La última herida Capítulo 7: Algunos días soleados. Primera parte - Capítulo 8: Algunos días soleados. Segunda parte




— ¿Que hiciste qué?

La reacción de Patricia fue casi exactamente como lo que Matilde había supuesto mientras se desplazaba hacia su departamento; la expresión asombrada de ambos padres no ayudaba mucho, y eso que aún no hablaban con Soria.

—Sé que puede sonar a una locura pero...
—Es que no suena a una locura, es una locura —sentenció su hermana fulminándola con la mirada—, cuarenta y cinco mil dólares, es demencial.

Como sucedía en ocasiones, su padre intervino para dar un poco de calma a la escena, aunque se le notaba en la voz que se le había secado la garganta.

— ¿Matilde, hay alguna forma de que te aseguren lo que estás diciendo?
—Papá, sabes que no haría nada que perjudicara a Patricia, mamá, tú también lo sabes.

Recurrir a su madre podía ser un acto desesperado después de lo que pasó en el centro de urgencias el día del accidente, pero al mirarla directamente estaba apelando a su corazón de madre, eso tenía que servir de algo.

—Todos tenemos buenas intenciones hija, pero quiero decir, nunca habíamos escuchado de algo como eso, suena demasiado increíble para ser verdad.
—Escuchen —intervino para ganar tiempo—, lo que estipula el documento es que solo van a cobrar el dinero en caso de que el tratamiento resulte efectivo, eso quiere decir que garantizan que va a funcionar —y directo a su hermana—, tendrías que haber visto, Patricia, los resultados son increíbles.

Patricia se había puesto de pie y caminó hacia la ventana. Llegar y decirles que tenía una importante noticia que darles probablemente los había predispuesto, pero después de leer y firmar el contrato se había sentido presionada por hablar en primer lugar, como si Carlos Soria o alguien de Cuerpos imposibles pudiera adelantarse y hablar antes que ella y eso estropeara todo; en vista de lo que estaba pasando no veía mucha diferencia.

—No se trata de eso Matilde, no puedes disponer de las propiedades de nuestros padres sin consultarlo con ellos.
—No he dispuesto de nada ¿Puedes simplemente pensar en lo que te estoy diciendo? Existe una posibilidad de que te recuperes, de volver a ser la de siempre, de no perder tu vida como la tienes.

Su madre se interpuso entre ambas, y aunque no dijo nada, ambas la miraron expectantes, igual como cuando eran niñas y estaban discutiendo.

—No discutan ahora. Matilde, ¿dijiste que llamaste a Carlos y él te dijo que podía hipotecarse la casa Verdad?
—Sí.

No les dijo de sus aprensiones, aunque ambos lo conocían lo suficiente como para saber más o menos lo que estaría pensando en ese momento y de seguro querrían hablar con él o tener algún tipo de asistencia legal antes de dar el siguiente paso. Pero ninguno de los dos se había mostrado tan alterado como la principal involucrada.

—Creo que podemos hacerlo si hay una buena posibilidad —dijo en voz baja dirigiéndose a su esposo— ¿Qué crees tú?

Su padre estaba muy quieto, mirando a las tres de hito en hito. Al final habló también en voz baja.

—Siempre hemos dicho que esa propiedad es para las emergencias, y me parece que es una ocasión apropiada.
—Papá...
—Patricia —la interrumpió frunciendo el ceño— ¿Qué sucede contigo? Tú deberías estar feliz por esto.

El siguiente silencio dejó en evidencia los temores de la mujer de 28 años; por primera vez estaban hablando de ella y de lo que sentía, y no le gustaba la combinación.

—No están entendiendo nada ustedes tres. No pueden simplemente hipotecar la casa para ese objetivo. ¿Qué van a hacer después, vender Río Dulce?

Río dulce era el nombre de la hacienda sobre la que sus padres habían construido la mayor parte de sus vidas, y que llevaba ese nombre en honor a un sitio visitado por ellos en su juventud. A veces Matilde sentía que esa hacienda era la mitad de la vida de ellos.

—No estamos hablando de Río dulce —replicó su padre sin alterarse—, y no has respondido mi pregunta.
—Lo que me sucede —respondió ella con tono desafiante—, es que no quiero ser una carga para nadie, mucho menos para ustedes, no después de ser una mujer independiente hasta esta edad. Se supone que ustedes deberían encargarse de vivir tranquilamente después de todo lo que se han esforzado toda su vida, tener ese dinero para viajar o hacer cualquier cosa que quieran, no para un tratamiento que supuestamente va a quitarme esto.

Era muy dura consigo misma, pero de alguna manera la propia Matilde había pensado en lo mismo, que ellas tendrían que ser independientes para que sus padres pudieran disfrutar la vejez.

—Patricia, siempre vamos a ser tus padres, no puedes evitar que nos preocupemos por ti y que queramos ayudarte. No quiero viajar por el mundo si a cambio puedo ayudarte con esas heridas.
—No se trata de eso ¿Cómo crees que voy a pagar la hipoteca?
—Basta —la voz de su madre sorprendió a los tres—, hija, este no es un asunto de dinero y lo sabes, quiero que me digas ahora qué es lo que está pasando.

La capacidad sobrehumana de saber qué es lo que le pasa a un hijo puede alcanzar límites insondables. Patricia sufrió un estremecimiento, pero se mantuvo firme y contestó aún cuando su voz temblaba ligeramente.

—No quiero ilusionarme —respondió con lentitud—, no quiero que mi hermana llegue aquí y diga que de pronto todo lo que pasó puede quedar en el pasado así sin más, que basta con hacer algo que nadie conoce y santo remedio. ¿No entienden que es difícil para mí? Recién estoy tratando de acostumbrarme al hecho de tener que empezar desde cero mi vida, no puedes esperar que me comporte como si no hubiera ninguna novedad, como si esto fuera lo más normal del mundo.

Sin darse cuenta su voz se había tornado en un chillido muy poco usual en ella. Su madre, con la sabiduría que solo puede dar el sentimiento, se acercó a ella y la acogió en sus brazos, acunándola  con cariño, hasta que la mujer rompió a llorar; probablemente era la primera vez que lloraba de esa manera desde que tuviera el accidente, antes siempre había estado conteniéndose, y sin embargo verla así, tan frágil, hizo que todo rastro de arrepentimiento por firmar el contrato de confidencialidad desapareciera de la mente de Matilde.


2


Carlos Soria no podía acompañarlos al lugar en donde Matilde había firmado dos horas antes el contrato de confidencialidad, pero había dejado a la familia a cargo de Benjamín Larios, un joven abogado que trabajaba en su estudio. Cuando caía la tarde la familia llegó junto con él ante la misma puerta y fueron recibidos por la misma recepcionista, quien diligentemente los llevó hacia una sala distinta de la anterior, en una puerta contigua a la de antes; no había mucha diferencia, sillones y una mesa central, una pantalla en ese momento apagada y dos puertas además de la entrada.

—Patricia, me alegra mucho que esté aquí, espero que esté contenta.

Patricia estaba muy callada, era probable que contenida ante la posibilidad que se le presentaba pero sin querer ser demasiado efusiva.

—Mi hermana me dijo que tenían un tratamiento nuevo.
—Es importante que entiendan que se trata de algo completamente seguro —replicó la mujer sonriendo—, y que según nuestro protocolo nunca van a tener de qué preocuparse.
—Buenas tardes —saludó Larios—, me gustaría hablar con usted sobre el contrato que firmó mi cliente y lo que tenga que firmar en el futuro.
—Por supuesto, si gusta puede acompañarme, le explicaré todo. Mientras tanto ustedes podrían esperar aquí, por favor.

Todos se sentían inquietos y nerviosos. Su madre le dedicó una mirada que podría ser de agradecimiento, debido a que Matilde le pidió a todos que se vistieran de forma elegante antes de salir, lo que llegado el caso parecía lógico por el tipo de barrio en el que estaba, aunque a decir verdad  hasta ese momento ella había evitado todos los detalles que apuntaban a la modelo que le entregara la nota y a lo que tal vez sería una confusión de parte de la recepcionista sobre su estatus social porque eso habría quitado veracidad a sus esfuerzos. Durante un par de minutos nadie dijo nada, hasta que se interrumpió el silencio por parte de  Adriana regresando con el abogado, que para sorpresa de Matilde, parecía bastante satisfecho.

—Los dejaré solos un momento mientras traigo algo importante.

Esa fue una excelente ocasión para quedarse a solas con Larios, quien se sentó frente a ellos mucho más calmado de lo que la joven preveía.

—La verdad continúo diciendo que no hay que firmar nada sin antes consultarlo, pero en este caso el contrato es muy sencillo aunque tiene un punto fuerte.
— ¿A qué se refiere?
—Es un contrato de confidencialidad que en este país no se ve mucho, pero es corriente en otras partes en matrimonios y acuerdos empresariales, jamás lo había visto en un caso así. Al firmar el contrato te obligas a no revelar ningún detalle relacionado con el centro en donde será realizado el tratamiento, así como nombres de medicamentos, profesionales involucrados, lugares físicos, fechas, episodios, reacciones y cualquier otro tema relacionado con la recuperación de tu hermana, y es extendido sin fecha de caducidad, lo que significa que tienes que adherir de manera permanente, comprometiendo en ello el importe total del pago entregado a cambio del tratamiento ya terminado, es decir cuarenta y cinco mil dólares exactamente.

Eso quería decir que si revelaba algún detalle y alguien de la clínica lo descubría, la exhortarían a ella a pagar otros cuarenta y cinco mil dólares. Se entendía por qué no había en internet ninguna referencia a esa clínica, nadie, ni siquiera un personaje del mundo del espectáculo querría poner en riesgo esa suma de dinero, fuera de que no podía saber si para otros casos la suma de dinero tal vez sería mucho mayor. Quizás había tenido suerte que la creyeran "tan solo" una empresaria de recursos.

—No creo que sea tan difícil —dijo tratando de quitarle importancia al tema—, es decir, es lógico que habrá preguntas, pero podemos mantener el secreto tal y como es necesario.
—Es verdad —concordó el abogado, al parecer estaba un poco molesto de no ser tan necesario como seguramente las advertencias de Soria le habían hecho ver—. También tienen que saber que hay otro contrato, el que habla de forma específica del pago; es bastante sencillo, la organización se compromete a cobrar la suma indicada sólo cuando termine el tratamiento especificado en una hoja cronograma, y aclara también que en caso de no conseguirse los resultados esperados, la organización declina de realizar cualquier tipo de cobro a la paciente, a ti que eres quien firma o a cualquiera de sus relacionados en cualquier fecha, es decir te garantizan éxito o te dejan en paz.

Lo mismo que había dicho Adriana. Éxito en un noventa y ocho por ciento o no tocaban su dinero, podría haber sido un perfecto eslogan para la televisión si no hubiera tanto famoso perseguido por los medios de comunicación exigiendo secreto y más secreto.

—También es importante que tengan en cuenta algo: el segundo contrato es independiente del primero, lo que significa que aun si el tratamiento falla y por ende no tengas ningún cobro, debes mantener en estricto secreto todo lo que explica el primer documento. Eso es todo.

Pensando las palabras del abogado, las cosas parecían un poco más fáciles y menos riesgosas. Sí, tendría que firmar un contrato y sus padres ya habían solicitado la transferencia de dinero a su cuenta en el banco luego de pedir un estimado por la hipoteca, una excepción en toda regla que la entidad realizó solamente en honor a los cuarenta años que tenía el matrimonio como clientes y luego de asegurar que la hipoteca cubriría todo. Adriana volvió a aparecer haciendo gala de toda su simpatía.

—Espero que todo esté bien.
—Sí, desde luego.

Mientras iban hacia el edificio, y mucho más mientras escuchaba las palabras del abogado, Matilde había llegado a la conclusión de que era mucho más conveniente que sus padres supieran lo menos posible de Cuerpos imposibles y del tratamiento, así habría menos riesgo de que la información llegara a oídos de cualquier persona; no creía que sus padres fueran a estar contando algo que sabían debía ser un secreto, pero la misma euforia o frustración, cualquiera de las dos, podía ser igual de peligrosa si se manejaba mal y todos tendrían mucho menos de que preocuparse si había menos en riesgo. El problema es que no había alcanzado a decirles eso antes de la llegada de Adriana, y si quería evitar un conflicto bochornoso era mejor evitar el contacto.

— ¿Matilde, me acompañaría a firmar el contrato? Mientras tanto me gustaría que Patricia pasara a realizar un breve diagnostico con nuestro especialista.

En la iluminada sala entró un hombre joven con un delantal blanco sobre el cuerpo y saludó de forma escueta. Patricia lo acompañó hasta  la puerta de la derecha mientras Matilde entraba en la de la izquierda detrás de la recepcionista; alcanzó a ver por el rabillo del ojo como sus padres les sonreían a ambas.


3


El diagnostico de Patricia no duró más de cinco minutos, y según ella consistió en que el doctor simplemente levantó un poco los vendajes, y revisó las heridas, apuntando en un bloc los detalles como tipo y extensión de las heridas, tiempo y otra información, muy similar a lo que le realizaban en el Centro de tratamiento de heridas. Al reunirse, el hombre le indicó a todos que tendrían que retirarse, y que Patricia debía presentarse al día siguiente para comenzar con el tratamiento. Adriana estaba tan feliz que cualquiera habría dicho que era parte de la familia.
Llegaron al departamento casi a las nueve de la noche después de tomar una once bastante ligera en una cafetería y el cansancio en los rostros de los padres era evidente, ya que eran personas acostumbradas a la vida campestre y por ende se acostaban temprano; Patricia estaba bastante silenciosa, pero eso era mejor que tenerla discutiendo por todo.

—Nosotros vamos a dormir, buenas noches.

Las hermanas se quedaron solas en la sala y en silencio durante unos momentos hasta que finalmente fue Patricia quien rompió el hielo.

—Lamento haberte tratado como lo hice.
—No te preocupes —replicó Matilde—, no tiene importancia.
—Es que sí la tiene —dijo su hermana con su habitual intensidad—, desde que ocurrió todo esto tú has estado junto a mí siempre y yo solo te he contestado con desdén y eso no es justo. Ni siquiera te pregunté cómo es que te fue en la entrevista de trabajo.

Eso parecía devolver a ambas el nexo que había desde siempre, aunque claramente las condiciones no eran las mismas y las dos lo sabían.

—Me fue increíblemente bien —respondió sentándose junto a ella—, de hecho mucho mejor de lo que esperaba, estoy contratada.
—Eso es excelente, pero dime algo más de lo que estás haciendo, de qué se trata.

Por extraño que le sonaba a ella misma pensarlo, hasta el momento nadie le había preguntado de dónde sacó la información de Cuerpos imposibles, pero sabía que en algún momento pasaría, de modo que mientras tanto era bueno hablar de otra cosa para distraer la atención.

—La verdad es que no me esperaba tantas buenas atenciones, porque el gerente de proyecto me trató como si me conociera, es decir, estaba encantado conmigo, comenzamos a planificar casi de inmediato. Se trata de una empresa que realiza asesorías comunicacionales, así que para incorporarme voy a tener que trabajar bastante.
— ¿Por qué dices que no te esperabas eso?
—Porque postulé a ese trabajo hace  semanas, y ya había pasado el tiempo que me indicaron; de hecho tuve que hacer un esfuerzo por recordar de qué se trataba, para no parecer una tonta en la entrevista. Pero usé la vieja estrategia de ser lo suficientemente retórica para no parecer sonsa y hacer hablar a la otra parte.

