La última herida capítulo 33: Fiesta de gala




El Domingo 13 de Diciembre el centro de eventos del hotel San Martin estaba reservado para una celebración muy especial: se trataba de la fiesta de aniversario de Giovanna Gill y Esteban Lira, un matrimonio parte de la alta sociedad y miembro de distintas sociedades benefactoras; entrados en los setenta, ambos participaban activamente en todo tipo de celebración, y desde luego contaban entre sus amistades a figuras del espectáculo, la música y el mundo del arte, quienes habitualmente se reunían con ellos en diversos eventos. La conmemoración de sus cincuenta años de matrimonio había sido anunciada en todos los medios sociales con meses de anticipación, por lo que los reporteros de sociedad y medios de prensa estaban apostados en la entrada y el hall del hotel, para cubrir la llegada de cada uno de los invitados y analizar los atuendos.
El automóvil en el que llegó la mujer era rentado, conducido por un chofer joven y atractivo contratado para ese fin. El hombre, vestido elegantemente, descendió del vehículo y lo rodeó con paso ligero, a punto para abrir la puerta. La mujer que descendió era morena y alta, de figura delgada y atlética, y llevaba el cabello con un osado corte con flequillo a la izquierda; el vestido corto que llevaba era de fino satén importado, de color púrpura con un entramado hecho de hilo dorado que dibujaba una serie de hojas diminutas al costado izquierdo del cuerpo. El vestido hacía un juego perfecto con las sandalias de tacón alto con cadenas doradas que rodeaban los tobillos, y el elegante collar de eslabones de oro rosa del cual pendía una piedra de obsidiana; los pendientes que llevaba armonizaban el conjunto al ser de brillantes, e iluminaban el rostro maquillado profesionalmente. En la mano derecha, la mujer llevaba una cadena de brillantes engarzados en oro rosa, a juego también con la pequeña cartera de mano. La mujer ofrecía un espectáculo armónico y elegante en su caminar a través de la amplia recepción, mientras saludaba a algunos de los invitados que entraban al tiempo que ella e ignoraba a los medios de prensa; sabía que era probable que se hicieran algunas preguntas acerca de su identidad, pero su presencia no se debía a la fama o el conocimiento público, tenía que ver con otro motivo muy distinto.

–Buenas noches señorita.

El hombre en el umbral del salón donde se realizaba la ceremonia le sonrió cortésmente.

–Buenas noches.
–Si es tan amable, le agradecería que me indicara su nombre.

La mujer lo miró fijamente. Todo estaba en orden.

–Aniara Occebe.

El hombre visó rápidamente la información en su tableta digital.

–Le agradezco. Por favor pase, y si necesita cualquier cosa, solo llámeme, mi nombre es Gerardo.
–Lo recordaré.

Con un simple asentimiento, Aniara entró en el salón donde la música animaba la fiesta y a los invitados. El lugar estaba repleto de lo más destacado de la sociedad en la actualidad, por lo que no le fue difícil reconocer a cantantes, actrices e integrantes de familias de nombre destacado; a decir verdad, de manera corriente no habría reconocido a la mayoría, pero parte del trabajo hecho en los meses anteriores había sido aprender nombres y memorizar rostros, tantos como fuera necesario, y gracias a eso en un momento como ese podría decir con toda tranquilidad no solo el nombre, sino que varios otros datos más.

Tomó una copa al pasar y se humedeció los labios, dando la sensación de beber, aunque no lo hizo ni pretendía hacerlo. Entre todas esas personas, muchos tenían algo en común con ella, por mucho que jamás los hubiera visto en su vida; el dinero empleado en conseguir estar en la exclusiva nómina de invitados a esa celebración iba a valer la pena lo mismo que el traje y los accesorios, solo si podía cumplir con su objetivo. Que resultara tan extraño para ella estar ahí era lo menos importante, mientras pudiera mantenerse atenta y con los sentidos enfocados en lo que era realmente importante.
Entonces lo vio.
El hombre llevaba con elegancia el traje negro listado mientras balanceaba en la mano izquierda una copa que ya estaba hasta la mitad. Alto, fuerte, atractivo, de rasgos perfectos, mirada fuerte y actitud decidida, típico hombre ejecutivo, de mundo y con poder. Aniara lo miró fijamente y le sonrió.

– ¿Cómo estás?

El hombre hizo un breve asentimiento a unas personas que lo acompañaban y se detuvo frente a ella; sonrió seductoramente, seguro que dándose tiempo a reconocerla ¿a cuántas mujeres le habría sonreído de esa manera?

–Contento de estar aquí –replicó él sin perder la sonrisa– es un gusto ver a un matrimonio tan feliz como éste.

Ella desvió fugazmente la mirada hacia el gran listón con el grabado de felicitaciones y volvió a mirarlo a él.

–No todas las parejas llegan tan lejos.

Extendió la mano para saludarlo, a lo que el hombre dio un suave apretón. Ella no fue tan generosa.

–Gabriel Salmudena.

Ambos sonrieron en esa ocasión. Sin soltarle la mano, y solo cuando estuvo completamente segura de tener su atención, ella respondió el saludo.

–Aniara Occebe.

No soltó su mano, por lo que pudo sentir claramente como el hombre tensaba los músculos, la sonrisa repentinamente atravesada por un rayo de incredulidad.

–No digas nada, no es necesario.

Gabriel mantuvo la mirada de ella, pero en sus ojos se reflejó claramente el nerviosismo; hizo un débil intento por soltar la mano, pero la de ella aún estaba fuertemente cerrada.

– ¿Este nombre te trae recuerdos verdad?
– ¿Quién eres?
–Quien eres tú –replicó ella en voz baja– es una pregunta mejor hecha, y lo mejor que puedes hacer es dejar la otra mano a la vista, no vas a usar tu teléfono.

Durante ese par de segundos, la mujer pudo ver que el cerebro del hombre trabajaba a toda máquina; sin dejar de mirarla estaba evaluando la situación y también a ella, y seguramente gracias al apretón de manos sabía ya que no era cualquier persona.

–Si haces alguna tontería, no llegarás viva al final de éste día.
–Ya he estado en esa situación, y sin embargo sigo aquí –replicó ella sonriendo más ampliamente– pero no te preocupes, sé comportarme muy bien. Seré una niña buena si tú eres un niño bueno. Si eres todo un modelo.

El hombre se soltó con un ademán, pero no se movió de donde estaba. Ella comprendió que él estaba esperando entender si había alguien más allí, o si a su alrededor podría encontrar ayuda, o a alguno de sus aliados.

–Escucha, esto es lo que vamos a hacer: me llevarás a la clínica.



2


Matilde tenía estacionada la camioneta a varias cuadras del lugar en donde se ubicaba el hotel San Martin, pero tan pronto recibió la llamada arrancó el motor a toda velocidad; el entrenamiento conduciendo le había servido de mucho, por lo que manejar un vehículo de mayor envergadura que un auto ya no le resultaba complejo. Mientras hacía esto recordó cómo le había costado mantener a sus padres en Río dulce ese fin de semana, cuando hasta el momento habían cumplir con su opción de estar siempre presentes; tuvo que mostrarles los pasajes para demostrar que no solo no iba a estar Un par de minutos después se detuvo, y vio por el retrovisor cómo subía Aniara junto con el hombre al que estaban buscando; al verla, él no dio muestras de reconocerla.

–Nada de lo que están haciendo tiene sentido.
–No estás en posición de dar consejos, Gabriel –replicó la otra mujer lentamente– no ahora que no tienes el control de las cosas a tu alrededor.

Él sonrió.

–Secuestrarme no les dará dinero ni ningún beneficio, están cometiendo un error.
–Sabemos que trabajas para cuerpos imposibles.

Durante un segundo, el hombre no dijo ni hizo nada, excepto pasar rápidamente la mirada de una mujer a otra; no parecía preocupado por el arma que apuntaba a su rostro.

–Eres la hermana de la policía muerta.

