Republicación de La última herida

Es momento de anuncios en Libros para después.
Mientras avanzamos por episodios decisivos en el drama Por ti, eternamente, vuelve a la primera plana un thriller médico.
Muy pronto, comienza la republicación de La última herida, después de haber sido revisada y mejorada en aspectos que me parecieron necesarios. También estrena nueva portada, nuevo sitio y un método de publicación especial, donde cada semana podrán disfrutar de dos episodios, para poder vivir todo el suspenso y el peligro como nunca antes.
Sinopsis
La vida de Matilde es la de muchas jóvenes profesionales: ha empezado su vida laboral a solo meses de terminar el instituto, pero cuando todo parece seguir un rumbo normal, su hermana mayor sufre un grave accidente, las quemaduras dejan su rostro desfigurado y a Matilde ante una impensada posibilidad. La clínica privada Cuerpos imposibles ofrece un costoso tratamiento que puede restablecer cualquier tipo de herida, incluso las provocadas por el fuego, a cambio de lo cual hay que firmar un contrato de confidencialidad que compromete a la persona a nunca revelar detalles del tratamiento.



Disponible como siempre en
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No traiciones a las hienas Capítulo 2: No olvides la canción de cuna



New York, seis meses atrás.

—Señorita, no se mueva.
—Oh rayos, es Nightwing.
—Al parecer tanta belleza no esconde su maldad, pero no va a seguir haciendo fechorías en esta ciudad.

 La chica rubia que estaba en el balcón del departamento mirándolo con expresión desafiante. Steve dejó de mirarla a los ojos para mirarse por un instante a sí mismo.

—No puedes pretender que vaya a la fiesta vestido de esta manera.

Ella llevaba un vestido muy corto de satén negro con sandalias de tacón alto y el cabello recogido, con un antifaz que cubría parcialmente el rostro; la mujer le dedicó una mirada evaluadora y él supo que estaba recorriéndolo con los ojos. Se había comprado un disfraz caro y que aparentaban las características del nuevo héroe de la ciudad. Por supuesto que no había sido su idea, pero ella había sido tan determinante que terminó por acceder; el traje se reducía a una malla de lycra muy ajustada al cuerpo y a la vez más delgada.

—Es como si estuviera desnudo —dijo cruzándose de brazos.
—Sí, puedo ver bastantes detalles desde aquí —comentó la rubia sonriendo— ¿qué es lo que querías, ir de Superman con los calzoncillos por fuera del traje?
—Ahora ni siquiera traigo calzoncillos, es como si esto me lo hubieran pintado sobre el cuerpo.

La joven soltó una risilla.

—En ese caso deberías estar orgulloso de ir siempre al gimnasio, y además de hacer ¿cómo se llama ese deporte?
—Parkour —comentó el.
— ¿Lo ves? es otro motivo para sentirte orgulloso.
—Sólo te sugiero que no me provoques cuando estemos en la fiesta, esta malla me va a delatar si lo haces.
—Sería divertido ver cómo explicas esa nueva habilidad.
—Me pregunto si haces esto para verme vestido de esta forma, o porque soy la mejor alternativa al nuevo héroe de Nueva York, ahora todas las mujeres lo aman.

Ella asintió un suspiro.

—Bueno, no es como que pase inadvertido ¿verdad? yo estaba en las cercanías cuando fue ese intento de robo a un banco, y verlo volando por sobre los autos y entre los edificios flexionando este cuerpo de aquella manera, es muy inspirador.

Speed sonrío con complacencia.

—Pues entonces cuando volvamos de esa fiesta, vas a tener que desquitarte conmigo por las fantasías que tienes con él.
— ¿Sabes? creo que voy a cobrar la palabra.

Gotham. Hace 8 días.

Cuando Steve ingresó a la casa unos minutos después de haber visto la desagradable sorpresa, se encontró con una nueva situación con la cual lidiar; su padre había conseguido salir del cuarto y en un acto demencial, había ingerido una serie de pastillas que sacó de uno de los cajones de la sala; Steve lo encontró en el suelo, convulsionando.

A la mañana siguiente despertó bastante más despejado de lo que esperaba, y celebrando el silencio que había en la casa; por suerte el servicio de urgencias se había llevado a su padre para tratarlo de la sobredosis que había sufrido. El doctor que lo recibió en el servicio de urgencias le dijo que, producto de las complicaciones que tenía de manera previa era probable que su padre estuviera internado dos o tres días; internamente él esperaba que fueran más.

Con la estrategia clara en la mente se dirigió a una institución de Salud Mental ubicada en un barrio al norte de Gotham, una residencia de llamada Walker; no le costó encontrarla, se trataba de una casa antigua de tres pisos y bastante amplia, con un jardín ordenado pero deslucido. La enfermera que lo recibió en la entrada era una mujer de treinta y tantos, con una bata blanca que parecía brillar, lo condujo hasta un patio posterior de la instalación.

—Su visita le haría bien a su madre, ha estado muy deprimida en el último tiempo.
—Pensé que sólo llevaba algunos días.
—Esta vez sí, pero antes ya estuvo con nosotros. Disculpe, pensé que lo sabía.

Steve dedujo que lo más probable era que ella hubiese visitado por primera vez ese lugar desde que su padre comenzara los tratos con los mafiosos.

—Entonces eso quiere decir que está aquí desde casi seis meses.
—Un poco menos —concedió la mujer.
La enfermera lo dejó al borde del patio, y él pudo ver a su madre nuevamente. Le asombró lo similar y a la vez distinta que ella estaba después de 10 años; sentada sobre un cojín rojo en un banquito de piedra, con árboles bajos y flores de colores en el suelo como marco, parecía una mujer sencilla de alrededor de 60, de figura delgada, cabello largo atado en una simple cola a la altura de la nuca, la piel blanca sólo un poco sonrosada en las mejillas, y las facciones del rostro gentiles. Al estar más cerca comprobó que las diferencias iban por los detalles: su mirada estaba más oscura y sin vida de lo que recordaba, y habían muchas arrugas alrededor de los ojos y las comisuras de los labios. Cuando lo vio no pareció sorprendida, más bien lo observó con una resignada aceptación.

—Mamá —dijo Steve en voz baja al acercarse.

Sin embargo ella no reaccionó como él se lo esperaba; tenía considerada una serie de reproches por causa de su ausencia, pero siempre acompañados de emoción y llanto, el mismo que muchos años atrás la había embargado en diferentes oportunidades. Aún sin hacer contacto físico, el hombre se sentó junto a ella y la miró; antes de que pudiera hablar o aplicar un plan alternativo al que tenía en mente, ella se llevó las manos al cuello y se quitó con cierta brusquedad una cadena, la que puso a la altura del rostro entre ambos, como si de un escudo se tratase.

—Esto es a lo que has venido ¿no es así?

La cadena era de oro sólido a pesar de lo delicado de los eslabones, y lucía un pendiente con forma de reloj de cadena: el tallado en oro en una de las caras representaba muy bien las manecillas y los números en relieve, y  al estar suspendida en el aire, la cadena dio un giro casi de manera involuntaria, y quedó al descubierto que en la cara opuesta, tras el círculo de cristal, no estaba la foto debellos tres cuando Steve era un niño. La base contrastante negra relucía tras el vidrio con la misma intensidad vacía que la mirada de su madre.

—Mamá yo…
—Has venido desde New York sólo para conseguir una cosa, y aquí la tienes. Viniste a recoger los pedazos que quedan de tu familia, escarbar entre los escombros y seleccionar lo que pueda servirte.

