La otra matrix Capítulo 2: Destello de realidad




Soulbreaker no podía creer lo que estaba viendo en este preciso instante; presa de distintas emociones el autobot depositó la caja transparente en el suelo con extremo cuidado, quedando observándola sin saber qué pensar, habiéndose olvidado por completo de las dudas e interrogantes que tenía unos momentos antes.

—Me pregunto cómo voy a catalogar en los registros de lo que acabo de ver — dijo Slimdeam con su clásica voz apagada.
—Esto es imposible —dijo Soulbraker sin salir de su asombro—, es la matrix de liderazgo, esto es demasiado extraño.

Slimdeam murmuró algo pero Soulbraker no le hizo caso y utilizó el pequeño escáner de su brazo para registrar el objeto que tenía frente a él.

—No lo entiendo…
—Por supuesto que no es la matrix de liderazgo —dijo Slimdeam en voz baja—, la energía que expele ese objeto es algo que tú y yo, o cualquier cibertroniano podría reconocer con toda facilidad.
—Pero de todas maneras está emitiendo señal de energía —dijo Soulbraker.

Seguía sin comprender por qué motivo Wheeljack ocultaría en uno de sus brazos la mitad de un control remoto cuya otra parte se encontraba en el brazo de Windcharger, y por qué motivo ese control una vez armado activaba el compartimiento en donde se encontraba ese extraño objeto. ¿Por qué en primer lugar había un objeto igual a la matrix de liderazgo oculto en una de las torres de ciudad autobot?

—No lo entiendo Slimdeam —dijo Soulbreaker—, no comprendo por qué vinimos a encontrar este objeto aquí, o mejor dicho por qué los demás lo habrían dejado abandonado en este sitio después de la guerra.

Se produjo un incómodo silencio para ambos; alrededor la muerte y la desolación parecían más enigmáticas que antes.

—Le estás haciendo esas preguntas al autobot equivocado —dijo el cronista con su amargura habitual—, no tengo respuestas para este tipo de dudas.

 Soulbreaker se puso de pie y lo enfrentó, mirándolo fijo; de pronto se dio cuenta que durante los años en que había vivido en Cybertron realmente había visto a Slimdeam durante muy pocas ocasiones a pesar de lo cual lo recordaba bien porque era una personalidad bastante llamativa. Siempre apuntando en su tableta todos los datos que creyera necesarios, siempre cabizbajo y con los ojos oscurecidos, mirando en todas direcciones, no sólo observando sino también desconfiando o renegando de lo que pasaba cerca de él. ¿Durante cuánto tiempo habría vivido entre las calles de Cybertron, durante cuánto tiempo habría deambulando de un sitio a otro registrando las historias ajenas? Un autobot de baja estatura, sin armas visibles en contraste con él, alto y esbelto, con las placas reforzadas en los brazos, el pecho angular, los discos magnéticos en las extremidades, si hasta parecían creados de diferente manera, Soulbreaker como un potencial guerrero, el otro sólo como un ser mecanizado funcional. Solo, siempre solo.

—Slimdeam ¿puedo hacerte una pregunta?

El otro sólo se limitó a asentir.

—Según lo que sé eres un cronista casi desde siempre, pero tengo la impresión de jamás haberte visto satisfecho o contento por algo, incluso según lo que recuerdo de cuando te vi cientos de años atrás en Cybertron, antes de la guerra. ¿Qué es lo que te sucede, por qué es que siempre te comportas así? Entiendo que cuando ves muerte y desolación como lo que está sucediendo ahora mismo nadie puede estar contento, pero en tu caso es como si algo te hubiera marcado para siempre.

Slimdeam no pareció molesto con la pregunta; sin embargo, cuando le contestó su tono de voz era extrañamente honesto y calmo.

—Te diré una cosa aunque tal vez no lo entiendas. Cuando has vivido tantos años y has visto tantas cosas como yo, comienzas a perder la fe en la raza a la cual perteneces y en algún momento comprendes que no es tan sencillo como hacer algo y cambiar el destino del universo, o hacer que todo vuelva a estar bien; ni siquiera los Primes pueden hacerlo.

A Soulbreaker le pareció muy extraño que su tono de voz fuera tan tranquilo, cuando lo que estaba diciendo le sonaba completamente a derrota y angustia; pero al mismo tiempo pensó que quizás el cronista había vivido algunas cosas que no estaba dispuesto a contarle.

—Entonces es eso —dijo finalmente—, has perdido la fe.

El otro soltó un sarcástico bufido.

—La fe —respondió de forma críptica—, no tiene nada que ver en esto.

Soulbreaker iba a decir algo más, pero un sonido a lo lejos interrumpió la conversación de ambos.

— ¿Qué es eso? —dijo el autobot.
—Creo que han comenzado los problemas —dijo Slimdeam—. Toma esa caja y sígueme, tienes que salir de aquí.


2


Unos momentos después los dos iban corriendo hacia cierto lugar que Slimdeam le había indicado.

—Espera Slimdeam, dime qué es lo que está sucediendo, qué es ese ruido.

Sin embargo él sabía perfectamente que se trataba de naves acercándose. ¿Quié podía ser?

—Ese sonido que estás escuchando son los barredores de los decepticons.
— ¿Barredores? —repitió de forma estúpida.

—Sí, esos carroñeros que aparecen después de cada una de las batallas a comer los restos de los enemigos caídos e incluso de sus propios camaradas.
—Pero nosotros estamos vivos y los barredores no tienen un gran poder, ¿por qué estamos escapando de esta manera, qué es lo que me estás ocultando?

El otro soltó un gruñido nada disimulado de desaprobación.

—De verdad me pregunto cómo es que pudiste convertirte en un técnico tan avanzado y que fue transferido incluso las tareas de ciudad autobot, si no eres capaz de darte cuenta de cosas tan sencillas —dijo el otro malhumorado—, está claro que lo que encontraste en este dispositivo es un objeto importante, o no estaría oculto con tantas medidas de seguridad a su alrededor; además la energía que hay en su interior, aunque es mínima, corresponde a la misma frecuencia de la energía que hay dentro de la matrix de liderazgo.

Al escanear el dispositivo, Soulbraker había comprobado que tenía energía en su interior, pero no conocía la frecuencia de la energía de la matrix.

