Maldita secundaria capítulo 5: Cada vez peor



Fuera de la Secundaria
Miércoles 10

Leticia estaba apoyada en la muralla viendo como los demás entraban a clase, pero aún le quedaban un par de minutos y estaba escuchando un compilado clásico de primera; además no tenía muchas ganas de entrar a clase después de todo lo que había pasado antes; extrañamente, después de toda la presión y los sucesos paranormales de la semana anterior, el Lunes y el Martes habían pasado en total calma; no es que se hubieran olvidado de todo lo que les rodeaba, sino que simplemente no hubo de qué preocuparse, porque misteriosamente no volvieron a demostrarse los espíritus; y el ambiente entre los siete estaba mucho peor desde la última discusión. En eso vio llegar a Fernando.

—Hola.
—Hola.

Ellos dos tampoco habían arreglado las cosas.

—Leticia.
— ¿Qué quieres?
—Que hablemos —replicó sonriendo sinceramente— oye, sé que las cosas han estado complicadas, pero tú y yo somos amigos, incluso desde antes de entrar a ésta secundaria éste año, no podemos estar peleados por algo en lo que ni tú ni yo tenemos la culpa.

Se miraron fijamente un rato.

—No uses la mirada de galán conmigo, eso te funciona con las que no te conocen.
—Ya sé que no, pero eres mi amiga y no quiero perderte.

Leticia suspiró.

—Yo tampoco quiero perder tu amistad.

Mientras tanto, Lorena paseaba por los estacionamientos cuando se topó con Carolina, que parecía muy ansiosa.

—Hola.
—Hola amiga tenemos que hablar, es urgente.

Lorena respiró profundo. Había echado de menos a su amiga durante el fin de semana en que se habían distanciado.

—Tienes razón, tenemos mucho de qué hablar. No me gusta que estemos peleadas.
—Es verdad, pero no quiero hablar de eso contigo, es sobre todo lo que ha estado pasando últimamente.
— ¿A qué te refieres?
—A lo de los espíritus —replicó decidida— estuve pensando mucho en ésto durante el fin de semana. Creo que hay algo importante que pasamos por alto.

Mientras las dos amigas hablaban, Soledad estaba en el primer patio cuando escuchó el sonido del timbre, y el consecuente movimiento de estudiantes y maestros por los pasillos. Durante el fin de semana había estado confinada en su casa estudiando y haciendo trabajos para los que no había tenido tiempo ni ganas en la semana, así que no era mucho lo que habían hablado con Dani, y a pesar de que no estaban enojados propiamente tal, si sentía la necesidad de hablar con él y aclarar las cosas, entender por parte de ambos que su amistad no tiene que verse afectada por las cosas por las que están pasando. Un momento. Ya habían anunciado el inicio de la jornada, y Dani aún no llegaba, eso era muy extraño viniendo de él. Es cierto que solo sería un atraso leve, pero él era muy estricto con los horarios, y como lo dejaba su padre, la posibilidad de llegar atrasado disminuía muchísimo.

—Ay no...

Recién después de pasar por esos momentos pensó que podía haber algo mal, y marcó el número de su amigo. Fuera de área. Y no solo eso, también había otra cosa fuera de lo común, el director no había dado su habitual saludo a los estudiantes de cada mañana. Después de ese momento pasaron dos cosas casi a la vez: el altavoz por donde se escuchaba la voz del director todos los días emitió un sonido extraño y similar a un golpe antes de bloquearse nuevamente, y el teléfono celular de Soledad mostró una llamada de Hernán.

—Llama a los demás— dijo apresuradamente, se notaba que estaba agitado— unos tipos se están llevando a Dani.

Soledad sintió que se quedaba sin aire.
— ¿Qué?
—Se lo llevan —replicó él con fuerza— están llevándoselo por la calle Molinos, van hacia Consistorial.

Cortó el llamado. Soledad reaccionó y caminó hacia la salida, pero estaba bloqueada por la inspectora Carvajal. ¡Iba a retrasarla! Pero estaba segura de que Fernando y Leticia aún estaban afuera, de modo que tuvo que cambiar de planes y comenzó a correr hacia las escaleras que conducían a la oficina del director.

—Fernando— le dijo por teléfono mientras corría hacia la oficina del director— ¿dónde estás?

Lo vio con Leticia a poca distancia y echó una maldición por lo bajo.

— ¿Qué pasa?
— ¿Dónde están Carolina y Lorena?
—Las vi afuera por el lado de los estacionamientos.

Enfilaron hacia la escalera que conducía al segundo piso, donde estaba la oficina del director, aunque los otros dos no entendían que pasaba. Soledad marcó el número de Carolina.

— ¿Dónde están?
— ¿Qué pasa?
—Atacaron a Dani, vayan a Molinos con Consistorial ahora mismo, Hernán va para allá.

No esperó respuesta y cortó. En eso llegaron a la segunda planta.

— ¿Qué es lo que está pasando Soledad?
— ¿Que no escucharon ese ruido por el altavoz? Estoy segura de que algo le pasó al director.

Estaba temblando de pies a cabeza.

— ¿Y  Dani?
—Alguien lo atacó, los demás fueron a ayudar.
—Va a estar bien, no te preocupes.

Fernando se adelantó hacia la oficina del director y trató de abrir.

—Maldición, está cerrada y se escuchan ruidos adentro.

Mientras, en la calle, las dos amigas avanzaban a toda la velocidad que podían; el cruce de las calles Molinos y Consistorial estaba a solo dos cuadras de la Secundaria, pero después de la alarmante llamada de Soledad toda distancia parecía mucha. Cuando estaban cerca de la esquina vieron pasar a un par de jóvenes que arrastraban la silla de Dani al mismo tiempo que trataban de inmovilizarlo, pero él se defendía muy bien sacudiendo los brazos.

— ¡Dani!
— ¡No se acerquen!

Su voz se escuchaba agitada y nerviosa, se notaba aún a la distancia que estaba enfrentándose con todas sus fuerzas. Un momento después vieron a Hernán forcejeando con un tercer sujeto. Las chicas corrieron hacia la silla para tratar de rescatar a Dani, pero sorpresivamente uno de ellos volteó y las enfrentó; claramente estaba enajenado.

— ¡Cuidado!

Mientras eso sucedía afuera, Fernando aporreó la puerta tratando de abrirla.

— ¡Director!

Se escucharon unos quejidos y movimiento de muebles en el interior, y aunque la puerta estaba entreabierta, no podía abrirse. Los tres se unieron tratando de abrir la puerta, pero aunque estaban empujando con toda su fuerza, no parecía haber diferencia.

— ¡Maldita sea, empujen más fuerte!

Hicieron un nuevo esfuerzo, y lograron abrir un poco la puerta, tras lo cual el joven empezó a introducirse en la oficina para poder empujar la puerta desde dentro, pero repentinamente la fuerza que estaba haciendo presión aumentó, aprisionándolo por la cintura.

—¡Aahhh!!
— ¡Fernando!
—Trata de salir —exclamó Soledad luchando por mover la puerta—  ¡empuja!

—No puedo —se quejó a gritos— me está apretando, ¡no puedo moverme!

Al mismo tiempo que dentro de la secundaria Soledad y Leticia trataban de liberar a Fernando, en la calle Carolina caía al suelo por causa de un golpe del enajenado.

— ¡No! ¡Carolina!

Guiada más por la adrenalina del momento que por otra cosa, Lorena se arrojó contra el enajenado golpeando hasta donde podía, pero el otro no pareció afectado y se dispuso a golpearla de regreso. En ese momento apareció Hernán y lo empujó hacia un costado, deteniéndolo momentáneamente.

— ¡Ve por Dani!
—Pero...

El rapado se las había ingeniado para mantener a raya a los dos enajenados, pero el tercero estaba consiguiendo llevarse a Dani.