Daba la sensación de que al fin la paciencia de su madre se había agotado. Después de la niñez complicada, de la adolescencia problemática, de sus críticas y regaños, al fin la distancia le había hecho entender las cosas como eran. Steve no se esperaba esa reacción de su parte, pero todavía podía acudir a sus sentimientos y rogarle que hablara con él; necesitaba toda la información posible y ella era la única que podía estar al corriente de datos relevantes con respecto a la intimidad de su padre durante el tiempo que estuvo realizando tratos con los mafiosos.

— ¿De qué estás hablando mamá? —dijo con voz insegura, la que era bastante sincera debido a la sorpresa del momento—. Vine a verte porque me llamaste. Estoy preocupado por ti.

La mujer bajó los brazos y le dedicó una extraña mirada que él no supo identificar; no sabía si era reproche, tristeza, resignación o una mezcla de varios sentimientos.

—Sólo quería tener una familia —dijo ella al cabo de un momento—, vengo de una familia destruida y es probable que por eso se haya convertido en mi sueño, pero era mi sueño y es tan válido como el de cualquier otro.
—Mamá yo…
—Pero para ti las cosas nunca han sido suficientes —continuó la mujer, implacable, casi sin escuchar lo que él pudiese decir—. Siempre has querido más, desde que eras un niño has estado dominado por un sentimiento de ambición, y lo peor es que se trata de algo que no tiene que ver con dinero u objetos materiales, lo que te embriaga y lo que te enferma es el poder: desde siempre fuiste un niño con interminables necesidades, pero cuando alguien necesita poder ilimitado, jamás se detiene. Intenté enseñarte, intenté transmitir todas las cosas que me enseñaron y las que aprendí, pero es algo más fuerte que tú. Naciste con algo que está aquí, en el centro de tu pecho, es una marabunta que jamás se va a detener.

Guardó silencio durante un momento, para tomar aire; tenía que intervenir y cambiar el curso de esta conversación.

—Sé que hecho cosas malas —replicó bajando la vista— he sido horrible, y hay noches en las que no he podido dormir; me engañé asociando esos malestares con el exceso de trabajo, pero en el fondo sabía que se trataba de lo que me estás diciendo ahora —la miró a los ojos fijamente—, no estoy aquí sólo por lo que le pasó a papá, volví porque necesito sanarme de esto. Necesito que alguien me ayude.

La mujer, a pesar de su actitud cansada soltó una risilla, una especie de bufido.

—Steve sé muy bien que tú podrías engañar a Dios si hablaras con él, pero soy tu madre y te conozco mucho más de lo que tú jamás vas a reconocer; no importa cuántos años haya tenido la venda frente a los ojos, más que nadie, yo sé quién eres y sé quién soy.

Desvió la vista de él y la perdió en las flores del patio, como si durante un momento no pudiera soportar verlo a los ojos.

—Quieres la empresa de la familia —sentenció con una voz aterradoramente neutra—, viniste a buscarla y te encontraste con que ya no existe, pero voy a tener que decepcionarte aún más de lo que ya estás, porque tu padre se deshizo de ella hace tiempo; se obsesionó con el asunto de comprarte un automóvil, y cuando las cosas se pusieron feas pretendió inmiscuirse con personas equivocadas. Le dije que no quería otra conciencia manchada en la familia, así que cuando insistió, le exigí que no me dijera nada, y para tu desgracia, no lo hizo. Así que si él en medio del enajenamiento que lo aqueja no pudo decírtelo, me temo que has hecho tu viaje en vano —puso el collar sobre su regazo, procurando no tocarlo—. Llévatelo, es lo último que queda de tu familia. Ahora tienes lo que querías, por favor vete.

Steve salió abatido de la clínica; sus esperanzas de averiguar algo más acerca de lo que había ocurrido con los mafiosos se desvanecían en ese punto, lo que significaba que tendría que seguir en la línea de investigación más lógica, es decir introducirse en el bajo mundo y usar su encanto para hacer las preguntas correctas.

New York, seis meses atrás.

—Vamos cariño, estoy atrapada en este balcón ¿no vas a venir a buscarme?
—Ya le dije señorita que está atrapada, no se mueva.

La rubia con la que es Steve había pasado la última velada se había quitado el vestido nada más entrar al departamento, y lo esperaba de pie en el balcón, con el torso inclinado hacia adelante y los codos apoyados en el borde metálico, realizando un suave meneo con las caderas; más alegre de lo costumbre por el alcohol, el hombre contempló sus torneadas piernas y cómo las nalgas pronunciadas formaban esa sensual pose, un punto de partida y seguramente de término para la diversión de esa noche. Sintió que el bulto se removía abajo la delgada lycra del traje.

—Tal vez debería hacerle un agujero a esto y utilizar mi bastón de la justicia contigo —dijo con voz un poco ronca—, tengo que castigarte por ser una criminal.

Ella se volteó un poco, con lo que dejó al descubierto una pequeña porción del camino hacia la felicidad que él estaba ansiando ver desde hacía horas; la piel sonrosada se le ofrecía como un deleite imposible de rechazar.

—Eso —replicó con una risilla—, sería como en una película porno de poca categoría; abre el traje por la cremallera en el hombro, bájatelo hasta los muslos, pero no te quites el antifaz.
—Todavía quieres seguir con esa fantasía de tu héroe.
—Sólo castígame por todas mis fechorías —replicó la rubia meneando las caderas—, antes que salte por este balcón y comience a cometer crímenes por toda la ciudad.

Steve se quitó el traje y lo deslizó hasta los muslos; lo bueno de haber comprado un traje caro y no estás ridículas imitaciones de las tiendas de cumpleaños era que no estaba sudado, ni su cuerpo olía a plástico y pintura; cuando hizo contacto con el cuerpo de la mujer, percibió una temperatura similar a la suya y deslizó las manos de manera ascendente desde los muslos y por el torso, hasta llenarlas de los turgentes pechos, y aplicar en ellos una suave presión, la suficiente para transmitir una descarga eléctrica de excitación, pero sin resultar vulgarmente brusco.

—Voy a castigarte por ser muy, muy mala.

Gotham, hace 7 días.

Parecía una suerte que la silla en la que estaba sentado no tuviera algún mal olor al igual que la pequeña sala en la que se encontraba. A sus espaldas sonaba tras una delgada pared, una música estruendosa aunque no desconocida; Steve estaba sentado de espaldas a la pared, con la mirada perdida en algún punto del techo, observando sin atención la pintura blanca desconchada, desnudo de la cintura para abajo mientras la mujer de cabello tinturado rojo hacía su trabajo; no era extraño que en un lugar como ese la chica tuviera experiencia con los labios, pero lo que necesitaba era en realidad era que hablara sobre lo que necesitaba. Sus investigaciones no habían ido de acuerdo a lo esperado, sin embargo, con sus padres hospitalizados, tenía libertad de acción mientras que cualquier vecino del barrio en donde se encontraba la casa era anulado con facilidad, al ver a un hijo salir cabizbajo y sin hablar mucho. Preferiría tener a la chica sentada sobre él, pero en vista que ella le había dicho que no estaba disponible en estos momentos más que para un trabajo superficial, había accedido sin protestar, para tener algo de crédito a su favor. Sintió el impulso de correrse en su boca y le dio rienda suelta, pero ella fue más lista que él y con una percepción experta terminó con las manos lo que había comenzado con la boca, mirándolo de un modo al mismo tiempo juguetón e inocente. Steve se imaginó por un momento una lista de acciones, entre las cuales seleccionar su próximo movimiento; sólo era un trabajo.
Mientras la chica retocaba el maquillaje a un metro de él, Steve se secó con unas toallas de papel, sorprendido de la delicadeza de ella al haber dispuesto una caja de toallas húmedas y perfumadas en vez de una de tela por la que de seguro habrían pasado muchos más.