—Antes que me preguntes cómo es que conozco la frecuencia exacta de la energía de la matrix de liderazgo —continuó Slimdeam implacable—, lo sé porque la tengo en mis registros desde hace bastante tiempo. Puede que los barredores no sean muy poderosos y que tampoco ataquen a seres vivientes, pero si descubren cualquier rastro de la matrix, los decepticon serán avisados y nos sería imposible salir del planeta.

En ese momento Soulbreaker entendió a lo que se refería Slimdeam; sea lo que fuere el dispositivo, era evidente que se trataba de algo importante, lo que significaba que debía ser alejado de los enemigos y puesto en manos de Hot rod o de cualquiera que tuviera la responsabilidad suficiente para tomar una decisión al respecto. Tal vez se trataba de un arma diseñada por Wheeljack y que con su muerte no había sido entregada a los que debían manejarla.

—Cerca de aquí está la cápsula en la que llegué a la Tierra —dijo Slimdeam—, no es muy avanzada y tarda en cargar pero nos servirá para poder salir de aquí.
—Espera un momento —dijo Soulbreaker—, hay algo que quiero hacer antes de irme.

Los regaños de Slimdeam fueron inútiles; Soulbreaker se desvió del camino que llevaban y fue directamente al mismo punto en donde estaban entre otros los cadáveres de Wheeljack y Windcharger y se arrodilló junto al primero de ellos; en esos momentos no podía olvidar esa extraña conversación a tan sólo unas horas.

— ¿Qué pasó Jackie?

¿Por qué Wheeljack le había dicho a él en específico que al día siguiente fuera a revisar exactamente el sector en dónde estaba oculta esa copia de la matrix? Los segundos pasaban mientras el autobot esperaba inútil a que el silencio del cadáver pudiera entregarle alguna respuesta.

—Ya no puedes encontrar nada más aquí —dijo Slimdeam nerviosamente—, tenemos que irnos de una vez por todas.
—Está bien —respondió Soulbreaker—, lo lamento, es sólo que me gustaría haber podido resolver esto desde antes.

Ambos continuaron avanzando muy rápido y en un incómodo silencio; poco después se internaron en unos pasillos subterráneos, uno de los cuales conducía a una antigua pista de lanzamiento.

—Date prisa —dijo el cronista—, mi cápsula de vuelo no se encuentra muy lejos.

Mientras la cápsula comenzaba dibujarse a unos cuantos cientos de metros de distancia, el sonido de vuelo que los había estado persiguiendo se intensificó hasta convertirse en una especie de zumbido que resonaba con eco sordo en los pasillos. Al ver que las paredes a su alrededor se estremecían Soulbreaker volteó mientras corría, justo en el momento en que vio un rayo láser derribando a Slimdeam.

— ¿Estás bien?

Sin embargo el otro se puso de pie inmediatamente, sólo tenía una herida en un hombro.

—No te detengas —le dijo dándole un empujón—, esto no es lo que pensaba…

El rayo que había sido disparado con gran precisión confirmaba que los barredores no estaban solos y que al mando de ellos había un decepticon, probablemente un francotirador. La cápsula estaba resguardada tras una muralla de cristal a prueba de rayos que Slimdeam desbloqueó al ingresar un código en el teclado en la pared al costado: al instante apareció en el contador la señal de los 30 segundos faltantes para que la cápsula encendiera el motor y pudiera comenzar el vuelo.

—Se están acercando rápido —dijo Soulbreaker—, voy a detenerlos mientras…

Pero no pudo decir más. Un nuevo rayo dio de forma certera en el umbral de la puerta protectora, dejando la cápsula expuesta a que el francotirador pudiera destruirla en unos segundos.

—Cumple con tu misión muchacho.

De manera repentina Slimdeam empujó a Soulbraker al interior de la cápsula y selló la puerta desde afuera, tras lo cual corrió a toda velocidad hacia el grupo de barredores que avanzaba a hacia ellos.

— ¡Slimdeam qué estás haciendo, déjame salir!

Los barredores avanzaban en una formación muy cerrada, pero de entre ellos se adelantó un decepticon convertido en modo robot: se trataba de Runflight, un mercenario muy astuto y sagaz que había descubierto inmediatamente que había algo extraño en esa cápsula y los autobots que trataban de escapar.

—Eviten que esa cápsula levante el vuelo, a toda costa.

Soulbreaker forcejeaba con todas sus fuerzas, viendo impotente como el cronista corría y ya se encontraba a tan solo unos metros de los enemigos, mientras el contador se acercaba peligrosamente a cero.

— ¡Slimdeam no hagas eso! ¡No lo hagas por favor!

La puerta de la vieja nave había sido sellada con láser por el cronista, por lo tanto desde dentro no podía ser abierta a no ser que la destruyera por completo, y eso le tomaría un par de minutos que en ese instante era toda una eternidad. Un nuevo rayo disparado por Runflight atravesó una de las piernas de Slimdeam, pero este volvió a ponerse de pie con asombrosa rapidez. Con horror, Soulbreaker comprendió que el otro estaba dándole el tiempo que necesitaba para poder huir del planeta con el valioso objeto.

— ¡Noo, Slimdeam, no, no nooo!

El viejo cronista se arrojó sin miedo al enjambre de barredores que se abalanzaba sobre él, como si de pronto hubiera olvidado su costumbre de atacar solamente cuerpos inertes; mientras la cápsula se elevaba de manera inexorable hacia el espacio, el autobot pudo ver, entre sus gritos y los golpes que lanzaba contra la puerta, cómo el viejo hacía un giro digno de un guerrero de primer nivel para derribar a uno de sus enemigos. Pudo ver su actitud, fiera y aguerrida, y sus ojos brillando por primera vez, al tiempo que se entregaba a la muerte cumpliendo con su misión. Entre rayos que fallaron por una distancia mínima, la cápsula se elevó por los aires, abandonando suelo terrestre y a un cronista en medio de un mar de barredores que finalmente se comerían sus restos cuando su energía se agotara, o sus heridas fueron demasiado graves; cuando Soulbreaker se cansó de gritar y aporrear las paredes de la pequeña nave, quedó sentado en el suelo, la espalda apoyada contra la superficie de frio metal, con la vista y los oídos cerrados, intentando en su desesperación escapar de la horrible agonía que lo aquejaba. ¿Quién era él en esos momentos? Habría dado cualquier cosa por poder ser un cronista como Slimdeam, y poder dejar un registro de esa gloriosa batalla en la que salvó una vida, pero sólo era un técnico al que sus capacidades le servían de nada. En la historia, todos alababan a los grandes héroes, que con sus mazos y sus brillantes fuselajes surcaban los cielos enfrentando a los rivales, pero los que realmente sustentaban la historia, con su vida y sus cuerpos eran los más insignificantes, aquellos a los que los registros ignoraban por no ser fuente de inspiración suficiente; se trataba de seres como Slimdeam, un autobot amargado y solitario, que sin embargo había comprendido mucho mejor que él que era primordial poner a salvo el objeto. Pero todo eso era su culpa, si él no hubiera tardado en quedarse a mirar el cuerpo de Wheeljack, quizás ambos habrían escapado, ahora era demasiado tarde para salvarlo.

