La última herida Capítulo 25: Una nota sobre el escritorio




Llegando a la unidad policial donde se desempeñaba Céspedes, Cristian dejó a Matilde en la recepción y le dijo a Lorena, la encargada ese día de la recepción, que se mantuviera atenta a ella, mientras él iba a la oficina del comandante.

–Permiso.
–Pasa.

Entró a la oficina que como de costumbre olía a madera nueva. En las paredes los trenes representados en distintas repisas en réplicas de alta calidad, que brillaban en su pequeña perfección; el comandante siempre estaba agregando alguno nuevo a su colección, y a los que se les ocurría, como a él el año anterior, hacerle un regalo, les resultaba cada vez más difícil encontrar un modelo que no tuviera.
Durante su carrera, Céspedes había estado a cargo de varias unidades, pero finalmente se había quedado en la de búsqueda de personas extraviadas, motivo por el cual no le era difícil entender lo que Mayorga le había dicho sobre el caso de las hermanas; en determinado momento habían trabajado juntos, y aunque de eso hacía un tiempo ya, el viejo policía era una fuente inagotable de conocimiento y apoyo, el que compartía con gusto, por lo cual no había sido difícil forjar una buena relación con él, que prácticamente era una amistad.

– ¿Cómo te fue en la oficina?
–Mal, la saquearon. Señor, todo esto parece solo confirmar mis suposiciones anteriores, hay alguien que está tratando por todos los medios de hacer desaparecer cualquier prueba de lo que ha sucedido; lo único bueno que puedo rescatar de todo es que hay una pista concreta del furgón en donde se llevaron a la paciente.

Cristian se sentó ante el escritorio donde, del otro lado, estaba el comandante atendiendo a todo lo que escuchaba.

–Al menos hay algo bueno que rescatar. Según mi experiencia, cuando una persona es sustraída o retenida, es de vital importancia saber cuáles son las motivaciones de  quien lo hizo, para poder determinar con más precisión los movimientos que puede realizar después.
–En este caso no lo sabemos con total claridad, pero siguiendo la idea que le decía antes, es decir dos móviles cruzados, es posible que el doctor descubriera algo en la paciente que podría serle de utilidad, y viendo un buen negocio, decidió poner manos a la obra.
–En ese caso es improbable que el vehículo sea el mismo durante mucho tiempo, puede ser que no les sea de utilidad, sobre todo si es que ella está en un estado delicado. Tal vez otro vehículo grande como ese, incluso un camión pequeño donde transportarla, aunque yo no dejaría fuera a las ambulancias de servicios médicos particulares.

El más joven frunció el ceño, pensativo.

–Son demasiadas posibilidades, pero confío en la pista que tenemos y a partir de ahí y de los datos que encontremos del doctor y del otro hombre podamos construir algo más concreto.
– ¿Ya tienen sus datos?
– ¿Del otro hombre? Sí, es básicamente un delincuente de poca monta, ha estado en prisión algunas veces e involucrado en otras tantas por delitos de todo tipo, desde robo y agresión hasta falsificación de documentos públicos, aunque su área favorita parece ser la mecánica. La chatarrería es propiedad de un anciano que no se hace cargo de ella y desde luego no hay documentos en regla, pero el aporte desde ese lado no es mucho más.

Céspedes se puso de pie y caminó a paso lento hacia el pequeño bar que estaba en la esquina opuesta al escritorio. No era un mini bar en el estricto sentido de la palabra ya que no tenía licores en su interior, a cambio de ellos había todo tipo de infusiones que el comandante bebía constantemente para combatir su deseo de fumar, como él mismo se lo explicara en alguna ocasión. Cristian se sentía bastante preocupado por la rapidez que estaban demostrando quienes estuvieran detrás de aquel misterioso tratamiento y asesinato, porque a pesar de saber que en palabras sencillas no podía dar por hecho algo solo porque las circunstancias se lo indicaban, no había forma de pensar de otra forma.

– ¿Quieres un trago?
–Gracias.
– ¿Algo en particular?

Para él no había mayor diferencia entre unas y otras que había probado, pero para no ser descortés se decantó por la primera que recordó.