—No pierdas tiempo, ¡te voy a alcanzar!

Dejando a Hernán enzarzado en esa pelea y tratando de no pensar en Carolina que estaba en el suelo, Lorena comenzó a correr hacia la calle por la que se estaban llevando a Dani; paralelamente, el joven trataba de liberarse, pero al estar el otro empujando la silla, resultaba muy difícil intervenir. Por desgracia, no tenía puestos los guantes, de modo que tampoco podía tratar de detener las ruedas sin desgarrarse las manos y aun así eso no le aseguraba conseguir su objetivo.

—Escúchame, tienes que calmarte, no eres tú el que está haciendo ésto.

Sus palabras no hacían el más mínimo efecto; en ese instante notó que por la calle que iban tomaba un descenso bastante pronunciado, lo suficiente para que la silla se desplazara por si sola. ¡Pensaba arrojarlo calle abajo!

Dentro de la secundaria, todos los esfuerzos de Soledad y Leticia estaban siendo inútiles.

—Maldición, la puerta no cede.
—Ayúdenme...

Por la presión de la puerta contra su cuerpo, Fernando comenzó a perder el conocimiento, y Leticia entró en pánico.

— ¡Fernando no te duermas!

Pero él ya no estaba reaccionando. De pronto Leticia dejó de luchar con la puerta, y desesperada miró en todas direcciones buscando algo que pudiera ayudarla. No podía permitirlo, no iba a dejar que siguieran haciendo eso, tenía que encontrar alguna forma de ayudar.

— ¿Adónde vas?

Dejándose llevar por el impulso de la adrenalina, Leticia rompió la puerta de vidrio de la caja de incendios con su mochila, y sacó el hacha de allí.

— ¡Quítate!

Soledad apenas alcanzó a reaccionar, y se apartó justo a tiempo para que la otra joven descargara un golpe con todas sus fuerzas. El filo del hacha dio de lleno en la mirilla de la puerta, y el impacto hizo que se produjera un ruido muy potente, después de lo cual la puerta estalló, lanzando a los tres en todas direcciones.

Por otra parte, Lorena seguía de cerca al enajenado, pero sentía que las fuerzas estaban abandonando su cuerpo; no era de hacer ejercicios y el cuerpo estaba pasando la cuenta, el dolor se esparcía por todos los músculos, sabía muy bien que no podía seguir corriendo por más tiempo. Le daba miedo cualquier tipo de enfrentamiento físico, pero en esos momentos sabía que tenía que ayudar a Dani, así que haciendo acopio de valor hizo un último esfuerzo y sujetó al enajenado.

— ¡Déjalo!

El enajenado trató de liberarse de ella y empujar la silla a la vez, momento que Dani aprovechó para detener las ruedas. Sin embargo, precisamente regresó uno de los otros dos enajenados y se abalanzó hacia el grupo con furia; en tanto Hernán, que había logrado noquear al primero de ellos, corría a toda velocidad para alcanzar al que se le había escapado, sabiendo que ahora estaban mucho más fuertes y resistentes que antes. Vio con espanto que el que se le había escapado le asestó un golpe en la cara a Dani, dejándolo medio aturdido y dejando espacio para que el otro escapara con la silla.

— ¡Déjalo! —le gritó a Lorena al verla en peligro— ¡ve por Dani!

Lorena se alejó, pero tropezó, aunque eso sirvió para hacer tropezar también al enajenado que estaba casi sobre ella, el que por suerte cayó de cabeza, quedando inmóvil en el suelo. Solo quedaba uno, y en esos momentos Hernán quedó solo en la carrera; no lo pensó dos veces, atacó por un costado al enajenado y consiguió hacer que soltara la silla, pero en ese momento era demasiado tarde, ya habían sobrepasado el cruce y la silla de Dani se acercaba peligrosamente al declive.

Mientras sucedía eso en la calle, dentro del pasillo del segundo piso del primer edificio había un completo caos: trozos de la madera de la puerta por todas partes, Fernando tirado en el suelo y las chicas recién poniéndose de pie.

—Eso fue horrible.
—Lo lamento Soledad pero...
—Ni lo menciones —dijo la otra joven entrando en la oficina— director ¿se encuentra bien?

El director San Luis estaba semisentado en el suelo, apartando dificultosamente su escritorio; el armatoste había estado presionándolo contra la muralla de igual forma que a Fernando contra la puerta, pero al menos en ese momento la fuerza sobrenatural había desaparecido.

—Estoy bien Soledad —repuso pesadamente— es mejor que te ocupes de Fernando.

Leticia se arrodilló junto a su amigo y lo tomó en sus brazos.

—Contéstame... Fernando...
—Estoy bien —respondió él con un hilo de voz— pero esa cosa me dejó sin aire...

Soledad miró alrededor y pensó automáticamente en cómo iban a explicar todo eso.

—Tenemos que llevarlos a la enfermería.
— ¿Y que se supone que les vamos a decir?
—No lo sé, pero los dos pueden tener heridas internas, no nos podemos arriesgar.

El director, que estaba aún semisentado habló, aunque su voz aún era débil. Estaba tan adolorido como asustado por lo que acababa de pasar, a fin de cuentas no era cualquier cosa que los muebles comenzaran a moverse por sí mismos, pero incluso con todo eso seguía siendo el único adulto allí.

—Traigan a la señorita Bastías.
— ¿Qué? Pero no podemos, como vamos a...

El hombre levantó pesadamente una mano para pedir silencio. No estaba en condiciones de discutir.

—No importa lo que haya pasado Leticia, de todos modos tienen que revisarnos. Además éste es mi territorio y puedo manejar cualquier situación mucho mejor desde aquí. Vayan por favor.

Soledad inspiró profundamente un par de veces antes ir de vuelta hacia el pasillo; aún no procesaba bien todo lo que había pasado, pero quizás era mejor así, porque de lo contrario habría perdido el control tiempo atrás. Se acercó rápidamente a la escalera para ir a la enfermería, pero una figura apareció sorpresivamente.

—Leticia...

No tuvo oportunidad de advertirle, cuando estuvo demasiado cerca de dos muchachas de segundo, que evidentemente estaban enajenadas. La que estaba más próxima a ella la arrojó violentamente contra la pared.

Hernán se adelantó un paso, pero el enajenado que quedaba aún estaba en su camino, y lo golpeó con fiereza; Dani estaba aturdido, sin darse cuenta de que la silla había sido empujada más allá del cruce y comenzaba a ganar velocidad en el declive.

— ¡Dani!

Gritó impotente, hizo un nuevo esfuerzo y logró golpear efectivamente al que lo estaba agrediendo, pero la silla estaba demasiado lejos. De la nada apareció Carolina, cojeando y con el rostro manchado de sangre; la joven estaba al límite de su fuerza física, y casi sin aliento consiguió alcanzar la silla, pero la pierna que tenía lesionada la hizo perder el equilibrio y cayó exhausta, aunque pudo sujetarse de una de las agarraderas del vehículo, y con eso disminuyó su velocidad antes de soltarse y quedar tendida en el suelo ya sin aire. Hernán vio el esfuerzo que habían hecho las dos chicas, y sacó fuerzas para emprender nuevamente la carrera.

— ¡Dani despierta!

Pero el otro seguía sin reaccionar; el rapado siguió corriendo, en esos momentos sentía el dolor por los golpes que había recibido, pero no podía detenerse, la calle ya estaba en franco declive y el esfuerzo que había hecho Carolina por detener la silla no podía perderse. Hernán hizo un esfuerzo supremo y logró ir corriendo a la par de la silla con Dani en ella, pero supo que no podría sujetarla y también a él, la fuerza se lo llevaría por delante ¿Cuánto podía faltar para el cruce? La única forma era sacarlo de encima de las ruedas.