Patricia de verdad estaba demostrando interés, o se esforzaba mucho porque así pareciera, pero de todos modos persistía en su ser la incertidumbre y eso era lógico, sobre todo considerando sus propias palabras más temprano, había pasado de tener que resignarse a una nueva vida que no le iba nada de bien, a la posibilidad de recuperar todo lo perdido. La verdad, todos estaban expectantes, incluso ella, aunque insistía en creer, en decirse que nada de eso era casual, que a pesar de la tragedia y las lágrimas, la coincidencia de encontrarse con esa modelo el mismo día del accidente le había dado un regalo que nadie en el mundo habría podido darle; de algún modo tenía a la mano, casi por gracia del destino, un trozo de las exquisiteces y exclusividades que los personajes famosos y los adinerados podían tomar en cualquier momento, en esos instantes cobraban sentido todas esas especulaciones absurdas que hacían en los programas misceláneos de la televisión sobre la edad de las actrices o los cuerpos de los cantantes, y de cómo algunos parecían haberle doblado la mano al tiempo. La mayoría de esas personas sobre las cuales se teorizaba tanto eran personajes conocidos, pero muchos otros no, los que eran ricos y a veces llamados excéntricos y que podían comprar un yate para recorrer el mundo solo por estar aburridos, los mismos que podían disponer de lo que quisieran y cuando lo quisieran.



4


El día Martes comenzó muy agitado para la familia; por primera vez en mucho tiempo resultaba gratificante tener la compañía de los padres, ya que ellos se encargaron de dar la cuota de humanidad a las agitadas vidas de ambas y además permitieron que Matilde se hiciera cargo de su trabajo ya que insistieron en acompañar a Patricia a su primer día de tratamiento. Al momento de despedirse, las cosas entre las hermanas fueron casi como antes.

—Que tengas buen día.
—Y que a ti te vaya bien y tómalo todo con calma.

Patricia estaba muy sencilla con una camisa y pantalones, bastante distinto de Matilde que había tomado un vestido azul oscuro y una chaqueta a juego con los tacones para su primer día oficial. Matilde se sentía pésima por no acompañarla, pero muy temprano la había llamado Roberto para decirle que tenían una nueva reunión, y el ánimo del hombre no menguaba ni un poco sobre el futuro trabajo.

—Promete que vas a estar tranquila y que vas a colaborar en todo lo que te digan.
—Te lo prometo.
— ¿Decidiste si vas a avisar de inmediato o no al Centro de tratamiento?

Habían hablado de eso bastante entrada la noche, pero sin llegar a una conclusión: el contrato les impedía hablar de los motivos por los cuales tendría que dejar de asistir a atenderse y era obvio que allí querrían saber por qué, pero decirle a un profesional de la medicina algo semejante y esperar secreto era absurdo, aunque por otro lado en la clínica le habían dicho que mientras se atendiera con ellos era necesario que no lo hiciera con otro centro.

—No, lo pensaré durante el día. Suerte.

Matilde salió con el corazón dividido entre la responsabilidad y el sentimiento, pero no tenía opción, ya que el mes estaba por terminar y además de tener apuros económicos, no podía estar haciendo exigencias de ese tipo en su primer día, por mucho que su jefe la adorara.

— ¿Hola?
— ¿Cómo va todo amiga?

Soraya dispuesta a ayudar como siempre; no se habían visto mucho en los últimos días, pero siempre contaba con su llamada para verificar como iban las cosas.

—Voy directo a mi primer día.
— ¿Nerviosa?
—Aunque te parezca extraño, no, supongo que es porque mi jefe se comporta como si trabajáramos hace años juntos.

Su amiga soltó una risita.

—Es que eres encantadora. Tengo que dejarte, te llamo después para saber cómo va tu primer día, no me dejes con la duda de tu hermana.

Las preguntas por Patricia iban a comenzar a ser preocupantes dentro de poco, pero mientras tanto podía irse con evasivas.

—Está en tratamiento, ya sabes que estas cosas toman tiempo.
—Lo harán increíble, estoy convencida que todo va a mejorar. Te dejo.

Y cortó. Sí, si las cosas eran como se le había prometido, realmente iban a cambiar mucho desde ese día en adelante.
Pero lo que esperaba fuera un día de trabajo se convirtió en una nueva tanda de sorpresas. A las siete de la tarde y después de una jornada extensa aunque sumamente productiva donde nadie se dignó a llamarla para darle algún tipo de noticia, la joven recibió un mensaje en su teléfono a través de la red. Era de Patricia.






Capítulo 8: Algunos días soleados. Segunda parte


Recibir un mensaje de su hermana asegurando que las cosas iban a volver a ser como antes para ella resultó al mismo tiempo emocionante y un poco angustiante; lo primero desde luego porque significaba que realmente existía una luz de esperanza, lo segundo porque en lo más íntimo nunca esperó que hubiera algún tipo de reacción tan pronto, solo el primer día de tratamiento. El primer impulso fue de llamarla, pero decidió que era mejor dejar eso para después y esperar a llegar al departamento, aunque estaba bastante cansada.

—Gracias Dios mío...

Guardó el celular y continuó su viaje hacia el departamento. Necesitaba ducharse y cambiarse ropa antes de ir a ver qué buenas nuevas tenía su hermana.


2


Sólo podía pensar en que le parecía increíble. Tan pronto llegó al departamento de Patricia, Matilde fue recibida por su madre, quien no podía evitar que la alegría y la esperanza inundaran su rostro; en la sala estaba su hermana sentada esperando por ella.

—Hermana, tienes que ver esto.

Aún tenía puestas las vendas, pero descubrió un poco el borde de las que tenía en el hombro izquierdo para demostrar los efectos que anticipara un rato antes: increíblemente los bordes de la quemadura estaban suavizados como se ve en una quemadura que tiene varios días de tratamiento, con la piel más suave y un color más opaco que el rojo encendido de los primeros días. Matilde estaba siguiendo los avances desde el principio, y aunque todo el tiempo animaba a su hermana haciendo que viera como evolucionaba, sabía que el proceso era lento y que un avance como ese solo podría esperarse después de varias semanas de tratamiento.

—No puedo creerlo...

Patricia estaba sinceramente entusiasmada con lo que estaba experimentando y se veía con claridad que el mismo buen ánimo se estaba transmitiendo a sus padres.

—No sabes lo que fue, es realmente impresionante.

En ese momento apareció su padre con una bandeja con tazones con chocolate caliente para todos y un sobre en las manos.

—Hija, qué bueno que ya estés aquí, mira las fotos mientras dejo los chocolates por aquí.

Su madre tomó el sobre en sus manos sacó las fotos; en ellas había primeros planos de las quemaduras, las que por supuesto seguían siendo profundas como se vieran desde antes, pero las diferencias entre el inicio y el término de la sesión eran impresionantes no por la extensión sino por lo dramático del cambio.

—Esto es increíble.

Al parecer la primera sesión solo se había centrado en el hombro, pero a decir verdad bastaba para hacerse una idea de lo que iba a conseguirse: el borde de las quemaduras parecía haberse trasladado al menos veinte días en el tiempo.

—Esto es lo que me dijeron —dijo su hermana tomando en sus manos uno de los tazones—, el tratamiento comienza en los bordes para que la piel comience a acostumbrarse, y al reaccionar, se sigue hacia el centro poco a poco; te prometo que no podía creer cuando vi en el espejo la diferencia.

Matilde estaba contagiándose de la misma emoción, pero a diferencia de ellos no estuvo presente, por lo que tenía bastantes dudas.

—Espera un poco, antes dime qué pasó, cómo es la clínica.
—Es bastante discreta para ser lo que es, debe tener seis pisos máximo, pero todo parece funcionar como un reloj.
—Es lo mínimo para el precio que van a cobrar —comentó livianamente su madre—, pero todo me parece perfecto si es por éste motivo.
— ¿Y dónde está la clínica?
—No lo tengo muy claro.

Eso sonó realmente extraño. ¿Cómo no iban a saberlo? Sin embargo a la única a la que le parecía raro era a ella misma.

— ¿A qué te refieres con que no lo tienes claro?
—Mira, como nos habían anunciado un vehículo vino a buscarme y cuando llegamos a esa oficina, confirmaron los datos, y después me dijeron que el vehículo estaba listo para el traslado; era una ambulancia grande y moderna, con un asistente que fue preparándome durante el trayecto, y reconozco que estaba bastante nerviosa al principio.

La joven de 24 años desplazó la mirada hacia sus padres que contemplaban a su hija mayor atentamente.

—Nosotros la acompañamos —dijo su madre ante la mirada interrogadora—, y nos ofrecieron quedar ahí o acercarnos a algún lugar donde pudiéramos pasar el rato, así que fuimos a un centro comercial.

Que se hubieran llevado a Patricia sola en una ambulancia podía sonar escandaloso, pero por otro lado tenía mucho sentido de acuerdo con lo que antes se les dejó claro respecto de  confidencialidad del tratamiento, las instalaciones y todo lo demás. Patricia fue a ese punto.

—Al principio me pareció extraño que no pudieran acompañarme, pero me dijeron que solo se realizaría el tratamiento y que al ser ambulatorio no tenían instalaciones como cafetería y esas cosas, y a juzgar por como es el lugar tenían razón, allí cada persona está trabajando en algo.

Seguir haciendo preguntas sobre eso no tenía sentido en ese momento, pero de todos modos Matilde tomó nota mental; de todas maneras estaba demasiado contenta de ver a su hermana tan animada como para preocuparse por eso.

— ¿Y qué hicieron, es decir cómo es el tratamiento?

Patricia tomó un sorbo de chocolate.

—Lo primero que hicieron fue llevarme a una sala donde usaron una especie de scanner en mi piel, con lo que hicieron una imagen digital de las quemaduras; después tomaron varias muestras de sangre, pelo y piel, y me dejaron en espera mientras hacía algunos test de reflejos.
—Parece que trabajan muy intensamente.
—Es verdad. Cuando terminé los testeos de reflejos tenían lista una parte del tratamiento, que según me explicó el doctor Rosales es un medicamento nuevo y muy avanzado.

Se notaba que estaba interesada en el asunto y a juzgar por lo que se veía, no era para menos; Matilde estaba cada vez más alegre.

— ¿Te inyectaron o algo?
—Sí, me aplicaron una serie de inyecciones y una terapia con luces especiales, y además me dieron un preparado con vitaminas para mantenerme en buenas condiciones.
— ¿Y tienes que hacer algún cuidado especial?
—Sí, estos vendajes son distintos a los anteriores, casi no se sienten y son bastante ligeros.

Efectivamente el material sintético de los vendajes era de textura sedosa, no se parecía a nada que hubiera visto antes y se veía poroso para dejar respirar la piel pero a la vez era resistente al tacto.

—Parece cómodo.
—Lo es. La siguiente sesión que tengo es el viernes, te aseguro que no veo la hora de ir para ver los siguientes avances.
—Pero mientras tanto —intervino su madre con precaución—, tienes que guardar reposo, alimentarte bien y evitar el Sol todo lo posible, y tomar las píldoras.

Su madre tenía en las manos una caja metálica pequeña, dentro de la cual había una serie de pastillas en cápsulas transparentes.

— ¿Y éstas que son?
—Son un complejo vitamínico preparado de forma especial, lo hicieron después de hacer algunos exámenes. Tengo que tomar una diaria por la noche.

Hasta el momento la jornada no podía ir mejor.

—No sé qué decir, estoy tan contenta hermana, las cosas parece que están resultando como lo esperábamos.
—Es verdad, pero reconozco que desconfié de ti y no te he dado las gracias.
—No es necesario.
—Sí, lo es —dijo  su hermana muy seria—, aunque aún sigue dando vueltas en mi cabeza lo del dinero, ver que desde el primer paso están cumpliendo con lo que ofrecen es muy esperanzador. Gracias.


3


El trabajo con Roberto Santa María resultaba sencillo y bastante gratificante. El hombre tenía más de treinta y cinco pero lucía muy joven y actuaba como si cada persona con la que hablara fuera un conocido, lo que hacía reconfortante los primeros pasos en Asunto externo. Matilde estaba incorporándose al equipo creativo que iba a asesorar directamente a una famosa multinacional de telecomunicaciones en una nueva etapa.

—Escucha, lo del trato con los medios siempre es complejo porque de inmediato la competencia ataca con campañas parecidas o diciendo que nuestro cliente hace mal su trabajo ¿Qué crees que deberíamos hacer?

La tormenta de ideas era básica para comenzar a crear, y como nueva encargada del proyecto creativo, para Matilde era primordial saber tanto lo que quería el cliente como lo que pretendía la empresa.

— ¿Sabes lo que pienso? Que por lo general las empresas de telecomunicaciones basan sus nuevas campañas en decir lo buenas que son sus alternativas en comparación con las de los otros o que proveerán una experiencia inolvidable, pero pocas veces hablan de los aspectos negativos de sus productos.

Roberto la miró con el ceño fruncido.

—Creo que no sigo tu idea, ninguna empresa quiere decirle al mundo lo malo que tiene porque...ah...ya entiendo...
—Exacto —intervino la joven—, nadie dice las cosas malas, así que podemos empezar por ahí, por llamar la atención de todos con una primera etapa donde comentamos lo malo que es el servicio.
— ¿Y después?
—Después atacamos con una segunda etapa donde explicamos cómo esas cosas malas no son importantes en comparación con los nuevos beneficios.

Él sonrió satisfecho.

—Me gusta tu enfoque, ahora a lo tuyo, dime qué es lo que piensas hacer con la estética general.

La estética de cualquier compañía no se definía por lo que hiciera una empresa externa en una campaña específica, pero muchas veces servía de inspiración para la imagen final y si ese era el caso, tanto la empresa de asesoría como sus integrantes ganan muchos puntos en el mercado laboral. Matilde  se acercó a la pantalla del ordenador para enseñarle lo que había estado pensando.

—Estuve revisando algunos datos y me  cuenta de esto: las empresas están optando tanto por logos como por estéticas modernas, con mezcla de colores, apariencias en tres dimensiones, todo muy orientado a la era actual, pero creo que al final todo es similar.
—Y apuesto a que en ese punto también quieres hacer lo contrario.
—Sí, me gustaría revivir éste logo de la compañía, como puedes ver en la imagen es uno de los primeros, pero me parece que el tema está en ésta esquina, si te fijas es así, con ese quiebre; usemos ese punto como una puerta, y al pasar a la segunda etapa...

El hombre parecía divertirse auténticamente con el modo de trabajar, y eso la animaba mucho.

—Descubrimos el nuevo logo.
—No, descubrimos solamente esa esquina con un símbolo nuevo en tres dimensiones, así nos comprometemos con la nueva era pero sin desmerecer lo original.
—Me gusta, me gusta —celebró Roberto—, estoy completamente de acuerdo, vamos a llamar a los demás para empezar a trabajar en los primeros pasos, quiero que estemos preparados para todo.



