Por ti, eternamente Capítulo 23: Despertando




"Hace dieciocho días que seguimos ésta noticia, y todos los medios de comunicación seguimos pendientes de la noticia del mes. Hasta el momento nadie, absolutamente nadie, puede asegurar donde está Víctor Segovia ni el pequeño Ariel de la Torre, lo que ha convertido a ésta conmovedora historia en un caso digno de no olvidar.
Hace veintidós días Víctor Segovia, por razones que se mantienen en reserva por ser parte de la investigación, se llevó consigo al pequeño de brazos de su madre, iniciando una insólita huida, en la que se intentó detenerlo en más de una ocasión, pero lo complejo del caso y el riesgo de daño para el infante complicaron todo, resultando en el camino una serie de heridos, e incluso un hombre muerto;  según versiones de cercanos, este hombre fallecido sería un trabajador y cercano a la familia del infante, quien junto con otros habría iniciado una labor de búsqueda. No se sabe mucho sobre el confuso incidente que causó su muerte, pero sí está claro que el hecho ocurrió en la carretera que une San Andrés y Santa Marta, donde además se descubrió que una pareja de periodistas aparentemente estarían involucrados en el escape de Segovia en sus primeras etapas. Hasta el momento la policía ha hecho todos los esfuerzos por mantener celosamente protegido los detalles del caso, arguyendo la necesidad de mantener reserva para evitar un mal desenlace, a pesar de que en un principio se asumió que Segovia habría muerto junto al pequeño al caer por un barranco en el bosque en el que se internó al tratar de huir, posteriores investigaciones dejaron en claro que tanto él como el niño sobrevivieron, lo que lleva a toda la ciudadanía a hacerse la pregunta: ¿Dónde están?
Ahora vamos a ver una nota con todo..."

Fernando de la Torre apagó el televisor mientras su esposa, Ingrid, se sentaba a su lado ante la mesa del comedor.

—Amor, no es bueno que veas constantemente esos reportajes.
—No puedo dejar de estar pendiente —replicó él—, amor, ésta situación está fuera de todo lo que creímos que podría pasar. Segovia está vivo, de eso estoy seguro, pero alguien debe estar ayudándolo.

La mujer sirvió café mientras tanto.

—Eso tiene sentido, pero me asusta pensar en eso Fernando; si alguien lo ayuda, significa que lo de llevarse al niño estaba planeado desde el principio.

Él también había pensado en eso muchas veces durante las más de dos semanas que habían transcurrido; no le gustaba la idea, pero por más que pensaba, no conseguía entender quién o qué querría de él.

—Si todo esto estaba planeado de antes, no tiene sentido que simplemente desaparezca. No han pedido dinero, ni me han amenazado, nada, nada que tenga cara de algo en particular. Y eso me preocupa.

2

Álvaro se acercó a la puerta de su departamento y abrió sin preguntar quién era.

— ¿Disfrutando de la cesantía?

Romina entró sin pedirlo; estaba vestida con pantalones cargo, camisa y botas, y llevaba el cabello atado simplemente en una cola y cargaba una mochila. Él estaba en buzo y con cara de circunstancia.

— ¿Qué haces aquí?
— ¿Interrumpo algo?

Álvaro la miró con una media sonrisa que no por irónica dejaba de ser divertida.

—Ahora bromeas conmigo por lo que veo. ¿Qué haces aquí?

La joven se sentó en el sofá mientras él se sentaba enfrente sin entender mucho. Desde lo de la desaparición de Segovia, habían perdido un poco de contacto, por un lado porque la policía seguía realizando entrevistas y ellos formaban parte de los interrogados, y además porque tenían que tratar de encontrar algún modo de sobrevivir cuando las puertas del área periodística se cerraban  cada día más.

—Escucha, sé que nuestra situación es complicada...
— ¿Complicada? Ahora sí que estás jugando conmigo Romina —la interrumpió él mirándola con las cejas alzadas—, tuvimos un "accidente" en la carretera, la policía nos quitó los datos de Segovia, nos prohibieron hablar y los medios no quieren contactarnos porque somos más útiles como entrevistados que como periodistas.
—Álvaro...
—Incluso supe que un abogado del fisco quiere implicarnos como colaboradores.

Romina suspiró. No esperaba que su amistad se viera afectada, pero no lo permitiría, no tan fácilmente.

—Escucha. Todo éste tiempo me ha servido para pensar, y si lo ves desde el punto de vista de Segovia, tiene mucho sentido que quiera esconderse.
—Si es que está vivo. ¿Adónde quieres llegar?

Ella tomó aire. Un mes antes se habría reído de la imagen de sí misma diciendo lo que iba a decir, ahora le parecía por completo lógico.

—Sabes que se ha formado un gran grupo de gente que apoya a Víctor.
—Sería imposible no saberlo, eso lo comenzó algún amigo de Segovia, y se ha ido agregando gente, están en las redes sociales, a diario ese tipo incógnito sube información de él, afirma que es su amigo y que Segovia es el padre. Mucha gente lo sigue y manda mensajes de apoyo.
—Y tiene a la policía loca, porque es un elemento distractivo para ellos. Mira, lo que tenemos que hacer no es un reportaje sobre el caso, eso lo están haciendo todos los canales. Lo que tenemos que hacer es emitir señal en vivo, con Segovia diciendo toda la verdad.

La reacción de Álvaro fue mucho más dramática de lo que ella se había imaginado desde antes. Se puso de pie como activado por un resorte, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

— ¿Qué? ¿Estás....estás loca?
—Probablemente Álvaro, pero eso es lo que tenemos que hacer, estoy segura. Me conseguí una cámara de vídeo profesional, la conexión se puede hacer a través de internet.

Álvaro soltó una risa nerviosa.

—Ya, quieres hacer un contacto en vivo con Segovia para que diga su verdad. ¿Piensas encontrarlo en las páginas amarillas?

Ella también se puso de pie, tratando de hacerlo entrar en su sintonía.

—Sé que suena loco, pero nosotros somos los únicos que estuvimos con  él, y ya lo encontramos antes, podemos hacerlo de nuevo. De entre todos, somos los que hemos estado más cerca de él, eso tiene que servir de algo. Y creo que podemos convencerlo de hablar, de decirle al mundo lo que realmente sucede.

El hombre se quedó mirándola durante varios segundos, sin hablar. Estaba hablando con convicción, pero algo era distinto a todo lo que en años había visto en ella.

— ¿Qué te sucede?

Ella respiró, muy profundo. No podía negarlo.

—Estuve pensando en todo lo que pasó, en el accidente y en esos tipos que me atacaron.
—Uno de ellos está muerto, la policía dice que Segovia lo asesinó.
— ¿Y tú no estarías dispuesto a matar si la persona que amas corriera peligro? ¿Qué pasaría si no tuvieras alternativa?

Se quedaron mirando a los ojos un momento más. En ese momento algo sucedió con el hombre, que experimentó un sentimiento extraño, algo antiguo y básico. Por alguna razón escucharla decir eso, hizo que recordar a sus padres.

—Romina, estás cambiando tus prioridades.
—No es eso —replicó ella. Sintió un temblor en la voz, la garganta apretada, tal vez era miedo de ser tan brutalmente sincera—, más bien fue un cambio de corazón.
—Romina...
—Nadie le ha dado una oportunidad a Víctor, ni nosotros se la dimos.

Álvaro se quedó inmóvil, con la cabeza baja, sin saber que creer o que sentir.

—Ayúdame, acompáñame a buscarlo. Necesito que estés conmigo en esto.
—Esto podría dejarnos sin trabajo de por vida en el periodismo.
—Puede ser, pero siento que necesitamos hacerlo. Por él, pero también por nosotros.

Álvaro se sintió otra vez estremecido, pero se encogió de hombros, sin tener mucho más que decir; aun después de todos los años que se conocían, faltaban cosas que saber el uno del otro.

—Sabes que iré contigo.

3

Cuando recuperó la conciencia, Víctor se sintió momentáneamente como cuando despertaba de una noche de fiesta, con el cuerpo pesado, la cabeza como dentro del agua y los músculos pesados y torpes.

— ¿Que...?