—Así que querías saber sobre ese sujeto.
—Seguro que has escuchado de él —replicó mirándola como si no se sintiera ofendido por el truco que ella había hecho.
—He escuchado de él, pero no lo he atendido, no ha tenido el honor —respondió la mujer sin un poco de modestia—, lo único que sé es que trabaja despejando calles.

Steve había escuchado ese término antes, se refería a pequeños delincuentes que hacían tratos con los residentes de determinada zona, para que no denunciaran los movimientos de los traficantes; ofrecían dinero a cambio de silencio o lugares apropiados, una azotea desde donde mirar, una cochera desde dónde apuntar, y por supuesto el negocio de refacciones de su padre se encontraba en una zona semi industrial con muy buena conexión hacia la bahía. Se imaginó entonces que los hombres le habrían ofrecido dinero por utilizar sus instalaciones y posteriormente se habían deshecho de ellas y de la necesidad de pago, cuando el hombre había cometido el error de alarmarse por la muerte de alguien, era tranquilizador que se tratara de un delincuente menor, sólo una hormiga al servicio de un propósito mucho más grande.

— ¿Y sabes para quién trabaja?

La mujer soltó un resoplido de burla.

—Para alguno de los esbirros de Máscara negra, para quién más.
—He escuchado que el ambiente está convulsionado.

La mujer dejó de mirarlo por el espejo y lo enfrentó.

—El ambiente siempre está convulsionando, pero esas cosas suceden en esferas más altas que la tuya o la mía. Así que si estás interesado en hacer negocios con ese sujeto, sólo hazlo, no importa para quien trabaje, mientras esté libre sigues siendo una opción; no se te olvide que no he dicho nada de esto, hay un hombre que puede jurar ante una corte si es necesario que estaba conmigo justo ahora, y que además puede probarlo.

Steve no preguntó nada más y salió del lugar.

Gotham, hace 6 días.

—Espera, por favor espera…

Era absurdo pensar que el hombre iba a obedecer a sus gritos desesperados; medía con facilidad más de 2 metros y era al mismo tiempo ancho de espalda, corpulento y musculoso, lo que lo convertía en una mole difícil de enfrentar. La primera sorpresa sin embargo la había tenido al comprobar que era increíblemente rápido de movimientos a pesar de su contextura; lo levantó del suelo con una sola mano y lo arrojó como si fuese un saco de grano. A pesar de su agilidad, Steve no pudo evitar el impacto y se estrelló de bruces contra el concreto; durante un momento todo se fue a negro, mientras las señales de dolor se extendían por todo el cuerpo; en su interior se dijo que tenía que reaccionar y ponerse de pie, correr y alejarse de allí cuanto antes.

—Usted aparentemente no es lo que uno puede ver —dijo el hombre con un tono de voz particularmente afable. En otras circunstancias podría sonar como un maestro, o el diácono de una iglesia ortodoxa—. Los guardias lo tomaron por un joven del lugar, pero ahora creo que usted está averiguando más cosas de las que corresponde, y lamento decirle que no puedo permitirlo.

Steve reunió fuerzas y consiguió moverse, poniéndose a cuatro patas de forma indigna sobre el suelo al que el hombrón lo había lanzado. De cualquier manera la fuerza y el ángulo estaban calculados para que al caerse, golpeara las rodillas y el pecho; había aprendido haciendo parkour que lo principal de una caída era cómo y no desde qué altura, y al parecer el hombre también lo sabía. Le temblaban las piernas, pero se obligó a impulsarse, sin embargo la poderosa mano del guardia lo tomó por el cinturón de la misma manera que los adultos arrastran a los niños; ese movimiento había sido aprendido, era deliberadamente humillante.

—Usted parece fuerte, pero le ruego que no oponga resistencia, todo va a pasar mucho más rápido.


El siguiente movimiento fue rápido; para cuándo Steve había vuelto a caer al suelo, esta vez de espalda, la hebilla de su cinturón había saltado y el pantalón estaba rajado por la fuerza del tirón, dejándolo al descubierto como una suerte de patético esclavo.

—Oh no...

El hombre debe haber identificado al instante el terror en su pálido rostro, pero esbozó una sonrisa indulgente, como la que dedica un maestro a un estudiante equivocado; de pronto en la penumbra de la calle, brilló la delgada estructura metálica de una aguja en los dedos de su mano derecha.

—Oh no, no señor, no me malinterprete, su virtud si es que aún la tiene, permanecerá intacta, lo que me dispongo en realidad a hacer es demostrarle de manera práctica un conocimiento sobre medicina. Resulta irónico que nuestros mayores puntos de placer como seres vivos sean al mismo tiempo los de mayor escala de dolor. No se preocupe por las huellas, si más tarde va a cobijarse en los brazos de su novia, ella no notará nada.

Steve intentó arrastrarse patéticamente por el concreto, pero otra vez el hombre hizo gala de una tremenda agilidad, y poniendo una rodilla en tierra lo tomó de una pierna, acercándolo hacia él. Durante un aterrador segundo sintió la manaza envolviendo los testículos con una suavidad digna de un cirujano, permitiendo que con la diestra insertara la aguja en un punto específico. Luego el hombrón la removió tan sólo un milímetro hacia un costado, pero eso fue suficiente para provocar una descarga eléctrica que recorrió toda la zona lumbar y el torso. El aullido de dolor de Steve le desgarró la garganta.

—En la antigüedad —explicó el hombre como si estuviera dando una clase— los guerreros pensaban que mancillar el honor de su contrincante le quitaba la fuerza, por mi parte soy partidario de la idea de que cosas como éstas son difíciles de olvidar, y que en el futuro tendrá la precaución de no inmiscuirse en los asuntos de los otros.

El lacerante dolor se extendía por todo su cuerpo; empapado de sudor, Steve fue consciente de la indignidad de su situación, donde tenía los brazos libres pero sabía que cualquier movimiento podría provocar consecuencias peores. ¿Qué iba a hacer el hombre? ¿deslizar la aguja con fuerza y desgarrar la piel para dejarlo desangrarse?

—Pequeño Joe, por favor qué es esto.

En la calle donde se encontraban, que era la parte trasera de un club, apareció un hombre de alrededor de 70 años, ataviado con una tenida semi formal deportiva, de cabello cano muy bien peinado. Para aumentar la humillación de Steve, el anciano estaba acompañado de dos hombres que parecían ser su guardia personal.

—Por lo que veo, ya conoce a mí acupunturista, la verdad es que es de los mejores que existen, el único que me ha ayudado con mi dolor de espalda.

El hombre lo soltó y se puso de pie para luego quedar parado al lado de su jefe; después de largos momentos de revolverse en el suelo, Steve sintió que el desesperante dolor disminuía, y tuvo la energía y claridad mental para ponerse de pie y taparse con los jirones de la ropa.

—Usted está buscando a El amuleto —no era una pregunta—. Me gustaría saber por qué.
—Me debe dinero.
—Que ese sujeto le deba dinero a alguien no es una novedad ¿cuánto era, 500, 800?

No supo identificar por qué, pero sintió que debía continuar hablando con ese viejo; se forzó a pensar a toda velocidad.