4


Las siguientes dos semanas fueron algo totalmente distinto a lo antes vivido por Matilde y su familia; el tratamiento seguido en la clínica Cuerpos imposibles no podía ser mejor, y aunque a todas luces faltaba algún tiempo para que terminara, ya las quemaduras en el cuello y hombro estaban muy atenuadas, y las del brazo y rostro mostraban avances sorprendentes. Por recomendación del doctor, Patricia debía seguir guardando reposo, motivo por el cual siempre se estaba quejando de aburrimiento, y mantener la dieta recomendada, el consumo de las píldoras entregadas y evitar la exposición al Sol, pero a todos les parecía un precio bastante bajo a cambio de la increíble recuperación que día a día avanzaba a pasos agigantados. Mientras tanto Matilde estaba a tope con el trabajo, ya que su idea original para la campaña publicitaria había sido bien recibida y por lo tanto tenía a su cargo al equipo creativo muchas más horas de las que tenía prevista, pero todos en el equipo estaban dispuestos a sacar adelante el trabajo con el mejor resultado posible, y estaba claro que su jefe de proyecto sabía muy bien cómo elegir a su personal ya que todos estaban más o menos en sintonía y después de unos días era posible afirmar que ya estaban conformando un equipo de trabajo. Sin embargo y aunque se sentía contenta viendo como su vida y la de su hermana regresaba a la normalidad, el trabajo estaba absorbiendo gran parte de su tiempo y eso la mantenía bastante al margen del día a día, por lo que detalles como conocer el lugar en donde se realizaba el tratamiento o compartir más tiempo juntas estaba en un segundo plano.
Cerca de las nueve de la noche del Miércoles ocho de Junio la joven estaba llegando a su departamento bastante cansada, pero se encontró en la puerta con Romina Miranda, la doctora que se había hecho cargo del caso de su hermana en el Centro de tratamiento de heridas. La mujer le dedicó un asentimiento.

—Buenas noches Matilde.

Patricia había llamado al Centro para decir que no iba a seguir asistiendo de igual manera que lo hiciera con la consulta sicológica, y aunque se esperaban algunas preguntas, el tema parecía cerrado.

—Buenas noches doctora, es una sorpresa verla aquí.

La mujer tenía un carácter fuerte, justo lo que se necesitaba para su cargo, pero al verla, la joven imaginó que estaría preocupada por su hermana. ¿O acaso la había visto?

—A mí me sorprende lo que ha pasado en estos días Matilde ¿Qué ocurre con su hermana?

Llegados a ese punto tenía muy claro que no podía arriesgarse a decir nada que pudiera delatar lo del tratamiento, el constante recuerdo del contrato de confidencialidad pesaba demasiado en su memoria como para arriesgarse, por eso es que se lo recordaba todo el tiempo a sus padres y a la propia Patricia.

— ¿A qué se refiere?
—A que repentinamente dejó el tratamiento, y además en una etapa muy inicial. Matilde, es muy preocupante que pase algo como eso, además de dejar el tratamiento sicológico.
—Mi hermana decidió tomar un tratamiento alternativo doctora.
— ¿Qué clase de tratamiento? —la mujer percibió la reserva de Matilde, y cambió su estrategia—, escuche, seguramente se está preguntando por qué una doctora con muchos pacientes viene a su casa en la noche a hablar de un tratamiento de su hermana, y le voy a decir por qué: hace muchos años, cuando estaba en primer año de Universidad, un incendio afectó a un centro de estudios y varias amigas mías sufrieron quemaduras. Como se imaginará mis compañeros y yo estuvimos todo el tiempo con ellas prestando apoyo, pero al cabo de un tiempo descubrimos que algunas secuelas no estaban a la vista: una de ellas tenía una herida muy cerca de un seno,  y se sentía violentada de tratarse esa zona en particular, fue muy difícil convencerla de hacerlo, pero lo peor es que su familia no lo sabía, no estaban enterados de ese tema tan íntimo y creían que su problema estaba superado.

Matilde se sintió súbitamente acorralada, la doctora trataba de llegar a un punto mucho más personal de lo que se esperaba. Podía tener toda la buena intención del mundo, pero no era apropiado hablar con ella o podría decir algo inapropiado.

—Doctora —intervino esforzándose por sonar tranquila—, agradezco su preocupación y hablo también por mi hermana, pero de verdad que todo está bien, ella está en tratamiento, es solo que como familia decidimos seguir otro curso y tenemos excelentes referencias.
—Eso es lo mismo que me dijo su madre.
— ¿Estuvo en el departamento de mi hermana?
—Fui ahí en primer lugar porque es la dirección que me dejó su hermana, pero a ella no la he visto ¿Cree que podría verla?

Al menos no la había visto, en eso sus padres habían sido precavidos.

—Patricia está con reposo muy estricto, así que no creo que sea posible, pero le diré que vino.

La doctora se dio por vencida.

—Discúlpeme por haberme entrometido.
—No se disculpe, se lo agradezco mucho.
—No tiene nada que agradecer Matilde —repuso la mujer con una sombría expresión en el rostro—, lo hice porque sentí que estaba pasando algo grave y no quise dejarlo pasar.

Hizo ademán de irse, pero antes le pasó una tarjeta.

—Espero que no esté molesta, pero aunque lo esté, quiero que sepa que mi única intención fue ayudar. Si en algún momento le es de utilidad, guarde mi número, y llame si necesita cualquier cosa.

La doctora volteó y siguió por la calle sin despedirse. Matilde contempló con un enorme sentimiento de culpa la tarjeta y el lugar por donde se había ido la profesional, pero aunque experimentara esa sensación, la decisión había sido tomada y el tiempo estaba demostrando que era lo correcto.



Próximo capítulo: Ideas sugerentes

No traiciones a las hienas Capítulo 7: La hiena al acecho



Gotham. Ahora. A la mañana siguiente del avistamiento de la batalla entre red Hood y Batman

Doug fulminó a Steve con la mirada, mientras le echaba en cara lo que había estado ocultando sobre su identidad.

— ¿De qué estás hablando? Yo…

Las palabras del muchacho lo tomaron por sorpresa; se fijó en la expresión en su rostro y notó que estaba hablando en serio, sus ojos destilaban rencor dirigido a él.

—Ese es tu verdadero nombre ¿no es así? ¿no? Eres Steve, no eres el escritor que me dijiste en un principio, no estás de visita en esta ciudad, tú eres de aquí.

¿Cómo podía saber eso?

—Escucha, no sé de qué…

El muchacho se puso de pie como activado por un resorte, y lo enfrentó; sus ojos destellaban ira.

—No, escúchame tú; puedo ser un perdido de la calle. Puede que no tenga en dónde caerme muerto, pero no pienses ni por un minuto que soy tan estúpido como para creerme todas tus mentiras por segunda vez.

Alguien le había dicho toda la verdad sobre él, por eso es que no contestaba las llamadas. La pregunta era por qué eso lo impresionaba tanto y de ese modo.

—Doug, sólo dame un momento…
— ¿Un momento para qué? ¿para decirme que me has estado utilizando para investigar a un grupo de delincuentes que podrían haberme matado? Porque eso fue lo que hiciste, me vendiste una historia de niños sobre lo que estabas haciendo aquí, me ofreciste dinero y este estúpido teléfono para que investigara cosas dentro de la ciudad, y yo fui tan imbécil como para seguirte las ideas, e incluso cuando me metí a la morgue no me pareció sospechoso, creí que era algo divertido, no pensé que un pandillero muerto pudiera hacerme daño. Pero puede, claro que puede.

Arrojó el teléfono celular con fuerza hacia la calle, justo en el momento en que pasaba un vehículo, por lo que esté lo aplastó con las ruedas; enseguida se descubrió el antebrazo izquierdo y se lo enseñó con actitud desafiante. Lucía un corte que iba desde un lado al otro del antebrazo, era reciente y a simple vista se notaba que era bastante profundo; unos cuantos centímetros más cerca de la muñeca y ese corte podría haber sido fatal.

— ¿Quién te hizo eso?

El muchacho soltó una risa que sonó más como un gruñido, y miró en todas direcciones como si de alguna manera estuviera buscando una respuesta en el cielo, más arriba de sus cabezas.

—Eres tú el que está detrás de los secuaces de El amuleto ¿por qué no te respondes a ti mismo?
—Doug, enserio no sé quién pudo haberte hecho eso.
—No, claro que no lo sabes, y yo no voy a ser el que te ayude a desentrañar ese misterio ¿Y sabes por qué? porque puedo ser un pobre abandonado de la calle, pero no quiero morir, y eso es justo lo que va a pasar si me involucro en toda esta porquería.

Dio media vuelta para alejarse de él, pero Steve se adelantó y se interpuso en su camino.

—Mira, sé que te mentí, pero si de verdad hay peligro en esto, o te amenazaron, lo peor que puedes hacer es apartarte.
—Entonces vas a protegerme, es eso.
—Por supuesto, puedo hacerlo, por eso es que cuando nos conocimos estaba con el rostro cubierto, porque yo…

Pero el joven no lo dejó seguir hablando y con un fuerte empujón lo apartó de él. En este momento Steve se dio cuenta de que los estaban observando; alguien alrededor, o tal vez desde un edificio estaba siguiendo cada uno de los pasos del muchacho.

—Escucha…
— Sólo aléjate de mí, no quiero saber nada más de ti, no me importa que es lo que estés haciendo ni lo que te propongas para el futuro, no me importa por qué estás involucrado en este asunto de El amuleto, lo único que me importa es que me dejes en paz. Esto que tengo aquí —volvió a enseñarle el brazo—, es una advertencia; la gente que me atrapó en la madrugada me había estado siguiendo, sabían que yo estaba trabajando contigo, y no fue difícil que dieran a entender que yo no tenía que seguir cerca de ti ni ayudándote en tu investigación.

La desaparición de Marcus y la herida de Doug tenían el mismo objetivo: evitar que él descubriera lo que estaba pasando. Eso quería decir el traidor que había delatado a El amuleto estaba desesperado, era de vital importancia que tomara la delantera en esa carrera.

—Entonces no te involucres más —dijo hablando con cautela—. Sólo dime quién hizo esto, si tengo alguna pista puedo intervenir, tengo que detener a esa persona.

Durante un largo segundo el muchacho no respondió, lo quedó mirando inmóvil con la vista desenfocada; Steve no se movió, pero comprendió que la o las personas que estaban vigilándolo estaba en justo detrás de él. No sabía a cuánta distancia, pero apostaría todo lo poco que le quedaba en esos instantes a que era así ¿estarían haciéndole un simple gesto, o quizás en ese momento había un arma apuntando directo a su cabeza? ¿Por qué no matarlo, por qué no aprovechar esta oportunidad y deshacerse de quien estaba significando una amenaza para sus misteriosos planes? Entonces lo supo: esa persona lo que quería era anonimato, necesitaba por sobre todas las cosas seguir estando en las sombras eso quería decir que la traición El amuleto, su posterior muerte, la forma en que se habían esfumado sus secuaces, la desaparición de Marcus y las heridas propinadas a Doug eran actos realizados por la misma persona, ese sujeto que encontró en la traición un buen negocio, y desde entonces se había dedicado a borrar las pistas de su paradero, a cualquier costo. Desde ese punto de vista asesinar era comprensible, ya había sucedido una vez; sin embargo si lo que quería era pasar desapercibido, no lo lograría continuando con una secuencia de asesinatos, lo más probable era que se tratara de alguien muy cercano a Kronenberg, alguien a quien le importaba sobremanera mantener la faceta inocente que hasta entonces había cultivado.

No le vi la cara ni sé su nombre —dijo de pronto el muchacho—. Supongo que si eso hubiera pasado no estaría aquí hablando contigo; sólo voy a decirte una cosa, hay un mensaje para ti y si eres aunque sea un poco inteligente, entonces tal vez vas a hacer caso de esto: vete de la ciudad, sal ahora mismo, corre lo más rápido que puedas y nunca regreses, no mires hacia atrás ¿alguna vez pensaste que los que vivimos en la calle tenemos principios? Pues yo nunca le he deseado la muerte a nadie. Jamás había pensado en salir de esta ciudad y ahora no puedo porque sospecharían de mí; sólo voy a estar seguro mientras esté lejos de ti, y sólo podré recuperar mi vida de dos maneras: Si te vas para siempre, o si estás bajo tierra. Vete de la ciudad.

No dijo más y echó a andar a toda velocidad; tan sólo unos pasos después desapareció de su vista en las escaleras del subterráneo. En ese preciso instante sonó el celular de Steve, anunciando una llamada de Marcus.

—Demonios —contestó el teléfono—. Marcus ¿dónde diablos has estado todo este tiempo?

La Voz del otro lado de la conexión lo descolocó. Marcus sonaba exactamente como él mismo después de una gran noche de reventón.

—Steve amigo, veo que no estás aquí —dijo con voz ronca, hablando despacio—. Parece que fue una gran noche ¿no crees?
— ¿Dónde estás?
— ¿Dónde estás tú? —indicó la voz del otro lado de la conexión— Esperaba que al menos tuvieras la decencia de quedarte conmigo ¿O me vas a decir qué tuviste alguna propuesta mejor?

Estaba saliendo de una resaca, era evidente que no iba a escuchar sus palabras a través del teléfono.

—Dime en dónde estás.
—En un hotel, espera —se sintió ruido y quejidos—. Diablos… Levantarme de la cama es una tortura… es en el centro, sólo alcanzo a ver que justo al frente está la Posada del herrero. Si vas a venir que sea en silencio, trae antiácidos, no golpes. Y si ya estoy en coma, no molestes.

Steve sintió cómo su amigo soltaba el teléfono sobre el lecho; cortó la llamada y se dispuso a ir en esa dirección. Conocía el bar La posada y no estaba demasiado lejos; cuando llegó 15 minutos más tarde, no tuvo mayor dificultad en encontrarlo, la recepcionista le dijo en qué habitación estaba luego de escuchar una breve descripción de él y decirle que había llegado alrededor de las seis de la mañana, apenas siendo capaz de mantenerse en pie, pero sólo. Al entrar en la habitación lo encontró tendido boca abajo sobre la cama, desnudo, su ropa estaba desperdigada por el lugar, y definitivamente olía a alcohol.

— ¿Todavía estás despierto?

El otro murmuró algo ininteligible con el rostro hundido sobre el colchón y con un gran esfuerzo giró la cabeza hacia la izquierda, mirándolo con ojos entrecerrados.

—No sé si estoy dormido o no.
—Marcus, anoche te fuiste a tratar de conseguir algo de información…
—Espera, espera, más despacio —replicó el otro levantando apenas los dedos—, mira, nosotros realmente no nos veíamos hace mucho tiempo y fue genial que nos encontráramos aquí, pero la estábamos pasando muy bien yendo de un lugar a otro, no entiendo cómo es que tú estás tan bien y yo estoy tan mal.

Esa conversación no lo estaba llevando a ninguna parte.

—Sí, lo estábamos pasando bien.
— ¿Recuerdas? Ese centro nocturno donde bailaban las chicas que parecían gemelas…

Oh rayos, eso había sido poco antes de que se separaran.

—Sí.
—Pues te aseguro que lo que nos tomamos en el siguiente sitio que visitamos era de primera calidad, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba en uno de esos moteles temáticos, esos donde las camas parecen instrumentos de circo, y que habían unas chicas muy lindas, y yo estaba como en las nubes —rió de forma ahogada, sin fuerzas—. Estaba en la parte más alta de la ola ¿sabes? perdóname sí fui un mal amigo y me fui sólo con ellas, por alguna razón estaba convencido de que estabas ahí o en la habitación contigua.