Iba a decir algo, pero el cansancio o lo que fuera lo detuvo; al abrir los ojos se encontró con luz, el techo de algún sitio y nada más ¿qué estaba pasando?
Le costaba moverse, pero giró la cabeza a la izquierda, lo que hizo que viera de forma directa lo que había a su lado.

—Ariel...

El pequeño estaba en una especie de cama, justo a su lado, medio de costado; y lo miraba fijamente, como había sido desde el principio, sin dejar de escudriñarlo con esa intensidad que decía tanto sin palabras.

—Buenas tardes.

La voz no lo sobresaltó, aunque debería haberlo hecho; era como si hubiera sentido antes esa voz, por lo que no le causaba mayor preocupación. Volteó la cabeza hacia el otro lado, y se encontró con un hombre de más de treinta años, sentado a poca distancia. Era moreno, de complexión fuerte y mirada penetrante, y por lo que se apreciaba a primera vista, estaba muy tranquilo.

— ¿Quién eres tú?

Su propia voz se oía lenta y pesada. El otro hombre lo miraba con suma atención.

—Me alegra que despertaras. Mi nombre es Tomás.
— ¿Donde...dónde estoy?
—Estás en mi casa, se podría decir que eres mi huésped. Hace dieciocho días.

Durante unos momentos no comprendió lo que estaba escuchando. ¿Dieciocho días? No tenía noción clara de nada.

—Yo... —murmuró lentamente—, estoy confundido...

Tomás estaba mucho más tranquilo ahora que veía a Víctor recuperar la conciencia; para los tres habían sido días muy difíciles.

—Es normal que estés confundido —replicó poniéndose de pie—, has pasado por muchas cosas. No te muevas, aún estás débil.

Era extraño mirar a ese hombre y no sentir ninguna desconfianza de él, pero el estado en que estaba seguía siendo, al parecer, muy poderoso.

— ¿Qué...qué fue lo que pasó?

Tomás se quedó cruzado de brazos a poca distancia de él.

—En un principio no lo supe con claridad, pero fui armando la historia poco a poco. Tú eres Víctor.
—Sí.
—Mira, para no confundirte más te lo explicaré. Vivo en el bosque hace quince años, lo conozco como la palma de mi mano, y jamás había  visto algo así. Estás vivo de milagro.
— ¿Qué?
—Es la verdad. Sé de donde venías cuando caíste por el barranco, son muchos metros de profundidad, pero a pesar de todo, el bebé no sufrió ningún daño; no tiene una sola herida.

Víctor volteó lentamente hacia el pequeño, que encontró su mirada al instante; sí, en efecto parecía un milagro.

—No puedo creerlo.
—Te encontré deambulando por el bosque la mañana siguiente a cuando desapareciste —explicó sin dramatismos—, estabas fuera de ti mismo, y las heridas que tenías... Francamente estabas en peligro de muerte, delirabas y tenías mucha fiebre; pero aún tenías claro lo que ibas a hacer, solo repetías que no querías que nadie se te acercara, pero eso no era lo único preocupante —hizo una pausa, para él también era difícil—, me costó, pero logré hacer que entendieras que no iba a hacerte daño y con eso acercarme. Lo peor es que habías pasado la noche a la intemperie, y tu bebé estaba enfermo, había cogido un resfriado.

Víctor no recordaba nada de eso, probablemente porque la fiebre era muy alta; lo último que recordaba era su huida, la caída...y el dolor, el dolor de las heridas, y sentir que todo había terminado. Todo eran nubes después.

—Conseguí que entendieras que necesitabas ayuda con el bebé, así que te traje a mi casa. Es increíble, apenas podías mantenerte en pie, pero no permitiste que te alejara del pequeño, y lo más sorprendente de todo fue la reacción que tuvo él.

Víctor volvió a mirar a Tomás, sin poder creer aún todo lo que estaba escuchando; pero sí sabía que ver a Ariel enfermo lo habría asustado mucho.

— ¿Qué pasó?
—Pasó que la preocupación que tenías por él era recíproca, porque el niño solo dejó que me hiciera cargo mientras tu estuvieras  cerca; si te alejabas lloraba, pero al momento de tenerte cerca, volvía a calmarse. La primera noche fue dura, pero la fiebre cedió al amanecer. Pero al día siguiente eras tú el que me preocupaba, habías perdido mucha sangre, y tenías golpes y heridas; como te dije antes, fui rescatista, por lo tanto tengo algunos medicamentos y elementos, pero no sabía si iba a poder curarte. Entonces fue el pequeño quien me ayudó.
—No te entiendo.

Tomás no podía evitar hablar con cierto orgullo acerca de todo lo que había pasado; pero no era orgullo de sí mismo, gracias al cielo estaba más allá de eso, de quien sentía cada vez más orgullo era de ese muchacho, y del pequeño.

—Yo tampoco. O debería decir que lo entiendo pero no lo puedo explicar bien, aunque supongo que podría decir que ustedes dos están conectados, porque así como tú no ibas a permitir allá en el bosque que nadie se acercara a tu hijo, cuando empeoraste, fue él quien te dio fuerzas para continuar.

El joven se volteó otra vez hacia el pequeño. Ahí estaba, mirándolo como siempre y tan indefenso, pero tan poderoso en su significado, y en lo que podía hacer de él como persona; en cierto modo no le sonaba tan imposible como parecía.

—Después de eso me dediqué a cuidar y curar tus heridas, aunque estuviste bastante complicado, pero permanentemente fue él quien te dio la calma y la fuerza. Solo se quedaba tranquilo estando cerca de ti, solo con él cerca te quedabas quieto, y a la larga eso resultó ser lo más efectivo.

Ambos quedaron en silencio unos momentos. Habían pasado tantas cosas, y poco a poco todos los recuerdos más antiguos volvían a  su mente, la promesa a Magdalena, la forma en que había tenido que huir, las amenazas y la persecución de la policía.

—No sé cómo agradecerte —dijo hablando con lentitud—, me salvaste la vida, nos salvaste a los dos.

Tomás se sentó junto a la camita en donde reposaba el pequeño y le dedicó una sonrisa sincera.

—No tienes nada que agradecer —replicó con sencillez—, ya te dije que fui rescatista, eso es parte de mi aunque ahora ya no lo haga. Y ahora que veo que están mejor entiendo que fue la mejor decisión.

Víctor aún estaba bastante confundido, pero sí tenía claro que sentía mucha tranquilidad de saber que Ariel estaba bien y a salvo. Pero las preguntas no dejaban de surgir en su mente.

—No puedo creer que haya pasado todo éste tiempo... Espera... ¿por qué estoy aquí, donde está la policía?

Iba a decir algo más, pero el otro lo silenció con un gesto de la mano.

—No te agites. Mira, para no darle largas, la policía aún está buscándolos, todo es un hervidero afuera.
— ¿Qué, pero cómo es posible, dónde estamos?

Tomás no había querido pensar mucho en lo que estaba sucediendo, ni en las implicancias, pero decir las cosas siempre hacía que fuera mucho más real.

—Te dije antes que fui rescatista, pero ya no lo soy más. Me retiré a éste lugar, me alejé de todo, y el resultado es ésta casa, que está en el mismo bosque donde tuviste el accidente, pero varios kilómetros alejada. Además el lugar está oculto tras un muro de piedra natural y árboles, por lo que es muy difícil que la encuentren; pero tienes que saber algo Víctor: solo es cuestión de tiempo para que la policía, o quien sea, termine por llegar aquí. Lamento decirte que aunque estás recién despertando, tendrás que tomar una decisión.



Próximo capítulo: Sobre la pista

No traiciones a las hienas Capítulo 3: Carroña para la hiena


Gotham, ahora.

“¿Es que acaso no hay nada bueno en ti?”

La maestra estaba arrodillada en el suelo junto a un niño de su misma edad que permanecía inconsciente, Steve estaba a unos pasos de distancia, mirando la escena mientras comía con avidez.

—Me había quitado mi panecillo.
—Lo recuperaste —dijo ella de forma alterada—, lo recuperaste cuando tropezó y se cayó ¿Qué necesidad tenía de arrastrarlo hasta aquí?
—Pensé que si quedaba en el centro del patio podían venir los cuervos y comérselo.
— ¡En esta escuela no hay cuervos! —gritó ella histérica.