—Se quedó con mi negocio de refacciones —replicó con voz áspera por el esfuerzo de hablar—, tenía que pagar y no lo hizo.
—Usted empezó a buscarlo con la esperanza de recuperar su dinero —comentó el viejo sin alterarse—. Admito que usted es un joven hábil, pero en esta ocasión confió demasiado en sus aptitudes, al igual que él. Por lo que sé, quiso tomar una tajada para él de los negocios que le habían encomendado, alguien lo traicionó y entregó la información a Kronenberg, pero se quedó con el fruto de su negocio más reciente; Francesco, es decir El amuleto, reposa en alguna clínica forense después de haberse ahogado por accidente en un canal, y su dinero mi amigo, está en las manos de esa persona.
— ¿Por qué me está diciendo todo esto?
—Porque la persona que traicionó a quien usted busca es peligroso también para mí en estos momentos; los grandes negocios de Máscara negra y los humildes emprendimientos de ciudadanos como yo pueden quedar en riesgo. Veo en sus ojos que es un hombre fuerte y que quiere conseguir lo que se propone a costa de lo que sea, pues bien, usted nunca será uno de mis trabajadores porque no lo quiere y yo tampoco lo quiero, pero quiere hacer algo que puede ayudarme a estar más tranquilo. Le propongo lo siguiente: Tómese dos o tres días para que el murmullo de un osado investigador se acalle, y luego contáctese conmigo, proporcióneme una entretención, un espectáculo que me convenza de sus habilidades, y yo le proporcionaré los medios necesarios para que pueda recorrer las calles de esta ciudad sin que tenga que exponerse al humo de los bares y centros nocturnos. Es un negocio muy simple en realidad, usted se encarga de eliminar a esta persona traidora e inestable, recupera su dinero y yo me quedo tranquilo con mi negocio.

Steve miró al hombre a los ojos, y tras un instante de recuperar el aliento, preguntó.

— ¿De qué clase de espectáculo habla?

Gotham. Ahora.

La explosión en la Avenida Miller fue como una confirmación de lo que debía hacer. En su interior recordó cómo, de manera casi infantil, había encontrado una azotea y activado en ella un proyector de luz, indicando con él hacia el cielo. Nadie apareció.
Sus padres seguían internados, y en medio de una de esas noches de soledad, parado como un tonto sobre techo del edificio, pensó en qué era lo que habría pasado en New york en un caso similar. Todos decían que Nightwing era un tipo de héroe distinto, algo así como un amigo para los hombres y un príncipe en mallas para las mujeres; un héroe salido de Gotham no lo iba a ayudar, y en vista de las circunstancias, uno de esa misma ciudad tampoco. ¿Estaría ocupado en la lucha contra el crimen? Apenas veía las noticias, pero sabía de una lucha de Poder entre Máscara negra y el murciélago; esas eran batallas importantes, esos eran villanos importantes, víctimas potenciales que merecía la pena rescatar. Todos los días se destruían negocios en las calles, pero el murciélago sólo aparecía en los casos importantes, ya nadie aparecía a bajar gatitos de los árboles.
Cuando cambió de curso en su caminata nocturna, enfiló a pie hacia el borde de la ciudad, hacia una zona urbanizada, pobre por definición  y tan olvidada de la mano de Dios como era de esperarse; un sitio en donde el crimen casi no pasaba por encontrar poco que obtener, donde la beneficencia hacía acto de presencia lo justo y, donde los habitantes estaban resignados al mal olor, las comidas recalentadas y las muertes por enfermedad; le tomaría menos de una hora llegar hasta allí.

—Soy yo. Tendrá su espectáculo.

Una hora más tarde, en una calle en los suburbios, una niña de tez morena caminaba sola, sin rumbo fijo. Avanzada la noche, el calor sofocante de la tarde había dado paso a un viento susurrante, una voz ahogada que invitaba a entrar en las casas y cerrar las ventanas. En los sueños de muchos, ese viento sería la voz de un monstruo.

— ¿Qué haces aquí?
—Estoy perdida señor.

El silencio en esa calle en las afueras de Gotham se podría haber tragado a un minotauro.
Las lágrimas se habían secado en las mejillas de la niña, delineando surcos sobre sus mejillas de piel tostada. Steve se sentó en el suelo y le hizo un gesto para que se acercara.

—Habías salido a pasear con tus padres.
—Mamá dijo que la acompañara —contestó ella con voz temblorosa—, fuimos a ver a tía Judd, pero perdimos el autobús de regreso y estábamos en una estación que no conocía.

Steve podía hacerse una imagen de lo que había sucedido; la madre pobre, cansada en un terminal de buses, buscando la forma de regresar a casa cuando estaba comenzando la noche, diciéndole a la hija inquieta que se quedara sentada esperando; la niña desobediente saliendo del lugar, caminando curiosa hasta perderse. Hasta llegar a él.

—Saliste a jugar un rato verdad.

No lo dijo como una acusación, sin embargo los ojos de ella se inundaron de lágrimas, aunque sin llegar a llorar.

— ¿Usted sabe dónde está la Estación de Buses?

Steve permaneció sentado en el suelo, a tan sólo unos centímetros de ella, con la vista desenfocada.

—Sí, claro que lo sé; te ves cansada, debes extrañar a tu madre.
— ¿Me puede ayudar?
—Te llevaré con ella —dijo abriendo los brazos—, pero haré un truco de magia para ti.

La niña lo miró durante un segundo, sin comprender.

—Será un truco muy sencillo —dijo él en voz muy baja, casi como si el susurro pudiera ser llevado por el viento—, lo haré y en un segundo estarás en el lugar correcto.

La niña se mordió el labio inferior mientras contenía las lágrimas, y asintió lentamente.

—Cierra los ojos, y canta para mí ¿recuerdas alguna canción de cuna?
—Sí —balbuceó ella.
—Entonces cierra los ojos y cántala, y luego estarás en el sitio al que voy a llevarte.

Sucedió un instante breve, pero lleno de un silencio tan intenso, que si alguien más lo hubiera presenciado, habría sentido en el aire el emriagador aroma de la muerte.

—El camino por el que Jesús va… está lleno de algodón… cierra los ojos y duerme… niña de mi corazón…

Sentado en el frío suelo, el hombre acunó en sus brazos a la niña. La magnitud del acto no podría haber sido explicada en palabras, los ángeles de la guarda habían sido desterrados por el miedo y la falta de esperanza, nadie escuchó el sonido del cuchillo deslizándose por la piel, en la cuadra más solitaria de toda la ciudad, ningún oído percibió una exhalación ahogada, ningún ojo se percató de la ligera convulsión.
Las manos del hombre fueron gentiles de forma postrera, al depositar con cuidado y lentitud el cuerpo sobre el concreto; los pasos se alejaron silenciosos, fundiéndose con el sonido del viento que arrastraba algunas hojas, mientras el pequeño bulto sin hálito quedaba solo en la vereda, con la brisa nocturna pasando y la luz de la Luna iluminando con fría intensidad.



Próximo capítulo: Carroña para la hiena


Por ti, eternamente Capítulo 22: Las esperanzas se pierden



Tomás era un hombre de 35 años que ya estaba de vuelta en la vida a pesar de no ser tan mayor; había pasado por muchas cosas en el cuerpo de rescate al que perteneció por más de quince años, y muchas de ellas eran más de lo que una persona común vive en toda su existencia. Quizás por eso es que su presencia en el bosque no era tan extraña, por una parte porque sabía a la perfección como moverse en un terreno como ese, y por otro porque poseía algo de la experimentada calma de alguien que ya ha vivido lo suficiente.
En ese momento, esa mañana de lunes estaba en lo profundo del bosque, cuando el Sol apenas se dibujaba en la lejanía a las seis de la mañana, con el rifle en las manos,  apuntando directo a su blanco.

—Eso es...no te muevas...

La liebre se había internado entre la vegetación hacía rato, pero Tomás le seguía la pista de cerca, y estaba seguro de poder hacer un tiro limpio que le aseguraría después una cena de muy buen sabor.

—Espera...espera...

Lo tenía en la mira, solo debía disparar, pero precisamente en ese instante un ruido a lo lejos advirtió al pequeño animal y lo hizo correr otra vez.

—Diablos...

Bajó el arma, dispuesto a continuar la persecución del animal, pero el ruido que alertó a la liebre continuaba escuchándose ¿de qué se trataba?

