No traiciones a las hienas Capítulo 7: La hiena al acecho



Gotham. Ahora. A la mañana siguiente del avistamiento de la batalla entre red Hood y Batman

Doug fulminó a Steve con la mirada, mientras le echaba en cara lo que había estado ocultando sobre su identidad.

— ¿De qué estás hablando? Yo…

Las palabras del muchacho lo tomaron por sorpresa; se fijó en la expresión en su rostro y notó que estaba hablando en serio, sus ojos destilaban rencor dirigido a él.

—Ese es tu verdadero nombre ¿no es así? ¿no? Eres Steve, no eres el escritor que me dijiste en un principio, no estás de visita en esta ciudad, tú eres de aquí.

¿Cómo podía saber eso?

—Escucha, no sé de qué…

El muchacho se puso de pie como activado por un resorte, y lo enfrentó; sus ojos destellaban ira.

—No, escúchame tú; puedo ser un perdido de la calle. Puede que no tenga en dónde caerme muerto, pero no pienses ni por un minuto que soy tan estúpido como para creerme todas tus mentiras por segunda vez.

Alguien le había dicho toda la verdad sobre él, por eso es que no contestaba las llamadas. La pregunta era por qué eso lo impresionaba tanto y de ese modo.

—Doug, sólo dame un momento…
— ¿Un momento para qué? ¿para decirme que me has estado utilizando para investigar a un grupo de delincuentes que podrían haberme matado? Porque eso fue lo que hiciste, me vendiste una historia de niños sobre lo que estabas haciendo aquí, me ofreciste dinero y este estúpido teléfono para que investigara cosas dentro de la ciudad, y yo fui tan imbécil como para seguirte las ideas, e incluso cuando me metí a la morgue no me pareció sospechoso, creí que era algo divertido, no pensé que un pandillero muerto pudiera hacerme daño. Pero puede, claro que puede.

Arrojó el teléfono celular con fuerza hacia la calle, justo en el momento en que pasaba un vehículo, por lo que esté lo aplastó con las ruedas; enseguida se descubrió el antebrazo izquierdo y se lo enseñó con actitud desafiante. Lucía un corte que iba desde un lado al otro del antebrazo, era reciente y a simple vista se notaba que era bastante profundo; unos cuantos centímetros más cerca de la muñeca y ese corte podría haber sido fatal.

— ¿Quién te hizo eso?

El muchacho soltó una risa que sonó más como un gruñido, y miró en todas direcciones como si de alguna manera estuviera buscando una respuesta en el cielo, más arriba de sus cabezas.

—Eres tú el que está detrás de los secuaces de El amuleto ¿por qué no te respondes a ti mismo?
—Doug, enserio no sé quién pudo haberte hecho eso.
—No, claro que no lo sabes, y yo no voy a ser el que te ayude a desentrañar ese misterio ¿Y sabes por qué? porque puedo ser un pobre abandonado de la calle, pero no quiero morir, y eso es justo lo que va a pasar si me involucro en toda esta porquería.

Dio media vuelta para alejarse de él, pero Steve se adelantó y se interpuso en su camino.

—Mira, sé que te mentí, pero si de verdad hay peligro en esto, o te amenazaron, lo peor que puedes hacer es apartarte.
—Entonces vas a protegerme, es eso.
—Por supuesto, puedo hacerlo, por eso es que cuando nos conocimos estaba con el rostro cubierto, porque yo…

Pero el joven no lo dejó seguir hablando y con un fuerte empujón lo apartó de él. En este momento Steve se dio cuenta de que los estaban observando; alguien alrededor, o tal vez desde un edificio estaba siguiendo cada uno de los pasos del muchacho.

—Escucha…
— Sólo aléjate de mí, no quiero saber nada más de ti, no me importa que es lo que estés haciendo ni lo que te propongas para el futuro, no me importa por qué estás involucrado en este asunto de El amuleto, lo único que me importa es que me dejes en paz. Esto que tengo aquí —volvió a enseñarle el brazo—, es una advertencia; la gente que me atrapó en la madrugada me había estado siguiendo, sabían que yo estaba trabajando contigo, y no fue difícil que dieran a entender que yo no tenía que seguir cerca de ti ni ayudándote en tu investigación.

La desaparición de Marcus y la herida de Doug tenían el mismo objetivo: evitar que él descubriera lo que estaba pasando. Eso quería decir el traidor que había delatado a El amuleto estaba desesperado, era de vital importancia que tomara la delantera en esa carrera.

—Entonces no te involucres más —dijo hablando con cautela—. Sólo dime quién hizo esto, si tengo alguna pista puedo intervenir, tengo que detener a esa persona.

Durante un largo segundo el muchacho no respondió, lo quedó mirando inmóvil con la vista desenfocada; Steve no se movió, pero comprendió que la o las personas que estaban vigilándolo estaba en justo detrás de él. No sabía a cuánta distancia, pero apostaría todo lo poco que le quedaba en esos instantes a que era así ¿estarían haciéndole un simple gesto, o quizás en ese momento había un arma apuntando directo a su cabeza? ¿Por qué no matarlo, por qué no aprovechar esta oportunidad y deshacerse de quien estaba significando una amenaza para sus misteriosos planes? Entonces lo supo: esa persona lo que quería era anonimato, necesitaba por sobre todas las cosas seguir estando en las sombras eso quería decir que la traición El amuleto, su posterior muerte, la forma en que se habían esfumado sus secuaces, la desaparición de Marcus y las heridas propinadas a Doug eran actos realizados por la misma persona, ese sujeto que encontró en la traición un buen negocio, y desde entonces se había dedicado a borrar las pistas de su paradero, a cualquier costo. Desde ese punto de vista asesinar era comprensible, ya había sucedido una vez; sin embargo si lo que quería era pasar desapercibido, no lo lograría continuando con una secuencia de asesinatos, lo más probable era que se tratara de alguien muy cercano a Kronenberg, alguien a quien le importaba sobremanera mantener la faceta inocente que hasta entonces había cultivado.

No le vi la cara ni sé su nombre —dijo de pronto el muchacho—. Supongo que si eso hubiera pasado no estaría aquí hablando contigo; sólo voy a decirte una cosa, hay un mensaje para ti y si eres aunque sea un poco inteligente, entonces tal vez vas a hacer caso de esto: vete de la ciudad, sal ahora mismo, corre lo más rápido que puedas y nunca regreses, no mires hacia atrás ¿alguna vez pensaste que los que vivimos en la calle tenemos principios? Pues yo nunca le he deseado la muerte a nadie. Jamás había pensado en salir de esta ciudad y ahora no puedo porque sospecharían de mí; sólo voy a estar seguro mientras esté lejos de ti, y sólo podré recuperar mi vida de dos maneras: Si te vas para siempre, o si estás bajo tierra. Vete de la ciudad.

No dijo más y echó a andar a toda velocidad; tan sólo unos pasos después desapareció de su vista en las escaleras del subterráneo. En ese preciso instante sonó el celular de Steve, anunciando una llamada de Marcus.

—Demonios —contestó el teléfono—. Marcus ¿dónde diablos has estado todo este tiempo?

La Voz del otro lado de la conexión lo descolocó. Marcus sonaba exactamente como él mismo después de una gran noche de reventón.

—Steve amigo, veo que no estás aquí —dijo con voz ronca, hablando despacio—. Parece que fue una gran noche ¿no crees?
— ¿Dónde estás?
— ¿Dónde estás tú? —indicó la voz del otro lado de la conexión— Esperaba que al menos tuvieras la decencia de quedarte conmigo ¿O me vas a decir qué tuviste alguna propuesta mejor?

Estaba saliendo de una resaca, era evidente que no iba a escuchar sus palabras a través del teléfono.

—Dime en dónde estás.
—En un hotel, espera —se sintió ruido y quejidos—. Diablos… Levantarme de la cama es una tortura… es en el centro, sólo alcanzo a ver que justo al frente está la Posada del herrero. Si vas a venir que sea en silencio, trae antiácidos, no golpes. Y si ya estoy en coma, no molestes.

Steve sintió cómo su amigo soltaba el teléfono sobre el lecho; cortó la llamada y se dispuso a ir en esa dirección. Conocía el bar La posada y no estaba demasiado lejos; cuando llegó 15 minutos más tarde, no tuvo mayor dificultad en encontrarlo, la recepcionista le dijo en qué habitación estaba luego de escuchar una breve descripción de él y decirle que había llegado alrededor de las seis de la mañana, apenas siendo capaz de mantenerse en pie, pero sólo. Al entrar en la habitación lo encontró tendido boca abajo sobre la cama, desnudo, su ropa estaba desperdigada por el lugar, y definitivamente olía a alcohol.

— ¿Todavía estás despierto?

El otro murmuró algo ininteligible con el rostro hundido sobre el colchón y con un gran esfuerzo giró la cabeza hacia la izquierda, mirándolo con ojos entrecerrados.

—No sé si estoy dormido o no.
—Marcus, anoche te fuiste a tratar de conseguir algo de información…
—Espera, espera, más despacio —replicó el otro levantando apenas los dedos—, mira, nosotros realmente no nos veíamos hace mucho tiempo y fue genial que nos encontráramos aquí, pero la estábamos pasando muy bien yendo de un lugar a otro, no entiendo cómo es que tú estás tan bien y yo estoy tan mal.

Esa conversación no lo estaba llevando a ninguna parte.

—Sí, lo estábamos pasando bien.
— ¿Recuerdas? Ese centro nocturno donde bailaban las chicas que parecían gemelas…

Oh rayos, eso había sido poco antes de que se separaran.

—Sí.
—Pues te aseguro que lo que nos tomamos en el siguiente sitio que visitamos era de primera calidad, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba en uno de esos moteles temáticos, esos donde las camas parecen instrumentos de circo, y que habían unas chicas muy lindas, y yo estaba como en las nubes —rió de forma ahogada, sin fuerzas—. Estaba en la parte más alta de la ola ¿sabes? perdóname sí fui un mal amigo y me fui sólo con ellas, por alguna razón estaba convencido de que estabas ahí o en la habitación contigua.

En este momento, Steve vio con claridad una marca en la espalda de su amigo; la señal de que había sido pinchado con una aguja estaba en el trapecio, justo en un punto que no podía verse por sí mismo en un espejo. Eso significaba que en algún momento  entre su separación y esa extraña llamada alguien lo había drogado; teniendo ya alcohol en el cuerpo no era de extrañar que con una dosis apropiada perdiera la noción del tiempo, o de manera directa no recordara algunos acontecimientos. Decidió no enseñarle la grabación de su propia llamada, no tenía sentido intentar hacerlo recordar lo sucedido en la noche cuando apenas habían pasado un par de horas, su mente estaría más despejada durante la tarde y tal vez en este momento tendría éxito. Dejó sobre el velador junto a la cama una botella, y le dio unas palmadas en el hombro.

—Toma ese tónico, es del mismo que yo uso para reponerme después de una noche de fiesta; en un minuto te sentirás bien.
— ¿Te vas? —dijo el otro en un murmullo.
—Sí, tengo algunos asuntos que arreglar, pero estoy seguro de que estarás bien; hablamos más tarde ¿de acuerdo?

Salió del Hotel pensando en su siguiente objetivo: aún tenía pendiente averiguar qué era lo que había pasado con Miranda después del accidente; volvió a llamar al número de la casa de sus padres que encontró con anterioridad, y otra vez no obtuvo respuesta. No recordaba en qué parte de Gotham vivían ellos, de modo que se acercó a una oficina de información turística y le dijo a la chica que lo atendió que estaba buscando a la familia de su amiga que iba a visitar; gracias a su encanto y saber el nombre de ella, la joven accedió a entregarle la información.

—Disculpe, usted dijo que venía a visitarla.
—Sí —respondió con una sonrisa—, es una sorpresa, estuve mucho tiempo fuera de Gotham y quiero visitarlos, pero la ciudad ha cambiado mucho y no puedo ubicarme por mí mismo.

La chica se mostró un tanto incómoda, dudó y al final habló en voz baja, con el mayor tacto posible.

—Señor lamento informarle esto, escuche… no debería decir esto, prométame que no le va a decir a nadie que lo escuchó de mí.
— ¿A qué se refiere?
—Por favor prométalo, no quiero arriesgar mi puesto de trabajo.
—Se lo prometo —respondió con una amable sonrisa—, usted está siendo gentil y magniífica conmigo— de ninguna manera la voy a perjudicar.
—Gracias señor; creo que es mejor que llame por teléfono a su amiga, no va a poder encontrar la casa de sus padres, porque ellos murieron.