La capacidad de Steve para tomar distancia en determinadas situaciones resultaba muy útil en momentos de tensión; eran las cuatro de la mañana, dentro de poco amanecería y la luz del sol inundaría la mayor parte de las calles de Gotham. Siempre le había parecido que los delincuentes y los héroes de esa ciudad tenían la mayor parte de sus enfrentamientos durante la noche porque resultaba más fácil esconderse, sin embargo, después de las frenéticas horas más recientes había llegado a la conclusión de que se trataba de algo mucho más complejo: la noche difuminaba las fronteras entre lo propio y ajeno, entre la seguridad y el peligro, y también entre la vida y la muerte.
A simple vista la ropa que estaba usando parecía común, pero no lo era; ya había hecho todas las pruebas de rutina y en verdad, aunque no lo parecía, estaba usando algo que hacía la diferencia entre ser un sujeto común y la persona que pretendía ser desde ahora.
Llevaba puestos pantalones cargo, una sudadera y una camisa, todos confeccionados con un tipo de hilo resistente a golpes y ataques con cuchillo; se trataba de una malla de alta resistencia que se adhería a la piel y bloqueaba de manera efectiva una gran cantidad de ataques cortopunzantes, las características del material también ayudaban a que los disparos de arma de fuego se desviaran de su curso original y por lo tanto resultaran menos dañinos, convirtiendo el impacto de una bala en un golpe metálico. Las botas de caña alta y gruesa suela parecían muy pesadas y eran en apariencia similares a las que usan los montañistas, pero eran ligeras y le proporcionaban algún efecto resorte en saltos de altura o golpes de pie.

En un principio hizo las pruebas correspondientes con algo de desconfianza, sin embargo cuando comprobó las características que se le habían indicado en un principio, se probó el traje y se fue hasta una zona abandonada en la periferia de Gotham, en donde practico parkour comprobando que el calzado le permitía alcanzar mayores alturas y distancias en salto, y que ante caídas el material aislante de la ropa disminuía el impacto físico.
La noche siguiente a la que recibió el equipamiento, pasada la medianoche, salió de la casa cubierto con otra ropa para evitar que alguien pudiera reconocer el atuendo, y una vez que se encontró a distancia prudente se deshizo de la ropa y quedó con el traje; bajo esas ropas de colores negros y grises, y una vez que se cubrió la cabeza con el gorro del mismo tipo de tela, se sintió de verdad preparado para continuar con sus objetivos; si bien parecía un pasamontañas común, la estructura del gorro estaba protegida por dentro con una malla de metal que lo convertía en un casco, además de que los espejuelos estaban hechos de un material que permitía ver con más claridad en la noche. El cinturón de herramientas que tenía adherido a la ropa sobre el lado izquierdo corría desde el hombro hasta la cintura, y poseía una serie de compartimientos, en los cuales disponía de una serie de artefactos capaces de generar distracciones lumínicas y auditivas. No le habían proporcionado ningún arma, pero a desprecio de ello, los antebrazos del atuendo estaban reforzados con una varilla metálica que iba desde el codo a la muñeca, y que en determinado caso sería muy útil para bloquear golpes o incluso darlos. Habría preferido que los guantes tuvieran el mismo tipo de refuerzo en los nudillos, pero estaba dispuesto a conformarse con la resistencia extra que le daba la tela, por lo demás tenía fuerza y era capaz de dar buenos golpes si era necesario.

Carnagge sólo le había advertido que no se metiera en sus propios negocios, y de hecho la presencia del acupunturista sería suficiente para disuadirlo; de todas formas lo que Steve quería era algo muy específico.
El amuleto había trabajado para Kronenberg, a quien le robaba parte de las ganancias, hasta que alguien lo traicionó y le dijo al jefe lo que estaba pasando, pero quedándose en el camino con las ganancias fuera de acuerdo.  Carnagge le dijo que no sabía quién era ese delator, pero que no era alguien al servicio de Kronenberg, puesto que este estaba muy atareado con las órdenes de Máscara negra y un cambio en las direcciones; en pocas palabras, el sector en donde antes había estado en la empresa de su padre ya no resultaba útil para él. Fantástico, sabía cuáles eran los dos extremos de la cuerda, pero lo que él necesitaba era el nudo; sin embargo había algo que lo animaba, y esto era que el delator no estaba en primera prioridad de nadie, lo que dejaba el camino libre para él.
Resultaba educativo y a la vez divertido recorrer callejones y techos saltando en silencio, escuchando de forma sigilosa  los maleantes escondidos detrás de viejos edificios, amenazar a mendigos en busca del más mínimo dato que pudiese servirle para encontrar a aquella persona. Como una sombra se deslizó de un lado a otro, pero aunque la jornada fue gratificante en muchos sentidos, tuvo que reconocer que la primera noche de exploración había fracasado en su objetivo principal.

La segunda noche comenzó con el pie derecho; después de deambular por distintas zonas de vida nocturna a no mucha distancia de Robinson Park, se encontró a la vista de un grupo de maleantes ocultos sobre el techo de una casa, y permaneció atento a lo que ellos hablaban.

—Escucha, sólo hay que mantenerse en movimiento mientras las cosas se calman. Después de todo, no hemos hecho nada malo.
—Claro que no —dijo la voz del segundo de los cuatro, nervioso—, pero ese sujeto nos podría haber metido en un gran lío.
—Sólo no hay que mencionarlo y ya.

¿Estarían hablando de El amuleto? Durante el día había tenido la oportunidad de revisar noticias y obituarios, y no le parecía haber encontrado hasta el momento la muerte de alguno que tuviera relación con las múltiples noticias de balaceras o muertes. Sin embargo también podía ser sólo que en su mente esas palabras sin nombre coincidieran con la historia que necesitaba. Decidió no perder más tiempo y bajó de un salto.

— ¡Qué es lo que…!

Sucedió en un segundo. Dos de los cuatro sujetos sacaron armas y le apuntaron, pero usando el elemento sorpresa, Steve los derribó con algunas patadas. El tercero intentó huir y él lo detuvo, para noquearlo con un puñetazo, mientras que el cuarto trató de enfrentarlo, pero terminó aprisionado contra la muralla; Steve le dobló el brazo en la espalda, pero no aplicó aún demasiada presión.

—Suéltame…
—Supongo que eso alguna vez funciona —dijo en voz baja—, escucha, sólo quiero conversar, deberías ser más gentil.
—Maldito…

Aplicó un poco de presión. Los otros tres no estarían aturdidos para siempre.

—Dime para quién trabajas.
—Para nadie, no sé de qué…

Aplicó más presión. El hombre ahogó un gruñido de dolor.

—Escucha, no me hagas perder un solo minuto más.
—No estoy trabajando para nadie.
— ¿Para quién trabajabas antes?

Sucedió un largo segundo. Podía sentir la agitada respiración del hombre al que tenía atrapado, y se preparó para escuchar lo que iba a hablar, pero un sonido lo interrumpió; miró de reojo como por la calle aparecía un automóvil negro a toda velocidad y frenaba de manera brusca, aunque con gran precisión. Cuando el sonido de los neumáticos aún no terminaba de rasgar el silencio de la noche, la puerta del conductor se abrió y descendió un sujeto; Steve supo de inmediato que se trataba de un policía, algo en la forma profesional de detener el vehículo, y el gesto aprendido de memoria de saltar y deslizarse sobre el capó, no podían significar otra cosa. La voz algo aguda y destemplada atravesó el aire para confirmar sus temores.

— ¡Alto!

Mientras corría hacia el lugar en donde había estado sucediendo el enfrentamiento se llevó la mano al costado derecho, a la cartuchera en donde tenía el revólver; Steve sabía que no existía posibilidad de aparentar ser víctima de alguna especie de ataque, su vestimenta y el rostro tapado lo delataría de inmediato. Maldiciendo por lo bajo soltó al tipo y comenzó a correr de regreso por el pasaje al que descendiera poco antes.
La voz a su espalda volvió a gritar la advertencia, mientras el hombre con el rostro cubierto corrió y se impulsó con sencillez sobre un basurero metálico, usándolo como trampolín para llegar al techo. Una vez que estuvo arriba pensó que escucharía el típico disparo de advertencia que los oficiales realizan cuando ya están demasiado lejos de su objetivo, pero para su sorpresa la figura emergió detrás de él.