Leticia escuchó el débil grito de Soledad y sus alarmas se activaron de nuevo; se puso de pie y salió al pasillo rápidamente, solo para descubrir el error de no tomar precauciones: se topó cara a cara con las dos jóvenes enajenadas, y le fue imposible esquivarlas, cuando una de ellas la empujó violentamente. Desprevenida, Leticia trastabilló caminando torpemente hacia atrás, resbaló y cayó de espaldas.

—¡¡Noo!!

Una de ellas se dispuso a golpearla con un trozo de madera que había tomado del piso; Leticia pensó que era su fin, pero se escuchó un grito.

— ¡Cierra los ojos!

No había tiempo para hacer preguntas, Leticia se encogió en si misma, cubriendo su cara con las manos y los brazos; un momento después sintió un sonido sordo y ahogado, y sobre ella algo parecido a polvillo, junto con un olor muy extraño. ¡El extintor de incendios! Trató de cubrirse lo más posible para no respirar el químico que estaba siendo lanzado en todas direcciones, y esperó algunos segundos más. Se hizo silencio. Cuando le pareció que ya todo había terminado, abrió lentamente los ojos y se vio a ella misma, el suelo y las paredes cubiertos del polvillo grisáceo del extintor. Las dos enajenadas estaban tendidas en el suelo, por suerte inconscientes, y Soledad estaba sentada en el suelo, exhausta.

Mientras tanto, en la calle, Hernán vio claramente que era su única oportunidad de detener el avance ya incontrolable de la silla, y sin dudar se arrojó sobre Dani, abrazándose a su cuerpo; con el peso de ambos la silla se volcó, pasando por sobre los dos, saliéndose totalmente de control, y rodando por la pendiente a toda velocidad hasta el siguiente cruce, donde una camioneta de gran tamaño la embistió, aplastándola por completo. Arrodillado en el suelo, Hernán aún tenía a Dani en sus brazos y trataba de despertarlo.

—Dani, reacciona por favor.
—Estoy bien —murmuró dejándose sostener por Hernán— estoy bien, en serio.

En ese momento Carolina y Lorena llegaron apoyadas la una en la otra, y Dani, aunque había quedado aturdido, se había dado cuenta de la última parte y sabía que habían caído. Abrió los ojos para ubicarse en el espacio, vio a Hernán,  a Lorena y Carolina, todos se veían golpeados y cansados, pero además de eso, estaban mirándolo fijamente. Desplazó la mirada hacia un costado y otro, y en cierto punto entendió por qué lo habían estado mirando de esa forma; vio la esquina siguiente, a la vez tan lejos y tan horriblemente cerca, la silla aplastada y retorcida bajo los neumáticos, y todo terminó para él.

—Dani.
—Suéltame.

Pero Hernán trató de contenerlo.

—Dani, oye...
—Suéltame.

El primer intento fue débil, pero la siguiente reacción fue mucho más violenta.

— ¡Suéltame, déjame, déjame en paz!

Con una renovada y furiosa fuerza, Dani se liberó de Hernán y lo empujó hacia un costado, y valiéndose de sus fuertes brazos y manos, se arrastró por el concreto en dirección a donde había ocurrido el choque, mientras los otros tres miraban paralizados la escena. Dani avanzó un par de dolorosos metros más, entrando en pánico, pero negándose a abandonar su esfuerzo, impulsándose aún más, sin sentir como se rasgaba la piel de los brazos y los dedos, intentando alcanzar la silla, tratando de salvar una distancia imposible; cuando finalmente no pudo seguir avanzando, Dani estalló en un desgarrador llanto que se llevó toda la fuerza de su ser. Hernán golpeó el suelo impotente.

—Maldición.
—Una vez —dijo Lorena con voz temblorosa— Dani dijo que nunca se había sentido distinto al resto por estar en una silla, que para él las ruedas eran lo mismo que para nosotros las piernas. Ahora no puedo imaginar que se siente que te arranquen las piernas.



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La última herida capítulo 38: Fecha de caducidad




Matilde asintió hacia el viejo doctor, y este enfiló sus pasos hacia la única otra puerta de la oficina; abrió lentamente y dejó a la vista una pequeña oficina donde se veía un panorama realmente espeluznante: una galería de tubos de ensayo con líquido en su interior, manteniendo suspendidos eternamente diferentes seres de variadas formas, todos ellos del mismo color rojizo acuoso y con tentáculos o púas afiladas. Los había desde el porte de una araña pequeña, hasta otros de la mitad de la envergadura del que había encontrado Matilde en el departamento de Patricia.

– ¿Qué es esto?
–El paso que salió mal –explicó el hombre manteniéndose al lado del umbral de la puerta– cuando teníamos claro lo que podía hacer la célula, la regeneramos, y después de una serie de pruebas lo conseguimos, pero la réplica se mantenía viva por poco tiempo fuera del sujeto al que se estaba tratando; al principio pensamos que era por características medioambientales, pero al poco entendimos que lo que habíamos hecho estaba prohibido: la célula se alimentaba de las células defectuosas en el sujeto, pero si no tenía de qué alimentarse, mutaba en poco tiempo y comenzaba a atacar las células sanas, llegando a destruir al sujeto de prueba.

Matilde sentía náuseas de solo imaginar lo que significaban esas pruebas. Y además de eso, tener una nueva dimensión de conocimiento acerca del tratamiento empleado en su hermana, era aterrador; por un momento la miró, más allá de esa nueva apariencia, y vio qué tan herida estaba realmente. Nada de eso jamás podría repararse. El hombre herido había perdido el conocimiento en los últimos momentos. Mejor por él.

–Pero sin embargo siguieron las pruebas.
–Los buenos resultados eran demasiado abrumadores como para ignorarlos –explicó él– así que consideramos que era sólo un retraso. Hicimos más pruebas, luchamos para controlar el factor destructivo de la célula, pero nada funcionaba, siempre se las arreglaba para destruir y destruir. Entonces llegamos a la conclusión de mantenerla en el sujeto hasta que terminara su trabajo, pero entonces descubrimos algo peor.

Matilde tragó saliva.

–Dígalo.
–Si bien ya sabíamos que la célula evolucionaba, crecía dentro del cuerpo hasta cierto límite, no nos imaginamos lo que pasaría al separarla del sujeto de prueba: la célula mutágena había desarrollado una relación simbiótica con el sujeto, por lo que separarlos para destruirla provocaba la destrucción de ambos.

La célula perfecta para destruir, pero tenía tanta capacidad que se hacía parte de aquello en que se insertaba; si moría, el sujeto moría con ella. Después de escuchar eso, Matilde supo que a pesar de todo lo que había visto y oído hasta ese momento, aún podría elevar su capacidad de sorpresa un poco más.

–Esa cosa –intervino Aniara como si le leyera la mente– está viva. Explique cómo es eso posible.

Vicencio parecía haber envejecido durante los últimos minutos. Vera y Scarnia lucían tan bien como siempre, pero tras esa máscara de perfección se notaba con claridad el enojo y la preocupación.

–Ellos sugirieron investigar otra arista –respondió el doctor pesadamente– y en un inicio les hice caso; si la célula mutada podía establecer una relación simbiótica con el sujeto, tal vez se podría establecer con otro sujeto. Un sujeto al que traspasar los efectos adversos del tratamiento.
–No puede ser...
–El segundo sujeto –dijo fríamente– el receptáculo de la parte negativa. Una forma de traspasar el mal hacia otro ser.

Matilde contuvo la respiración. Ya lo sabía. De algún modo, a pesar de no tener conocimientos médicos, supo antes de escucharlo lo que había sucedido. La explicación del cambio de su hermana, su nueva vida, su nuevo rostro. No era otra mujer, era la segunda mujer.