— ¿Qué es eso?

No lo podía identificar con claridad, pero estaba ahí, a unos cuantos metros de distancia; era extraño que alguien como él no supiera qué clase de ruido era cualquier cosa que escuchara en el campo o el bosque, por lo que, por precaución, volvió a levantar el rifle avanzando a paso sigiloso en dirección al origen del sonido. Unos pasos después se quedó congelado ante lo que estaba viendo.

—No puede ser...

Un hombre joven estaba frente a él, delgado, con las ropas sucias, evidentes heridas en la cara, brazos y diversas partes del cuerpo, y lo que resultaba más inquietante de todo: tenía entre sus brazos un bulto pequeño que era a todas luces un bebé.

— ¿Qué haces aquí, que te pasó?
—No...

Hizo un gesto de alejamiento con el cuerpo, pero estaba temblando de pies a cabeza, y tenía la mirada perdida, a todas luces esas heridas eran mucho más de lo que de veía a cinco metros de distancia, lo que sea que le hubiera causado eso podría generar un estado febril. Y en ese momento comprendió.

—Tú —dijo en voz baja—, eres el de las noticias...eres Víctor...
—No...

Trataba de mantener distancia, pero en realidad apenas parecía poder mantenerse en pie; Tomás tenía que acercarse.

—Escucha —le habló muy despacio, para hacerse entender—, estás herido, déjame ayudarte.
— ¡No!

El muchacho estaba asustado ¿qué edad podía tener?

—No quiero hacerte daño. Escucha, soy rescatista, no voy a hacerte nada malo, solo quiero ayudarte.

Durante unos momentos no contestó, pero seguía manteniendo esa actitud hostil, lo que era particularmente preocupante en el estado en que estaba.

—Mírame —siguió con voz neutra, sin dar ninguna inflexión—, no voy a hacerte daño, solo quiero ayudarte, sé que estás sufriendo.

Entre los temblores que remecían su débil cuerpo, el muchacho parecía dudar; supo entonces que tenía que darle alguna señal evidente de confianza.

—Mira, estoy quitando las balas del rifle, ahora están en mi bolsillo, y lo dejaré a la espalda —mientras lo hacía sacó algo de su cinturón—, ahora mira, éste es mi cuchillo, tómalo, así vas a estar más seguro. Ahora tú vas a tener el arma, tú vas a mandar, puedes apuntarme con él si quieres.

Sus palabras surtieron efecto, porque el joven dejó que se acercara lo suficiente, y con mano temblorosa tomó el cuchillo.

—Eso está bien. Mira, quiero ayudarte, dime qué pasó, como está el bebé.

Eso pareció llegar más cerca que todo lo que había dicho antes, pero la reacción del muchacho fue más preocupante que verlo en ese estado.

—No sé qué le pasa —replicó .con un hilo de voz ,— está tan quieto, y no reacciona, no me mira y solo...solo...

Tomás sintió que se le oprimía el corazón; en las noticias había escuchado que el hombre estaba dado por desaparecido desde el día anterior, e incluso algunas personas de aventuraban a decir que estaba muerto. Tenía que acercarse, tenía que verlo, aunque estuviera siendo amenazado por su propia arma.

—Escucha, voy a acercarme ahora, no te voy a tocar, solo necesito ver al bebé.

Avanzó en lo que le pareció una eternidad, procurando no hacer ningún movimiento brusco. Unos momentos después estuvo lo suficientemente cerca como para poder ver al pequeño, y al hacerlo, su corazón dio un vuelco.

—Oh por Dios...

2

Claudio estaba en la oficina de Fernando de la Torre, de nuevo vestido con su traje a la medida, fresco y orgulloso como siempre, aunque su patrón se mostraba bastante alterado.

—Toda la noche —protestó el hombrón—, toda la noche estuve esperando alguna noticia, estoy volviéndome loco y la policía me llama diciendo que es probable que mi nieto esté muerto.
—Cálmese señor.
— ¡Cómo quieres que me calme! Se suponía que tú ibas a ayudar a que mi nieto volviera con su familia y ahora es posible que haya muerto.

Claudio respiraba con su habitual tranquilidad; le provocaba un cierto placer perverso tranquilizar a su patrón con simples artilugios.

—Su nieto no está muerto.

El rostro del otro hombre se mantuvo rígido y duro como lo había estado hasta ese momento, mientras él seguía junto al escritorio, de pie y con los puños apretados.

—Dame un motivo para creerte.
—Si estuvieran muertos usted ya lo sabría. La policía no sabe dónde está.

De la Torre sopesó la situación un momento, pero aunque podía estar de acuerdo, no estaba conforme.

—Ya pasó una noche, creer que están vivos y bien es pedir mucho.
—Pero no demasiado señor. Además, el plan aún sigue su curso, Segovia cargará con toda la culpa.
—Eso ya lo sé, pero nada de eso tendrá sentido si le pasó algo, y ahora que ese lugar está infestado de policías no puedes acercarte.

Claudio se acercó al bar y sirvió unos tragos; todo lo que había hecho hasta ese momento tenía buen resultado, excepto que Segovia desapareciera en ese accidente, pero aún estaba convencido de que la muerte de ese hombre lo sepultaría en vida.

—Por ahora hay que esperar, ahora que hay luz de día seguramente ese teléfono sonará señor, y usted podrá recuperar a su nieto.

3

Romina y Álvaro habían salido de la urgencia la tarde anterior, pero cuando era Lunes por la mañana las cosas solo parecían empeorar en el departamento de él, en donde ambos habían pasado la noche.

—Buenos días.

El hombre entró en la habitación en donde ella reposaba en la cama, despierta desde hacía varios minutos.

— ¿Cómo dormiste?
— ¿Cómo podría haber dormido? Armendáriz nos destruyó, no podemos hacer absolutamente nada porque somos parte de la investigación, y como ahora todo es público, no podemos hacer un reportaje o dar declaraciones ni nada...demonios.

Él se sentó junto a ella.

—Yo dormí más o menos, creí que sería peor dormir en el sofá pero no está mal.
—Te dije que podías dormir aquí.

Ambos sabían que su amistad era demasiado férrea como para verse afectada por la típica confusión de sentimientos por estar demasiado cerca; de hecho la opinión más importante que tenían a la hora de buscar pareja era la del otro, su confianza era total.

—No te alarmes, no estoy tan viejo todavía. Además los dos necesitábamos un poco de espacio, la única razón por la que quedamos aquí es que era más seguro estando convalecientes. Ahora lo que tenemos que hacer es pensar en lo que vamos a hacer de ahora en adelante.

Romina no contestó.

—Escucha, sé que dijimos que haríamos éste reportaje, pero ahora no hay nada que podamos hacer; tenemos que asumir que estamos de manos atadas.
—Lo sé, tienes razón, pero las cosas han sido mucho peores de lo que nos esperábamos. Estuvimos tan cerca Álvaro, tan cerca, y ahora tenemos las manos vacías.

Álvaro suspiró profundo.

—Todo está mal para nosotros, pero no somos los únicos. Anoche trataba de dormir, y solo pensaba en Segovia, y en ese niño...yo...Dios...

4

Ignacio Armendáriz estaba en su departamento aún a las nueve de la mañana, recostado en su cama, cuando sonó su teléfono celular. Había pasado una noche horrenda, entre sueños y alucinaciones, sin poder sacarse de la cabeza las últimas imágenes que tenía de Segovia y el pequeño. El día Domingo había sido muy largo, además de infructuoso, pero finalmente los equipos de búsqueda habían tenido que retirarse ante la imposibilidad de buscar en la oscuridad, por lo que el sitio del suceso permanecía acordonado mientras amanecía; en ese momento ya habían comenzado de nuevo los trabajos, pero él llegaría un poco más tarde, necesitaba concentrarse y presentarse como un hombre completo. Pero nunca en su vida había sido tan difícil.