La mirada de Matilde relampagueó en el retrovisor, pero no demostró sus sentimientos como fluían en su interior.

–Y tú aparentabas ser un amigo de Ariana de Rebecco.
– ¿Qué es lo que quieres?
–Entrar a la clínica donde se encuentra ahora –respondió ella simplemente– no es algo difícil para ti que oficias de guardia y asesino de ellos. Y el pago por tu trabajo es que conserves tu hermosa apariencia.

Gabriel se quedó mirando al cañón que lo apuntaba, y por primera vez pareció consciente del peligro que corría. Sin embargo mantuvo su frialdad.

–Matarme no te devolverá a tu hermana.
–No quiero matarte –replicó Matilde sin quitar la vista de la vía– pero dejarte desfigurado sería una muy buena recompensa para empezar.
–Quitarme el celular no basta para que tengas el control, ni siquiera esa arma te lo garantiza, simplemente puedo negarme a hablar.

Matilde dejó escapar una risa, que sonó mucho más ácida de lo que esperaba.

–Te amas demasiado a ti mismo como para dejar que te pase algo, o no habrías salido de esa fiesta junto a mi amiga cuando te pidió que vinieras.
–No tuve muchas alternativas.
–Podrías haber gritado pidiendo auxilio por mucho que te apuntara un arma, pero no lo hiciste. Y tampoco vas a arriesgar todo por lo que has luchado, no quieres perder lo que eres.

Un nuevo silencio, y quizás el primer momento en que se mostraba realmente preocupado.

–Está bien, quieres que te lleve a la clínica ¿Qué harás ahí? ¿Dispararle con tu arma? ¿Pedirles que te devuelvan a tu hermana?

La otra mujer, sentada junto a él, le dio un fuerte golpe con la empuñadura del revólver con el que lo apuntaba; Gabriel dio un breve grito de dolor y se retorció en sí mismo, mientras Matilde luchaba por mantenerse entera y tranquila.

–No estamos jugando Gabriel. Sé todo sobre ti, y sé que te aprecias mucho como para hacer algo que te ponga en peligro, estoy segura que eso fue lo que te llevó a ellos en primer lugar ¿Mataste a Ariana?

El hombre se tardó en responder, pero lo hizo una vez que volvió a erguirse, con toda la dignidad que un golpe en la cabeza le permitía.

–No estaba con ella cuando murió.
–Dime si la mataste o no.
–No, no la maté. Pero sabes que ella tuvo la culpa de lo que pasó, ella jamás tendría que haberte dado la información de la clínica, pero Ariana siempre fue demasiado débil.

Las mujeres cruzaron una fugaz mirada.

–Viniendo de ti debe ser un elogio. Supongo que tu trabajo con ella terminó cuando la asesinaron, por eso no estabas en el funeral.

El hombre no respondió.

–Eso pensé –dijo Matilde fríamente– pero si querían desquitarse con alguien, ella era la persona menos indicada, era totalmente inofensiva.

Gabriel sonrió sarcásticamente.

–Las personas inofensivas son una ilusión creada por la sociedad, para esconder cosas mucho más peligrosas de lo que parecen. ¿Quién diría que tú, una mujer completamente inofensiva, tomaría un arma para apuntarme y tratar de cobrar venganza contra la clínica?
–Tu manera de decir las cosas es bastante conveniente para ti, sobre todo ahora que estás con un arma en tu rostro.

Matilde y Gabriel se miraron largamente a través del retrovisor; internamente ella rogaba seguir teniendo el mismo temple que hasta ese momento.

–Tienes razón en que no quiero que me hagan daño, y tampoco quiero sufrir. Los seres humanos nos parecemos en muchas cosas, tu hermana y tú son la muestra de eso.
–Y matarnos era la solución a los problemas que generaron sus tratamientos.
–Qué sencillo para ti pensar eso ¿O no? –retrucó él ácidamente– ustedes son las víctimas y la clínica es el monstruo, no me digas que todavía leen cuentos de hadas.
–Nosotros no les hemos hecho daño alguno.
–Exponer a la clínica es un daño mucho más grande de lo que imaginas, tú no sabes cuál es el real poder de la clínica.

Muchas veces durante los últimos meses, Matilde y su hermana habían pensado en la mayor cantidad de probabilidades acerca de lo que iban a enfrentar; la planeación exigía cuidado y mucho tiempo, pero siempre pensaron que las probabilidades eran principalmente malas, ya que pensar eso es ayudaba a pensar en contingencias. Hacer que alguien como Gabriel, que en realidad tenía tanta importancia dentro del aparato de la clínica como cualquier otro peón, les daría información relevante a la hora de ingresar.

–El poder de la clínica pasa por la gente que la avala, no por lo que hacen. Sus tratamientos no son perfectos y lo sabes.
–Nada de lo que pasó debería haber sucedido en primer lugar, ustedes no están en el mismo círculo que las personas que se tratan en ese sitio; las posibilidades de falla en un tratamiento es mínima, y si tienes un poco de sentido común vas a entender que tu hermana también tuvo la culpa.

Matilde detuvo el vehículo en un semáforo en rojo; por el retrovisor veía como Aniara mantenía el revólver apuntando amenazadoramente al rostro de ese hombre, por fortuna sin delatar sus sentimientos. Ella también debía controlarse. Sin embargo no pudo evitar recordar ese momento, meses atrás, en el departamento de su hermana, cuando encontró entre sus cosas aquello que la hizo gritar de terror; al mismo tiempo descubrió cuál era el tratamiento real, lo que se escondía detrás de la belleza que implantaban en las personas, y supo que eso no podía simplemente quedar así. Sin embargo es imagen seguía vívida en su mente, despertaba con ella cada mañana frente a los ojos, como si estuviera constantemente delante de ella.

–No sabes de lo que hablas. Realmente no sabes de lo que hablas. Aniara, deja que él vea la caja.

Con un movimiento estudiado, la mujer le pasó el arma a Matilde, quien siguió apuntando sin mover el ángulo de disparo. Ante los atentos ojos de Gabriel, la mujer abrió una pequeña caja metálica, cuyo contenido enseñó al hombre.

Un segundo después se escuchó un grito de horror.



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Maldita secundaria capítulo 1: Faltan tres meses: Segunda parte




Poco después, los siete estaban caminando lentamente en la parte delantera de la secundaria, a poca distancia de los estacionamientos.

—El director dijo que teníamos que ir hacia la bodega cerrada.
— ¿Y cómo es que nunca la habíamos visto antes? —preguntó Fernando— ni idea tenía que existía esa bodega.

Leticia resopló.

— ¿Cuantas veces vamos hacia esos lugares? Por acá esta la sala de los profesores, el comedor de los profesores, así que al menos yo no soy fan de hacer éste tipo de visitas.
—Supongo que tienes razón.

Siguieron caminando, hasta que vieron a la persona que los había citado. Adriano del Real era un hombre de alrededor de cincuenta años, de contextura delgada, que lucía el cabello cano bastante corto, y el rostro marcado por numerosas arrugas que lo hacían lucir mayor de lo que era, aunque también tenía una expresión compungida, como lo anticipara San Luis. En absoluto lucía amenazante.

—Buenos días muchachos.
—Buenos días —saludó Dani cortésmente— estamos aquí porque el director nos dijo que necesitaba hablar con nosotros.
—Eso es verdad —respondió Del Real en voz baja— les agradezco que estén aquí, de veras.

Para Leticia la situación ya era demasiado extraña.

—Señor, no queremos ser groseros, pero nosotros no lo conocemos, y todavía no sabemos por qué es que quiere hablarnos. Háganos un favor a todos y diga de una vez qué quiere de nosotros.

Efectivamente, el hombre no se veía para nada amenazante, y de hecho, a Carolina le inspiró algo de tristeza. Del Real respiró hondo.

—No quisiera estar aquí ni molestarlos, pero la verdad es que no tengo alternativa, y ustedes son los únicos que pueden ayudarme... a mí y a toda la secundaria.
— ¿Que trata de decir?
—A pesar de lo que puedan haber escuchado o lo que el propio director les haya dicho, no estoy aquí por razones monetarias ni tampoco he enloquecido; la razón por la que estoy hablando con ustedes es que ésta secundaria corre un grave peligro.