–Menta estaría bien.
–Tal vez hay que investigar un poco más por ese lado, quizás el anciano que mencionaste no sea tan inocente como parece.

Cristian se puso de pie. Tenía que encontrar algo, una pista o prueba que lo ayudara a orientarse, y definitivamente decidir qué hacer con Matilde; momentáneamente creía que era lo correcto estar junto a ella, pero no podía seguir así de manera indefinida, no era una película de acción y ya era bastante irregular no haber derivado su cuidado a alguien más. Entonces su vista fue a dar al escritorio, a un trozo de papel bajo uno de los trenes de colección a escala. Nunca había trenes en el escritorio a excepción del grande en la esquina y que era regalo de su esposa, los demás estaban todos en diferentes repisas en las paredes, en dos muebles de esquina en las que quedaban desocupadas. Era una locomotora que le había regalado él, la reconoció porque le había costado muchísimo encontrar alguna que no estuviera ya en la colección del comandante. Regalo de amigo secreto para las festividades de fin de año, el regalo oficial era una enciclopedia de la historia de los trenes.

– ¿Hielo?
–Si, por favor.

De pronto la habitación pareció sumergirse en un silencio absoluto, donde lo único que Cristian podía oír era el sonido de su respiración, y a su espalda el sonido de los cubos de hielo. Uno, dos. Céspedes tomaba su infusión siempre con tres cubos.
La nota estaba evidentemente debajo del tren para ocultarla, pero desde el ángulo de él, del otro lado del escritorio, podía ver con relativa claridad las letras, que aunque estaban orientadas hacia quien se sentara al otro extremo, eran breves y claras.
Uno.

–Sobre eso –lo de la chatarrería– me parece bastante lógico que el doctor haya contactado a alguien que sepa de vehículos si quería transportar a una persona en ese estado, de pronto hay otro lugar en donde tengan furgones adaptados.

Dos.

–Es posible.

"Llévalos a los galpones Ictur"

Su mundo estaba derrumbándose mientras el comandante le servía una infusión. Las palabras de amenaza de Antonio, los temores de Matilde, la muerte de la modelo, la desaparición de la clínica, la existencia misma de la clínica, todo estaba relacionado con los tentáculos de una organización cuyo alcance no sólo no llegaba a dimensionar, sino que había subestimado por completo.
Tres.
El tercer cubo de hielo. Tenía que cambiar la expresión en su rostro, todo lo que era, su vida probablemente dependía de eso, de mantenerse sereno y no demostrar lo que estaba sucediendo. ¿Cuánto podía tardar en devolver la pinza al balde de metal y cerrar la puerta del mini bar? Domina tus sentimientos, vuelve a tu centro, no dejes que tu cuerpo exprese lo que te está pasando.

–Yo prefiero Arándano.

Volteó hacia el comandante y recibió el vaso con mano firme, mirándolo a los ojos.

–Gracias.
–Por nada.
–Es posible que tengan algún otro depósito o escondite.
–Los sectores donde se están construyendo autopistas al norte de la ciudad.

Que no lo diga.

–Es una opción.
–El hospital abandonado de la calle San Pedro. Los galpones Ictur, están dejados hace años y el dueño no hace nada por ellos.

¿Por qué no le había dado un tiro ahí, en medio de la oficina? ¿O enviado que le dispararan antes de llegar?

–No lo había pensado –dijo mientras bebía– esos galpones son enormes, podría ocultarse cualquier cosa ahí.
–Puede ser, además tiene buena conectividad.

Bebió otro trago, lento para poder mirar sin hablar. Qué capacidad de mentir, cuánta falsedad detrás de todo lo que conocía. Pero él mismo estaba aprendiendo, estaba dando examen al mirarlo sin demostrar que ya sabía todo de sus planes. Estaba usando toda su fuerza, los conocimientos de control de impulso, todo lo que tenía a la mano para mantenerse fuerte y no reaccionar como quería.

–Tal vez pueda darme una vuelta por ahí, para no despertar sospechas.