–Utilizamos dos sujetos de prueba –explicó el doctor– uno al que se le implantó la célula, es decir la mutación, excepto una parte menor de él que sería implantado en el segundo sujeto. Después de una serie de pruebas, y de realizar sucesivos traspasos de un cuerpo a otro, se consiguió aislar a cuerpo mutante en un cuerpo, utilizando su acción simbiótica para traspasar los daños al otro sujeto.
–Destruían a uno para curar al otro.
–En términos sencillos sí. Y resultaba, pero no lo admití, fue en ese momento en que me di cuenta que habíamos llegado demasiado lejos y decidí terminar con todo.
–Pero no fue así.
–Sucedió algo inesperado. Enfermé por un virus muy potente que andaba dando vueltas por la universidad y no pude seguir trabajando, pero les dije –continuó mirando a los otros dos– que no podían seguir, que el objetivo de la ciencia y la medicina era curar, no destruir, y me prometieron que no seguirían. Me lo prometiste Rodolfo. Cuando me reintegré tenían una gran noticia para mí, dijeron que habían podido separar el genoma de la célula mutante original, y replicado a través de ella el mismo efecto, pero sin destrucción de por medio. Vi las pruebas, incluso yo mismo hice otras y comprobé que funcionaba, que no había daños colaterales.

A Matilde la cabeza le daba vueltas. Treinta años atrás alguien había podido hacer algo como eso ¿Qué cosas se harían en los tiempos actuales?

–Pero luego sucedió lo del accidente automovilístico –dijo lúgubremente– y al pensarlo ahora, parece que todo hubiera sido orquestado por ellos. De pronto estaban gravemente heridos, y Rodolfo me dijo en la Unidad de cuidados intensivos que usara la célula para salvarlos, a lo que yo accedí.
–Pero en los reportes de prensa dice que murieron en ese accidente.
– ¡No podía operar de otra manera! –se excusó lastimeramente– Samanta y Rodolfo son...eran mis amigos, y para salvarlos tenía que sacarlos de donde estaban, la única vía fue mentir.

Tan parecido a lo que Matilde hizo cuando Patricia, o mejor dicho Aniara, volvió de la muerte.

–Entonces hizo que pasaran por muertos.
–Dejé las cosas así cuando vi que el tratamiento funcionaba. Las píldoras que introduje en sus cuerpos dieron resultado, y aunque no fue tan rápido, al cabo de unos meses estaban mucho más recuperados, y poco después los tratamientos dieron frutos mucho más esperanzadores.

Pero en eso había algo que no cuadraba bien.

–Espere, usted dijo que le mintieron al decir que separaron el gen del mutágeno ¿Cómo no lo notó?
–Supongo que debí notarlo entonces –replicó él– pero no tenía evidencia científica de eso. Mis amigos se habían salvado de la muerte y eso era lo que más me preocupaba. Lo que no sabía es que para el momento en que ellos tuvieron ese accidente, ya habían hecho simbiosis con el cuerpo en mutación.

Matilde contuvo la respiración. Entonces ellos lo habían planeado todo, desde un principio tuvieron en mente llegar mucho más allá, y ante la negativa de su colega, aprovecharon de experimentar consigo mismos para lograr mucho más.

– ¿A qué se refiere con que ya habían hecho simbiosis?
–Eso solo lo entiendo ahora –dijo Vicencio– en su momento me pareció una afortunada consecuencia de un tratamiento más poderoso de lo que me había imaginado.

Avanzó hacia el escritorio acusando a los otros dos.

– ¿Porque eso fue lo que hicieron verdad? Nunca separaron el gen del mutágeno original, solo lo modificaron para dejarlo en conservación dentro de las píldoras.
–Por eso tenían que mantener las píldoras refrigeradas.
–No se trataba del gen, se trataba del mutágeno original. No puedo entender cómo hicieron eso, cómo fueron capaces.

Samanta sonrió malévolamente.

–Nuestros planes iban mucho más allá de lo que te imaginabas en esa época ¿Creías que íbamos a dejar que arruinaras uno de los descubrimientos más grandes de todos los tiempos?
– ¿Y lo quisieron mantener a costa de muertes? Mírate, solo eres una cáscara hecha con la sangre de tus víctimas.

Samanta abrió mucho los ojos, conteniendo a la vez una exclamación de ofensa y otra de repulsión por lo que estaba escuchando.

–No eres mejor que nosotros –intervino Scarnia– hiciste los experimentos junto con nosotros, estabas tan ansioso como nosotros de conseguir el mismo resultado.
– ¡Pero no pretendía que asesinaran a nadie! –gritó agitando los brazos con impotencia– les dije que detuvieran todo, pero se las arreglaron para mentirme, y no solo eso, también utilizaron el gen mutado en ustedes mismos, dime a quiénes utilizaron para traspasar los daños.

Durante un momento nadie dijo nada. Matilde no se había esperado algo como eso llegados a una situación así, con una revelación atroz por parte de alguien a quien no contaba en sus planes; pero la pregunta que había hecho era perfecta, necesitaban saber quiénes habían sido utilizados para esos perversos planes.

–Utilizamos a sujetos que no pudieran hacer nada al respecto ¿qué más?
– ¿A quiénes?
–Gente pobre, personas sin hogar, qué más da. Gracias a ese primer paso –continuó Rodolfo– y gracias a nuestro modo visionario, pudimos concretar lo que tú no te atreviste, y ahora tenemos un imperio que jamás sospechaste.
– ¡Un imperio! –gritó Vicencio– cómo puedes decir eso, llevan veinticinco años asesinando personas inocentes para mantenerse jóvenes, para ganar dinero con los políticos y los artistas.
–Por favor, has vivido de ese dinero durante el mismo tiempo que nosotros –replicó Samanta despectivamente– y tú, muchachita, no tienes idea de lo que has hecho, solo viniste aquí a hacer un espectáculo sobre moral por lo que ocurrió con el tratamiento de ella ¿Acaso te importó de qué se trataba el tratamiento cuando fuiste casi llorando a buscarnos?

Matilde se acercó a ella y le dio una bofetada que la arrojó al suelo.

–Samanta.
– ¡No te muevas!
–El principal error de la gente como tú –escupió Matilde llena de rabia– es que piensan que todo el resto del mundo está embarrado de la misma inmundicia que ustedes.

Se agachó sobre la mujer y la levantó por la fuerza, zarandeándola por los hombros.

–Dime qué ha pasado con la gente que han utilizado. ¡Dímelo!
– ¡Suéltame!

Scarnia hizo un movimiento hacia ellas, pero Aniara se acercó un poco más para recordarle que no debía moverse; el hombre se contuvo, rojo de impotencia.

– ¡Dime toda la verdad!
–Están muertos, todos están muertos –replicó la mujer a gritos– Vicencio tiene razón, utilizamos sujetos de prueba como la segunda persona involucrada, usamos la simbiosis del gen mutágeno para traspasarles a ellos las heridas que le quitábamos a los pacientes.
– ¿Qué ocurrió con esas personas?
–Lo mismo que ocurre con todos los que no tienen recursos –dijo la mujer con una mirada de desprecio– se mueren sin poder hacer nada; todos los días fallan los tratamientos en la salud pública, o la gente se muere esperando una cirugía ¿A quién le parecería extraño que desapareciera uno o dos más?

Vicencio se acercó a Scarnia y lo sujetó violentamente por las solapas de la chaqueta de su traje.

– ¡Son unos monstruos! ¡Han asesinado a gente inocente por veinticinco años!

Aniara sacudió la pistola enérgicamente mientras alzaba la voz; no podían seguir en esa situación mucho tiempo más, o todo se saldría de control. Además había cada vez más posibilidades de que alguien apareciera en ese lugar y estropeara sus planes.

– ¡Suéltelo!
– ¡Cómo pudieron, cómo!
–Hicimos lo que era necesario, nuestro método es perfecto, puedes ver en nosotros que hemos conseguido todo lo que queremos.
– ¡Pero no de esa manera! No así, jamás debió ser así...