La chica le indicó que no podía entregarle más información, y golpeado como estaba por la sorpresa, Steve decidió salir de ese lugar de inmediato y buscar información por su cuenta; un rápido registro en la red de obituarios de la ciudad confirmó el hecho: los padres de Miranda habían muerto ocho años atrás en un accidente automovilístico. En la cena, el coronel  Keyton había dicho “a visitar a tu familia y compartir con tus amigos” Por supuesto, no podía quedarse con su familia ni compartir con ellos porque estaban muertos, estaba tan concentrado en el descubrimiento de la ocupación de ella y todo lo que eso significaba que había pasado por alto este detalle tan sutil en la conversación; sin embargo no era fecha aniversario de su muerte ¿por qué motivo entonces se encontraba en la ciudad al mismo tiempo que él? ¿acaso eso tenía relación directa con los acontecimientos ocurridos en torno al ataque a su padre? ¿sería posible que la soldado de Afganistán estuviera involucrada de algún modo, y no se tratara de una casualidad? Tomó un taxi y se dirigió a toda velocidad al sitio en donde había ocurrido el accidente, y dedicó un tiempo a intentar averiguar si es que alguien sabía algo al respecto; los pocos que quisieron contestar preguntas no entregaron mucha información, sin embargo un muchacho del lugar le mostró una foto tomada con su teléfono celular: la captura era de cierta distancia y sólo se veía la ambulancia y un coche de policía. A pesar de que no era de buena calidad, Steve pudo identificar que en el parachoques trasero tenía un auto adhesivo de color verde cuyo diseño no podía identificar; por suerte el chico le dijo que pertenecía a una asociación llamada Verdes furiosos, que promulgaba la utilización de energías limpias. Después de una búsqueda en internet descubrió la nómina de la organización no gubernamental, y a través de ella la ubicación del servicio de urgencia en donde se desempeñaba el conductor de la ambulancia: se trataba de una pequeña urgencia local ubicada a treinta minutos del sitio del accidente. Pero la recepcionista del lugar no se rindió ante sus encantos.

—Entiendo que esté preocupado por su amiga, sin embargo no podemos permitir la entrada de nadie que no sea familiar.
—Sus padres murieron, ella no tiene familia.
—Te equivocas, ella sí la tiene.

La voz de un hombre lo interrumpió y sorprendió: se trataba de un sujeto de casi su misma edad, alto y fuerte, de rasgos endurecidos. Era sin lugar a dudas un militar, pero Miranda no tenía hermanos.

—Disculpa, no te conozco.
—Tampoco yo, pero te escuché preguntando por Miranda. Soy su esposo.

La declaración lo golpeó como un mazo en el rostro. ¿Esposo? ¿Por qué en el mundo alguien como ella estaría casada siendo tan joven, y aún más, por qué no se lo habría dicho?

— ¿Esposo?
—Sería mejor que en vez de hacer preguntas, me dijeras quién eres y por qué estás preguntando por ella.

La recepcionista los interrumpió en un tono poco amable, y les dijo que salieran; ya en el exterior, el hombre de cabeza rapada lo miró muy fijo; estaba alterado, a todas luces.

— ¿Y bien?
—Mi nombre es Steve, Steve Maori, soy amigo de infancia de Miranda.

Por un momento no supo qué estaba pasando por la mente del otro; se quedó muy quieto, hasta que soltó el aire contenido en los pulmones, muy despacio.

—Ah, el chico listo de la escuela, el que era demasiado importante
— ¿A qué te refieres?
—Miranda me habló de ti, de todo en realidad —dijo con cierto tono de orgullo. Estaba demostrando quién era el macho de la manada ahí—. No tenemos secretos.

Steve sabía que, si en efecto ella le había contado a ese hombre todo de su niñez, entonces él sabría mucho sobre sus acciones, algo que lo dejaba en desventaja y como un rival; necesitaba ganarse su confianza. Pero primero tenía que encontrar una excusa plausible para saber que ella estaba internada cuando en realidad no vivía ahí.

—Nos encontramos de casualidad hace muy poco —replicó evadiendo cualquier precisión—, y la verdad es que no alcanzamos a hablar mucho, estaba extraña, triste.

El otro se cruzó de brazos.

—Es extraño que se encontraran, ella creía que estabas en Atlanta.
—Vine por un tiempo a visitar a mis padres, están pasando por una situación muy complicada.

Se hizo un incómodo silencio entre los dos; necesitaba sortear ese obstáculo, tener a ese hombre ahí celando y protegiendo a Miranda era un impedimento ¿Estaría despierta? Supuso que no, o de lo contrario él le habría hecho algún tipo de recriminación.

—Entonces se encontraron por casualidad.
—Fue una gran sorpresa, yo también estoy triste, aunque por otros motivos ¿sabes? —en ese momento se le ocurrió la idea: era agarrarse de un clavo ardiendo, pero era lo único que podía funcionar—. Pasaron tantas cosas, tuve problemas en mi trabajo, descubrí que Carl me engañaba y estaba a punto de mandar todo al diablo, cuando supe que habían asaltado a mi padre, así que tuve que guardarme mis problemas y venir a hacerme cargo.

Notó que el otro levantaba ligeramente las cejas; un instante después su postura se relajó. Estaba funcionando.

—Debe haber sido doloroso saber que él te engañaba.

Steve hizo una breve pausa dramática.

—El muy desgraciado me juraba amor, pero lo eché a la calle; como sea —continuó carraspeando, como si quisiera evitar emocionarse—, vine de Atlanta hasta aquí para ocuparme de asuntos familiares, ya sabes que cuando uno es hijo único toda la responsabilidad cae en estos hombros. Y en eso me encontré con ella, hablamos muy poco, estaba evasiva, así que le dije que teníamos que desayunar hoy y luego tal vez ir de compras —el esposo de Miranda lo miraba casi con una sonrisa—, y cuando no me contestó el teléfono pensé que estaba pasando algo extraño. Entonces empecé a llamar a urgencias y me dijeron que estaba aquí ¿qué fue lo que le pasó?

La artimaña sirvió de forma increíble; Sam, así fue como se presentó, y le dijo que lo acompañara a la sala en donde estaba internada. Estaba sedada, tenía parches y vendas en el cuerpo, y todo el lado derecho de la cara estaba cubierto por los vendajes.

—Pobre ¿la atropellaron?
—Cayó de un tercer piso.
— ¿Qué? Pero ¿por qué, qué estaba haciendo en una azotea?
—A mí también me gustaría saberlo, me gustaría saber por qué estaba aquí y qué se proponía.

Si él tampoco lo sabía, sus sospechas y temores aumentaban; por un lado, si Sam no sabía nada al respecto, montaría en cólera al descubrir la mentira, y por otro, la información seguiría oculta a sus ojos, escondida en la mente de Miranda. Era seguro y a la vez peligroso que despertara.

—No lo entiendo, dijiste que no tenían secretos.
—Y no los tenemos —replicó perdido en la contemplación de ella—. Estábamos distanciados desde hace un mes ¿te dijo a lo que se dedica?
—Me dijo que estaba en el ejército y que era peligroso, pero no hablamos más de eso.
—Es comprensible que no te lo haya explicado, fue el origen de nuestros problemas; trabajamos en el ejército, realizamos misiones difíciles en distintos lugares, es lo que tú conocerías como agentes secretos, pero sin las fiestas y los automóviles. He visto a muchos amigos salir perjudicados, y le dije que ya era hora de que termináramos con eso, yo estaba con baja médica por un disparo pero Miranda insistía en que quería hacerlo, que era una forma de ayudar más activa que colaborar con dinero en una colecta. Supongo que de alguna manera quería evitar que otras personas sufrieran lo que ella cuando perdió a sus padres; algunas misiones son de reconocimiento o simplemente de escoltar a alguien importante, pero a veces intervenimos en secuestros, o rescatamos inocentes en zonas donde hay conflictos bélicos, de algún modo se volvió una droga para ella.
—Y entonces ella decidió venir a Gotham.
—No, eso sucedió después; primero tuvimos esa discusión, y luego me dijo que vendría hasta aquí, porque necesitaba pensar y estar apartada de todo para tomar una decisión, y ya sabes que uno puede ser muy orgulloso, pero al fin decidí venir tras ella y arreglar las cosas.

Entonces su presencia en esa ciudad seguía siendo una incógnita, y así se lo hizo saber Sam.

Asumí que quería visitar la tumba de sus padres, incluso mientras venía, me puse a pensar en que la sensación de pérdida de ellos podría ayudarla a entenderlo que yo le decía, pero no me esperaba encontrarla accidentada, y mucho menos con su ropa de exploración.

Desvió la vista hacia una silla que estaba a un costado, en donde, dentro de una bolsa plástica, estaba la ropa con la que él la había visto en su enfrentamiento en la noche.

 — ¿Ropa de exploración?
—Es un tipo de uniforme —explicó sin ánimos—. Si Miranda tenía puesto ese uniforme, significa que estaba siguiendo o investigando a alguien los doctores dijeron que tiene señas de golpes además de las de la caída, y son recientes; eso sólo puede significar que tuvo una pelea, o quizás esa misma persona la arrojó por el edificio.

Si llegaba a despertar y decirle que lo había visto, en efecto, pero en otras circunstancias, el asunto se saldría de control.

— ¿Y por qué no has hecho una denuncia a la policía?
—Porque eso podría poner en peligro a Miranda y a quien sea que esté investigando, puede ser un delincuente o también una víctima potencial, y si alguien la atacó, puede volver a intentarlo. Mientras no despierte, estoy de manos atadas.
— ¿Y qué dijeron los médicos?
—Las próximas 48 horas son vitales; tiene muchas heridas, fracturas y cortes, pero el principal es un golpe en el occipital derecho producto de la caída, si no evoluciona bien, podría no despertar.

Cuarenta y ocho horas era demasiado tiempo, las pistas se enfriarían demasiado rápido. En ese momento una nueva teoría apareció en su mente, y era la primera que tenía sentido y encajaba con todo lo demás. El sujeto que traicionó a El amuleto, es alguien de confianza de Kronenberg, quien de paso se queda con el dinero de la empresa de su padre; sin embargo no es cualquier cercano, es alguien que trabaja de intermediario, tal vez es un mensajero, o una especie de agente de enlace, por lo que conoce el trabajo que hacen los pequeños maleantes. Lleva tiempo investigando, quizás no es primera vez que hunde a uno de esos delincuentes, y de pronto ve que puede sacar más de una tajada del negocio, por lo que urde un plan y arruina el negocio paralelo de El amuleto y se encarga de ocultar su muerte el tiempo necesario para que el padre de Steve piense que las amenazas y el ataque vienen de él, de modo que cuando el delincuente muere de forma oficial, Kronenberg asume que el dinero se perdió junto con él y, como tiene otros problemas como el cambio de planes de Máscara negra, se desentiende de un asunto menor. Y en medio de todo eso, el padre de Steve no puede ser una amenaza porque prácticamente ha perdido la razón, los secuaces pueden haberse escondido o incluso seguir trabajando para el mismo jefe superior haciendo como si nada pasara, y cuando dos personas empiezan a hacer demasiadas preguntas, amenazan a una y drogan a la otra hasta hacerle olvidar. ¿Cómo encajaba Miranda en todo eso? A través de él. Ya sabía que quienes lo acechaban habían entrado a su casa, y ahora pensaba que era muy probable que siguieran los pasos de su padre desde hace tiempo, por lo que no resulta difícil establecer que ay una conexión con la chica. Averiguan que está en el ejército y, aprovechando que está en la ciudad, le envían alguna clase de informe ¿Qué Steve estaba siendo perseguido por un merodeador nocturno? Tal vez simplemente ese sujeto hizo encajar las piezas que estaban a su disposición de forma casual, y Steve, en vez de guardar silencio, hizo lo primero que se le vino a la mente, con lo que consiguió que ella creyera que él era un delincuente en vez de una víctima. Parecía la trama de una novela de suspenso, pero ordenado de esa forma, resultaba tan probable como ninguna otra cosa antes. Hasta ese momento había estado intentando descubrir quién era el soplón que había causado la caída de El amuleto y conseguido quedarse con el dinero de la empresa de su padre, pero sólo había seguido un juego planteado por alguien que tenía varios pasos de distancia y además, mucha más información que él; en cierto modo, el accidente de Miranda era el primer error que cometía el traidor, porque de seguro lo que esperaba era que ella lo denunciara, o incluso que lo entregara a las autoridades. No habían resultado las amenazas, de modo que, teniendo una opción caída del cielo, la utilizó y él, como un idiota, había caído.
Se aseguró de que Sam tuviera su número y le pidió que se comunicara con él ante cualquier cambio en el estado de Miranda, comprometiéndose, desde luego, a estar de regreso lo más pronto posible para ayudar al matrimonio en ese difícil momento. Para cuando salió de la urgencia, ya tenía la simpatía del hombre y un problema controlado; lo siguiente era dejar de ser la presa a la que una hiena esperaba ver moribunda, y convertirse en el cazador.

