La última herida Capítulo 21: Nadie en quien confiar - Capítulo 22: Otro rostro




El tránsito desde el café en donde una nerviosa Eliana los esperaba hasta el depósito de chatarra del que habló Roberto Medel se hizo tan breve como intenso; Eliana estaba con los nervios de punta después de su experiencia anterior, y ver a Matilde y Patricia no hizo más que aumentar su angustia, pero de momento decidieron dejar las explicaciones para un momento más apropiado.

— Es ahí.

Romina estaba exhausta para el momento en que llegaron al lugar, que no era otra cosa que un gran sitio cercado dentro del cual había vehículos por partes en todas direcciones, siguiendo algún tipo de patrón que de seguro el dueño entendía a la perfección; el olor a aceite y a metal se sentía a distancia y formaba una atmósfera lejana a la ciudad, algo como un paisaje antiguo y cerrado, con un ritmo propio.

—Roberto, qué sorpresa.

Medel se bajó de la ambulancia y saludó a un hombre gordo y grande que avanzaba hacia él a paso lento mientras se limpiaba las manos con un trapo; el hombre sonrió ampliamente.

— ¿Y quién es la señorita?
—Necesitamos meter la ambulancia aquí.

El hombre no replicó y se dio la media vuelta; abrió el portón del lugar con un sonido metálico que no guardaba relación con el ambiente impregnado de aceite y se quedó a un costado mientras el vehículo entraba. Romina descendió del vehículo con las llaves en las manos intentando demostrar confianza en sí misma, aunque se sentía cada vez más cansada. Habían acordado dejar a las demás dentro de la ambulancia mientras consiguieran el vehículo en el que transportarse y hacer que salieran en el momento preciso, de modo que ella estaría el pendiente hasta que fuera necesario.

— ¿Que necesitan?
—Una camioneta grande de preferencia.
—Tengo una camioneta pero no es grande ¿Traen una carga?

Romina le dio a Roberto una mirada de advertencia, pero él se encogió de hombros sencillamente.

—Tenemos una camilla y tres personas.
—No es tan grande —repuso el hombre cruzando los brazos—, tendrían que llevarse la camilla en la camioneta y los demás en un auto, es pequeño pero les servirá.
—Está bien.
—Esperen un momento.

El hombre desapareció tras uno de los caminos formados entre los escombros, momento que aprovechó la mujer para acercarse al doctor.

— ¿Se supone que hay una forma de pagar o algo así?
—De momento no —dijo el hombre—, no es necesario, él sabe que puede confiar en mí y que le voy a devolver los vehículos, la ambulancia es una garantía mientras tanto.

Romina miró la ambulancia y las abolladuras en el morro. Ya encontraría la forma de restaurar eso después, en ese instante era importante solucionar lo más inmediato y sacar de allí a Patricia era primordial. Cuando dio la vuelta vio que el doctor tenía algo en las manos.

—Lo siento Romina, no voy a dejar que se la lleven.
—Que...

No pudo decir nada más. El golpe que recibió no fue con intención de hacer un daño grave, pero si con la fuerza suficiente para tirarla de espalda; la mujer chocó contra el morro de la ambulancia y se desplomó al suelo, aturdida por el golpe.

— ¿Qué fue eso?

Soraya reaccionó al escuchar el golpe y miró hacia adelante, pero  a través del vidrio del parabrisas no se veía nadie. Sin pensarlo fue a la parte trasera y abrió el cerrojo de la puerta, pero de inmediato algo jaló haciéndola salir atropelladamente.

— ¡Soraya!

La mujer trastabilló bajando del vehículo al perder el equilibrio, pero antes de poder recuperar el equilibrio, el hombre que había tirado de la puerta se abalanzó sobre ella.

— ¡No!
— ¡Soraya!
— ¡Auxilio!

Eliana entró en pánico y bajó de un salto de la ambulancia, mientras Matilde intentaba infructuosamente sujetarla; sin embargo la carrera de la mujer no fue muy larga, ya que otro hombre en el exterior la sujetó con un movimiento violento. Entre los gritos de ella y el forcejeo entre Soraya y el primer hombre, Matilde reaccionó instintivamente y se arrojó al exterior para tratar de liberarla, pero entonces un tercer hombre se hizo presente en la escena, y era el mismo que los había recibido en primer lugar.

— ¡Por qué están haciendo eso, déjennos en paz!

El hombre le dio una bofetada que la arrojó al suelo de golpe. Durante un eterno momento la joven solo vio oscuridad, sin saber muy bien en donde estaba, pero la adrenalina hizo efecto y la llevó a levantarse del suelo con más energía que claridad del espacio a su alrededor; esto tomó al hombre grande por sorpresa y le permitió ponerse de pie y tomar una vara de metal del suelo casi al mismo tiempo, pero ver a uno de los otros hombres acercarse a la cabina de la camioneta le hizo entender todo ¡Querían llevarse a Patricia!

—No lo hagas más difícil niñita.

El hombre la miró amenazadoramente pero no se acercó, consciente del peso de la improvisada arma que la mujer tenía en sus manos; Soraya en tanto intentaba liberarse sin éxito, mientras que Eliana solo lloraba y gemía bajo el abrazo forzoso de su captor. Por un momento la joven no supo qué hacer, no importaba lo que pretendiera, ella o una de sus amigas resultaría lastimada, pero dejar a su hermana a su suerte no era una opción. Sin pensarlo dos veces corrió hacia la parte delantera del vehículo, pero su carrera se vio interrumpida al ver a la doctora tirada en el suelo; el impacto la hizo perder el paso y dio tiempo suficiente para que el tipo que estaba subiendo al volante alcanzara a cerrar la puerta.

— ¡Deja en paz a mi hermana!

Llevada por la ira y la desesperación, Matilde solo atinó a lanzar un golpe con la vara metálica, y con ella destruyó el vidrio de la ventana, haciendo que el hombre se cubriera la cara con las manos.

— ¡Déjala, ya tenemos lo que queríamos!

Esa era la voz de Medel. Matilde volteó hacia atrás y vio que alguien estaba sacando la camilla con Patricia en ella, y como activada por un resorte volvió a correr en esa dirección.

— ¡Patricia!

Rugió con toda su fuerza mientras llegaba a la puerta trasera: el doctor Medel y el hombre gordo tenían la camilla abajo del vehículo mientras un poco más atrás Soraya seguía intentando soltarse, pero no se veía a Eliana por ninguna parte.

— ¡Deje a mi hermana!

Miró directamente a Medel alzando la vara metálica en las manos, pero alguien apareció de un costado y se arrojó sobre ella, derribándola.

— ¡Noo!

Cayó con todo el peso del hombre sobre ella y perdió la vara; sintió el golpe en la espalda y la cabeza y nuevamente su vista quedó ciega, solo que en esa ocasión no alcanzó a reaccionar cuando unas manos la tomaron por los hombros y la azotaron contra el suelo otra vez.

— ¡Ahhgg!

Se retorció en sí misma al sentir el golpe en la espalda. Su propio grito se oyó como un sonido gutural, con la garganta cerrada por el impacto, el cuerpo resguardando su propia integridad cerrando las vías. Luchó por ponerse de pie, escuchando con horror el sonido de un motor, pero no era la ambulancia a su lado ¡Patricia!

—No...

Hizo un esfuerzo supremo y consiguió arrodillarse, esforzándose en ese momento por enfocar la vista en lo que tenía delante; un furgón negro estaba echando marcha atrás ¡Se la estaban llevando!

— ¡Patricia no!

Se desgarró la garganta al gritar, pero esa expulsión de energía hizo que tuviera fuerzas para ponerse en pie. No se ocupó de lo que estaba pasando a su alrededor ni de la imagen en su mente de la doctora tendida en el suelo, solo reaccionó y corrió de vuelta a la cabina de la ambulancia, subió y trató de encender, pero las llaves no estaban.

— ¡No, no!

Miró en derredor tratando de encontrarlas, y las vio en el asiento del copiloto, seguramente abandonadas por el hombre que la iba a echar a andar en un principio. Con manos firmes encendió el vehículo, y sin esperar más retrocedió a toda velocidad mientras por el retrovisor veía desaparecer al furgón negro.
No iba a detenerse, tenía que sacarla de ahí, conseguir ponerla a salvo de nuevo, había pasado demasiado como para quedarse así nada más.

— ¡Patricia!

La ambulancia era un vehículo muy pesado y ella no tenía costumbre de conducir, de hecho solo en las vacaciones conducía una de las camionetas pequeñas de sus padres en el campo, pero sujetó el volante con todas sus fuerzas y giró en la misma dirección que el furgón. Con dificultad logró enderezar la marcha y presionó el acelerador con fuerza, ignorando los gritos de los músculos de su cuerpo que rogaban por descanso. Salió a la calle, aparentemente por otra salida, a poca distancia de quienes huían, pero aún estaba demasiado lejos de ellos; con la vista fija en su objetivo, Matilde le suplicó al motor  rindiera un poco más, y sin pensar en ninguna otra cosa, aceleró a fondo y consiguió ponerse por delante del furgón, tras lo cual frenó.

— ¡Ahh!

Sintió golpe del choque y trató de evitar el latigazo en el cuerpo, pero solo lo consiguió a medias. Aún llena de adrenalina volvió a tomar el volante entre las manos y giró, para atravesar la ambulancia y evitar que huyeran, pero otra vez se vio sorprendida cuando un sonido muy fuerte seguido de una especie de estallido remeció el vehículo en el que estaba. El sacudón la hizo comprender que la habían chocado, pero al presionar de nuevo el acelerador sintió un agudo chirrido metálico ¡Un neumático! La máquina se negó a moverse con la misma ligereza anterior, y solo se desplazó un par de metros entre el intenso sonido, hasta que la joven, presa de la desesperación, bajó a la carrera, aunque solo para ver como el furgón se alejaba a toda velocidad.


2


La unidad médica de urgencia en la que terminaron era bastante pequeña y se encontraba a cierta distancia de la chatarrería donde Patricia había sido secuestrada; estaba abarrotada de gente, pero la presencia de la policía hizo que les dieran atención primero que al resto. Eliana estaba sedada luego del shock que había sufrido antes, y tanto Soraya como Matilde estaban en observación. La doctora había sido derivada a otro centro. Matilde se había negado desde el principio a ser internada o detenida de cualquier manera, pero la aparición de la policía muy pronto luego de los hechos no le dejó muchas alternativas. Después de minutos de gritos y ruegos consiguió que una patrulla siguiera el rumbo aún desconocido del furgón y entregó los datos que tenía del doctor Medel, pero fue el nombre y cargo de su hermana lo que hizo que el oficial superior prestara más atención, diera las órdenes correctas y además la acompañara hasta la urgencia. Una vez que el doctor que la examinó descartó heridas graves, encargó que le curaran el corte en la pierna y los rasguños sufridos en el fallido intento de rescate y la dejó en observación. El policía a cargo de la investigación se identificó como Cristian Mayorga, era un hombre alto y de figura fuerte, de mirada sincera y voz ronca, que entró en el cubículo con un asentimiento de cabeza.

— Mi gente sigue buscando el furgón.
—Gracias oficial.
—Llámeme Cristian —replicó él con amabilidad— ¿Cómo está?
—Tranquila.

No era verdad. Matilde tenía los ojos secos al igual que el alma, en esos momentos no podía siquiera llorar, después de la experiencia vivida ¿Cómo había llegado hasta una situación como esa? Las cosas no solo estaban fuera de control, también había algo más peligroso y que probablemente estaba ahí desde el principio y que no quiso ver en su momento. El policía había escuchado atentamente sus palabras y enviado gente a buscar el furgón negro y averiguar acerca de Medel y Antonio sin mostrarse incrédulo frente a la historia del secuestro que siguió al intento de asesinato, o tal vez era algún tipo de respeto por el estado mental en que ella se encontraba.

—Matilde.
—Dígame.
—Matilde, sé que está pasando por una situación que resulta muy fuerte, pero necesito que hable conmigo, que me diga todo lo que sucedió, detalle por detalle, para poder ayudarla.

Antonio les había disparado después de utilizar a Eliana para llegar hasta ellas, y por una providencia del destino habían escapado con vida, solo para terminar perdiendo a su hermana nuevamente y ser testigo del shock por el que pasó una de sus amigas y la agresión de la otra, además de las heridas que sufriera la doctora Miranda.

—Matilde.

Estaba sentada en la camilla, contemplando el parche en la pierna y los diversos cortes en los brazos, que de seguro se los hizo al subir a la ambulancia con los vidrios rotos o cuando la golpearon después. Todo había salido horriblemente mal.

—Matilde.

El hombre usó un poco de su voz autoritaria, la misma entonación que ella escuchara esa ya lejana mañana de voz de su propia hermana. Parecía que entre ese día y el presente había años luz de distancia. Levantó la vista hacia él.

—Sí.

El hombre la miraba fijamente a una distancia prudente.

—Hable conmigo. Necesito información para poder ayudarla, a usted y a los demás.
—El único nombre que sé es el del doctor Roberto Medel, se lo dije antes.
—No hablo de eso. Hábleme de lo que pasó antes, necesito que me dé mayor información.

La joven no contestó. El policía pareció darse por vencido, pero no dejó de hablar.

—Escuche, sé que está mal, pero cuando me dijo que su hermana era policía, que era Patricia Andrade... sabe, se supone que los policías tenemos que ser completamente imparciales, pero es inevitable que cuando le pasa algo a uno de los nuestros nos afecte de un modo mucho más personal. Y a mí en particular, escuchar que Patricia otra vez estaba en una situación complicada, me hizo mucho mal. No debería estar hablando de esto, pero aunque no la conozco mucho, Patricia tuvo una influencia muy grande en mi vida y en mi forma de enfrentar el trabajo.