El hombre mayor perdió fuerzas, y se derrumbó sobre una de las sillas; un poco más controlada, Matilde hizo que los otros dos se quedaran de pie a poca distancia, a un par de metros del escritorio; sintió pena por el otro doctor, tan miserable y ciego durante tanto tiempo, y a la vez aún con conciencia en su interior como para sentirse culpable por lo que había ayudado a crear.

–Quiero que me digan por qué era tan importante mantener el tratamiento que aplicaban hasta el final, y por qué es que todo se revertía si no se usaba correctamente.
–Ella tiene razón –intervino el hombre mayor con voz ahogada– el tratamiento no funciona tan bien como aseguras.
–Fue una coincidencia inesperada de la inclusión del segundo sujeto –explicó Scarnia a regañadientes– Cuando lo hicimos, descubrimos que era necesario que el gen mutágeno completara el ciclo en el segundo sujeto para poder eliminarlo del primero.
–Las píldoras contenían ese gen.
–Era necesario –dijo Vera– el gen original era implantado al principio, desde ese momento vivía en el cuerpo del primer sujeto mientras se realizaba el tratamiento, pero teníamos que ayudarlo a multiplicarse y mantenerse con vida para que no lo hiciera a través del cuerpo del sujeto primario.

Vicencio pareció recuperar algo de energía al escuchar eso.

–Ahora entiendo. Es defectuoso.
–No lo es.
– ¡Si, lo es! –replicó enérgicamente– por eso es que a medida que ha pasado el tiempo han aumentado los recursos de la clínica en investigación, con la excusa de mejorar otro tipo de tratamientos. Encontraron la forma de extraer las fallas físicas de un cuerpo, pero no pudieron eliminar el factor simbiótico original del gen mutágeno, por eso tuvieron que realizar el tratamiento hasta matar al segundo sujeto. Ambos sujetos no pueden vivir demasiado tiempo enlazados al mismo gen, por eso es que no puede dejarse.
–Pero el tratamiento funciona, míreme –intervino Aniara ácidamente– funciona y mucho más de lo que estos dos han querido reconocer. Hubo una falla en ese tratamiento por dos causas: la primera es que estoy viva, la segunda, que mi cuerpo cambió su apariencia, estos rasgos corresponden a otra mujer.
–La segunda mujer –concluyó Vicencio horrorizado– seguramente... seguramente el tratamiento se vio interrumpido y el gen cambió su dirección, se salió de control.
–Dime lo que sucedió con Patricia –amenazó Matilde nuevamente con el arma– dime todo.
–Es cierto, el tratamiento no debe ser interrumpido –concedió Vera– con el paso del tiempo se volvió inestable, aparecían más fallas en determinados sujetos y ella... lo que le pasó a ella es un accidente dentro de la falla.
– ¿Por qué no morí cuando se interrumpió el tratamiento –dijo Aniara– y en vez de eso cambió mi apariencia?
–Seguramente algo falló en la otra mujer, no en ti –intervino el hombre mayor– ¿Eso es, no? La otra mujer debe haber presentado una falla, y de alguna manera las heridas que habían sido trasladadas se intercambiaron por su rostro.

Eso quería decir que todas las especulaciones acerca de las filtraciones de información que mencionó Antonio, la intervención de Céspedes y la persecución encarnizada de la gente de la clínica no se debía a una simple casualidad. Solo en ese momento, Matilde creyó entender que eran solo un eslabón en una cadena mucho más compleja de lo que imaginó en sus fantasías más aterradoras.

– ¿Qué le sucedió a la otra mujer?



Próximo capítulo: Dos decisiones correctas

La traición de Adán capítulo 3: Las decisiones



Eran más de las siete y media de la tarde de un día que Adán no se esperaba siguiera ese curso, y aunque ya había decidido reunirse con Sofía, antes de eso llamó al abogado de Carmen.

Ramón Izurieta era el tipo de hombre que ya había hecho todo lo que le interesaba en la vida, y debido a eso puede darse el lujo de trabajar cuando quiere, para quien quiere y además según las condiciones que quiere. Y una artista de renombre como Carmen siempre podía necesitar un abogado por las dudas.
Para su sorpresa, el abogado lo citó inmediatamente en su oficina.
El despacho de Ramón Izurieta era una lujosa oficina en el séptimo piso del edificio del Consorcio Verassategui, en el sector alto de la ciudad. Paredes finamente decoradas, cuadros abstractos, luces invisibles, flores frescas en puntos estratégicos, una vista impresionante de la capital y una placa del Gobierno por su invaluable aporte a la comunidad eran solo parte de los gustos que el doctorado podía darse. Una secretaria tan escultural como una reina de belleza lo saludó cordialmente y lo hizo pasar a una oficina que hacía que la ropa elegante y cara de Adán pareciera de segunda mano.

—Buenas tardes Adán, siéntate.

Adán no era de intimidarse por todo aquello, pero si aceptó, al menos en su interior, que envidiaba un poco a Izurieta.
Por tener todo eso.
Pero no lo envidiaba tanto. El conseguiría todo eso y muchísimo más, y mucho más joven.

— ¿Cómo está Carmen? —preguntó sentándose tras el lujoso escritorio— hace días que no hablo con ella.

Adán ya había preparado todo, así que adoptó la actitud perfecta, y le relató al abogado la parte que le interesaba contarle.
Que Carmen le había hecho un encargo, al cual desde luego él fue inmediatamente, y que tras volver, la encontró inconsciente, resaltando por supuesto sus sospechas acerca de una posible tercera persona involucrada. También mencionó su alerta por el próximo estreno de la nueva obra en la galería, aunque desde luego evitó deliberadamente los detalles que se referían al Regreso al paraíso.
Izurieta escuchaba. Y cuando habló, lo hizo con tono resuelto y decidido.

—Esto es una sorpresa, pero como de costumbre, Carmen parece tocada por ese sexto sentido del que tanto se habla  de los artistas, aunque esté mal que un hombre de leyes como yo lo diga.
— ¿Qué quiere decir?
—Carmen me dejó hace cierto tiempo un instructivo orientado al caso en que a ella le pasara algo antes de poder inaugurar la galería o inclusive más allá de esa fecha; en su momento le dije que era una exageración, pero de todos modos lo redacté y desde luego, tiene validez legal.

Adán no movía un musculo. Si alguien hubiese querido descifrar su expresión en ese momento, no habría tenido éxito, tal era su capacidad de ocultar lo necesario. Por dentro estaba el límite entre la sorpresa, la emoción y la angustia.

—Eso podría querer decir que ella presentía algo —comentó Adán para darse tiempo— pero dudo que haya previsto ese ataque.

El abogado esbozó una sonrisa melancólica.

—Es irrelevante que ella haya sufrido una caída o ese mismo ataque, Carmen no fue específica en ese sentido. Espera.

Izurieta se puso de pie y fue hasta uno de sus elegantes archivadores de metal cromado, desde donde sacó una carpeta de plástico común. Una vez de nuevo en su asiento, leyó el apartado del documento que quería resaltar, dando a entender que se trataba de las palabras de Carmen en persona.

''Ante cualquier eventualidad que me impida estar a la cabeza de la realización del trabajo relacionado con la galería en general y con la exposición ''Regreso'' en particular, tanto los plazos como los planes deben seguirse al pie de la letra y encabezados por Adán Valdovinos hasta que yo pueda reintegrarme. Confío total y plenamente en él para todas las decisiones de estos asuntos. ‘‘

Adán se había quedado de una pieza. Sabía muy bien que se había ganado la confianza de la persona difícil y temperamental que era Carmen Basaure en parte porque siempre realizaba un trabajo de joyería en la galería y el trato con ella que había realizado. Sin embargo, nunca había creído que ella llegara a confiar lo suficiente en él como para dejar semejante instrucción por escrito. La artista estaba completamente en sus manos.

—Supongo que no tengo que explicarte lo que eso significa.