—Hola.
—Ignacio, viejo, por fin logro encontrarte.

Era una frase retórica, pero escuchar esa voz lo ayudaba mucho.

—Alejandro, como estás.
—Bien viejo, pero quería comunicarme  contigo, supe lo que pasó.

Alejandro era oficial de narcóticos, había estudiado con él en la academia y era uno de sus mejores amigos; con él siempre se sentía a sus anchas de ser sincero y claro, y sabía que tenía su apoyo en todo.

—Estoy mal hombre.
—Imagino que sí, pero tienes que estar tranquilo, además los trabajos aún no terminan, tienes que estar con tu gente.
—Lo sé, pero sabes tan bien como yo que la responsabilidad es mía; tengo la responsabilidad de lo que pasó, yo soy el culpable. No puedo quitar de mi cerebro la imagen de ese  niño muerto.

El otro hizo una pausa. En ese momento los papeles se invertían, ya que tiempo antes fue Tomás quien pasaba por un grave problema.

—Todavía no des nada por hecho, te vas a volver loco. Anda al lugar, haz tu trabajo y cuando sepas qué diablos está pasando, tal vez ahí puedas culparte. Pero aun así viejo, pase lo que pase, tienes que recordar lo que nos decía el Capitán en la academia: si sabes que hiciste lo máximo, lo demás está fuera de tu control. Llámame si necesitas una cerveza.



 Próximo capítulo: Despertando

No traiciones a las hienas Capítulo 1: Una persona prescindible

No traiciones a las hienas

Capítulo 1: Una persona prescindible
Gotham City. Avenida Miller.

“¿Es que acaso no hay nada bueno en ti?”

Una noche como cualquier otra, desolada, desagradablemente cálida y oscura; la gente trata de volver a casa lo más pronto posible para evitar ser atrapado por alguno de los delincuentes que cada noche inundan las avenidas, muy a pesar de los intentos de la policía.
A Steve nada de eso le interesa.
Si en ese instante un grupo de maleantes apareciera para golpearlo hasta dejarlo convertido en un montón de carne sanguinolenta, lo más probable es que los recibiría con los brazos abiertos.

—Maldita ciudad.

Cruzó la angosta calle 428 sin tomar atención del tráfico; a su izquierda sintió el ronco sonido del motor de un camión pequeño, y al desviar la vista hacia él quiso sonreír al ver que en el costado del compartimiento de carga tenía un letrero que decía “muévete” pero su humor esa noche no estaba como para cambiar de una manera tan sencilla.
Un instante después, el pequeño camión voló en mil pedazos.
Steve se quedó de pie a una cuadra de distancia del montón de fuego en que el vehículo se había convertido, físicamente aturdido por el atronador sonido de la explosión, pero en el interior de su mente, no tan sorprendido. Inmóvil, miró en todas direcciones, pero aparte de un par de autos estacionados que habían salido despedidos por la onda expansiva y un vehículo en sentido contrario que giró para huir a toda velocidad, nadie parecía interesado en lo que estaba sucediendo; su odio y rencor hacia la ciudad en donde se encontraba tenía su fuente de origen justo en cosas como esa, en que dentro de ti no sucediera nada cuando una desgracia le sucedía a alguien que no conocías. Al menos el conductor del camión debería haber muerto de forma instantánea. Levantó la vista y miró también en distintas direcciones, sin saber muy bien qué es lo que estaba esperando encontrar ¿algún superhéroe con capa descendiendo para ver en qué podía ayudar? Por supuesto que no; le pareció ver a una persona en la cornisa de un edificio cercano, pero un pestañeo después lo hizo descartar esa posibilidad. Regresó sobre sus pasos y dobló a la izquierda en la calle que acababa de sobrepasar.
Otra Muerte en Gotham, no era la suya, no todavía.

New york city. Diez días antes.

—Charlotte, mi estimada, soy todo tuyo.

Steve entró en el lujoso despacho de Charlotte Davis sonriendo y con los brazos abiertos como era una de sus expresiones habituales; sabía que su figura torneada por el ejercicio en el gimnasio, la forma en que marcaba la musculatura bajo la camisa celeste y los pantalones de diseñador eran infalibles, y que su rostro expresivo de piel bronceada y ojos color miel completaba el cuadro de un hombre joven sexualmente atractivo y a la vez inteligente y capaz. Se sorprendió al ver que ella no sonreía.

—Me gusta la correa de tu reloj —dijo ella con un tono glacial—, tiene un estilo gótico ¿no crees?

Lo sabía. Steve sintió que el estómago descendía hasta los testículos, mientras su sangre parecía comenzar a correr en sentido opuesto. Dios del cielo ¡se había descubierto toda la verdad!

—Sinceramente no creo que Armani diseñe relojes de ese estilo —replicó sin alterar la expresión amable de su rostro—, pero si te hace feliz puedo conseguir uno con la inspiración correcta.

Charlotte era la gerente de proyectos de la empresa Black & Gold, una mujer ampliamente conocida por su enorme capacidad así como por su carácter implacable. La buena relación había sido inmediata cuando se conocieron, al poco ya coqueteaban y, aunque no había pasado a mayores, siempre pensaba que sucedería en algún momento. Y a partir de ese instante, la intimidad no se daría jamás.

—Qué descaro. Qué capacidad de mentir —exclamó la mujer fulminándolo con la mirada— ¿A dónde crees que viniste a parar? Esta no es una comedia romántica en donde el chico pobre entra a trabajar a una gran empresa y gracias a sus capacidades todos le perdonan lo que es en realidad.

La mente de Steve trabajaba a toda velocidad; no importaba cuáles eran los motivos por los que ella supiera la verdad, lo que importaba evitar era que es se desencadenara la catástrofe.

—Por favor, nací en un excelente barrio en New York.
—Por un azar del destino, chico de Gotham —replicó ella—, así es; llevas casi un año trabajando aquí a punta de mentiras y esperas que me quede viéndote embobada por esa cara y esos ojos y te diga que no importa.

No podía pasar a la ofensiva, pero sí podía defenderse de otra manera.

—Charlotte, soy uno de los mejores desarrolladores que has tenido jamás en esta empresa.

La mujer se puso de pie y la expresión de su rostro hizo que Steve comprendiera que había adoptado la estrategia incorrecta.

—Buen desarrollador, pésimo cerebro, estás en Black & Gold. Esta es una empresa grande, exclusiva, discriminadora, que desarrolla tecnologías absurdamente caras para gente que necesita sentirse importante y tiene el dinero para pagarlo, que realiza caridad por interés y que paga sumas estratosféricas para que las estrellas del pop confíen en nuestros programas y los publiciten solo a un número limitado de usuarios ¿acaso crees que me importa que seas inteligente si en realidad sólo eres un chico pobre con talento?
—Puedo borrar todo mi pasado.
—Me gusta cómo suena eso, pero tendrías que haberlo hecho antes de poner un pie aquí. Firmaste un contrato a través del cual asegurabas tu estrato social, procedencia, bienes familiares ¿Acaso crees que los redactamos para pagarle a los becarios que traemos? No, es porque más allá de los sistemas y programas que desarrollamos, nosotros vendemos estatus y sabemos que por una simple mancha podemos perder un cliente de millones de dólares.
Debería denunciarte y hacer que pagues la multa, pero seré generosa contigo y dejaré que desaparezcas de la faz de este edificio sin desembolsar ni un centavo. El departamento debe estar desocupado mañana antes de las 9.