En este momento, Steve vio con claridad una marca en la espalda de su amigo; la señal de que había sido pinchado con una aguja estaba en el trapecio, justo en un punto que no podía verse por sí mismo en un espejo. Eso significaba que en algún momento  entre su separación y esa extraña llamada alguien lo había drogado; teniendo ya alcohol en el cuerpo no era de extrañar que con una dosis apropiada perdiera la noción del tiempo, o de manera directa no recordara algunos acontecimientos. Decidió no enseñarle la grabación de su propia llamada, no tenía sentido intentar hacerlo recordar lo sucedido en la noche cuando apenas habían pasado un par de horas, su mente estaría más despejada durante la tarde y tal vez en este momento tendría éxito. Dejó sobre el velador junto a la cama una botella, y le dio unas palmadas en el hombro.

—Toma ese tónico, es del mismo que yo uso para reponerme después de una noche de fiesta; en un minuto te sentirás bien.
— ¿Te vas? —dijo el otro en un murmullo.
—Sí, tengo algunos asuntos que arreglar, pero estoy seguro de que estarás bien; hablamos más tarde ¿de acuerdo?

Salió del Hotel pensando en su siguiente objetivo: aún tenía pendiente averiguar qué era lo que había pasado con Miranda después del accidente; volvió a llamar al número de la casa de sus padres que encontró con anterioridad, y otra vez no obtuvo respuesta. No recordaba en qué parte de Gotham vivían ellos, de modo que se acercó a una oficina de información turística y le dijo a la chica que lo atendió que estaba buscando a la familia de su amiga que iba a visitar; gracias a su encanto y saber el nombre de ella, la joven accedió a entregarle la información.

—Disculpe, usted dijo que venía a visitarla.
—Sí —respondió con una sonrisa—, es una sorpresa, estuve mucho tiempo fuera de Gotham y quiero visitarlos, pero la ciudad ha cambiado mucho y no puedo ubicarme por mí mismo.

La chica se mostró un tanto incómoda, dudó y al final habló en voz baja, con el mayor tacto posible.

—Señor lamento informarle esto, escuche… no debería decir esto, prométame que no le va a decir a nadie que lo escuchó de mí.
— ¿A qué se refiere?
—Por favor prométalo, no quiero arriesgar mi puesto de trabajo.
—Se lo prometo —respondió con una amable sonrisa—, usted está siendo gentil y magniífica conmigo— de ninguna manera la voy a perjudicar.
—Gracias señor; creo que es mejor que llame por teléfono a su amiga, no va a poder encontrar la casa de sus padres, porque ellos murieron.

La chica le indicó que no podía entregarle más información, y golpeado como estaba por la sorpresa, Steve decidió salir de ese lugar de inmediato y buscar información por su cuenta; un rápido registro en la red de obituarios de la ciudad confirmó el hecho: los padres de Miranda habían muerto ocho años atrás en un accidente automovilístico. En la cena, el coronel  Keyton había dicho “a visitar a tu familia y compartir con tus amigos” Por supuesto, no podía quedarse con su familia ni compartir con ellos porque estaban muertos, estaba tan concentrado en el descubrimiento de la ocupación de ella y todo lo que eso significaba que había pasado por alto este detalle tan sutil en la conversación; sin embargo no era fecha aniversario de su muerte ¿por qué motivo entonces se encontraba en la ciudad al mismo tiempo que él? ¿acaso eso tenía relación directa con los acontecimientos ocurridos en torno al ataque a su padre? ¿sería posible que la soldado de Afganistán estuviera involucrada de algún modo, y no se tratara de una casualidad? Tomó un taxi y se dirigió a toda velocidad al sitio en donde había ocurrido el accidente, y dedicó un tiempo a intentar averiguar si es que alguien sabía algo al respecto; los pocos que quisieron contestar preguntas no entregaron mucha información, sin embargo un muchacho del lugar le mostró una foto tomada con su teléfono celular: la captura era de cierta distancia y sólo se veía la ambulancia y un coche de policía. A pesar de que no era de buena calidad, Steve pudo identificar que en el parachoques trasero tenía un auto adhesivo de color verde cuyo diseño no podía identificar; por suerte el chico le dijo que pertenecía a una asociación llamada Verdes furiosos, que promulgaba la utilización de energías limpias. Después de una búsqueda en internet descubrió la nómina de la organización no gubernamental, y a través de ella la ubicación del servicio de urgencia en donde se desempeñaba el conductor de la ambulancia: se trataba de una pequeña urgencia local ubicada a treinta minutos del sitio del accidente. Pero la recepcionista del lugar no se rindió ante sus encantos.

—Entiendo que esté preocupado por su amiga, sin embargo no podemos permitir la entrada de nadie que no sea familiar.
—Sus padres murieron, ella no tiene familia.
—Te equivocas, ella sí la tiene.

La voz de un hombre lo interrumpió y sorprendió: se trataba de un sujeto de casi su misma edad, alto y fuerte, de rasgos endurecidos. Era sin lugar a dudas un militar, pero Miranda no tenía hermanos.

—Disculpa, no te conozco.
—Tampoco yo, pero te escuché preguntando por Miranda. Soy su esposo.

La declaración lo golpeó como un mazo en el rostro. ¿Esposo? ¿Por qué en el mundo alguien como ella estaría casada siendo tan joven, y aún más, por qué no se lo habría dicho?

— ¿Esposo?
—Sería mejor que en vez de hacer preguntas, me dijeras quién eres y por qué estás preguntando por ella.

La recepcionista los interrumpió en un tono poco amable, y les dijo que salieran; ya en el exterior, el hombre de cabeza rapada lo miró muy fijo; estaba alterado, a todas luces.

— ¿Y bien?
—Mi nombre es Steve, Steve Maori, soy amigo de infancia de Miranda.

Por un momento no supo qué estaba pasando por la mente del otro; se quedó muy quieto, hasta que soltó el aire contenido en los pulmones, muy despacio.

—Ah, el chico listo de la escuela, el que era demasiado importante
— ¿A qué te refieres?
—Miranda me habló de ti, de todo en realidad —dijo con cierto tono de orgullo. Estaba demostrando quién era el macho de la manada ahí—. No tenemos secretos.

Steve sabía que, si en efecto ella le había contado a ese hombre todo de su niñez, entonces él sabría mucho sobre sus acciones, algo que lo dejaba en desventaja y como un rival; necesitaba ganarse su confianza. Pero primero tenía que encontrar una excusa plausible para saber que ella estaba internada cuando en realidad no vivía ahí.

—Nos encontramos de casualidad hace muy poco —replicó evadiendo cualquier precisión—, y la verdad es que no alcanzamos a hablar mucho, estaba extraña, triste.

El otro se cruzó de brazos.

—Es extraño que se encontraran, ella creía que estabas en Atlanta.
—Vine por un tiempo a visitar a mis padres, están pasando por una situación muy complicada.

Se hizo un incómodo silencio entre los dos; necesitaba sortear ese obstáculo, tener a ese hombre ahí celando y protegiendo a Miranda era un impedimento ¿Estaría despierta? Supuso que no, o de lo contrario él le habría hecho algún tipo de recriminación.

—Entonces se encontraron por casualidad.
—Fue una gran sorpresa, yo también estoy triste, aunque por otros motivos ¿sabes? —en ese momento se le ocurrió la idea: era agarrarse de un clavo ardiendo, pero era lo único que podía funcionar—. Pasaron tantas cosas, tuve problemas en mi trabajo, descubrí que Carl me engañaba y estaba a punto de mandar todo al diablo, cuando supe que habían asaltado a mi padre, así que tuve que guardarme mis problemas y venir a hacerme cargo.

Notó que el otro levantaba ligeramente las cejas; un instante después su postura se relajó. Estaba funcionando.

—Debe haber sido doloroso saber que él te engañaba.

Steve hizo una breve pausa dramática.

—El muy desgraciado me juraba amor, pero lo eché a la calle; como sea —continuó carraspeando, como si quisiera evitar emocionarse—, vine de Atlanta hasta aquí para ocuparme de asuntos familiares, ya sabes que cuando uno es hijo único toda la responsabilidad cae en estos hombros. Y en eso me encontré con ella, hablamos muy poco, estaba evasiva, así que le dije que teníamos que desayunar hoy y luego tal vez ir de compras —el esposo de Miranda lo miraba casi con una sonrisa—, y cuando no me contestó el teléfono pensé que estaba pasando algo extraño. Entonces empecé a llamar a urgencias y me dijeron que estaba aquí ¿qué fue lo que le pasó?

La artimaña sirvió de forma increíble; Sam, así fue como se presentó, y le dijo que lo acompañara a la sala en donde estaba internada. Estaba sedada, tenía parches y vendas en el cuerpo, y todo el lado derecho de la cara estaba cubierto por los vendajes.

—Pobre ¿la atropellaron?
—Cayó de un tercer piso.
— ¿Qué? Pero ¿por qué, qué estaba haciendo en una azotea?
—A mí también me gustaría saberlo, me gustaría saber por qué estaba aquí y qué se proponía.

Si él tampoco lo sabía, sus sospechas y temores aumentaban; por un lado, si Sam no sabía nada al respecto, montaría en cólera al descubrir la mentira, y por otro, la información seguiría oculta a sus ojos, escondida en la mente de Miranda. Era seguro y a la vez peligroso que despertara.

—No lo entiendo, dijiste que no tenían secretos.
—Y no los tenemos —replicó perdido en la contemplación de ella—. Estábamos distanciados desde hace un mes ¿te dijo a lo que se dedica?
—Me dijo que estaba en el ejército y que era peligroso, pero no hablamos más de eso.
—Es comprensible que no te lo haya explicado, fue el origen de nuestros problemas; trabajamos en el ejército, realizamos misiones difíciles en distintos lugares, es lo que tú conocerías como agentes secretos, pero sin las fiestas y los automóviles. He visto a muchos amigos salir perjudicados, y le dije que ya era hora de que termináramos con eso, yo estaba con baja médica por un disparo pero Miranda insistía en que quería hacerlo, que era una forma de ayudar más activa que colaborar con dinero en una colecta. Supongo que de alguna manera quería evitar que otras personas sufrieran lo que ella cuando perdió a sus padres; algunas misiones son de reconocimiento o simplemente de escoltar a alguien importante, pero a veces intervenimos en secuestros, o rescatamos inocentes en zonas donde hay conflictos bélicos, de algún modo se volvió una droga para ella.
—Y entonces ella decidió venir a Gotham.
—No, eso sucedió después; primero tuvimos esa discusión, y luego me dijo que vendría hasta aquí, porque necesitaba pensar y estar apartada de todo para tomar una decisión, y ya sabes que uno puede ser muy orgulloso, pero al fin decidí venir tras ella y arreglar las cosas.

Entonces su presencia en esa ciudad seguía siendo una incógnita, y así se lo hizo saber Sam.

Asumí que quería visitar la tumba de sus padres, incluso mientras venía, me puse a pensar en que la sensación de pérdida de ellos podría ayudarla a entenderlo que yo le decía, pero no me esperaba encontrarla accidentada, y mucho menos con su ropa de exploración.

Desvió la vista hacia una silla que estaba a un costado, en donde, dentro de una bolsa plástica, estaba la ropa con la que él la había visto en su enfrentamiento en la noche.

 — ¿Ropa de exploración?
—Es un tipo de uniforme —explicó sin ánimos—. Si Miranda tenía puesto ese uniforme, significa que estaba siguiendo o investigando a alguien los doctores dijeron que tiene señas de golpes además de las de la caída, y son recientes; eso sólo puede significar que tuvo una pelea, o quizás esa misma persona la arrojó por el edificio.

Si llegaba a despertar y decirle que lo había visto, en efecto, pero en otras circunstancias, el asunto se saldría de control.

— ¿Y por qué no has hecho una denuncia a la policía?
—Porque eso podría poner en peligro a Miranda y a quien sea que esté investigando, puede ser un delincuente o también una víctima potencial, y si alguien la atacó, puede volver a intentarlo. Mientras no despierte, estoy de manos atadas.
— ¿Y qué dijeron los médicos?
—Las próximas 48 horas son vitales; tiene muchas heridas, fracturas y cortes, pero el principal es un golpe en el occipital derecho producto de la caída, si no evoluciona bien, podría no despertar.

Cuarenta y ocho horas era demasiado tiempo, las pistas se enfriarían demasiado rápido. En ese momento una nueva teoría apareció en su mente, y era la primera que tenía sentido y encajaba con todo lo demás. El sujeto que traicionó a El amuleto, es alguien de confianza de Kronenberg, quien de paso se queda con el dinero de la empresa de su padre; sin embargo no es cualquier cercano, es alguien que trabaja de intermediario, tal vez es un mensajero, o una especie de agente de enlace, por lo que conoce el trabajo que hacen los pequeños maleantes. Lleva tiempo investigando, quizás no es primera vez que hunde a uno de esos delincuentes, y de pronto ve que puede sacar más de una tajada del negocio, por lo que urde un plan y arruina el negocio paralelo de El amuleto y se encarga de ocultar su muerte el tiempo necesario para que el padre de Steve piense que las amenazas y el ataque vienen de él, de modo que cuando el delincuente muere de forma oficial, Kronenberg asume que el dinero se perdió junto con él y, como tiene otros problemas como el cambio de planes de Máscara negra, se desentiende de un asunto menor. Y en medio de todo eso, el padre de Steve no puede ser una amenaza porque prácticamente ha perdido la razón, los secuaces pueden haberse escondido o incluso seguir trabajando para el mismo jefe superior haciendo como si nada pasara, y cuando dos personas empiezan a hacer demasiadas preguntas, amenazan a una y drogan a la otra hasta hacerle olvidar. ¿Cómo encajaba Miranda en todo eso? A través de él. Ya sabía que quienes lo acechaban habían entrado a su casa, y ahora pensaba que era muy probable que siguieran los pasos de su padre desde hace tiempo, por lo que no resulta difícil establecer que ay una conexión con la chica. Averiguan que está en el ejército y, aprovechando que está en la ciudad, le envían alguna clase de informe ¿Qué Steve estaba siendo perseguido por un merodeador nocturno? Tal vez simplemente ese sujeto hizo encajar las piezas que estaban a su disposición de forma casual, y Steve, en vez de guardar silencio, hizo lo primero que se le vino a la mente, con lo que consiguió que ella creyera que él era un delincuente en vez de una víctima. Parecía la trama de una novela de suspenso, pero ordenado de esa forma, resultaba tan probable como ninguna otra cosa antes. Hasta ese momento había estado intentando descubrir quién era el soplón que había causado la caída de El amuleto y conseguido quedarse con el dinero de la empresa de su padre, pero sólo había seguido un juego planteado por alguien que tenía varios pasos de distancia y además, mucha más información que él; en cierto modo, el accidente de Miranda era el primer error que cometía el traidor, porque de seguro lo que esperaba era que ella lo denunciara, o incluso que lo entregara a las autoridades. No habían resultado las amenazas, de modo que, teniendo una opción caída del cielo, la utilizó y él, como un idiota, había caído.
Se aseguró de que Sam tuviera su número y le pidió que se comunicara con él ante cualquier cambio en el estado de Miranda, comprometiéndose, desde luego, a estar de regreso lo más pronto posible para ayudar al matrimonio en ese difícil momento. Para cuando salió de la urgencia, ya tenía la simpatía del hombre y un problema controlado; lo siguiente era dejar de ser la presa a la que una hiena esperaba ver moribunda, y convertirse en el cazador.

2

Por la tarde, Steve regresaba a la casa de sus padres; eligió llegar por la calle a pie, en vez de llegar por la lateral en que podía disminuir su tiempo de desplazamiento. Cinco cuadras lo separaban de la vivienda a la que se dirigía, de modo que en un negocio local compró una soda y la fue bebiendo por el camino, mientras caminaba a paso lento, sin mirar a ninguna parte en especial.