Adán hizo una mueca.

—Me parece impresionante, por decir lo menos, la confianza que Carmen me tiene, es.... emocionante. Pero eso no me ayuda con lo que está pasando con ella ni con las sospechas que le dije que tengo de que hay alguien más involucrado.
El golpe perfecto, así el abogado tendría la imagen de Adán que él quería. El abogado siguió con el lado práctico.

—Si vamos al tema de Carmen, es adecuado que me comunique con la clínica en este momento, para darles instrucciones.
— ¿A qué se refiere?
—A que voy a pedirles que mantengan el nombre de Carmen en secreto para que nadie se entere que está allí, estoy seguro de que ella lo que menos quiere en esto es publicidad. Con respecto a tus sospechas, por el momento no podemos hacer nada.
—Pero si no hacemos algo esa pista va a enfriarse y luego no podremos dar con el paradero de esa persona.
—Si es verdad que existe.

Adán se mostró ligeramente alterado.

—Sea como sea, necesitamos investigar ese asunto, podría tratarse de alguien que quisiera hacerle daño a Carmen y después podría intentarlo de nuevo.

El abogado mostró como respuesta una actitud serena y sabia que muchos demostraban ante los jóvenes.

—Eso puede solucionarse con un detective privado y te aseguro que voy a contactar a uno bueno para que lo averigüe, pero el tema debe tratarse con mucha discreción porque como te darás cuenta, un escándalo de cualquier tipo en estos momentos arruinaría la exposición que es el sueño de Carmen.

El joven guardó silencio. Había conseguido mucho más de lo que esperaba desde el principio de esa cita, pero por otra parte se había apresurado en su actuación, porque la existencia de un detective merodeando por la galería donde él tenía ocultos los dos cuadros y cuando había un chantaje y una especie de robo involucrados era un riesgo innecesario ¡Y el mismo lo había provocado!
Tenía que pensar más en las consecuencias de sus palabras cuando hablaba con alguien como Izurieta.

—Por lo pronto te recomiendo que vayas a dormir, descanses y te prepares, porque solo te queda mañana para tener la exposición lista para el público y te has quedado completamente solo. Mientras tanto estaremos en contacto.

Sin embargo tenía que prestar atención a otro asunto, y para eso volvió a su auto, y fue rápidamente al departamento de Sofía. Ella era una bonita mujer de 23 años, de figura proporcionada con curvas suficientes, rostro armonioso, mirada dulce de ojos claros y actitud correcta. Ella era la perfecta modelo, o la recepcionista del hotel de lujo, o la señorita de la alta sociedad; en realidad provenía de una buena familia, pero lo relevante es que Sofía no era ninguna de esas mujeres, sencillamente porque le faltaba ese toque especial que hace resaltar a las personas. Era correcta aun cuando ocultara parte de su personalidad, porque había crecido en un entorno que le había enseñado a ser lo que se le pidiera, de modo que cuando encontrara al hombre que iba a ser el necesario y además le daría la vida adecuada, ella pudiera adaptarse a la vida y fuera perfecta para ella. Adán sabía todo de ella pero jamás se lo había dicho, y esa noche ni siquiera necesitaría decírselo para dar a la relación que mantenía el corte definitivo.

—Hola Adán.

Adán entró en el departamento a paso seguro, pero sin decir ni una sola palabra. Eso era más que suficiente para dar a entender que las cosas no estaban como siempre, y la mirada intrigada de ella dio cuenta de que lo había notado.

— ¿Qué sucede?

El rostro de él se veía contraído.

—Sofía, es necesario que hagamos algo. Debes terminar conmigo.

La joven no habría reaccionado peor si le hubieran dicho en su cara que toda su familia había muerto en un trágico accidente. Se quedó muda, de pie entre la puerta del departamento y el, mirándolo con esa clásica mezcla de fascinación habitual y sorpresa. El hombre guardó silencio el tiempo necesario para dar a entender que las cosas iban en serio.

—Sé que todo esto debe ser muy extraño para ti, y debes estar preguntándote cual es la razón para que yo me aparezca de pronto en tu casa a hablarte de esta manera. Y la verdad es que hemos estado separados bastante durante estas semanas, tanto por culpa de mi trabajo como por el trabajo que tienes, y la realidad es que en estos días he entendido que nosotros no podemos estar juntos.

Sofía seguía inmóvil, mirándolo con una expresión corporal que, ideada o no, le daba una apariencia de víctima indefensa que hacía que las cosas parecieran más difíciles.

—Nuestros proyectos de vida son diferentes, y es básicamente por esto que no podemos seguir. Continuar contigo es ser extremadamente egoísta, porque me convierte en el tipo que quiere a la mujer a su orden y opinión, para servirle o servirlo, pero al que le da lo mismo lo que quiera hacer ella. No puedo hacerte esto, eres demasiado buena en todo sentido como para esclavizarte sin que me importe nada más, y en estos días he notado que tu relación conmigo se ha convertido en un intento continuo de mantener tu vida completa mientras te adaptas a la mía. Te estoy haciendo mal, y sé que en el futuro te haré daño.

La joven dio un respingo muy leve cuando él terminó, como si dejar de escucharlo la hubiera bajado de donde sea que estuviese mientras tanto. Despierta Sofía, di algo.

—Ah —murmuró ella estupefacta— déjame ver si entiendo, dices que debemos terminar ¿por qué eres perjudicial para mí?

Adán suspiró mientras ella empezaba a luchar contra las lágrimas.

—No lo sé Sofía, no preparé un discurso para esto, te estoy mostrando mis sentimientos. Es difícil para mi ver que estoy haciéndote daño, pero lo que veo es que cada día que pasa yo sigo con mi trabajo y mis proyectos, que son básicamente de desarrollo personal a través de viajes, negocios y mucho trabajo, mientras que tu proyecto de vida, la vida familiar que has pensado y que te mereces, se aleja de ti; veo como suspiras cuando ves parejas con hijos, como te piensas lo que dicen tus padres sobre iniciar una vida de pareja o como crear cimientos firmes, sé que eso es lo que quieres, pero es imposible que lo consigas conmigo, porque lo que yo busco está detrás de una puerta que me lleva muy lejos de todo eso. A largo plazo me gustaría llegar a ese punto, pero sabes muy bien que por todo lo que viví cuando era un niño, no dejaré de hacer lo que tengo planeado mientras sea joven y tenga tiempo, entonces me digo ¿Obligo a Sofía a esperarme? No puedo, no tengo derecho a hacer que cuando las cosas se cumplan, yo me aparezca a decirte que todo está bien y tú tengas cuarenta años o más y se te hayan pasado las ganas o tu cariño por mí se haya convertido en rencor. Es difícil para mí, pero es la verdad, y tú también lo sabes. Tienes que dejarme.

''Tienes que dejarme'' era el golpe definitivo, las palabras que dejaban todo en manos de ella, porque él jamás había hablado de sus propias necesidades como una prioridad, sino que como de costumbre, cediendo su lugar al de ella por preferencia. Y Sofía, aun luchando por contener las lágrimas, entendió algo con total claridad: Adán era capaz de hacer muchas cosas, entre ellas, y quizás la mejor que podía hacer, manejar las situaciones y las palabras de modo de transformar todo en algo diferente, como en esta extraña situación en que de un momento a otro dejaba todo en sus manos, con la sensación de que terminar sería un favor solo por el bien de ella, porque a él todo eso le hacía sufrir. Se le pasaron por la mente mil cosas que decirle, pero no pudo articular ninguna de ellas, porque cada  cosa que pensaba sonaba ridícula o fuera de lugar, así que se limitó a mantener el silencio y la poca compostura que le quedaba. El pasó a su lado lenta y dolidamente y abrió la puerta.

—Perdóname.