Céspedes asintió en silencio. El más joven se terminó la infusión de un trago, sintiendo que le quemaba la garganta, y dio un par de pasos hasta el bar para dejar el vaso encima.

–Gracias por todo, me ha ayudado mucho con sus consejos, señor.
–Nada que agradecer –dijo el otro sonriendo– lamento no poder hacer más.
–Ayudarme a tener la mente clara es mucho.
–Llámame si necesitas cualquier otra cosa; mientras tanto voy a tener a mi gente al pendiente de lo que sea necesario.
–Gracias. Permiso.

Salió de la oficina casi completamente seguro de haber representado su papel tan bien como Céspedes, pero no fue capaz de ir donde Matilde de inmediato. Se metió al baño y cerró con pestillo, tras lo cual se quedó de pie, inmóvil, tapando su boca con las manos para no gritar. Había estado en casa de sus padres como invitado, cenando y charlando de la vida, el muy maldito lo conocía, y había acudido a su llamado con tanta intención de ayudarlo, atendiendo a todas sus palabras. Y él le había dicho todo, absolutamente todo acerca del caso. Ni siquiera era necesario que le dijera lo de los galpones Ictur, podría haberlo dejado pasar a través de un soplo de alguien, pero al final las cosas iban a tomar el mismo rumbo, al final él, en su intención de ayudar y descubrir la verdad, habría ido a ese sitio. De una u otra manera lo habría hecho, por eso le había dicho que tenía que separar los hechos de las suposiciones, por eso su interés en delegar los temas al forense, a los oficiales, a quien sea, para despejar el camino. En algún momento, incluso, alguien, alguno de sus informantes podría haberlo llamado "Oiga Mayorga, hay gente cerca de los galpones Ictur." y él se habría hecho cargo personalmente porque era el jefe de la unidad, porque tenía un alto sentido del deber, y porque ya le habían aconsejado no hacer demasiado ruido sin tener pruebas.

–Maldita sea...

Se mojó la cara y se miró al espejo; estaba alterado, pero de momento en control. ¿Qué iba a hacer? Decirle a Matilde estaba descartado por completo, eso sería un error y sobre la gente ¿Acaso tenía alguna idea? Él mismo, como un completo idiota, había ido de cabeza a meterse allí a pedir consejo al policía que consideraba más recto y sabio de todos los que conocía. Se secó la cara con una toalla de papel y salió con la misma expresión serena que tenía antes.

–Matilde.

Ella se puso de pie al verlo. El policía, haciendo una jugada ciega, se acercó al mesón de recepción.

–Lorena, más tarde voy a volver por acá para hablar con el comandante, pero no sé si tiene mi número ¿se lo podrías dejar por si se surge algo para que me avise?
–Claro –replicó ella– sin problema.
–Gracias. ¿Por casualidad tienes por ahí el dato del nombre del dueño de los galpones Ictur?

Ella buscó hábilmente en el ordenador.

–Jeremías Órdenes, vive en el sur, jubilado, empresario, poco más.
–Gracias, me voy.
–Hasta luego.

Salió junto a Matilde y subieron al auto. Una vez arriba ella le dedicó una mirada interrogadora.

– ¿Dónde vamos?

No lo sé. Quería decirle a ella, o a alguien, que no lo sabía, que era un estúpido de pies a cabeza por ponerse a sí mismo, a ella y a toda una investigación en juego por tomar una mala decisión, pero a la vez se preguntó si eso sería realmente así ¿Qué habría pasado si no llama a Céspedes? Viendo las cosas nuevamente, tal vez nada habría cambiado, excepto que no sabría de dónde venía el golpe.

–Hay una nueva pista.

Quizás sí era lo correcto. De esa forma tenía un arma que antes o de otra forma no, y eso debía agradecerlo. Las cosas no eran igual que antes y realmente no sabía en quien confiar, pero tenía un arma, y dependía de él utilizarla de la manera correcta.


2


Sólo había abierto los ojos un momento, pero le servía para saber a ciencia cierta que estaba viva. Y no estaba en un centro asistencial, ni en su departamento o el de Matilde. Y no había nadie a quien conociera cerca. Dos voces alrededor, dos hombres, a una distancia de algunos metros, las voces hacían cierto eco, por lo que podía suponer que el sitio era grande o de techo alto, o ambas cosas.