“Diablos”

De reojo alcanzó a ver que el sujeto había guardado la pistola; eso lo hizo suponer que probablemente sería joven, por lo que se sentiría capaz de atraparlo sin poner armas de por medio. Continuó corriendo y de un salto se sujetó de una escalera de servicio que le permitiría ascender por el costado del edificio contiguo, sabía que era una medida arriesgada si el policía intentaba dispararle, pero algo le dijo que eso no sucedería, el arrojo del oficial sería el principal elemento en su contra.

“El sujeto golpea las barras laterales de la escalera mientras sube tras de mí” se dijo mientras avanzaba a toda carrera. “Es una maniobra distractiva y a la vez intimidatoria, quiere que me sienta acorralado, es joven y es muy inteligente.”

Al fin llegó hasta el techo de un edificio que había calculado tenía 5 pisos de altura, cuando una mano lo tomó del tobillo y lo jaló hacia abajo.

“Maldición está en muy buena forma”

Sacudió la pierna y consiguió ponerse de pie, pero para el momento en que lo estuvo, el policía ya estaba frente a él; correr era absurdo, la distancia era demasiado estrecha. Ambos enemigos se observaron inmóviles durante una fracción de segundo, estudiando al rival: el policía que lo enfrentaba era de contextura delgada, más bajo que él, y llevaba puestos unos sencillos pantalones de mezclilla y zapatillas, con un suéter de cuello alto y una gorra. Por lo visto se había subido el cuello para cubrir la cara, de modo que apenas quedaban a la vista sus ojos.

“Fantástico, se cree un súper héroe enmascarado.”

Decidió terminar con la situación y volcarse al enfrentamiento cuerpo a cuerpo; ya había comprobado lo eficientes que eran las características del traje, de modo que se acercó realizando movimientos oscilantes, y lanzó una patada del mismo estilo que la que había derribado al primero de los maleantes que estaban abajo.
El policía esquivó el ataque como si supiera sus movimientos y contraatacó con una sucesión de patadas; describía un perfecto ángulo a la altura del hombro, usando la fuerza del movimiento para acercarse más. Un instante después cambió de estrategia y se lanzó a las manos, algo que Steve por suerte pudo anticipar. La sucesión de golpes y bloqueos de ambos era continua, ninguno de los dos quería perder el enfrentamiento ¿Qué clase de policía estaba tan bien entrenado? Por lo general asumía que no cualquier persona manejaba artes marciales mixtas con tanta facilidad, pero ese sujeto lanzaba golpes de pies y puños como si fuera parte de un día normal. Cometió un error, recibió un puñetazo en las costillas, pero no perdió el enfoque, y usando las varillas de los antebrazos golpeó desde arriba, dispuesto a noquear de inmediato; sin embargo su rival alcanzó a reaccionar y el golpe sólo dio de refilón en el brazo izquierdo.

“Está preparado para actuar en milésimas de segundo, es un enemigo formidable”

Quiso decir alguna frase burlona, pero decidió que era mala idea hablar y entregar con ello alguna información adicional aparte de sus movimientos por esa zona, era la primera vez que se topaba con un policía y era indispensable librarse de él; volvieron a enfrentarse en rápida sucesión de golpes, pero los movimientos de su adversario eran rápidos y elegantes, parecía como si no utilizara nada de fuerza en cada patada o los saltos que hacía para esquivar alguna barrida. La batalla los condujo cerca del borde del edificio y, queriendo usar esto como ventaja, Steve bloqueó una patada y empujó al policía, dándose un instante para correr con todas sus fuerzas y saltar hacia el edificio contiguo; durante un momento creyó que había calculado mal la distancia, pero cayó limpiamente dando una voltereta y se preparó para seguir corriendo, pero un objeto lo golpeó en la espalda y lo hizo perder el equilibrio.

“¿Me disparó?”

No había sentido ningún disparo y los policías no usaban silenciador cuando estaban de franco, ni siquiera en operaciones; mientras se reincorporaba vio caer a un lado una vara de metal, y a su enemigo poniéndose de pie a tan sólo un par de metros luego de realizar un salto ligero y bien terminado; en la diestra tenía una vara de metal.

“Diablos, se dio cuenta de mis armas en los brazos y está equilibrando la balanza. Pero si tomó esa precaución, quiere decir que logré hacer daño en el brazo izquierdo”

Por un instante le llamó la atención que no usara el arma como una espada, sino que más bien como un bastón de pelea, con movimientos firmes y de poco ángulo, diseñados para provocar mayor impacto físico, pero decidió dejar de sorprenderse y terminar con todo ello; si el policía quería demostrarse a sí mismo que podía derrotar a un enemigo, había escogido al menos indicado para ganar medallas.
El arma la había sacado con la izquierda, lo que significaba que, usar ahora el bastón con la derecha delataba el dolor que debía estar sintiendo en ese lado del cuerpo; cuando recibió el impacto del primer choque entre la vara de metal y su antebrazo sintió la descarga pero no dolor, y eso lo recargó de energía para enfrentarse con todas sus fuerzas. Dio golpes alternados con uno y otro brazo, generó un espacio y lanzó un puñetazo directo al pecho pero una vez más su oponente puso distancia y, con un movimiento espectacular, utilizó el impulso del paso atrás para hacer un giro y dar una patada con el talón, que logró impactar en su hombro y arrojarlo al suelo. Inyectado de adrenalina, Steve casi no sintió el golpe, se revolvió y se puso de pie, arrojándose con toda su fuerza contra la figura del enemigo. La vara cayó a un costado y ambos quedaron enfrascados en una escaramuza, aunque esta duró tan sólo un instante porque ambos se apartaron y pusieron de pie; creyendo que la pérdida del arma era una ventaja, Steve adoptó una posición de pelea de puños y avanzó con decisión. Como esperaba, el enemigo retrocedió, esquivando los ataques que sabía podían hacerle más daño, y el hombre al fin notó su debilidad: podía ser ágil y tener músculos fuertes, pero era delgado, lo que hacía que recibir un golpe fuese más peligroso que para él, que tenía una masa corporal mucho más desarrollada. Sin embargo, una vez más su enemigo mostró un temple frío sorprendente, cuando se quitó el cinturón de un solo tirón y lo empuñó como un látigo.

“Esto no puede estar pasando”

Como contraparte de esta debilidad, usaba elementos en su favor, y seguía siendo tan valeroso como para enfrentarlo sin el arma, o quizás estaba consciente que empuñarla resultaba efectivo, pero a la vez lo exponía demasiado. El improvisado látigo cortó el aire y alcanzó a golpearlo en un hombro, haciendo que la señal de dolor se extendiera como un rayo; usando su ligereza, el policía avanzó a la carrera arrojando golpes con el cinturón, directo al torso, para los que las técnicas de combate no servían mucho. De hecho, cuando detuvo un ataque demasiado directo con el antebrazo, la hebilla metálica golpeó la parte de la ropa que tenía refuerzo pero no la varilla interior; supo que no podía seguir perdiendo tiempo, y arrojó al suelo una de las pequeñas cápsulas de humo que le habían sido proporcionadas. Por suerte la explosión fue rápida y se propagó, de modo que utilizó esa fracción de segundo de elemento sorpresa y corrió lo más rápido que pudo.

“Oh no”

Casi estaba al borde del edificio cuando vio que lo siguiente era una calle y no una edificación ¡Había perdido la noción del lugar en el que estaba! Trató de correr a la izquierda, pero vio al policía aparecer justo en esa dirección intentando localizarlo, y a la derecha la muralla de la edificación más cercana era muy alta y lisa. El grito del policía llegó a sus oídos más como un gruñido que como una voz, pero aún sin mirar supo que había extraído su arma de servicio. Se arrojó al vacío.

2

Gotham, cercanías de Waynetech, a la mañana siguiente.

