La última herida Capítulo 19: Sigue caminando - Capítulo 20: Sacrificio válido




— ¿Dónde vamos?

La doctora estaba cada vez más nerviosa; casi no tenía dudas, ese caso era algo parecido a lo que Roberto le había dicho anteriormente sobre Patricia, pero eso solo hacía que todo fuera muchísimo más peligroso: si los interminables rumores acerca de una congregación de profesionales que trataban a personas de poder, y aplicaban en ellas tratamientos sorprendentes y de alcances insospechados, quien sea que hubiera cometido un error, el que desencadenó el ataque de Patricia, estaba claramente dispuesto a todo con tal de mantener el secreto. Ese hombre llamado Vicente, el amigo de Matilde, ¿Cuánta gente más? No sabía en quien confiar y había dejado a Patricia en manos de Medel, quien por cierto no le producía la más mínima confianza, de modo que las alternativas se cerraban.

—Estamos llegando, ya lo verá.

En todo el mundo había pocas personas en quien podía confiar, pero si tenía que elegir a una sola, era Santito. Estacionó el automóvil y bajó a carreras; la casa no tenía timbre, pero ella entró sin golpear.

—Buenos días.

Santito era un hombre de edad indescifrable que vivía recluido por decisión propia en una casa donde hacía sus negocios de todo tipo: ella lo conoció en la época de la universidad, cuando andaba buscando métodos para mantenerse despierta, típica historia de estudiante que llega a un dato por medio del amigo del conocido de un amigo.

—Romina, qué alegría verte.

El hombre era de baja estatura, de piel pecosa y cabello corto, aunque desordenado; en ese momento vestía una jardinera de mezclilla con evidentes muestras de haber estado trabajando en el jardín.

—Santito, te necesito.
—Siempre me necesitas —dijo él riendo—, pero hace tiempo que no pasa.
—No, no es eso, necesito la ambulancia, no puedo explicarte por qué.

Le pareció mejor no decirle nada, aunque era improbable que alguien pudiera establecer una relación entre ellos.

— ¿Está todo bien?
—No, no lo está.

El hombre adoptó una actitud mucho más seria, que a pesar de su aspecto le dio un aire de autoridad; no era de los que hacen preguntas innecesarias.

—Atrás, las llaves están en la guantera.
—No sabes cuánto te lo agradezco. Escucha —replicó mirando a sus ojos tan oscuros—, si llega a aparecer alguien...
—No creo que me encuentren, iré a dar un paseo donde mis familiares en el sur.

Ninguno de los dos dijo más. Era un hombre inteligente, muy por sobre la media y gracias a eso podía desarrollar sus propios medicamentos y fórmulas, y era lo suficientemente astuto como para saber cuándo había peligro cerca.

—Perdóname por meterte en esto.
—He pasado por cosas peores —repuso él con liviandad—, no pasa nada. Pero promete que vas a cuidarte.
—Lo haré.

Un par de minutos después Matilde y Soraya subían a la ambulancia.

— ¿Qué pasará con su auto?
—Este barrio es tranquilo aunque está relativamente cerca del Boulevard, el progreso todavía no llega hasta aquí —tardaremos menos de diez minutos en llegar, dijo para si— estará a salvo, ahora lo importante es que podamos entrar y sacar a su hermana. Matilde, tiene que estar muy atenta, si Antonio está en las inmediaciones las cosas van a ponerse muy feas.

Aún no daba el mediodía, pero la jornada se estaba haciendo interminable. Mientras la doctora conducía rumbo a la urgencia en donde permanecía oculta Patricia, Soraya tuvo un sobresalto.

— ¿Qué pasa?
—Ay no, creo que he cometido una tontería.

Mientras lo decía, miró impotente su teléfono celular que ahora mantenía fuera de área. Con todo lo que pasaba lo había olvidado por completo.

— ¿Qué pasa?
—Más temprano, cuando estaba tratando de dar contigo, llamé a Eliana: le dije que Patricia había tenido un ataque.

Matilde sintió que el alma se le iba al suelo; Eliana, su amiga querida, su amiga tan acogedora y amable, ella sabía más de lo que era apropiado ¿cuánto tiempo había pasado desde la llamada a Soraya?

—No puede ser, si no te encontró a ti, puede querer contactarse con ella ¿Qué hacemos?
—Llámela desde mi teléfono.

La doctora le pasó su celular, y Soraya marcó el número de su amiga; después de unos momentos de angustiosa espera Eliana contestó.

— ¿Hola?
—Eliana.
—Hasta que llamas mujer, me tienes preocupada con lo que me dijiste temprano —replicó la mujer al otro lado de la conexión sin saludar—, tenías razón, Matilde no contesta el teléfono, estaba preocupada, pero me llamó Antonio y dice que está con ella y con Patricia, que tuvieron que trasladarla a otro centro porque se puso grave.

Soraya sintió que se le salía el corazón por la boca. Antonio había actuado rápido y con mucha precisión, pero ella no sabía si en ese momento se encontraba allí o no, junto a su amiga indefensa e inocente de todo lo que estaba sucediendo.

— ¿Te reuniste con él?
—No, pedí permiso en el trabajo, estoy tan atareada, ahora mismo voy para el Hospital General a acompañarla.

Aun podía advertirle. Durante un momento la mujer no supo cómo transmitir la información sin provocarle un ataque de histeria.

—Eliana, escucha.
—No puedo, estoy llegando al tren subterráneo.
— ¡Escúchame! —gritó nerviosamente—, no puedes ir, es una mentira, Antonio ha enloquecido, es muy peligroso.

La voz de Eliana adquirió un tono mucho más serio.

—No es momento para bromas.
—Estoy hablando en serio —dijo con voz firme—, por favor no vayas, devuélvete a tu trabajo.
—Soraya...
— ¡Haz lo que te digo! —exclamó desesperada—, te lo ruego, no hagas esto, es muy peligroso, no puedo decirte más detalles ahora pero no puedes ir.
—No entiendo de lo que estás hablando —dijo la voz dejando oír la duda en su voz—, dime qué es lo que está sucediendo.

Soraya miró a Matilde y tomó la decisión que creyó más acertada.

—Patricia no está en el Hospital General. Por favor, por lo que más quieras escucha mis palabras, no puedes confiar en Antonio. Es muy peligroso, te lo juro por mi abuela que está en el cielo que no es una broma.

Jamás sacaba a colación a su abuela, y eso hizo el efecto necesario para que su amiga le creyera.

—Soraya, estoy asustada, ¿Por qué Antonio va a ser peligroso?
—No tengo tiempo de explicarlo.

Matilde le hizo gesto de hablar ella misma, pero Soraya la silenció con un mano; lo mejor era mantenerla desaparecida.

—Pero...
—Por favor —continuó—, solo... solo regresa a tu trabajo y quédate ahí, te explicaré todo con detalles.
—Oh por Dios...

La voz de Eliana se quebró del otro lado de la conexión. Soraya se maldijo por haber puesto el teléfono en altavoz justo en ese instante, porque Matilde reaccionó como si la hubieran pinchado.

— ¿Qué pasa?
—Está aquí.