Todo lo que había pasado hasta ese momento era como una bola de nieve que no hacía más que crecer. Ese policía le decía que hablara con ella, que le diera la información. Antes lo hizo, con Antonio, con el doctor Medel ¿Había logrado que el peligro llegara más rápido? Creyendo hacer lo mejor solo había causado desgracias.

—Hace tres años —dijo él hablando solo—, estaba recién salido de la escuela, creía que era el dueño del mundo y que iba a salvar a todos con mi gran poder. Era más ingenuo que autocomplaciente, gracias al cielo. Entonces vi  un carterista quitarle el bolso a una señora, y salí a perseguirlo; lo atrapé, pero fui descuidado y permití que el tipo me quitara el arma y saliera disparado con ella. Entonces —continuó con una risita nerviosa—, apareció Patricia, corriendo como una maratonista. Cielos, corrió y corrió y lo atrapó limpiamente; me reprendió como era de esperar, pero aunque debería haberme denunciado a mis superiores por mi pésima actitud, no lo hizo, aunque me obligó a prometer hacer horas extra de servicio durante un mes sin pedir remuneración. Lo que hizo en esa ocasión, su forma de resolver una situación y de, a la vez, enseñarme algo tan importante como a preservar el orden y guardar respeto por mi trabajo hizo que aprendiera una gran lección y decidiera hacer las cosas de la manera más eficiente, siempre pensando en los demás y en todas las posibilidades. Recuerdo que al mes le mandé una caja de chocolates carísimos como agradecimiento junto con una nota diciendo que jamás volvería a cometer el mismo error si podía evitarlo, y me envió de vuelta una nota diciendo que no parecía muy agradecido si pretendía que engordara comiendo esas cosas.

Matilde levantó la vista hacia él. Los chocolates. Lo recordaba porque un fin de semana su hermana le había dicho que hicieran un panorama de hermanas con películas y esas cosas, y llegó con una caja de bombones, de todos tipos. Y recordó cómo le dijo que eran un regalo de un policía nuevo al que le había salvado la vida. Era él.

—Cometí muchos errores —dijo sintiendo la garganta cerrada—, hice todo mal pensando que estaba ayudando a mi hermana, y ahora ella está desaparecida y hay muchas personas sufriendo. No quiero que nadie más sufra por mi culpa.

El policía le dedicó una mirada de comprensión, aunque decidió mantenerse a distancia de todas maneras.

—Solo quiero ayudarla Matilde. También quiero que esto termine.

¿Lo haría Patricia? ¿Confiaría ella en ese policía, al que una vez había ayudado?

—Ni siquiera sé por dónde empezar, han pasado tantas cosas y además de eso, hoy todo ha sido un infierno.

Mayorga iba a decir algo pero se interrumpió para hablar por el radio. Su rostro se contrajo mientras escuchaba, aunque se esforzó por sonar profesional mientras daba algunas instrucciones. Después la miró.

—Hay un hombre herido y detenido ahora mismo. Me informan que fue en el sector en que usted dice que le dispararon.
—Debe ser él —replicó ella ansiosamente—, no pueden dejar que se vaya.
—No se irá Matilde. Escuche, vamos a hacer lo siguiente: haré que alguien de sistemas investigue algo acerca de ese hombre y del doctor del que me habló, y usted va a decirme todo lo que sucedió. Le prometo que haré lo que esté en mis manos para encontrar a su hermana.



Capítulo 22: Otro rostro


Aquel 27 de Junio estaba convirtiéndose en el día más largo de la vida de Matilde. Mientras entraba en la oficina del oficial Mayorga miró la hora en el reloj de la pared y se sorprendió de ver que daban las cuatro de la tarde, aunque en realidad pareciera que habían pasado décadas desde que las cosas estuvieran en orden. Estaba en un estado mental difícil de identificar aún por ella misma en esos momentos mientras las cosas se sucedían alrededor.

—Siéntese por favor ¿quiere un café o algo para beber?

Matilde le aceptó café principalmente porque por momentos las fuerzas la abandonaban y sentía que iba a desmayarse; sin importar lo que estuviera sucediendo, no podía quedarse quieta ni detenerse, no mientras las cosas siguieran ese curso tan extraño. Mayorga consiguió sacarla de la urgencia a pesar de las protestas del doctor, y aunque se lo ofreció, la joven prefirió ir a la unidad a decirle toda la información que mantenía en su poder antes de ver a Eliana y Soraya; solo sabía que la segunda estaba en observación y que a la primera la mantenían sedada a la espera de alguna evolución y la llegada de su esposo.

—De camino me estaba diciendo que ese hombre llamado Vicente también podría estar involucrado de alguna manera, o que al menos eso es lo que usted cree.

El viaje no había tomado más de quince minutos, pero tan pronto subir a la patrulla y sentirse, de alguna manera, en un espacio protegido, comenzó a relatar los hechos desde el momento de la internación en urgencias luego del accidente con el delincuente, por lo que al llegar a la unidad estaba casi terminando el relato más antiguo de todo. Se dio cuenta de estar por primera vez hablando con total claridad, entregando todos los datos, de la misma manera que lo haría con alguien como sus padres o su hermana en un momento común. En pocos minutos ya había terminado de contar toda la historia.

—En éstos momentos mi gente está revisando información acerca de Antonio Salgado y Roberto Medel, las personas de quien me pudo entregar algún dato más completo, y envié a alguien a la urgencia a ver si hay algún tipo de novedad, aunque lo más probable es que ya haya algún tipo de denuncia por la forma en que ustedes sacaron de ahí a su hermana más que otra cosa.

Matilde se terminó el café con más decisión que ganas y miró al policía, que mientras hablaba con ella hacía una serie de apuntes en una libreta.

—También la modelo, a fin de cuentas ella tiene que ver con que yo haya llegado a la clínica en primer lugar, y es importante hablar con el abogado que me acompañó en la firma del contrato, tendría que haberlo contactado temprano pero con todo lo que sucedió me fue imposible. Oficial.
—Cristian —dijo él amablemente.
—Cristian —concedió ella—, usted dijo que Antonio estaba detenido ¿No van a soltarlo?
—No se preocupe por eso, apenas recibí esa información envié uno de los míos a vigilarlo, está en un centro de urgencias, además sería difícil que saliera ya que por lo que sé, tiene una herida profunda en una extremidad.

Matilde no lograba sentirse contenta de saber a Antonio herido, pero sí tranquila al tener un medio por el cual confirmar que ese hombre no andaba por ahí tratando de matarla. Pero entonces las preocupaciones se desplazaban a otra persona.

—Hay que encontrar a Medel y a esa gente que lo ayudó, tengo mucho miedo por mi hermana.

Mayorga la miró fijamente, dejando de lado por un momento sus notas.

—De eso quería hablarle, creo que hay algo más en todo esto.
— ¿Qué quiere decir?
—Que su historia es rara —dijo con sinceridad—, quiero decir, no veo por qué motivo él hizo las cosas de la manera que las hizo.

Matilde levantó las manos en gesto de impotencia.

— ¡Pero agredió a la doctora, estaba ahí con ellos llevándose a mi hermana, lo escuché diciendo que ya tenían lo que querían!

El oficial puso las palmas por delante en gesto pacificador.

—No estoy diciendo que usted me mienta Matilde. Escuche, vamos a partir porque yo creo en lo que me dice, no tendría nada en éste caos si no le creyera.
—Pero...
—A lo que quiero llegar es a que usted piensa que él está involucrado con el asunto de la clínica al igual que Antonio, pero al escuchar su relato no me da esa sensación.
—No lo comprendo.

Mayorga se puso de pie y se acercó a un pequeño diario de pared donde había una serie de imágenes. Despejó un espacio y se hizo de unos círculos de colores.

—Usted me dijo que cuando llegó a la urgencia con su hermana, ella fue derivada con el doctor, que en un principio la acusó de consumo de drogas.
—Sí.
—Si él ya estaba involucrado en el caso —puso un círculo detrás de otro para explicar los pasos de la parte de la historia que estaba relatando—, no tendría sentido que le dijera a usted que fuera a buscar más información, mucho menos que dejara espacio para que pudiera regresar.
—Pero se llevó a mi hermana —dijo ella a la defensiva.
—Sí, pero a lo que quiero llegar es a que no por ocurrir algo relacionado con la misma persona quiere decir que tiene la misma motivación. Medel pudo llevarse a su hermana cuando usted salió de la urgencia en las dos ocasiones en que lo hizo, de hecho pudo borrarla de los registros, pero no lo hizo.

Matilde se cruzó de brazos sin estar convencida de nada.

—No lo sé, tal vez estaba simplemente esperando el momento oportuno, y le resultó más fácil salir de la urgencia con ayuda que por sus propios medios.
—Porque tal vez no tenía pensado llevarla a otra parte desde un principio.
—No sé a dónde quiere llegar.

El hombre se encogió de hombros.

—Yo tampoco. Pero sí puedo decirle que existe una posibilidad de dos móviles relacionados en vez de solo uno. Piense en esto, si Antonio intentó matarla, dos veces ¿Por qué él no? En términos comparativos, Medel tuvo infinitas oportunidades más de matarla, tan solo tuvo que administrarle una dosis letal de cualquier medicamento con un vaso de agua diciendo que era un calmante para sus nervios. Y otra cosa más, usted dijo que cuando llegaron a la chatarrería, fueron atacadas por al menos tres hombres, lo que es casi igual a lo que dijo su amiga, pero por la forma en que sucedió, no parece haber sido planeado con anticipación, o de lo contrario, por ejemplo, habrían usado contra ustedes el arma que usaron después. Hay demasiadas cosas que no calzan Matilde.

Visto de esa manera tenía bastante sentido, pero al mismo tiempo significaba agregar una serie de incertidumbres más.

— ¿Entonces qué?
—Lo que creo —dijo él arriesgando mucho—, es que el doctor vio que tenía en las manos algo que podía serle útil, y después de mucho pensarlo, tomó la decisión de hacer algo al respecto.
—La doctora lo conoce —reflexionó ella—, en teoría ella debería poder darnos alguna luz al respecto.
—Mientras siga en cuidados intensivos no nos es de utilidad, de modo que tenemos que concentrarnos. Usted dijo que él le hizo muchas preguntas acerca del tratamiento ¿No es así?
—Sí. Supuse que era obvio ya que lo de la clínica era algo fuera de lo común.
—No quiere decir que no lo sea. No sé nada de medicina, pero sí sé que las personas pueden dejarse llevar por la ambición y que usted y su hermana estaban involucradas con una clínica fantasma en la que le administraron un tratamiento tan poderoso, que mientras fue aplicado hizo cambios increíbles en su piel. Tal vez pensó que tenía un gran negocio en las manos.

Sonaba bastante sensato.

—La verdad es que no puedo decir si es así o no, siempre se mostró tan ocupado del caso, que no creí que...
—No creyó que la traicionara —dijo él terminando la oración—, pero debe recordar que el caso es diferente a Antonio porque él era su amigo.

Iba a decir algo más, pero recibió una llamada en el teléfono de su escritorio.

— ¿Hola? Sí. No, te escucho. Muy bien, voy a pasar por ahí tan pronto como pueda, mientras tanto deben seguir con eso. ¿Cómo? Sí, algo escuché de eso, pero no veo que tiene que ver con...

Se quedó muy quieto mientras escuchaba lo que estaban diciéndole. Algo malo, porque su expresión cambió por completo.

— ¿Estás completamente seguro de lo que me estás diciendo?

Por un momento miró a Matilde, pero desvió la vista de inmediato, aunque solo ese instante bastó para arrebatarle la poca calma que tenía.

—Está bien, entiendo. Escucha, de ahora en adelante cualquier dato adicional de lo que les pedí, me avisas. No, a mi celular, directamente. Gracias.

Cortó y se quedó un momento quieto, evaluando la forma de decirlo, pero ya desde antes sabía que no existía forma de hacerlo bien, o siquiera menos impactante.

—Matilde, tenemos que salir de aquí ahora mismo, surgió algo inesperado.

La joven se puso de pie casi al mismo tiempo que él.

— ¿Qué pasó?
—La modelo Miranda Arévalo —dijo en voz baja, aun sabiendo que eso no cambiaría nada—, su verdadero nombre es Ariana De Rebecco. La encontraron muerta en su departamento ésta mañana.


2


Sin mediar mayores explicaciones ni preguntas, Matilde acompañó al policía fuera de la estación y subió con él a su auto de servicio. El corto trayecto hasta el asiento del automóvil fue pesado y vago, como si cualquier energía que estuviera acumulando desde la conversación con Mayorga se hubiera mezclado nuevamente con miedo. La modelo había sido siempre su última esperanza desde que la clínica desapareció, la persona que podía darle alguna luz o método para encontrar a esa gente cuando más los necesitaba. Y estaba muerta.

—Fue Antonio.
—Es improbable que haya sido él Matilde, estaba siguiéndola a usted, pero sí creo que todo está relacionado y que debo moverme rápido.
— ¿Por qué?

Porque las personas alrededor de las hermanas estaban en riesgo latente, pensó el policía. Pero no podía decírselo, al menos no de esa manera.

—Porque creo que su amigo debe darnos varias explicaciones, ya que de todos los involucrados es el primero al que tenemos en nuestras manos. Tengo una persona que está yendo ahora mismo al despacho del abogado que me nombró antes, para que podamos realizar algún tipo de análisis al contrato. Usted se va a quedar en el auto mientras yo interrogo a Antonio.
—Quiero estar presente.

Mayorga negó con la cabeza. Qué parecidas eran en algunas cosas.

—De ninguna manera, es innecesario.
—Pero quiero estar —replicó ella con más fuerza—, quiero mirarlo  los ojos, que me diga en mi cara por qué intentó matarme, quiero que me mire con la misma frialdad que fuera de ese ascensor y me diga qué es lo que pretende.