Steve abrió los ojos y vio cómo el amanecer estaba comenzando; eso quería decir que, con suerte, habían pasado tres horas desde el enfrentamiento con el policía. Se sentó, sintiendo cómo el dolor hacía que todos los músculos del cuerpo gritaran en protesta.
En las películas, los personajes se arrojaban todo el tiempo sobre camiones, trenes y cuánta cosa existía, para escapar de algo, y caían sobre basura, colchones, cajas de cartón, o realizaban un salto tan limpio que podían rodar con ligereza al caer en la superficie. En la vida real a la que él se enfrentaba, eso no era así. Ni de lejos.
No tenía ninguna estrategia al tirarse del edificio, pero recurrió a su fuerza de brazos para saltar y tomarse del borde de piedra, con el objetivo de alcanzar una ventana o un saliente, pero la piedra se quebró y cayó sin poderlo evitar; sólo que cuando caes más de diez metros sin tener entrenamiento, pierdes la noción de cuánto falta para llegar al suelo, y terminó dando vueltas hasta que cayó sobre la tolva de un camión.
Cargado de deshechos computacionales.
Sintió tantos objetos filosos, duros y con ángulos chocando contra el cuerpo que fue casi como caer en una cama de clavos; perdió el aire en los pulmones, la capacidad de moverse de manera coherente y durante unos instantes, hasta la visión. Sólo pudo agradecer que no cayó de bruces.
Sin embargo, el objetivo central, es decir escapar, estaba cumplido, así que pudo entregarse al dolor por unas cuantas cuadras, aprovechando que el traqueteo de la basura seguramente había acallado su caída sobre ella y el conductor continuaba con su trayectoria. El traje le había salvado la  vida, pero se sentía como recibir disparos de perdigones con un chaleco antibalas, o al menos como lo describía la gente, es decir muchos golpes pequeños pero intensos; durante un rato no supo si se había fracturado la pierna derecha o no, pero pudo moverla y con eso le bastó para confirmar que estaba completo. Si bien pensó salir del camión y regresar a casa de sus padres, para el momento en que estuvo físicamente en condiciones estaba lejos del punto del enfrentamiento y más aún de donde tenía escondida la ropa de recambio, y creyó que era posible algún operativo de la policía en su busca, de modo que alejarse era buena opción hasta que la luz del día le permitiera ocultarse a plena luz; a primera hora de la mañana, un sujeto vestido de oscuro, de buen ver y con la cara descubierta, no llamaría la atención de nadie con placa en el pecho.

Descendió del camión en una curva, y se ocultó en una arboleda. A toda carrera se internó entre las plantas y árboles, descubriendo que estaba en la parte trasera de un pequeño parque comunal. Estupendo, ahí podría mezclarse en la multitud; se quitó el pasamontañas, y dedicó unos momentos a revisar y limpiar la ropa, que por suerte no estaba rota en ninguna parte. Una vez guardados los guantes y dobladas las mangas, parecía un sujeto común y corriente, y estuvo listo para integrarse en el mundo de Gotham con esa máscara que ocultaba la otra.
Entonces se dio cuenta de que lo estaban observando.
Y esos ojos habían visto todo el proceso, desde que se quitara l protector de la cara; la media sonrisa en ese rostro le dijo que tenía problemas.



Próximo capítulo: Una forma distinta de buscar


Republicación de La última herida

Es momento de anuncios en Libros para después.
Mientras avanzamos por episodios decisivos en el drama Por ti, eternamente, vuelve a la primera plana un thriller médico.
Muy pronto, comienza la republicación de La última herida, después de haber sido revisada y mejorada en aspectos que me parecieron necesarios. También estrena nueva portada, nuevo sitio y un método de publicación especial, donde cada semana podrán disfrutar de dos episodios, para poder vivir todo el suspenso y el peligro como nunca antes.
Sinopsis
La vida de Matilde es la de muchas jóvenes profesionales: ha empezado su vida laboral a solo meses de terminar el instituto, pero cuando todo parece seguir un rumbo normal, su hermana mayor sufre un grave accidente, las quemaduras dejan su rostro desfigurado y a Matilde ante una impensada posibilidad. La clínica privada Cuerpos imposibles ofrece un costoso tratamiento que puede restablecer cualquier tipo de herida, incluso las provocadas por el fuego, a cambio de lo cual hay que firmar un contrato de confidencialidad que compromete a la persona a nunca revelar detalles del tratamiento.



Disponible como siempre en
http://librosparadespues.blogspot.cl/
y también en Wattpad en https://www.wattpad.com/story/59884426-la-%C3%BAltima-herida
y a través del sitio You are writer en
http://youarewriter.esy.es/la-ultima-herida/

No traiciones a las hienas Capítulo 2: No olvides la canción de cuna



New York, seis meses atrás.

—Señorita, no se mueva.
—Oh rayos, es Nightwing.
—Al parecer tanta belleza no esconde su maldad, pero no va a seguir haciendo fechorías en esta ciudad.

 La chica rubia que estaba en el balcón del departamento mirándolo con expresión desafiante. Steve dejó de mirarla a los ojos para mirarse por un instante a sí mismo.

—No puedes pretender que vaya a la fiesta vestido de esta manera.

Ella llevaba un vestido muy corto de satén negro con sandalias de tacón alto y el cabello recogido, con un antifaz que cubría parcialmente el rostro; la mujer le dedicó una mirada evaluadora y él supo que estaba recorriéndolo con los ojos. Se había comprado un disfraz caro y que aparentaban las características del nuevo héroe de la ciudad. Por supuesto que no había sido su idea, pero ella había sido tan determinante que terminó por acceder; el traje se reducía a una malla de lycra muy ajustada al cuerpo y a la vez más delgada.

—Es como si estuviera desnudo —dijo cruzándose de brazos.
—Sí, puedo ver bastantes detalles desde aquí —comentó la rubia sonriendo— ¿qué es lo que querías, ir de Superman con los calzoncillos por fuera del traje?
—Ahora ni siquiera traigo calzoncillos, es como si esto me lo hubieran pintado sobre el cuerpo.

La joven soltó una risilla.

—En ese caso deberías estar orgulloso de ir siempre al gimnasio, y además de hacer ¿cómo se llama ese deporte?
—Parkour —comentó el.
— ¿Lo ves? es otro motivo para sentirte orgulloso.
—Sólo te sugiero que no me provoques cuando estemos en la fiesta, esta malla me va a delatar si lo haces.
—Sería divertido ver cómo explicas esa nueva habilidad.
—Me pregunto si haces esto para verme vestido de esta forma, o porque soy la mejor alternativa al nuevo héroe de Nueva York, ahora todas las mujeres lo aman.

Ella asintió un suspiro.

—Bueno, no es como que pase inadvertido ¿verdad? yo estaba en las cercanías cuando fue ese intento de robo a un banco, y verlo volando por sobre los autos y entre los edificios flexionando este cuerpo de aquella manera, es muy inspirador.

Speed sonrío con complacencia.

—Pues entonces cuando volvamos de esa fiesta, vas a tener que desquitarte conmigo por las fantasías que tienes con él.
— ¿Sabes? creo que voy a cobrar la palabra.

Gotham. Hace 8 días.

Cuando Steve ingresó a la casa unos minutos después de haber visto la desagradable sorpresa, se encontró con una nueva situación con la cual lidiar; su padre había conseguido salir del cuarto y en un acto demencial, había ingerido una serie de pastillas que sacó de uno de los cajones de la sala; Steve lo encontró en el suelo, convulsionando.

A la mañana siguiente despertó bastante más despejado de lo que esperaba, y celebrando el silencio que había en la casa; por suerte el servicio de urgencias se había llevado a su padre para tratarlo de la sobredosis que había sufrido. El doctor que lo recibió en el servicio de urgencias le dijo que, producto de las complicaciones que tenía de manera previa era probable que su padre estuviera internado dos o tres días; internamente él esperaba que fueran más.

Con la estrategia clara en la mente se dirigió a una institución de Salud Mental ubicada en un barrio al norte de Gotham, una residencia de llamada Walker; no le costó encontrarla, se trataba de una casa antigua de tres pisos y bastante amplia, con un jardín ordenado pero deslucido. La enfermera que lo recibió en la entrada era una mujer de treinta y tantos, con una bata blanca que parecía brillar, lo condujo hasta un patio posterior de la instalación.

