el principio todas sus fichas estaban en Mayorga. Estaba tan angustiada o más que antes por su hermana, y a eso agregaba la tristeza por las recriminaciones de Eliana, pero lo mejor era mantener las cosas así. Solo que tenía que encontrar la forma de saber de sus padres sin hablar directamente con ellos. No podía seguir cometiendo errores, porque si bien era muy probable que las cosas en Río dulce siguieran igual y ellos no pretendieran aparecer de sorpresa, la incertidumbre la mantenía más alerta aún. El auto se detuvo junto a un restaurante de comida al paso.



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