Tenía el cuerpo adormecido, no podía saber si estaba en condiciones de moverse con libertad, pero su mente estaba clara. Como quizás en mucho tiempo no había estado.

Estaba en el departamento, preparada para salir con Vicente, cuando fue a la habitación para ingerir la píldora. La había olvidado. Con la prisa y la emoción del momento se precipitó sobre el velador y tomó la caja para sacar de ella una de las pequeñas pastillas llenas de líneas como un mapa.
La píldora cayó de su mano sobre el velador.
No se preocupó, simplemente la tomó y se la echó a la boca.
Pero en el mismo momento en que la tragaba, vio la píldora en el velador, a muy poca distancia de donde tomara antes el otro objeto ¿Qué había ingerido? De golpe recordó la píldora que ella misma había dejado fuera antes, y que olvidó tirar a la basura; por error tomó la otra, lo supo un instante después cuando sintió que algo le quemaba la vía digestiva. Era algo que no se parecía a nada, pero en una milésima de segundo sintió una horrible quemazón dentro de su ser, mil veces más fuerte que el condimento picante o el licor más fuerte que conociera, y además dolía. Quiso llamar a Matilde, pero se le cerró la garganta, y todo alrededor se puso oscuro. Sintió el golpe contra el suelo, como una descarga eléctrica.
De niña había metido el dedo en un enchufe, y aunque era muy pequeña, recordaba el efecto a la perfección. Estaba siendo electrocutada, sin poder defenderse, sin siquiera gritar. Lo siguiente era que estaba tendida de espalda en algún sitio que no conocía, sola y probablemente rodeada de gente peligrosa, eso lo supo al escuchar algo como "solo tenemos que dejársela a ellos y nos darán el dinero"
Tranquila, se dijo una vez más. Podía estar desnuda y desorientada, pero estaba lúcida, aparentemente no atada, y viva, y seguramente eso era más de lo que podía esperar. Matilde. ¿Estaría viva ella también? Por favor, se dijo, que no le hayan hecho daño a ella, no a mi hermanita.




Próximo capítulo: Fuera del mapa


La última herida capítulo 24: Vía de escape




Cristian y Matilde llegaron de vuelta  a la urgencia en donde permanecían sus amigas; de camino el oficial llamó al comandante Céspedes, quien al escuchar su petición prometió encontrarse con él en el mismo sitio. La joven fue hasta donde estaba Eliana, y se encontró con ella acompañada de Miguel, su esposo.

–Matilde.

Aunque tal vez debió haberlo supuesto, encontrarse con la airada mirada de Miguel fue una sorpresa: el hombre no era muy alto y su apariencia era tan gentil como su comportamiento, pero en una situación como esa estaba defendiendo lo que le parecía más importante.

– ¿Qué haces aquí?
–Quería saber cómo está Eliana.
–Es bastante tarde para preocuparte por su estado –dijo él manteniéndose junto a la camilla donde ella estaba sentada– ahora las cosas se pusieron bastante graves.

Matilde miró a su amiga, que le devolvió una mirada que  no por temerosa era menos furiosa que la de su esposo.

–Lo lamento, nada de esto debió haber pasado, solo quería que supieras que lo lamento, no pensé que ocurriera algo como esto.
–Lo siento Matilde pero no puedo hacer esto –dijo Eliana mirándola fijamente– no puedo, es superior a mí. Estuve contigo cuando Patricia tuvo el accidente, pero todo esto es distinto ¡Trataron de matarme!
–Lo sé y estoy tan asustada como tú.
–Eso no me sirve –respondió la otra mujer echándose atrás el cabello– no cuando veo que el mundo a tu alrededor se convierte en un infierno. No voy a permitir que eso me suceda a mí también, no me importa si pierdo tu amistad en el camino, no puedo permitir que algo así vuelva a pasar.