Mientras Adán salía del departamento en donde dejaba a una desconsolada Sofía, en el aeropuerto una mujer bajaba del avión solamente con el equipaje de mano; no le gustaba viajar cargada, y de todos modos no pretendía quedarse mucho tiempo en el país.
Pilar era una mujer de 26 años, de contextura y apariencia más bien débil, por su cuerpo menudo, piel pálida por naturaleza y el cabello largo hasta los hombros y lacio, peinado simplemente hacia atrás. Los rasgos de su rostro eran más bien armoniosos, pero a la vez simples, con labios delgados, ojos oscuros sombreados por permanentes ojeras y una expresión calma que parecía mezclada con cansancio.
Sabía que faltaba un día para la inauguración de la exposición de Carmen Basaure, y aunque seguramente no se verían ni mucho menos hablarían, Pilar sentía que tenía que estar allí, aunque fuera escondida entre las sombras, viendo la exposición de la obra más importante en la carrera artística de su madre.




Próximo episodio: Mariposas

Maldita secundaria capítulo 4: La amistad no existe




Sala de libros.
Viernes 5, antes de clases.

—Ya lo tengo todo confirmado —comentó Lorena en tono confidencial— Hernán está en éstos momentos en la enfermería.
—Yo escuché unos comentarios en la entrada —dijo Soledad— pero no creí, ustedes saben que hay tantos rumores...
—Según lo que me comentaron, llegó con algún tipo de lesión, pero las versiones son diferentes, hay personas que hablan de un ojo morado y otras que dicen que llegó sangrando.

Dani se llevó las manos a la cabeza.

—Esto no me gusta muchachos, sobretodo porque después de lo de ayer bien podría haber sido atacado, y además tiene apagado el teléfono.

Pero Leticia parecía totalmente despreocupada.

—En todo caso, nada nos asegura que él haya llegado así por culpa de los espíritus.
— ¿Qué quieres decir?

Fernando sonrió.

—Es obvio Carolina, viniendo de Hernán esos golpes podrían ser por cualquier causa.
— ¿Tan temprano y hablando de los demás?

Hernán entró rápidamente y cerró la puerta tras sí; lucía una mano vendada y algunos moretones en el lado izquierdo de la cara. Dani se le acercó inmediatamente.

— ¿Estás bien Hernán?
—Entonces no llegaste sangrando como decían —comentó Fernando— por lo visto no era para tanto el asunto.
—El escándalo no lo hice yo —se encogió de hombros— Vergara me atajó en la entrada.
— ¿Pero qué pasó? —preguntó Soledad— nos preocupamos.
—No tiene nada que ver con los espíritus si es eso lo que están pensando —replicó de mal humor— es asunto mío.

Fernando hizo una mueca.

—Se los dije.
—Podrías agradecer la preocupación —lo regañó Carolina— pensamos que te habían atacado.
—Yo no les he pedido que lo hagan.
—Está bien, está bien —terció Dani— ya pasó, no hagamos un drama de ésto por favor, que es muy temprano, y por las cosas que han pasado ésta semana perfectamente pueden pasar más incidentes, hay que estar preparados.

Sala de matemáticas
Antes de primer recreo

La sala estaba sumida en el silencio; faltaban minutos para que terminara la clase, y todos estaban concentrados en pasar la materia más compleja de la semana, mientras la maestra llenaba una serie de informes. Poco después, Soledad levantó la vista, y cayó en la cuenta de que la maestra estaba dormida sobre su escritorio; lo peor llegó cuando miró al resto de la clase y descubrió que todos también dormían.

— ¡Dani!
—Cállate —susurró él concentrado en los estudios —aún no termino.
—Levanta la vista por el amor de Dios— exclamó exaltada— todos están dormidos.

Los demás también miraron, pero los siete eran los únicos, todo el resto del curso y la maestra están dormidos.

Carolina removió a uno de ellos, sin resultado.

—Ay por Dios, debe ser...
— ¿Matías? —dijo Leticia incrédula— ¿y por qué haría que la gente se durmiera?
—Yo mejor me preguntaría por qué no podemos salir.

Todos voltearon a ver a Hernán, que forcejeaba con la puerta.

—Está pasando lo mismo del otro día en el taller de computación, pero ahora además la gente se queda dormida.
—Hay que solucionar ésto ahora mismo —dijo Dani— falta muy poco para el recreo y si alguien ve ésto será un escándalo.

Leticia se acercó a las ventanas para bajar las persianas.

—Por lo menos ahora nadie nos va a ver.
— ¡Maldición! —gritó Hernán forcejeando con la puerta— ésta cosa no abre.
— ¿Por qué no rompemos un vidrio?
—Esperen —intervino Dani— no se alteren, hay que pensarlo un poco, porque ésto es parecido a lo de la otra vez, pero no igual.
—La vez anterior funcionó hablarle— comentó Soledad— Dani, podrías intentarlo.

Dani comenzó a murmurar algunas palabras, pero Hernán no se iba a quedar esperando.

—Ésto no tiene sentido...

Volvió a tratar de abrir la puerta sin resultado; en tanto Dani abandonó sus intentos.

—Ésto no está bien, las cosas no son como la vez anterior, algo anda mal.

Hernán aporreó la puerta.

— ¿Que nadie me va a ayudar? Las plegarias no están sirviendo de nada.
—Por qué tienes que solucionar todo por la fuerza —exclamó Fernando revolviendo el contenido de su mochila— yo sé cómo vamos a resolverlo, con ésto.

Sacó una llave y caminó decididamente hacia la puerta; pero todos sus ánimos se derrumbaron cuando al tratar de introducirla en la cerradura, ésta hizo resistencia a pesar de que no había nada obstaculizando.

—Demonios, parece que hay una fuerza invisible.
—Genial, ahora estamos atrapados.

Lorena miró por un momento a Fernando y a Hernán, y le llamó la atención lo cerca que estaban las ideas de ambos.

—Eso es, hay que abrir la puerta.
—No sé si lo notaste pero no pude.
—Entonces hay que volver a intentarlo.

Decidida, la joven tomó la llave y se la pasó al rapado; éste apuntó la llave al ojo de la cerradura, pero solo consiguió mantenerla a algunos centímetros del punto. Dani comprendió la idea y se unió a ellos, e instantes después lo hicieron también todos los demás; al cabo de unos momentos en que todos ayudaron a Hernán a empujar la llave, finalmente lograron introducirla y abrieron la puerta.

—Lo logramos.
—Ahora hay que ver...miren —susurró Carolina— están despertando.

Durante el segundo recreo.
Baño de hombres

Dani estaba entrando en el último cubículo mientras Fernando se contemplaba en el espejo; Hernán en tanto estaba quitándose de la mano la venda.

—A veces es extraño como las cosas parecen ser normales —comentó Fernando— ¿se fijaron en el patio? Esa chica rubia, la que se llama Luciana que es del otro tercero, hablaba con unas amigas y todos estaban hipnotizados con ella.
—Es popular —dijo Hernán— yo diría que más que tú.

Fernando dejó pasar el comentario.

— Tenemos públicos diferentes, aunque reconozco que es muy bonita.
—Tiene una figura espectacular —comentó Dani saliendo del baño y acercándose al lavamanos— de hecho tiene algo que me recuerda a una ex. No estuvimos mucho tiempo juntos, casi todo el verano, pero fue una relación bastante fogosa.

Fernando se estaba mojando el cabello.

— ¿Qué quieres decir con fogosa?
— ¿Que podría querer decir?

Los otros dos lo miraron sorprendidos.

— ¿Estás tratando de decir que tú puedes...?

Dani rió divertido.

—Si, si puedo.
—Ah, pensé que porque tú...
—Mucha gente piensa lo mismo —replicó livianamente— pero puedo hacer una vida íntima sin problemas. No puedo mover las piernas, pero te sorprenderías de las cosas que aprendes a hacer moviendo las caderas cuando de eso depende tu felicidad.