2


Roberto seguía contemplando embelesado el cuerpo de Patricia, específicamente su cara, que es donde se mostraba el cambio más dramático; ahí estaba, alguien tenía el secreto de la juventud y la belleza eternas y podía aplicarse, y no solo eso, era aplicable en seres humanos con resultados que no solo eran sorprendentes, también resultaban revolucionarios. Existía una probabilidad muy grande de éxito, que por cierto y sin lugar a dudas, se encontraba fuera de los márgenes legales pero la pregunta era ¿por qué? ¿Qué hacía que ese tratamiento estuviera al margen y por lo tanto oculto del conocimiento popular o siquiera médico? Esperaba que las muestras que había tomado sirvieran para dilucidar algunas de esas interrogantes, pero definitivamente tenía que mantenerse junto con Romina, apelaría a cualquier cosa con tal de hacerlo, era de vital importancia realizar un estudio mucho más acabado del tema.

—Preciosa —dijo en voz baja—, eres la llave de tantas verdades. Y mi puerta de salida.


3


— ¿Qué dices?
—Está en la vereda de enfrente —murmuró Eliana con un hilo de voz—, está ahí...

Matilde se cubrió la boca con las manos ante el terror que le estaba transmitiendo la voz de su amiga, pero Soraya volvió a amenazarla apuntando hacia ella con dedos temblorosos.

— ¿Te vio?
—No lo sé, Soraya...
—Dijiste que ibas al tren subterráneo.
—Si...
—Entra mujer, entra.
—Está bien, está bien. Soraya, creo que me vio.

Soraya contuvo una exclamación de angustia; sentía que las cosas estaban a punto de ponerse peores, pero tenía que mantener la calma, tenía que ayudar en lo que pudiera a su amiga, y lo que podía hacer era orientarla para que no se quedara inmóvil.

—Eso no importa ¿Estás bajando?
—Voy por las escaleras.

Matilde quería gritarle que corriera, que pusiera toda la distancia posible entre ese hombre y ella, pero entendía que debía mantenerse callada, que solo conseguiría confundir a su amiga si le revelaba su presencia en ese instante.

—Escucha, solo baja y entra en el primer tren, no importa donde vaya, solo sube.

La voz de Eliana se escuchaba agitada y nerviosa, e hizo una larga y tensa pausa.

— ¿Eliana?
—Creo que me está siguiendo —replicó con nerviosismo—, no veo ningún guardia, no veo nadie que...
—Escucha, solo escucha mis palabras —la interrumpió Soraya con tono firme—, no te preocupes por eso, solo entra al tren ¿está bien?

Eliana no acostumbraba reaccionar tan bien a situaciones de estrés y ellas lo sabían de la era del instituto, era quien más sufría con exámenes y esas cosas, de modo que ambas podían imaginarse muy bien lo que estaba sintiendo en esos momentos.

—Estoy en el andén, estoy angustiada, no estoy segura si me siguió o no y hay tanta gente...
—Tranquila, solo debes subir al carro, dime en que...

La voz de Eliana fue sustituida por un instante por un chirrido.

— ¿Eliana?

Luego se escuchó silencio, aunque la llamada continuaba; inmediatamente la voz de la mujer del otro lado de la línea.

—Soraya.
—Eli, háblame.
— ¡Soraya!

La llamada se cortó.

— ¡Eli!

Matilde no pudo contener un grito de espanto al escuchar la voz de su amiga e inmediatamente ver como la pantalla del celular anunciaba que la llamada se había cortado.

—Maldición.

Matilde sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—No puede ser, no puede ser, tenemos que hacer algo por ella, Antonio va, Antonio va...

Se quedó sin palabras y rompió en llanto; primero Patricia, ahora Eliana, las personas a las que quería estaban sufriendo, en riesgo y era su culpa, era su culpa y no podía seguir soportando algo así. Soraya no se movía, mientras por su mente pasaban miles de ideas atroces de lo que podía pasar en esa estación de metro. La doctora conducía en silencio, intentando no perder el norte mientras seguía hacia la urgencia; pero antes de un minuto el teléfono anunció llamada del mismo número al que habían llamado antes.

— ¿Soraya me oyes?
—Ay por Dios —exclamó la mujer soltando un gritito de angustia—, casi me matas del susto.
—Se cortó la llamada, estoy en el tren, no lo veo, creo que lo perdí, pero sigo muy nerviosa, no sé si puede estar en otro de los carros...

Matilde se secó las lágrimas mientras luchaba por volver a respirar con normalidad; la otra mantenía algo de su temple.

—Hacia qué dirección vas.
—Hacia presidente Hermias.
—Bien, sé lo que tienes que hacer, vas a seguir dos estaciones más y te bajas en Israelíes ¿Recuerdas la cafetería que está ahí?
—Sí, sí, la recuerdo.
—Pues te quedas ahí, pides un té o lo que sea y te calmas, voy a llegar en un rato, te voy a explicar todo lo que está sucediendo.
—Está bien pero no te tardes.
—Solo no te muevas de ahí ¿está bien?
—De acuerdo.

Cortó. Matilde sentía que había envejecido durante los últimos minutos.

—Qué susto por Dios. Tenemos que ir por ella.
—Primero lo primero —intervino la doctora—, estamos llegando a la urgencia, vamos a llegar por la entrada posterior. Es importante que se queden en la parte de atrás y estén listas y atentas a todo, no me tardaré.

No pudo decir más. El impacto sacudió la ambulancia y quebró la relativa calma en su interior.




Capítulo 20: Sacrificio válido


En el momento en que el neumático se reventó, Romina perdió el control del vehículo; sabía manejar bien y había conducido camionetas, pero la ambulancia era pesada y claramente necesitaba un ajuste, de modo que con un neumático menos, las cosas se salieron de control.

— ¡Noo!

Intentó inútilmente controlar el volante, pero la calle frente a ella se convirtió en un borrón sin sentido y cuando volvió a ver algo con claridad, la muralla estaba demasiado cerca. Impotente y con el corazón detenido por el impacto, Romina solo pudo atinar a presionar el freno con todas sus fuerzas, mientras escuchaba gritos y ruidos extraños en sus oídos.

"Vamos a morir"

No hubo más tiempo, y la ambulancia se estrelló contra la muralla; sintió el golpe, su cuerpo sin dominio de sí mismo, el colchón de aire recibiendo el golpe, ella aplastándose contra esa superficie, como cayendo de cara en el agua, sin alternativas.

"vamos a morir"

Todo se puso oscuro. Después la consumió el silencio.

Antonio respiraba con agitación mientras se ponía de pie del otro lado de la calzada. Era su única oportunidad y la había aprovechado muy bien, siguiendo en el ordenador portátil la señal del teléfono al que llamaba Eliana. Ya sabía hacia qué punto iban, tenía claro que Patricia en realidad nunca había salido de esa urgencia ¿Cómo no lo había supuesto? Estaba nervioso, por supuesto, pero el disparo había sido limpio, solo tenía que aprovechar la oportunidad y terminar con todo eso.

—Ya está...