—Lo siento Slimdeam…

Sus memorias servirían de poco para retratar el heroísmo y la furia con que el viejo había enfrentado al rival, y la forma en que en sus ojos se dibujara el brillo del auténtico guerrero; en caso de sobrevivir a los barredores o a ese decepticon que se encontraba con ellos, sería difícil que pudiera transmitir lo visto de la manera correcta. Jamás imaginó que ser responsable de una vida, o de una muerte, pesaría tanto.


Algunas horas después, Soulbreaker hizo lo posible por recuperarse e ingresó el nuevo curso en la computadora de la cápsula, sin poder divisar perseguidores. Sabía que Hot rod lideraba a los autobots luego de la muerte de Optimus y que estaban de forma provisional en el espacio en medio de una tensa tregua con los decepticons, pero eso no lo ayudaba a definir dónde estaban y en la nave no encontró otro tipo de registro; optó por dirigirse a Luna Solire, un asteroide mecánico a dos marcas estelares del sistema solar, es decir a nueve horas a velocidad estelar. Mientras tanto sólo podía esperar.


3


Aún en la Tierra, entre los restos de cuidad autobot, Runflight establecía comunicación con alguien en Cybertron.

—Te digo que no he encontrado nada.
—Estaban construyendo algo, no puede ser de otra manera.
—Eso ya me lo dijiste.
—Entonces has algo y encuentra lo que sea que hayan hecho, es necesario, lo que te estoy pagando es mucho.
—Está bien, haré lo que sea necesario.

La comunicación se cortó. A su llegada a la Tierra, Runflight tomó a la ligera el trabajo por el que le habían pagado, pero al ver a esos autobots escapar tan apresuradamente, supo al instante que era cierto ¿Qué era lo que el otro se llevó al espacio? Los barredores sólo sabían comer y eso era útil para sus planes, no tendría que preocuparse porque alguien dijera lo que él había visto; de momento era mucho más conveniente seguir la pista en el espacio de esa cápsula, y ver si el objeto le era más valioso a él que la paga ofrecida.



Próximo capítulo: Falta de liderazgo.

Maldita secundaria capítulo 16: Encuentros



Martes 23 Octubre

Alberto cerró la puerta de golpe.

—Cielos, ésto es lo... no, no voy a decir nada, absolutamente nada.

Fernando estaba tomando en sus brazos a la desmayada Teresa.

—Deja y hablar y ayúdame.
—No puede ser —dijo Carolina mirando por la ventana— los maestros están haciendo que todos vuelvan a las salas.
—No importa, sólo hay que salir sin llamar la atención.
— ¿Cómo salimos con una desmayada sin llamar la atención?
—No lo sé, solo aparenten que todo va bien, no vamos a resistir seguir llamando la atención tan seguido.

Poco después Teresa estaba en la enfermería y los demás se reunieron en la recepción.

— ¿Señorita Bastías, que tiene nuestra amiga?

La enfermera estaba muy seria, y tomó el teléfono marcando velozmente el número.

—Hola. Gabriela, necesito tu ayuda, tengo un caso acá en la secundaria, necesito que me envíes una ambulancia ahora mismo.

Dani y los demás se miraron alarmados.

—No me importa lo que diga tu jefe, déjame a ese viejo a mí, tengo un posible shock. De acuerdo, dile al chofer que entre por... si, por esa calle... cinco minutos, genial, gracias.

Cortó y se puso de pie.

—Vayan a clase, a Teresa la van a recoger ahora mismo.
—Pero díganos que es lo que le pasa.
—Eso lo tienen que decir los médicos —sentenció la señorita Bastías— pero no creo que sea un simple desmayo. Ustedes dos —indicó a Leticia y a Luciana— son sus amigas, acompáñenla a la ambulancia, los demás vuelvan a clase.

Y sin más los dejó por fuera de la oficina. Alberto comenzó a entrar en pánico.

—Ésto es tremendo, espero que esté bien.
— ¿Bien Carolina? —se escandalizó el más pequeño— ¿no se dan cuenta? El estado en el que está Teresa podría ser obra de los espíritus, ahora no sabemos cómo atacan; hay que ir a urgencias.
—No podemos saberlo —terció Dani— además, por lo mismo, si están pasando cosas, no podemos dejar sola la secundaria. Hay que esperar a que las chicas nos den alguna novedad, y mientras tanto estar atentos a lo que pueda pasar aquí.

Más tarde, Leticia y Luciana estaban en la sala de espera de la urgencia, aún sin novedades.

—Oye —dijo Luciana después de bastante rato de silencio— lamento lo del otro día, no quería ser agresiva.
—No tiene importancia —replicó Leticia— de todos modos ninguna de las dos ha sido amable.

En eso llegaron los demás.

— ¿Tienen alguna novedad?

Leticia se cruzó de brazos.

—Los padres de Teresa llegaron y se encerraron con un doctor en una oficina y aún no salen, así que no pinta muy bien que digamos.

Soledad se sentó a un costado.

—Ésto es muy preocupante, incluso tiendo a creer en lo que decía Alberto, ya ha pasado bastante rato y no hay noticias, yo esperaba que para cuando llegáramos ya estuviera bien.
—No hay que hacer conjeturas —intervino Dani con cautela— por lo menos no ha pasado nada más grave, ya saben que las noticias malas son las que vuelan; además no pasó nada en la secundaria, eso también es distinto.

En ese momento apareció Teresa acompañada de sus padres, y a pesar de lo que todos podían esperar, se veía muy tranquila; la joven se apartó de sus padres y caminó hacia el grupo.

—Teresa, estábamos muy preocupados —le dijo Carolina— ¿qué te pasó?
—Nada grave, disculpen por haberlos preocupado.