Estaba siendo muy dura con ella, pero Matilde sabía que cada una de esas palabras tenía fundamento, solo que no creyó que sucediera algo así. En ese momento apareció Soraya con unas vendas en el brazo derecho y expresión cansada. Su voz también sonaba extraña, distinta de la habitual energía que tenía.

–No le hables así a Matilde.
– ¿Por qué no? –la voz de Eliana se elevó un poco más, casi era un chillido– nada de esto habría pasado si no me hubieran involucrado, tú también estás en medio de ésta locura ¿o me vas a decir que no te importa todo lo que vivimos?
–Por supuesto que me importa, y me importa Matilde tanto como tú, si fuera a revés, habría hecho lo mismo para tratar de ayudarte, y lo sabes.
–No se trata de eso Soraya, no somos ni detectives ni nada por el estilo, si esa gente hubiera querido nos habrían matado a las tres, no puede ser que no te des cuenta. No quiero estar en una situación como esa, tengo una familia y no pretendo dejarla.

Ese fue un golpe muy bajo para Soraya, pero ella no atacó de vuelta. Aparentemente los golpes que había sufrido la tenían más débil de lo que aparentaba.

–Estás viendo la parte que quieres, sabes tan bien como yo que ni Matilde ni Patricia son responsables de lo que está pasando, pudo ocurrirle a cualquiera.
–Pero no nos va a pasar a nosotros –intervino Miguel– Soraya, siempre te he respetado como amiga de mi esposa, pero no puedes decidir qué es lo que debemos hacer. Y lo que voy a hacer es alejarnos de todo lo que está sucediendo.
–Miguel...
–Tiene razón –intervino Matilde– Soraya, ellos tienen razón.

Su amiga volteó hacia ella sin dar crédito a lo que oía. Pero ella mantuvo su decisión.

–La policía se está haciendo cargo de la situación, ustedes no deben seguir exponiéndose.
–Pero dijiste que...
–Estaba asustada, no supe qué hacer –explicó Matilde. Estaba muriendo por dentro al decir eso, pero prefería mantener protegidas a las personas que le importaban– solo reaccioné y eso provocó muchos problemas. Es importante que lo entiendas.
–No tengo nada que entender, no voy a dejarte sola.
–No me vas a dejar sola –replicó la joven forzando una sonrisa– escucha, la policía apresó a Antonio y harán que confiese sus motivos, y hay oficiales buscando a mi hermana, dijeron que solo era cosa de tiempo para encontrarla. Tú y Eliana deben descansar.

Por un momento su amiga no supo qué decir. Se quedó mirando a sus ojos muy fijamente, sin hablar, intentando descubrir algún mensaje oculto en las palabras de Matilde; después de un tenso silencio se dio por vencida.

–Estás equivocada.
–No, no lo estoy y en el fondo lo sabes. Quiero pedirle perdón a todos por haber traído tantos problemas, y sé que no puedo arreglarlo ahora, pero puedo decirles que lo lamento mucho, y que de verdad espero que puedan reponerse de lo que ha sucedido. Tienen que irse a casa.
–Matilde...
–Miguel –dijo apelando a la rabia de él– dijiste que ibas a poner distancia.
–Sí, pero no te diré nada más.
–Es lo mejor. Soraya, podrías ir con ellos, estoy segura que se harán excelente compañía.

La mirada de Eliana se suavizó.

–También creo que es buena idea, además no te ves muy bien.

Soraya iba a decir algo más, pero prefirió guardar silencio y se rindió.

–Está bien. Lo que tú quieras Matilde, solo espero que estés tomando la decisión correcta.


2


Cristian Mayorga estaba pensando en cómo las cosas en la vida siempre parecían pasar por algo. Había conocido a Patricia en circunstancias completamente diferentes, y ella había sido realmente fundamental para él en su carrera al hacer que pusiera los pies en la tierra. Y ahora cuando ella lo necesitaba, tenía la oportunidad de devolverle la mano, pero la situación en la que estaba inmersa no era algo común.
Edgardo Cifuentes era un hombre alto y fuerte, de figura grande como pocos gracias a su ascendencia europea, piel pálida en contraste con los ojos oscuros y el cabello, en el que se dibujaban algunas canas; a sus sesenta años se mantenía en forma gracias a una estricta rutina de ejercicio, y a pesar de no necesitarlo por ser Comandante y además tener antigüedad más que suficiente en la institución, se había negado al retiro y llevaba una unidad administrativa medio día, y realizaba trabajo de campo el resto. Con gesto amplio de los brazos saludó a Mayorga.