2

Por la tarde, Steve regresaba a la casa de sus padres; eligió llegar por la calle a pie, en vez de llegar por la lateral en que podía disminuir su tiempo de desplazamiento. Cinco cuadras lo separaban de la vivienda a la que se dirigía, de modo que en un negocio local compró una soda y la fue bebiendo por el camino, mientras caminaba a paso lento, sin mirar a ninguna parte en especial.

—Steve, querido, qué tal.
—Hola señora Miscoe.
—Vas de regreso a casa por lo que veo.
—Sí ¿y usted?
—Nada en especial —dijo la mujer sonriendo—, sólo a hacer unas compras ligeras, un sobrino estará de cumpleaños pronto y ya sabes que prefiero tener todo listo por anticipado.
—Es lo mejor.
—Nos vemos.

La mujer siguió su camino en sentido contrario al de Steve, mientras este se terminaba la soda y arrojaba la botella a un basurero; en esos momentos el clima amenazaba con dejar caer otra vez una lluvia, aunque de momento sólo estaba nublado y corría una brisa tibia, ajena a la hora en que el sol había abandonado casi por completo ese lado del horizonte.
En una casa a un costado había mucha luz y música, tal vez una familia que festejaba un cumpleaños o algo por el estilo; Steve subió el cuello de su suéter ante el aumento de viento, pero no apuró el paso. No daba la sensación de que fuera a comenzar a llover aún. A su lado pasaron dos perros corriendo y jugando, se distrajo un momento esquivándolos, pero luego continuó su caminata; desde siempre, esa calle no había sido muy transitada, además de los vehículos locales sólo pasaba algún que otro taxi, casi ningún vehículo pesado.
Por lo mismo volteó un poco extrañado al sentir el sonido de un motor pesado a su espalda; se trataba de un furgón grande, de color blanco, que avanzaba de forma penosa, como si le costara al conductor mantener el ritmo o tuviera algún desperfecto. Iba a poca velocidad pero hacía bastante ruido, y aunque era llamativo, no dejaba de ser un simple vehículo en mal estado, de modo que el hombre siguió caminando de forma despreocupada.
Cuando pasó a su lado, el vehículo disminuyó la marcha al mismo tiempo que la puerta lateral se abría.
Alguien desde el interior realizó un disparo.
El ataque fue directo, dio en el pecho e hizo caer de espalda al hombre, tomado por completo por sorpresa; antes que su cuerpo terminara de tocar el suelo, dos hombres descendieron del vehículo, con el rostro cubierto por gorros pasamontaña, y se abalanzaron sobre él. De inmediato y sin titubear, lo tomaron por los brazos, y lo arrastraron a peso muerto hacia el interior del vehículo, el que reinició su marcha, sólo que en esta ocasión a gran velocidad, dejando la calle vacía y a muchas personas asombradas detrás de las ventanas de las casas más próximas.



Próximo capítulo: Con la ventaja en las manos

Por ti, eternamente Capítulo 27: Buen corazón



— ¿Qué es eso?

Los dedos de Romina comenzaron a temblar mientras aún mantenía entre ellos el pequeño objeto que extrajera antes de la etiqueta bordada artesanalmente.

—Esto es una tarjeta de memoria —murmuró incrédula—. Víctor, ¿Sabías de esto?
—Nada en absoluto —replicó Víctor sin entender—, no puedo creer que haya estado todo éste tiempo ahí.
— ¿Te das cuenta que ésta tarjeta puede haber estado en poder de Magdalena y que por eso puede tener información importante? ¿Ella no te dijo nada de eso?

Pero Álvaro intervino para evitar que dijera otra tontería.

—Basta Romina, ¿no ves que se le nota en la cara que no lo sabe? Pero esa tarjeta de memoria es muy antigua, tenemos que leer la información.
— ¿Cómo, con qué?

Él se metió en el maletero del auto y rebuscó hasta encontrar algo, y volvió con ello donde Víctor y Romina.

—Podemos verlo con esto —enseñó una cámara de fotos—, dámela, a ver si sirve.

Víctor se sentía mareado, pero la posibilidad que se presentaba ante sus ojos y la atención de los periodistas tenía el primer lugar en ese momento. Unos instantes después Álvaro abría los ojos por la sorpresa.

—Oh por Dios, oh por Dios...
—Déjame ver —se acercó ella—, oh por Dios, Víctor, éstos son informes contables, son de la familia De la Torre.

Aunque claramente no entendía lo que estaba viendo, era claro que tenía que ver con esa familia; en la pequeña pantalla de la cámara se podían ver varios nombres y cifras.

—Cielos, aquí hay mucha información, aunque solo puedo ver algunas cosas, hay otro contenido que no puedo ver desde aquí sin un adaptador... Víctor, es genial, hay muchos datos, esto incluye fotos de informes contables, datos de cuentas falsas...es increíble.

Los dos estaban casi eufóricos por lo que estaban descubriendo, pero en cambio, Víctor fue a sentarse al asiento trasero del auto, mirándolos sin expresión en el rostro.

— ¿Qué pasa Víctor? —le preguntó Romina acercándose—, acabamos de encontrar información muy valiosa, con esto podrías terminar con todas las mentiras.

Pero él no estaba pensando en eso; con Ariel en sus brazos, aún en medio de todo lo que estaba pasando, resultaba difícil pensar en lo que Magdalena había tenido que sufrir sola.

—Debe haber estado muy enferma como para poder decirme...simplemente no podía pensar en eso, el tiempo solo le alcanzó para encargarme a Ariel.
—Es verdad, pero piensa que ahora puedes hacerle honor a lo que ella te dijo. Tenemos que ir a la policía.
—No.

Los dos se quedaron mirándolo sin entender. Qué extraño le resultaba a Víctor sentir la claridad necesaria justo en ese momento.

—No voy a ir a la policía ¿No se han preguntado que tal vez, después de todo lo que ha pasado, la familia De la Torre no está detrás de Ariel, sino detrás de esa información?

Romina tragó saliva; su lado periodístico ya le había dicho eso.

—Puede ser.
—Eso me devuelve a lo que pasó al principio; no sé si hay alguien que tenga esa gente en la policía, y no sé lo que podría pasar, o pasarme, mientras tanto. Pero si sé lo que hay que hacer.

Se acercó a Romina y tomó de las manos de Álvaro la cámara, que volvió a depositar en las manos de ella.

—Entréguenle esto a Armendáriz.

Solo mencionar su nombre puso de sobresalto a los otros dos; Víctor no sabía si era el efecto de saberse apoyado por ellos y por Tomás y Arturo a la distancia, haber expresado sus sentimientos  ante la cámara o esa sensación de vacío en la cabeza, pero algo le decía que estaba haciendo las cosas de la manera correcta.

— ¿Que estás diciendo?
—Lo que escuchaste. Armendáriz estuvo a un paso de atraparme, no puedo creer que tenga malas intenciones, pero si todos creen que soy un delincuente, también podría estar equivocado él. Estuve recordando cuando tuvimos el enfrentamiento, nunca quiso dañar a Ariel. Ambos estábamos luchando por el mismo motivo.
—Pero es que...
—Por favor, háganlo por mí, si quieren ayudarme —dijo con determinación—. Entréguenle esa información, si lo que pienso de él ahora es verdad, Armendáriz sabrá que hacer, y si no, al menos tendré tiempo para ocultarme.

Romina y Álvaro se miraron unos momentos; había llegado el momento en que tenían que decidir.

—Es una movida muy arriesgada.
—Puede ser, pero siento que eso es lo que debo hacer.
—Está bien —dijo ella resueltamente—, lo haremos. Escucha, te llevaremos hasta la siguiente zona, y luego hablaremos con Armendáriz.

Álvaro sentía que su alegría por encontrar las pruebas se estaba diluyendo, pero no iba a quejarse en ese momento, él también había tomado una decisión.

—Toma mi celular, déjalo apagado si quieres, lo usaremos para comunicarnos —sonrió para darse ánimos—, también toma éste dinero, no es mucho pero te ayudará a salir de aquí lo más rápido posible, solo date prisa, nosotros haremos esto, le diremos todo a ese policía y te llamaremos.
—Está bien pero...

Víctor iba a decir algo más, pero a la distancia algo llamó su atención; en la claridad del día no se interpretaba bien.

— ¿Qué es eso?

Los periodistas voltearon en la dirección que indicaba el joven; a lo lejos, un automóvil se había detenido, y de él descendía una persona con algo en las manos, algo que ambos interpretaron de inmediato, como una cámara fotográfica profesional.

—Diablos, es Benjamín Andrade, el de Zona periodística.
—Debe haber estado siguiéndonos —dijo ella en voz baja—, ese tipo es un desgraciado, es un simple mercenario.
—Si está siguiéndonos, seguro debe estar detrás de una recompensa: De la Torre.

Aparentemente el hombre a la distancia notó que no habían descubierto, de modo que volvió a entrar en el auto. Álvaro supo lo que tenía que hacer.

—Va a avisarle a la policía, deben estar muy cerca, y puedo jurar que está llamando a De la Torre o a alguien de esa familia.
—Váyanse —sentenció Víctor tratando de sonar convincente—, si la policía los intercepta sabrán que estuvieron conmigo, si me acompañan, nos atraparán y no podrán acercarse a Armendáriz.
— ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
—Sí, estoy seguro, tienen que hacerlo.

Los periodistas subieron al auto, dejando otra vez a Víctor solo en medio de la nada, pero Álvaro se veía mucho menos angustiado que ella.

—Esto es una maldición —protestó ella—, no puedo creerlo, otra vez tenemos que abandonarlo, y ahora para peor ese maldito de Andrade tenía que estar cerca.

Solo en ese momento notó que iban a gran velocidad, regresando a la vía por donde estaba alejándose el hombre que los descubriera momentos antes.

— ¿Que estás haciendo?

El marcador indicaba más de noventa, estaban casi a tope.

—Álvaro...
—Mira, si ya llegamos hasta aquí, no voy a permitir que un mercenario de mala muerte nos arruine. Así que mejor sujétate.

Siguieron a toda velocidad durante algunos minutos, con él conduciendo de forma implacable, la vista fija en la pista, presionando con fuerza el pedal del acelerador. Romina le hizo caso y se sujetó con fuerza al asiento, esperando que ocurriera algo pero al mismo tiempo con miedo a que eso pasara. El tiempo pareció avanzar muy rápido entonces, hasta que el automóvil alcanzó al de Andrade, y sin dudarlo, Álvaro arremetió contra el morro del otro vehículo, embistiendo a toda velocidad. El sonido de metales y neumáticos frenando a toda velocidad se mezcló, pero el  choque duró tan solo unos segundos, dejando a ambos automóviles detenidos en medio de una nube de polvo.

— ¡Estás loco!

Pero él había saltado del auto, y se abalanzó contra el otro vehículo. Sin pensarlo dos veces, consiguió abrir la puerta del conductor y, después de un breve forcejeo, regresó corriendo a retomar el lugar del conductor y reinició la marcha.

— ¡Si querías sorprenderme lo lograste! —exclamó ella aún con el corazón en la mano—, dime qué fue todo eso.

Él sonrió y le mostró unas llaves.

—Ah...
—No podemos evitar que le avise a De la Torre, pero al menos no llegará antes que nosotros donde la policía.


3


Nuevamente Víctor se había quedado solo con Ariel en sus brazos; estaba muy cansado, y aún sentía la cabeza dando vueltas, pero no podía quedarse quieto, tenía que aprovechar el tiempo que le ayudaran a ganar Romina y Álvaro y alejarse de ese sitio. Si en un principio hubiera encontrado esa tarjeta, si tan solo se le hubiera pasado por la mente que Magdalena había escondido esa información entre las cosas de Ariel, tal vez todo habría sido diferente, pero en esos momentos lo único que importaba era ponerse a salvo lo más pronto posible.

—Tenemos muchos amigos bebé —dijo jadeante mientras caminaba— ¿lo ves? todo va a estar bien porque ahora tenemos amigos ¿lo ves? tenemos amigos que van a  ayudarnos...