Estaba ahogada, con los ojos inundados en lágrimas, pero se contuvo. Antonio vio que era mala idea haberla llevado con él, pero viendo las cosas como estaban era lo único que se le ocurría. Patricia había sido secuestrada por un doctor después de sufrir un ataque presumiblemente provocado por una falla en un tratamiento invisible de parte de una clínica fantasma, un amigo de Matilde había tratado de matarla en dos ocasiones y la modelo que le dio el dato de la clínica en primer lugar estaba muerta. Era demasiado peligro como para dejarla por las suyas o en la unidad policial, y lo peor era que la doctora Miranda y las amigas de la joven estaban en sitios distintos, lo que dividía sus fuerzas. Necesitaba armar un grupo de los más confiables, y no tenía tiempo para lidiar con ella, de modo que optó por confiar en que la bomba no le explotara en las manos.

—Escuche, no estamos en una situación de rutina ni mucho menos, pero temo que si mis sospechas son ciertas, no sea solo ese hombre el que esté tramando algo, no puede simplemente pedirle explicaciones, además no creo que se las de con facilidad.
—Quiero verlo, por favor, no me deje fuera.
—Está bien, está bien —repuso él mientras giraba en una esquina—, entrará conmigo, pero bajo mis condiciones o la dejaré fuera.

Matilde asintió.

—Está bien.
—Esto es lo que haremos —dijo tratando de sonar convencido, aunque no lo estaba—, entraremos a esa urgencia y usted entrará conmigo, pero no dirá ni una palabra.
—Pero...
—Ni una —recalcó él—, quiero ver cuál es la reacción de él al verla viva y entera, no una escena de recriminaciones; verla serena podría servir mucho más como efecto en él, además recuerde que está herido y detenido, es decir que no tiene el poder como antes. Le aseguro que le preguntaré por qué lo hizo, qué tiene que ver con Patricia y con la clínica, pero necesito que me ayude con eso.

La joven asintió resignada. No sería fácil callar lo que pensaba de Antonio, pero seguiría las instrucciones de Mayorga, se lo debía después de confiar en ella.

—Estoy de acuerdo.

Minutos después llegaron a una urgencia diminuta y cuyo estacionamiento ya anunciaba que no era un día común: un par de patrullas estacionadas vigilaban todo. El oficial intercambió algunas palabras con los otros y entró delante de ella, tras lo cual los dos siguieron hacia el interior. Fuera del pequeño cuarto un oficial saludó escuetamente.

—Pase.
—Gracias.

Al entrar, Matilde se encontró con un Antonio en un estado que no se habría esperado. Despojado de la ropa, cubierto por la sabanilla blanca, tendido impotente sobre la camilla con la pierna derecha con vendas y apósitos, pero sonriente ante la visita.

—Matilde.

Al escucharlo sintió ganas de echarle las manos al cuello ¿Por qué se reía de esa manera? ¿Acaso no entendía lo que había provocado?

—Soy el oficial Mayorga —dijo Cristian con un asentimiento de cabeza—, Antonio Salgado, usted se encuentra bajo arresto por intento de homicidio.
—Qué gusto ver que estás bien —dijo el hombre de la camilla ignorando las palabras del policía—, pero eso no te va a durar mucho.
—Estoy hablando con usted —intervino el policía con más fuerza—, no haga como que no me escucha.

Antonio desvió lentamente la mirada hacia él.

—No quise ser descortés.
— ¿Por qué motivo trató de matar a Matilde?
—Para salvar mi vida.
— ¿De quién?

El hombre se encogió de hombros.

—De la gente de la clínica ¿De quién más?



Próximo capítulo: Palabras muertas

Broken spark Capítulo 9: El fin de la guerra




El vapor estaba terminando de disiparse en el aire para cuando Optimus y Rattrap recuperaron la conciencia de lo que estaba sucediendo allí.

—Por todas las estrellas —murmuró Rattrap levándose las manos a la cabeza—, siento como si una manada de predacons elefantes me hubieran pasado por encima ¿qué diablos es lo que está sucediendo?

Sus pensamientos eran algo confuso y nebuloso en esos momentos; a primer juicio, no podía decir con seguridad en dónde estaba ni lo que había sucedido con su existencia, sólo sabía con seguridad que estaba mal, que todo estaba mal.

—Rattrap ¿puedes oírme?
—Sí, pero no estoy seguro de que eso sea algo bueno.
—Quítate las manos de la cara, tienes que ver esto.

Pero no lo hizo. De pronto sintió un terror irracional de comprobar que las retorcidas imágenes que estaban pasando por su cabeza se comprobaran nada más al mirar alrededor.

—Rattrap…
—No, espera, yo…

Optimus no esperó más, y lo obligó a mirar alrededor. Tal como él mismo lo estaba experimentando, la verdad que se formaba al unir lo que veían sus ojos con lo que recordaba su mente resultaba escalofriante.

—No puede ser, no puede ser, no puede ser….

Optimus estaba tranquilo en apariencia, pero horrorizado por dentro. Pero demostrarlo mientras Rattrap estaba teniendo un shock no iba a servir de nada, de modo que se armó de valor y habló con determinación.

—Tienes que calmarte ahora.
— ¿Calrmarme? —exclamó mucho más alto de lo necesario— ¿Acaso no has visto en dónde estamos, no recuerdas lo que hemos hecho? Soy un asesino, soy un maldito asesino!

Optimus le dio una bofetada que lo arrojó contra la pared humeante del interior de la nave predacon, pero que sirvió para el objetivo de cortar el ataque del que estaba siendo víctima.

—Es suficiente. Sé lo que pasó, estaba ahí igual que tú. Pero ahora eso no es importante, hay muchas dudas que aclarar.

Rattrap se sentó en el suelo, destrozado.

—No, no hay nada que aclarar. Nos volvimos en contra de nuestros propios amigos, intentamos matar a Rhinox y a Cheetah, vinimos a ofrecer pleitesía a Megatron y nos encontramos con una nave destruida, que de seguro fue obra de ellos dos.
—Eso no lo sabemos.
—Por favor ¿crees que Megatron iba a destruir su propia nave? En este planeta somos la única forma de vida avanzada que puede manipular explosivos, es obvio que eso fue lo que sucedió.
—Rattrap…

Pero el roedor seguía hablando sin parar, sin escuchar o atender a sus palabras; quizás por primera vez en su vida, estaba viendo frente a sus ópticos la real magnitud de una guerra como esa, y su intensidad lo abrumaba al punto de la desesperación.

—Rhinox hizo lo que tú habrías hecho en una situación extrema ¿no es así? Tú resististe la acción de ese veneno que Dinobot te arrojó por más tiempo que yo, por eso no activaste tu jetpack para ir tras ellos es la misma que te habría llevado a inmolarte si fuese necesario, con tal de evitar la destrucción de nuestros objetivos. Y Rhinox es el único de nosotros que conoce la tecnología y tiene las agallas para hacerlo: vio que todo estaba perdido, que no habían más que predacons alrededor, y decidió pasar a la historia junto con ellos, volándolos junto consigo mismo por los aires. Casi puedo verlo, con su mirada serena y sabia, enfrentando la muerte, el fuego alrededor. No es la clase de vida que él quería.

Calló por un momento. Optimus estaba abrumado por la certeza de sus palabras, tan alejado de su charlatanería habitual, pero más de lo cerca que estaba de la realidad más posible. Sí, Rhinox se habría sacrificado al estar expuesto a una presión insostenible, usando su ingenio para burlar la mente retorcida de Megatron hasta que fuera demasiado tarde, y la bomba le explotara en las manos.

—Escucha, sé que resulta difícil de asumir, pero estuvimos bajo una especie de control mental; el mismo que se disipó cuando Dinobot nos arrojó hace unos momentos ese líquido tan extraño. Pero debes entender que no es tu culpa.
— ¡Sí que lo es! —gritó fuera de sí—. Es mi culpa, y la tuya también. Cuando sucedió, hubo un momento en que el sistema interno avisaba de una amenaza intracorporal peligrosa ¡pude haber activado un mecanismo de autodestrucción! Pero no lo hice, me quedé, y ahora todos están muertos, sólo queda ese maniático de Dinobot dando vueltas por ahí.

Rattrap no era ni de lejos la mejor alternativa de compañía, pero Optimus necesitaba de quien fuese a su lado; no podía seguir perdiendo oficiales.

—Tienes que levantarte. Necesitamos seguir en movimiento, salir de aquí y averiguar qué es exactamente lo que ocurrió. Que sea probable que Rhinox y Cheetah estén muertos no significa que lo estén, tenemos que continuar.

La respuesta de Rattrap, sin embargo, fue desprovista de toda la fuerza efusiva de antes.

—No. Ya no hay nada por qué continuar —declaró quedándose sentado en el suelo—. No puedo hacer más esto; antes estaba seguro de que íbamos a morir, ahora sólo quisiera estar muerto. Adiós Optimus, ve a buscar tu muerte heroica como tu nombre lo vaticina, cuando te des cuenta de que no tiene sentido, de que no queda nada, quizás regreses a esperar el final.

No dijo nada más, inmóvil en el suelo, como si su energía se hubiera extinguido de pronto.
Optimus lo observó un rato en silencio, intentando encontrar un argumento que a él mismo no le pareciera absurdo o sin fundamento. No lo encontró.

2

Megatron abrió los ópticos lentamente y los puso a funcionar en modo nocturno; lo primero que detectó es que estaba en un sitio que no era la nave predacon, pero tampoco el exterior. Recordaba a la perfección cómo Rhinox había entrado a la nave junto con Tarantula, y cuando él mismo estaba en los pasillos interiores, la explosión se sobrevino. Resultaba frustrante haber sido engañado por ese científico, pero en su rapidez de movimientos, Megatron pudo alcanzar una de las escotillas inferiores para ponerse a salvo.
Sin embargo la explosión había causado una serie de reacciones en cadena y detonaciones posteriores, una de las cuales lo arrojó a través del suelo, por una grieta grande que conducía a una serie de conductos subterráneos.

—Un interesante lugar, si…

Lo que sucedió en la superficie era sencillo de identificar: Rhinox había aprovechado la distracción que generó Tigreton con su aparición y, haciendo uso de un valor y descaro poco usual en los maximales, consiguió convencerlo provisionalmente de que se había convertido a los predacons; a pesar de esto lo envió junto a Tarantula para averiguar de una vez por todas lo que sucedía, pero el grandulón se apresuró y voló el interior de la nave con un explosivo de gran potencia.
En ese momento no importaba, porque lo que de verdad era valioso de entre las cosas de la nave, es decir, el disco dorado, seguía en su poder. Su plan de aumentar su ejército a costa de sus enemigos podían verse retrasados, pero aún quedaban vainas stasis con futuros seguidores, y en cuanto a Dinobot y los demás…tenía la impresión de que el saurio falló en su misión, lo que de por sí no era tan sorprendente como interesante. Si el grandulón se presentó ante él, las opciones eran dos: Optimus había muerto, o el veneno surtió efecto y lo volvió su seguidor ciego, en cualquiera de los dos casos contaba con el principal problema erradicado de raíz.
Continuó descendiendo a través de los túneles y pasadizos subterráneos, hasta que algo llamó su atención, a lo lejos: sonido de agua ¿un manantial escondido? Tal vez fuera cuna de mucho más, inclusive de alguna forma de energon primitiva o en abundancia, y de forma clara, un medio para salir a la superficie y terminar con todo eso de una vez por todas.

3


El tiempo que corría era valioso en cada segundo; Dinobot aprovechó la providencial circunstancia y lanzó contra los maximales el antídoto del veneno, y corrió con todas sus fuerzas, confiando en que, de la misma manera que con el veneno, su contraparte los mantendría unos instantes aturdidos antes de saber lo que había sucedido. Aún quedaba lo suficiente para él, pero todavía se encontraba muy cerca y era primordial esquivar el peligro.

—Vamos, vamos…

Salió de los restos de la nave en modo alterno, corriendo sin mirar atrás; en esos momentos los objetivos estaban muy claros, y el primero de ellos era mantenerse con vida a toda costa: el segundo, volver a tener el control total de sí mismo, cosa que en esos instantes le estaba costando muchísimo hacer. Sentía que todo su organismo le decía que lo que estaba haciendo era incorrecto, que debía volver y buscar los restos del líder predacon, en vez de seguir su propio instinto.

—Ya cállate.

Sentía como si una voz en su interior le gritara una y otra vez, con la estridencia del metal rasguñando acero, que tenía que volver, que la causa predacon era lo más importante. Pero no existía tal causa predacon, todo se trataba de los planes megalómanos de Megatron, para los que no sólo tenía la ventaja táctica, sino tiempo y conocimiento.
Y el disco dorado.
El mismo disco que él robó al caer en ese planeta, y que dejó atrás sin saber muy bien por qué. Megatron lo tenía, y si, tenía las intenciones que mencionó, de lo cual no le quedaba ninguna duda, su objetivo era seguir aquellas antiguas instrucciones, para apoderarse del universo. Una vez que estuvo internado en el bosque y desvió la ruta que siguió con los otros dos, se aplicó el antídoto; por largos instantes estuvo desprotegido, consciente de lo que pasaba pero en un estado que era similar a  estasis, sólo que con conocimiento real de que lo que estaba pasando no era un sueño. Por eternos segundos pasaron por su mente las ideas anteriores, la forma en que sus planes mutaban hasta ser los de Megatron, y la forma en que comenzaba a olvidar quién era en realidad. Al final, se vio enfrentado a una especie de vacío, como si llegase al final de un túnel muy oscuro y se encontrara sólo con luz, pero nada físico a lo que asirse, y sintió pánico de que el antídoto de Tarantula fuera en realidad una trampa, una nueva jugarreta de Megatron para castigar a quien quisiese apoderarse de esa fórmula, una manera de destruirlo en vida, dejándolo como una cáscara vacía. Pero pasaron los segundos, y amaneció para él; se encontró a sí mismo en su interior, siendo el mismo Dinobot por dentro y por fuera, en esencia y espíritu, sólo él y nadie más. Nada más.