Fernando lo miró con las cejas levantadas.

— ¿Un peligro? Y usted nos viene a salvar.
—No, si pudiera lo haría encantado, pero no puedo. Aunque se trata de mi hijo, no puedo ayudarlo, pero ustedes si pueden, es por eso que vine a pedirles que nos ayuden a todos.

Leticia alzó las manos.

—Espérese un momento, ésto está llegando demasiado lejos. Por lo menos yo no estoy para escuchar ésta clase de tonterías ¿La secundaria en peligro? ¿Ayudar a su hijo? Si su hijo está en algún problema, ayúdelo usted, que para eso es su padre.
—Mi hijo está muerto.

Leticia se quedó muda de asombro; los demás tampoco supieron cómo reaccionar. Del Real hizo una pausa, evidentemente todo aquello estaba siendo mucho más duro para él que para los jóvenes.

—Comprendo que para ustedes sea difícil de entender de lo que les estoy hablando, y si les explico todo de inmediato se convencerán de que estoy loco, por eso es que le pedí al director que los citara aquí. Hay algo que tienen que ver en ésta bodega.

Carolina comenzó a temblar. Todo eso parecía sacado de una película.

— ¿Qué es lo que quiere de nosotros?
—Por favor síganme.

Extrajo un juego de llaves de su bolsillo, y con ellas abrió uno a uno los varios candados que sellaban la pequeña construcción; en total, la vieja construcción tenía unos cincuenta metros cuadrados, hecha de ladrillo y concreto, y se notaba que era parte de la infraestructura original del sitio. Una vez que abrió la puerta, el hombre entró lentamente, pidiéndoles que entraran también.

—Esto da miedo —susurró Soledad hacia Dani sin reponerse del impacto— ¿Nos irá a hacer algo?
—Ay por favor Sole —la reprendió Dani en voz baja— somos siete y él es uno, tenemos a Hernán, mira, está echando fuego por los ojos, y además ¿qué es lo peor que podría pasar, que tenga un fantasma escondido ahí dentro?

Cuando entraron a la bodega, se encontraron un panorama completamente desolador: el lugar estaba desierto, con las paredes, el techo y el suelo totalmente ennegrecidos por lo que claramente había sido un incendio feroz. Sobre el suelo habían además, restos de diversos objetos esparcidos y pegados al suelo, adornos o libros a medio destruir, fundidos con el concreto, como inventos demenciales. El hombre se quedó parado al centro del lugar, en el que sin embargo no había olor a humo ni nada parecido, claramente lo que hubiese sucedido allí era de tiempos anteriores a la secundaria.

—Aquí —comenzó Del Real en voz baja— fue donde murió mi hijo. Su nombre era Matías.

Soledad ahogó una exclamación de horror.

—No puede ser... nos está diciendo que su hijo... ¿murió aquí?
—Así es —respondió el hombre con la voz cortada por la emoción— pero las cosas son más complicadas de lo que parecen. Hace seis años ocurrió un hecho que cambió las vidas de todos, justo cuando el instituto que estaba aquí estaba pasando por su mejor momento. Mi hijo Matías fue secuestrado por un grupo de delincuentes, los que se escondieron con él aquí y comenzaron a hacer exigencias. Como comprenderán, hice todo lo posible por ayudarlo, pero esos hombres desquiciados estaban pidiendo más dinero del que yo disponía, así que, con las negociaciones de la policía estancadas y mi hijo en peligro, lo arriesgué todo y conseguí más dinero hipotecando éstas instalaciones. Todo parecía a punto de resolverse de la mejor manera, pero sucedió algo inesperado: un accidente en la instalación eléctrica de ésta bodega produjo una chispa, que inició un incendio.

Soledad se llevó las manos a la boca.

—No puede ser...
—El fuego se esparció por la red interna de paredes y techo, con lo que todos quedaron encerrados por las llamas. Nadie pudo hacer nada a tiempo, y tanto los seis delincuentes como mi hijo murieron. Aquí.

Lorena no daba crédito a lo que oía. Pero a la vez, algo en su interior le decía que eso no era todo; el hombre estaba hablando de un conjunto de muertes trágicas, en lo que parecía una secuencia de película de horror más que el relato de un hombre frágil a la vista.

—Señor Del Real... lo... lo lamentamos mucho... de verdad...
—Gracias —replicó el hombre— era necesario que lo supieran, porque lo que está a punto de ocurrir en éstas instalaciones está directamente relacionado con lo que pasó en ésta bodega en donde murió mi hijo. Cuando pasó todo ésto, me refugié en el trabajo del instituto, que era también uno de los grandes sueños de Matías, con lo que descuidé parte de mis obligaciones, producto de la tristeza de su pérdida; en resumidas cuentas, me jugué el instituto, y terminé perdiéndolo, pero aunque se trataba de algo doloroso, hubo una razón más importante por la que me preocupaba perder el control de éste lugar, y es que el año antepasado, a fines de año, comenzaron a ocurrir cosas extrañas. Personas se volvían agresivas sin razón, y sucedían cosas raras como destrucción de material o de objetos. Así se empezó a esparcir el rumor de que ocurrían hechos sobrenaturales, y yo decidí intervenir.

Lorena cerró los ojos. Ya sabía lo que iba a oír.

—Contacté personas entendidas, y en secreto hice investigar éste lugar; el resultado fue estremecedor, porque el espíritu de mi hijo está aquí, en una especie de limbo, dentro de éstas instalaciones, perdido en el miedo que lo invadió antes de morir, y lo peor es que los secuestradores también quedaron vagando por aquí. Por eso es que ocurrían cosas extrañas y sin razón, porque los espíritus de ellos están aquí, encerrados, prisioneros del estado en que quedaron antes de morir, esos hombres en un frenesí de agresión y locura, y mi pobre Matías aterrorizado, encerrado queriendo escapar pero sin lograrlo.

Leticia sintió que la cabeza le daba vueltas.

—Horrorizado por éstas revelaciones, pedí ayuda para el alma de mi hijo, para lograr su descanso y a la vez el de los otros espíritus, pero nada de lo que intentaron las personas que contraté funcionó. Una mujer muy sabia me dijo que estaba desperdiciando mi dinero, porque lo que necesitaba aquí no era un exorcismo, era un medio para encontrar la paz de mi hijo, porque él estaba atrapado por un miedo distinto del miedo a la muerte, y mientras yo no supiera de qué se trataba, jamás podría terminar con todo ésto.

Dani sentía escalofríos solo de imaginar lo que estaba sintiendo ese hombre.

—Lo que me dejaba en un callejón sin salida. Mi hijo había muerto de un modo trágico dentro de éstas paredes, pero su real terror era por otra causa, y esa causa era la que lo mantenía a él y a sus secuestradores atrapados en un punto medio entre éste mundo y el otro, por lo que los extraños sucesos no terminarían fácilmente. Me dediqué entonces a evitar los sucesos lo más que podía, pero no fui capaz de disimular todo, y a la larga el instituto se fue a pique por los rumores, y a eso se sumaron las deudas que me hundieron. Perdí el instituto, y al quedar en poder de la sociedad benefactora que construyó la secundaria, supe que las cosas sólo podían empeorar. Hice todo lo que pude, pero no lo logré, y ahora estamos en ésta situación.

Hernán frunció el ceño.

— ¿Por qué nos llamó a nosotros, por qué nos está contando todo ésto?

Del Real sonrió débilmente.

—Porque mi hijo los necesita. El fue quien me hizo saber quiénes eran las personas que podían ayudarlo.
— ¡Pero si ni siquiera lo conocemos! —estalló Leticia— dígame cómo puede el espíritu de su hijo saber algo de nosotros.
—No lo sé, durante meses he estado buscando alguna razón en particular,  y no la encuentro. Solo sé que él los necesita, y que se ha dado una oportunidad única de poner fin a todo lo malo que sigue aquí.