—Steve, querido, qué tal.
—Hola señora Miscoe.
—Vas de regreso a casa por lo que veo.
—Sí ¿y usted?
—Nada en especial —dijo la mujer sonriendo—, sólo a hacer unas compras ligeras, un sobrino estará de cumpleaños pronto y ya sabes que prefiero tener todo listo por anticipado.
—Es lo mejor.
—Nos vemos.

La mujer siguió su camino en sentido contrario al de Steve, mientras este se terminaba la soda y arrojaba la botella a un basurero; en esos momentos el clima amenazaba con dejar caer otra vez una lluvia, aunque de momento sólo estaba nublado y corría una brisa tibia, ajena a la hora en que el sol había abandonado casi por completo ese lado del horizonte.
En una casa a un costado había mucha luz y música, tal vez una familia que festejaba un cumpleaños o algo por el estilo; Steve subió el cuello de su suéter ante el aumento de viento, pero no apuró el paso. No daba la sensación de que fuera a comenzar a llover aún. A su lado pasaron dos perros corriendo y jugando, se distrajo un momento esquivándolos, pero luego continuó su caminata; desde siempre, esa calle no había sido muy transitada, además de los vehículos locales sólo pasaba algún que otro taxi, casi ningún vehículo pesado.
Por lo mismo volteó un poco extrañado al sentir el sonido de un motor pesado a su espalda; se trataba de un furgón grande, de color blanco, que avanzaba de forma penosa, como si le costara al conductor mantener el ritmo o tuviera algún desperfecto. Iba a poca velocidad pero hacía bastante ruido, y aunque era llamativo, no dejaba de ser un simple vehículo en mal estado, de modo que el hombre siguió caminando de forma despreocupada.
Cuando pasó a su lado, el vehículo disminuyó la marcha al mismo tiempo que la puerta lateral se abría.
Alguien desde el interior realizó un disparo.
El ataque fue directo, dio en el pecho e hizo caer de espalda al hombre, tomado por completo por sorpresa; antes que su cuerpo terminara de tocar el suelo, dos hombres descendieron del vehículo, con el rostro cubierto por gorros pasamontaña, y se abalanzaron sobre él. De inmediato y sin titubear, lo tomaron por los brazos, y lo arrastraron a peso muerto hacia el interior del vehículo, el que reinició su marcha, sólo que en esta ocasión a gran velocidad, dejando la calle vacía y a muchas personas asombradas detrás de las ventanas de las casas más próximas.



Próximo capítulo: Con la ventaja en las manos

Por ti, eternamente Capítulo 27: Buen corazón



— ¿Qué es eso?

Los dedos de Romina comenzaron a temblar mientras aún mantenía entre ellos el pequeño objeto que extrajera antes de la etiqueta bordada artesanalmente.

—Esto es una tarjeta de memoria —murmuró incrédula—. Víctor, ¿Sabías de esto?
—Nada en absoluto —replicó Víctor sin entender—, no puedo creer que haya estado todo éste tiempo ahí.
— ¿Te das cuenta que ésta tarjeta puede haber estado en poder de Magdalena y que por eso puede tener información importante? ¿Ella no te dijo nada de eso?

Pero Álvaro intervino para evitar que dijera otra tontería.

—Basta Romina, ¿no ves que se le nota en la cara que no lo sabe? Pero esa tarjeta de memoria es muy antigua, tenemos que leer la información.
— ¿Cómo, con qué?

Él se metió en el maletero del auto y rebuscó hasta encontrar algo, y volvió con ello donde Víctor y Romina.

—Podemos verlo con esto —enseñó una cámara de fotos—, dámela, a ver si sirve.

Víctor se sentía mareado, pero la posibilidad que se presentaba ante sus ojos y la atención de los periodistas tenía el primer lugar en ese momento. Unos instantes después Álvaro abría los ojos por la sorpresa.

—Oh por Dios, oh por Dios...
—Déjame ver —se acercó ella—, oh por Dios, Víctor, éstos son informes contables, son de la familia De la Torre.

Aunque claramente no entendía lo que estaba viendo, era claro que tenía que ver con esa familia; en la pequeña pantalla de la cámara se podían ver varios nombres y cifras.

—Cielos, aquí hay mucha información, aunque solo puedo ver algunas cosas, hay otro contenido que no puedo ver desde aquí sin un adaptador... Víctor, es genial, hay muchos datos, esto incluye fotos de informes contables, datos de cuentas falsas...es increíble.

Los dos estaban casi eufóricos por lo que estaban descubriendo, pero en cambio, Víctor fue a sentarse al asiento trasero del auto, mirándolos sin expresión en el rostro.

— ¿Qué pasa Víctor? —le preguntó Romina acercándose—, acabamos de encontrar información muy valiosa, con esto podrías terminar con todas las mentiras.

Pero él no estaba pensando en eso; con Ariel en sus brazos, aún en medio de todo lo que estaba pasando, resultaba difícil pensar en lo que Magdalena había tenido que sufrir sola.

—Debe haber estado muy enferma como para poder decirme...simplemente no podía pensar en eso, el tiempo solo le alcanzó para encargarme a Ariel.
—Es verdad, pero piensa que ahora puedes hacerle honor a lo que ella te dijo. Tenemos que ir a la policía.
—No.

Los dos se quedaron mirándolo sin entender. Qué extraño le resultaba a Víctor sentir la claridad necesaria justo en ese momento.

—No voy a ir a la policía ¿No se han preguntado que tal vez, después de todo lo que ha pasado, la familia De la Torre no está detrás de Ariel, sino detrás de esa información?

Romina tragó saliva; su lado periodístico ya le había dicho eso.

—Puede ser.
—Eso me devuelve a lo que pasó al principio; no sé si hay alguien que tenga esa gente en la policía, y no sé lo que podría pasar, o pasarme, mientras tanto. Pero si sé lo que hay que hacer.

Se acercó a Romina y tomó de las manos de Álvaro la cámara, que volvió a depositar en las manos de ella.

—Entréguenle esto a Armendáriz.

Solo mencionar su nombre puso de sobresalto a los otros dos; Víctor no sabía si era el efecto de saberse apoyado por ellos y por Tomás y Arturo a la distancia, haber expresado sus sentimientos  ante la cámara o esa sensación de vacío en la cabeza, pero algo le decía que estaba haciendo las cosas de la manera correcta.

— ¿Que estás diciendo?
—Lo que escuchaste. Armendáriz estuvo a un paso de atraparme, no puedo creer que tenga malas intenciones, pero si todos creen que soy un delincuente, también podría estar equivocado él. Estuve recordando cuando tuvimos el enfrentamiento, nunca quiso dañar a Ariel. Ambos estábamos luchando por el mismo motivo.
—Pero es que...
—Por favor, háganlo por mí, si quieren ayudarme —dijo con determinación—. Entréguenle esa información, si lo que pienso de él ahora es verdad, Armendáriz sabrá que hacer, y si no, al menos tendré tiempo para ocultarme.

Romina y Álvaro se miraron unos momentos; había llegado el momento en que tenían que decidir.

—Es una movida muy arriesgada.
—Puede ser, pero siento que eso es lo que debo hacer.
—Está bien —dijo ella resueltamente—, lo haremos. Escucha, te llevaremos hasta la siguiente zona, y luego hablaremos con Armendáriz.

Álvaro sentía que su alegría por encontrar las pruebas se estaba diluyendo, pero no iba a quejarse en ese momento, él también había tomado una decisión.

—Toma mi celular, déjalo apagado si quieres, lo usaremos para comunicarnos —sonrió para darse ánimos—, también toma éste dinero, no es mucho pero te ayudará a salir de aquí lo más rápido posible, solo date prisa, nosotros haremos esto, le diremos todo a ese policía y te llamaremos.
—Está bien pero...

Víctor iba a decir algo más, pero a la distancia algo llamó su atención; en la claridad del día no se interpretaba bien.

— ¿Qué es eso?

Los periodistas voltearon en la dirección que indicaba el joven; a lo lejos, un automóvil se había detenido, y de él descendía una persona con algo en las manos, algo que ambos interpretaron de inmediato, como una cámara fotográfica profesional.

—Diablos, es Benjamín Andrade, el de Zona periodística.
—Debe haber estado siguiéndonos —dijo ella en voz baja—, ese tipo es un desgraciado, es un simple mercenario.
—Si está siguiéndonos, seguro debe estar detrás de una recompensa: De la Torre.

Aparentemente el hombre a la distancia notó que no habían descubierto, de modo que volvió a entrar en el auto. Álvaro supo lo que tenía que hacer.

—Va a avisarle a la policía, deben estar muy cerca, y puedo jurar que está llamando a De la Torre o a alguien de esa familia.
—Váyanse —sentenció Víctor tratando de sonar convincente—, si la policía los intercepta sabrán que estuvieron conmigo, si me acompañan, nos atraparán y no podrán acercarse a Armendáriz.
— ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
—Sí, estoy seguro, tienen que hacerlo.

Los periodistas subieron al auto, dejando otra vez a Víctor solo en medio de la nada, pero Álvaro se veía mucho menos angustiado que ella.

—Esto es una maldición —protestó ella—, no puedo creerlo, otra vez tenemos que abandonarlo, y ahora para peor ese maldito de Andrade tenía que estar cerca.

Solo en ese momento notó que iban a gran velocidad, regresando a la vía por donde estaba alejándose el hombre que los descubriera momentos antes.

— ¿Que estás haciendo?

El marcador indicaba más de noventa, estaban casi a tope.

—Álvaro...
—Mira, si ya llegamos hasta aquí, no voy a permitir que un mercenario de mala muerte nos arruine. Así que mejor sujétate.

Siguieron a toda velocidad durante algunos minutos, con él conduciendo de forma implacable, la vista fija en la pista, presionando con fuerza el pedal del acelerador. Romina le hizo caso y se sujetó con fuerza al asiento, esperando que ocurriera algo pero al mismo tiempo con miedo a que eso pasara. El tiempo pareció avanzar muy rápido entonces, hasta que el automóvil alcanzó al de Andrade, y sin dudarlo, Álvaro arremetió contra el morro del otro vehículo, embistiendo a toda velocidad. El sonido de metales y neumáticos frenando a toda velocidad se mezcló, pero el  choque duró tan solo unos segundos, dejando a ambos automóviles detenidos en medio de una nube de polvo.

— ¡Estás loco!

Pero él había saltado del auto, y se abalanzó contra el otro vehículo. Sin pensarlo dos veces, consiguió abrir la puerta del conductor y, después de un breve forcejeo, regresó corriendo a retomar el lugar del conductor y reinició la marcha.

— ¡Si querías sorprenderme lo lograste! —exclamó ella aún con el corazón en la mano—, dime qué fue todo eso.

Él sonrió y le mostró unas llaves.

—Ah...
—No podemos evitar que le avise a De la Torre, pero al menos no llegará antes que nosotros donde la policía.


3


Nuevamente Víctor se había quedado solo con Ariel en sus brazos; estaba muy cansado, y aún sentía la cabeza dando vueltas, pero no podía quedarse quieto, tenía que aprovechar el tiempo que le ayudaran a ganar Romina y Álvaro y alejarse de ese sitio. Si en un principio hubiera encontrado esa tarjeta, si tan solo se le hubiera pasado por la mente que Magdalena había escondido esa información entre las cosas de Ariel, tal vez todo habría sido diferente, pero en esos momentos lo único que importaba era ponerse a salvo lo más pronto posible.

—Tenemos muchos amigos bebé —dijo jadeante mientras caminaba— ¿lo ves? todo va a estar bien porque ahora tenemos amigos ¿lo ves? tenemos amigos que van a  ayudarnos...

Se quedó sin palabras unos momentos; tenía que alejarse de ese sitio, y por lo que podía ver, estaba acercándose a una zona poblada, pero ya no estaba exactamente cerca de la línea del tren ¿Que podía hacer? pasar por la zona poblada, usar el dinero que le habían pasado y desaparecer. Tendría que pasar la noche oculto en algún hostal, antes le había resultado, y en una zona bastante campestre como esa la gente por lo general estaba mucho menos informada, usaría eso en su favor. Pero la cabeza seguía dándole vueltas.

— ¿Sabes una cosa Ariel? —dijo para continuar pensando—, creo que es hora de contarte un cuento.

Necesitaba seguir hablando, necesitaba sentirse despierto y en movimiento, hacerlo era la única forma de no distraerse en un momento en que se sentía más frágil que nunca. Había hablado, había dicho lo que sentía, y si estaba en lo cierto, ese policía al que le había temido en el pasado podría convertirse en su aliado.

Pero nuevamente algo lo sorprendió. Un sonido sordo, un golpe en la pierna derecha, fulminante, dolor instantáneo.

Víctor cayó bruscamente de rodillas, con la pierna derecha sangrando producto de un disparo.


3


Álvaro y Romina continuaban su travesía por el camino, luego de haber dejado atrás un automóvil chocado y a un colega de trabajo enfadado. Con el tiempo en contra, Álvaro conducía a toda la velocidad de la que era capaz, pero un vehículo avanzando en sentido contrario le llamó la atención.

—Ese auto que viene es de la policía...
—No puede ser...

Al ver de quien se trataba, Álvaro supo lo que tenía que hacer.

—Esto es una bendición Romina, éste gorilote por fin nos va a ayudar en algo.

Detuvo el auto en medio del camino, obligando al otro vehículo a detenerse. Armendáriz descendió uy rápido, creyendo en un principio que se trataba de algún accidente, por causa del morro aplastado del auto que se había detenido de manera tan abrupta, pero al ver bajar a los periodistas, todo tuvo sentido en su mente. La noticia de Segovia saliendo en televisión solo unos minutos atrás, todas las incongruentes apariciones y desapariciones, todo reunido en la expresión de satisfacción del hombre que caminaba hacia él como si estuviera en un día de campo. Y en un momento el oficial se abalanzó sobre Álvaro.

— ¡Tú!

Junto con el grito, tomó a Álvaro por los hombros, con tanta fuerza que lo levantó en andas, descontrolado por la verdad que se estaba dibujando en su mente. Álvaro no se inmutó.

— ¡Ustedes son los responsables de todo esto!
—Escúchame Armendáriz.
—Colaboraron con Segovia —prosiguió, imparable, gritando fuera de sí—, le mintieron a las autoridades, encubrieron a un delincuente, un prófugo de la justicia.
— ¡Tienes que escucharnos!

Pero en ese momento el que estaba sacudiéndolo no era el policía, era el hombre que estaba totalmente fuera de control, desesperado por sentir que todo lo que había pasado no era más que una maquinación de personas con objetivos que quedaban fuera de su entendimiento. Romina se acercó corriendo a tratar de detener el enfrentamiento.

— ¡Suéltalo Armendáriz!

Pero el otro no la escuchaba.

— ¡Esto no puede continuar! —rugió con toda la potencia de su voz—, ustedes no saben, ustedes no dimensionan lo que han estado haciendo, pero no lo voy a permitir, tienen que decirme donde está Segovia ¡Donde está!
— ¡Suéltalo, vas a lastimarlo!

Romina logró elevar su voz por sobre la de él, y aunque a todas luces no tenía la fuerza para separarlos, sí pudo forcejear con la suficiente determinación como para que el hombre reaccionara, al menos en parte, y soltara a Álvaro.