4

Airazor planeaba con gracia sobre los terrenos que custodiaba; resultaba muy interesante observar a las formas de vida de ese planeta y cómo, en concordancia con lo que dictaba su espíritu, vivían y construían su destino día a día, segundo a segundo. Estaba aprendiendo a un ritmo feroz, devorando en su mente cada movimiento, cada gesto y también los ruidos que invadían sus sentidos, sabiendo que aquello era lo que la hacía cada segundo más fuerte y decidida que el anterior. Mientras volaba, su mirada captó algo que llamó su atención.

— ¿Qué es eso?

Creía estar familiarizada con todo lo que vivía en las planicies, pero determinado objeto hacia unos roqueríos la alertó ¿De qué podría tratarse? Apresuró el vuelo dando unos poderosos aleteos, y, grácil, avanzó dejando tras de sí una estela de aire revolucionado por su poder. Unos segundos después descendía con cautelosa lentitud, sorprendida de que su mirada aguda no pudiese identificar el objeto aún a corta distancia.

—Pero he visto esto antes.

Se trataba de un objeto metálico, como una cápsula cromada con varios paneles y luces a los costados; lo reconocía de un modo lejano, como si se tratara de algo muy antiguo, que conociera pero que al mismo tiempo hubiese olvidado. El objeto no emitía ningún sonido, ni hacía movimientos ¿tendría que hacerlos? No tenía claro si se trataba de un objeto animado o no, pero le intrigaba al mismo tiempo que le causaba una cierta desconfianza, un tipo de alerta como la que provoca el fuego, y el mismo tipo de fascinación.
Sintió un tipo de temor básico, que no tenía que ver con un peligro en sí, sino con la forma en que vivía, y en cómo todo lo que la rodeaba funcionaba y podía estar en peligro ¿Qué objeto o suceso tenía tal poder, que a la vez la admiraba y la dejaba en un estado de total indefensión? Se trataba de algo más fuerte que el viento, o el fuego y las marejadas, porque hasta el incendio más devastador deja algo sin destruir, y eso que veía, esta cosa no viva, pero que al mismo tiempo parecía latir, significaba el origen de los peligros, más allá del cielo y de la tierra. Lo que pasaba por su mente en esos momentos, era que aquello, debía ser destruido, antes que la crisálida se abriera y el ser que anidaba en su interior, se convirtiera en la desolación de toda la faz que dominaba, y con respecto a la cual se sentía impotente y débil. Por primera vez lamentó que su vista fuera tan aguda y precisa, como para captar incluso las moléculas de agua en suspensión, provenientes de un arroyo cercano.

5

Optimus había entendido que, en esos momentos, no podía contar con Rattrap para nada; estaba solo, y así es como debería intentar poner fin a los malvados planes de Megatron.
Ya no importaban los motivos de Dinobot para infiltrarlos y luego envenenarlos, ni siquiera por qué había cambiado de actitud devolviéndolos a su estado original, porque, de todo, lo que de verdad importaba era que Megatron estaba vivo y, con toda seguridad, en posesión del disco dorado; resultaba evidente que su plan principal era utilizarlo para conseguir revivir la guerra que tanto tiempo atrás amenazó de forma clara con extinguir su raza para siempre.
Pero ese planeta era tan grande ¿dónde podría estar?

—Por supuesto…

Recién estaba saliendo de los restos aún humeantes de la nave predacon, cuando comprendió cuál fue el método de escape del saurio: hacia abajo. Lo más seguro era que, ante la explosión que destruyó las instalaciones, el líder predacon se viera rodeado por las llamas, y optó por ir hasta lo más bajo, sólo con el disco en su poder. A primera vista parecía una medida arriesgada, pero sin poder volar, se trataba de la estratagema más viable. Regresó al interior de la nave y comenzó a explorar, buscando una salida subterránea o los rastros de que alguien hubiese cavado; no lo encontró, pero sí halló un túnel natural, cuyos bordes resquebrajados y manchados de ceniza indicaban que se había generado a propósito de las ondas expansivas en la nave. Activando los propulsores, descendió por el túnel, sumergiéndose en la oscuridad.

6

Megatron continuó por un túnel horizontal, en espera de encontrar el origen del susurrante sonido que había llamado su atención poco antes. Con sus ópticos como única luz a su alrededor, el saurio continuó avanzando a paso firme aunque silencioso, esperando dar con algún manantial subterráneo que condujera a las zonas oceánicas y, desde ahí, hacia el punto en donde se encontraba con anterioridad y al que no podía acceder por la misma ruta de descenso por causa de lo liso y resistente de los muros natrales de piedra. Pero se encontró con algo que le llamó mucho más la atención.

—Eso sí que es interesante… si…

Convirtió su caminar en un lento desplazamiento, primero apagando la luz de los ópticos, luego avanzando sin necesidad de ellos a causa de la extraña luz natural que existía en aquella bóveda natural. Se trataba de una gran bóveda, muy alta, de paredes lisas al igual que los túneles que conducían allí, se imaginó por el paso constante de agua, ya fuera por la ruta evidente o por cavidades ocasionales formadas por causa de la presión del agua. Lo más probable es que en un sitio como ese el agua surgiera de vez en cuando en torrentes desde la superficie, abriendo su camino hasta que llegaba a ese punto, desde donde era dirigida a aquel cauce. El centro de la alta bóveda era traspasado por un túnel de agua que corría como un aparente riachuelo; en medio de un silencio sobrecogedor, y junto con la extraña luz negra que iluminaba de forma las paredes, parecía que el sitio tuviese un tipo único, intocable e incontenible de energía, aunque esta fluía en paz según algún tipo de reloj natural que controlaba cualquier tipo de impulso más fuerte que lo necesario. Megatron se quedó a prudente distancia durante unos segundos, apreciando el interior del sitio, y la forma en que, aparentemente, la luz negra surgía de la nada y al mismo tiempo se mezclaba con todo, dando al agua y las paredes unas tonalidades específicas que de seguro jamás podrían reproducirse o captarse en otro sitio. En el centro de la cueva con forma de cúpula, una serie de piedras con forma de bloques rectangulares estaban dispuestas en crómlech, rodeando el seno del lago; por lo visto, el terreno estaba mucho más hundido en esa zona, de modo que el río que cruzaba la cueva formaba un lago, desde donde el agua seguía su curso en lentitud, casi como si el líquido no se desplazara, como si fuera una masa compacta que  en vez de fluir, se transporta sin sufrir modificaciones.
Se acercó desde un ángulo provechoso al felino que estaba inmóvil frente al círculo de piedras, pero al instante descubrió que estaba en una especie de trance, y por ende no significaba ningún peligro para nadie. Quizás ni para sí mismo, pero ¿por qué estaba en ese estado?
Megatron supuso que el felino habría eliminado al inútil de terrorsaur poco después de ser enviado a la misión, pero eso no resolvía el misterio de su extraño estado; entonces notó que el felino estaba ahí, inmóvil, con la cabeza asomada al interior del perímetro de piedras que formaban el crómlech, y desvió la vista hacia arria, enfocando el centro del techo con sus ópticos, luchando por encontrar algo que tuviera significado en la aparente naturalidad del flujo de la luz negra.
Y lo encontró.
La luz se movía en círculos concéntricos y excéntricos, tomando como punto central el lago, que estaba rodeado por las piedras de gran tamaño, dispuestas en esa formación, desde luego, no de forma natural ni accidental; tomando distancia, Megatron miró hacia el conjunto de piedras y se dedicó a observar, pero se encontró con la sorpresa de que no podía ver el otro extremo de la cueva a través de las piedras, porque los haces de luz, más arriba tenues y transparentes, abajo eran barras de luz dura y negra, sin embargo de lo cual el centro del lago parecía iluminado de la misma forma que el resto del lugar. Resultaba evidente entonces que en el centro del agua había un tipo de energía con el poder suficiente como para suspender la actividad de un transformer, y para moldear el interior del lugar, quizás con el paso de los siglos. Pasando a modo robot, Megatron tomó el disco dorado y lo expuso a la luz del lugar, descubriendo un nuevo hecho sorprendente: la luz era atraída por el disco, que parecía absorverla y convertirla en haces más brillantes, los que se unían a la extraña danza que circulaba por todo el sitio.

—Excelente, he encontrado el sitio que esperaba, sin más búsqueda que unos pocos pasos…

Mientras esto sucedía, Optimus llegó al lugar a través de un túnel lateral, desde donde tenía vista del líder predacon y sus acciones; Cheetah estaba detenido en una especie de trance ¿le habría hecho algo el saurio? No resultaba imposible pero sí improbable, dado que Megatron estaba a tan sólo unos metros y no lucía interesado en su compañero de batalla. Optimus observó en silencio cómo Megatron observaba el techo, y pocos instantes después, en modo robot, extraía el disco dorado, que para su sorpresa iniciaba un extraño incordio con los haces de luz que circulaban por todo el sitio; le recordó la forma en que las plantas absorben el aire contaminado y lo transforman en aire puro, pero en un ambiente en donde el elemento contaminado era muy superior.

—No comprendo que…

Pero sí lo comprendió. El disco dorado contenía información muy valiosa, pero al mismo tiempo se trataba de un dispositivo que permaneció por siglos oculto y expuesto a diversas variaciones de energía, lo que significaba que, con el tiempo, había adquirido alguna clase de poder, mientras que el sitio en el que se encontraba estaba cargado de una poderosa energía que circulaba en todas direcciones, impregnando el agua y los muros, a los que no sólo otorgaba un tipo de color único, sino que al parecer los manipulaba de cierto modo. El sitio era una cueva con la forma de una bóveda, con un lago al centro ¡Había algo en el fondo del lago! La única explicación posible era que en el centro del lago, punto opuesto al alto techo, se encontrara alguna forma de energía o fuente tan poderosa pero primitiva, que al mismo tiempo estuviera moldeando el sitio a su alrededor, y no pudiera conducirse con facilidad al exterior; y sin embargo lo hacía, porque de alguna manera eso explicaba las grandes cantidades de energon puro que existía en la superficie y que los obligó a adquirir formas alternas. Era como si el planeta estuviera siendo infiltrado, desde dentro, por esa energía misteriosa que era capaz de absorber la luz y transformarla en otra forma menos transparente, igualmente poco controlable, pero con un nivel de poder insondable. Vio cómo Megatron se acercaba al borde del lago que se encontraba cercado por unas piedras rectangulares altas y de bordes tallados, pero no miraba adelante, sino que avanzaba inclinado, la vista fija al suelo, como si avanzara a tientas.

— ¿Qué está haciendo?

¡Megatron había descubierto que la fuente de origen de esa energía había inmovilizado a Cheetah! ¿Por qué entonces se acercaba con tanta determinación a esa fuente de peligro?
El disco.
Optimus supuso que el líder predacon había descubierto algo que él no, al estar en posesión de ese preciado instrumento que estaba en pugna con la luz negra del lugar, incapaz de contrarrestar la energía, pero emitiendo su brillo dorado de todas maneras.
El lago.
Optimus pasó a modo robot, y salió del lugar en donde estaba escondido, accionando los disparadores de los brazos.

— ¡No sigas avanzando Megatron!

El otro se volteó y quedó mirando en dirección de la voz, su mirada distante, su voz fría y decidida.

—No hay nada que puedas hacer.
—No des un paso más.

Pero Megatron sonrió, satisfecho.

— ¿Y qué vas a hacer para detenerme? ¿Disparar? ¿Acaso no has notado que la luz negra absorbe todo tipo de energía?

Optimus hizo un disparo, pero la energía producida se evaporó al instante.

—No sabes lo que puedes desencadenar.
—El disco dorado es un catalizador de energía, claro que lo sé. Lo siento Optimus, la guerra de las bestias ha terminado, yo gano.

Arrojó el disco hacia el centro del lago riendo de forma desquiciada mientras Optimus corría intentando detenerlo, tratando de salvar una distancia desde todo punto de vista imposible.

— ¡Noo! ¡Megatron!


Termina la serie Broken spark, y la próxima semana comienza la nueva era: Broken spark Transmetals.



Próximo capítulo: Energon metálico

La última herida Capítulo 19: Sigue caminando - Capítulo 20: Sacrificio válido




— ¿Dónde vamos?

La doctora estaba cada vez más nerviosa; casi no tenía dudas, ese caso era algo parecido a lo que Roberto le había dicho anteriormente sobre Patricia, pero eso solo hacía que todo fuera muchísimo más peligroso: si los interminables rumores acerca de una congregación de profesionales que trataban a personas de poder, y aplicaban en ellas tratamientos sorprendentes y de alcances insospechados, quien sea que hubiera cometido un error, el que desencadenó el ataque de Patricia, estaba claramente dispuesto a todo con tal de mantener el secreto. Ese hombre llamado Vicente, el amigo de Matilde, ¿Cuánta gente más? No sabía en quien confiar y había dejado a Patricia en manos de Medel, quien por cierto no le producía la más mínima confianza, de modo que las alternativas se cerraban.

—Estamos llegando, ya lo verá.

En todo el mundo había pocas personas en quien podía confiar, pero si tenía que elegir a una sola, era Santito. Estacionó el automóvil y bajó a carreras; la casa no tenía timbre, pero ella entró sin golpear.

—Buenos días.

Santito era un hombre de edad indescifrable que vivía recluido por decisión propia en una casa donde hacía sus negocios de todo tipo: ella lo conoció en la época de la universidad, cuando andaba buscando métodos para mantenerse despierta, típica historia de estudiante que llega a un dato por medio del amigo del conocido de un amigo.

—Romina, qué alegría verte.