Le estaba volviendo el alma al cuerpo. Tanto preocuparse y preguntarse dónde estaría Patricia, dónde podían haberla llevado en tan poco tiempo, cuando bastaba con saber que esa mujer que estaba con Soraya era doctora para deducir que la tenían oculta. Ahí, justo frente a sus ojos. Ahora solo tenía que deshacerse de Patricia, y todo habría terminado. No importaba si Soraya y esa doctora seguían vivas o no, lo importante es que él llegaría primero a la urgencia y terminaría el trabajo. Iba a irse cuando sonó su celular, pero en vez de preocuparse, respondió con tranquilidad.

—Ya está todo controlado, no hay de qué preocuparse.

Pero la voz del otro lado de la línea parecía más divertida de lo que nunca antes había escuchado de esa persona, y eso hizo que su respiración se cortara de golpe.

—Cometiste un error.
— ¿De qué hablas?
—No está muerta —replicó lentamente, disfrutando cada palabra—. No está muerta.

Por un momento pensó que su corazón había dejado de latir. Pero no, solo estaba latiendo mucho más fuerte, tanto que no parecía suyo, no parecía algo real. Sin decir nada, sin responder, solo escuchando esa siseante respiración, volteó lentamente hacia la ambulancia, la misma que creía albergaba a dos personas.

—No...
—Son demasiados errores en la misma jornada —dijo el hombre con total naturalidad—, no puedo permitirlo más.

Un nuevo silencio, tan amenazante como el anterior. No, no era posible, no podía haber sobrevivido.

—No puede ser...
—Envié a una persona a revisar el lugar cuando comenzaste a demorar las cosas —dijo aún más lento—, y ella no está ahí. Ni viva ni muerta.

Antonio sintió que se le contraía el estómago, como después de un golpe directo. Sangre helada, latidos disparados, estaba entrando en pánico, pero no podía permitirlo, no si su suposición era cierta.

—Sé dónde está.

No podía caminar, no podía moverse, el cuerpo estaba paralizado por el miedo; tenía que reaccionar, antes que comenzara a llegar la gente al lugar del choque.

—No sé cómo puedes saber dónde está si me dijiste que la mataste.

La ambulancia. Se obligó a caminar.

—Acabo de descubrirlo. Me desharé de ella, tendrás una prueba, te lo prometo.
—Ya no puedo confiar en ti. Te dije que hay demasiado en juego.

Es demasiado sencillo, reacciona, solo tienes que caminar un poco más y terminar el trabajo. Matilde está en la ambulancia, siempre estuvo allí, solo debes eliminarla; continúa hablando, termina el trabajo y todo será un mal sueño.

—Está aquí.

No lo sabía. La distancia entre él y la camioneta parecía no disminuir, eran kilómetros de angustia y de duda.

—No te creo.
—La intercepté de camino al lugar en donde está la otra —tenía que sonar convincente, tenía que dominar el maldito nervio que estaba torturándolo—. Terminaré el trabajo, te llevaré una prueba.

La voz no dijo nada durante unos segundos. Interminables segundos. Estaba siendo demasiado vago, necesitaba sonar creíble, necesitaba que escuchara el sonido del disparo a través del silenciador en el auricular, para que decidiera cambiar de opinión. Ya no le importaba nada, saldría de ahí, de ese país y de toda esa porquería en la que se había metido tiempo atrás, se iría tan lejos como fuera posible.

—Solo presta atención —dijo luchando por hablar con una seguridad que abandonaba su cuerpo—, voy a hacerlo ahora, solo escucha un momento más, vas a ser el primer testigo.

La voz no dijo nada, señal inequívoca de su espera, pero también de la amenaza. Antonio siguió caminando, cruzó la calle hacia el punto donde estaba la camioneta, inmóvil con el morro aplastado contra la muralla; miró en ambas direcciones, pasó un auto solitario cuyo conductor no prestó atención, no había gente cerca, pero las personas de ese edificio no tardarían en salir. Ya estaba llegando al vehículo, caminando lentamente desde atrás, cuando escuchó una voz.

— ¡Matilde! ¡Despierta!

No tendría que verla a los ojos de nuevo. Sonrió, las cosas estaban tomando el mismo curso, para cuando supieran que él estaba involucrado, estaría demasiado lejos.

— ¿Por qué Matilde, por qué no te quedaste en el ascensor?

Logró llegar a la ambulancia. Tan fácil, incluso la puerta trasera estaba entreabierta, seguramente por el golpe. Nunca había empuñado el arma con tanta seguridad en la diestra.

— ¡Baje esa arma!

La voz del policía sacudió su espacio y sus pensamientos; de forma inconsciente volteó hacia el origen de la voz y vio a un hombre de aproximadamente su edad, apuntando su arma mientras lo miraba con determinación.

— ¡Baje el arma o disparo!

No había tiempo de pensar. Qué más daba uno o dos.
Sonaron dos disparos, el primero derribó al policía, el segundo falló en dar en Antonio. Pero cuando se dio vuelta para terminar con su propósito, Antonio notó que la llamada había sido cortada.

—No, no, no, no... ¡No!

Marcó de regreso. Tenía que decirle que era solo un retraso, que las cosas iban a arreglarse, pero el número apareció apagado. El chirrido de los neumáticos vino casi de inmediato, con el sacudón de la ambulancia la puerta trasera se abrió, y el hombre pudo ver a Matilde y a Soraya, por un momento solamente, antes que el vaivén de la puerta lo golpeara. Escuchó los gritos de ellas y trastabilló hacia atrás, intentando en un ínfimo instante mantener el equilibrio y apuntar a su objetivo. Vio la mirada de Soraya directo en él y en el arma, pero para cuando pudo disparar, la ambulancia ya había hecho otro movimiento brusco y el motor rugía para poder arrancar.

— ¡Noo!

Disparó otra vez, luego de nuevo hacia abajo, tratando de darle a los neumáticos, pero el movimiento del vehículo no le permitió dar en el blanco. Activado por la adrenalina y la desesperación comenzó a correr, aun le quedaban tres balas, sabía que podía hacerlo, sabía que podía.

— ¡Ahh!

Una bala impactó en la pierna izquierda y lo tiró al suelo. Al caer perdió el arma, y con ella la única posibilidad de terminar con lo que se había propuesto. Gritó de dolor mientras caía al suelo.


2


Romina sentía que estaba apretando el volante mucho más de la cuenta, pero no podía soltarlo; el colchón de aire estaba sobre su pecho y sus piernas y creía tener sangre en la cara, probablemente en la nariz, pero no podía dejar de mirar al frente, si dejaba de hacerlo se quebraría por completo. El choque había sido menos fuerte de lo que podría haber sido en realidad, pero sentía la presión en la parte trasera del cuello, adormecimiento en la extremidades y el pulso acelerado, sus conocimientos médicos le decían que no estaba en shock y probablemente ya no iba a estarlo, pero el lado científico era amenazado por el corazón que solo sabía que el peligro era mortal, que los disparos eran reales y que solo la Providencia logró que salieran de ahí. Presionó el acelerador un poco más para alcanzar a cruzar la siguiente calle sin que la detuviera el semáforo y siguió derecho, no sabía dónde estaba, solo que tenía que seguir y seguir.
Mientras tanto en la parte de atrás, Soraya había dejado a Matilde tendida en el costado del vehículo, y con movimientos sorprendentemente lentos se acercó a la parte trasera y jaló la puerta y cerró. Cuando afirmó el seguro interno, se devolvió junto a su amiga que ya estaba reaccionando después de choque.