Hizo una pausa.

—Escuchen, hay algo de lo que no les he hablado; hace un tiempo me detectaron cáncer.
— ¿Qué?
—Así es; pero no es grave, es decir, en su momento lo fue, mis padres lo pasaron bastante mal, pero afortunadamente la enfermedad fue detectada a tiempo.
—Pero si se resolvió —le preguntó Soledad— ¿entonces qué pasó?
—Después que terminé el tratamiento, me prescribieron una serie de medicamentos, y tengo que ser rigurosa con eso para mantenerme estable, así me evito problemas, pero con todo lo que ha estado pasando me descompensé y por eso terminé aquí.

Dani no dijo nada, pero estar en esa situación le recordó otras escenas de antes; por supuesto, había algo que habían dejado pasar, y que él personalmente no había retomado, pero estaba casi seguro.

—Teresa, me alegro que estés bien.
—Muchas gracias Lorena.

Alberto consideró que ya la pausa había sido suficiente e intervino.

—Chicos, no es por ser alarmista, pero aunque lo de Teresa no haya sido nada de lo de los espíritus, sospecho que igual hay algo que pasa en ese sentido.

Fernando lo miró sorprendido.

— ¿Y en qué te basas?
—Me baso —respondió lentamente— en que por alguna razón, desde que nosotros estamos involucrados, han cambiado las cosas; por ejemplo, hay sistemas eléctricos afectados, mobiliario que ataca a las personas, ¿por qué no iba a haber algo que nos afectara directamente? Al fin y al cabo ustedes mismos nos dijeron que los espíritus de los secuestradores los agredían, y está claro que no todo sigue como antes.

Lorena y Dani se miraron.

— ¿Tú dices como si ahora pudieran hacer que tuviéramos problemas de salud?
—Sí.
—Es posible Alberto, pero la verdad es que todo es tan reciente que no lo podemos saber; de todos modos hay que estar pendientes.
—Si —comentó Dani— hay que tener todos los factores en cuenta; Teresa, me alegro de que finalmente todo esté bien, pero no debes descuidarte, sobre todo por todo lo que estamos pasando.

Alberto no dijo nada. Había una teoría que estaba creando en su mente, pero aún necesitaba tiempo para madurar la idea y ver si estaba en lo cierto.

Alrededores de la secundaria
Por la noche

Alberto estaba cerca de la puerta del estacionamiento, preparado para entrar; estaba más nervioso en esa ocasión que cuando habían entrado con los demás a la bodega, quizás porque estaba solo y había una enorme cantidad de cosas que podían salir mal.

—Bien —susurró para si— no es tan terrible, voy a entrar...

En ese momento alguien se deslizó por la vereda hacia él.

—Rayos.

No tenía donde esconderse y francamente no pasaba desapercibido; pero unos momentos después comprobó que era Hernán.

— ¿Y tú que haces aquí?

El rapado lo miró de arriba a abajo.

—Es divertido que tú me preguntes eso.
—Si, cierto, yo estoy entrando, tengo que hacer unas averiguaciones, ¿y tú?
—Evitando que te mates en el intento, entremos por ese lado, no por acá.

Entraron por un costado y caminaron silenciosamente hacia la bodega.

—Por cierto, ¿cómo es que Dani supo que yo estaba aquí?
—Dani no sabe que estoy aquí —respondió el rapado— ésto es culpa de Lorena, por lo visto empezó de nuevo con lo de las visiones, porque me llamó, parece que fui el primero al que encontró.

Eso pareció escandalizar al más pequeño en vez de tranquilizarlo.

— ¿Quieres decir que los demás vienen para acá?
—Claro que no, le dije que no era necesario. Ahora dime que hacemos acá a ésta hora.

Alberto sacó de un bolsillo un aparato electrónico y lo acercó a la puerta de la bodega.

—Ésta maquinita detecta las variaciones de la energía —siempre supe que las clases de electrónica servirían para algo— y quiero usarla para descubrir si aquí continúa pasando lo mismo.
— ¿Y cómo pretendes entrar sin las llaves?

Alberto fingió un estremecimiento.

—Por ahora no es necesario entrar, la energía que corresponde a Matías y a los secuestradores es tan fuerte en ésta zona que no es necesario.

Hernán se cruzó de brazos mientras el más pequeño registraba el área.

—Creo que tenemos un problema —resolvió apagando la máquina— porque mi invento no registra nada.
—  ¿Y entonces?
—Mañana a primera a hora tenemos que hablar con los demás, hay que hablar de algo importante, creo que Matías está perdido.



Próximo capítulo: Respuestas absolutas

La traición de Adán capítulo 13: Trampas de seda



Pilar estaba bastante deprimida ese Viernes; las cosas estaban resultando aún peores si eso era posible, ya que su madre había decidido encerrarse en su taller obcecada en terminar su obra destruida en la fallida inauguración de la galería, y no saldría de allí hasta que lo consiguiera; no es que creyera que iban a pasar tiempo juntas o algo por el estilo, pero había decidido quedarse  al verla enferma y ahora estaba como siempre. Demasiado como siempre. Pero tampoco podía estar las 24 horas del día sufriendo por temas que estaban fuera de su control, así que decidió hacer algo de vida real por su cuenta y salió a dar una vuelta. No había terminado de bajar en el ascensor cuando la llamaron por teléfono.

–Hola.
– ¿Aun me reconoces la voz amiga?
– ¡Margarita! –exclamó sorprendida– que gusto escucharte.

Diez minutos después se abrazaban emocionadas; Margarita había sido su amiga y mutua confidente toda la infancia, y había sido duro separarse cuando ella fue a otro país a estudiar, pero habían mantenido contacto por la red, así que verse de nuevo era toda una sorpresa.

–Creí que estabas en el extranjero.
– ¿Bromeas? Si tú estabas en el extranjero mujer.

La otra era una mujer alta, voluptuosa, de cabello rizado oscuro y actitud amigable, llamativa por naturaleza pero sencilla en su actuar.

–Volví el año pasado, ya terminé mis estudios así que me establecí de vuelta y estoy haciendo clases en el instituto Buenaventura.
– ¿Que no es de beneficencia?
–No Pilar, a menos que estemos hablando de la beneficencia de los dueños claro. Y tú en que andas por aquí, llegue a pensar que no volverías.