El hombre era de baja estatura, de piel pecosa y cabello corto, aunque desordenado; en ese momento vestía una jardinera de mezclilla con evidentes muestras de haber estado trabajando en el jardín.

—Santito, te necesito.
—Siempre me necesitas —dijo él riendo—, pero hace tiempo que no pasa.
—No, no es eso, necesito la ambulancia, no puedo explicarte por qué.

Le pareció mejor no decirle nada, aunque era improbable que alguien pudiera establecer una relación entre ellos.

— ¿Está todo bien?
—No, no lo está.

El hombre adoptó una actitud mucho más seria, que a pesar de su aspecto le dio un aire de autoridad; no era de los que hacen preguntas innecesarias.

—Atrás, las llaves están en la guantera.
—No sabes cuánto te lo agradezco. Escucha —replicó mirando a sus ojos tan oscuros—, si llega a aparecer alguien...
—No creo que me encuentren, iré a dar un paseo donde mis familiares en el sur.

Ninguno de los dos dijo más. Era un hombre inteligente, muy por sobre la media y gracias a eso podía desarrollar sus propios medicamentos y fórmulas, y era lo suficientemente astuto como para saber cuándo había peligro cerca.

—Perdóname por meterte en esto.
—He pasado por cosas peores —repuso él con liviandad—, no pasa nada. Pero promete que vas a cuidarte.
—Lo haré.

Un par de minutos después Matilde y Soraya subían a la ambulancia.

— ¿Qué pasará con su auto?
—Este barrio es tranquilo aunque está relativamente cerca del Boulevard, el progreso todavía no llega hasta aquí —tardaremos menos de diez minutos en llegar, dijo para si— estará a salvo, ahora lo importante es que podamos entrar y sacar a su hermana. Matilde, tiene que estar muy atenta, si Antonio está en las inmediaciones las cosas van a ponerse muy feas.

Aún no daba el mediodía, pero la jornada se estaba haciendo interminable. Mientras la doctora conducía rumbo a la urgencia en donde permanecía oculta Patricia, Soraya tuvo un sobresalto.

— ¿Qué pasa?
—Ay no, creo que he cometido una tontería.

Mientras lo decía, miró impotente su teléfono celular que ahora mantenía fuera de área. Con todo lo que pasaba lo había olvidado por completo.

— ¿Qué pasa?
—Más temprano, cuando estaba tratando de dar contigo, llamé a Eliana: le dije que Patricia había tenido un ataque.

Matilde sintió que el alma se le iba al suelo; Eliana, su amiga querida, su amiga tan acogedora y amable, ella sabía más de lo que era apropiado ¿cuánto tiempo había pasado desde la llamada a Soraya?

—No puede ser, si no te encontró a ti, puede querer contactarse con ella ¿Qué hacemos?
—Llámela desde mi teléfono.

La doctora le pasó su celular, y Soraya marcó el número de su amiga; después de unos momentos de angustiosa espera Eliana contestó.

— ¿Hola?
—Eliana.
—Hasta que llamas mujer, me tienes preocupada con lo que me dijiste temprano —replicó la mujer al otro lado de la conexión sin saludar—, tenías razón, Matilde no contesta el teléfono, estaba preocupada, pero me llamó Antonio y dice que está con ella y con Patricia, que tuvieron que trasladarla a otro centro porque se puso grave.

Soraya sintió que se le salía el corazón por la boca. Antonio había actuado rápido y con mucha precisión, pero ella no sabía si en ese momento se encontraba allí o no, junto a su amiga indefensa e inocente de todo lo que estaba sucediendo.

— ¿Te reuniste con él?
—No, pedí permiso en el trabajo, estoy tan atareada, ahora mismo voy para el Hospital General a acompañarla.

Aun podía advertirle. Durante un momento la mujer no supo cómo transmitir la información sin provocarle un ataque de histeria.

—Eliana, escucha.
—No puedo, estoy llegando al tren subterráneo.
— ¡Escúchame! —gritó nerviosamente—, no puedes ir, es una mentira, Antonio ha enloquecido, es muy peligroso.

La voz de Eliana adquirió un tono mucho más serio.

—No es momento para bromas.
—Estoy hablando en serio —dijo con voz firme—, por favor no vayas, devuélvete a tu trabajo.
—Soraya...
— ¡Haz lo que te digo! —exclamó desesperada—, te lo ruego, no hagas esto, es muy peligroso, no puedo decirte más detalles ahora pero no puedes ir.
—No entiendo de lo que estás hablando —dijo la voz dejando oír la duda en su voz—, dime qué es lo que está sucediendo.

Soraya miró a Matilde y tomó la decisión que creyó más acertada.

—Patricia no está en el Hospital General. Por favor, por lo que más quieras escucha mis palabras, no puedes confiar en Antonio. Es muy peligroso, te lo juro por mi abuela que está en el cielo que no es una broma.

Jamás sacaba a colación a su abuela, y eso hizo el efecto necesario para que su amiga le creyera.

—Soraya, estoy asustada, ¿Por qué Antonio va a ser peligroso?
—No tengo tiempo de explicarlo.

Matilde le hizo gesto de hablar ella misma, pero Soraya la silenció con un mano; lo mejor era mantenerla desaparecida.

—Pero...
—Por favor —continuó—, solo... solo regresa a tu trabajo y quédate ahí, te explicaré todo con detalles.
—Oh por Dios...

La voz de Eliana se quebró del otro lado de la conexión. Soraya se maldijo por haber puesto el teléfono en altavoz justo en ese instante, porque Matilde reaccionó como si la hubieran pinchado.

— ¿Qué pasa?
—Está aquí.



2


Roberto seguía contemplando embelesado el cuerpo de Patricia, específicamente su cara, que es donde se mostraba el cambio más dramático; ahí estaba, alguien tenía el secreto de la juventud y la belleza eternas y podía aplicarse, y no solo eso, era aplicable en seres humanos con resultados que no solo eran sorprendentes, también resultaban revolucionarios. Existía una probabilidad muy grande de éxito, que por cierto y sin lugar a dudas, se encontraba fuera de los márgenes legales pero la pregunta era ¿por qué? ¿Qué hacía que ese tratamiento estuviera al margen y por lo tanto oculto del conocimiento popular o siquiera médico? Esperaba que las muestras que había tomado sirvieran para dilucidar algunas de esas interrogantes, pero definitivamente tenía que mantenerse junto con Romina, apelaría a cualquier cosa con tal de hacerlo, era de vital importancia realizar un estudio mucho más acabado del tema.

—Preciosa —dijo en voz baja—, eres la llave de tantas verdades. Y mi puerta de salida.


3


— ¿Qué dices?
—Está en la vereda de enfrente —murmuró Eliana con un hilo de voz—, está ahí...

Matilde se cubrió la boca con las manos ante el terror que le estaba transmitiendo la voz de su amiga, pero Soraya volvió a amenazarla apuntando hacia ella con dedos temblorosos.

— ¿Te vio?
—No lo sé, Soraya...
—Dijiste que ibas al tren subterráneo.
—Si...
—Entra mujer, entra.
—Está bien, está bien. Soraya, creo que me vio.

Soraya contuvo una exclamación de angustia; sentía que las cosas estaban a punto de ponerse peores, pero tenía que mantener la calma, tenía que ayudar en lo que pudiera a su amiga, y lo que podía hacer era orientarla para que no se quedara inmóvil.

—Eso no importa ¿Estás bajando?
—Voy por las escaleras.

Matilde quería gritarle que corriera, que pusiera toda la distancia posible entre ese hombre y ella, pero entendía que debía mantenerse callada, que solo conseguiría confundir a su amiga si le revelaba su presencia en ese instante.

—Escucha, solo baja y entra en el primer tren, no importa donde vaya, solo sube.

La voz de Eliana se escuchaba agitada y nerviosa, e hizo una larga y tensa pausa.

— ¿Eliana?
—Creo que me está siguiendo —replicó con nerviosismo—, no veo ningún guardia, no veo nadie que...
—Escucha, solo escucha mis palabras —la interrumpió Soraya con tono firme—, no te preocupes por eso, solo entra al tren ¿está bien?

Eliana no acostumbraba reaccionar tan bien a situaciones de estrés y ellas lo sabían de la era del instituto, era quien más sufría con exámenes y esas cosas, de modo que ambas podían imaginarse muy bien lo que estaba sintiendo en esos momentos.

—Estoy en el andén, estoy angustiada, no estoy segura si me siguió o no y hay tanta gente...
—Tranquila, solo debes subir al carro, dime en que...

La voz de Eliana fue sustituida por un instante por un chirrido.

— ¿Eliana?

Luego se escuchó silencio, aunque la llamada continuaba; inmediatamente la voz de la mujer del otro lado de la línea.

—Soraya.
—Eli, háblame.
— ¡Soraya!

La llamada se cortó.

— ¡Eli!

Matilde no pudo contener un grito de espanto al escuchar la voz de su amiga e inmediatamente ver como la pantalla del celular anunciaba que la llamada se había cortado.

—Maldición.

Matilde sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—No puede ser, no puede ser, tenemos que hacer algo por ella, Antonio va, Antonio va...

Se quedó sin palabras y rompió en llanto; primero Patricia, ahora Eliana, las personas a las que quería estaban sufriendo, en riesgo y era su culpa, era su culpa y no podía seguir soportando algo así. Soraya no se movía, mientras por su mente pasaban miles de ideas atroces de lo que podía pasar en esa estación de metro. La doctora conducía en silencio, intentando no perder el norte mientras seguía hacia la urgencia; pero antes de un minuto el teléfono anunció llamada del mismo número al que habían llamado antes.

— ¿Soraya me oyes?
—Ay por Dios —exclamó la mujer soltando un gritito de angustia—, casi me matas del susto.
—Se cortó la llamada, estoy en el tren, no lo veo, creo que lo perdí, pero sigo muy nerviosa, no sé si puede estar en otro de los carros...

Matilde se secó las lágrimas mientras luchaba por volver a respirar con normalidad; la otra mantenía algo de su temple.

—Hacia qué dirección vas.
—Hacia presidente Hermias.
—Bien, sé lo que tienes que hacer, vas a seguir dos estaciones más y te bajas en Israelíes ¿Recuerdas la cafetería que está ahí?
—Sí, sí, la recuerdo.
—Pues te quedas ahí, pides un té o lo que sea y te calmas, voy a llegar en un rato, te voy a explicar todo lo que está sucediendo.
—Está bien pero no te tardes.
—Solo no te muevas de ahí ¿está bien?
—De acuerdo.

Cortó. Matilde sentía que había envejecido durante los últimos minutos.

—Qué susto por Dios. Tenemos que ir por ella.
—Primero lo primero —intervino la doctora—, estamos llegando a la urgencia, vamos a llegar por la entrada posterior. Es importante que se queden en la parte de atrás y estén listas y atentas a todo, no me tardaré.

No pudo decir más. El impacto sacudió la ambulancia y quebró la relativa calma en su interior.




Capítulo 20: Sacrificio válido


En el momento en que el neumático se reventó, Romina perdió el control del vehículo; sabía manejar bien y había conducido camionetas, pero la ambulancia era pesada y claramente necesitaba un ajuste, de modo que con un neumático menos, las cosas se salieron de control.

— ¡Noo!

Intentó inútilmente controlar el volante, pero la calle frente a ella se convirtió en un borrón sin sentido y cuando volvió a ver algo con claridad, la muralla estaba demasiado cerca. Impotente y con el corazón detenido por el impacto, Romina solo pudo atinar a presionar el freno con todas sus fuerzas, mientras escuchaba gritos y ruidos extraños en sus oídos.

"Vamos a morir"

No hubo más tiempo, y la ambulancia se estrelló contra la muralla; sintió el golpe, su cuerpo sin dominio de sí mismo, el colchón de aire recibiendo el golpe, ella aplastándose contra esa superficie, como cayendo de cara en el agua, sin alternativas.

"vamos a morir"

Todo se puso oscuro. Después la consumió el silencio.

Antonio respiraba con agitación mientras se ponía de pie del otro lado de la calzada. Era su única oportunidad y la había aprovechado muy bien, siguiendo en el ordenador portátil la señal del teléfono al que llamaba Eliana. Ya sabía hacia qué punto iban, tenía claro que Patricia en realidad nunca había salido de esa urgencia ¿Cómo no lo había supuesto? Estaba nervioso, por supuesto, pero el disparo había sido limpio, solo tenía que aprovechar la oportunidad y terminar con todo eso.

—Ya está...

Le estaba volviendo el alma al cuerpo. Tanto preocuparse y preguntarse dónde estaría Patricia, dónde podían haberla llevado en tan poco tiempo, cuando bastaba con saber que esa mujer que estaba con Soraya era doctora para deducir que la tenían oculta. Ahí, justo frente a sus ojos. Ahora solo tenía que deshacerse de Patricia, y todo habría terminado. No importaba si Soraya y esa doctora seguían vivas o no, lo importante es que él llegaría primero a la urgencia y terminaría el trabajo. Iba a irse cuando sonó su celular, pero en vez de preocuparse, respondió con tranquilidad.

—Ya está todo controlado, no hay de qué preocuparse.

Pero la voz del otro lado de la línea parecía más divertida de lo que nunca antes había escuchado de esa persona, y eso hizo que su respiración se cortara de golpe.

—Cometiste un error.
— ¿De qué hablas?
—No está muerta —replicó lentamente, disfrutando cada palabra—. No está muerta.

Por un momento pensó que su corazón había dejado de latir. Pero no, solo estaba latiendo mucho más fuerte, tanto que no parecía suyo, no parecía algo real. Sin decir nada, sin responder, solo escuchando esa siseante respiración, volteó lentamente hacia la ambulancia, la misma que creía albergaba a dos personas.

—No...
—Son demasiados errores en la misma jornada —dijo el hombre con total naturalidad—, no puedo permitirlo más.