Carolina habló con un hilo de voz.

—Señor Del Real... ¿qué es lo que quiere que hagamos?
—Las cosas van a ponerse complicadas aquí —explicó el hombre con la voz tensa por el esfuerzo que hacía por mantenerse entero— no sé por qué motivo, pero en torno a éstas fechas comenzarán a ver hechos y actitudes extrañas. No se sorprenderán de reconocer las cosas que les he relatado antes, así que por un lado tienen que estar muy atentos, porque al haber tantas personas, estarán en riesgo. Y lo más importante que he venido a pedirles, es que encuentren la forma de salvar a mi hijo. De alguna manera él necesita de su ayuda, porque sabe que ustedes siete pueden ayudarlo.

Fernando tenía naúseas.

—San Luis sabe ésto. Nos engañó para que viniéramos aquí.
—Soy responsable de eso, no su director —explicó Adriano resueltamente— su director trató de impedir éste encuentro a toda costa, pero cuando él mismo experimentó uno de los primeros sucesos, vio que no tenía salida; por favor no lo culpen a él. Necesito pedirles que me ayuden con ésto, se los pido por Matías, por sus compañeros de secundaria y para que los problemas terminen. Y necesitamos también, que no se lo digan a nadie.

Dani intervino, y por primera vez su voz demostraba inseguridad y temor.

—Señor Del Real... ¿Cómo es que su hijo le hizo saber que nos necesitaba a nosotros en particular?

El hombre lo miró con los ojos brillantes.

—En ocasiones cuando estoy aquí, por las noches, puedo escuchar a mi Matías. Él me lo dijo.

Media hora más tarde, los siete estaban en las afueras de la secundaria, reunidos en la plaza más cercana, en medio de un ambiente de total tensión.

—No puedo creer que estamos tomando todo ésto como una real posibilidad —dijo Leticia— es una completa locura.

Dani estaba al centro de todos con un ordenador portátil sobre las piernas.

—La información en éstos tiempos es sumamente importante —dijo resueltamente— y estuve buscando lo que Del Real nos dijo. Y la verdad es que si vamos a los hechos históricos, todo lo que nos dijo fue exactamente como lo dijo, el secuestro, la prensa, la policía, el incendio y la tragedia.
—Yo había escuchado algo de eso, aunque no soy bueno para las noticias —dijo Fernando— supongo que por eso a la sociedad que puso el dinero para esta secundaria no le fue muy difícil comprar el terreno y eso, dicen que esas cosas hacen que bajen los precios.
—Es increíble —comentó Soledad— quiere decir que estamos en medio de una actividad paranormal. ¿Por qué no simplemente cierran la secundaria y ya?

Dani la miró y suspiró.

—No seas inocente, no habría forma de explicarle a más de doscientas familias que una secundaria que lleva alrededor de un año funcionando va a cerrar. ¿Qué les van a decir? Nadie puede hablar de ésto, y francamente nadie lo creería.
—Comprendo por qué es que Del Real perdió el instituto, está loco —dijo a su vez Fernando— viendo como está ahora que han pasado seis años, seguro que nadie le creía ni lo que rezaba en esos momentos.
—Fernando...
—No lo digo con mal tono —se defendió el otro— pero es la verdad.

Lorena aún estaba superada por las emociones. Independiente de lo que estaba sucediendo, lo que había sentido en ese lugar era completamente escalofriante, mucho más de cualquier otra sensación. A ella no le cabía duda de que estaban sucediendo cosas fuera de lo normal.

—En ese lugar hay una cantidad de energía impresionante.
— ¿Tú crees?
—Tal vez me tomen por loca —dijo resignada a la posibilidad— pero me doy cuenta de ese tipo de cosas. Y jamás había sentido algo parecido. Creo en todo lo que nos dijo ese señor, realmente están pasando cosas muy malas a nuestro alrededor.
—De todas maneras tenemos que tomar una decisión —opinó Dani— le pedimos un tiempo para responderle, pero la verdad es que si estamos en algo así, muy bien puede ser que no tengamos mucho de donde elegir.
—Y ni pensar en un cambio —comentó Carolina— a éstas alturas del año sería imposible.

Fernando forzó una risa breve.

—No me gusta reconocerlo, pero si ésto es verdad, y tenemos muchas pruebas de que si, lo más probable es que no tenemos alternativa. Sobre todo si el viejo cumple con lo que le pedimos de darnos algún tipo de prueba.
—Y yo creo que al final fue peor pedirle pruebas de ésto.
—Solo serán tres meses —ironizó Leticia por su parte— ¿qué tan malo puede ser? solo nos han pedido que ayudemos a un espíritu que sufre a encontrar la paz sin tener absolutamente idea de lo que estamos haciendo, con la amenaza de espíritus agresivos por la secundaria, y sin reprobar los exámenes.

Lorena la miró reprobándola.

—No hables de ese modo, no juegues con éstas cosas.
— ¿Y me puedes decir quien se preocupa de nosotros? Mira en lo que estamos metidos ¡Esto es el colmo!
—Eso no tiene importancia —terció Dani— yo opino que ya que las cosas están así, no hay salidas, de todos modos estamos inmersos en la secundaria y si es así, entonces podemos hacer algo al respecto ¿Que dices Soledad?
—Estoy contigo Dani. Ahora solo tenemos que esperar que Del Real en serio nos demuestre lo que nos ha dicho, pero no sé si quiero que llegue ese momento.
—Tendremos que afrontarlo —comentó Lorena abrazándose a su amiga Carolina para infundirse fuerzas— es lo único que podemos hacer.
—Si pasamos el año va a ser un milagro Fernando.
—Es verdad Leticia. Nos espera el día más largo de la historia.
—Y yo pensé que al menos aquí iba a poder estar tranquilo —masculló Hernán enfurecido— pero no podré estar en paz. Maldita secundaria.



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La última herida capítulo 32: Escaleras arriba



El Domingo 22 de Noviembre fue una jornada común para Matilde, excepto que en la tarde se despidió de sus padres y salió sin darles mayor información del sitio al que se dirigía. No pretendía informarles desde el principio, y por suerte para ella, fuera de la pregunta que le había hecho su madre la jornada anterior, no tuvo que esquivar otro tipo de cuestionamientos.
Seguramente en la mente de sus padres permanecería la duda sobre cuáles eran sus objetivos, pero no era asunto de ellos enterarse de eso; hablar sobre un supuesto novio o pretendiente sería un error infundado, y por otro lado, inventar cualquier tipo de mentira sobre otra actividad la pondría en el campo de las explicaciones y los comentarios, y durante los meses pasados había cultivado con esfuerzo y dedicación una política de hablar solo lo estrictamente necesario, y nada de eso entraba en ese margen.
La visita que iba a realizar no era fácil para ella, y seguramente tampoco lo sería para el hombre que iba a ver, pero estaba convencida de estar tomando las decisiones correctas; antes habían hablado por teléfono, y también en persona, pero sería primera vez que estarían en contacto en terreno neutral, donde ninguno de los dos tendría protección ni apoyo de nadie. Donde ella no tendría ningún tipo de apoyo. Pero todo lo que habían hablado, las cosas que ella le había dicho en ese tiempo y los acuerdos a los que llegaron tenían que servir de algo, gran parte de todo dependía de eso.
Había estado pensando que era muy probable que después de la obra maestra de eliminación de testigos por parte de los asesinos de la clínica, alguien se encargara de seguirla, pero también recordaba, a veces con espantosa claridad, que uno de esos hombres le dijo al otro que ella no era importante, que sin Patricia todo estaba terminado. En eso tenían razón, y en querer investigarla o seguirla durante un tiempo también, pero a decir verdad, nada de lo que ella o quien fuera hubiese querido hacer sería un riesgo para a gente de la clínica, para todas esas personas con tanto poder: sin pruebas de lo que habían hecho, con la clínica convertida en un edificio móvil y las personas directamente involucradas anuladas a tal punto, solo un tonto habría sido capaz de pretender emprender algo en su contra; cualquier acción sería considerada simplemente un acto de locura, al nivel de los desequilibrados que viven en las calles. Tras seis meses la vida de Matilde era completamente normal.
Semanas antes había hecho algunos viajes de reconocimiento a la zona a la que se dirigía en esos momentos para no perderse, y tenía claro su objetivo: la casa estaba a media calle de un barrio residencial bastante antiguo, y venido a menos a decir verdad; seguramente en otros tiempos tuvo gente de esfuerzo que cuidaban de sus calles y plazas, pero al convertirse en parte de una periferia más poblada, las calles y pasajes lucían descuidados, y en varias esquinas se veían jóvenes vagando, aunque por suerte la zona no estaba tan mal como para tener que cuidarse de cualquier persona que viera pasar a su alrededor. De todos modos llevaba un atuendo muy sencillo, compuesto de jeans, zapatillas de diario y una camisa oscura, junto a una pequeña mochila a la espalda y el cabello recogido en una cola. La casa a la que iba no tenía reja ni jardín, solo una deslucida pared de concreto sin pintar. Un momento después de golpear a la puerta de madera alguien abrió y le dijo que entrara.