–Buen día hijo.
–Buen día señor.
–Lo que me dijiste por teléfono fue extraño, me causó mucha preocupación –dijo en voz baja– por eso vine tan pronto como pude.

Cristian le había dado información más bien vaga acerca de la desaparición de Patricia y la detención de Antonio, pero ya que estaba frente a frente con él, decidió decirle todo lo que sabía de un modo más resumido. Al terminar, la expresión del comandante no era otra que preocupación.

–Es un caso grave, eso está claro. Supongo que no diste un aviso de secuestro porque no se cumplen las condiciones.
–Así es –respondió el más joven– a pesar de creer en lo que dice la joven y tener testimonio del hombre, la verdad es que la mujer fue aparentemente borrada de los informes de la urgencia en donde estaba internada por el mismo doctor que se la llevó, pero él había dado razón de retirarse antes de eso; desde luego que tengo gente recopilando datos sobre eso, pero mientras no tenga algo concreto no puedo dar esa señal, además si lo que dice el detenido es verdad, hacer mucho ruido podría ser perjudicial.

Céspedes asintió.

–En 1985 sucedió algo similar, me refiero a un secuestro. Se trataba de un hombre de más de cuarenta según recuerdo, que fue retirado de una unidad médica. Al final el que se lo llevó era un conocido, pero lo hizo porque el otro tenía un tema de dinero pendiente y se quería cobrar venganza.

Siempre tenía referencias para todo, eso lo daba la experiencia de tantos años.

–Tengo temor de dar un paso en falso. Por el momento di órdenes de aumentar la vigilancia al detenido mientras es dado de alta y se hizo la detención en regla, y envié dos oficiales a custodiar a la doctora mientras está en observación, aunque no puedo hacer mucho por las amigas de la hermana de la desaparecida, según se me informó podrían retirarse en cualquier momento si lo desean ya que no tienen heridas graves.
– ¿Y la joven?
–Está aquí hablando con ellas. Señor, si lo que dice ese hombre es cierto, me temo que podrían tratar de atentar contra la vida de ella nuevamente, todo esto sin contar lo de la modelo.

Céspedes asintió, pero antes de hablar respiró profundamente.

–Primero hay que separar los hechos concretos de las suposiciones. El suicidio de esa modelo es un suicidio hasta que los forenses digan lo contrario, y según lo que me dijiste, la relación de ella con la hermana de la desaparecida es circunstancial.
–La joven dice que fue ella quien le dio la información de la clínica.
–Sin embargo no hay prueba de ello, ni de la existencia física de la clínica.
–Pero señor...
–No estoy diciendo que sea mentira, solo estoy separando las cosas. Como decía, todo lo que tiene que ver con la muerte de la modelo es circunstancial, y ahora que está muerta, lo que puede o no haber pasado con la mujer no nos es posible confirmarlo. Ahora bien, los dos intentos de homicidio son algo concreto.
–Tenemos el testimonio del oficial que lo detuvo después del segundo, además también disparó contra él. Del primer intento no hay testigos, pero el hombre lo reconoce y por su estado mental creo que no va a negarlo después. Hiciste lo correcto en no dar aún aviso de secuestro, eso genera un movimiento grande de personal y tienes que descartar primero que haya otro móvil. ¿Hasta ahora te han dado algún informe del doctor?
–Nada que sobresalga, pero según la joven la doctora y él se conocían, pero mientras no despierte no puede aportar mucho. El problema principal es que si la mujer desaparecida está en un estado de salud delicado, no podemos saber si está recibiendo los cuidados necesarios, eso aumenta la presión por encontrar el vehículo, al doctor o al hombre de la chatarrería.
–Es mejor concentrarse en eso de momento.