Se quedó sin palabras unos momentos; tenía que alejarse de ese sitio, y por lo que podía ver, estaba acercándose a una zona poblada, pero ya no estaba exactamente cerca de la línea del tren ¿Que podía hacer? pasar por la zona poblada, usar el dinero que le habían pasado y desaparecer. Tendría que pasar la noche oculto en algún hostal, antes le había resultado, y en una zona bastante campestre como esa la gente por lo general estaba mucho menos informada, usaría eso en su favor. Pero la cabeza seguía dándole vueltas.

— ¿Sabes una cosa Ariel? —dijo para continuar pensando—, creo que es hora de contarte un cuento.

Necesitaba seguir hablando, necesitaba sentirse despierto y en movimiento, hacerlo era la única forma de no distraerse en un momento en que se sentía más frágil que nunca. Había hablado, había dicho lo que sentía, y si estaba en lo cierto, ese policía al que le había temido en el pasado podría convertirse en su aliado.

Pero nuevamente algo lo sorprendió. Un sonido sordo, un golpe en la pierna derecha, fulminante, dolor instantáneo.

Víctor cayó bruscamente de rodillas, con la pierna derecha sangrando producto de un disparo.


3


Álvaro y Romina continuaban su travesía por el camino, luego de haber dejado atrás un automóvil chocado y a un colega de trabajo enfadado. Con el tiempo en contra, Álvaro conducía a toda la velocidad de la que era capaz, pero un vehículo avanzando en sentido contrario le llamó la atención.

—Ese auto que viene es de la policía...
—No puede ser...

Al ver de quien se trataba, Álvaro supo lo que tenía que hacer.

—Esto es una bendición Romina, éste gorilote por fin nos va a ayudar en algo.

Detuvo el auto en medio del camino, obligando al otro vehículo a detenerse. Armendáriz descendió uy rápido, creyendo en un principio que se trataba de algún accidente, por causa del morro aplastado del auto que se había detenido de manera tan abrupta, pero al ver bajar a los periodistas, todo tuvo sentido en su mente. La noticia de Segovia saliendo en televisión solo unos minutos atrás, todas las incongruentes apariciones y desapariciones, todo reunido en la expresión de satisfacción del hombre que caminaba hacia él como si estuviera en un día de campo. Y en un momento el oficial se abalanzó sobre Álvaro.

— ¡Tú!

Junto con el grito, tomó a Álvaro por los hombros, con tanta fuerza que lo levantó en andas, descontrolado por la verdad que se estaba dibujando en su mente. Álvaro no se inmutó.

— ¡Ustedes son los responsables de todo esto!
—Escúchame Armendáriz.
—Colaboraron con Segovia —prosiguió, imparable, gritando fuera de sí—, le mintieron a las autoridades, encubrieron a un delincuente, un prófugo de la justicia.
— ¡Tienes que escucharnos!

Pero en ese momento el que estaba sacudiéndolo no era el policía, era el hombre que estaba totalmente fuera de control, desesperado por sentir que todo lo que había pasado no era más que una maquinación de personas con objetivos que quedaban fuera de su entendimiento. Romina se acercó corriendo a tratar de detener el enfrentamiento.

— ¡Suéltalo Armendáriz!

Pero el otro no la escuchaba.

— ¡Esto no puede continuar! —rugió con toda la potencia de su voz—, ustedes no saben, ustedes no dimensionan lo que han estado haciendo, pero no lo voy a permitir, tienen que decirme donde está Segovia ¡Donde está!
— ¡Suéltalo, vas a lastimarlo!

Romina logró elevar su voz por sobre la de él, y aunque a todas luces no tenía la fuerza para separarlos, sí pudo forcejear con la suficiente determinación como para que el hombre reaccionara, al menos en parte, y soltara a Álvaro.

—Tienes que escucharnos ahora, es muy importante.
—Esto no va a continuar —repitió mirándolos con ojos desorbitados—, no permitiré que ocurra otra desgracia más.
— ¡Entonces tienes que escucharme maldita sea! —gritó ella a su vez—, tenemos pruebas de la inocencia de Víctor, pruebas en contra de Fernando de la Torre.
—Víctor nos pidió que habláramos contigo —intervino el otro hombre firmemente a pesar de la agitación—, encontramos unas pruebas, es información comprometedora en contra de esa familia, por eso es que durante todo éste tiempo han estado tan interesados en recuperar al niño. Escucha, Víctor nos dijo que tú sabrías que hacer.

Lo que le dijeron no tenía el más mínimo sentido de acuerdo a las cosas que habían pasado antes, y eso hizo el efecto suficiente como para que el policía retrocediera un paso; su lado lógico, el lado que no había funcionado los últimos segundos, le decía que si existía cualquier tipo de prueba que alterara el curso de una investigación, era obligatorio investigar de inmediato.

—Lo que  estás diciendo es muy grave —dijo lentamente—, no tienes idea lo que...
—Míralo por ti mismo —lo interrumpió Romina enseñándole la pantalla de la antigua cámara de fotos—, Víctor encontró ésta tarjeta de memoria por accidente entre las cosas del pequeño, es probable que la madre la haya ocultado para tener algo con qué defenderse de Fernando de la Torre, pero ya sabemos lo que sucedió después.
—Oh por Dios...
—Esto es lo que encontramos, es por eso que teníamos que encontrarte —intervino él—, no sabemos por qué, pero Víctor cree que tú puedes ayudarlo, que eres el único que puede hacer que las cosas se aclaren, pero tiene miedo de que traten de hacerle daño como antes. Por favor, tienes que entender lo que te estamos diciendo.

Ignacio se quedó la cámara en sus manos, mirando tontamente por unos segundos las imágenes, las fotos de los balances y las referencias de cuentas de la familia De la Torre y sus empresas. Pero no había tiempo para entender nada más.

— ¿Dónde está Segovia?
—Escucha...
—No —los interrumpió secamente, la vista un poco desenfocada—, no entienden, el asistente personal de Fernando de la Torre estuvo rastreando junto con mi gente al principio de todo esto —mientras hablaba iba uniendo las piezas que hasta ese momento habían estado desperdigadas por todas partes—, luego dejó de hacerlo, pero el tipo sabe muy bien cómo rastrear y moverse en distintos terrenos. Que ahora mismo no esté trabajando con nosotros significa que puede estar en cualquier parte, especialmente siguiendo los pasos de mi gente o los míos.


Álvaro se quedó un momento sin palabras, pero la energía que se había apoderado de Ignacio antes, ahora estaba transmutada en nerviosismo, porque conforme tenía más clara la información en su mente sentía que el panorama era más horrible que antes.

—Armendáriz...
—Cometí un terrible error —sentenció de forma implacable— y aunque esto —enseñó la cámara— solo apareció ahora, ese error podría haber sido fatal, esos hombres que trabajaban para Fernando de la Torre, el hombre que supuestamente fue asesinado por Segovia hace dieciocho días puede haber sido asesinado por alguien más. Tienen que decirme donde está, y tienen que decirme ahora.

Los periodistas se miraron fijo durante un instante, y fue ella quien tomó la decisión.

—Lo dejamos un poco atrás, podemos llevarte con él. Pero prométenos que vas a ayudarlo.
—Tengo que encontrarlo antes que ocurra una desgracia mayor, les prometo que voy a hacer todo lo posible.



Próximo capítulo: Cuento para dormir

La última herida Capítulo 5: Cuerpos imposibles - Capítulo 6: Es solo una firma



Los días siguientes al accidente donde Patricia sufrió quemaduras en su cuerpo fueron largos e intensos para la familia; el viernes fue trasladada al Centro de tratamiento intermedio de heridas del Hospital Adolfo Martínez, donde pasó el fin de semana bajo distintos tratamientos.  El doctor Acacios quien había atendido su caso en primer lugar lo dejó en manos de la doctora Romina Miranda, una mujer de carácter fuerte que prometió hacer todo lo posible por ella en el futuro. Para el Lunes Patricia estaba en su departamento en compañía de sus padres y momentáneamente de Matilde quien decidió aprovechar el tiempo disponible por estar sin trabajo en lo que resultaba primordial, a pesar de lo cual el comportamiento de su hermana seguía siendo muy distinto a lo que era con anterioridad.

—Buenos días.

Matilde se sentía algo cansada después de todo lo que había pasado durante los últimos cinco días, pero esa mañana de Lunes estaba dispuesta a hacer lo posible por animar a su hermana.

—Buenos días.

En el Centro de tratamiento de heridas se le había realizado un cambio de vendajes y aplicado una solución dérmica, pero la doctora Miranda tenía algo que hablar con ellas.

—Patricia, estoy muy contenta con la evolución que ha tenido tu caso hasta el momento, vamos por muy buen camino.
—Entiendo.

En ese momento estaban en la oficina de la doctora, y aunque Matilde se había propuesto mantener un espíritu fuerte, era complejo hacerlo en esas condiciones, con la mayoría de las quemaduras a la vista: el lado derecho de la cabeza sin cabello, probablemente sería osado en una chica de estilo rockero, en ella se veía completamente fuera de lugar y ponía aún más de manifiesto las quemaduras en el cuello y parte de la mejilla y también las del hombro y el brazo; en los días que sucedieron al accidente pasaron de rojo e hinchado a un color más pálido y con cierta disminución de la hinchazón, aunque en verdad los profesionales tenían razón al decir que el ojo se había salvado de milagro, la distancia del borde de la herida y el rabillo no era de más de un centímetro.

—En éste momento ya podemos dar por superada la primera etapa de tu tratamiento —juzgó la doctora mirando fijamente la mejilla de la mujer—, ahora ya es posible espaciar el cambio de los apósitos a setenta y dos horas, y voy a aplicar estos nuevos que son antiadherentes y contienen una solución que ayuda a la correcta regeneración de la piel.
—Es decir que ahora tendré que venir cada tres días.
—Así es Patricia, y es muy importante que mantengas los cuidados que has tenido hasta ahora, es decir mantener la calma, alimentarte bien y seguir tu pauta de hidratación ¿Has sentido los labios secos o la piel tensa?

Patricia actuaba ante esa autoridad de igual manera como lo hacía frente a sus superiores, era extremadamente educada y formal, pero Matilde sabía que en el fondo sólo estaba parcialmente allí, el resto de ella estaba lejos, en un lugar donde no tenía que hacer las cosas que tenía como trabajo y obligación antes; no hablaron en los días siguientes del tema de dejar la institución y por lo que sabía tampoco lo había hecho con sus padres, aunque en ese sentido ellos habían retomado con increíble facilidad su labor de padres presentes a pesar de los años que los separaban de esos quehaceres y probablemente las conversaciones amistosas o confidentes aún quedaran relegadas a un plano secundario.

—No doctora, he seguido todas sus instrucciones.

La doctora Miranda era una mujer muy alta y delgada de cabello tinturado de rojo ensortijado y tomado en una cola en la parte alta de la nuca, de rasgos agudos y mirada fuerte; era una mujer muy entendida en la materia y sabía bien cómo enfrentar las diferentes consecuencias de una quemadura, así como las distintas reacciones de los pacientes.

— ¿Cuándo tienes cita con el sicólogo?
—Hoy en la tarde.
— ¿Y cómo te has sentido?
—Tratando de acostumbrarme a estar en casa sin nada que hacer pero tranquila en general. Y claro, recuperando la costumbre de vivir con mis padres por supuesto.

Matilde miró a la doctora, quien hizo como si no se diera cuenta de su elocuente gesto; unos momentos después Patricia ya estaba completamente vestida y con las nuevas vendas en la cabeza, cuello y hombro.

—Eso es todo por ahora, por favor dile al sicólogo que me envíe tu informe para anexarlo a tu expediente.
—Se lo diré, gracias doctora.
—De nada, y dale las gracias a tus padres por el postre que me enviaron, estaba delicioso.

Las hermanas siguieron caminando por la calle del estacionamiento una vez que salieron del Hospital; era incómodo el cortés silencio de Patricia en ocasiones como esa.

— ¿Qué te gustaría hacer hoy?
—Ir a la consulta del sicólogo.
—Pero la consulta es en dos horas más y aún no es mediodía ¿Qué te parece si vamos a almorzar a alguna parte?
—Estamos cerca del departamento, vamos y almorzamos ahí; además ya sabes cómo es mamá, seguro que ya tiene hecho el almuerzo y papá debe estar haciendo su ponche sin alcohol para no discriminarme.

Sonaba tan correcta que era imposible no notar que estaba fingiendo.

—Patricia, supongo que has pensado en lo que dijiste el otro día de dejar el cuerpo de policía.
—No hay nada en qué pensar, creí que había sido clara con lo que dije.
—Pero es lógico que cambies de opinión, la policía es tu vida.