–Permiso.

Originalmente había pensado que lo mejor era reunirse con él en un sitio distinto y que no fuera del completo dominio de él, pero si en realidad quería ganarse su confianza en los días tan difíciles que se avecinaban, tendría que hacer algo al respecto; de todos modos si algo salía mal, no se perdería mucho.

–Siéntese.
–Gracias.

Ocupó un sillón enfrente de él. De una rápida mirada apreció que la propiedad era sencilla solo por fuera, ya que tanto los muebles como los elementos electrónicos que podía ver eran recientes y por cierto, no precisamente baratos.

–Gracias por recibirme.
–No hay nada que agradecer.

Él le había dicho que era casi un milagro estar vivo, y más aún poder hablar correctamente. A ella también le parecía.

–Supongo que ahora me va a decir la verdad.

El hombre la miraba fijamente, y su mirada era dura e inflexible, aunque en esos momentos estaba tranquilo y se sentía dueño de la situación; Matilde asintió, no era bueno irse con rodeos.

–No podía hablar de algunas cosas cuando nos vimos antes, era muy inseguro.
–En la cárcel la gente habla todo tipo de cosas –dijo él simplemente– eso no significa que alguien ponga atención.

Realmente era más joven de lo que aparentaba, claramente por la forma de vida que había llevado. En ese momento el hombre estaba vestido con un buzo blanco con líneas rojas a los costados, el cabello muy corto y solo un arete visible en la aleta derecha de la nariz.

–Siempre hay gente que pone atención. Más de la cuenta de hecho.

El hombre frunció el ceño. Se notaba que aún en esos momentos desconfiaba, lo cual era lógico desde todo punto de vista. Ya no se podía ir con más rodeos.

–Soy hermana de la policía que estaba en el lugar cuando explotó el camión de gas.

Lo dijo sin poner inflexión en la voz. Eso si lo había practicado, la forma en que iba a decirlo, para que no sonara a una amenaza, pero aún después de haber estado bastante segura de decirlo sin dramatismo ni dolor o reproche, supo de inmediato que todos los sentidos de ese hombre estaban mucho más alerta que un instante antes. Pero estaba en su terreno, desde luego que no iba a comportarse como aquella vez, ni a gritar o desesperarse.

– ¿Qué quiere?
–Ayudarlo –replicó serenamente– ayudarte, y que tú me ayudes a mí. Nos podemos ayudar mucho, por eso te estuve visitando desde que me fue posible.

El hombre lucía mayor que lo que recordaba de él, o tal vez solo era un efecto de verlo acorralado por la policía, en un momento en que ella estaba muy asustada. Y sin embargo, a pesar de verlo simplemente sentado frente a ella, sabía que era mucho más peligroso ahí que cuando gritaba que no iba a volver a la cárcel al tiempo que Patricia y otro oficial apuntaban tratando de persuadirlo.

–Mire Matilde, durante este tiempo en que me fue a ver a la cárcel siempre me pregunté qué quería o por qué lo hacía. Se lo pregunté. Solo me dijo que quería ayudarme cuando saliera. Me pagó el abogado, aunque usted insista en que no lo hizo. Pero no entiendo qué quiere, o cómo nos podemos ayudar.

Lo mejor era mantener la versión de no haber ayudado a conseguir y pagar el abogado, aunque por cierto que lo había hecho o él estaría aún en la cárcel.

–Tú y yo nos parecemos en mucho más de lo que crees –dijo tomando una frase hecha– Los dos nos hemos equivocado. Mucho. Los dos hemos sufrido por eso.

El hombre levantó las manos para hacerla callar.

–No necesito que nadie me hable de errores y esas cosas, mi madre murió hace años.
–Y los errores que cometiste fueron con la justificación de proteger a tus hermanos y a tu tía –replicó ella despiadadamente– mientras que yo cometí errores con la justificación de ayudar a mi hermana a reponerse de las heridas que la deformaron en ese accidente. Yo perjudiqué a personas. Hay muertos por mi causa, porque fui ciega y fui de cabeza contra todo para tratar de hacer las cosas como creía que estaban bien. Y con eso no solo le hice daño a personas importantes, también permití que otras personas se aprovecharan de eso, y que hicieran más daño.

El hombre la miraba sin comprender sus palabras del todo, pero al mismo tiempo asombrado de la frialdad con la que Matilde se estaba expresando. Para ella también era la primera vez que escuchaba su propia voz de esa forma.

– ¿Por qué me dice esto?
–Porque los dos tenemos demonios, que yo haya nacido en condiciones... diferentes, no cambia nada, excepto que yo no fui a la cárcel. Excepto que tú no perdiste a seres queridos.
–No entiendo nada.
–Hay gente que se aprovechó de mi dolor y el sufrimiento de mi hermana, gente que usa a personas como tú como ratas de experimento, y a personas como yo como forma de financiarse. Necesito hacer algo, y la policía no me puede ayudar porque dentro de ellos hay gente que trabaja para esos delincuentes de los que te estoy hablando.

Ambos mantuvieron la mirada del otro durante la explicación de Matilde; esa sería la única oportunidad de conseguir su ayuda.

– ¿Qué clase de delincuentes?
–De los que jamás van a la cárcel –repuso ella sinceramente– roban y matan con ayuda de la ley, la misma que puede matarte a ti si les estorbas, la misma que no hace nada cuando a un familiar tuyo lo matan y nadie sabe por qué. Contra esa gente quiero hacer algo, y contra esa gente necesito que me ayudes. Lo que te ofrezco es el dinero suficiente para que no tengas que hacer nada en muchos años, quizás en toda tu vida. O que le pagues la educación a tus hermanos para que no sean ladrones. O para que hagas el viaje de tu vida. Tú decides. Solo necesito que me ayudes.

El hombre continuaba mirándola, pero ahora su expresión era diferente.

– ¿Cuánto?
–Cincuenta mil dólares.