Hernán tiró la venda usada, dejando a la vista un corte relativamente profundo y bastante hinchado.

—Ese corte está feo, ¿cómo te lo hiciste?
—Ya te dije que ese es asunto mío.
—No te lo tomes a mal, solo estamos preguntando, es en tono amistoso.
—Nosotros no somos amigos.

Fernando se encogió de hombros mientras caminaba hacia la salida.

—Allá va el amargado de nuevo.

Iba a decir algo más, pero sus palabras quedaron cortadas cuando la puerta del baño se abrió y entraron cuatro jóvenes; no era necesario prestar demasiada atención para notar la mirada perdida y la actitud agresiva que ya habían visto antes en los otros enajenados. Fernando dio un paso atrás.

Mientras tanto, Lorena y Carolina paseaban por el patio trasero cuando vieron pasar a Soledad corriendo hacia los baños del fondo.

—Que le pasa...

Carolina iba a decir algo más, pero precisamente su celular anunció una llamada perdida de la propia Soledad; probablemente no las había visto.

—Ay cielos, parece que pasa algo.
—Por cómo se veía Soledad debe ser grave, vamos.

Ambas apuraron el paso, y por suerte nadie lo notó con todo el movimiento y ruido del recreo. Los baños del fondo estaban relativamente apartados, de modo que eran lugar perfecto para cualquier tipo de alboroto y todos sabían que antes había habido peleas en esa zona.

— ¿Que está pasando?
—Dani me dijo que están en problemas, pero la llamada se cortó.

En ese momento ya iban prácticamente corriendo, pero antes de llegar a los baños, vieron a Leticia pasar a toda carrera. Llegó algunos segundos antes y golpeó furiosamente la puerta cerrada.

— ¡Abran la maldita puerta!

De pronto la puerta se abrió y salió un muchacho corpulento, que la empujó violentamente, lanzándola al suelo.

— ¡Aahh!

Las demás llegaron al poco, solo para ver como al interior del baño Dani trataba de liberarse de uno que lo empujaba hacia la pared, mientras Hernán luchaba valientemente contra otros dos.

— ¡Suéltala!

Las chicas se dedicaron a tratar de detener al que había salido y que intentaba atacar a Leticia, que todavía seguía en el suelo. Mientras tanto, adentro, Fernando logró ponerse de pie y golpeó en la cabeza al que estaba atacando a Dani, dejándolo fuera de combate.

— ¡Ayuda a Hernán!

El rapado estaba combatiendo con rabia, y entre él y Fernando lograron derribar a los dos, pero todavía faltaba uno de ellos, y tenía el tiempo en contra porque en cualquier momento podían despertar, y si veían algo extraño las cosas se iban a complicar más. Rápidamente pusieron fuera de combate al que faltaba.

—Salgamos de aquí antes que alguno despierte y nos descubra.
—Es un milagro que nadie ande por aquí en pleno recreo —dijo Fernando de mal humor mientras ayudaba a Leticia a ponerse de pie— vámonos hacia el fondo, no podemos aparecer en éstas fachas.

Se alejaron lo más rápido que pudieron hasta un patio posterior. Fernando y Leticia  se estaban sacudiendo y ordenando mientras los demás intentaban recuperarse.

— ¿Están todos bien?
—No, no estamos bien —replicó Lorena exaltada— no podemos estar bien cuando nuestros propios compañeros nos atacan.
—No son ellos.
— ¡No me importa!

Iba a decir algo más, pero estalló en llanto y se abrazó a Carolina, aunque ella misma aún temblaba por los nervios.

—Tratemos de calmarnos —intervino Dani secándose la transpiración— estamos muy alterados.
—Deja de decirnos que nos calmemos — espetó Leticia — por lo demás, nada de ésto habría pasado si ustedes no se hubieran ido para ese sitio.
—El baño de adelante estaba en mantención, además no puedes saberlo —replicó Hernán de mal modo— ésto podría haber pasado en cualquier parte.
—Pero las cosas pasan cuando no hay público Hernán, como no te vas a dar cuenta.
—Cállate, sabes de ésto tan poco como cualquiera de nosotros, aquí lo único que está claro es que los problemas suman y siguen.
— ¿Porque no se callan todos? —gritó Soledad por sobre las voces de los otros— no quiero saber nada de ustedes, ni de los fantasmas, no quiero seguir con todo ésto.
—Deja de gritar.
—No me digan lo que tengo que hacer.
—Por favor bajen la voz —intervino Dani con voz suplicante— estamos fuera de control.

Fernando tomó una piedra y la arrojó lejos.

—Todo está fuera de control, todo se está yendo al diablo.

Gimnasio
Momentos después.

Dani estaba solo en el gimnasio, moviendo la silla lentamente y sin rumbo fijo. Sintió unos pasos acercándose, pero no miró de inmediato, antes escuchó la voz del director San Luis.

—Ya tocaron para entrar a clases.

Dani no contestó. Sabía que la discusión no era por la última pelea, era por eso y por todo lo demás.

—Voy en seguida.

Giró para ir hacia la puerta, pero el director lo detuvo.

— ¿Te encuentras bien Dani?

El joven quitó la vista de las ruedas y lo miró por primera vez.

—No director. Disculpe que se lo diga, pero no creo que tenga que explicarle por qué.
—Imagino que no. He estado atento a todo lo que sucede, y entiendo que han tenido una semana muy pesada, pero hasta ahora las cosas se han mantenido controladas. Hacen un buen equipo.

Dani se sorprendió a si mismo soltando una risa sarcástica.

—No tiene idea de lo que estamos pasando. De la noche a la mañana todo nuestro mundo se puso de cabeza, ni siquiera sabemos que es lo que va a pasar mañana.

Se detuvo. Miró al director, y quizás por primera vez vio en su expresión los efectos que hacían en él los últimos sucesos.

—Tienes razón. Veo que estás molesto, todos tienen derecho a estarlo, y es porque terminaron involucrados en algo que está por fuera de sus obligaciones con los estudiantes.
—Disculpe, no debí...
—No, está bien Dani, todo lo que puedas estar pensando tú y los demás es lógico, y ya había pensado en eso. Sé que nada de lo que yo diga va a ayudarlos, y eso solo lo empeora. Me convertí en maestro y lo he sido por veinte años porque quiero hacer algún tipo de diferencia, porque creo que sobre todo en éstos tiempos cuando es tan fácil hablar mal de la juventud, la mejor forma de actuar es hacer algo en vez de quejarse, porque cuando les das atención y herramientas, la mayoría consiguen grandes avances. Y ahora me siento completamente impotente, porque ustedes están pasando por algo extraño y además peligroso, y yo lo único que puedo hacer al respecto es inventar excusas para evitarles los castigos y tratar de encubrir todo lo que está ocurriendo.

Mientras, Carolina estaba ya en la sala, pero no estaba prestando atención a nada, seguía en silencio igual que todos los demás; la última pelea que habían tenido solo era consecuencia de la carga tensional que estaban cargando y a fin de cuentas era lógico, pero de todos modos resultaba frustrante tener que enfrentarse a hechos sobrenaturales y a peligros constantes, y más aún sin poder confiar en nadie, siempre pendientes de lo que pudieran ver los demás, siempre en riesgo. ¿Cómo se suponía que ellos, un grupo de personas tan disímiles entre si, con tanto en contra y con tan poco conocimiento iban a poder controlar a los espíritus agresivos? ¿Cómo iban a encontrar la paz para el espíritu del hijo de Adriano Del real? ¿Cómo salvar a alguien más cuando no se podían salvar ellos mismos?
Entonces lo entendió, y vio con claridad que había algo muy importante que los siete tenían que hacer antes de poder cumplir con el objetivo que por la fuerza se les había encomendado. Estaban cayendo, y tenían que salvarse ellos mismos.



Próximo capítulo: Cada vez peor