Decir eso fue un error, porque desató al menos en parte los verdaderos sentimientos de su hermana; la mujer de veintiocho años la enfrentó obligándola a detenerse.

—No Matilde, ésta es mi vida, mírame.
—Patricia…
—No, no trates de ser condescendiente conmigo; sé que tengo que seguir éste tratamiento igual que lo del sicólogo, pero no tiene nada que ver con mi decisión de dejar el cuerpo de policía, ya te lo dije, no me voy a exponer a mí ni a personas inocentes a ningún tipo de riesgo.

Luchar contra ese argumento era difícil, principalmente porque desde un punto de vista frío tenía toda la razón.

—Hermana, la policía es tu vida, siempre me has dicho que es tu pasión ayudar a las personas.,
—Eso no cambia nada lo que dije y lo sabes muy bien; además hay muchas formas de ayudar a los demás, ya tendré tiempo de encontrar algún trabajo útil en donde no tenga que estar expuesta siempre, ahora no es importante.
—Entonces habla conmigo de las cosas que sí son importantes. No quiero verte así, estás sufriendo y no lo dices, te has estado guardando todo desde que pasó, por lo menos tienes que ser capaz de decir lo que está pasando por tu mente, somos hermanas pero no te abres conmigo, mucho menos con mamá o papá.

Patricia dio un paso atrás, claramente atrapada por sus propias palabras. Matilde sabía que llegado el momento iba a tener un altercado de ese tipo y no le gustaba la idea, pero a pesar de las diferencias que pudieran tener como personas, en una de las cosas en que eran muy similares era en que tendían a querer enfrentar solas las cosas que pasaban, sobre todo las dificultades; su madre se lo había recordado tan pronto se enteró de la noticia y en vista del enorme peso de esa realidad, estaba predicando con el ejemplo al transmitir el mensaje.

— ¿Qué es lo que quieres que haga o que te diga? —dijo con tono desafiante¬—, mírame Matilde, mírame por un momento como una persona, no como tu hermana, no como la persona que has visto toda tu vida, porque eso es lo que yo hice, me vi a mí misma en el espejo, cuando hice esa estupidez de romper la ventana de la habitación de la urgencia, y desde entonces cada vez que he podido. ¿Y sabes lo que veo? Veo a una persona que tiene destruida la cara, y que desde ahora va a tener que hacer toda su vida de nuevo.
¬—Pero el doctor dijo que podías pasar por esa situación y es normal porque…
—No es normal, es lo real que es distinto. Piensa un poco en lo que te estoy diciendo y dime si es que nunca te has quedado mirando a una persona distinta en la calle, a un quemado o a alguien que le falta una pierna o un ojo, dime si no has puesto más atención que en el resto de la gente.
—Es cierto —se vio obligada a admitir la joven en voz baja, estaba perdiendo esa pelea y no le sonaba muy bien—, no te lo niego, pero eso no significa que…
—Lo que significa es que si además de ser lo que soy ahora soy una persona distinta, llamativa para mal, simplemente no puedo seguir haciendo mi trabajo en la policía y eso ya te lo dije antes; estoy viendo frente a mis ojos como pierdo todo lo que me importa, la forma en que estaba haciendo las cosas hasta ahora y eso me hiere tanto como lo que tengo aquí —apuntó hacia su cuello—, o quizás más. Pero no puedo hacer nada, no puedo evitar lo que pasa ni regresar el tiempo, lo único que puedo hacer es tomar lo que queda de mi vida y reordenarla y volver a empezar.

Se quedaron mirando unos momentos en silencio, enfrentadas por el mismo motivo, sintiéndose a lados opuestos en un cruel juego del destino donde no había un culpable físico, ni un nombre a quien atacar o contra quien descargar rabia o frustración; Patricia, Matilde, ambas estaban heridas y querían recuperarse de hechos de los que no podían escapar, y desde sus propios puntos der vista, las dos sabían que no lo harían por completo y que nunca estaría resuelto.

—Te entiendo. Y no me digas que no porque no estoy viviendo lo mismo que tú porque estoy sufriendo desde que escuchaste ese ruido afuera de mi departamento y sé que no puedo hacer nada para remediarlo, porque no encuentro la forma de revertir lo que pasa; quisiera que se pudiera regresar el tiempo pero no puedo hacerlo, pero al menos quiero que me hagas parte de tu vida, que me permitas ayudarte, estar junto a ti en éste proceso. Mamá me dijo que éramos muy individualistas, que siempre estábamos tratando de demostrar que podemos hacernos cargo de todo, y en el accidente las dos lo hicimos, yo por no avisarle a mamá y papá, y tú por tratar de resistir todo sin decir nada como si fuera parte de tu entrenamiento. Concédeme ese punto, dame la tranquilidad de compartir la carga contigo Patricia, estoy segura de que será un poco más fácil.

El gesto de Patricia se ablandó un poco, aunque no tanto sus argumentos.

—Escucha, veremos lo que pasa después, pero no me pidas que de la noche a la mañana haga todo de otra manera a la que lo he hecho siempre, y sabes de lo que hablo.

2

Con todo un poco más tranquilo y algo de paz por haber dado un paso con Patricia, Matilde fue a una sorpresiva entrevista de trabajo que parecía una luz de esperanza en su futuro.

—Suerte hija.

Con la reconfortante sonrisa de su madre al salir, Matilde se presentó a las cuatro de la tarde en el edificio Don Jacinto en uno de los sectores más acomodados de la ciudad; solo al llegar comprobó que no había exagerado en su atuendo ni tan solo un poco. Para las entrevistas usaba un traje dos piezas hecho a la medida, pero en esa ocasión se sintió incómoda y eligió un vestido liso de satén color coral con detalles bordados en el escote y una chaqueta a juego, con zapatos de tacón, el cabello peinado hacia atrás en un inconsciente homenaje a su hermana y los pendientes de cristales suecos con collar que le regaló su padre al cumplir los quince años, y a pesar de sentirse extremadamente elegante y arreglada, entrar en la recepción del tamaño de una cancha de tenis le afirmó la idea de haber tomado la decisión correcta, eso podía ser un buen augurio.

—El gerente comercial está terminando una entrevista, en cinco minutos va a estar preparado para atenderla, por favor espere aquí.
—Muchas gracias.

Puntual como siempre, la joven quedó oportunamente sentada a unos metros del mesón de la recepción del edificio y a punto de vista de la oficina donde figuraba el nombre del gerente que iba a entrevistarla; recordaba de forma vaga la entrevista en línea que había realizado con el asistente del gerente ya que había sido dos semanas atrás, más del tiempo suficiente para olvidar lo más importante y con mayor razón considerando que se le informó de un plazo de aviso de cuatro días, pero recordaba que se trababa de una empresa que realizaba asesorías comunicacionales para compañías de telecomunicaciones, lo que significaba que el portafolio sería amplio y un probable contrato también.

—No puede ser…

Una vez podía ser un excéntrico accidente, dos era realmente para tomar nota. Mientras esperaba su turno para ser entrevistada, Matilde vio con asombro como salía del ascensor Miranda Arévalo, la modelo que un par de días atrás se encontró en la calle totalmente descompensada; la mujer se exhibía con su habitual belleza, enfundada en un traje negro escotado y con tacones altos que hacían que Matilde pareciera pobre, caminando con la seguridad y prestancia de una experta en ser vista y al mismo tiempo la indiferencia de alguien que se sabe que no necesita hacer algo en especial para llamar la atención. Parecía alguien completamente distinto de la mujer temblorosa que antes sollozaba en el suelo hablando sin coherencia.
Pero por supuesto, debió esperar que de ella no podía simplemente pasar algo sencillo.

—No te preocupes, te espero afuera, necesito un café.

Matilde se puso de pie de forma, y pudo ver cómo la mujer hablaba con el mismo hombre guapo de la vez anterior que era interceptado por un ejecutivo de llamativa sonrisa. Solo un par de pasos más, y por increíble que le pareciera a ella misma, la modelo caminó decididamente hacia ella, mirándola fijamente.

—Buenas tardes.

Su tono de voz era sencillo como si se estuviera presentando ante un conocido o compañero de trabajo. Matilde hizo un leve asentimiento.

—Buenas tardes.
—Había estado tratando de encontrar la forma de hallarla —dijo la otra en voz baja pero perfectamente audible—, pero creo que es una magnífica coincidencia.
— ¿Se acuerda de mí?

La modelo pestañeó con sus largas pestañas onduladas como si no entendiera.

—Por supuesto que la recuerdo, es absurdo pensar que no. Escuche, no tengo mucho tiempo, pero quería encontrarla porque necesito agradecerle por ayudarme el otro día.

Introdujo una mano en la carterita dorada que tenía en las manos, y eso activó el recuerdo que de alguna manera había suprimido: el hombre tomándola del brazo, llevándola a un automóvil y dejando en sus manos unos billetes, eso había pasado realmente aunque estaba relegado a un plano muy lejano; cuando se acercó a la modelo en esa confusa escena, el hombre que la acompañaba depositó en sus manos, casi como si no lo estuviera haciendo, unos billetes, una suma bastante considerable para ser casual y a la luz de los hechos, claramente una forma de decirle que agradecía el silencio ante una situación bochornosa para la joven siempre víctima como otros famosos del ojo inquisidor de los medios de prensa. Preocupada por la situación de su hermana y francamente confundida por lo que estaba viendo Matilde simplemente guardó los billetes en un bolsillo del pantalón, donde seguramente estaban hasta ese momento ¿acaso iba a darle dinero también? Una vez podía ser un gesto cuestionable pero entendible, dos era molesto.

—Escuche, yo...

Se quedó oportunamente callada cuando la delicada mano de la joven enseñó una tarjeta blanca con letras grises impresas y se la pasó.

—Vi en el noticiero lo que le ocurrió a su hermana y la vi a usted en las imágenes, así que supuse que eran parientes, pero no tuve tiempo de averiguar muchas cosas, solo sabía que usted y ella estaban relacionadas. Lamento lo que le ocurrió a ella, espero que en la clínica puedan ayudarla.

Al día siguiente del accidente de Patricia y por llamada de Soraya, Matilde se había visto a si misma llorando desconsoladamente mientras el equipo de emergencias atendía a su hermana antes de subirla a la ambulancia y la periodista en el estudio de televisión indicaba que la oficial estaba herida y seguía con el estado de los otros involucrados. En efecto, la noticia no había tenido mucha cobertura en un primer momento, pero desde luego que se comentara en la sección de crónica roja de los noticieros.

—Tengo que irme.

La modelo dio media vuelta y caminó hacia la salida del edificio manteniendo el estilo  de pasarela que había mostrado al salir del ascensor, meneando el cuerpo como si una brisa inexistente la meciera. La tarjeta decía simplemente un nombre en las delicadas letras: Cuerpos imposibles. No figuraba número de teléfono, pero tenía una dirección y además una serie de números y letras, algo como un código.

— ¿Qué es esto?

La modelo había dicho clínica, eso era seguro, aunque resultaba un nombre muy extraño y ella jamás lo había escuchado. De acuerdo, era realmente extraño, pero no mucho si comparaba lo que había visto de esa modelo hasta el momento, aunque si la mujer quería llamar su atención, de verdad lo había logrado.

—Señorita Andrade.

La recepcionista la llamó sin demostrar el más mínimo interés por lo que estaba pasando, si es que lo había visto. Matilde se apresuró a entrar en la oficina donde el gerente la estaba esperando con una amplia y amistosa sonrisa dibujada en el rostro.




Capítulo 6: Es solo una firma


A pesar de que desde antes de llegar a la entrevista tenía pensado volver al departamento de Patricia para pasar con ella la tarde, el extraño encuentro con la modelo Miranda Arévalo cambió un poco sus planes y ocupó un lugar importante junto a lo que debería ser prioridad; la entrevista de trabajo con Roberto Santa María, el gerente comercial de Asunto Externo resultó ser todo lo contrario del edificio en donde este se desempeñaba, ya que se comportó como un igual y no como su superior y trató de hacerla sentir cómoda en todo momento. Parecía que ella ya estaba contratada y ese paso solo era un trámite, aunque por las circunstancias que estaba viviendo la satisfacción de saberse dentro de un proyecto importante fue menor de lo que habría sido en otro caso; tan pronto terminó lo que finalmente fue una conversación bastante animada, fue directo a su departamento sin avisar nada ni llamar a sus padres y se conectó a internet desde el portátil.