2


Subir esas escaleras era siempre un trámite doloroso en su interior, y por partida doble. Primero, por la mentira que significaba, y segundo, por la obligación de guardar silencio que se había autoimpuesto.
Un edificio de seis plantas en una zona residencial muy antigua en la ciudad, una reliquia viviente entre calles donde vivían ancianos y extranjeros que siempre estaban de paso, una iglesia derruida cerca y nada más que calles para deambular hasta salir a la siguiente ruta por donde pasaba el transporte público; sin contar con el interés de las grandes tiendas y almacenes, la vida por esos lados parecía haberse quedado treinta años atrás, con un ritmo distinto, con niños jugando en los pasajes interiores, y vecinos saludándose unos a otros al pasar. El almacén de abarrotes de un par de calles al sur invitaba a la nostalgia con su pesa centenaria y el olor que salía de los hornos de atrás, demasiado hogareño, demasiado atractivo para descansar y quedarse ahí. Matilde no hacía nada de eso, sabía que era vulnerable a algunas cosas, y no quería que la tristeza y la melancolía la golpearan más. Allí, al igual que en la casa de aquel delincuente, tenía que ser fría.
El edificio estaba en la segunda casa desde la esquina y orientado al Norte; usando la llave que llevaba oculta en el bolso, Matilde entraba y torcía a la derecha, para tomar las escaleras. Al igual que la mayor parte de las estructuras visibles de ese edificio, estaban construidas en piedra, con tallados y formas que en otros tiempos habían sido hermosos, pero que con el desgaste de los años se habían convertido en tétricas sombras de sí mismos; a ella le parecían incluso adecuados.
Su conversación con Adrián había sido larga y bastante tensa en una gran parte, pero finalmente se habían entendido; el dinero desde luego que llamaba su atención, pero también había una buena cuota de resentimiento en su mente y eso era lo que ella necesitaba; paulatinamente se entendieron, y aunque aún era pronto para decir detalles del plan, consiguió los dos puntos que eran necesarios en esos momentos: el primero de ellos, que siguiera con su vida mientras ella volvía a contactarlo, y el segundo, que entendiera que la gente contra la que iban a enfrentarse era realmente peligrosa, por lo que mantener el secreto era fundamental. Mantener secretos se había convertido en una costumbre de vida durante los últimos meses.
Dos golpes en la puerta de madera, y después silencio. Era solo para mantener una apariencia de normalidad, ya que su visita estaba programada, igual que otras cosas. Unos momentos después la puerta se abría.

–Pasa.
–Permiso.

El departamento era austero hasta más no poder, debido a los requerimientos del lugar y los planes que estaban tejidos alrededor de esa idea; por lo demás no estaría ocupado por mucho tiempo. Una vez cerrada la puerta, la mujer que recibió a Matilde se sentó ante la mesa de madera en una de las sillas a juego que habían sido conseguidas en una tienda de descuentos: en esos momentos llevaba una sencilla tenida compuesta de un vestido veraniego con sandalias y un bolero blanco que cubría sus entonces delgados hombros. Su cabello estaba corto, tinturado de un tono miel bastante sencillo, que iluminaba su rostro de piel morena y los brillantes ojos del mismo color; tener ese color en el cabello era también una forma de mantener la esencia de su ser, que por esos momentos solo se demostraba a través de la mirada. Se trataba de una mujer de alrededor de treinta años, de figura adelgazada por los acontecimientos de los últimos tiempos, pero que mantenía la estructura fuerte que había cultivado durante muchos años; el rostro de piel morena era algo anguloso, de pómulos sobresalientes, cejas de curva gentil y nariz pequeña y ligeramente curva. La intensidad de su mirada solo se dejó ver durante un instante, antes de volver a mostrarse serena y tranquila como de costumbre.

–Matilde.

Mencionó su nombre de una manera ausente, totalmente carente de sentimientos y que Matilde sabía era parte de un entrenamiento que había llevado a cabo de manera intensiva y voluntaria. A veces se preguntaba si ese cambio de actitud estaría metiéndose en su mente, al punto de amenazar con cambiarla para siempre. Pero no podía hablar con ella de otra manera, desde el principio su plan exigía apegarse a las reglas con absoluta rigurosidad.

–Aniara.

Ella también habló con frialdad, como si las dos no se conocieran, como si tan solo fueran dos personas hablando por motivos de trabajo. Carentes de sentimiento.

– ¿Fuiste a hablar con Adrián?
–Sí.

Ambas hicieron una pausa. En momentos como ese parecía que estaban separadas por kilómetros de distancia, tal era la distancia que tenían establecida entre ellas.

–Supongo que hay buenas noticias.
–Está de acuerdo como lo supusimos antes. Va a ayudar en los planes, por lo tanto está de nuestra parte.
–Excelente. Falta muy poco.
–Es verdad.

Tantos meses de callar, de comerse las lágrimas, de desgarrarse la garganta por dentro conteniendo los gritos, el llanto, la rabia y la frustración, y tantos otros sentimientos que a diario acudían a su mente en oleadas continuas. Habría sido igual de difícil, pero sin sus padres permanentemente visitando su nuevo departamento, al menos podría haberle dado espacio a la tristeza y la desesperación; sin embargo, sus visitas todos los fines de semana se convirtieron desde un principio en una amenaza para cualquier cosa que pretendiera hacer, incluso para dar rienda suelta a su tristeza. Al principio las preocupaciones de ambos por ella habían sido magnificadas por el solo hecho de verla abatida y llorosa, lo que hizo que tomara muy pronto la decisión de contener sus sentimientos. El principal problema entonces fue, que no podía controlar lo que le pasaba, y la presencia de ellos hacía aflorar más aún su dolor, de modo que guardó sus sentimientos y decidió callar, callar todo; en ese sentido la decisión de sus padres de no tocar los temas relativos a Patricia le servía mucho, ya que así podía pasar día tras día como una máquina, funcionando correctamente para todos, menos para ella.
La planificación se había llevado a cabo meticulosamente, y uno de los primeros pasos definidos consistía en dejar fuera cualquier tipo de sentimiento, por lo que se vio nuevamente atrapada en una mecánica de fábrica, donde todo sucedía de una manera específica; sabía que era lo correcto, que sin esa preparación no habría podido despojarse de los sentimientos para, por ejemplo, acudir donde Adrián y enfrentarlo como lo había hecho, pero no por saberlo conscientemente, dejaba de sufrir por ello.
Y en ese momento estaba sentada en una sala vacía, frente a Aniara.
Frente a Patricia, su hermana.




Próximo capítulo: Fiesta de gala


Maldita secundaria capítulo 1: Faltan tres meses: Primera parte




Secundaria Santa Sofía del Ángel
Martes 2 de Octubre
Sala de lenguaje. Tercer año

El ruido se apoderaba de la sala durante la tercera hora de clases mientras la profesora aún no llegaba. Santa Sofía del Ángel era una secundaria que llevaba poco tiempo en funcionamiento, era su primer año, y desde un principio el establecimiento había cosechado buenas críticas, tanto por su excelente infraestructura  como por un muy buen modelo de enseñanza. Cuando estaba acercándose el fin del año escolar, todo funcionaba en el establecimiento con total naturalidad, y desde luego los grupos  ya estaban armados y nada dentro de los salones parecía indicar que el Santa Sofía tenía muy poco tiempo como tal; a esto contribuyó desde el inicio una fuerte inversión que se notaba también en el plantel académico, la mayoría de ellos profesores con amplia trayectoria.
Adelante estaba Dani, robusto y fuerte, de piel trigueña, cabello castaño y rasgos agraciados, de sonrisa encantadora y gestos amigables y sinceros; junto a su silla de ruedas estaba Soledad, su mejor amiga, alta, muy delgada y de aspecto frágil, de piel blanca y melena oscura; se habían hecho amigos el primer día, aunque él resultaba siempre tan encantador que no era difícil que las personas empatizaran al poco de conocerlo. La joven bostezaba por el cansancio.

—Ay Dani, estoy muerta; recién está empezando Octubre y la cosa se está poniendo difícil con los estudios.

Dani mientras tanto sacaba de su mochila un texto de estudios.

—Tienes razón, aunque para ser sinceros, todavía no empiezan los exámenes. Imagínate que anoche tuve que ponerme a estudiar en mi casa.

Soledad lo miró con falso rencor. Dani tenía una gran facilidad para los estudios, tanto que habitualmente era señalado como una promesa profesional, aunque él no le daba importancia a esos elogios.

—Mira, para ti tal vez eso sea así, pero las personas normales siempre nos vemos en la obligación de estudiar afuera de éstas cuatro paredes.
—Ay, ni que yo fuera un fenómeno —se defendió él— lo que ocurre es que yo soy ordenadito aquí, y así tengo más tiempo libre cuando salimos de clase, es la mejor forma de que mi vida ande sobre ruedas.