—Su visita le haría bien a su madre, ha estado muy deprimida en el último tiempo.
—Pensé que sólo llevaba algunos días.
—Esta vez sí, pero antes ya estuvo con nosotros. Disculpe, pensé que lo sabía.

Steve dedujo que lo más probable era que ella hubiese visitado por primera vez ese lugar desde que su padre comenzara los tratos con los mafiosos.

—Entonces eso quiere decir que está aquí desde casi seis meses.
—Un poco menos —concedió la mujer.
La enfermera lo dejó al borde del patio, y él pudo ver a su madre nuevamente. Le asombró lo similar y a la vez distinta que ella estaba después de 10 años; sentada sobre un cojín rojo en un banquito de piedra, con árboles bajos y flores de colores en el suelo como marco, parecía una mujer sencilla de alrededor de 60, de figura delgada, cabello largo atado en una simple cola a la altura de la nuca, la piel blanca sólo un poco sonrosada en las mejillas, y las facciones del rostro gentiles. Al estar más cerca comprobó que las diferencias iban por los detalles: su mirada estaba más oscura y sin vida de lo que recordaba, y habían muchas arrugas alrededor de los ojos y las comisuras de los labios. Cuando lo vio no pareció sorprendida, más bien lo observó con una resignada aceptación.

—Mamá —dijo Steve en voz baja al acercarse.

Sin embargo ella no reaccionó como él se lo esperaba; tenía considerada una serie de reproches por causa de su ausencia, pero siempre acompañados de emoción y llanto, el mismo que muchos años atrás la había embargado en diferentes oportunidades. Aún sin hacer contacto físico, el hombre se sentó junto a ella y la miró; antes de que pudiera hablar o aplicar un plan alternativo al que tenía en mente, ella se llevó las manos al cuello y se quitó con cierta brusquedad una cadena, la que puso a la altura del rostro entre ambos, como si de un escudo se tratase.

—Esto es a lo que has venido ¿no es así?

La cadena era de oro sólido a pesar de lo delicado de los eslabones, y lucía un pendiente con forma de reloj de cadena: el tallado en oro en una de las caras representaba muy bien las manecillas y los números en relieve, y  al estar suspendida en el aire, la cadena dio un giro casi de manera involuntaria, y quedó al descubierto que en la cara opuesta, tras el círculo de cristal, no estaba la foto debellos tres cuando Steve era un niño. La base contrastante negra relucía tras el vidrio con la misma intensidad vacía que la mirada de su madre.

—Mamá yo…
—Has venido desde New York sólo para conseguir una cosa, y aquí la tienes. Viniste a recoger los pedazos que quedan de tu familia, escarbar entre los escombros y seleccionar lo que pueda servirte.

Daba la sensación de que al fin la paciencia de su madre se había agotado. Después de la niñez complicada, de la adolescencia problemática, de sus críticas y regaños, al fin la distancia le había hecho entender las cosas como eran. Steve no se esperaba esa reacción de su parte, pero todavía podía acudir a sus sentimientos y rogarle que hablara con él; necesitaba toda la información posible y ella era la única que podía estar al corriente de datos relevantes con respecto a la intimidad de su padre durante el tiempo que estuvo realizando tratos con los mafiosos.

— ¿De qué estás hablando mamá? —dijo con voz insegura, la que era bastante sincera debido a la sorpresa del momento—. Vine a verte porque me llamaste. Estoy preocupado por ti.

La mujer bajó los brazos y le dedicó una extraña mirada que él no supo identificar; no sabía si era reproche, tristeza, resignación o una mezcla de varios sentimientos.

—Sólo quería tener una familia —dijo ella al cabo de un momento—, vengo de una familia destruida y es probable que por eso se haya convertido en mi sueño, pero era mi sueño y es tan válido como el de cualquier otro.
—Mamá yo…
—Pero para ti las cosas nunca han sido suficientes —continuó la mujer, implacable, casi sin escuchar lo que él pudiese decir—. Siempre has querido más, desde que eras un niño has estado dominado por un sentimiento de ambición, y lo peor es que se trata de algo que no tiene que ver con dinero u objetos materiales, lo que te embriaga y lo que te enferma es el poder: desde siempre fuiste un niño con interminables necesidades, pero cuando alguien necesita poder ilimitado, jamás se detiene. Intenté enseñarte, intenté transmitir todas las cosas que me enseñaron y las que aprendí, pero es algo más fuerte que tú. Naciste con algo que está aquí, en el centro de tu pecho, es una marabunta que jamás se va a detener.

Guardó silencio durante un momento, para tomar aire; tenía que intervenir y cambiar el curso de esta conversación.

—Sé que hecho cosas malas —replicó bajando la vista— he sido horrible, y hay noches en las que no he podido dormir; me engañé asociando esos malestares con el exceso de trabajo, pero en el fondo sabía que se trataba de lo que me estás diciendo ahora —la miró a los ojos fijamente—, no estoy aquí sólo por lo que le pasó a papá, volví porque necesito sanarme de esto. Necesito que alguien me ayude.

La mujer, a pesar de su actitud cansada soltó una risilla, una especie de bufido.

—Steve sé muy bien que tú podrías engañar a Dios si hablaras con él, pero soy tu madre y te conozco mucho más de lo que tú jamás vas a reconocer; no importa cuántos años haya tenido la venda frente a los ojos, más que nadie, yo sé quién eres y sé quién soy.

Desvió la vista de él y la perdió en las flores del patio, como si durante un momento no pudiera soportar verlo a los ojos.

—Quieres la empresa de la familia —sentenció con una voz aterradoramente neutra—, viniste a buscarla y te encontraste con que ya no existe, pero voy a tener que decepcionarte aún más de lo que ya estás, porque tu padre se deshizo de ella hace tiempo; se obsesionó con el asunto de comprarte un automóvil, y cuando las cosas se pusieron feas pretendió inmiscuirse con personas equivocadas. Le dije que no quería otra conciencia manchada en la familia, así que cuando insistió, le exigí que no me dijera nada, y para tu desgracia, no lo hizo. Así que si él en medio del enajenamiento que lo aqueja no pudo decírtelo, me temo que has hecho tu viaje en vano —puso el collar sobre su regazo, procurando no tocarlo—. Llévatelo, es lo último que queda de tu familia. Ahora tienes lo que querías, por favor vete.

Steve salió abatido de la clínica; sus esperanzas de averiguar algo más acerca de lo que había ocurrido con los mafiosos se desvanecían en ese punto, lo que significaba que tendría que seguir en la línea de investigación más lógica, es decir introducirse en el bajo mundo y usar su encanto para hacer las preguntas correctas.

New York, seis meses atrás.

—Vamos cariño, estoy atrapada en este balcón ¿no vas a venir a buscarme?
—Ya le dije señorita que está atrapada, no se mueva.

La rubia con la que es Steve había pasado la última velada se había quitado el vestido nada más entrar al departamento, y lo esperaba de pie en el balcón, con el torso inclinado hacia adelante y los codos apoyados en el borde metálico, realizando un suave meneo con las caderas; más alegre de lo costumbre por el alcohol, el hombre contempló sus torneadas piernas y cómo las nalgas pronunciadas formaban esa sensual pose, un punto de partida y seguramente de término para la diversión de esa noche. Sintió que el bulto se removía abajo la delgada lycra del traje.

—Tal vez debería hacerle un agujero a esto y utilizar mi bastón de la justicia contigo —dijo con voz un poco ronca—, tengo que castigarte por ser una criminal.

Ella se volteó un poco, con lo que dejó al descubierto una pequeña porción del camino hacia la felicidad que él estaba ansiando ver desde hacía horas; la piel sonrosada se le ofrecía como un deleite imposible de rechazar.

—Eso —replicó con una risilla—, sería como en una película porno de poca categoría; abre el traje por la cremallera en el hombro, bájatelo hasta los muslos, pero no te quites el antifaz.
—Todavía quieres seguir con esa fantasía de tu héroe.
—Sólo castígame por todas mis fechorías —replicó la rubia meneando las caderas—, antes que salte por este balcón y comience a cometer crímenes por toda la ciudad.