>Cuerpos imposibles<

Debió suponer que lo primero que iba a salir en internet era una selección, bastante de cabaret por lo demás, de imágenes de mujeres en su gran mayoría y algunos hombres, cuál de ellos con menos ropa que el otro, todos con figuras esculpidas por ejercicio interminable en algunos casos y en la mayoría por la mano de algún cirujano de mejor o peor reputación. Inmediatamente abajo figuraba una serie de artículos de periódicos o citas de programas de televisión dentro de los cuales se mencionaba a figuras del espectáculo que supuestamente cumplirían con ese adjetivo; optó por especificar la búsqueda.

>Clínica cuerpos imposibles<

La búsqueda, para su sorpresa, dio cero resultados.

—No puede ser...

No encontrar ningún resultado producto de una información en la red era muy extraño en los tiempos que corrían, pero de alguna manera no le sorprendió tanto sabiendo de donde venía. Pero había una pregunta más importante ¿Por qué una modelo muy conocida, excepcionalmente hermosa y rostro e imagen de marcas conocidas aparecía en la calle llorando totalmente descompensada, para luego ser arrastrada por un acompañante que dejaba dinero en las manos de desconocidos, y después buscaba a una desconocida para entregarle una tarjeta con información que no estaba en ninguna parte? Casi rió de lo ridículo que sonaba en su mente todo eso. ¿Por qué estaba prestando atención a algo como eso en un momento así, cuando podía ir con su hermana, compartir la buena nueva que además sería un punto de apoyo para lo que iba a venir en los tratamientos?
Tenía que reconocer que en esa situación había algo que le resultaba curiosamente llamativo, desde que vio a la modelo en la calle y mucho más al encontrarla por casualidad antes de una entrevista de trabajo, y lo de la Clínica Cuerpos imposibles sonaba intrigante por mucho que su lado lógico le dijera que estaba perdiendo el tiempo.

—Solo tengo una alternativa.

Aquello era una completa locura, pero insistió en seguir la idea que se estaba formando en su mente, tomó nuevamente el bolso y salió rumbo a la dirección que figuraba en la tarjeta.


2


Las sorpresas nunca parecían terminar cuando se trataba de lo que estuviera relacionado con Miranda Arévalo, y Matilde se llevó una más al llegar al sitio que figuraba en la breve reseña de la tarjeta. Se trataba de un edificio plano de cinco pisos, gris piedra con enormes ventanas que no permitían ver al interior y una entrada tan sencilla que parecía sacada de un sector industrial y no del costoso barrio en donde estaba; llegar no había sido difícil aunque si un poco tedioso por lo distante, pero la zona era principalmente ocupada por edificios de oficinas similares entre ellos y otros claramente de departamentos por su diseño más original cuyas primeras plantas eran tiendas caras como chocolaterías y perfumerías por las que seguramente pasaban los mismos habitantes o sus amigos en tiempos de ocio. Un grupo de calles poco transitadas, lejos varias cuadras de la locomoción colectiva, sin atisbos de ruido o enormes centros comerciales pero con vida en ellas y algún que otro adulto desocupado paseando a su mascota. No había ninguna clínica de las que tanto les gustaban por esos lados, esos edificios grandes como catedrales, con enormes puertas de cristal y el nombre en caracteres llamativos, entrada de estacionamiento y una serie de locales afines alrededor como farmacias y tiendas de insumos. Suspiró.

—Estoy perdiendo el tiempo.

Si se había sentido ridícula al preguntarse el motivo por el cual la tarjeta llegó a sus manos, verse a sí misma parada en una calle desconocida para ella hasta ese momento y frente a un edificio que podía ser cualquier otro y cualquier cosa menos una clínica llego al límite. Miró la hora en el reloj de pulsera: las cinco treinta de la tarde.
¿Qué podía perder de todos modos? Ya estaba ahí, lo peor que le podía pasar era que en la recepción le hicieran ver que estaba completamente loca.

—Muy bien, lo haré.

Respiró profundamente y traspuso la puerta, pero aunque no era tan extraño, en el pequeño mesón de recepción que se ubicaba a poca distancia de la entrada, una mujer se puso de pie y le sonrió.

—Muy buenas tardes señorita.

No era extraño que fuera una mujer, pero sí lo era que se tratara de una increíblemente bonita: quizás tenía treinta años, pero parecía sacada de una revista, sin defectos a la vista, tanto en su rostro alargado y de piel perfecta como en su figura proporcionada; la mujer se le acercó y le tendió una mano como si hablara con alguien que conociera o esperara.

— ¿Tiene cita?
— ¿Disculpe? yo...
—O tal vez fue recomendada —sonrió hablando con voz cantarina—, seguro es eso, no recuerdo haber visto una cita para esta hora. ¿Podría darme su tarjeta por favor?

Matilde la saludó por cortesía, pero no estaba entendiendo nada. Y lo primero que se le vino a la mente fue un reportaje del noticiero sobre clínicas clandestinas, donde las ingenuas que se atendían sufrían atroces intervenciones completamente al margen de la ley. Tenía que salir de ahí.

—Disculpe, creo que estoy en el lugar equivocado.
—Yo creo que no —replicó la otra mujer sonriente— pero tranquila, es normal que se sienta un poco nerviosa, es el efecto de la novedad, créame que a mí también me pasó, esta clínica puede hacer tantas cosas maravillosas que uno se siente un poco abrumada. Disculpe, mi nombre es Adriana, voy a acompañarla en su llegada, solo necesito su tarjeta de recomendación.

Tenía la tarjeta en el bolso, y la mujer estaba diciéndole que se la entregara ¿Pero qué clase de clínica podía haber ahí? Realmente tenía la oportunidad de dar media vuelta e irse, pero por otro lado, de hacerlo, nunca sabría qué era lo que pretendía la modelo al entregarle semejante información.

—Estoy un poco confundida —dijo con evasivas—, se suponía que esto era una clínica pero...
—Las instalaciones no están aquí —dijo la recepcionista con celeridad pero sin perder un ápice de su simpatía—, este es el sitio donde realizamos la primera etapa ¿Cuál es su nombre?
—Matilde.
—Matilde, es un placer conocerla, quiero que sepa que siempre va a estar acompañada por mí en su llegada, quiero que se sienta en confianza.

Tanta amabilidad podía resultar incluso un poco amenazadora, sobre todo cuando venía de alguien a quien veía por primera vez en su vida. Pero no iba a quedarse con la duda así nada más, así que aún sin sacar del bolso la tarjeta decidió hacer una pregunta apropiada.

—Disculpe, pero el caso es que esto no se trata de mí, es por mi hermana que vine.
—Comprendo.
—No, no estoy segura de que comprenda. Mi hermana sufrió quemaduras bastante graves hace unos días, y los doctores dicen que tendrá que estar en tratamiento por meses, pero que nunca volverá a ser la misma, y en este momento su rostro y su cuello están...

La mujer alzó las manos con las palmas unidas en gesto de súplica, mientras su rostro mutaba de la simpatía original a la compasión, algo un poco extraño porque en su piel no se dibujaba un solo pliegue o marca; si era obra de maquillaje, era muy bueno porque aún a poca distancia parecía real.

—No necesita decir más Matilde, está sufriendo y puedo ver eso con claridad, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad lo notaría, mucho más yo que estoy dedicada a hacer mi mejor esfuerzo por ayudar a los que pueda desde mi posición.
—Si pero...
—Lo que es importante que entienda Matilde, es que puede ayudar a su hermana, se lo digo de todo corazón. Deme la tarjeta y las acompañaré para que lo vean por ustedes mismas.

Desconfiar de una promesa como esa era lo más racional, pero el sentimentalismo le indicaba que no podía dejar pasar alguna posibilidad por extraña que fuera, y de hecho mientras se entrevistaba con Roberto lo que pensaba era en cuánto podría destinar a los tratamientos de su hermana. Extrajo la tarjeta lentamente desde su bolso y se la entregó a la recepcionista.

—Muchas gracias. Si gusta puede decirle a su hermana que venga.
—Ella no está aquí.
—Entiendo —dijo la mujer con prontitud—, es comprensible, seguramente usted no quiso hacerle pasar algún mal momento si es que le dábamos una noticia negativa; no hay problema, la acompañaré ahora mismo, solo deme un momento para archivar esta tarjeta de recomendación.
— ¿No va a preguntarme de donde obtuve esa tarjeta?

La mujer se inclinó ante el mesón de recepción mirándola levemente sorprendida.

—De ninguna manera, la confidencialidad es parte de nuestro estilo de trabajo, usted sabe que para muchos es importante mantener cierta discreción, pero es lógico que quien le entregó la tarjeta lo hizo no solo porque confía en usted, sino además porque esta consciente de la gran diferencia que se puede hacer aquí.

Matilde se sentía "abrumada" como dijera la propia recepcionista ante tal muestra de empatía por un caso que en términos prácticos era de una desconocida que ni siquiera estaba ahí. Si se trataba de seguir las palabras que dijera esa mujer, las maravillas del mundo estaban garantizadas, pero había que reconocer que todo trabajador tenía una obligación contractual  de defender la marca a la que perteneciera por mucho que nada de lo que estuviera pasando sonara similar a algo reconocido ¿Por qué una clínica no aparecía en internet donde se podía encontrar casi de todo?

—Acompáñeme por aquí.

Guiada por la recepcionista mientras trataba de entender lo que sucedía, Matilde traspasó el umbral de la siguiente puerta, encontrándose con una sala muy iluminada con sillones de estilo moderno y colores llamativos en torno a una mesa transparente donde había una serie de recipientes y una pantalla.

—Matilde, antes que comencemos es muy importante explicarle que nuestro servicio se realiza sólo a las personas indicadas y es parte de nuestro protocolo de atención que la información se mantenga bajo cautela, porque gracias a eso podemos seguir creciendo.
— ¿Qué quiere decir con mantener bajo cautela?
—Me imagino que nunca antes había escuchado de nosotros ¿Verdad?
—Sí, es verdad.
—Esa es nuestra garantía, que cualquier persona que se atienda aquí puede tener asegurado un servicio de calidad inigualable y sin lo molesto que resulta la presencia de gente inapropiada como medios de comunicación o curiosos, usted entiende.

Por supuesto, a una modelo como Miranda Arévalo la publicidad podía parecerle molesta, sobre todo en el caso de ser una figura que hablara a favor de la vida sana y en contra de las intervenciones quirúrgicas, aunque sobre eso no podía estar segura; pero si la clínica era frecuentada por personas del espectáculo, estaba claro que no querían publicidad si eso no era beneficioso.

—Ahora mismo no tengo imágenes del caso de mi hermana.
—Eso no es importante en este momento. Permítame mostrarle algunos casos en los que hemos tenido éxito en el tiempo más reciente Matilde, siéntese aquí a mi lado. Me decía que su hermana había sufrido quemaduras en la cara ¿Me podría indicar en que zona es eso?
—Las quemaduras son principalmente en la zona de la mejilla izquierda, el cuello, hombro y el brazo, el doctor dijo que eran de segundo grado profundo.

La mujer desplazaba los dedos por rapidez con la pantalla táctil de una carpeta a otra, hasta que se detuvo e ingresó en ella.

—Estos casos son menos comunes que otros, pero aquí hay uno, se trata de un hombre de cuarenta y cinco años, un accidente en su casa en la playa, ya sabe que a veces hay electrodomésticos que no funcionan correctamente después de varios meses de desuso; como puede ver, quemaduras en la cara, en su caso fue en el mentón y parte de ambas mejillas.

La imagen que apareció en primer lugar tenía la parte superior del rostro difuminado para evitar reconocimiento, pero de hecho el mentón estaba afectado por quemaduras similares a las que tenía Patricia. Poco a poco Adriana fue pasando por una secuencia de imágenes.

—Mire, estas son las fotos que tomamos en los primeros quince días, y luego van avanzando cada quince hasta finalizar la segunda etapa, en total son dos meses.

El resultado era tan impresionante como los que se mostraban en televisión en los comerciales de cremas para el rostro, solo que en vez de disminuir arrugas, las quemaduras iban desapareciendo lentamente a lo largo del periodo, dejando ver nuevamente una piel lozana y saludable como si esta siempre hubiera estado bajo la parte lastimada. Nada de eso era parecido a lo que había visto en la consulta  o el desesperanzador resultado de una simple búsqueda en internet.

—Es muy impresionante.
—Es verdad, yo misma no dejo de sorprenderme al ver los cambios y como es que lo hemos conseguido en poco tiempo. Ahora —la miró los ojos muy seria—, es necesario que hablemos de otro tema.
—Espere —intervino Matilde aún sin salir de su sorpresa—, si este sistema que tienen es tan bueno ¿Por qué no es público, por qué nadie lo conoce?