Un nuevo silencio, tan amenazante como el anterior. No, no era posible, no podía haber sobrevivido.

—No puede ser...
—Envié a una persona a revisar el lugar cuando comenzaste a demorar las cosas —dijo aún más lento—, y ella no está ahí. Ni viva ni muerta.

Antonio sintió que se le contraía el estómago, como después de un golpe directo. Sangre helada, latidos disparados, estaba entrando en pánico, pero no podía permitirlo, no si su suposición era cierta.

—Sé dónde está.

No podía caminar, no podía moverse, el cuerpo estaba paralizado por el miedo; tenía que reaccionar, antes que comenzara a llegar la gente al lugar del choque.

—No sé cómo puedes saber dónde está si me dijiste que la mataste.

La ambulancia. Se obligó a caminar.

—Acabo de descubrirlo. Me desharé de ella, tendrás una prueba, te lo prometo.
—Ya no puedo confiar en ti. Te dije que hay demasiado en juego.

Es demasiado sencillo, reacciona, solo tienes que caminar un poco más y terminar el trabajo. Matilde está en la ambulancia, siempre estuvo allí, solo debes eliminarla; continúa hablando, termina el trabajo y todo será un mal sueño.

—Está aquí.

No lo sabía. La distancia entre él y la camioneta parecía no disminuir, eran kilómetros de angustia y de duda.

—No te creo.
—La intercepté de camino al lugar en donde está la otra —tenía que sonar convincente, tenía que dominar el maldito nervio que estaba torturándolo—. Terminaré el trabajo, te llevaré una prueba.

La voz no dijo nada durante unos segundos. Interminables segundos. Estaba siendo demasiado vago, necesitaba sonar creíble, necesitaba que escuchara el sonido del disparo a través del silenciador en el auricular, para que decidiera cambiar de opinión. Ya no le importaba nada, saldría de ahí, de ese país y de toda esa porquería en la que se había metido tiempo atrás, se iría tan lejos como fuera posible.

—Solo presta atención —dijo luchando por hablar con una seguridad que abandonaba su cuerpo—, voy a hacerlo ahora, solo escucha un momento más, vas a ser el primer testigo.

La voz no dijo nada, señal inequívoca de su espera, pero también de la amenaza. Antonio siguió caminando, cruzó la calle hacia el punto donde estaba la camioneta, inmóvil con el morro aplastado contra la muralla; miró en ambas direcciones, pasó un auto solitario cuyo conductor no prestó atención, no había gente cerca, pero las personas de ese edificio no tardarían en salir. Ya estaba llegando al vehículo, caminando lentamente desde atrás, cuando escuchó una voz.

— ¡Matilde! ¡Despierta!

No tendría que verla a los ojos de nuevo. Sonrió, las cosas estaban tomando el mismo curso, para cuando supieran que él estaba involucrado, estaría demasiado lejos.

— ¿Por qué Matilde, por qué no te quedaste en el ascensor?

Logró llegar a la ambulancia. Tan fácil, incluso la puerta trasera estaba entreabierta, seguramente por el golpe. Nunca había empuñado el arma con tanta seguridad en la diestra.

— ¡Baje esa arma!

La voz del policía sacudió su espacio y sus pensamientos; de forma inconsciente volteó hacia el origen de la voz y vio a un hombre de aproximadamente su edad, apuntando su arma mientras lo miraba con determinación.

— ¡Baje el arma o disparo!

No había tiempo de pensar. Qué más daba uno o dos.
Sonaron dos disparos, el primero derribó al policía, el segundo falló en dar en Antonio. Pero cuando se dio vuelta para terminar con su propósito, Antonio notó que la llamada había sido cortada.

—No, no, no, no... ¡No!

Marcó de regreso. Tenía que decirle que era solo un retraso, que las cosas iban a arreglarse, pero el número apareció apagado. El chirrido de los neumáticos vino casi de inmediato, con el sacudón de la ambulancia la puerta trasera se abrió, y el hombre pudo ver a Matilde y a Soraya, por un momento solamente, antes que el vaivén de la puerta lo golpeara. Escuchó los gritos de ellas y trastabilló hacia atrás, intentando en un ínfimo instante mantener el equilibrio y apuntar a su objetivo. Vio la mirada de Soraya directo en él y en el arma, pero para cuando pudo disparar, la ambulancia ya había hecho otro movimiento brusco y el motor rugía para poder arrancar.

— ¡Noo!

Disparó otra vez, luego de nuevo hacia abajo, tratando de darle a los neumáticos, pero el movimiento del vehículo no le permitió dar en el blanco. Activado por la adrenalina y la desesperación comenzó a correr, aun le quedaban tres balas, sabía que podía hacerlo, sabía que podía.

— ¡Ahh!

Una bala impactó en la pierna izquierda y lo tiró al suelo. Al caer perdió el arma, y con ella la única posibilidad de terminar con lo que se había propuesto. Gritó de dolor mientras caía al suelo.


2


Romina sentía que estaba apretando el volante mucho más de la cuenta, pero no podía soltarlo; el colchón de aire estaba sobre su pecho y sus piernas y creía tener sangre en la cara, probablemente en la nariz, pero no podía dejar de mirar al frente, si dejaba de hacerlo se quebraría por completo. El choque había sido menos fuerte de lo que podría haber sido en realidad, pero sentía la presión en la parte trasera del cuello, adormecimiento en la extremidades y el pulso acelerado, sus conocimientos médicos le decían que no estaba en shock y probablemente ya no iba a estarlo, pero el lado científico era amenazado por el corazón que solo sabía que el peligro era mortal, que los disparos eran reales y que solo la Providencia logró que salieran de ahí. Presionó el acelerador un poco más para alcanzar a cruzar la siguiente calle sin que la detuviera el semáforo y siguió derecho, no sabía dónde estaba, solo que tenía que seguir y seguir.
Mientras tanto en la parte de atrás, Soraya había dejado a Matilde tendida en el costado del vehículo, y con movimientos sorprendentemente lentos se acercó a la parte trasera y jaló la puerta y cerró. Cuando afirmó el seguro interno, se devolvió junto a su amiga que ya estaba reaccionando después de choque.

— ¿Matilde?

La joven se incorporó con lenitud y enfocó la vista en su amiga y luego en lo que la rodeaba; estaban en movimiento, dentro de la ambulancia aún, pero le dolía el cuerpo en partes distintas de las que ya arrastraba desde la mañana. Soraya tenía un corte en la mejilla y la miraba con ojos muy abiertos.

—Amiga...

Las dos mujeres se abrazaron tratando de consolarse mutuamente: si en algún lugar de su alma, quizás en lo más profundo, Soraya albergaba aunque fuese alguna duda acerca de la historia del intento de asesinato por parte de Antonio, ahora no le quedaba la más mínima. Aún por una fracción de segundo, lo había visto, mirándola con un arma en las manos. La ambulancia se detuvo.

— ¡Doctora!

Se soltaron y se acercaron a la parte de adelante. La mujer estaba sentada muy quieta, con los brazos sobre el volante y la cabeza apoyada en ellos, cerrados los ojos.

— ¿Puede oírme?
—Estoy bien —dijo la mujer con voz ronca— ¿Tienen alguna herida?
—Estamos bien —replicó Matilde sin mucha convicción.

Soraya se asomó a la ventana trasera. La reciente experiencia solo había aumentado sus sentidos, y en ese momento la posibilidad de volver a encontrarse con Antonio era tremendamente alta.

—Fue Antonio. Lo vi.

Matilde ahogó un grito de horror, pero se obligó a mantenerse en control; Patricia seguía en el mismo sitio y tenían que ir por ella.

—Tenemos que sacar a Patricia de ese sitio —dijo con voz temblorosa—, si Antonio está cerca, seguramente descubrió dónde está ella, o nos siguió para poder dar con su paradero, tenemos que ir.

La doctora la interrumpió con voz más segura.

—Ya lo sé. Lo sé —continuó más despacio—, lo sé, es solo que... estoy nerviosa, solo estoy tratando de controlarme.

Finalmente levantó la cabeza y se miró en el retrovisor. Tenía sangre en la boca junto a los dientes y estaba despeinada y pálida, pero fuera de eso parecía en buenas condiciones, para el año del que era esa ambulancia era casi un milagro que el colchón de aire se activara ante el choque, aunque eso le había salvado potencialmente la vida. Volteó hacia atrás.

—No podemos sacar a Patricia de la urgencia con el vehículo así, llamará la atención de todo el mundo antes siquiera de llegar a la puerta.

Soraya se secó la transpiración de la frente con la manga de su camisa.

—Es verdad, pero ¿Qué podemos hacer?
—Nada —sentenció Matilde—, no podemos hacer nada, pero no voy a dejar a mi hermana ahí ni un minuto más. Soraya, si tú...

La otra se le adelantó y la interrumpió con tono firme.

—Ni siquiera lo pienses. Estamos juntas en esto.

La doctora asintió.

—Es una locura, pero no tenemos tiempo para otra alternativa; iremos así como estamos, y roguemos porque las cosas salgan bien de una vez por todas.


4


Arriesgando todo y sin saber qué era lo que podía llegar a pasar y mucho menos el paradero de Antonio, las tres mujeres llegaron a la entrada posterior de la urgencia, y coordinadas con el doctor Medel, lograron subir la camilla a la parte trasera de la ambulancia; en un principio Romina pretendía librarse de él, pero no podía hacerlo sin dar explicaciones que solo complicarían todo, de modo que dejó que él subiera también. No disponían de mucho tiempo hasta que las personas que habían visto el vehículo y escuchado sus débiles explicaciones se lo dijeran a alguien importante, específicamente a cierta mujer que estaría encantada de arruinar la carrera de alguien más. Su vida profesional estaba terminada.

Matilde se quedó sin palabras al ver a Patricia tendida inconsciente en la camilla blanca en la que el doctor la había subido. Pero no era por ese estado, en el que por desgracia ya la viera antes, sino por el dramático cambio en su rostro. No era Patricia, o al menos no era completamente ella ¿Qué le habían hecho?

— Dios mío...
—No puedo creer esto —dijo Soraya tapando su boca con las manos—, sencillamente no puedo.

Una vez que salieron del perímetro de la urgencia, la doctora dirigió el curso de la ambulancia hacia el lugar en donde Eliana debía de estarlas esperando de no mediar alguna nueva complicación, pero no dejaba de pensar en que ese vehículo, ahora chocado, llamaba demasiado la atención, y en la ciudad era solo cuestión de tiempo para que la policía interviniera y quisieran saber lo que pasaba, ante lo que se sentía nerviosa y preocupada. Por algún motivo sentía que la policía sería solo un problema más.



Próximo capítulo: Nadie en quien confiar

La última herida Capítulo 17: Personas que caminan - Capítulo 18: La persona perfecta




Soraya había conseguido sacarle la información a Matilde entre sollozos, pero ya tenía una idea más o menos clara de lo que estaba sucediendo, y efectivamente era peor que cualquiera de las cosas que se había imaginado mientras trataba de descubrir alguna pista.

—Y entonces lograste salir de ahí, es un milagro que estés viva mujer.

Matilde luchaba con las lágrimas; dicho de esa manera, las cosas parecían a cada minuto más horribles que antes, y la doctora no aparecía.

—No sabía qué hacer, estaba tan asustada, y cuando salí de ese sitio lo primero que pensé es que si él sabe cosas de internet, perfectamente podría rastrearme, o tal vez lo estaba haciendo desde antes y yo... sé que todo es una locura.
—No, no lo es.

Aunque a ella sí le parecía que lo era, pero después de lo que había escuchado, podía dejar espacio para la duda.

—Escucha, hiciste lo correcto al dejar apagado el teléfono, si ese loco de Antonio hizo eso puede ser capaz de cualquier cosa. Mira, lo importante es que  estás bien, y que esperemos a que la doctora salga de ahí.
—Tengo tanto miedo por Patricia...
—Tranquilízate, mira...

Soraya se quedó con las palabras en la boca. En el retrovisor estaba viendo a Antonio caminando hacia la urgencia.

—Dios mío...

Matilde recorrió el curso de su mirada y vio con espanto como el hombre que hasta unas horas antes creía era su amigo estaba entrando en la urgencia.

—No puede ser, Soraya, tiene que haberme seguido de alguna manera.

Soraya tenía la piel helada; se veía tan normal, tan como siempre ¿Y era un asesino? No podía decirle a su amiga que poco antes se había encontrado "casualmente" con ese mismo hombre, eso solo la pondría peor, aunque la perspectiva de verlo en ese sitio era aterradora. No había tiempo para pensar, mientras no supieran qué pasaba, era mejor mantenerse lejos.

—No lo creo, si te hubiera seguido vendría para acá ¿No crees? creo que más bien vino a lo mismo que nosotras, tengo que llamar a la doctora.

Marcó el número agradeciendo haberle dicho a la mujer que se lo dijera mientras iban en el auto, y ambas esperaron la respuesta. Por fortuna la doctora respondió, aunque su tono era parecido a la incomodidad.

— ¿Qué sucede?
—Ocurrió algo, Antonio está entrando en la urgencia en este momento.
—Demonios, es el mismo hombre que la saludó antes ¿No? no pueden quedarse ahí.
—No podemos irnos...
—Escuche —la cortó firmemente—, Patricia está bien, pero si ese hombre descubre que Matilde está en este sitio puede ponerse peligroso, salgan de ahí ahora mismo.
— ¿Está segura que está bien?
—La estoy viendo ahora mismo. Espérenme en el Boulevard del Parque Centenario, iré tan pronto pueda y por favor, tengan cuidado.
—Está bien.

Soraya cortó y se pasó las manos por el cabello, dejándolo más revuelto de lo que estaba antes. Matilde había captado que estaban hablando de su hermana y la miraba ansiosamente.