—Tienes que escucharnos ahora, es muy importante.
—Esto no va a continuar —repitió mirándolos con ojos desorbitados—, no permitiré que ocurra otra desgracia más.
— ¡Entonces tienes que escucharme maldita sea! —gritó ella a su vez—, tenemos pruebas de la inocencia de Víctor, pruebas en contra de Fernando de la Torre.
—Víctor nos pidió que habláramos contigo —intervino el otro hombre firmemente a pesar de la agitación—, encontramos unas pruebas, es información comprometedora en contra de esa familia, por eso es que durante todo éste tiempo han estado tan interesados en recuperar al niño. Escucha, Víctor nos dijo que tú sabrías que hacer.

Lo que le dijeron no tenía el más mínimo sentido de acuerdo a las cosas que habían pasado antes, y eso hizo el efecto suficiente como para que el policía retrocediera un paso; su lado lógico, el lado que no había funcionado los últimos segundos, le decía que si existía cualquier tipo de prueba que alterara el curso de una investigación, era obligatorio investigar de inmediato.

—Lo que  estás diciendo es muy grave —dijo lentamente—, no tienes idea lo que...
—Míralo por ti mismo —lo interrumpió Romina enseñándole la pantalla de la antigua cámara de fotos—, Víctor encontró ésta tarjeta de memoria por accidente entre las cosas del pequeño, es probable que la madre la haya ocultado para tener algo con qué defenderse de Fernando de la Torre, pero ya sabemos lo que sucedió después.
—Oh por Dios...
—Esto es lo que encontramos, es por eso que teníamos que encontrarte —intervino él—, no sabemos por qué, pero Víctor cree que tú puedes ayudarlo, que eres el único que puede hacer que las cosas se aclaren, pero tiene miedo de que traten de hacerle daño como antes. Por favor, tienes que entender lo que te estamos diciendo.

Ignacio se quedó la cámara en sus manos, mirando tontamente por unos segundos las imágenes, las fotos de los balances y las referencias de cuentas de la familia De la Torre y sus empresas. Pero no había tiempo para entender nada más.

— ¿Dónde está Segovia?
—Escucha...
—No —los interrumpió secamente, la vista un poco desenfocada—, no entienden, el asistente personal de Fernando de la Torre estuvo rastreando junto con mi gente al principio de todo esto —mientras hablaba iba uniendo las piezas que hasta ese momento habían estado desperdigadas por todas partes—, luego dejó de hacerlo, pero el tipo sabe muy bien cómo rastrear y moverse en distintos terrenos. Que ahora mismo no esté trabajando con nosotros significa que puede estar en cualquier parte, especialmente siguiendo los pasos de mi gente o los míos.


Álvaro se quedó un momento sin palabras, pero la energía que se había apoderado de Ignacio antes, ahora estaba transmutada en nerviosismo, porque conforme tenía más clara la información en su mente sentía que el panorama era más horrible que antes.

—Armendáriz...
—Cometí un terrible error —sentenció de forma implacable— y aunque esto —enseñó la cámara— solo apareció ahora, ese error podría haber sido fatal, esos hombres que trabajaban para Fernando de la Torre, el hombre que supuestamente fue asesinado por Segovia hace dieciocho días puede haber sido asesinado por alguien más. Tienen que decirme donde está, y tienen que decirme ahora.

Los periodistas se miraron fijo durante un instante, y fue ella quien tomó la decisión.

—Lo dejamos un poco atrás, podemos llevarte con él. Pero prométenos que vas a ayudarlo.
—Tengo que encontrarlo antes que ocurra una desgracia mayor, les prometo que voy a hacer todo lo posible.



Próximo capítulo: Cuento para dormir

La última herida Capítulo 5: Cuerpos imposibles - Capítulo 6: Es solo una firma



Los días siguientes al accidente donde Patricia sufrió quemaduras en su cuerpo fueron largos e intensos para la familia; el viernes fue trasladada al Centro de tratamiento intermedio de heridas del Hospital Adolfo Martínez, donde pasó el fin de semana bajo distintos tratamientos.  El doctor Acacios quien había atendido su caso en primer lugar lo dejó en manos de la doctora Romina Miranda, una mujer de carácter fuerte que prometió hacer todo lo posible por ella en el futuro. Para el Lunes Patricia estaba en su departamento en compañía de sus padres y momentáneamente de Matilde quien decidió aprovechar el tiempo disponible por estar sin trabajo en lo que resultaba primordial, a pesar de lo cual el comportamiento de su hermana seguía siendo muy distinto a lo que era con anterioridad.

—Buenos días.

Matilde se sentía algo cansada después de todo lo que había pasado durante los últimos cinco días, pero esa mañana de Lunes estaba dispuesta a hacer lo posible por animar a su hermana.

—Buenos días.

En el Centro de tratamiento de heridas se le había realizado un cambio de vendajes y aplicado una solución dérmica, pero la doctora Miranda tenía algo que hablar con ellas.

—Patricia, estoy muy contenta con la evolución que ha tenido tu caso hasta el momento, vamos por muy buen camino.
—Entiendo.

En ese momento estaban en la oficina de la doctora, y aunque Matilde se había propuesto mantener un espíritu fuerte, era complejo hacerlo en esas condiciones, con la mayoría de las quemaduras a la vista: el lado derecho de la cabeza sin cabello, probablemente sería osado en una chica de estilo rockero, en ella se veía completamente fuera de lugar y ponía aún más de manifiesto las quemaduras en el cuello y parte de la mejilla y también las del hombro y el brazo; en los días que sucedieron al accidente pasaron de rojo e hinchado a un color más pálido y con cierta disminución de la hinchazón, aunque en verdad los profesionales tenían razón al decir que el ojo se había salvado de milagro, la distancia del borde de la herida y el rabillo no era de más de un centímetro.

—En éste momento ya podemos dar por superada la primera etapa de tu tratamiento —juzgó la doctora mirando fijamente la mejilla de la mujer—, ahora ya es posible espaciar el cambio de los apósitos a setenta y dos horas, y voy a aplicar estos nuevos que son antiadherentes y contienen una solución que ayuda a la correcta regeneración de la piel.
—Es decir que ahora tendré que venir cada tres días.
—Así es Patricia, y es muy importante que mantengas los cuidados que has tenido hasta ahora, es decir mantener la calma, alimentarte bien y seguir tu pauta de hidratación ¿Has sentido los labios secos o la piel tensa?

Patricia actuaba ante esa autoridad de igual manera como lo hacía frente a sus superiores, era extremadamente educada y formal, pero Matilde sabía que en el fondo sólo estaba parcialmente allí, el resto de ella estaba lejos, en un lugar donde no tenía que hacer las cosas que tenía como trabajo y obligación antes; no hablaron en los días siguientes del tema de dejar la institución y por lo que sabía tampoco lo había hecho con sus padres, aunque en ese sentido ellos habían retomado con increíble facilidad su labor de padres presentes a pesar de los años que los separaban de esos quehaceres y probablemente las conversaciones amistosas o confidentes aún quedaran relegadas a un plano secundario.

—No doctora, he seguido todas sus instrucciones.

La doctora Miranda era una mujer muy alta y delgada de cabello tinturado de rojo ensortijado y tomado en una cola en la parte alta de la nuca, de rasgos agudos y mirada fuerte; era una mujer muy entendida en la materia y sabía bien cómo enfrentar las diferentes consecuencias de una quemadura, así como las distintas reacciones de los pacientes.

— ¿Cuándo tienes cita con el sicólogo?
—Hoy en la tarde.
— ¿Y cómo te has sentido?
—Tratando de acostumbrarme a estar en casa sin nada que hacer pero tranquila en general. Y claro, recuperando la costumbre de vivir con mis padres por supuesto.

Matilde miró a la doctora, quien hizo como si no se diera cuenta de su elocuente gesto; unos momentos después Patricia ya estaba completamente vestida y con las nuevas vendas en la cabeza, cuello y hombro.

—Eso es todo por ahora, por favor dile al sicólogo que me envíe tu informe para anexarlo a tu expediente.
—Se lo diré, gracias doctora.
—De nada, y dale las gracias a tus padres por el postre que me enviaron, estaba delicioso.

Las hermanas siguieron caminando por la calle del estacionamiento una vez que salieron del Hospital; era incómodo el cortés silencio de Patricia en ocasiones como esa.

— ¿Qué te gustaría hacer hoy?
—Ir a la consulta del sicólogo.
—Pero la consulta es en dos horas más y aún no es mediodía ¿Qué te parece si vamos a almorzar a alguna parte?
—Estamos cerca del departamento, vamos y almorzamos ahí; además ya sabes cómo es mamá, seguro que ya tiene hecho el almuerzo y papá debe estar haciendo su ponche sin alcohol para no discriminarme.

Sonaba tan correcta que era imposible no notar que estaba fingiendo.

—Patricia, supongo que has pensado en lo que dijiste el otro día de dejar el cuerpo de policía.
—No hay nada en qué pensar, creí que había sido clara con lo que dije.
—Pero es lógico que cambies de opinión, la policía es tu vida.

Decir eso fue un error, porque desató al menos en parte los verdaderos sentimientos de su hermana; la mujer de veintiocho años la enfrentó obligándola a detenerse.

—No Matilde, ésta es mi vida, mírame.
—Patricia…
—No, no trates de ser condescendiente conmigo; sé que tengo que seguir éste tratamiento igual que lo del sicólogo, pero no tiene nada que ver con mi decisión de dejar el cuerpo de policía, ya te lo dije, no me voy a exponer a mí ni a personas inocentes a ningún tipo de riesgo.

Luchar contra ese argumento era difícil, principalmente porque desde un punto de vista frío tenía toda la razón.

—Hermana, la policía es tu vida, siempre me has dicho que es tu pasión ayudar a las personas.,
—Eso no cambia nada lo que dije y lo sabes muy bien; además hay muchas formas de ayudar a los demás, ya tendré tiempo de encontrar algún trabajo útil en donde no tenga que estar expuesta siempre, ahora no es importante.
—Entonces habla conmigo de las cosas que sí son importantes. No quiero verte así, estás sufriendo y no lo dices, te has estado guardando todo desde que pasó, por lo menos tienes que ser capaz de decir lo que está pasando por tu mente, somos hermanas pero no te abres conmigo, mucho menos con mamá o papá.

Patricia dio un paso atrás, claramente atrapada por sus propias palabras. Matilde sabía que llegado el momento iba a tener un altercado de ese tipo y no le gustaba la idea, pero a pesar de las diferencias que pudieran tener como personas, en una de las cosas en que eran muy similares era en que tendían a querer enfrentar solas las cosas que pasaban, sobre todo las dificultades; su madre se lo había recordado tan pronto se enteró de la noticia y en vista del enorme peso de esa realidad, estaba predicando con el ejemplo al transmitir el mensaje.

— ¿Qué es lo que quieres que haga o que te diga? —dijo con tono desafiante¬—, mírame Matilde, mírame por un momento como una persona, no como tu hermana, no como la persona que has visto toda tu vida, porque eso es lo que yo hice, me vi a mí misma en el espejo, cuando hice esa estupidez de romper la ventana de la habitación de la urgencia, y desde entonces cada vez que he podido. ¿Y sabes lo que veo? Veo a una persona que tiene destruida la cara, y que desde ahora va a tener que hacer toda su vida de nuevo.
¬—Pero el doctor dijo que podías pasar por esa situación y es normal porque…
—No es normal, es lo real que es distinto. Piensa un poco en lo que te estoy diciendo y dime si es que nunca te has quedado mirando a una persona distinta en la calle, a un quemado o a alguien que le falta una pierna o un ojo, dime si no has puesto más atención que en el resto de la gente.
—Es cierto —se vio obligada a admitir la joven en voz baja, estaba perdiendo esa pelea y no le sonaba muy bien—, no te lo niego, pero eso no significa que…
—Lo que significa es que si además de ser lo que soy ahora soy una persona distinta, llamativa para mal, simplemente no puedo seguir haciendo mi trabajo en la policía y eso ya te lo dije antes; estoy viendo frente a mis ojos como pierdo todo lo que me importa, la forma en que estaba haciendo las cosas hasta ahora y eso me hiere tanto como lo que tengo aquí —apuntó hacia su cuello—, o quizás más. Pero no puedo hacer nada, no puedo evitar lo que pasa ni regresar el tiempo, lo único que puedo hacer es tomar lo que queda de mi vida y reordenarla y volver a empezar.

Se quedaron mirando unos momentos en silencio, enfrentadas por el mismo motivo, sintiéndose a lados opuestos en un cruel juego del destino donde no había un culpable físico, ni un nombre a quien atacar o contra quien descargar rabia o frustración; Patricia, Matilde, ambas estaban heridas y querían recuperarse de hechos de los que no podían escapar, y desde sus propios puntos der vista, las dos sabían que no lo harían por completo y que nunca estaría resuelto.

—Te entiendo. Y no me digas que no porque no estoy viviendo lo mismo que tú porque estoy sufriendo desde que escuchaste ese ruido afuera de mi departamento y sé que no puedo hacer nada para remediarlo, porque no encuentro la forma de revertir lo que pasa; quisiera que se pudiera regresar el tiempo pero no puedo hacerlo, pero al menos quiero que me hagas parte de tu vida, que me permitas ayudarte, estar junto a ti en éste proceso. Mamá me dijo que éramos muy individualistas, que siempre estábamos tratando de demostrar que podemos hacernos cargo de todo, y en el accidente las dos lo hicimos, yo por no avisarle a mamá y papá, y tú por tratar de resistir todo sin decir nada como si fuera parte de tu entrenamiento. Concédeme ese punto, dame la tranquilidad de compartir la carga contigo Patricia, estoy segura de que será un poco más fácil.

El gesto de Patricia se ablandó un poco, aunque no tanto sus argumentos.

—Escucha, veremos lo que pasa después, pero no me pidas que de la noche a la mañana haga todo de otra manera a la que lo he hecho siempre, y sabes de lo que hablo.

2

Con todo un poco más tranquilo y algo de paz por haber dado un paso con Patricia, Matilde fue a una sorpresiva entrevista de trabajo que parecía una luz de esperanza en su futuro.

—Suerte hija.

Con la reconfortante sonrisa de su madre al salir, Matilde se presentó a las cuatro de la tarde en el edificio Don Jacinto en uno de los sectores más acomodados de la ciudad; solo al llegar comprobó que no había exagerado en su atuendo ni tan solo un poco. Para las entrevistas usaba un traje dos piezas hecho a la medida, pero en esa ocasión se sintió incómoda y eligió un vestido liso de satén color coral con detalles bordados en el escote y una chaqueta a juego, con zapatos de tacón, el cabello peinado hacia atrás en un inconsciente homenaje a su hermana y los pendientes de cristales suecos con collar que le regaló su padre al cumplir los quince años, y a pesar de sentirse extremadamente elegante y arreglada, entrar en la recepción del tamaño de una cancha de tenis le afirmó la idea de haber tomado la decisión correcta, eso podía ser un buen augurio.

—El gerente comercial está terminando una entrevista, en cinco minutos va a estar preparado para atenderla, por favor espere aquí.
—Muchas gracias.

Puntual como siempre, la joven quedó oportunamente sentada a unos metros del mesón de la recepción del edificio y a punto de vista de la oficina donde figuraba el nombre del gerente que iba a entrevistarla; recordaba de forma vaga la entrevista en línea que había realizado con el asistente del gerente ya que había sido dos semanas atrás, más del tiempo suficiente para olvidar lo más importante y con mayor razón considerando que se le informó de un plazo de aviso de cuatro días, pero recordaba que se trababa de una empresa que realizaba asesorías comunicacionales para compañías de telecomunicaciones, lo que significaba que el portafolio sería amplio y un probable contrato también.