Hipotéticamente una pregunta como esa habría sido un poco conflictiva, pero Adriana una vez más dio muestras de su evidente capacidad de evitar los puntos débiles de cualquier argumento.

—La respuesta es sencilla Matilde y usted me leyó el pensamiento, porque la razón es que es muy costoso. Muy pocas personas pueden permitirse un tratamiento como este, imagine lo angustiante que sería para una persona que no puede acceder a algo como esto, saber que otros lo hacen frecuentemente, eso solo generaría odio y resentimiento en ambos lados de la moneda, y créame cundo le digo que no por ser costoso significa que no tratamos de ayudar a quienes lo necesitan. Mientras hablamos, expertos en el tema hacen su mejor esfuerzo para conseguir que los métodos estén a disposición de  las autoridades correspondientes para que hagan lo necesario; de seguro en un futuro cercano eso será posible, de momento queremos ayudar a quien puede hacerlo también por sí mismo.

Que el tratamiento fuera costoso era lógico de acuerdo al nivel de clientes que supuestamente tenían, aunque eso desde luego era una amenaza para sus ideas.

—Dice que es costoso y estoy de acuerdo en que los resultados que me muestra son sorprendentes, pero ¿cuál es el nivel de éxito que tienen?
—Nuestro nivel de éxito es de un cien por ciento —explicó la mujer con sencillez—, en mejora de marcas en la piel, y de un noventa y ocho por ciento en el caso de quemaduras como las que estamos comentando; con esto quiero decir que el restante dos por ciento tienen una mejoría que es similar a esta etapa como resultado final.

Señaló una imagen de la misma secuencia un par de fotos atrás, donde lo único que quedaba de las quemaduras era relieve mínimo y algo de enrojecimiento, lo que perfectamente podía pasar inadvertido solo con algo de maquillaje. No tenía sentido seguir extendiendo la duda, si había llegado hasta allí, era imprescindible saber siquiera si podrían financiar algo como ese tratamiento que parecía un auténtico milagro.

— ¿Cuánto cuesta el tratamiento?
—Aproximadamente cuarenta y cinco mil dólares.

Increíble suma de dinero a cambio de un increíble tratamiento que prometía curar las quemaduras que de lo contrario quedarían para siempre en el rostro de su hermana. Parecía un precio justo, pero para su nivel de vida era exorbitante.

—Es bastante elevado.
—Tiene razón Matilde, pero tal vez usted necesite hablar con su contador o su agente para tener una idea más clara de la suma en general, si desea puedo facilitarle un teléfono para que haga las llamadas correspondientes.

Solo en ese momento la joven reaccionó a algo que estaba relegado a un segundo plano. Seguía vistiendo el atuendo elegido para la entrevista de trabajo poco antes, por lo que probablemente la mujer de ese lugar había asumido que se trataba de alguien de mucho mayor poder adquisitivo de lo que en realidad era, de ahí que en ningún momento cuestionara su capacidad de pagar y sí había hecho referencia a tener una idea de cuánto estaba invirtiendo. A esas alturas no podía saber si habría obtenido el mismo tipo de atención si llegara vestida con algo más casual, pero eso perdía importancia al recordar que tal vez ni siquiera habría llegado allí de no ser por la tarjeta, y la propia Adriana le había indicado que el motivo por el que se mantuviera en reserva el tratamiento era el costo del mismo y el deseo de los pacientes de tener privacidad. ¿Creería que ella era una alta ejecutiva, una dueña de algo?

—Sí, creo que necesito el teléfono.

La mujer volvió en un segundo con un inalámbrico metalizado y lo depositó en la mesa.

—Voy a darle un poco de espacio, vuelvo en un instante.

Se alejó hacia la puerta por la que habían entrado, pero se detuvo.

—Matilde, creo que es importante decirle algo antes que hable con su agente de finanzas.
— ¿De qué se trata?
—No hay mucho tiempo disponible para tomar la decisión correcta —dijo la mujer sinceramente—, según mi experiencia, a veces lo que sentimos en primer momento suele ser lo que debemos, después de lo cual vienen los cuestionamientos, que pueden ser por los motivos correctos pero no en el sentido que queremos.

Sin decir más salió de la sala, dejando a Matilde sola ante el teléfono. Aquello era casi risible ¿Por qué seguía allí ante una oferta de un costo de cuarenta y cinco mil dólares? ¿Acaso ella podía pagar esa suma? De manera automática recordó que sí había una forma, al menos de manera hipotética de financiar semejante gasto, y era a través de la casa que sus padres habían comprado y dejado en arriendo años atrás; esa propiedad era bastante costosa y se encontraba en una buena zona en el sector costero, de modo que no solo tenía una buena plusvalía, sino que el dinero del arriendo iba directo a una cuenta que ellos jamás tocaban, porque como decía su padre, el dinero podía servir en alguna emergencia.
Pero la casa no estaba a su nombre, no podía simplemente decidir qué se hacía con ella y aunque así fuera, aún tendría que realizar todo un trámite de desalojo de los inquilinos y esas cosas llevaban tiempo. Pero una propiedad podía hipotecarse.

—No, no puede ser.

Estaba haciendo castillos en el aire ¿Quién le decía que en primer lugar eso podía hacerse? sopesando las posibilidades resultaba muy probable que se pudiera pero ¿Qué dirían sus padres? Verdaderamente era mucho dinero, pero valía la pena el riesgo.

— ¿Qué hago?

Valía la pena el riesgo pero ¿valdría para Patricia? ¿sería ella capaz de entender que se haría eso por ella como por cualquiera de la familia, o en el estado en que estaba diría que era dinero perdido y que ya no tenía importancia? No, no podían permitirle eso, si era necesario la obligarían, pero de hacerlo sería la solución a todos los problemas, tenía en el horizonte la posibilidad de regresar el tiempo. Marcó un numero en el teléfono, uno que conocía de memoria no por uso, sino porque era antiguo, de Carlos Soria, un viejo amigo de la familia que se encargaba de los asuntos financieros; cuando eran niñas y estaban en su casa jugaban con su teléfono y llamaban a otro de la misma residencia, llamada que nunca se realizaba pero que fomentaba sus juegos. El hombre de voz rasposa contestó con su habitual tranquilidad.

—Diga.
—Don Carlos, soy Matilde.
—Cariño —replicó él alegremente—, qué alegría, dime cómo esta Patricia, espero que hayan recibido mis saludos.
—Claro que sí, muchas gracias por preocuparse.
—No hay nada que agradecer.
—Patricia está en recuperación. Don Carlos —siguió haciendo acopio de valor—, necesito hacerle una pregunta ¿Es posible hipotecar la otra casa de mis padres?

Podía ver la línea formándose horizontal en la frente de Soria; era un hombre mayor que ya no salía mucho por diversas razones de salud, pero eso no había minado su increíble aptitud para los negocios. Un segundo después ya debía haberse hecho mil ideas en su mente.

—Matilde, los costos de la urgencia fueron saldados por El cuerpo de policía, y según sé, el tratamiento corre por cuenta de un centro con financiamiento solidario además de lo que corresponde al Seguro institucional.
—No se trata de eso —replicó ella en voz baja—, es decir, no directamente; escuche, mis padres y yo vamos a hablar con usted en breve para darle detalles de lo que va a suceder, pero en primer lugar necesito saber si es posible hipotecar esa casa.
—Si necesitan un crédito puedo hablar con...
—No —lo interrumpió tratando de sonar natural—, es más dinero, ¿por favor podría decirme?

Eso no iba a gustarle, primero por su olfato y segundo por su amistad con la familia, pero si quería hacer algo al respecto, necesitaba más información, igual que ella.

— ¿Cuánto dinero es el que necesitan Matilde?
—Cuarenta y cinco mil dólares.
—Y es una suma en dólares —se asombró el hombre con una leve exhalación—, tengo que ser honesto contigo cariño, me preocupa escuchar eso ¿Acaso lo de Patricia se complicó, le sucedió algo a Rosario o a Benjamín?
—No es nada de eso, es solo que hay una opción, estamos evaluando un tratamiento alternativo y es algo costoso, pero en primer lugar necesitamos saber si es posible hipotecar esa propiedad.

Sucedió un breve silencio, en el que el hombre estaba evaluando qué hacer o qué decir; estaba claro que sus padres recibirían muy pronto una llamada y quizás antes que ella pudiera decirles en persona, pero ya había dado el paso y tenía que resolver esa duda.

—En un caso potencial, es posible —respondió con cautela—, pero hay que hacer una serie de cálculos, no es tan sencillo como decir que se hace y está hecho.
—Tiene razón en eso —coincidió ella para ganar tiempo—, pero saber que es posible es un buen avance. ¿Cree que podría cubrirse esa suma?
—Es probable aunque riesgoso. Matilde, me veo en la obligación, como amigo de la familia, de decirte que cualquier tipo de transacción de esta magnitud es sumamente compleja y que requiere de un estudio previo, no pueden hacer ningún tipo de compromiso, no importa bajo que circunstancia, sin estudiarlo antes.
—Lo entiendo.
—Matilde —continuó él con voz muy seria—, por favor dime que no han firmado nada sin consultarlo.

En ese momento entró en la sala la recepcionista con su andar suelto y natural, mirándola sonriente; venía con un documento impreso en las manos.

—Se lo aseguro.
—Nada Matilde. Ni una sola firma.
—No se preocupe. Lo llamaré, hasta luego.

Cuando colgó se sentía lívida, como si de alguna manera el hombre estuviera viendo lo que pasaba alrededor de ella a pesar de la distancia; Adriana se sentó a su lado y depositó el documento sobre la mesa.

— ¿Algún problema?
—No —respondió intentando sonar natural—, todo está bien.
—Matilde —dijo la mujer muy seria—, necesito preguntarle si ya tomó una decisión.
—Sí, la tomé, y realmente quiero ayudar a mi hermana.

Cualquier posible muestra de euforia en la mujer quedo completamente disimulada en caso de existir, y solo se limitó a asentir.

—En ese caso solo tiene que decirle que venga, y firmar el contrato de confidencialidad.
— ¿Contrato de confidencialidad?
—Es simple burocracia —explicó la mujer sin dar ni quitar importancia al tema—, un requisito para que todos los pacientes tengan la misma tranquilidad, y la posibilidad de cambiar sus vidas por completo.

Desde luego que tenía que haber papeleo, pero aun llegada a ese punto no había pensado en esa posibilidad.

—Creo que tendría que llevarlo con mi asesor.
—Me temo que tendría que ser al contrario Matilde, necesito pedirle que lo firme aquí, aunque si lo desea por supuesto que puede pedirle a su abogado que venga, estoy segura de que no habrá problema.
—Si mi hermana va a ser la beneficiada, ¿Tendrá que firmar ella?
—Nuestro protocolo indica que tiene que firmarlo quien tiene la tarjeta de invitación, por lo tanto será usted y personalmente creo que será también un alivio para su hermana no tener que someterse a este tipo de entrevistas. De todas maneras quiero recordarle para su tranquilidad que dentro de nuestro protocolo de atención, el costo del tratamiento en su totalidad solo será cobrado en caso de llegar a término con el resultado proyectado en el momento del diagnóstico, gracias a eso es que usted y su familia saben que tienen nuestro apoyo de manera íntegra.
—Sí, claro.
— ¿Entonces va a llamar a su abogado?

La cabeza se le estaba volviendo un nudo en ese momento, necesitaba pensar y no lo haría en ese sitio, eso sin contar con Soria y lo que pudiera pasar con sus padres. Debía ganar algo de tiempo, y si Adriana la creyó una mujer de mucho más dinero de lo que era, podía aprovechar eso en su favor.

—Tengo una reunión en unos minutos, volveré con mi abogado si no es problema.
—Por supuesto que no es problema, la esperaré. ¿Quiere que le pida un taxi o vino en su auto?
—Pídame el taxi si no es molestia —replicó en voz baja mientras se ponía de pie—, le agradezco por toda la explicación, es muy importante.
—Todo lo que pueda servir para ayudar es poco —dijo la mujer sonriendo—, pero aunque no debiera adelantar nada de manera oficial, creo que es bueno que sepa que la vida de su hermana no solo puede volver a ser lo que era antes de ese momento tan dramático, sino que puede ser mucho más.

Avanzaron hacia la puerta, y la joven volteó para mirar el contrato que reposaba sobre la mesa donde momentos antes estuvieran viendo las sorprendentes imágenes que podían replicarse en su hermana. Parecía haber tan poco que la separaba de una nueva vida.