— ¿Matilde?

La joven se incorporó con lenitud y enfocó la vista en su amiga y luego en lo que la rodeaba; estaban en movimiento, dentro de la ambulancia aún, pero le dolía el cuerpo en partes distintas de las que ya arrastraba desde la mañana. Soraya tenía un corte en la mejilla y la miraba con ojos muy abiertos.

—Amiga...

Las dos mujeres se abrazaron tratando de consolarse mutuamente: si en algún lugar de su alma, quizás en lo más profundo, Soraya albergaba aunque fuese alguna duda acerca de la historia del intento de asesinato por parte de Antonio, ahora no le quedaba la más mínima. Aún por una fracción de segundo, lo había visto, mirándola con un arma en las manos. La ambulancia se detuvo.

— ¡Doctora!

Se soltaron y se acercaron a la parte de adelante. La mujer estaba sentada muy quieta, con los brazos sobre el volante y la cabeza apoyada en ellos, cerrados los ojos.

— ¿Puede oírme?
—Estoy bien —dijo la mujer con voz ronca— ¿Tienen alguna herida?
—Estamos bien —replicó Matilde sin mucha convicción.

Soraya se asomó a la ventana trasera. La reciente experiencia solo había aumentado sus sentidos, y en ese momento la posibilidad de volver a encontrarse con Antonio era tremendamente alta.

—Fue Antonio. Lo vi.

Matilde ahogó un grito de horror, pero se obligó a mantenerse en control; Patricia seguía en el mismo sitio y tenían que ir por ella.

—Tenemos que sacar a Patricia de ese sitio —dijo con voz temblorosa—, si Antonio está cerca, seguramente descubrió dónde está ella, o nos siguió para poder dar con su paradero, tenemos que ir.

La doctora la interrumpió con voz más segura.

—Ya lo sé. Lo sé —continuó más despacio—, lo sé, es solo que... estoy nerviosa, solo estoy tratando de controlarme.

Finalmente levantó la cabeza y se miró en el retrovisor. Tenía sangre en la boca junto a los dientes y estaba despeinada y pálida, pero fuera de eso parecía en buenas condiciones, para el año del que era esa ambulancia era casi un milagro que el colchón de aire se activara ante el choque, aunque eso le había salvado potencialmente la vida. Volteó hacia atrás.

—No podemos sacar a Patricia de la urgencia con el vehículo así, llamará la atención de todo el mundo antes siquiera de llegar a la puerta.

Soraya se secó la transpiración de la frente con la manga de su camisa.

—Es verdad, pero ¿Qué podemos hacer?
—Nada —sentenció Matilde—, no podemos hacer nada, pero no voy a dejar a mi hermana ahí ni un minuto más. Soraya, si tú...

La otra se le adelantó y la interrumpió con tono firme.

—Ni siquiera lo pienses. Estamos juntas en esto.

La doctora asintió.

—Es una locura, pero no tenemos tiempo para otra alternativa; iremos así como estamos, y roguemos porque las cosas salgan bien de una vez por todas.


4


Arriesgando todo y sin saber qué era lo que podía llegar a pasar y mucho menos el paradero de Antonio, las tres mujeres llegaron a la entrada posterior de la urgencia, y coordinadas con el doctor Medel, lograron subir la camilla a la parte trasera de la ambulancia; en un principio Romina pretendía librarse de él, pero no podía hacerlo sin dar explicaciones que solo complicarían todo, de modo que dejó que él subiera también. No disponían de mucho tiempo hasta que las personas que habían visto el vehículo y escuchado sus débiles explicaciones se lo dijeran a alguien importante, específicamente a cierta mujer que estaría encantada de arruinar la carrera de alguien más. Su vida profesional estaba terminada.

Matilde se quedó sin palabras al ver a Patricia tendida inconsciente en la camilla blanca en la que el doctor la había subido. Pero no era por ese estado, en el que por desgracia ya la viera antes, sino por el dramático cambio en su rostro. No era Patricia, o al menos no era completamente ella ¿Qué le habían hecho?

— Dios mío...
—No puedo creer esto —dijo Soraya tapando su boca con las manos—, sencillamente no puedo.

Una vez que salieron del perímetro de la urgencia, la doctora dirigió el curso de la ambulancia hacia el lugar en donde Eliana debía de estarlas esperando de no mediar alguna nueva complicación, pero no dejaba de pensar en que ese vehículo, ahora chocado, llamaba demasiado la atención, y en la ciudad era solo cuestión de tiempo para que la policía interviniera y quisieran saber lo que pasaba, ante lo que se sentía nerviosa y preocupada. Por algún motivo sentía que la policía sería solo un problema más.



Próximo capítulo: Nadie en quien confiar

La última herida Capítulo 17: Personas que caminan - Capítulo 18: La persona perfecta




Soraya había conseguido sacarle la información a Matilde entre sollozos, pero ya tenía una idea más o menos clara de lo que estaba sucediendo, y efectivamente era peor que cualquiera de las cosas que se había imaginado mientras trataba de descubrir alguna pista.

—Y entonces lograste salir de ahí, es un milagro que estés viva mujer.

Matilde luchaba con las lágrimas; dicho de esa manera, las cosas parecían a cada minuto más horribles que antes, y la doctora no aparecía.

—No sabía qué hacer, estaba tan asustada, y cuando salí de ese sitio lo primero que pensé es que si él sabe cosas de internet, perfectamente podría rastrearme, o tal vez lo estaba haciendo desde antes y yo... sé que todo es una locura.
—No, no lo es.

Aunque a ella sí le parecía que lo era, pero después de lo que había escuchado, podía dejar espacio para la duda.

—Escucha, hiciste lo correcto al dejar apagado el teléfono, si ese loco de Antonio hizo eso puede ser capaz de cualquier cosa. Mira, lo importante es que  estás bien, y que esperemos a que la doctora salga de ahí.
—Tengo tanto miedo por Patricia...
—Tranquilízate, mira...

Soraya se quedó con las palabras en la boca. En el retrovisor estaba viendo a Antonio caminando hacia la urgencia.

—Dios mío...

Matilde recorrió el curso de su mirada y vio con espanto como el hombre que hasta unas horas antes creía era su amigo estaba entrando en la urgencia.

—No puede ser, Soraya, tiene que haberme seguido de alguna manera.

Soraya tenía la piel helada; se veía tan normal, tan como siempre ¿Y era un asesino? No podía decirle a su amiga que poco antes se había encontrado "casualmente" con ese mismo hombre, eso solo la pondría peor, aunque la perspectiva de verlo en ese sitio era aterradora. No había tiempo para pensar, mientras no supieran qué pasaba, era mejor mantenerse lejos.

—No lo creo, si te hubiera seguido vendría para acá ¿No crees? creo que más bien vino a lo mismo que nosotras, tengo que llamar a la doctora.

Marcó el número agradeciendo haberle dicho a la mujer que se lo dijera mientras iban en el auto, y ambas esperaron la respuesta. Por fortuna la doctora respondió, aunque su tono era parecido a la incomodidad.