—No puede ser…

Una vez podía ser un excéntrico accidente, dos era realmente para tomar nota. Mientras esperaba su turno para ser entrevistada, Matilde vio con asombro como salía del ascensor Miranda Arévalo, la modelo que un par de días atrás se encontró en la calle totalmente descompensada; la mujer se exhibía con su habitual belleza, enfundada en un traje negro escotado y con tacones altos que hacían que Matilde pareciera pobre, caminando con la seguridad y prestancia de una experta en ser vista y al mismo tiempo la indiferencia de alguien que se sabe que no necesita hacer algo en especial para llamar la atención. Parecía alguien completamente distinto de la mujer temblorosa que antes sollozaba en el suelo hablando sin coherencia.
Pero por supuesto, debió esperar que de ella no podía simplemente pasar algo sencillo.

—No te preocupes, te espero afuera, necesito un café.

Matilde se puso de pie de forma, y pudo ver cómo la mujer hablaba con el mismo hombre guapo de la vez anterior que era interceptado por un ejecutivo de llamativa sonrisa. Solo un par de pasos más, y por increíble que le pareciera a ella misma, la modelo caminó decididamente hacia ella, mirándola fijamente.

—Buenas tardes.

Su tono de voz era sencillo como si se estuviera presentando ante un conocido o compañero de trabajo. Matilde hizo un leve asentimiento.

—Buenas tardes.
—Había estado tratando de encontrar la forma de hallarla —dijo la otra en voz baja pero perfectamente audible—, pero creo que es una magnífica coincidencia.
— ¿Se acuerda de mí?

La modelo pestañeó con sus largas pestañas onduladas como si no entendiera.

—Por supuesto que la recuerdo, es absurdo pensar que no. Escuche, no tengo mucho tiempo, pero quería encontrarla porque necesito agradecerle por ayudarme el otro día.

Introdujo una mano en la carterita dorada que tenía en las manos, y eso activó el recuerdo que de alguna manera había suprimido: el hombre tomándola del brazo, llevándola a un automóvil y dejando en sus manos unos billetes, eso había pasado realmente aunque estaba relegado a un plano muy lejano; cuando se acercó a la modelo en esa confusa escena, el hombre que la acompañaba depositó en sus manos, casi como si no lo estuviera haciendo, unos billetes, una suma bastante considerable para ser casual y a la luz de los hechos, claramente una forma de decirle que agradecía el silencio ante una situación bochornosa para la joven siempre víctima como otros famosos del ojo inquisidor de los medios de prensa. Preocupada por la situación de su hermana y francamente confundida por lo que estaba viendo Matilde simplemente guardó los billetes en un bolsillo del pantalón, donde seguramente estaban hasta ese momento ¿acaso iba a darle dinero también? Una vez podía ser un gesto cuestionable pero entendible, dos era molesto.

—Escuche, yo...

Se quedó oportunamente callada cuando la delicada mano de la joven enseñó una tarjeta blanca con letras grises impresas y se la pasó.

—Vi en el noticiero lo que le ocurrió a su hermana y la vi a usted en las imágenes, así que supuse que eran parientes, pero no tuve tiempo de averiguar muchas cosas, solo sabía que usted y ella estaban relacionadas. Lamento lo que le ocurrió a ella, espero que en la clínica puedan ayudarla.

Al día siguiente del accidente de Patricia y por llamada de Soraya, Matilde se había visto a si misma llorando desconsoladamente mientras el equipo de emergencias atendía a su hermana antes de subirla a la ambulancia y la periodista en el estudio de televisión indicaba que la oficial estaba herida y seguía con el estado de los otros involucrados. En efecto, la noticia no había tenido mucha cobertura en un primer momento, pero desde luego que se comentara en la sección de crónica roja de los noticieros.

—Tengo que irme.

La modelo dio media vuelta y caminó hacia la salida del edificio manteniendo el estilo  de pasarela que había mostrado al salir del ascensor, meneando el cuerpo como si una brisa inexistente la meciera. La tarjeta decía simplemente un nombre en las delicadas letras: Cuerpos imposibles. No figuraba número de teléfono, pero tenía una dirección y además una serie de números y letras, algo como un código.

— ¿Qué es esto?

La modelo había dicho clínica, eso era seguro, aunque resultaba un nombre muy extraño y ella jamás lo había escuchado. De acuerdo, era realmente extraño, pero no mucho si comparaba lo que había visto de esa modelo hasta el momento, aunque si la mujer quería llamar su atención, de verdad lo había logrado.

—Señorita Andrade.

La recepcionista la llamó sin demostrar el más mínimo interés por lo que estaba pasando, si es que lo había visto. Matilde se apresuró a entrar en la oficina donde el gerente la estaba esperando con una amplia y amistosa sonrisa dibujada en el rostro.




Capítulo 6: Es solo una firma


A pesar de que desde antes de llegar a la entrevista tenía pensado volver al departamento de Patricia para pasar con ella la tarde, el extraño encuentro con la modelo Miranda Arévalo cambió un poco sus planes y ocupó un lugar importante junto a lo que debería ser prioridad; la entrevista de trabajo con Roberto Santa María, el gerente comercial de Asunto Externo resultó ser todo lo contrario del edificio en donde este se desempeñaba, ya que se comportó como un igual y no como su superior y trató de hacerla sentir cómoda en todo momento. Parecía que ella ya estaba contratada y ese paso solo era un trámite, aunque por las circunstancias que estaba viviendo la satisfacción de saberse dentro de un proyecto importante fue menor de lo que habría sido en otro caso; tan pronto terminó lo que finalmente fue una conversación bastante animada, fue directo a su departamento sin avisar nada ni llamar a sus padres y se conectó a internet desde el portátil.

>Cuerpos imposibles<

Debió suponer que lo primero que iba a salir en internet era una selección, bastante de cabaret por lo demás, de imágenes de mujeres en su gran mayoría y algunos hombres, cuál de ellos con menos ropa que el otro, todos con figuras esculpidas por ejercicio interminable en algunos casos y en la mayoría por la mano de algún cirujano de mejor o peor reputación. Inmediatamente abajo figuraba una serie de artículos de periódicos o citas de programas de televisión dentro de los cuales se mencionaba a figuras del espectáculo que supuestamente cumplirían con ese adjetivo; optó por especificar la búsqueda.

>Clínica cuerpos imposibles<

La búsqueda, para su sorpresa, dio cero resultados.

—No puede ser...

No encontrar ningún resultado producto de una información en la red era muy extraño en los tiempos que corrían, pero de alguna manera no le sorprendió tanto sabiendo de donde venía. Pero había una pregunta más importante ¿Por qué una modelo muy conocida, excepcionalmente hermosa y rostro e imagen de marcas conocidas aparecía en la calle llorando totalmente descompensada, para luego ser arrastrada por un acompañante que dejaba dinero en las manos de desconocidos, y después buscaba a una desconocida para entregarle una tarjeta con información que no estaba en ninguna parte? Casi rió de lo ridículo que sonaba en su mente todo eso. ¿Por qué estaba prestando atención a algo como eso en un momento así, cuando podía ir con su hermana, compartir la buena nueva que además sería un punto de apoyo para lo que iba a venir en los tratamientos?
Tenía que reconocer que en esa situación había algo que le resultaba curiosamente llamativo, desde que vio a la modelo en la calle y mucho más al encontrarla por casualidad antes de una entrevista de trabajo, y lo de la Clínica Cuerpos imposibles sonaba intrigante por mucho que su lado lógico le dijera que estaba perdiendo el tiempo.

—Solo tengo una alternativa.

Aquello era una completa locura, pero insistió en seguir la idea que se estaba formando en su mente, tomó nuevamente el bolso y salió rumbo a la dirección que figuraba en la tarjeta.


2


Las sorpresas nunca parecían terminar cuando se trataba de lo que estuviera relacionado con Miranda Arévalo, y Matilde se llevó una más al llegar al sitio que figuraba en la breve reseña de la tarjeta. Se trataba de un edificio plano de cinco pisos, gris piedra con enormes ventanas que no permitían ver al interior y una entrada tan sencilla que parecía sacada de un sector industrial y no del costoso barrio en donde estaba; llegar no había sido difícil aunque si un poco tedioso por lo distante, pero la zona era principalmente ocupada por edificios de oficinas similares entre ellos y otros claramente de departamentos por su diseño más original cuyas primeras plantas eran tiendas caras como chocolaterías y perfumerías por las que seguramente pasaban los mismos habitantes o sus amigos en tiempos de ocio. Un grupo de calles poco transitadas, lejos varias cuadras de la locomoción colectiva, sin atisbos de ruido o enormes centros comerciales pero con vida en ellas y algún que otro adulto desocupado paseando a su mascota. No había ninguna clínica de las que tanto les gustaban por esos lados, esos edificios grandes como catedrales, con enormes puertas de cristal y el nombre en caracteres llamativos, entrada de estacionamiento y una serie de locales afines alrededor como farmacias y tiendas de insumos. Suspiró.

—Estoy perdiendo el tiempo.

Si se había sentido ridícula al preguntarse el motivo por el cual la tarjeta llegó a sus manos, verse a sí misma parada en una calle desconocida para ella hasta ese momento y frente a un edificio que podía ser cualquier otro y cualquier cosa menos una clínica llego al límite. Miró la hora en el reloj de pulsera: las cinco treinta de la tarde.
¿Qué podía perder de todos modos? Ya estaba ahí, lo peor que le podía pasar era que en la recepción le hicieran ver que estaba completamente loca.

—Muy bien, lo haré.

Respiró profundamente y traspuso la puerta, pero aunque no era tan extraño, en el pequeño mesón de recepción que se ubicaba a poca distancia de la entrada, una mujer se puso de pie y le sonrió.

—Muy buenas tardes señorita.

No era extraño que fuera una mujer, pero sí lo era que se tratara de una increíblemente bonita: quizás tenía treinta años, pero parecía sacada de una revista, sin defectos a la vista, tanto en su rostro alargado y de piel perfecta como en su figura proporcionada; la mujer se le acercó y le tendió una mano como si hablara con alguien que conociera o esperara.

— ¿Tiene cita?
— ¿Disculpe? yo...
—O tal vez fue recomendada —sonrió hablando con voz cantarina—, seguro es eso, no recuerdo haber visto una cita para esta hora. ¿Podría darme su tarjeta por favor?

Matilde la saludó por cortesía, pero no estaba entendiendo nada. Y lo primero que se le vino a la mente fue un reportaje del noticiero sobre clínicas clandestinas, donde las ingenuas que se atendían sufrían atroces intervenciones completamente al margen de la ley. Tenía que salir de ahí.

—Disculpe, creo que estoy en el lugar equivocado.
—Yo creo que no —replicó la otra mujer sonriente— pero tranquila, es normal que se sienta un poco nerviosa, es el efecto de la novedad, créame que a mí también me pasó, esta clínica puede hacer tantas cosas maravillosas que uno se siente un poco abrumada. Disculpe, mi nombre es Adriana, voy a acompañarla en su llegada, solo necesito su tarjeta de recomendación.

Tenía la tarjeta en el bolso, y la mujer estaba diciéndole que se la entregara ¿Pero qué clase de clínica podía haber ahí? Realmente tenía la oportunidad de dar media vuelta e irse, pero por otro lado, de hacerlo, nunca sabría qué era lo que pretendía la modelo al entregarle semejante información.

—Estoy un poco confundida —dijo con evasivas—, se suponía que esto era una clínica pero...
—Las instalaciones no están aquí —dijo la recepcionista con celeridad pero sin perder un ápice de su simpatía—, este es el sitio donde realizamos la primera etapa ¿Cuál es su nombre?
—Matilde.
—Matilde, es un placer conocerla, quiero que sepa que siempre va a estar acompañada por mí en su llegada, quiero que se sienta en confianza.

Tanta amabilidad podía resultar incluso un poco amenazadora, sobre todo cuando venía de alguien a quien veía por primera vez en su vida. Pero no iba a quedarse con la duda así nada más, así que aún sin sacar del bolso la tarjeta decidió hacer una pregunta apropiada.

—Disculpe, pero el caso es que esto no se trata de mí, es por mi hermana que vine.
—Comprendo.
—No, no estoy segura de que comprenda. Mi hermana sufrió quemaduras bastante graves hace unos días, y los doctores dicen que tendrá que estar en tratamiento por meses, pero que nunca volverá a ser la misma, y en este momento su rostro y su cuello están...

La mujer alzó las manos con las palmas unidas en gesto de súplica, mientras su rostro mutaba de la simpatía original a la compasión, algo un poco extraño porque en su piel no se dibujaba un solo pliegue o marca; si era obra de maquillaje, era muy bueno porque aún a poca distancia parecía real.

—No necesita decir más Matilde, está sufriendo y puedo ver eso con claridad, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad lo notaría, mucho más yo que estoy dedicada a hacer mi mejor esfuerzo por ayudar a los que pueda desde mi posición.
—Si pero...
—Lo que es importante que entienda Matilde, es que puede ayudar a su hermana, se lo digo de todo corazón. Deme la tarjeta y las acompañaré para que lo vean por ustedes mismas.

Desconfiar de una promesa como esa era lo más racional, pero el sentimentalismo le indicaba que no podía dejar pasar alguna posibilidad por extraña que fuera, y de hecho mientras se entrevistaba con Roberto lo que pensaba era en cuánto podría destinar a los tratamientos de su hermana. Extrajo la tarjeta lentamente desde su bolso y se la entregó a la recepcionista.

—Muchas gracias. Si gusta puede decirle a su hermana que venga.
—Ella no está aquí.
—Entiendo —dijo la mujer con prontitud—, es comprensible, seguramente usted no quiso hacerle pasar algún mal momento si es que le dábamos una noticia negativa; no hay problema, la acompañaré ahora mismo, solo deme un momento para archivar esta tarjeta de recomendación.
— ¿No va a preguntarme de donde obtuve esa tarjeta?

La mujer se inclinó ante el mesón de recepción mirándola levemente sorprendida.

—De ninguna manera, la confidencialidad es parte de nuestro estilo de trabajo, usted sabe que para muchos es importante mantener cierta discreción, pero es lógico que quien le entregó la tarjeta lo hizo no solo porque confía en usted, sino además porque esta consciente de la gran diferencia que se puede hacer aquí.

Matilde se sentía "abrumada" como dijera la propia recepcionista ante tal muestra de empatía por un caso que en términos prácticos era de una desconocida que ni siquiera estaba ahí. Si se trataba de seguir las palabras que dijera esa mujer, las maravillas del mundo estaban garantizadas, pero había que reconocer que todo trabajador tenía una obligación contractual  de defender la marca a la que perteneciera por mucho que nada de lo que estuviera pasando sonara similar a algo reconocido ¿Por qué una clínica no aparecía en internet donde se podía encontrar casi de todo?

—Acompáñeme por aquí.

Guiada por la recepcionista mientras trataba de entender lo que sucedía, Matilde traspasó el umbral de la siguiente puerta, encontrándose con una sala muy iluminada con sillones de estilo moderno y colores llamativos en torno a una mesa transparente donde había una serie de recipientes y una pantalla.