Pilar le contó brevemente la historia del ataque de su madre. Su amiga reaccionó escandalizada.

–Discúlpame amiga, pero nunca voy a poder entender cómo es que una madre puede tratar así a su propia hija.
–Sabes que tiene motivos por lo que pasó hace ocho meses.

Margarita hizo un ademán con las manos como despejando el ambiente.

–Eso es puro humo amiga, ya te lo dije antes. Una madre le cree primero a su hija que a nadie, no importa lo que le digan o lo que pase, pero ella parece que esperaba un motivo para maltratarte.
–Margarita...
–Es la verdad, lo siento mucho. Además por favor, tú no eres capaz de matar ni una mosca, es ridículo pensar que podrías urdir un plan para robarle a tu madre su colección de arte, engañar a todos incluida esa persona, venderla y luego como si todo eso fuera poco quedarte ahí mirando a la cara de medio mundo como si nada.

Pilar sabía que no era culpable de nada de eso.

–Pero tenían pruebas.
– ¡Al diablo las pruebas!
–Baja la voz.
–Está bien – se disculpó en voz más baja – mira Pilar, tu problema es que siempre te has preocupado más del resto que de ti misma, siempre  has estado concentrada en el otro lado de la moneda. ¿Te acuerdas cuando había esas escuelas de verano y querías ir a acampar? Podíamos organizar todo pero ahí salías tú con que no, que mejor danza o historia del teatro porque eso te haría más culta, pero era para representar algo.

Era agobiante y a la vez muy grato estar con Margarita, porque de ella no tenía desconfianza, y era de la clase de amigas que irán contigo al infierno y de vuelta.

–Y que consigues con eso –le preguntó apuntándola – sufrir, porque te dejas en último lugar, ¿o acaso no te regañé cuando me contaste por chat lo que pasó hace ocho meses?
–Si pero...
–Apuesto que ni siquiera has pedido explicaciones, o tratado de averiguar cómo diablos es que terminaste metida en ese embrollo, pero te digo que las cosas no pasan así nada más, nunca se olvidan y tú jamás podrás sacarte esa tristeza que tienes si no te armas de valor y dices ¨basta, hasta aquí¨ y se lo dices bien claro a todo el mundo.
–Sabes que no soy una persona conflictiva.
–Pues vas a tener que empezar a serlo ahora o nunca lo serás. Ya vas a ver, me vas a contar todos los detalles escabrosos y juntas vamos a poner las cosas en su lugar.

Pilar no sabía si era algo del destino volver a encontrarse con su amiga de  toda la vida, mucho menos si en realidad tendría algún sentido escarbar en el pasado y remover los recuerdos, pero sabía que no tenía alternativa porque a Margarita nadie  le sacaba una idea de la cabeza; la parte buena es que era gratificante estar en su compañía, porque de su parte no habían cuestionamientos y además se sentía igual que siempre, ahí los años separadas no contaban en absoluto.

Micaela estaba despierta desde las seis de la mañana y salió del departamento en su tenida de trabajo en terreno, pantalones cargo, botines, una camisa sencilla y el cabello atado simplemente; fue de inmediato a la obra que tenía que supervisar, la remodelación del Boulevard del centro comercial Plaza Centenario donde la esperaban sus trabajadores.

– ¡Llegó la jefa!

Sorprendentemente el grupo de trabajadores la recibió con toda alegría, aunque después supo que el encargado que creyeron tener era un viejo feo y cascarrabias, por lo que la mejora de la visual incidió notablemente en su estado de ánimo. Las obras estaban en una etapa inicial, por lo que todo lo que debía ser demolido estaba eliminado y había que comenzar con las mediciones y los cálculos, una parte en donde a veces por dejación o por apurar los plazos se dejaban detalles sin terminar. Estaba revisando los planos con el capataz y bromeando un poco cuando apareció una mujer joven, de traje ejecutivo, bonita y con cara de disgusto.

–Buenos días.
–Hola –saludó Micaela– y tú eres...

La otra la miró de arriba a abajo. Tenía claro que ese proyecto era complicado porque la empresa había escogido un muy mal equipo de trabajo, así que tendría que vigilarlos de cerca, muy de cerca.

–Eva San Román, responsable del proyecto, estoy aquí para comprobar si es que hay avances en los trabajos, pero parece ser que no.

Esteban no le había dicho nada de eso, pero claramente ella tenía un cargo sobre él; por suerte ya estaba enterada de varios detalles.

–Micaela Riveros –respondió sin saludarla– estoy a cargo de la supervisión en terreno. ¿Cuál es el problema?

La otra mujer pareció sorprenderse de su respuesta tan sencilla y natural. ¿Que creía que por ser bonita podía decir lo que quisiera?

–El problema es que el proyecto está atrasado un siete por ciento según el detalle que tengo y en la constructora nos gusta que se cumplan los plazos.

Le entregó un informe, que Micaela hojeó sin darle mucho interés; el capataz y los obreros estaban en silencio mientras tanto. Mejor.

–Este informe es bonito – comentó la trigueña dejando la carpeta sobre un mesón – pero le falta información.
–Ese es el cronograma de avance del proyecto.
–Es una proyección – la corrigió con calma – aquí no dice en ninguna parte que hace siete días el trabajo quedó detenido porque la maquinaria que arrendaron para una obra gruesa estaba defectuosa y desde arriba le dijeron a mi capataz que tenía que esperar medio día para que llegara la otra, aunque al final fue un día completo.

Eva imaginaba que encontraría mil excusas en ese lugar, aunque no se esperaba a esa encargada en terreno.

–Tengo claro que pueden haber imprevistos en el camino –explicó Eva con amabilidad– pero la misión del encargado en terreno es que los tiempos se optimicen y se trabaje en vez de reír.

El capataz hizo una mueca pero no dijo nada, sabía que él y sus trabajadores eran la parte delgada de la cuerda, pero Micaela no se dejaba intimidar.

– ¿Tú nunca has trabajado en terreno verdad?
– ¿Qué?
–Eso creí –comentó Micaela livianamente–  yo sí, así que te explicaré: la esclavitud fue abolida porque no funcionaba, lo que se usa es que la empresa nos de todo lo que necesitamos para trabajar y que nosotros nos hagamos cargo de hacer el trabajo lo mejor posible. Si como Responsable puedes asegurarme que no nos vamos a quedar sin materiales y que no me enviaran equipos defectuosos y esas cosas, entonces yo te puedo asegurar que cumpliremos con los plazos para terminar esta remodelación. ¿Qué dices?