Mayorga asintió, pero desvió la mirada hacia un costado y vio a Matilde en el pasillo, fuera de lugar en donde estaba su amiga, sentada sola mirando al vacío. Se disculpó y fue a hablar con ella.

– ¿Habló con ella?
–No quiere saber nada de mi –replicó ella sin mirarlo– estoy perdiendo a mi amiga y tuve que decirle a Soraya que se alejara también, lo estoy haciendo por su bien pero no puedo evitar sentir tristeza por escuchar lo que me dijo.
– ¿Hablaron algo concreto?
–Su esposo va a llevar a ambas fuera de la ciudad, de todos modos él tiene familiares en varios sitios en el país, es lo mejor, además Soraya va a estar mejor con ellos, se van a acompañar mejor.

El policía hizo una breve pausa. La conversación con el comandante le había dado bastante luz, de modo que ya tenía claro lo que debía hacer.

–Es lo mejor mientras tanto. Matilde, necesito que me acompañe, de momento prefiero que se mantenga conmigo, ahora vamos a ir al despacho del abogado para revisar lo del contrato. Voy a presentarle al comandante Céspedes, es de mi absoluta confianza y está ayudándome con las operaciones ahora mismo.


2


Roberto Medel estaba mucho más tranquilo de lo que se esperaba. La huida había sido un poco tortuosa debido a la intervención de Matilde, pero lo que importaba era que tenían a Patricia en su poder y que solo era cosa de un par de horas para poder capitalizar el esfuerzo. La bodega en la que se encontraban tenía buena iluminación y escondía a la perfección el furgón y el auto, pero solo era temporal; Bernardo no estaba de  buen humor en esos momentos.

–Las cosas salieron bastante mal Roberto, la policía debe estar buscándonos.
–No me digas ahora que te preocupa que la policía –dijo el doctor con una media sonrisa– porque no te creo.

Bernardo inspiró y su abultado abdomen pareció agrandarse por un momento.

–No eres mejor que yo Medel, recuerda que no es la primera vez que estamos haciendo trabajos juntos.
–Estoy consciente de ello, así que no hagas un escándalo; de todos modos como te diste cuenta, era urgente salir de ese sitio.
–También podríamos habernos desecho de esas mujeres, era muy sencillo.
–Era dejar pruebas de sobra. Para cuando averigüen que efectivamente tiene razón y que me llevé a esta mujer, ya habremos sellado el trato.

El otro se cruzó de brazos.

– ¿Cómo es que estás tan convencido de que esa gente con la que hablaste va a pagar una gran cantidad de dinero por esa mujer?
–Porque estudié muchos años y sé de lo que estoy hablando; es una mina de oro, y lo mejor es que solo tenemos que dejarla con ellos y llevarnos el dinero.
–Espero que sea así.

Medel había tomado la decisión en el último momento, casi cuando estaban llamándolo para avisarle que la hermana iba en camino; no era cualquier cosa, era dejar todo lo que conocía y su estilo de vida, para empezar de cero, completamente de cero. Pero estaba seguro de tener en sus manos el negocio del siglo, no podía simplemente dejarlo pasar, de modo que hizo algunas llamadas y obtuvo la respuesta correcta. No por haber dejado el turbio negocio de tráfico de órganos en el que había estado involucrado años atrás significaba que no tuviera los medios para contactarse, y aunque nunca creyó hacerlo, fue gratificante obtener respuesta. Lo demás solo fue organizar las cosas para llevarla consigo, a pesar de todas las intervenciones.

– ¿Cuánto más crees que se van a demorar?
–Ni siquiera ha pasado una hora –dijo mirando hacia la camilla– tranquilo, ya van a contactarme para que podamos hacer el intercambio.

El doctor desvió la mirada de la mujer en la camilla mientras seguía hablando con el otro hombre; no vio que Patricia había abierto los ojos.