Steve se quitó el traje y lo deslizó hasta los muslos; lo bueno de haber comprado un traje caro y no estás ridículas imitaciones de las tiendas de cumpleaños era que no estaba sudado, ni su cuerpo olía a plástico y pintura; cuando hizo contacto con el cuerpo de la mujer, percibió una temperatura similar a la suya y deslizó las manos de manera ascendente desde los muslos y por el torso, hasta llenarlas de los turgentes pechos, y aplicar en ellos una suave presión, la suficiente para transmitir una descarga eléctrica de excitación, pero sin resultar vulgarmente brusco.

—Voy a castigarte por ser muy, muy mala.

Gotham, hace 7 días.

Parecía una suerte que la silla en la que estaba sentado no tuviera algún mal olor al igual que la pequeña sala en la que se encontraba. A sus espaldas sonaba tras una delgada pared, una música estruendosa aunque no desconocida; Steve estaba sentado de espaldas a la pared, con la mirada perdida en algún punto del techo, observando sin atención la pintura blanca desconchada, desnudo de la cintura para abajo mientras la mujer de cabello tinturado rojo hacía su trabajo; no era extraño que en un lugar como ese la chica tuviera experiencia con los labios, pero lo que necesitaba era en realidad era que hablara sobre lo que necesitaba. Sus investigaciones no habían ido de acuerdo a lo esperado, sin embargo, con sus padres hospitalizados, tenía libertad de acción mientras que cualquier vecino del barrio en donde se encontraba la casa era anulado con facilidad, al ver a un hijo salir cabizbajo y sin hablar mucho. Preferiría tener a la chica sentada sobre él, pero en vista que ella le había dicho que no estaba disponible en estos momentos más que para un trabajo superficial, había accedido sin protestar, para tener algo de crédito a su favor. Sintió el impulso de correrse en su boca y le dio rienda suelta, pero ella fue más lista que él y con una percepción experta terminó con las manos lo que había comenzado con la boca, mirándolo de un modo al mismo tiempo juguetón e inocente. Steve se imaginó por un momento una lista de acciones, entre las cuales seleccionar su próximo movimiento; sólo era un trabajo.
Mientras la chica retocaba el maquillaje a un metro de él, Steve se secó con unas toallas de papel, sorprendido de la delicadeza de ella al haber dispuesto una caja de toallas húmedas y perfumadas en vez de una de tela por la que de seguro habrían pasado muchos más.

—Así que querías saber sobre ese sujeto.
—Seguro que has escuchado de él —replicó mirándola como si no se sintiera ofendido por el truco que ella había hecho.
—He escuchado de él, pero no lo he atendido, no ha tenido el honor —respondió la mujer sin un poco de modestia—, lo único que sé es que trabaja despejando calles.

Steve había escuchado ese término antes, se refería a pequeños delincuentes que hacían tratos con los residentes de determinada zona, para que no denunciaran los movimientos de los traficantes; ofrecían dinero a cambio de silencio o lugares apropiados, una azotea desde donde mirar, una cochera desde dónde apuntar, y por supuesto el negocio de refacciones de su padre se encontraba en una zona semi industrial con muy buena conexión hacia la bahía. Se imaginó entonces que los hombres le habrían ofrecido dinero por utilizar sus instalaciones y posteriormente se habían deshecho de ellas y de la necesidad de pago, cuando el hombre había cometido el error de alarmarse por la muerte de alguien, era tranquilizador que se tratara de un delincuente menor, sólo una hormiga al servicio de un propósito mucho más grande.

— ¿Y sabes para quién trabaja?

La mujer soltó un resoplido de burla.

—Para alguno de los esbirros de Máscara negra, para quién más.
—He escuchado que el ambiente está convulsionado.

La mujer dejó de mirarlo por el espejo y lo enfrentó.

—El ambiente siempre está convulsionando, pero esas cosas suceden en esferas más altas que la tuya o la mía. Así que si estás interesado en hacer negocios con ese sujeto, sólo hazlo, no importa para quien trabaje, mientras esté libre sigues siendo una opción; no se te olvide que no he dicho nada de esto, hay un hombre que puede jurar ante una corte si es necesario que estaba conmigo justo ahora, y que además puede probarlo.

Steve no preguntó nada más y salió del lugar.

Gotham, hace 6 días.

—Espera, por favor espera…

Era absurdo pensar que el hombre iba a obedecer a sus gritos desesperados; medía con facilidad más de 2 metros y era al mismo tiempo ancho de espalda, corpulento y musculoso, lo que lo convertía en una mole difícil de enfrentar. La primera sorpresa sin embargo la había tenido al comprobar que era increíblemente rápido de movimientos a pesar de su contextura; lo levantó del suelo con una sola mano y lo arrojó como si fuese un saco de grano. A pesar de su agilidad, Steve no pudo evitar el impacto y se estrelló de bruces contra el concreto; durante un momento todo se fue a negro, mientras las señales de dolor se extendían por todo el cuerpo; en su interior se dijo que tenía que reaccionar y ponerse de pie, correr y alejarse de allí cuanto antes.

—Usted aparentemente no es lo que uno puede ver —dijo el hombre con un tono de voz particularmente afable. En otras circunstancias podría sonar como un maestro, o el diácono de una iglesia ortodoxa—. Los guardias lo tomaron por un joven del lugar, pero ahora creo que usted está averiguando más cosas de las que corresponde, y lamento decirle que no puedo permitirlo.

Steve reunió fuerzas y consiguió moverse, poniéndose a cuatro patas de forma indigna sobre el suelo al que el hombrón lo había lanzado. De cualquier manera la fuerza y el ángulo estaban calculados para que al caerse, golpeara las rodillas y el pecho; había aprendido haciendo parkour que lo principal de una caída era cómo y no desde qué altura, y al parecer el hombre también lo sabía. Le temblaban las piernas, pero se obligó a impulsarse, sin embargo la poderosa mano del guardia lo tomó por el cinturón de la misma manera que los adultos arrastran a los niños; ese movimiento había sido aprendido, era deliberadamente humillante.

—Usted parece fuerte, pero le ruego que no oponga resistencia, todo va a pasar mucho más rápido.


El siguiente movimiento fue rápido; para cuándo Steve había vuelto a caer al suelo, esta vez de espalda, la hebilla de su cinturón había saltado y el pantalón estaba rajado por la fuerza del tirón, dejándolo al descubierto como una suerte de patético esclavo.

—Oh no...

El hombre debe haber identificado al instante el terror en su pálido rostro, pero esbozó una sonrisa indulgente, como la que dedica un maestro a un estudiante equivocado; de pronto en la penumbra de la calle, brilló la delgada estructura metálica de una aguja en los dedos de su mano derecha.

—Oh no, no señor, no me malinterprete, su virtud si es que aún la tiene, permanecerá intacta, lo que me dispongo en realidad a hacer es demostrarle de manera práctica un conocimiento sobre medicina. Resulta irónico que nuestros mayores puntos de placer como seres vivos sean al mismo tiempo los de mayor escala de dolor. No se preocupe por las huellas, si más tarde va a cobijarse en los brazos de su novia, ella no notará nada.

Steve intentó arrastrarse patéticamente por el concreto, pero otra vez el hombre hizo gala de una tremenda agilidad, y poniendo una rodilla en tierra lo tomó de una pierna, acercándolo hacia él. Durante un aterrador segundo sintió la manaza envolviendo los testículos con una suavidad digna de un cirujano, permitiendo que con la diestra insertara la aguja en un punto específico. Luego el hombrón la removió tan sólo un milímetro hacia un costado, pero eso fue suficiente para provocar una descarga eléctrica que recorrió toda la zona lumbar y el torso. El aullido de dolor de Steve le desgarró la garganta.

—En la antigüedad —explicó el hombre como si estuviera dando una clase— los guerreros pensaban que mancillar el honor de su contrincante le quitaba la fuerza, por mi parte soy partidario de la idea de que cosas como éstas son difíciles de olvidar, y que en el futuro tendrá la precaución de no inmiscuirse en los asuntos de los otros.

El lacerante dolor se extendía por todo su cuerpo; empapado de sudor, Steve fue consciente de la indignidad de su situación, donde tenía los brazos libres pero sabía que cualquier movimiento podría provocar consecuencias peores. ¿Qué iba a hacer el hombre? ¿deslizar la aguja con fuerza y desgarrar la piel para dejarlo desangrarse?