Soledad hizo una pausa y suspiró.

—Como sea, ya están por llegar los exámenes finales, prométeme que no me vas a abandonar.
—Tranquila, te lo prometo.

A un costado de la sala, dos amigas conversaban animadamente; Lorena era de figura grande y corpulenta, de rostro muy agraciado, ojos claros y cabello largo castaño, el que lucía orgullosa con reflejos color violeta; junto a ella estaba sentada Carolina, de baja estatura, delgada, de cabello castaño rizado y actitud fresca y muy femenina.

— ¿Cómo me quedó?

Lorena se sacudió el cabello mientras su amiga la observaba.

—Cielos amiga, te quedó súper. Cuando me dijiste por teléfono que habías usado ese color, pensé que te quedaría horrendo, pero por lo que veo es solo un reflejo, se te ve muy bien.
—Gracias.

Carolina golpeó suavemente la mesa.

—Casi se me olvida, pero te juro que no me lo vas a creer: mi mamá te invitó a tomar el té uno de éstos días.

Lorena se llevó las manos a la boca.

— ¿Qué?
—Te lo prometo.
—Pero si tu mamá me odia Caro. Incluso recuerdo muy bien cuando te dijo ''No me gusta para nada esa amiga tuya tan espiritual" como si yo no estuviera presente.

Pero la otra joven sonrió. Eran amigas desde hacía tiempo y le importaba mucho que su familia no se interpusiera, aunque a veces sus padres eran un poco anticuados; de verdad Lorena tenía un estilo diferente, sabía de cosas sobrenaturales y de la suerte y ese tipo de temas, pero pensar que era una especie de hippie que la arrastraría al desastre era demasiado.

—Lo que pasa es que todo sucede por algo; todo empezó hace unos días cuando por accidente mi madre tiró a la basura un diario de vida que dejé olvidado, y me aproveché de esa situación, así que le hice un escándalo, y le dije que me había roto el corazón —mentira— y así fue como una cosa llevó a la otra, y para contentarse conmigo el otro día me dijo ''Un día de éstos podrías invitar a tu amiga a tomar el té''
—Es increíble.
—Lo mismo digo. Ahora eso sí, hay que aprovechar muy bien la ocasión, ya estoy harta de que no podamos compartir tranquilas por  mi mamá.

Al fondo de la sala estaba Fernando, de figura estilizada y elegante, atractivo y con el cabello negro con un osado corte, junto a Leticia, más baja que él, de rostro común y poco agraciado, cabello lacio, piel pecosa y actitud fuerte y decidida.

—Deberías haberme contado.
— ¿Qué cosa?
—No te hagas la loca que nadie me lo contó, te vi y no me lo contaste.
—No sé de lo que estás hablando.

Fernando se sacudió el cabello con las puntas de los dedos.

—Te vi en el centro comercial con ese rubio, te tenía muy atrapada.

La joven sonrió y se encogió de hombros.

—Ah, era eso. Fernando, pero eso fue solo una cosa que se dio en el momento. No era para escribir un libro ni algo por el estilo.
— ¿Y qué, te propuso algo?
—No, si te digo que fue una cosa del momento. ¿Y a ti te ha salido algo?

Fernando sonrió encantadoramente.

—Ay, el problema es que aquí hay muy poco material de donde elegir, tienes que considerar que no somos tantos. Pero por ahora estoy tranquilo, el año entrante seré un todavía más apuesto joven de cuarto y ahí espero que las chicas de tercero me persigan.

Rieron, pero Leticia miró hacia el otro lado del fondo de la sala; ahí, sentado sobre una mesa, solo, estaba Hernán, corpulento y fuerte, de facciones duras, piel morena y cabeza rapada, concentrado leyendo un comic de Futuro final.

—Oye, pero parece que no todos pueden decir lo mismo.
— ¿Por qué lo dices?
—Por ese Hernán, es extraño —comentó en voz baja— mira, yo entiendo que éste es el primer año en que todos estamos aquí, pero ya está por terminar el año y sigue allí todo autista con las revistas, si apenas ha hablado por algún trabajo, pero nada más.

Fernando levantó las cejas.

— ¿Pero es que no lo sabes?
— ¿Qué?
—Es un rumor —se acercó en tono de secreto— pero dicen que su familia lo obligó a terminar la secundaria en diurna aunque ya está pasado de edad.
—Se le nota que está pasado.
—Claro Leticia, y debe ser humillante que todos estén mirándote y hablando de ti todo el tiempo.
—Debe ser tremendo.

Fernando le dedicó una mirada suspicaz.

—Noto unas miraditas extrañas...
—Por supuesto que no, solo estoy diciendo la verdad.

De pronto se abrió la puerta y entró de inmediato en inspector Vergara, un hombre de más de cincuenta, alto, de porte altanero, de piel blanca pecosa, mirada fría e impecablemente vestido de traje. Cuando entró, en la sala se hizo el silencio. Vergara no era un hombre agresivo ni mucho menos, era sabido por todos que era justo en el trato, aunque si era muy estricto con los estudiantes y detestaba los escándalos juveniles y ese tipo de cosas; nada se le escapaba a la vista, ni siquiera en los descansos, por eso al verlo en sala todos reaccionaron de la misma manera, algunos siendo más precavidos incluso y guardando discretamente los teléfonos celulares por si decidía pasar entre las mesas.

—Buenos días.

Para el momento en que los estudiantes respondieron el saludo en un coro respetuoso, todos estaban en sus puestos por arte de magia. El inspector paseó la mirada por el curso.

—La profesora Martínez va a llegar pronto.

Lorena miró extrañada a Carolina.

— ¿Que estará pasando? —murmuró en voz baja— nunca se aparece por algo tan sencillo.

El inspector volvió a alzar la voz.

—El director San Luis está en su oficina, esperando a las personas que voy a nombrar.

Se hizo un silencio aún más solemne; el director era un hombre bastante amable, por lo que saber que llamaba a alguien era símbolo de problemas, sobre todo si enviaba a ese inspector.

—Leticia Zamora, Fernando San Martín, Lorena Avad, Carolina Guzmán, Hernán Guerra, Soledad Gamez... y Daniel Rodas.

Sin esperar, Vergara salió y dejó la puerta entreabierta; de inmediato todas las miradas se volcaron en los siete a los que habían llamado, pero especialmente hacia Dani, quien no solo era popular por sus excelentes calificaciones y actitud gentil, sino también por pertenecer al reducido grupo de estudiantes que no causaba problemas. De ningún tipo. El primero en reaccionar fue el propio Dani.

—Dani. Me llamo Dani, no Daniel, todavía quedan listas equivocadas por aquí, pero me pregunto que habrá pasado ¿atropellé a alguien?

Se escucharon algunas risas nerviosas, pero Soledad lo reprendió mientras se ponía de pie.

—Dani, no es momento para bromas, nos acaban de llamar de la oficina del director.

Pero él no estaba alterado.

—No creo que sea un escándalo estudiantil o algo así.
— ¿Y eso por qué?
—Solo tienes que ver a los que nos llamaron: Fernando es muy popular, Leticia su amiga, tú y yo que estamos como en el grupo de los tranquilos, Carolina y Lorena que no pueden ser más sanas, y Hernán, que más allá de callado, no es ni problemático ni nada parecido. A lo que quiero llegar es a que si fuera algo grave llamarían a otros.

Quitó el seguro de la silla y se acercó a la puerta, pero antes de salir se dirigió a los demás.

— ¿Alguien podría tomar apuntes por mí?

Varios rieron mientras los siete comenzaban a salir.
Momentos después, el grupo avanzaba lentamente por el pasillo hacia la dirección y ninguno excepto Dani se veía animado. La oficina se encontraba en la sección delantera de la secundaria, al final de un pasillo en el segundo piso, por lo que no era un sitio muy visitado.

—Creo que lo estamos haciendo demasiado difícil.

Nadie le contestó.