— ¿Qué sucede?
—Ocurrió algo, Antonio está entrando en la urgencia en este momento.
—Demonios, es el mismo hombre que la saludó antes ¿No? no pueden quedarse ahí.
—No podemos irnos...
—Escuche —la cortó firmemente—, Patricia está bien, pero si ese hombre descubre que Matilde está en este sitio puede ponerse peligroso, salgan de ahí ahora mismo.
— ¿Está segura que está bien?
—La estoy viendo ahora mismo. Espérenme en el Boulevard del Parque Centenario, iré tan pronto pueda y por favor, tengan cuidado.
—Está bien.

Soraya cortó y se pasó las manos por el cabello, dejándolo más revuelto de lo que estaba antes. Matilde había captado que estaban hablando de su hermana y la miraba ansiosamente.

— ¿Qué pasó con Patricia?
—La doctora dice que está bien.
— ¡Tengo que ir a verla!

Soraya alcanzó por la mínima a sujetarla y mantenerla dentro del vehículo; nunca había visto a su amiga tan nerviosa y angustiada, ni siquiera cuando había pasado lo del accidente, pero probablemente el ataque de Antonio la había superado.

— ¡No Matilde!
— ¡Tengo que ir por ella!
— ¡Que no ves que Antonio acaba de entrar! Escucha, tenemos que salir de aquí.
— ¡No puedo dejarla de nuevo!
—No vas a dejarla —exclamó Soraya por sobre sus gritos—, escúchame porque es muy importante, la doctora está ahí adentro y dice que tu hermana está bien. No está muerta. Antonio entró hace un momento, tal vez le dicen lo mismo que a ti, espera, espera.

Ambas se quedaron quietas mirando por el retrovisor; Antonio había salido de la urgencia, pero ésta vez su actitud era distinta: daba pasos cortos de un lado a otro mientras se tomaba la cabeza con una mano y mantenía el celular en la otra, al parecer en una conversación bastante fuerte porque se lo veía hablar mucho y con los ojos muy abiertos.

—Tenemos que irnos.
—Pero...

Matilde estaba temblando de pies a cabeza; saber que Antonio había tratado de matarla era muy distinto a verlo ahí ¿Por qué se vería en ese estado? Soraya encendió el motor.

—Está demasiado cerca, tenemos que irnos.
—Está bien, está bien.
—Recuéstate, que no te vea.

Soraya también estaba nerviosa y tenía el pulso a mil, pero desde siempre había podido enfrentar con la mente clara las emergencias, y sabía que en ese momento tenía que ser fuerte. Por suerte al sacar el vehículo no tenía que girar, de modo que valiéndose del retrovisor lateral y con cuidado de no mirar en la dirección equivocada, logró sacar el vehículo mientras Antonio continuaba hablando sin parar ante la portada de la urgencia. Un momento después el vehículo salió del estacionamiento con el rumbo que la doctora había indicado.


2


—No puedo creerlo.

Una vez que cortó la llamada, Romina volvió a sentirse absorta en lo que estaba mirando; sabía que era incorrecto, pero se había dedicado a la medicina por varias razones y una de ellas había sido el interés por la investigación, por descubrir nuevas aristas y campos en los cuales nutrirse de nuevos conocimientos. A pesar de haberse especializado en tratamientos sicológicos derivados de traumas o heridas, el campo de la cirugía no le era ajeno, y constantemente estaba revisando las publicaciones oficiales de los centros avanzados de Europa o Estados unidos en el área. Y lo que estaba viendo en esos momentos no lo había visto en su vida.

— ¿Lo ves? —dijo el doctor apuntándola con dedos ligeros— no estaba hablando de más. Romina, lo que está sucediendo aquí no es algo normal.
—No, no lo es.

Volvió a mirar la fotografía que Medel había sacado una hora antes, y el cambio era sorprendente.

—Espera un momento, dijiste que la habías traído aquí porque pensaste que podía estar en peligro ¿Ocurrió algo que no me hayas dicho?

Por suerte el hombre parecía resignado a decirle todo, pero también había una nota de alteración en su actitud.

—Dijiste que Matilde te había contado ¿te parece poco?
—Por supuesto que no —replicó ella maldiciéndose por no haber hecho más preguntas—, pero ella no sabía que pretendías ocultar a su hermana, hiciste desaparecer los informes o algo parecido.

Medel se alejó un par de pasos dentro de la habitación tan bien iluminada, donde la luz hacía contraste con sus rasgos cansados y alterados. Justo como aquella vez.

—Cuando Matilde me contó todo eso de la clínica y el tratamiento, al principio pensé que eran fantasías suyas, o que un charlatán se las había ingeniado para sacarle dinero, pero luego vi los exámenes y las modificaciones en la piel de Patricia, y pensé que las cosas tal vez iban mucho más allá; recordé esos rumores que circulan hace años, lo de la clínica misteriosa.

Romina también había pensado en eso al ver a Patricia, pero las cosas no parecían tener sentido, al menos no como ella lo veía.

—No lo creo, no tiene sentido.
—Por favor, no puedes negar la evidencia científica, estás viendo a la paciente —dijo él con firmeza—, sabes que en los círculos médicos existe hace años un rumor de una clínica especial, un conjunto de médicos que realizan tratamientos especiales, cosas fuera de lo común.
—Pero esos mismos rumores dicen que es la medicina de los poderosos —replicó ella aun sin dar crédito a esas palabras—, Matilde y su hermana son mujeres comunes y corrientes.
—O eso es lo que nosotros creemos. ¿Qué pasaría si llegado el momento apareciera alguna herencia, un familiar rico que quisiera ayudarlas? Esas cosas pasan y lo sabes. Ahora bien, esto es lo que creo que pasó: Todo iba bien con el tratamiento, pero anoche Patricia tiene ese ataque...
—Exacto, tiene un ataque, ¿por qué?
—Matilde tampoco sospecha nada —dijo él—, pero tiene que haber pasado algo diferente que detonó esa reacción, y creo que por ese motivo esa supuesta clínica despareció, porque alguien quiere cubrirse las espaldas.

Tenía sentido, pero la presencia de Antonio merodeando por los hospitales y la actitud de Medel eran un problema adicional.

— ¿Adónde quieres llegar?
—Solo hay que tomar algunas muestras adicionales —dijo el hombre con energía— necesitamos hacer exámenes y pruebas, con eso podemos descubrir qué tipo de tratamiento se utilizó, podríamos realizar un logro gigantesco.

Sí, estaba actuando justo como la vez anterior; Romina lo fulminó con la mirada.

— ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
—Desde luego que sí.
—No, no te das cuenta —replicó ella en voz más alta—, es una persona, en este momento se encuentra sin conocimiento y el estado de su piel parece cambiar segundo a segundo ¿Y quieres hacer exámenes?

Medel le devolvió la mirada.

—No me digas ahora que el caso no despierta tu curiosidad.
—No se trata de eso ¿Que acaso vas a empezar con lo mismo de hace siete años?
— ¡Ya te dije que eso está en el pasado!
—Al mirarte eso no es lo que pareciera, no puedes pretender hacer exámenes sobre una persona que probablemente se encuentre en peligro mortal, y no me digas que es para buscar una cura porque no te creo. ¿Qué es lo que piensas, que vas a hacerte rico como aquella vez?
—Eso es diferente.
—Era tráfico de órganos, no me hagas recordarte que ibas a intervenir a pacientes jóvenes para hacer una venta.