—Pequeño Joe, por favor qué es esto.

En la calle donde se encontraban, que era la parte trasera de un club, apareció un hombre de alrededor de 70 años, ataviado con una tenida semi formal deportiva, de cabello cano muy bien peinado. Para aumentar la humillación de Steve, el anciano estaba acompañado de dos hombres que parecían ser su guardia personal.

—Por lo que veo, ya conoce a mí acupunturista, la verdad es que es de los mejores que existen, el único que me ha ayudado con mi dolor de espalda.

El hombre lo soltó y se puso de pie para luego quedar parado al lado de su jefe; después de largos momentos de revolverse en el suelo, Steve sintió que el desesperante dolor disminuía, y tuvo la energía y claridad mental para ponerse de pie y taparse con los jirones de la ropa.

—Usted está buscando a El amuleto —no era una pregunta—. Me gustaría saber por qué.
—Me debe dinero.
—Que ese sujeto le deba dinero a alguien no es una novedad ¿cuánto era, 500, 800?

No supo identificar por qué, pero sintió que debía continuar hablando con ese viejo; se forzó a pensar a toda velocidad.

—Se quedó con mi negocio de refacciones —replicó con voz áspera por el esfuerzo de hablar—, tenía que pagar y no lo hizo.
—Usted empezó a buscarlo con la esperanza de recuperar su dinero —comentó el viejo sin alterarse—. Admito que usted es un joven hábil, pero en esta ocasión confió demasiado en sus aptitudes, al igual que él. Por lo que sé, quiso tomar una tajada para él de los negocios que le habían encomendado, alguien lo traicionó y entregó la información a Kronenberg, pero se quedó con el fruto de su negocio más reciente; Francesco, es decir El amuleto, reposa en alguna clínica forense después de haberse ahogado por accidente en un canal, y su dinero mi amigo, está en las manos de esa persona.
— ¿Por qué me está diciendo todo esto?
—Porque la persona que traicionó a quien usted busca es peligroso también para mí en estos momentos; los grandes negocios de Máscara negra y los humildes emprendimientos de ciudadanos como yo pueden quedar en riesgo. Veo en sus ojos que es un hombre fuerte y que quiere conseguir lo que se propone a costa de lo que sea, pues bien, usted nunca será uno de mis trabajadores porque no lo quiere y yo tampoco lo quiero, pero quiere hacer algo que puede ayudarme a estar más tranquilo. Le propongo lo siguiente: Tómese dos o tres días para que el murmullo de un osado investigador se acalle, y luego contáctese conmigo, proporcióneme una entretención, un espectáculo que me convenza de sus habilidades, y yo le proporcionaré los medios necesarios para que pueda recorrer las calles de esta ciudad sin que tenga que exponerse al humo de los bares y centros nocturnos. Es un negocio muy simple en realidad, usted se encarga de eliminar a esta persona traidora e inestable, recupera su dinero y yo me quedo tranquilo con mi negocio.

Steve miró al hombre a los ojos, y tras un instante de recuperar el aliento, preguntó.

— ¿De qué clase de espectáculo habla?

Gotham. Ahora.

La explosión en la Avenida Miller fue como una confirmación de lo que debía hacer. En su interior recordó cómo, de manera casi infantil, había encontrado una azotea y activado en ella un proyector de luz, indicando con él hacia el cielo. Nadie apareció.
Sus padres seguían internados, y en medio de una de esas noches de soledad, parado como un tonto sobre techo del edificio, pensó en qué era lo que habría pasado en New york en un caso similar. Todos decían que Nightwing era un tipo de héroe distinto, algo así como un amigo para los hombres y un príncipe en mallas para las mujeres; un héroe salido de Gotham no lo iba a ayudar, y en vista de las circunstancias, uno de esa misma ciudad tampoco. ¿Estaría ocupado en la lucha contra el crimen? Apenas veía las noticias, pero sabía de una lucha de Poder entre Máscara negra y el murciélago; esas eran batallas importantes, esos eran villanos importantes, víctimas potenciales que merecía la pena rescatar. Todos los días se destruían negocios en las calles, pero el murciélago sólo aparecía en los casos importantes, ya nadie aparecía a bajar gatitos de los árboles.
Cuando cambió de curso en su caminata nocturna, enfiló a pie hacia el borde de la ciudad, hacia una zona urbanizada, pobre por definición  y tan olvidada de la mano de Dios como era de esperarse; un sitio en donde el crimen casi no pasaba por encontrar poco que obtener, donde la beneficencia hacía acto de presencia lo justo y, donde los habitantes estaban resignados al mal olor, las comidas recalentadas y las muertes por enfermedad; le tomaría menos de una hora llegar hasta allí.

—Soy yo. Tendrá su espectáculo.

Una hora más tarde, en una calle en los suburbios, una niña de tez morena caminaba sola, sin rumbo fijo. Avanzada la noche, el calor sofocante de la tarde había dado paso a un viento susurrante, una voz ahogada que invitaba a entrar en las casas y cerrar las ventanas. En los sueños de muchos, ese viento sería la voz de un monstruo.

— ¿Qué haces aquí?
—Estoy perdida señor.

El silencio en esa calle en las afueras de Gotham se podría haber tragado a un minotauro.
Las lágrimas se habían secado en las mejillas de la niña, delineando surcos sobre sus mejillas de piel tostada. Steve se sentó en el suelo y le hizo un gesto para que se acercara.

—Habías salido a pasear con tus padres.
—Mamá dijo que la acompañara —contestó ella con voz temblorosa—, fuimos a ver a tía Judd, pero perdimos el autobús de regreso y estábamos en una estación que no conocía.

Steve podía hacerse una imagen de lo que había sucedido; la madre pobre, cansada en un terminal de buses, buscando la forma de regresar a casa cuando estaba comenzando la noche, diciéndole a la hija inquieta que se quedara sentada esperando; la niña desobediente saliendo del lugar, caminando curiosa hasta perderse. Hasta llegar a él.

—Saliste a jugar un rato verdad.

No lo dijo como una acusación, sin embargo los ojos de ella se inundaron de lágrimas, aunque sin llegar a llorar.

— ¿Usted sabe dónde está la Estación de Buses?

Steve permaneció sentado en el suelo, a tan sólo unos centímetros de ella, con la vista desenfocada.

—Sí, claro que lo sé; te ves cansada, debes extrañar a tu madre.
— ¿Me puede ayudar?
—Te llevaré con ella —dijo abriendo los brazos—, pero haré un truco de magia para ti.

La niña lo miró durante un segundo, sin comprender.

—Será un truco muy sencillo —dijo él en voz muy baja, casi como si el susurro pudiera ser llevado por el viento—, lo haré y en un segundo estarás en el lugar correcto.

La niña se mordió el labio inferior mientras contenía las lágrimas, y asintió lentamente.

—Cierra los ojos, y canta para mí ¿recuerdas alguna canción de cuna?
—Sí —balbuceó ella.
—Entonces cierra los ojos y cántala, y luego estarás en el sitio al que voy a llevarte.

Sucedió un instante breve, pero lleno de un silencio tan intenso, que si alguien más lo hubiera presenciado, habría sentido en el aire el emriagador aroma de la muerte.

—El camino por el que Jesús va… está lleno de algodón… cierra los ojos y duerme… niña de mi corazón…

Sentado en el frío suelo, el hombre acunó en sus brazos a la niña. La magnitud del acto no podría haber sido explicada en palabras, los ángeles de la guarda habían sido desterrados por el miedo y la falta de esperanza, nadie escuchó el sonido del cuchillo deslizándose por la piel, en la cuadra más solitaria de toda la ciudad, ningún oído percibió una exhalación ahogada, ningún ojo se percató de la ligera convulsión.
Las manos del hombre fueron gentiles de forma postrera, al depositar con cuidado y lentitud el cuerpo sobre el concreto; los pasos se alejaron silenciosos, fundiéndose con el sonido del viento que arrastraba algunas hojas, mientras el pequeño bulto sin hálito quedaba solo en la vereda, con la brisa nocturna pasando y la luz de la Luna iluminando con fría intensidad.



Próximo capítulo: Carroña para la hiena