Eva frunció el ceño. Era extraño, habitualmente tenía mucho mejor efecto en las personas aunque impusiera su autoridad. Este proyecto de remodelación era un foco importante dentro de los  que tenía a su cargo, y al estar ahí le parecía que las cosas no tenían buen rumbo, aparte que ya había investigado y el capataz era conocido por hacer un trabajo bueno pero de forma irresponsable, y en ese mundo los equipos tienden a ser como su líder, a lo que se agregaba ahora esta sorpresiva encargada en terreno que se creía abogada; preveía problemas.

–Por  fortuna mi trabajo no es hacer tratos –comentó con condescendencia – esto se trata simplemente de hacer el trabajo que corresponde, así que te pido por favor que te dediques a hacer lo que te ordenan en tu contrato.

Los ojos  de Micaela relampaguearon.

–Por supuesto que lo hago linda –replicó sonriendo– y soy muy buena en esto, ya vas a ver.
–Espero no decepcionarme.
–Te aseguro que te vas a sorprender.
–No lo creo.
–Soy realmente buena en mi trabajo muñeca, así que quizás me quedo con tu puesto.

Sonrió espléndidamente, mientras que Eva optó por no acusar el golpe, al menos por el momento. Se despidió cortésmente y se fue. Unos momentos después los trabajadores estallaron en vítores.
Eva salió del sector de la remodelación haciendo oídos sordos a los gritos y aplausos que se escuchaban a lo lejos, fantástico, ahora ese grupo de trabajadores tenían una representante, y la que era la encargada del proyecto estaba del lado de ellos en vez de  hacer su trabajo; si alguien le hubiese advertido que estaría allí habría usado otra estrategia, pero ya estaba hecho y no podía lamentarse, quien lo haría sería esa tal Micaela Riveros; dentro de poco tendría que darse su  lugar, porque no podía darse el lujo de permitir inconvenientes con su trabajo. Sin embargo eso podía esperar un momento, ahora tenía que reunirse con el abogado para hacer todo el papeleo que necesitaba para poder hacerse  cargo de la sociedad que manejaría a la galería de arte en donde supuestamente inauguraría Carmen Basaure, y al respecto sabía que en ese terreno no podía mostrarse como una ejecutiva fuerte, pues estando de por medio el capricho de un artista, tenía que aplicar mucho más tacto; Adán le había comentado que la exposición se haría fuese como fuese, pero que debían esperar un poco, tiempo en el cual podrían ocuparse del asunto del disparo que también le provocaba molestia. Bernardo le había dicho abiertamente que creía que ahí había un  tema de celos o venganza, y aunque le pareció una locura, después de pensarlo un poco llegó a la conclusión de que si podía tener razón, y si era al menos probable, resultaba mucho más sensato investigar y anular cualquier  riesgo, porque desde cierto punto de vista ese incidente podía servir para generar expectativas, pero un segundo sería ya un síntoma y significaría todo lo contrario.
En tanto Adán llegó al exclusivo restaurant De Constantino, un hermoso lugar con decorados rústicos en el que se atendía solo a clientes seleccionados. En recepción una asistente le indicó con ojos brillantes cuál era su mesa, una ubicada precisamente al lado de la enorme ventana que daba al jardín interior poblado de hermosos colores, y en donde esperaba sentada y muy sonriente una mujer de cincuenta y pocos, imponente de actitud y aspecto; se notaba a simple vista que era alta y de buena salud, ahora se le veía generosa de curvas para su edad, bastante atractiva, de mirada felina, cabello castaño muy claro y una tenida semi formal con camisa blanca y pantalón; en cualquier otra mujer se habría visto un poco pasada, pero lucia tan satisfecha de sí misma que conseguía que su estilo personal resultara agradable a la vista. Le sonrió sin levantarse del asiento.

–Buenos días Adán, me alegra que estés aquí, siéntate conmigo.
–Buenos días.

Él también sonrió, usando como de costumbre su enorme encanto; la mujer pareció complacida.

–Eres muchísimo más guapo de lo que te ves en los periódicos, y ya en esas fotos te ves muy bien. Perdóname por ser tan sincera, pero no puedo callarme cuando veo algo hermoso, supongo que por eso todo lo que hago tiene que ver con lo mismo.
–Está elogiándome más de lo que merezco –replicó él con tono natural– a fin de cuentas soy un tipo común.

Un garzón apareció con dos copas y sirvió una  a cada uno. Bernarda sonrió.

–Dos cosas, la primera me tratas de tú y la segunda, tú y yo sabemos que no eres un tipo común, tienes demasiadas cualidades como para serlo, y solo estoy hablando de lo que veo, porque estoy seguro de que cuando te conozca veré todavía más. Bebe con tranquilidad, es un trago de fantasía sin alcohol, así que podemos beber y manejar sin problemas.

Ambos bebieron, y mientras probaba el delicioso contenido de la copa, el hombre de 24 años observó el entorno y también a Bernarda; ella era una leona, se sabía poderosa y dueña de sí misma, de su espacio y  quizás del de los demás, siempre atenta, siempre adelantándose a todo, como con la puesta en escena, los tragos y lo que le decía: no estaba adulándolo, estaba planteando la situación porque sabía que era así, porque desde su lado ella era algo como él, un animal diseñado para liderar al resto, y si era así, quería hablar con él porque ya conocía algo de su historia y antecedentes, cosa que él no tuvo la precaución de hacer.

–Es delicioso.
–Desde luego, es una receta exclusiva del restaurant que hicieron para mí, ahora ya es más conocida. Pero te cité aquí para hablar de trabajo en realidad, aunque no me molesta la vista. Iré al grano Adán, quiero que trabajes para mí en mi nuevo proyecto en la galería Cielo.

Adán frunció el ceño.

–Trabajar en Cielo es completamente imposible, sabes que trabajo con Carmen Basaure.
–Lo tengo claro, pero lo has dicho bien, trabajas para Carmen, no para la galería, y una de las muchas cosas que nos diferencian es que yo trabajo con entes, no con artistas, por lo que trabajar para mí como gerente administrativo no perjudica que seas asesor artístico de ella, a Carmen la ayudas con su arte, a mí con mis  negocios.