—Está bien, reconozco que nos vamos a perder Lenguaje. Reconozco que nos citaron a la oficina del director y Vergara agregó mucho dramatismo a la escena, pero vamos a hablar con el director, ésto no es la Inquisición.

Soledad suspiró. Más atrás, Leticia iba más irritada que preocupada.

—No lo entiendo, ésto no tiene ningún sentido.
—Ésto va a bajar nuestros niveles de popularidad —comentó Fernando— además mira a tu alrededor, éste grupo es muy extraño.
—Es un fenómeno, deben estar haciéndonos trizas por nuestras juntas.

Leticia hizo una mueca de desprecio. Más adelante Soledad puso los ojos en blanco.

—Que desagradable; pero tiene razón en algo ¿por qué ellos?


Más atrás Carolina caminaba muda, Pero Lorena se frotaba los antebrazos.

Se me erizan los pelos —dijo en voz baja — el ambiente está muy cargado y nosotros también. Tengo un mal presentimiento amiga, te lo juro.

Sin embargo la voz de Hernán se alzó entre los otros; el joven pasó entre ellos con mal gesto.

— ¿Por qué no se callan de una vez? Quítense de mi camino.

Pasó entre los demás, apartando a todos de su paso, incluso a la silla de ruedas de Dani, para llegar primero a la puerta de la oficina.

— ¡Ten más cuidado! —le gritó Soledad— fíjate en lo que haces.
—Déjalo —intervino Dani con calma— estoy bien, no te alteres.

Soledad protestó algo más, pero Dani logró calmarla. Mientras tanto, Hernán llegó hasta la puerta de la oficina del director, mirando fijamente el letrero color bronce con su nombre. Antes que pudiera llamar, la puerta se abrió, y ante los siete apareció Vergara nuevamente. Formal, silencioso, frío, aunque casi podría decirse que también triunfante.

—Pasen, el director los espera.

Soledad evitó la mirada del inspector, no solo por lo que estaba ocurriendo, sino porque siempre le había tenido algo de miedo. Era un pésimo momento para que ocurriera algo así, solo faltando tres meses para que finalizara el año, y además de todo, en la secundaria era sabido que los asuntos comunes los veían los inspectores, el director solo se ocupaba de asuntos de verdad graves. La fría y calculada mirada del inspector terminó de cargar el ambiente, haciendo que todos se sintieran aún más presionados. Uno a uno entraron en la oficina, hasta que todos estuvieron dentro y prácticamente alineados. La oficina del director era un lugar muy limpio y espacioso, sin decoraciones grandilocuentes, solo mostrando algunos diplomas en las paredes y un único cuadro, donde se veía a San Luis más joven y formando parte del cuerpo de Bomberos; el director era un hombre de más de sesenta años, de figura grande y maciza, escaso cabello cano, ojos oscuros y rasgos endurecidos por los años de trabajo, pero que tenía una actitud amable y generosa, que era conocida por todos. Vestido de gris, elegante y sobrio, permanecía sentado tras el escritorio con un abrecartas entre las manos. Paseó la mirada por cada uno de los siete, y en seguida miró a Vergara, que todavía no salía del lugar.

—Muchas gracias Javier, puede retirarse.

Los ojos de Vergara brillaron por un instante, pero de inmediato asintió y salió lenta y silenciosamente. Unos momentos después los siete quedaron solos frente al director. El silencio era incómodo para todos, de modo que el hombre mayor dejó a un lado el abrecartas con forma de sable, y se puso de pie, aunque a pesar de lo que todos podían esperar, el hombre mayor no se veía molesto o irritado, más bien parecía preocupado.

—Muchachos. Les agradezco que estén aquí.

Hizo una pausa, que dejó claro que nada de lo que hubieran pensado era lo correcto; lo que fuera que estaba pasando era difícil para él.

—Lamento tener que interrumpirlos, saben que detesto hacerlo, pero ocurrió algo importante y no puedo esperar noventa minutos hasta el primer recreo. Les pido por favor que me escuchen con mucha atención.

Rápidamente las miradas de los siete se entrecruzaron; aunque habían tenido rencillas anteriores y la mayoría no se llevaban, todos estaban en ese momento en una situación similar, y por un instante las diferencias se borraron, ante la duda y la sorpresa. ¿Qué podía ser tan importante como para que los llamara el director en persona, y con tal tono de urgencia? ¿Por qué se veía preocupado en vez de alterado o severo?

—A primera hora de hoy, vino  a verme Adriano del Real.

El nombre le recordaba algo a Fernando, pero no sabía exactamente qué era.

—Por si no lo saben, éste señor fue dueño del terreno y de la construcción en la que estamos, por más de treinta años. Del Real pasó por una crisis económica, y a pesar de que hizo desesperados intentos, finalmente tuvo que aceptar la realidad, y para evitar un remate miserable, aceptó la oferta y se lo vendió a la sociedad Miramar, que construyó casi todos éstos edificios.

Leticia frunció el ceño. Era sabido que la sociedad Miramar había sido la benefactora que ayudó en la creación de la secundaria, de ahí que se convirtiera tan rápido en una institución de calidad, pero nada de eso parecía tener sentido.

—En agosto del año pasado se inició la remodelación del lugar, ya que como saben, antes de la crisis fue un instituto técnico; en fin, aunque para Agosto del año pasado ya no debería estar involucrado, éste hombre se las ingenió para mantenerse en las instalaciones hasta principios de Enero de éste año.
—Director —intervino Dani— disculpe pero ¿qué tiene que ver todo ésto con nosotros?

San Luis hizo una pausa muy breve, y siguió sin dar respuesta directa a la pregunta, aunque no estaba precisamente ignorándolo.

—A eso voy. Necesitaba explicarles todo para que entiendan lo que les diré ahora.

Lorena sintió escalofríos. Siempre había tenido una capacidad fuera de lo normal para percibir cosas, y en esos momentos sentía que lo único que quería, era no escuchar lo que iban a decirle.

—Una vez que Del Real salió definitivamente de aquí, personalmente me sentí aliviado; él no es una mala persona, de hecho tengo una muy buena impresión de él como hombre, pero tiene una sensibilidad exagerada y por lo mismo creo que no es apropiado para los negocios. En resumidas cuentas, para él el instituto era toda su vida, y cuando lo perdió, resultó destruido emocionalmente, y ahora cree que todavía mantiene un lazo de algún tipo con éste lugar.

Carolina no entendía lo que estaba pasando ¿por qué les estaba contando todo eso?

—Adriano del Real está aquí, y necesita hablar con ustedes siete.

Fernando ahogó una exclamación solo porque no quería más problemas de los que supuestamente iban a tener, pero ya recordaba cual era el motivo por el que ese nombre le parecía familiar: había toda clase de historias de su locura, no era simplemente un viejecito inocente.

—Director, ¿nos está pidiendo que vayamos a hablar con ese loco?
—Fernando, no hables así.
—Pero si usted mismo lo dijo.
—Escúchame. Adriano del Real no es una persona peligrosa, solo... necesito que muestren un poco de generosidad y hablen con él, nada más que eso.

Lorena intervino con un hilo de voz. No era eso, no se trataba de ese tema había algo más y podía sentirlo cada vez con más fuerza.

—Director, díganos qué es lo que está pasando.
—Por favor —replicó el hombre con voz suplicante— muchachos, ésta es una situación fuera de lo común, y les prometo que no recurriría a ustedes si no fuera absolutamente necesario, pero él necesita hablar con ustedes, es solo eso.
— ¿Pero por qué con nosotros? ¿Cómo es que sabe quiénes somos?

El director vio que estaba perdiendo la batalla,  pero no podía perder más tiempo.

—Eso es irrelevante. escuchen, les daré el resto del día libre y me aseguraré de que tengan toda la información de las materias del día de hoy. Esta secundaria necesita que todo siga funcionando en paz, y lo único que les pido es que hagan algo por todos nosotros. Por favor, Carolina, Dani, Hernán, Fernando, Lorena, Soledad, Leticia, ayúdenme en ésto.

Dani suspiró.

—Está bien.



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