Medel golpeó una pared con el puño, pero la mujer no se intimidó.

—Basta, te dije que eso se terminó. Detuve esa locura, y si el culpable no fue a la cárcel y escapó del país no es mi culpa. Desde entonces he vivido para la profesión, soportando la presión de que tú y mi ex mujer estén vigilando cada cosa que hago, no soy un maldito criminal.
— ¡Entonces no te comportes como si lo fueras! —exclamó ella— tenemos que proteger a Patricia y mantenerla a salvo mientras logramos averiguar algo más, no te actúes como si quisieras pasar por sobre ese hecho.
— ¿Qué es lo que quieres que haga entonces?
—Por ahora que te quedes aquí y verifiques que no empeore. Y que no hagas nada que pueda ponerla en peligro. Yo voy a conseguir un medio para sacarla de aquí y llevarla a un lugar seguro.
— ¿Dónde pretendes llevarla?
—No lo sé, aun no pienso en eso.
—Espera ¿quién era ese hombre del que hablabas por teléfono?

Era una pregunta que había estado rondando en su mente; el hombre había estado casi sobre sus pasos, seguro eso porque estaban tras la misma pista, pero quizás no sabía que ella estaba involucrada de momento, al menos no mientras no la viera de nuevo el mismo día; y no podía saber si se lo iba a encontrar o no, además que no estaba segura de poder reconocerlo. Saldría por una salida para personal.

—Creo que es verdad que hay más gente involucrada en esto ¿crees que es seguro estar aquí?
—Sí, el lugar está en mantención, no hay motivo para que se acerque un civil.
— ¿Dijiste que te retirabas verdad?
—Sí.

Era agarrarse a un clavo ardiendo, pero no tenía otra opción mientras no tuviera un poco más de información y un lugar seguro para las hermanas.

—Supongo que eso te mantendrá a resguardo por mientras. Roberto, prométeme que no vas a hacer ninguna tontería.

El doctor se acercó a ella y la miró a los ojos.

—He estado tratando todo este tiempo de demostrar que cambié, no lo voy a estropear justo ahora. Además —continuó esbozando una débil sonrisa—, no puedo ir a ninguna parte, no sin tu ayuda.
—Está bien, mantén el celular encendido, te llamaré apenas tenga noticias.


3


El Boulevard del Parque Centenario era un punto importante dentro de los sitios más visitados de la ciudad. Entre sus decenas de tiendas había de todo tipo de venta de ropa, restaurantes, tiendas temáticas y espacios dedicados al arte y el cuidado personal, y habitualmente era muy visitado tanto por turistas como por familias. Soraya estacionó el auto de la doctora una esquina cerca de la salida a la calle Claro de luna, para poder salir rápido si era el caso, y era bastante fuerte estar pensando de ese modo, estaba paranoica; por suerte Matilde ya estaba un poco más tranquila.

— ¿No ha llamado aún?
—No. Tenemos que esperar.

¿En qué momento su vida se había vuelto una película de acción? Decidió calmarse ella también para no entrar en pánico y concentrarse en seguir indagando en lo que pasaba con su amiga.

—Dime algo, ¿tus padres saben lo que está pasando? Me refiero a lo que acaba de pasar.
—No, no lo saben —replicó Matilde con cansancio—,  cuando mi hermana tuvo el ataque intenté comunicarme, pero las líneas están cortadas, así que no lo saben; y ahora creo que lo mejor es que no sepan nada, no sé qué haría si les pasara algo.
—No pienses en eso ahora. ¿Cómo fue que llegaron a lo de ese tratamiento del que me hablaste?

Matilde le había dicho varias cosas, pero aún no llegaban a la génesis del conflicto, y realmente empezaba a dudar que fuera realmente esa.

— ¿Recuerdas cuando estábamos en la urgencia y salí muy angustiada?
—Sí.
—Lo que pasó es que... ahora siento que todo es tan ridículo, o increíble, ni siquiera sé cómo explicarlo. En una calle cercana vi a una mujer, la modelo Miranda Arévalo.
—Si...
—Ella estaba muy extraña, lloraba y decía cosas sin sentido. La verdad es que no hice nada, solo me acerqué a ella tratando de pensar si podía ayudarla en algo o no, ni siquiera la reconocí; lo que sucede es que después, el día que fui a la entrevista para el trabajo, me encontré casualmente con ella y me dio una tarjeta, dijo que en el sitio que indicaba podían ayudar a mi hermana, que había visto las noticias. Fui a ese sitio, y había todo un sistema, atendieron a mi hermana y dijeron que tenían un tratamiento nuevo, que podían devolverle todo lo que había perdido con las quemaduras.

La historia sonaba a cada segundo más insólita. ¿Por qué alguien creería en la palabra de una desconocida para confiar en un tratamiento del cual aparentemente no había ningún tipo de información? Porque tal vez cuando estás desesperado por el sufrimiento de alguien a quien amas, puedes confiar en lo que sea. Soraya sintió un escalofrío.

—Y tomaron esa opción.
—Sí. Soraya, no dijimos nada porque nos hicieron firmar un contrato de confidencialidad, para que no reveláramos el tratamiento, dijeron que teníamos que mantener el secreto.
—No tienes que darme explicaciones cariño, hiciste lo que creías que era correcto en ese momento, pero dime que sucedió después con Patricia, por qué la mantuvieron tan escondida.

Matilde suspiró.

—Eso era parte del tratamiento. Tenía que guardar reposo, y además mantenerse lejos del sol; además no podíamos dejar que nadie la viera, no habría forma de explicar los resultados.
— ¿A qué te refieres?
—Estaba regresando el tiempo —respondió Matilde con una triste sonrisa en el rostro—, pasaban los días y se veía cada vez mejor, su piel se restauraba, era como si el tiempo corriera hacia atrás. La iban a buscar, la llevaban a la clínica y le hacían tratamientos, ella al principio estaba desconfiada, pero con el paso de los días los resultados la fueron animando. Y de pronto sufrió ese ataque.

Se quedó un momento sin palabras, recordando la creciente alegría y confianza de su hermana, y como eso había cambiado de manera tan drástica en tan poco tiempo. Las cosas no solo habían ido de mal en peor, también faltaban tantas cosas, el cariño y comprensión de sus padres, la sensación de seguridad que perdiera con el ataque, la confianza que en ese momento parecía reducida a Soraya y a la doctora.

—Dijiste que "todo había desaparecido"
—Cuando tuvo el ataque intenté encontrarlos pero —su sonrisa esta vez fue de desconcierto—, no había nada. La clínica no estaba en el lugar en donde se suponía que debía estar, solo había un edificio, y la oficina donde fui en primer lugar tampoco estaba, solo era otro edificio más. Por eso llamé a Antonio, porque pensé que él podría ayudarme a encontrar a Miranda Arévalo, pero se reunió conmigo para tratar de matarme, no viste su mirada, la forma en que me miró antes de empujarme en ese túnel de ascensor, es como si nunca hubiera visto a sus ojos antes.