Si haber sido descubierto en el engaño había sido doloroso para él, la misericordia de Charlotte resultó insoportable; era cierto, podían obligarlo a pagar una multa, y en los 11 meses que había trabajado en esta empresa no había tenido la precaución de ahorrar dinero. De un momento a otro perdió importancia saber cómo es que ella había descubierto la mentira sobre su origen que con tanto cuidado él había creado, lo más probable es que si se trataba de un accidente o de un becario demasiado intruso, la humillación sería aún mayor.
Once meses viviendo a lo grande, organizando barbacoas y fiestas de espuma, pagándole tragos a chicas guapas y luego pagando el taxi después de noches de sexo desenfrenado, comprando ropa cara, relojes y teléfonos celulares. Cuando llegó al ascensor, rogando que nadie más en el edificio supiera lo que estaba sucediendo, sintió pánico.

—Maldita sea.

Mientras el ascensor bajaba, revisó el estado de su cuenta personal a través del teléfono: 5271 dólares era la última suma que tenía registrada, pero no pudo realizar ninguna operación; el cajero automático se burló de él sin piedad unos momentos después, al mostrar una leyenda en pantalla que indicaba que la tarjeta insertada se encontraba fuera de operaciones; ni siquiera hizo el intento de ir a una oficina, supuso que la ira de Charlotte había cerrado su cuenta, borrando con ella el escaso de dinero del que habría logrado disponer. Entró a un bar y se tomó una cerveza de un solo trago, aún sintiendo que la sangre no circulaba por sus venas.
Estaba perdido, sólo tenía en su poder lo que estaba en el interior del departamento, y tenía menos de 24 horas para salir de ahí.
Vendió el reloj en una casa de empeño y obtuvo dinero suficiente para conseguir un camión en donde poner su ropa, los muebles y electrodomésticos; el conserje no le preguntó de qué iba todo eso y fue lo mejor, lo más probable era que ya lo sabía. Para el final de ese día estaba instalado en un departamento pequeño y desagradable, con una pila de muebles en un costado y una cama demasiado grande en el otro. Cuando sonó el teléfono y vio quién estaba llamando, comprobó que en la vida, de hecho, las cosas siempre pueden empeorar.

—Lo siento cariño, de verdad no puedo con esto.

La voz quebrada de su madre fue todo lo que escuchó antes de sus sollozos; quién habló después fue el doctor Aschmeier, un antiguo amigo de la familia que con su característica voz ronca por causa del uso excesivo de cigarrillo, le explicó de manera sencilla y clara lo que había sucedido con su padre. Lo había atrapado un grupo de mafiosos de poca monta y realizaron en él una serie de torturas con el objetivo de hacerlo desistir de una denuncia en su contra: le rajaron la espalda con un cuchillo curvo, y aunque fue un milagro en palabras del propio doctor, que no quedara parapléjico, las secuelas habían sido graves. Steve hizo una mueca al recordar que la fecha en que ocurrió el ataque, 2 meses atrás, coincidía con una noche en la que él estaba en el balcón de su antiguo departamento mirando las luces de la ciudad mientras penetraba a una rubia de la cual ni siquiera sabía el nombre, una rubia de unos pechos deliciosos que se bamboleaban al ritmo incesante de sus movimientos.
Los últimos dos meses los había pasado internado en el hospital de Gotham, pero desde luego, los recursos estatales no eran infinitos y le fue dada el alta, tras lo cual se le envió a su casa con un listado de medicamentos y tratamientos que desde luego su nivel de ingresos no podía permitir. El doctor le explicó con la misma claridad objetiva de un profesional, que su madre no podía hacerse cargo de él, ya  que ahora mismo ella estaba pasando por un estado depresivo severo. Necesitaba en que su único hijo los ayudara.

Gotham. Dos días después.

Steve no odiaba a sus padres, pero siempre había sentido una especie de compasión hacia ellos. Él con esa empresa pequeña de refacciones para automóviles, y ella como una clásica ama de casa de los 50, ambos tan clásicos, tan correctos y desde siempre para él tan mediocres: se quisieron casar, quisieron tener un hijo y una casa, y se contentaron con ser ciudadanos correctos que tenían lo suficiente para vivir con tranquilidad y sin mayores aspiraciones. Desde pequeño a él lo hizo sentir enfermo ese conformismo, de modo que cuando le dijo a su padre que liquidara la empresa para que él tuviera los recursos para irse a New York y hacer allí la preparatoria y universidad, no le extrañó en lo absoluto que el vendedor de refacciones le dijera que eso era algo que no podían permitirse, que si quería ir a la universidad, lo haría en la estatal y trabajando medio tiempo para ayudar a pagar los estudios.
A los 14 años se fue de su casa sin tomar en cuenta la tristeza de su madre y la decepción de su padre, y a partir de ahí convirtió su vida en una mentira, se inventó un pasado prometedor y se las ingenió para encontrar los trabajos correctos dirigidos por gente incauta a la cual pudo quitarle el puesto. Los últimos dos años de preparatoria los vivió en un departamento mugriento mientras todos sus compañeros creían que era un joven adinerado cuyos padres estaban en el extranjero, y comprobó que vivir a lo grande abría puertas, y ser inteligente como él lo mantenía adentro de los sitios correctos. El empleo en Black & Gold era lo más sorprendente que podía esperar conseguir a los 25 años, de modo que al recibir aquella llamada se convenció de que la humillación que acababa de sufrir sería solo un accidente; con su padre incapacitado, podría tomar el control de la empresa familiar, liquidarla, pagar una casa de reposo para él y quizás también para su madre, y utilizar el dinero y sus conocimientos para fundar algo propio, algún proyecto con uno de sus conocidos fuera de la empresa. Charlotte podía haberse deshecho de él y arruinado su presente, pero por su mismo afán de protección de la empresa no se atrevería a revelar nada de esa historia, de manera que él podría hacer el negocio que quisiese y luego aparecer en una de sus fiestas lujosas a burlarse de ella.

Cuando llegó a Gotham al día siguiente comenzó con el pie izquierdo, ya que pretendía aparecerse por la mañana y no fue sino hasta la noche que lo logró;  el panorama que se encontró en la incipiente oscuridad era tal y como el doctor Aschmeier se lo había dicho antes: su madre no había podido con la tristeza de lo que había pasado y se encontraba en una institución psiquiátrica, intentando recuperarse luego de la crisis de nervios que casi había acabado con su vida. Su padre en efecto se encontraba solo en casa y dado de alta, pero el hombre a quien Steve había conocido se había ido para siempre.
 Más allá de las heridas físicas, los delincuentes habían hecho algo que había metido en su mente un horror tan grande que llegó a convertirlo en una especie de animal; tan pronto lo vio intentó ahorcarlo, diciendo una retahíla de incoherencias acerca de unos animales que le habían hecho daño. Steve sólo pudo sentirse tranquilo cuando lo encerró en su cuarto, pero su primera noche de regreso en Gotham después de 10 años fue muy difícil de sobrellevar con los constantes sollozos y súplicas de perdón de parte de un hombre que, ya viejo y superado por las heridas causadas, le decía de manera alternativa que sólo cuando estaba solo y encerrado podía encontrar algo de paz, y que necesitaba que lo dejaran salir para poder destruir a todos los monstruos. Como si de pronto su progenitor hubiese sido intercambiado por una persona aquejada de esquizofrenia.
Al día siguiente y con el objetivo aun claro en mente, Steve fue hasta las instalaciones de la empresa de refacciones de su padre, consciente de que no obtendría nada intentando razonar con él en el estado en que se encontraba.
Se encontró con las instalaciones cerradas y convertidas en una bodega, y cuando de manera desesperada dio el siguiente paso en la asociación de comercio de Gotham, se encontró con que la empresa había sido disuelta 6 meses atrás ¿qué diablos era lo que su padre había hecho? volvió a la casa de sus padres enfurecido, frustrado y sin entender lo que había sucedido; entró hecho un huracán y una vez dentro del cuarto de su padre, se olvidó de los males que le afectaban y lo tomó por los hombros, empujándolo contra la pared.