Adán se tomó una pausa; no solo era una impresión, era además cierto que ella sabía muy bien qué decir y estaba informada pero. ¿Por qué él?

–Te estarás preguntando por qué tengo este súbito interés en ti para trabajar, y la verdad es que eres de los ejecutivos del entorno más indicados para lo que estoy buscando. Trabajaste para la revista Capital humano, estuviste en el equipo creativo de la desaparecida productora Tasajos, hiciste en par de asesorías para estrellas de televisión y ahora trabajas con Carmen, es notable como te desempeñas y pareces tener un olfato maestro para los negocios.
–Trabajo lo mejor posible.
–Lo sé, por eso te quiero conmigo, porque mi anterior administrador se conformó con que mi galería tuviera un buen nombre y por eso lo despedí. Quiero que el mundo caiga ante los encantos de mis obras, y sé que tú encontrarás la forma.

Adán sabía que era una gran oportunidad que llegaba en un mal momento, porque en esos instantes no podía dejar a Carmen, no tan cerca de conseguir lo que  quería, no en medio de un trance y con el riesgo de quedar como traidor.

–Es interesante esta propuesta, pero no puedo aceptar, tengo ocupado todo mi tiempo con mi trabajo actual y no voy a dejarlo.
–Lo dejarás – sentenció ella livianamente  – cuando veas esto.

Le pasó un escrito que era básicamente un acuerdo precontractual con una cantidad de ceros que hasta lo sorprendió.

– ¿Por qué esta cantidad?
–Porque no puedes rechazarla, claro – explicó Bernarda sencillamente – y porque dejarás de trabajar con Carmen dentro de muy poco.
– ¿Qué te hace pensar eso?

Bernarda bebió otro trago. Estaba disfrutando de la escena casi tanto como de la vista.

–Carmen y yo llevamos demasiados años dentro del mundo del arte; no somos amigas y nunca lo seremos, porque para ella el arte es una forma de vivir, y para mí es un trabajo y un negocio del cual  vivir, pero no ser amigas no quiere decir que no la conozca al menos un poco. Ella es temperamental, tiene fuego en el alma, y por ahora está tranquila porque no ha terminado su trabajo, pero cuando lo haga, se aislará o se perderá en algún sitio.

La forma en que había conocido a Bastián Donoso hacia quince años, el desapego por su hija, el departamento que parecía habitación de hotel, su excesivo interés por terminar el segundo cuadro. Por supuesto, estaba de paso, Carmen siempre estaba de paso, que tuviera domicilio fijo en el país no quería decir que siempre estuviera ahí, para permanecer estaba su obra, el único amor que jamás abandona. Había considerado el trabajo con Carmen algo importante, pero pasajero porque pretendía conseguir a través de nuevos niveles, no había pensado en que el propio trabajo podía abandonarlo antes.

–Esto es un acuerdo precontrato por ese motivo –asintió mirándola fijo– quieres tener asegurada la siguiente etapa.
–Y tú tienes asegurada esa cifra –comentó ella– veo que estamos hablando el mismo lenguaje, fantástico. Por  el momento no tengo  prisa porque comiences, si porque me asegures que lo harás, así que solo necesito que firmes, y por el espacio con la fecha, no lo hay, todo depende de ti.
–Es interesante para mí, pero nada te asegura el tiempo, no sabes si tal vez la artista  cambia de genio y me necesita a su lado por mucho más.
–Es verdad, nadie me lo asegura, pero no me importa, esta es una jugada que no me voy a quedar sin hacer. ¿Te arriesgas a hacer la jugada conmigo?





Próximo episodio: Cosas elementales

Maldita secundaria capítulo 15: Última oportunidad



Lunes 22 Octubre

Cuando la bodega explotó, el ruido ensordecedor fue grande, y el caos inmediato. Fernando se quedó inmóvil, y mientras los demás corrían hacia Hernán, Leticia se acercó a su amigo y lo removió.

— ¡Reacciona Fernando!

Los estudiantes comenzaron a salir al patio mientras Dani y los demás se acercaban a Hernán.

—Hernán, ¿estás bien?
—Claro que estoy bien —rezongó el otro tratando de levantarse— sólo me caí, ¿qué diablos pasó?

A esas alturas ya estaban en medio de un patio atestado de gente. Luciana hizo una mueca.

—Creo que en ésta parte lo de pasar desapercibidos queda en el olvido.
—Rayos —murmuró Alberto— intenten mezclarse, aparenten estar sorprendidos.
—Yo estoy auténticamente sorprendida —protestó Soledad— ésto es una completa locura. Ay no...

En ese momento apareció el inspector Vergara caminando a paso firme; en su expresión se notaba claramente que estaba decidido. No era la misma severa actitud de antes, en esa ocasión su mirada era dura como el acero.

—Estudiantes, vuelvan a sus salas ahora mismo.

Habló claramente, con la suficiente autoridad como para que los estudiantes comenzaran a volver  a las salas. Pero señaló al grupo alrededor de Hernán si dejar lugar a dudas.

—Ustedes, vengan conmigo.

Hernán se levantó, y acompañó a los demás tras el inspector, mientras los auxiliares corrían hacia la bodega para controlar el humo. Poco después Vergara los hizo entrar en una sala vacía y cerró la puerta.

—Ésta situación no puede continuar —comenzó realmente irritado— está sobrepasando todos los límites.
—Es verdad inspector —dijo Fernando tentativamente— han ocurrido accidentes...
—Silencio —replicó el inspector con tono amenazante— saben perfectamente de lo que estoy hablando, no pueden continuar así.

Dani sabía que la situación era extrema, pero trató de lograr una salida alternativa. Todo se había precipitado sin que lo pudieran evitar, pero tener al inspector enfrentándolos de esa forma era algo que no esperaba tener que pasar.

—Inspector, no sabemos de que...
—Usted no diga ni una palabra Dani —lo silenció el inspector— ni siquiera usted escapa a ésta situación, no puedo permitirlo más; durante todo éste tiempo he tratado de ser permisivo, pero los actos continúan, ustedes siete permanecen involucrados, y además parecen haber agregado nuevos miembros a su cofradía.

Fernando se ocultó detrás de los otros para lograr llamar al director, que en ese momento era el único que podía salvarlos.

—Inspector —intervino Alberto valientemente— todos estamos muy nerviosos por ese accidente...

La mirada del inspector lo fulminó antes que pudiera decir algo más.