Soraya escuchaba y trataba de reducir la cara de sorpresa, aunque era bastante difícil. Pero mientras escuchaba, también pensaba en Antonio en el centro de tratamiento, saludándola como si nada, poniendo sonrisas y hablando de una tía imaginaria cuando hacía poco se había desecho según él de Matilde ¿Habría tratado de matarla también a ella si hubiera sabido que ella sospechaba algo? Al verlo se había sentido confundida, pero si no hubiera visto a la doctora ¿Habría querido hablar con él para tratar de buscar apoyo como antes lo había hecho Matilde? A esas alturas todo era cosa de posibilidades.

—Entonces lo que es posible es que Antonio esté involucrado con la gente de la clínica —reflexionó en voz alta—, pero no me explico por qué, o mejor dicho cómo, si la primera vez que lo viste fue en la urgencia cuando aún no pasaba lo de esa modelo.

Matilde también le había estado dando vueltas al asunto. Y aunque con miedo y angustia, ya sentía que podía ordenar algunas ideas, la primera de ellas respecto de ese hombre que de pronto se convirtiera en un monstruo. Al final no se trataba de algo tan complejo, la verdad estaba ahí, en alguna calle, entre todas esas personas de la ciudad que como Antonio parecían ser las mismas de siempre.

—Dijiste que se encontraron con Antonio de camino a la urgencia.
—Sí.
—Lo que creo —dijo con más fuerza— es que la clave está en eso. En saber por qué estaba ahí.




Capítulo 18: La persona perfecta


Cuando la doctora Miranda llegó al punto donde habían acordado encontrarse con Soraya, probablemente ella estaba más nerviosa incluso que Matilde. Durante el viaje había estado pensando en todo lo que había visto, el cambio de Patricia, y las implicancias que podía tener un caso como ese, incluso más allá de lo que había dicho Roberto Medel. Subió al asiento del conductor que Soraya había desocupado para cambiarse al asiento trasero; la mirada anhelante de Matilde solo iba a complicar las cosas, pero no podía mentirle, estaba obligada a decirle lo que había visto.

— ¿Cómo está mi hermana doctora?
—Está bien.
— ¿Por qué me la negaron, por qué motivo me dijeron que no estaba allí?

Romina suspiró profundo. Aún no podía dejar completamente de lado el tema del pasado de Medel, pero de momento era indispensable poner las cosas en claro.

—El doctor Medel la ocultó porque pensó que podría estar en peligro.
—Y parece que no se equivocaba —intervino Soraya en voz baja—, pero me pregunto por qué es que él sospechaba algo así.
—Por todo lo que le dijo Matilde anteriormente —replicó la doctora—, y además porque usted no regresó de inmediato como le había dicho. Considerando eso, y además que su hermana ha tenido algunos cambios.

El corazón de Matilde dio un vuelco.

— ¿Qué le pasó?
—Es difícil de explicar —repuso la doctora con seriedad—, en primer lugar debo decirle que a nivel sistémico su hermana no ha experimentado cambios, es decir que sigue inconsciente en una especie de letargo parecido a un sueño profundo, pero ha... cambiado.
— ¿A qué se refiere?
—Aún no sabemos qué clase de procedimiento es el que se realizó en su hermana y mucho menos qué provocó la falla, pero creo que el proceso se ha excedido en su forma original, o al menos eso es lo que opinamos Medel y yo.

Matilde sintió otra vez miedo de preguntar ¿Qué quería decir con exceso?

—Dígame a qué se refiere.
—Las heridas han desaparecido —explicó la mujer tratando de mantener la calma ante un hecho que ella misma no lograba entender del todo—, todas las marcas en su piel han desaparecido por completo, como si jamás hubiese sufrido quemaduras de ningún tipo, pero esto va más allá. La piel de su hermana, su fisiología está cambiando.
—No comprendo.
—Aparentemente está siendo afectada por algún cambio que no podemos determinar, pero la forma de su piel, su rostro... comienza a ser diferente. Como si su cara estuviera empezando a ser la de otra persona.


2


Roberto Medel sabía que su incursión en el mundo de la medicina se debía a un interés mayormente económico, y al hecho de tener antepasados directos relacionados con el medio; desde un principio había confiado en poder labrarse una carrera exitosa y consolidar sus ingresos y un determinado estilo de vida, pero el exceso de confianza destruyó sus planes cuando se vio involucrado en el maldito asunto del tráfico de órganos. Su esposa y Romina, quien era su amiga desde la universidad, habían sido muy duras con él, y desde entonces se había dedicado en su mayoría a atender a pacientes complejos y hacer guardias en servicios de urgencia, lo que lo dejaba con poco tiempo para trabajar en su consulta y hacerse de un capital con el que poder largarse. Sabía que ellas tenían razón, de hecho él mismo se espantaba de solo recordar que había estado cerca de intervenir a personas con el objetivo de extraer órganos, pero no por eso iba a estar pagando eternamente; el objetivo podía cumplirse, pero se estaba tardando demasiado y la opción que se había dado con Patricia Andrade era una oportunidad que no iba a repetirse bajo ningún término.  Para cuando recibió la llamada de Romina ya casi tenía todas las muestras que necesitaba.

— ¿Cómo se encuentra?
—Sin novedad —respondió él—, espero que estés buscando un sitio donde llevarla.
—Estoy con su hermana ahora, en unos minutos te llamo para informarte. Ten mucha precaución.
—Lo haré.

Aún tenía tiempo para realizar unas muestras más, pero lamentaba no disponer de tiempo para poder realizar otro tipo de exámenes que sin duda serían más efectivos. Pero no podía sacarla de allí solo y no iba a exponerse cuando existía la posibilidad de tener un negocio gigantesco entre las manos. Si con las muestras de sangre, pelo, piel y las diversas pruebas conseguía al menos un atisbo del impresionante tratamiento que eliminara del rostro de la paciente cualquier herida, entonces tendría en sus manos el método para conseguir todo lo que quería. Incluso podría ofrecerse a ayudar en el traslado y después, Matilde había confiado en él y eso sería útil si Romina trataba de oponerse.


3


Matilde sentía que todo volvía a dar vueltas a su alrededor; lo que escuchaba no tenía el más mínimo sentido.

— ¿A qué se refiere con eso?
—Por desgracia no lo sé con claridad, pero lo que usted me dijo sobre ese hombre complica todo. ¿Las vio?

Soraya negó enérgicamente.

—Estoy segura que no, cuando lo vi la llamé de inmediato, pero alcanzamos a ver que entraba y salía; estábamos diciendo que pensamos a él le dijeron lo mismo que a Matilde, es decir que su hermana no estaba allí.
—Es probable ya que el doctor la ocultó después que usted no apareció en la mañana. Matilde, es muy importante que me diga todo lo que sabe, palabra por palabra.

Pero la joven no estaba segura aun.

— ¿Y qué pasa con Antonio?
—No lo sé, salí por una puerta de personal para evitar algún peligro, supuse que a ese hombre le parecería extraño verme de nuevo el mismo día en dos centros diferentes, además no estoy segura de reconocerlo. Tenemos que sacar a su hermana de ahí lo más pronto posible pero primero necesito la mayor cantidad de información que pueda darme, estoy segura de que puede haber algo más en esto.