— ¿Qué es lo que hiciste? dime qué fue lo que hiciste con la empresa.

Para su sorpresa, el hombre se derrumbó y comenzó a llorar con desconsuelo.

—Lo siento hijo —dijo entre sollozos—, yo sólo… solo… quería hacerte el regalo que tú querías,
que…

Durante un eterno segundo Steve no supo qué pensar. ¿Regaló, había liquidado la empresa para comprarle algo? Un departamento o un auto serían útiles, pero si habían pasado 6 meses tal vez las cosas no habían salido bien o de lo contrario alguna seña en la casa se lo habría indicado, o por último habría tratado de comunicarse con él, para congraciarse después de no acceder a apoyarlo en la meta de lograr su futuro.


— ¿A qué te refieres?

El hombre quedó sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, las mejillas mojadas de lágrimas, un costado de la cara grotescamente manchado por saliva que había escapado de su boca. Despeinado, con barba de tres días y llorando como un niño, era la viva imagen del patetismo.

—Yo sólo quería… que estuvieras orgulloso ¿recuerdas que dijiste que querías uno, que lo querías?
— ¿Qué cosa?
—Pero era más dinero del que podía conseguir, el negocio no había estado bien los últimos tiempos. Así que cuando aparecieron estos hombres y me ofrecieron el trato, les dije que sí.

Sintió una puntada al centro del estómago; eso no era en New York, era Gotham; los términos hombres y trato sólo podía significar una cosa.

—Eran traficantes de armas.

Su padre no respondió la pregunta, pero el estremecimiento que tuvo le dijo con toda claridad que así era.

—No me importó lo que estaban haciendo, me dije que las cosas iban a ser así de todas maneras, pero cuando mataron a ese chico yo… no lo pude aceptar…

La depresión de su madre no había comenzado con el ataque, pensó para sus adentros. Todo eso venía de antes, desde hace 6 meses.

—Sólo quería que pudieras estar orgulloso de mí —dijo su padre con un hilo de voz— ¿recuerdas que dijiste que querías un GT?

El modelo de auto que le había pedido como segunda opción cuando se negaron a lo de la universidad. Un automóvil caro, que incluso con el sueldo que había tenido hasta el mes anterior habría tardado varios meses en conseguir.

—Quería darte tu regalo —dijo mirándolo con los ojos inundados en lágrimas— pero ahora no tengo nada, sólo tengo miedo. Perdóname.

Steve observó a su padre.
Su madre había entrado en depresión, su padre había vendido la empresa y había arriesgado su vida haciendo tratos con maleantes, para hacerle un regalo que él había pedido por capricho 10 años atrás.

—Perdóname papá.

Lo tomó por los hombros, lo obligó a levantarse y lo empujó contra la pared, mirándolo con ojos llameantes.

— ¿Con quién hiciste ese trato?

El hombre se estremeció aún más. No había intentado hacer una denuncia, él estaba de acuerdo con los delincuentes, hasta que ellos traspasaron una línea que no podía permitir, lo que desencadenó los hechos que ya conocía. Por eso el doctor no mencionó por teléfono nada sobre la empresa ni sobre el procedimiento judicial, porque jamás lo hubo.

—Por favor no…no me hagas recordar…

Sin embargo Steve siguió, implacable.

—Esa empresa iba a ser mi herencia, dijiste que sería mía cuando tú murieras ¿Y la regalaste a cambio de nada?
—Por favor…
—Regalaste mi dinero, mi patrimonio para el futuro ¡Acaso eso es amar a un hijo!
— ¡Por favor! —rogó entre sollozos— Por favor perdóname, no hay nada que yo pueda hacer…

Steve lo zarandeó, y con fuerza volvió a presionarlo contra la pared, sin importarle los jadeos y el llanto entrecortado que estremecía al viejo; atravesaría la muralla con él si era necesario para saber la verdad.


—Dime quién es, dime con quien hiciste esos tratos.
—No puedo, no puedo recordar —gritó su padre en un arranque de terror— Sus colmillos en mi garganta ¡No puedo!
— ¡Vas a decírmelo! —gritó Steve por encima de sus llantos— Esa gente se quedó con la empresa que les regalaste, y voy a recuperarla como tú no fuiste capaz. ¡Dime de quién se trata!

No podían ser criminales de alta; no era una zona importante de Gotham, y aunque lo fuera, los criminales importantes de verdad no dejaban testigos con facilidad. Quien le había causado esas heridas era parte de una banda menor y, por lógica, más fácil de acceder.

—Hijo…
— ¡Dímelo, o los encontraré y los traeré ante ti!

Su padre abrió los ojos desmesuradamente; la amenaza, fútil por cierto, surtió efecto, porque después de un eterno segundo, el viejo habló, con apenas un susurro por voz.

—Ellos dijeron que eran…
—Dilo.
—Dijeron que trabajaban para El amuleto.

Steve soltó a su padre y lo dejó derrumbarse en el suelo. El amuleto era el típico apodo que tenía un delincuente con algo de dinero, muchas agallas y una banda de tarados violentos drogadictos para seguirle. El tipo de sujeto que prestaba servicios para The penguin o cualquier otro villano más grande.
Un peón en el tablero.

Llevaba diez años fuera, tenía que averiguar de quién se trataba, dar con él y recuperar lo que era suyo. ¿Quién era el principal traficante de armas, el principal dealer? Eso cambiaba con regularidad, porque mientras el Murciélago se dedicaba a capturar dementes, siempre había otro dispuesto a pasar el riesgo. Tendría que informarse, hablar con algunas personas adecuadas y descubrir a quién buscar, para poder inmiscuirse y saldar cuentas con él; por un momento tuvo el impulso de arrojarse contra su padre, de hacerlo temblar otra vez de miedo, por haber perdido el patrimonio que necesitaba para su futuro, decirle que si hubiera hecho caso a su petición diez años atrás, él no sólo seguiría teniendo su trabajo y el departamento, sino que no tendría que estar allí ensuciándose las manos con un pasado que no quería revivir.
Haría las averiguaciones, encontraría la forma de recuperar lo que le pertenecía, y después dejaría Gotham para siempre. Pero primero, tenía que visitar a su madre, ella de seguro no sabía nada importante que pudiera aportar, pero apelando a su compasión maternal, podría obtener datos detallados de la vida en esa ciudad y, a través de eso, poder fundirse en esas calles que al llegar unas horas antes, le habían parecido tan extrañas y distantes.
Salió de la habitación y cerró con pestillo. Necesitaba mucha información, pero de momento, despejarse era una prioridad, ya podría utilizar la rabia para mejores propósitos. Se desnudó y sacó de la maleta una sudadera, se puso unos jeans viejos y botas de estilo militar para dejar de parecer un niño rico venido a menos y, más ambientado al lugar en donde se encontraba, a esas paredes viejas y el olor a desinfectante de ambientes, decidió salir a tomar un poco de aire.
Afuera encontró, casi sobre el tapete con el ridículo texto “Bienvenido” un animal muerto; era un perro, le habían rasurado el pelo de todo el vientre, y lucía una cara de ojos desorbitados y una línea de sangre alrededor del cuello. Lo habían degollado sin compasión. Le tomó un largo instante notar que la sangre en el vientre no era fruto de una herida, sino que habían escrito con ella, como si de un tatuaje macabro se tratase. La letra era clara, de una caligrafía casi admirable.

“El bebé está intranquilo. Tu esposa no estará para siempre en el hospital”

                                     


Próximo capítulo: No olvides la canción de cuna