—Matilde, antes que comencemos es muy importante explicarle que nuestro servicio se realiza sólo a las personas indicadas y es parte de nuestro protocolo de atención que la información se mantenga bajo cautela, porque gracias a eso podemos seguir creciendo.
— ¿Qué quiere decir con mantener bajo cautela?
—Me imagino que nunca antes había escuchado de nosotros ¿Verdad?
—Sí, es verdad.
—Esa es nuestra garantía, que cualquier persona que se atienda aquí puede tener asegurado un servicio de calidad inigualable y sin lo molesto que resulta la presencia de gente inapropiada como medios de comunicación o curiosos, usted entiende.

Por supuesto, a una modelo como Miranda Arévalo la publicidad podía parecerle molesta, sobre todo en el caso de ser una figura que hablara a favor de la vida sana y en contra de las intervenciones quirúrgicas, aunque sobre eso no podía estar segura; pero si la clínica era frecuentada por personas del espectáculo, estaba claro que no querían publicidad si eso no era beneficioso.

—Ahora mismo no tengo imágenes del caso de mi hermana.
—Eso no es importante en este momento. Permítame mostrarle algunos casos en los que hemos tenido éxito en el tiempo más reciente Matilde, siéntese aquí a mi lado. Me decía que su hermana había sufrido quemaduras en la cara ¿Me podría indicar en que zona es eso?
—Las quemaduras son principalmente en la zona de la mejilla izquierda, el cuello, hombro y el brazo, el doctor dijo que eran de segundo grado profundo.

La mujer desplazaba los dedos por rapidez con la pantalla táctil de una carpeta a otra, hasta que se detuvo e ingresó en ella.

—Estos casos son menos comunes que otros, pero aquí hay uno, se trata de un hombre de cuarenta y cinco años, un accidente en su casa en la playa, ya sabe que a veces hay electrodomésticos que no funcionan correctamente después de varios meses de desuso; como puede ver, quemaduras en la cara, en su caso fue en el mentón y parte de ambas mejillas.

La imagen que apareció en primer lugar tenía la parte superior del rostro difuminado para evitar reconocimiento, pero de hecho el mentón estaba afectado por quemaduras similares a las que tenía Patricia. Poco a poco Adriana fue pasando por una secuencia de imágenes.

—Mire, estas son las fotos que tomamos en los primeros quince días, y luego van avanzando cada quince hasta finalizar la segunda etapa, en total son dos meses.

El resultado era tan impresionante como los que se mostraban en televisión en los comerciales de cremas para el rostro, solo que en vez de disminuir arrugas, las quemaduras iban desapareciendo lentamente a lo largo del periodo, dejando ver nuevamente una piel lozana y saludable como si esta siempre hubiera estado bajo la parte lastimada. Nada de eso era parecido a lo que había visto en la consulta  o el desesperanzador resultado de una simple búsqueda en internet.

—Es muy impresionante.
—Es verdad, yo misma no dejo de sorprenderme al ver los cambios y como es que lo hemos conseguido en poco tiempo. Ahora —la miró los ojos muy seria—, es necesario que hablemos de otro tema.
—Espere —intervino Matilde aún sin salir de su sorpresa—, si este sistema que tienen es tan bueno ¿Por qué no es público, por qué nadie lo conoce?

Hipotéticamente una pregunta como esa habría sido un poco conflictiva, pero Adriana una vez más dio muestras de su evidente capacidad de evitar los puntos débiles de cualquier argumento.

—La respuesta es sencilla Matilde y usted me leyó el pensamiento, porque la razón es que es muy costoso. Muy pocas personas pueden permitirse un tratamiento como este, imagine lo angustiante que sería para una persona que no puede acceder a algo como esto, saber que otros lo hacen frecuentemente, eso solo generaría odio y resentimiento en ambos lados de la moneda, y créame cundo le digo que no por ser costoso significa que no tratamos de ayudar a quienes lo necesitan. Mientras hablamos, expertos en el tema hacen su mejor esfuerzo para conseguir que los métodos estén a disposición de  las autoridades correspondientes para que hagan lo necesario; de seguro en un futuro cercano eso será posible, de momento queremos ayudar a quien puede hacerlo también por sí mismo.

Que el tratamiento fuera costoso era lógico de acuerdo al nivel de clientes que supuestamente tenían, aunque eso desde luego era una amenaza para sus ideas.

—Dice que es costoso y estoy de acuerdo en que los resultados que me muestra son sorprendentes, pero ¿cuál es el nivel de éxito que tienen?
—Nuestro nivel de éxito es de un cien por ciento —explicó la mujer con sencillez—, en mejora de marcas en la piel, y de un noventa y ocho por ciento en el caso de quemaduras como las que estamos comentando; con esto quiero decir que el restante dos por ciento tienen una mejoría que es similar a esta etapa como resultado final.

Señaló una imagen de la misma secuencia un par de fotos atrás, donde lo único que quedaba de las quemaduras era relieve mínimo y algo de enrojecimiento, lo que perfectamente podía pasar inadvertido solo con algo de maquillaje. No tenía sentido seguir extendiendo la duda, si había llegado hasta allí, era imprescindible saber siquiera si podrían financiar algo como ese tratamiento que parecía un auténtico milagro.

— ¿Cuánto cuesta el tratamiento?
—Aproximadamente cuarenta y cinco mil dólares.

Increíble suma de dinero a cambio de un increíble tratamiento que prometía curar las quemaduras que de lo contrario quedarían para siempre en el rostro de su hermana. Parecía un precio justo, pero para su nivel de vida era exorbitante.

—Es bastante elevado.
—Tiene razón Matilde, pero tal vez usted necesite hablar con su contador o su agente para tener una idea más clara de la suma en general, si desea puedo facilitarle un teléfono para que haga las llamadas correspondientes.

Solo en ese momento la joven reaccionó a algo que estaba relegado a un segundo plano. Seguía vistiendo el atuendo elegido para la entrevista de trabajo poco antes, por lo que probablemente la mujer de ese lugar había asumido que se trataba de alguien de mucho mayor poder adquisitivo de lo que en realidad era, de ahí que en ningún momento cuestionara su capacidad de pagar y sí había hecho referencia a tener una idea de cuánto estaba invirtiendo. A esas alturas no podía saber si habría obtenido el mismo tipo de atención si llegara vestida con algo más casual, pero eso perdía importancia al recordar que tal vez ni siquiera habría llegado allí de no ser por la tarjeta, y la propia Adriana le había indicado que el motivo por el que se mantuviera en reserva el tratamiento era el costo del mismo y el deseo de los pacientes de tener privacidad. ¿Creería que ella era una alta ejecutiva, una dueña de algo?

—Sí, creo que necesito el teléfono.

La mujer volvió en un segundo con un inalámbrico metalizado y lo depositó en la mesa.

—Voy a darle un poco de espacio, vuelvo en un instante.

Se alejó hacia la puerta por la que habían entrado, pero se detuvo.

—Matilde, creo que es importante decirle algo antes que hable con su agente de finanzas.
— ¿De qué se trata?
—No hay mucho tiempo disponible para tomar la decisión correcta —dijo la mujer sinceramente—, según mi experiencia, a veces lo que sentimos en primer momento suele ser lo que debemos, después de lo cual vienen los cuestionamientos, que pueden ser por los motivos correctos pero no en el sentido que queremos.

Sin decir más salió de la sala, dejando a Matilde sola ante el teléfono. Aquello era casi risible ¿Por qué seguía allí ante una oferta de un costo de cuarenta y cinco mil dólares? ¿Acaso ella podía pagar esa suma? De manera automática recordó que sí había una forma, al menos de manera hipotética de financiar semejante gasto, y era a través de la casa que sus padres habían comprado y dejado en arriendo años atrás; esa propiedad era bastante costosa y se encontraba en una buena zona en el sector costero, de modo que no solo tenía una buena plusvalía, sino que el dinero del arriendo iba directo a una cuenta que ellos jamás tocaban, porque como decía su padre, el dinero podía servir en alguna emergencia.
Pero la casa no estaba a su nombre, no podía simplemente decidir qué se hacía con ella y aunque así fuera, aún tendría que realizar todo un trámite de desalojo de los inquilinos y esas cosas llevaban tiempo. Pero una propiedad podía hipotecarse.

—No, no puede ser.

Estaba haciendo castillos en el aire ¿Quién le decía que en primer lugar eso podía hacerse? sopesando las posibilidades resultaba muy probable que se pudiera pero ¿Qué dirían sus padres? Verdaderamente era mucho dinero, pero valía la pena el riesgo.

— ¿Qué hago?

Valía la pena el riesgo pero ¿valdría para Patricia? ¿sería ella capaz de entender que se haría eso por ella como por cualquiera de la familia, o en el estado en que estaba diría que era dinero perdido y que ya no tenía importancia? No, no podían permitirle eso, si era necesario la obligarían, pero de hacerlo sería la solución a todos los problemas, tenía en el horizonte la posibilidad de regresar el tiempo. Marcó un numero en el teléfono, uno que conocía de memoria no por uso, sino porque era antiguo, de Carlos Soria, un viejo amigo de la familia que se encargaba de los asuntos financieros; cuando eran niñas y estaban en su casa jugaban con su teléfono y llamaban a otro de la misma residencia, llamada que nunca se realizaba pero que fomentaba sus juegos. El hombre de voz rasposa contestó con su habitual tranquilidad.

—Diga.
—Don Carlos, soy Matilde.
—Cariño —replicó él alegremente—, qué alegría, dime cómo esta Patricia, espero que hayan recibido mis saludos.
—Claro que sí, muchas gracias por preocuparse.
—No hay nada que agradecer.
—Patricia está en recuperación. Don Carlos —siguió haciendo acopio de valor—, necesito hacerle una pregunta ¿Es posible hipotecar la otra casa de mis padres?

Podía ver la línea formándose horizontal en la frente de Soria; era un hombre mayor que ya no salía mucho por diversas razones de salud, pero eso no había minado su increíble aptitud para los negocios. Un segundo después ya debía haberse hecho mil ideas en su mente.

—Matilde, los costos de la urgencia fueron saldados por El cuerpo de policía, y según sé, el tratamiento corre por cuenta de un centro con financiamiento solidario además de lo que corresponde al Seguro institucional.
—No se trata de eso —replicó ella en voz baja—, es decir, no directamente; escuche, mis padres y yo vamos a hablar con usted en breve para darle detalles de lo que va a suceder, pero en primer lugar necesito saber si es posible hipotecar esa casa.
—Si necesitan un crédito puedo hablar con...
—No —lo interrumpió tratando de sonar natural—, es más dinero, ¿por favor podría decirme?

Eso no iba a gustarle, primero por su olfato y segundo por su amistad con la familia, pero si quería hacer algo al respecto, necesitaba más información, igual que ella.

— ¿Cuánto dinero es el que necesitan Matilde?
—Cuarenta y cinco mil dólares.
—Y es una suma en dólares —se asombró el hombre con una leve exhalación—, tengo que ser honesto contigo cariño, me preocupa escuchar eso ¿Acaso lo de Patricia se complicó, le sucedió algo a Rosario o a Benjamín?
—No es nada de eso, es solo que hay una opción, estamos evaluando un tratamiento alternativo y es algo costoso, pero en primer lugar necesitamos saber si es posible hipotecar esa propiedad.

Sucedió un breve silencio, en el que el hombre estaba evaluando qué hacer o qué decir; estaba claro que sus padres recibirían muy pronto una llamada y quizás antes que ella pudiera decirles en persona, pero ya había dado el paso y tenía que resolver esa duda.

—En un caso potencial, es posible —respondió con cautela—, pero hay que hacer una serie de cálculos, no es tan sencillo como decir que se hace y está hecho.
—Tiene razón en eso —coincidió ella para ganar tiempo—, pero saber que es posible es un buen avance. ¿Cree que podría cubrirse esa suma?
—Es probable aunque riesgoso. Matilde, me veo en la obligación, como amigo de la familia, de decirte que cualquier tipo de transacción de esta magnitud es sumamente compleja y que requiere de un estudio previo, no pueden hacer ningún tipo de compromiso, no importa bajo que circunstancia, sin estudiarlo antes.
—Lo entiendo.
—Matilde —continuó él con voz muy seria—, por favor dime que no han firmado nada sin consultarlo.

En ese momento entró en la sala la recepcionista con su andar suelto y natural, mirándola sonriente; venía con un documento impreso en las manos.

—Se lo aseguro.
—Nada Matilde. Ni una sola firma.
—No se preocupe. Lo llamaré, hasta luego.

Cuando colgó se sentía lívida, como si de alguna manera el hombre estuviera viendo lo que pasaba alrededor de ella a pesar de la distancia; Adriana se sentó a su lado y depositó el documento sobre la mesa.

— ¿Algún problema?
—No —respondió intentando sonar natural—, todo está bien.
—Matilde —dijo la mujer muy seria—, necesito preguntarle si ya tomó una decisión.
—Sí, la tomé, y realmente quiero ayudar a mi hermana.

Cualquier posible muestra de euforia en la mujer quedo completamente disimulada en caso de existir, y solo se limitó a asentir.

—En ese caso solo tiene que decirle que venga, y firmar el contrato de confidencialidad.
— ¿Contrato de confidencialidad?
—Es simple burocracia —explicó la mujer sin dar ni quitar importancia al tema—, un requisito para que todos los pacientes tengan la misma tranquilidad, y la posibilidad de cambiar sus vidas por completo.

Desde luego que tenía que haber papeleo, pero aun llegada a ese punto no había pensado en esa posibilidad.

—Creo que tendría que llevarlo con mi asesor.
—Me temo que tendría que ser al contrario Matilde, necesito pedirle que lo firme aquí, aunque si lo desea por supuesto que puede pedirle a su abogado que venga, estoy segura de que no habrá problema.
—Si mi hermana va a ser la beneficiada, ¿Tendrá que firmar ella?
—Nuestro protocolo indica que tiene que firmarlo quien tiene la tarjeta de invitación, por lo tanto será usted y personalmente creo que será también un alivio para su hermana no tener que someterse a este tipo de entrevistas. De todas maneras quiero recordarle para su tranquilidad que dentro de nuestro protocolo de atención, el costo del tratamiento en su totalidad solo será cobrado en caso de llegar a término con el resultado proyectado en el momento del diagnóstico, gracias a eso es que usted y su familia saben que tienen nuestro apoyo de manera íntegra.
—Sí, claro.
— ¿Entonces va a llamar a su abogado?

La cabeza se le estaba volviendo un nudo en ese momento, necesitaba pensar y no lo haría en ese sitio, eso sin contar con Soria y lo que pudiera pasar con sus padres. Debía ganar algo de tiempo, y si Adriana la creyó una mujer de mucho más dinero de lo que era, podía aprovechar eso en su favor.

—Tengo una reunión en unos minutos, volveré con mi abogado si no es problema.
—Por supuesto que no es problema, la esperaré. ¿Quiere que le pida un taxi o vino en su auto?
—Pídame el taxi si no es molestia —replicó en voz baja mientras se ponía de pie—, le agradezco por toda la explicación, es muy importante.
—Todo lo que pueda servir para ayudar es poco —dijo la mujer sonriendo—, pero aunque no debiera adelantar nada de manera oficial, creo que es bueno que sepa que la vida de su hermana no solo puede volver a ser lo que era antes de ese momento tan dramático, sino que puede ser mucho más.

Avanzaron hacia la puerta, y la joven volteó para mirar el contrato que reposaba sobre la mesa donde momentos antes estuvieran viendo las sorprendentes imágenes que podían replicarse en su hermana. Parecía haber tan poco que la separaba de una nueva vida.




Próximo capítulo: Algunos días soleados. Primera parte