Matilde se obligó a respirar más tranquila, y solo en ese momento recordó algo que desde el principio había quedado completamente fuera de su mente, o al menos lo suficiente como para que no le pareciera extraño.

— ¡Oh por Dios!
— ¿Qué pasa?

Era algo muy extraño si se ponía a pensar en ello, pero con todas las cosas que habían sucedido quedaba relegado a un último plano; por eso es que durante la mañana después de salir de ese túnel tuvo la sensación persistente de echar algo en falta.

—Vicente...
— ¿Qué Vicente?

No daba crédito a lo que estaba pensando ¿Acaso sería posible?

—No puede ser, creo que las cosas podrían ser mucho peores de lo que me imaginaba.
—Explíquese por favor.
—Patricia iba a salir —explicó lentamente, intentando recomponer en su mente esos últimos momentos normales con su hermana—, pero no conmigo, tenía una cita con un hombre, se llama Vicente.
— ¿Y eso qué tiene de raro?

No estaba explicando con claridad porque las cosas aún estaban mezcladas en su mente; pero por supuesto, eso había ocurrido, y era una más de las interrogantes que contaba en toda esa locura.

—Patricia iba a salir, incluso estaba arreglada para esa cita —continuó haciendo un esfuerzo por recordar con exactitud—, y sufrió ese ataque horrible. Pero cuando sucedió, Vicente estaba del otro lado de la puerta, había llegado justo en ese momento; cuando vi a mi hermana en ese estado corrí a pedirle ayuda, le dije que necesitaba su ayuda, y dijo que tenía su automóvil afuera. Pero nunca más lo vi.
—Puede ser que se haya asustado con la escena —dijo Soraya tentativamente.
—Eso es lo más atemorizante —replicó Matilde con voz lúgubre—, Soraya conoció a ese hombre mientras estaba en tratamiento, dijo que él también lo estaba.

La doctora estaba atando cabos con rapidez, pero seguía sin estar segura completamente. Decidió no demostrar tanta sorpresa como lo ameritaba la información que estaba escuchando.

— ¿Hay algo más que crea que haya olvidado acerca de esos hechos?
—No, eso es todo... las píldoras, las píldoras desaparecieron ¿cree que pueda haber sido él mismo?
—Siendo honesta, no sé muy bien qué pensar, pero es una posibilidad, usted dijo que se llamaba Vicente pero no me dijo su apellido.
—Patricia no me lo dijo, solo recuerdo que me comentaba que tenía una herida en la espalda y que tenía una empresa o era un gerente de algo, no lo recuerdo bien.
— ¿Recuerda cómo era?

Matilde se lo pensó por un momento, pero lo que estaba sucediendo con su hermana era infinitamente más importante que cualquier otra cosa, por lo que no tenía una imagen clara.

—No lo sé, es... treinta y algo supongo, moreno, de cabello corto, parecía llevar una tenida cara; lo único que recuerdo es que tenía los ojos de un color muy especial, castaño pero no como el castaño común, quizás más claro.

Sabía que no era mucha información. Pero recordó lo que había estado hablando antes con su amiga.

—Doctora, estaba hablando con Soraya y creemos que debe haber algo importante en la urgencia en donde internaron a mi hermana en primer lugar, porque Antonio estaba cerca de ese sitio.
—Son demasiados puntos en común para poder analizarlos todos —replicó la profesional—, el problema es que él parece bastante asiduo a los centros de salud, y haberlo visto como me dicen ustedes es sumamente preocupante; pero ahora mismo es importante sacar a su hermana de donde está.

Matilde asintió con energía.

—Es lo que más quiero, pero ¿Donde? Temo por ella, temo que Antonio esté buscándola para intentar matarla como lo hizo conmigo.

Eso la hizo pensar en algo más.

—Matilde, no es posible que ese hombre piense por mucho tiempo más que usted está muerta. Si lo que pretendía era matarla, tarde o temprano debe volver al sitio a comprobarlo o a hacer alguna otra cosa para averiguar la verdad, y si eso pasa, las cosas pueden ponerse peores; mientras tanto tenemos que ganar tiempo y sacar a su hermana para llevarla a un lugar seguro.

Soraya dio un brinco cuando su teléfono celular anunció una llamada.

—Diablos. Es Antonio.

Matilde sintió como el miedo volvía a su cuerpo, pero por fortuna la doctora reaccionó con frialdad.

—Ya sabe que usted está involucrada, o lo supone y quiere eliminar opciones.
— ¿Qué hago?
—No le conteste, no por ahora, solo lo pondrá sobre aviso.
—No puede ser, si estamos en lo cierto que estaba rastreando el celular de Matilde, también puede rastrear el mío, no pensé en eso.

Durante un momento nadie en el automóvil dijo nada, mientras el celular de Soraya anunciaba una llamada con un tono alegre que nada demostraba de la situación por la que estaban pasando; después de unos instantes la llamada cesó.

—Cielos, apenas puedo respirar.
— ¿Qué vamos a hacer?
—Tendremos que volver a ese sitio para sacar a su hermana, no hay otra alternativa. Pero antes pasaremos a buscar algo.



4


Antonio cortó la llamada. Tenía los ojos inyectados en sangre.

—Maldita sea. Maldita sea, maldita sea.

Estaba pensando demasiado lento; Soraya y esa doctora estaban metidas en eso, no tenía considerado que alguien estuviera sospechando tan pronto ¿Acaso Matilde había hablado con ella antes que con él? Eso tenía sentido, pero no solucionaba su problema.

—Maldita, maldita seas.

Incluso después de muerta seguía dando problemas. Se suponía que al deshacerse de ella todo iba a terminar, y él podría volver a su vida de siempre. Pero ahora la otra estaba desaparecida, y esa entrometida de Soraya y esa mujer que estaba con ella estaban en medio, estaba seguro. Había estado tan cerca, podría haber inventado cualquier cosa para acompañarlas o por último seguirlas, pero pasó ese detalle por alto y eso le estaba pasando la cuenta. Su celular volvió a anunciar una llamada.

— ¿Qué avances hay?
—Estoy en eso.

La voz rasposa del otro lado de la conexión podía ser tan fría que escucharla en un momento como ese resultaba abrumador.

—Dijiste lo mismo más temprano.
—Lo sé.
—Esa mujer no puede vivir —dijo la voz con la misma frialdad que acostumbraba—, la única forma de eliminar las pruebas que lleva encima es matarla, las pruebas morirán con ella.
—Estoy consciente, voy a arreglarlo.
—Eso espero.

La voz cortó.

— ¡Maldición!

Solo una más. Patricia terminaría de irse al otro mundo y con ella, sus problemas. Marcó un número.

— ¿Hola?
—Hola —saludó con alegría—. Eliana, espero que estés bien, me gustaría que nos viéramos ¿te parece?

A ella desde luego le iba a parecer extraño algo así.

—Estoy un poco apurada en realidad con el trabajo.
—Pero estoy seguro que tienes un minuto para mí —dijo él seriamente—, hay un tema importante que me gustaría hablar. Se trata de Matilde.



Próximo capítulo: Sigue caminando