Próximo capítulo: Algunos días soleados. Primera parte




Por ti, eternamente Capítulo 26: A través de las cámaras



Víctor se sentía muy nervioso mientras Álvaro montaba el trípode para ubicar la cámara junto al auto en donde se habían desplazado hasta ese momento; estar hablando por televisión le parecía bastante absurdo en realidad, pero atreverse a decir de manera pública todo aquello a lo que había estado expuesto durante ese tiempo resultaba muy fuerte, exigía que sacara a flote los sentimientos que había estado reprimiendo para poder darse fuerzas. En tanto Romina estaba conectando una serie de cables.

—Escucha, ya mandé avisos a los contactos que nos quedan en los medios de comunicación, avisando que saldrás al aire, pero igual hay que esperar más. Creo que sería bueno que practicaras un poco lo que vas a decir.

Víctor se lo pensó un momento.

—No. No es necesario, sé lo que tengo que decir.

No era ninguna clase de momento mágico, no estaba teniendo una iluminación o algo por el estilo, pero si lo pensaba detenidamente, tener a Ariel en sus brazos lo hacía sentir bien, en su compañía tenía seguridad, y solo esperaba que el pequeño también sintiera lo mismo.

—Ya está —dijo Álvaro—, solo tengo que conectar la cámara aquí ¿Tienes listo el cableado?
—Todo listo —repuso ella alcanzándole un conector—, ahora el router está operativo, y mira, tenemos buena conexión aquí, estamos cerca de la siguiente zona poblada y eso nos sirve de mucho.

El nerviosismo iba en aumento, y en ese momento los dos periodistas se miraron fijamente; después de eso no había vuelta atrás.

—Estamos conectados.
—Cielos, nunca creí que el canal on—line que hice cuando estábamos en la universidad iba a ser tan importante justo ahora. Estamos conectados y hay cero visitantes.

Se hizo un incómodo silencio; para que la transmisión tuviera utilidad, tenían que transmitir en directo, era imperativo que los medios de comunicación estuvieran atentos a lo que pasara, era el único medio para lograr el impacto que planearan antes.

—Espera, mándale un mensaje directo al tipo del foro de apoyo.

Arturo.

— ¿Es del que me hablaron antes?
—Si, como te dije suponemos que es amigo tuyo.

Tenía que ser Arturo, no podía ser otro.

—Hecho. Cielos, éste tipo sí que está comprometido, dice que todos los días le mandan mensajes falsos.
—Dile que el bebé estaba escondido en el baño mientras el grandote sacaba las cosas.
— ¿Qué?
—Hazlo.

Álvaro tipeó rápidamente en el teclado portátil que tenía conectado a la serie de cables. La respuesta no se hizo esperar.

—Oh por Dios, parece que te conoce, dice que quiere hablar contigo.

Era Arturo. Pero no podía hablar con él.

—Dile que necesito su ayuda, que me ayude a salir en televisión, que ponga el canal tuyo en su foro.
—Hecho. Cielos, trabaja rápido, dice que ya lo hizo...espera…el canal ya tiene una visita, cinco, siete, vamos en aumento.

Pero esa vez Romina no estaba tan entusiasmada.

—Eso no es suficiente. Necesitamos mucho más, pero no tenemos tiempo.
—Las visitas siguen en aumento.

La mujer marcó en su celular un número que nunca creyó tener que volver a marcar.

—Benjamín...sí, soy yo...espera, espera, no cortes...lo sé, pero escúchame, solo ésta vez...

Álvaro no dijo nada, pero sabía que estaba llamando a un tipo con el que había tenido un amorío tiempo atrás, y con el que habían terminado en pésimos términos gracias a ella. Estaba dando su máximo para ayudarlos.

—Escucha...Víctor Segovia, se trata de él... Sí, es en serio, estoy junto a él ahora mismo. Estoy conectada a un canal en línea, va a salir en un momento más...sé que no tienes muchos motivos para creerme, pero no quiero crédito, todo será tuyo, solo toma la señal y muéstrala, es importante y lo sabes.

Se hizo un nuevo silencio. Finalmente ella se tranquilizó.

—Estupendo. Te daré los datos ahora mismo.

Mientras ella lo hacía, Álvaro guió a Víctor al capó del automóvil.

—Creo que es mejor que salgas con el bebé, la verdad.
—Sí, tienes razón.
—Escucha, es importante que sepas muy bien lo que vas a decir, porque no sé cuánto tiempo vamos a estar al aire; puede ser que nos intercepte la policía, o que colapse por muchas visitas.
—Está bien.
—De todas maneras grabaré para tener un respaldo, pero ahora mismo lo importante es que digas lo que tienes que decir. Confío en ti.
—Gracias.

Romina colgó y se enfrascó con Álvaro en una discusión técnica de números de visitas y canales de televisión, mientras Víctor seguía de pie junto al capó del automóvil con Ariel en sus brazos; estaba tan cansado, sentía que había caminado horas, y el cuerpo le rogaba por descanso ¿habría podido escapar de Armendáriz si no fuera por ellos? En esa ocasión tenía, al fin, la oportunidad de decirle al mundo la verdad, y eso más que animarlo, lo presionaba más. Pero no podía detenerse. La voz de Romina lo devolvió a la realidad.

—Oh por Dios...
— ¿Qué pasa?
—Funcionó, hay un canal que está colgado de nuestra señal, tu cara está en pantalla. Estás ante miles de personas.

Y solo estaba mirando una cámara con un punto rojo palpitando a un costado. Sintió que el estómago se le comprimía.

2

Eva estaba sentada en la sala de la pensión, silenciosa y sola mientras un programa en televisión pasaba sin importancia alguna. Pero el programa fue interrumpido por un extra de noticias, buena idea tener más noticias malas.

—Interrumpimos nuestras transmisiones para informarles de un hecho que se está dando en éste preciso momento en algún lugar del país. El hombre conocido como Víctor Segovia está transmitiendo una señal en línea a través de internet, y al parecer, después de todos estos días desaparecido junto con el menor que sustrajo de brazos de su madre, va a hacer algún tipo de declaración.

—Víctor...

Sintió que su corazón daba un vuelco; desde aquella fatídica mañana en que había tenido que delatarlo, no solo había tenido que exponerse a interrogatorios que no le traían buenos recuerdos, sino que además se sintió progresivamente más  culpable por lo que hiciera, pero verlo de nuevo, en un recuadro a un costado de la pantalla, era un gran alivio.

—Recordemos que el sujeto fue...

El hombre siguió hablando, mientras el rostro de Víctor, mucho más delgado, miraba la pantalla con evidente nerviosismo; ¿qué habría pasado durante estos días?

3

El celular de Armendáriz anunciaba una llamada y tres tipos distintos de mensajes en entrada mientras el oficial conducía a toda velocidad rumbo a la estación del tren más cercana a la casa donde dejara al encubridor de Segovia; estaba seguro de que estaba escapando por ahí, y para bien o mal era otra vez el único lo suficientemente cerca como para hacer algo, los equipos que solicitó aún tardarían en llegar a la zona.

— ¿Qué sucede?
—Está en televisión.

Tuvo que frenar para no estamparse contra algo.

— ¿Qué estás diciendo?
—Está en televisión, lo están dando en directo. En poco rato va a ser cadena nacional.

De entre las muchas cosas extrañas e inexplicables que habían sucedido en todo ese tiempo, esa quizás era la que menos esperaba, pero una de las que le parecía más lógica de parte de Segovia; respiró profundo.

—Llama a los analistas, tienen que descubrir dónde diablos están transmitiendo, debe ser cerca de donde les dije, ha pasado muy poco como para que se aleje más. Me avisan cualquier cosa.

Cortó y volvió a poner las manos en el volante; el tiempo apremiaba más que nunca.

4

Álvaro le hizo un gesto a Víctor. Era el momento de hablar, ahí en medio de la nada, junto a dos periodistas que por alguna luz del destino trataban de ayudarlo, y enfrente a una cámara que tenía que hacer que el mensaje llegara a quien fuera necesario.

—Mi nombre es Víctor.

Sus primeras palabras fueron débiles. Sabía que lo que se veía de él concordaba más con la imagen que seguramente tenía de él la gente, un tipo con heridas y demacrado. Suspiró y continuó.

—Hace un tiempo —dijo con más fuerza—, una mujer quedó embarazada de mí, pero por cosas de la vida nunca me lo dijo; Magdalena tenía un grave cáncer, pero ella se alejó de su familia porque ellos, la familia De la Torre, tienen negocios sucios, pertenecen a la delincuencia a diferencia de ella, y Magdalena no quería que su hijo viviera en ese mundo; por desgracia el cáncer estaba acabando con ella, así que me contactó y me pidió que me hiciera cargo del pequeño. Y yo no sabía si iba a poder, no sabía cuánto amor o dedicación iba a necesitar para cuidar de un bebé indefenso, pero me comprometí a cumplir con la promesa que había hecho.

Recordar a Magdalena de esa forma hizo que la imagen y la voz de ella aparecieran vívidamente en su mente, pero hizo un esfuerzo y se controló, aún no terminaba.

—Sé que cometí errores, sé que no hice las cosas como debería haberlas hecho, pero de un momento a otro tenía un niño en mis brazos, Magdalena estaba muerta por el cáncer y la gente de Fernando de la Torre me amenazaba, no podía hacer nada ante eso. Cuando quise recurrir a la policía era demasiado tarde, todos estaban siguiéndome y habían tantas mentiras...tal vez nadie crea en lo que estoy diciendo o quieran verme en la cárcel, pero cuando un bebé depende de ti, tú solo...

Romina estaba al borde de las lágrimas, nunca había creído que hacer algo sólo por ayudar a alguien más podía hacerle tan bien a sí misma.

—Yo no sabía que podía sentir tanto amor, pero tener a mi hijo en mis brazos hace que sepa cuanto de lo que no sé, soy capaz de hacer, y si en éste tiempo me han quedado heridas o marcas por protegerlo, me basta con sentir su respiración para que todo valga la pena.
No sé cómo es que todo el mundo piensa que soy un criminal, o tal vez haya dinero o poder de por medio; quizás sea necesario que yo esté presente para empezar a aclarar todo esto, pero hay gente muy peligrosa siguiéndome, y mientras Ariel esté en peligro, no voy a volver. Prometí que mi hijo iba a estar a salvo del peligro y de su familia señor De la Torre, y voy a seguir luchando para cumplir esa promesa; no importan las mentiras o su dinero, mientras haya peligro voy a seguir luchando, no me importa si estoy herido, aunque esté solo, aunque todos estén en mi contra, voy a seguir peleando para proteger a mi hijo, porque Ariel es mi hijo, nunca me voy a rendir.

Sin notarlo había pasado del control y el nerviosismo a la emoción; sentía la boca seca y la cabeza le daba vueltas, pero había dicho todo lo que sentía que tenía que decir. En ese momento Álvaro apagó la cámara.

— ¿Qué pasa, funcionó?
—Por supuesto que funcionó hombre, saliste en directo. Las redes sociales y los teléfonos del canal deben estar explotando de llamadas.
—Hablaste desde el corazón —intervino Romina—, hiciste lo correcto, pero tenemos que irnos de aquí ahora mismo.
— ¿Por qué?
—Porque pueden rastrear la transmisión, y acabas de decir que todavía no vas a volver. Te sacaremos del camino.

Víctor respiró profundamente, tratando de volver a su ser.

—Les agradezco mucho lo que están haciendo por mí.
—No des tantas gracias, mejor vamos.

Los dos siguieron desconectando cables, mientras Víctor se movía cerca del auto. Recordó la etiqueta y trató de ponerse de cuclillas.

— ¿Qué ocurre?
—Olvidé la etiqueta —replicó mirando al interior el auto—, se me cayó cuando nos estacionamos.

Ella se acercó y medio doblada entró en el vehículo, quitándolo de en medio.

—Tienes razón, estaba a punto de tomarla, dame un segundo y la saco.

Unos momentos después Romina se incorporó con la etiqueta de género entre las manos; el trozo de tela bordada estaba rasgado por un costado, pero aunque era evidente, la mujer se quedó mirándolo fijamente.

—Lo siento, la rompí —dijo distraídamente—. Víctor ¿Qué es esto?
—Estaba entre la ropa de Ariel, ¿está muy estropeada?
—No es eso Víctor... Ésta etiqueta tiene algo dentro.

Los dos hombres se quedaron en silencio mientras ella extraía algo de entre la tela. Cuando terminó, tenía un pequeño objeto gris entre los dedos.



Próximo capítulo: Buen corazón