— ¿Qué pasó con Patricia?
—La doctora dice que está bien.
— ¡Tengo que ir a verla!

Soraya alcanzó por la mínima a sujetarla y mantenerla dentro del vehículo; nunca había visto a su amiga tan nerviosa y angustiada, ni siquiera cuando había pasado lo del accidente, pero probablemente el ataque de Antonio la había superado.

— ¡No Matilde!
— ¡Tengo que ir por ella!
— ¡Que no ves que Antonio acaba de entrar! Escucha, tenemos que salir de aquí.
— ¡No puedo dejarla de nuevo!
—No vas a dejarla —exclamó Soraya por sobre sus gritos—, escúchame porque es muy importante, la doctora está ahí adentro y dice que tu hermana está bien. No está muerta. Antonio entró hace un momento, tal vez le dicen lo mismo que a ti, espera, espera.

Ambas se quedaron quietas mirando por el retrovisor; Antonio había salido de la urgencia, pero ésta vez su actitud era distinta: daba pasos cortos de un lado a otro mientras se tomaba la cabeza con una mano y mantenía el celular en la otra, al parecer en una conversación bastante fuerte porque se lo veía hablar mucho y con los ojos muy abiertos.

—Tenemos que irnos.
—Pero...

Matilde estaba temblando de pies a cabeza; saber que Antonio había tratado de matarla era muy distinto a verlo ahí ¿Por qué se vería en ese estado? Soraya encendió el motor.

—Está demasiado cerca, tenemos que irnos.
—Está bien, está bien.
—Recuéstate, que no te vea.

Soraya también estaba nerviosa y tenía el pulso a mil, pero desde siempre había podido enfrentar con la mente clara las emergencias, y sabía que en ese momento tenía que ser fuerte. Por suerte al sacar el vehículo no tenía que girar, de modo que valiéndose del retrovisor lateral y con cuidado de no mirar en la dirección equivocada, logró sacar el vehículo mientras Antonio continuaba hablando sin parar ante la portada de la urgencia. Un momento después el vehículo salió del estacionamiento con el rumbo que la doctora había indicado.


2


—No puedo creerlo.

Una vez que cortó la llamada, Romina volvió a sentirse absorta en lo que estaba mirando; sabía que era incorrecto, pero se había dedicado a la medicina por varias razones y una de ellas había sido el interés por la investigación, por descubrir nuevas aristas y campos en los cuales nutrirse de nuevos conocimientos. A pesar de haberse especializado en tratamientos sicológicos derivados de traumas o heridas, el campo de la cirugía no le era ajeno, y constantemente estaba revisando las publicaciones oficiales de los centros avanzados de Europa o Estados unidos en el área. Y lo que estaba viendo en esos momentos no lo había visto en su vida.

— ¿Lo ves? —dijo el doctor apuntándola con dedos ligeros— no estaba hablando de más. Romina, lo que está sucediendo aquí no es algo normal.
—No, no lo es.

Volvió a mirar la fotografía que Medel había sacado una hora antes, y el cambio era sorprendente.

—Espera un momento, dijiste que la habías traído aquí porque pensaste que podía estar en peligro ¿Ocurrió algo que no me hayas dicho?

Por suerte el hombre parecía resignado a decirle todo, pero también había una nota de alteración en su actitud.

—Dijiste que Matilde te había contado ¿te parece poco?
—Por supuesto que no —replicó ella maldiciéndose por no haber hecho más preguntas—, pero ella no sabía que pretendías ocultar a su hermana, hiciste desaparecer los informes o algo parecido.

Medel se alejó un par de pasos dentro de la habitación tan bien iluminada, donde la luz hacía contraste con sus rasgos cansados y alterados. Justo como aquella vez.

—Cuando Matilde me contó todo eso de la clínica y el tratamiento, al principio pensé que eran fantasías suyas, o que un charlatán se las había ingeniado para sacarle dinero, pero luego vi los exámenes y las modificaciones en la piel de Patricia, y pensé que las cosas tal vez iban mucho más allá; recordé esos rumores que circulan hace años, lo de la clínica misteriosa.

Romina también había pensado en eso al ver a Patricia, pero las cosas no parecían tener sentido, al menos no como ella lo veía.

—No lo creo, no tiene sentido.
—Por favor, no puedes negar la evidencia científica, estás viendo a la paciente —dijo él con firmeza—, sabes que en los círculos médicos existe hace años un rumor de una clínica especial, un conjunto de médicos que realizan tratamientos especiales, cosas fuera de lo común.
—Pero esos mismos rumores dicen que es la medicina de los poderosos —replicó ella aun sin dar crédito a esas palabras—, Matilde y su hermana son mujeres comunes y corrientes.
—O eso es lo que nosotros creemos. ¿Qué pasaría si llegado el momento apareciera alguna herencia, un familiar rico que quisiera ayudarlas? Esas cosas pasan y lo sabes. Ahora bien, esto es lo que creo que pasó: Todo iba bien con el tratamiento, pero anoche Patricia tiene ese ataque...
—Exacto, tiene un ataque, ¿por qué?
—Matilde tampoco sospecha nada —dijo él—, pero tiene que haber pasado algo diferente que detonó esa reacción, y creo que por ese motivo esa supuesta clínica despareció, porque alguien quiere cubrirse las espaldas.

Tenía sentido, pero la presencia de Antonio merodeando por los hospitales y la actitud de Medel eran un problema adicional.

— ¿Adónde quieres llegar?
—Solo hay que tomar algunas muestras adicionales —dijo el hombre con energía— necesitamos hacer exámenes y pruebas, con eso podemos descubrir qué tipo de tratamiento se utilizó, podríamos realizar un logro gigantesco.

Sí, estaba actuando justo como la vez anterior; Romina lo fulminó con la mirada.

— ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
—Desde luego que sí.
—No, no te das cuenta —replicó ella en voz más alta—, es una persona, en este momento se encuentra sin conocimiento y el estado de su piel parece cambiar segundo a segundo ¿Y quieres hacer exámenes?

Medel le devolvió la mirada.

—No me digas ahora que el caso no despierta tu curiosidad.
—No se trata de eso ¿Que acaso vas a empezar con lo mismo de hace siete años?
— ¡Ya te dije que eso está en el pasado!
—Al mirarte eso no es lo que pareciera, no puedes pretender hacer exámenes sobre una persona que probablemente se encuentre en peligro mortal, y no me digas que es para buscar una cura porque no te creo. ¿Qué es lo que piensas, que vas a hacerte rico como aquella vez?
—Eso es diferente.
—Era tráfico de órganos, no me hagas recordarte que ibas a intervenir a pacientes jóvenes para hacer una venta.

Medel golpeó una pared con el puño, pero la mujer no se intimidó.

—Basta, te dije que eso se terminó. Detuve esa locura, y si el culpable no fue a la cárcel y escapó del país no es mi culpa. Desde entonces he vivido para la profesión, soportando la presión de que tú y mi ex mujer estén vigilando cada cosa que hago, no soy un maldito criminal.
— ¡Entonces no te comportes como si lo fueras! —exclamó ella— tenemos que proteger a Patricia y mantenerla a salvo mientras logramos averiguar algo más, no te actúes como si quisieras pasar por sobre ese hecho.
— ¿Qué es lo que quieres que haga entonces?
—Por ahora que te quedes aquí y verifiques que no empeore. Y que no hagas nada que pueda ponerla en peligro. Yo voy a conseguir un medio para sacarla de aquí y llevarla a un lugar seguro.
— ¿Dónde pretendes llevarla?
—No lo sé, aun no pienso en eso.
—Espera ¿quién era ese hombre del que hablabas por teléfono?

Era una pregunta que había estado rondando en su mente; el hombre había estado casi sobre sus pasos, seguro eso porque estaban tras la misma pista, pero quizás no sabía que ella estaba involucrada de momento, al menos no mientras no la viera de nuevo el mismo día; y no podía saber si se lo iba a encontrar o no, además que no estaba segura de poder reconocerlo. Saldría por una salida para personal.

—Creo que es verdad que hay más gente involucrada en esto ¿crees que es seguro estar aquí?
—Sí, el lugar está en mantención, no hay motivo para que se acerque un civil.
— ¿Dijiste que te retirabas verdad?
—Sí.

Era agarrarse a un clavo ardiendo, pero no tenía otra opción mientras no tuviera un poco más de información y un lugar seguro para las hermanas.

—Supongo que eso te mantendrá a resguardo por mientras. Roberto, prométeme que no vas a hacer ninguna tontería.

El doctor se acercó a ella y la miró a los ojos.

—He estado tratando todo este tiempo de demostrar que cambié, no lo voy a estropear justo ahora. Además —continuó esbozando una débil sonrisa—, no puedo ir a ninguna parte, no sin tu ayuda.
—Está bien, mantén el celular encendido, te llamaré apenas tenga noticias.


3


El Boulevard del Parque Centenario era un punto importante dentro de los sitios más visitados de la ciudad. Entre sus decenas de tiendas había de todo tipo de venta de ropa, restaurantes, tiendas temáticas y espacios dedicados al arte y el cuidado personal, y habitualmente era muy visitado tanto por turistas como por familias. Soraya estacionó el auto de la doctora una esquina cerca de la salida a la calle Claro de luna, para poder salir rápido si era el caso, y era bastante fuerte estar pensando de ese modo, estaba paranoica; por suerte Matilde ya estaba un poco más tranquila.

— ¿No ha llamado aún?
—No. Tenemos que esperar.

¿En qué momento su vida se había vuelto una película de acción? Decidió calmarse ella también para no entrar en pánico y concentrarse en seguir indagando en lo que pasaba con su amiga.

—Dime algo, ¿tus padres saben lo que está pasando? Me refiero a lo que acaba de pasar.
—No, no lo saben —replicó Matilde con cansancio—,  cuando mi hermana tuvo el ataque intenté comunicarme, pero las líneas están cortadas, así que no lo saben; y ahora creo que lo mejor es que no sepan nada, no sé qué haría si les pasara algo.
—No pienses en eso ahora. ¿Cómo fue que llegaron a lo de ese tratamiento del que me hablaste?

Matilde le había dicho varias cosas, pero aún no llegaban a la génesis del conflicto, y realmente empezaba a dudar que fuera realmente esa.

— ¿Recuerdas cuando estábamos en la urgencia y salí muy angustiada?
—Sí.
—Lo que pasó es que... ahora siento que todo es tan ridículo, o increíble, ni siquiera sé cómo explicarlo. En una calle cercana vi a una mujer, la modelo Miranda Arévalo.
—Si...
—Ella estaba muy extraña, lloraba y decía cosas sin sentido. La verdad es que no hice nada, solo me acerqué a ella tratando de pensar si podía ayudarla en algo o no, ni siquiera la reconocí; lo que sucede es que después, el día que fui a la entrevista para el trabajo, me encontré casualmente con ella y me dio una tarjeta, dijo que en el sitio que indicaba podían ayudar a mi hermana, que había visto las noticias. Fui a ese sitio, y había todo un sistema, atendieron a mi hermana y dijeron que tenían un tratamiento nuevo, que podían devolverle todo lo que había perdido con las quemaduras.

La historia sonaba a cada segundo más insólita. ¿Por qué alguien creería en la palabra de una desconocida para confiar en un tratamiento del cual aparentemente no había ningún tipo de información? Porque tal vez cuando estás desesperado por el sufrimiento de alguien a quien amas, puedes confiar en lo que sea. Soraya sintió un escalofrío.

—Y tomaron esa opción.
—Sí. Soraya, no dijimos nada porque nos hicieron firmar un contrato de confidencialidad, para que no reveláramos el tratamiento, dijeron que teníamos que mantener el secreto.
—No tienes que darme explicaciones cariño, hiciste lo que creías que era correcto en ese momento, pero dime que sucedió después con Patricia, por qué la mantuvieron tan escondida.

Matilde suspiró.

—Eso era parte del tratamiento. Tenía que guardar reposo, y además mantenerse lejos del sol; además no podíamos dejar que nadie la viera, no habría forma de explicar los resultados.
— ¿A qué te refieres?
—Estaba regresando el tiempo —respondió Matilde con una triste sonrisa en el rostro—, pasaban los días y se veía cada vez mejor, su piel se restauraba, era como si el tiempo corriera hacia atrás. La iban a buscar, la llevaban a la clínica y le hacían tratamientos, ella al principio estaba desconfiada, pero con el paso de los días los resultados la fueron animando. Y de pronto sufrió ese ataque.

Se quedó un momento sin palabras, recordando la creciente alegría y confianza de su hermana, y como eso había cambiado de manera tan drástica en tan poco tiempo. Las cosas no solo habían ido de mal en peor, también faltaban tantas cosas, el cariño y comprensión de sus padres, la sensación de seguridad que perdiera con el ataque, la confianza que en ese momento parecía reducida a Soraya y a la doctora.

—Dijiste que "todo había desaparecido"
—Cuando tuvo el ataque intenté encontrarlos pero —su sonrisa esta vez fue de desconcierto—, no había nada. La clínica no estaba en el lugar en donde se suponía que debía estar, solo había un edificio, y la oficina donde fui en primer lugar tampoco estaba, solo era otro edificio más. Por eso llamé a Antonio, porque pensé que él podría ayudarme a encontrar a Miranda Arévalo, pero se reunió conmigo para tratar de matarme, no viste su mirada, la forma en que me miró antes de empujarme en ese túnel de ascensor, es como si nunca hubiera visto a sus ojos antes.

Soraya escuchaba y trataba de reducir la cara de sorpresa, aunque era bastante difícil. Pero mientras escuchaba, también pensaba en Antonio en el centro de tratamiento, saludándola como si nada, poniendo sonrisas y hablando de una tía imaginaria cuando hacía poco se había desecho según él de Matilde ¿Habría tratado de matarla también a ella si hubiera sabido que ella sospechaba algo? Al verlo se había sentido confundida, pero si no hubiera visto a la doctora ¿Habría querido hablar con él para tratar de buscar apoyo como antes lo había hecho Matilde? A esas alturas todo era cosa de posibilidades.