—No continúe —lo cortó Vergara—   usted Alberto, a pesar de ser un estudiante sobresaliente, también está involucrado, y no lo permitiré ni un momento más.

Sorpresivamente, la puerta de la sala se abrió y entró el director San Luis, con actitud decidida, aunque no se mostraba alterado.

— ¿Qué sucede aquí?

El inspector no se molestó en mirar a los estudiantes buscando algún culpable de esa aparición tan sorpresiva. Simplemente le contestó al director con total frialdad.

—Imagino que eso usted lo sabe, director.

San Luis decidió pasar por alto el tono; la situación era más importante.

—Creo que hice mal la pregunta. Me refería a por qué motivo usted está aquí en vez de supervisando lo que ocurre con la bodega donde ocurrió el accidente, y por qué éstos estudiantes no están en sus salas.

Vergara se tomó un momento para responder.

—Sabe tan bien como yo que las cosas no han estado siguiendo un curso normal.
—Han sido tiempos convulsionados.
—Sabe que no se trata de eso, se supone que usted debería estar tan ocupado de éste asunto como yo, a menos que las cosas hayan cambiado en el último tiempo.

Los diez seguían el enfrentamiento en absoluto silencio; en ese momento todo estaba en manos del director.

—Tiene razón viejo amigo —concedió el director desplazándose hacia la puerta— hablaremos de ese asunto, pero no ahora, y no aquí.

Quedaron enfrentados unos momentos, hasta que finalmente Vergara se rindió ante la expresión sincera de San Luis, y sin mirar a los diez, salió de la sala seguido del director.

—Eso fue monstruoso —comentó Teresa— pero ahora sí que estamos en problemas.
—No lo sé, yo me preocuparía más por lo que está pasando con los sistemas —comentó Alberto— eso que ocurrió  no es para nada normal, Vergara tiene razón al decir que no es un accidente común.

Salieron de la sala y caminaron hacia un pasillo, pero el director San Luis pasó a paso veloz junto a ellos.

—Vengan a mi oficina ahora mismo.

Los diez lo siguieron en silencio. Una vez dentro de la oficina del director vieron que él se sentaba pesadamente ante su escritorio.

— ¿Qué está sucediendo, ellos están enterados de todo?

Carolina respondió en voz baja.

—Si director, ellos ahora están con nosotros.

San Luis les dedicó una mirada severa.

—Debieron haberme informado que las cosas habían cambiado, ¿cómo se supone que lo iba a saber de otra manera?
—Tiene razón director —repuso Dani— cometimos un error, debimos haberle dicho, pero con todas las cosas que pasaron lo dejamos. Lo lamentamos.
—No sirve de nada que lo lamenten ahora.

Se puso de pie, pero suspiró para relajarse.

—Escuchen, sé que están sometidos a mucho estrés por lo que están viviendo; me gustaría hacer más para poder ayudarlos, pero no está en mi poder, lo que puedo hacer es ayudarlos haciendo lo posible por mantenerlos al margen de la vista o de las acciones de los inspectores, pero es importante que esté enterado de lo que pasa.
—Tiene razón director —replicó Dani— no volverá a suceder.

San Luis volvió a sentarse.

—Eso espero. Alberto, Teresa, Luciana, lamento tener que darles la bienvenida a éste circo en el que se está convirtiendo la secundaria, pero lo principal es que quiero que sepan que cuentan con todo mi apoyo en éste trance.

—Muchas gracias —respondió Teresa educadamente— haremos nuestro mejor esfuerzo.
—Estoy seguro de eso. Ahora vayan a clases por favor.

Pero Leticia aún no estaba muy convencida.

—Director, ¿qué pasará con el inspector?
—Déjenme al cuerpo docente a mí, y aunque es un poco difícil, traten de mantenerse al margen de ellos lo más posible. Vayan a clase por favor.

Los diez salieron caminando lentamente.

—Vaya, San Luis está sometido a bastante presión.
—No somos los únicos —respondió Lorena— de hecho somos testigos de cuánto lo afecta tener que dejarnos a nosotros ésta responsabilidad.
—Es cierto —comentó Dani— ésta vez nos libramos de milagro, pero de todos modos hay que tratar de estar lo más discretos posible.

Martes 23
Segundo recreo

Fernando y Leticia estaban recorriendo el segundo patio en medio del resto de los estudiantes.

— ¿Sabes algo? Encuentro que hay algo diferente en el ambiente Leticia, es como si las cosas hubieran cambiado de nuevo.
—Yo también lo siento —comentó ella— seguro que se trata de algo de los espíritus, ahora que entraron al juego los demás, todavía no sabemos cuántos cambios van a ocurrir, ya lo de la bodega fue extraño. Además —agregó con una sonrisa malvada— estamos en peligro, Hernán es la muestra de ello.
— ¿Y tú que tratas de decir?
—Nada, es solo que te preocupaste mucho por el accidente, cualquiera diría que estabas angustiado por un amigo.
—No seas ridícula.

Mientras tanto, Alberto y Soledad caminaban por el segundo piso del primer edificio.

—Ésto es muy raro, ahora no pasa nada en la secundaria.

Y entonces se cortó la luz.

—Insisto, no hay que decir esa frase.
—Hay que buscar a los demás —comentó ella mirando al patio— no va a pasar mucho rato antes que la gente se desespere.

Poco después el grupo se reunió en el primer patio mientras los profesores trataban de mantener en orden a los estudiantes.

— ¿Dónde está Teresa?
—Pensé que venía con ustedes —comentó Luciana— no la he visto.
—Ay por todos los cielos —dijo Alberto —es posible que ésto sea por los espíritus, quizás qué ocurrió con ella.
—Hay que encontrarla —sentenció Dani— si está pasando algo con los espíritus, no podemos tomar ningún riesgo, dividámonos y veamos qué pasa, cualquier cosa llamen de inmediato.

Poco después Alberto, Fernando y Carolina recorrían un pasillo del primer piso del segundo edificio.

—Suerte que las salas están vacías —comentó Fernando— es más rápido revisar.

Carolina se acercó a la última puerta del pasillo.

—Espero que no sea nada grave, no me gusta que esté... ¡Teresa!
— ¿Qué pasa?

Alberto y Fernando se apuraron hacia la última sala, y comprendieron de inmediato qué era lo que había hecho gritar a Carolina. Teresa estaba en el suelo, desmayada.



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