—Entonces lo que es posible es que Antonio esté involucrado con la gente de la clínica —reflexionó en voz alta—, pero no me explico por qué, o mejor dicho cómo, si la primera vez que lo viste fue en la urgencia cuando aún no pasaba lo de esa modelo.

Matilde también le había estado dando vueltas al asunto. Y aunque con miedo y angustia, ya sentía que podía ordenar algunas ideas, la primera de ellas respecto de ese hombre que de pronto se convirtiera en un monstruo. Al final no se trataba de algo tan complejo, la verdad estaba ahí, en alguna calle, entre todas esas personas de la ciudad que como Antonio parecían ser las mismas de siempre.

—Dijiste que se encontraron con Antonio de camino a la urgencia.
—Sí.
—Lo que creo —dijo con más fuerza— es que la clave está en eso. En saber por qué estaba ahí.




Capítulo 18: La persona perfecta


Cuando la doctora Miranda llegó al punto donde habían acordado encontrarse con Soraya, probablemente ella estaba más nerviosa incluso que Matilde. Durante el viaje había estado pensando en todo lo que había visto, el cambio de Patricia, y las implicancias que podía tener un caso como ese, incluso más allá de lo que había dicho Roberto Medel. Subió al asiento del conductor que Soraya había desocupado para cambiarse al asiento trasero; la mirada anhelante de Matilde solo iba a complicar las cosas, pero no podía mentirle, estaba obligada a decirle lo que había visto.

— ¿Cómo está mi hermana doctora?
—Está bien.
— ¿Por qué me la negaron, por qué motivo me dijeron que no estaba allí?

Romina suspiró profundo. Aún no podía dejar completamente de lado el tema del pasado de Medel, pero de momento era indispensable poner las cosas en claro.

—El doctor Medel la ocultó porque pensó que podría estar en peligro.
—Y parece que no se equivocaba —intervino Soraya en voz baja—, pero me pregunto por qué es que él sospechaba algo así.
—Por todo lo que le dijo Matilde anteriormente —replicó la doctora—, y además porque usted no regresó de inmediato como le había dicho. Considerando eso, y además que su hermana ha tenido algunos cambios.

El corazón de Matilde dio un vuelco.

— ¿Qué le pasó?
—Es difícil de explicar —repuso la doctora con seriedad—, en primer lugar debo decirle que a nivel sistémico su hermana no ha experimentado cambios, es decir que sigue inconsciente en una especie de letargo parecido a un sueño profundo, pero ha... cambiado.
— ¿A qué se refiere?
—Aún no sabemos qué clase de procedimiento es el que se realizó en su hermana y mucho menos qué provocó la falla, pero creo que el proceso se ha excedido en su forma original, o al menos eso es lo que opinamos Medel y yo.

Matilde sintió otra vez miedo de preguntar ¿Qué quería decir con exceso?

—Dígame a qué se refiere.
—Las heridas han desaparecido —explicó la mujer tratando de mantener la calma ante un hecho que ella misma no lograba entender del todo—, todas las marcas en su piel han desaparecido por completo, como si jamás hubiese sufrido quemaduras de ningún tipo, pero esto va más allá. La piel de su hermana, su fisiología está cambiando.
—No comprendo.
—Aparentemente está siendo afectada por algún cambio que no podemos determinar, pero la forma de su piel, su rostro... comienza a ser diferente. Como si su cara estuviera empezando a ser la de otra persona.


2


Roberto Medel sabía que su incursión en el mundo de la medicina se debía a un interés mayormente económico, y al hecho de tener antepasados directos relacionados con el medio; desde un principio había confiado en poder labrarse una carrera exitosa y consolidar sus ingresos y un determinado estilo de vida, pero el exceso de confianza destruyó sus planes cuando se vio involucrado en el maldito asunto del tráfico de órganos. Su esposa y Romina, quien era su amiga desde la universidad, habían sido muy duras con él, y desde entonces se había dedicado en su mayoría a atender a pacientes complejos y hacer guardias en servicios de urgencia, lo que lo dejaba con poco tiempo para trabajar en su consulta y hacerse de un capital con el que poder largarse. Sabía que ellas tenían razón, de hecho él mismo se espantaba de solo recordar que había estado cerca de intervenir a personas con el objetivo de extraer órganos, pero no por eso iba a estar pagando eternamente; el objetivo podía cumplirse, pero se estaba tardando demasiado y la opción que se había dado con Patricia Andrade era una oportunidad que no iba a repetirse bajo ningún término.  Para cuando recibió la llamada de Romina ya casi tenía todas las muestras que necesitaba.

— ¿Cómo se encuentra?
—Sin novedad —respondió él—, espero que estés buscando un sitio donde llevarla.
—Estoy con su hermana ahora, en unos minutos te llamo para informarte. Ten mucha precaución.
—Lo haré.

Aún tenía tiempo para realizar unas muestras más, pero lamentaba no disponer de tiempo para poder realizar otro tipo de exámenes que sin duda serían más efectivos. Pero no podía sacarla de allí solo y no iba a exponerse cuando existía la posibilidad de tener un negocio gigantesco entre las manos. Si con las muestras de sangre, pelo, piel y las diversas pruebas conseguía al menos un atisbo del impresionante tratamiento que eliminara del rostro de la paciente cualquier herida, entonces tendría en sus manos el método para conseguir todo lo que quería. Incluso podría ofrecerse a ayudar en el traslado y después, Matilde había confiado en él y eso sería útil si Romina trataba de oponerse.


3


Matilde sentía que todo volvía a dar vueltas a su alrededor; lo que escuchaba no tenía el más mínimo sentido.

— ¿A qué se refiere con eso?
—Por desgracia no lo sé con claridad, pero lo que usted me dijo sobre ese hombre complica todo. ¿Las vio?

Soraya negó enérgicamente.

—Estoy segura que no, cuando lo vi la llamé de inmediato, pero alcanzamos a ver que entraba y salía; estábamos diciendo que pensamos a él le dijeron lo mismo que a Matilde, es decir que su hermana no estaba allí.
—Es probable ya que el doctor la ocultó después que usted no apareció en la mañana. Matilde, es muy importante que me diga todo lo que sabe, palabra por palabra.

Pero la joven no estaba segura aun.

— ¿Y qué pasa con Antonio?
—No lo sé, salí por una puerta de personal para evitar algún peligro, supuse que a ese hombre le parecería extraño verme de nuevo el mismo día en dos centros diferentes, además no estoy segura de reconocerlo. Tenemos que sacar a su hermana de ahí lo más pronto posible pero primero necesito la mayor cantidad de información que pueda darme, estoy segura de que puede haber algo más en esto.

Matilde se obligó a respirar más tranquila, y solo en ese momento recordó algo que desde el principio había quedado completamente fuera de su mente, o al menos lo suficiente como para que no le pareciera extraño.

— ¡Oh por Dios!
— ¿Qué pasa?

Era algo muy extraño si se ponía a pensar en ello, pero con todas las cosas que habían sucedido quedaba relegado a un último plano; por eso es que durante la mañana después de salir de ese túnel tuvo la sensación persistente de echar algo en falta.

—Vicente...
— ¿Qué Vicente?

No daba crédito a lo que estaba pensando ¿Acaso sería posible?

—No puede ser, creo que las cosas podrían ser mucho peores de lo que me imaginaba.
—Explíquese por favor.
—Patricia iba a salir —explicó lentamente, intentando recomponer en su mente esos últimos momentos normales con su hermana—, pero no conmigo, tenía una cita con un hombre, se llama Vicente.
— ¿Y eso qué tiene de raro?

No estaba explicando con claridad porque las cosas aún estaban mezcladas en su mente; pero por supuesto, eso había ocurrido, y era una más de las interrogantes que contaba en toda esa locura.

—Patricia iba a salir, incluso estaba arreglada para esa cita —continuó haciendo un esfuerzo por recordar con exactitud—, y sufrió ese ataque horrible. Pero cuando sucedió, Vicente estaba del otro lado de la puerta, había llegado justo en ese momento; cuando vi a mi hermana en ese estado corrí a pedirle ayuda, le dije que necesitaba su ayuda, y dijo que tenía su automóvil afuera. Pero nunca más lo vi.
—Puede ser que se haya asustado con la escena —dijo Soraya tentativamente.
—Eso es lo más atemorizante —replicó Matilde con voz lúgubre—, Soraya conoció a ese hombre mientras estaba en tratamiento, dijo que él también lo estaba.

La doctora estaba atando cabos con rapidez, pero seguía sin estar segura completamente. Decidió no demostrar tanta sorpresa como lo ameritaba la información que estaba escuchando.

— ¿Hay algo más que crea que haya olvidado acerca de esos hechos?
—No, eso es todo... las píldoras, las píldoras desaparecieron ¿cree que pueda haber sido él mismo?
—Siendo honesta, no sé muy bien qué pensar, pero es una posibilidad, usted dijo que se llamaba Vicente pero no me dijo su apellido.
—Patricia no me lo dijo, solo recuerdo que me comentaba que tenía una herida en la espalda y que tenía una empresa o era un gerente de algo, no lo recuerdo bien.
— ¿Recuerda cómo era?

Matilde se lo pensó por un momento, pero lo que estaba sucediendo con su hermana era infinitamente más importante que cualquier otra cosa, por lo que no tenía una imagen clara.

—No lo sé, es... treinta y algo supongo, moreno, de cabello corto, parecía llevar una tenida cara; lo único que recuerdo es que tenía los ojos de un color muy especial, castaño pero no como el castaño común, quizás más claro.

Sabía que no era mucha información. Pero recordó lo que había estado hablando antes con su amiga.

—Doctora, estaba hablando con Soraya y creemos que debe haber algo importante en la urgencia en donde internaron a mi hermana en primer lugar, porque Antonio estaba cerca de ese sitio.
—Son demasiados puntos en común para poder analizarlos todos —replicó la profesional—, el problema es que él parece bastante asiduo a los centros de salud, y haberlo visto como me dicen ustedes es sumamente preocupante; pero ahora mismo es importante sacar a su hermana de donde está.

Matilde asintió con energía.

—Es lo que más quiero, pero ¿Donde? Temo por ella, temo que Antonio esté buscándola para intentar matarla como lo hizo conmigo.

Eso la hizo pensar en algo más.

—Matilde, no es posible que ese hombre piense por mucho tiempo más que usted está muerta. Si lo que pretendía era matarla, tarde o temprano debe volver al sitio a comprobarlo o a hacer alguna otra cosa para averiguar la verdad, y si eso pasa, las cosas pueden ponerse peores; mientras tanto tenemos que ganar tiempo y sacar a su hermana para llevarla a un lugar seguro.

Soraya dio un brinco cuando su teléfono celular anunció una llamada.

—Diablos. Es Antonio.

Matilde sintió como el miedo volvía a su cuerpo, pero por fortuna la doctora reaccionó con frialdad.

—Ya sabe que usted está involucrada, o lo supone y quiere eliminar opciones.
— ¿Qué hago?
—No le conteste, no por ahora, solo lo pondrá sobre aviso.
—No puede ser, si estamos en lo cierto que estaba rastreando el celular de Matilde, también puede rastrear el mío, no pensé en eso.

Durante un momento nadie en el automóvil dijo nada, mientras el celular de Soraya anunciaba una llamada con un tono alegre que nada demostraba de la situación por la que estaban pasando; después de unos instantes la llamada cesó.

—Cielos, apenas puedo respirar.
— ¿Qué vamos a hacer?
—Tendremos que volver a ese sitio para sacar a su hermana, no hay otra alternativa. Pero antes pasaremos a buscar algo.



4


Antonio cortó la llamada. Tenía los ojos inyectados en sangre.

—Maldita sea. Maldita sea, maldita sea.

Estaba pensando demasiado lento; Soraya y esa doctora estaban metidas en eso, no tenía considerado que alguien estuviera sospechando tan pronto ¿Acaso Matilde había hablado con ella antes que con él? Eso tenía sentido, pero no solucionaba su problema.

—Maldita, maldita seas.

Incluso después de muerta seguía dando problemas. Se suponía que al deshacerse de ella todo iba a terminar, y él podría volver a su vida de siempre. Pero ahora la otra estaba desaparecida, y esa entrometida de Soraya y esa mujer que estaba con ella estaban en medio, estaba seguro. Había estado tan cerca, podría haber inventado cualquier cosa para acompañarlas o por último seguirlas, pero pasó ese detalle por alto y eso le estaba pasando la cuenta. Su celular volvió a anunciar una llamada.

— ¿Qué avances hay?
—Estoy en eso.

La voz rasposa del otro lado de la conexión podía ser tan fría que escucharla en un momento como ese resultaba abrumador.

—Dijiste lo mismo más temprano.
—Lo sé.
—Esa mujer no puede vivir —dijo la voz con la misma frialdad que acostumbraba—, la única forma de eliminar las pruebas que lleva encima es matarla, las pruebas morirán con ella.
—Estoy consciente, voy a arreglarlo.
—Eso espero.

La voz cortó.

— ¡Maldición!

Solo una más. Patricia terminaría de irse al otro mundo y con ella, sus problemas. Marcó un número.

— ¿Hola?
—Hola —saludó con alegría—. Eliana, espero que estés bien, me gustaría que nos viéramos ¿te parece?

A ella desde luego le iba a parecer extraño algo así.

—Estoy un poco apurada en realidad con el trabajo.
—Pero estoy seguro que tienes un minuto para mí —dijo él seriamente—, hay un tema importante que me gustaría hablar. Se trata de Matilde.



Próximo capítulo: Sigue caminando