3


El paso por el despacho del abogado no había sido largo, pero sí entregado nefastas noticias. El profesional se encontraba disponible y confirmó las palabras de Matilde acerca de la oficina y la firma del contrato, pero por desgracia también anunció que su oficina había sido invadida y robado de ella una serie de documentos, entre los cuales estaba el contrato. Mayorga no se sorprendió de escuchar eso, de hecho casi se lo esperaba, lo de confirmar cada una de las palabras de Antonio acerca de mucha más gente involucrada en ese caso. Matilde en tanto no experimentó mucho cambio en su estado de ánimo, probablemente porque tampoco le resultó sorprendente, cosa que él entendía con facilidad ya que estaba al tanto de todo lo que la joven vivió esa mañana, aunque no dejaba de admirarse de la fuerza que estaba demostrando en momentos adversos, lo que probablemente se debiera a que tenía un objetivo mayor, proteger a su hermana. Dejando a un oficial encargado de recopilar la mayor cantidad de información posible, Mayorga, acompañado de Matilde, fue a la oficina de Céspedes para poder hablar con tranquilidad y tomar algunas decisiones importantes.

–Matilde, acaban de informarme que hay un dato acerca del furgón, tengo a mi gente siguiendo esa pista, así que pronto deberíamos tener alguna noticia nueva.
–Gracias.
–Se ve muy cansada –dijo él mirándola por el retrovisor– creo que debe comer algo, apuesto que no lo ha hecho.

La joven miró al policía. Era probablemente el tipo de oficial perfecto, siempre pensando en todos los detalles y ocupándose de las personas a quienes quería ayudar; probablemente era la mejor casualidad que le había sucedido, aunque muy en el fondo seguía teniendo temor de volver a encontrarse con una sorpresa como la que había significado Antonio y el doctor Medel. Pero por alguna razón y a pesar de todo lo ocurrido, no conseguía sentir desconfianza de él en esos momentos, a pesar de no conocerlo mayormente. Quizás un sentimiento compartido con Patricia, que en su momento confió en él lo suficiente como para, según las palabras del propio oficial, cambiar su destino.

–No tengo hambre.
–No dije que la tuviera, dije que debía comer algo, necesita estar fuerte o de lo contrario tendré que mandar a internarla por un cuadro de anemia.

No era una amenaza pero tenía razón. La joven asintió.

–Gracias.
–No me lo agradezca, por falta de tiempo tendrá que comer en el auto mientras avanzamos.
–No importa ¿Dónde vamos?
–A organizar algunas cosas en la oficina del comandante.
–Él parecía muy preocupado cuando me lo presentó.
–Siempre se involucra en los casos –explicó él– por eso es que tengo confianza en él, porque es un policía ejemplar, además tiene tanta experiencia que sé que es la persona indicada para apoyarnos. De momento estamos a la espera de lo que diga el forense, que por suerte accedió a apurar la autopsia de la modelo, y a las indagaciones que realice mi equipo con respecto a la historia de Medel y el vehículo desaparecido.

Céspedes no se parecía a Manieri, el superior y en muchos sentidos mentor de su hermana, pero su actitud ante una situación adversa era la misma y eso le infundió confianza, aunque desde el principio todas sus fichas estaban en Mayorga. Estaba tan angustiada o más que antes por su hermana, y a eso agregaba la tristeza por las recriminaciones de Eliana, pero lo mejor era mantener las cosas así. Solo que tenía que encontrar la forma de saber de sus padres sin hablar directamente con ellos. No podía seguir cometiendo errores, porque si bien era muy probable que las cosas en Río dulce siguieran igual y ellos no pretendieran aparecer de sorpresa, la incertidumbre la mantenía más alerta aún. El auto se detuvo junto a un restaurante de comida al paso.




Próximo capítulo: Una nota sobre el escritorio

Un cuarto de libro

Como comenté anteriormente, he debutado en varias otras páginas dedicadas a la literatura, y en particular en Wattpad he desarrollado un apartado único, en donde comento mi experiencia acerca de los libros. No es una crítica, ni una recomendación, solo es Un cuarto de libro.

Desde luego que comienzo por casa, con el comentario de mi experiencia con el primer libro que publiqué en este blog, que es  La traición de Adán. Como podrán ver, escribirlo no me limita a la hora de criticar, de hecho soy uno de mis más acérrimos enemigos.

Ahora bien, para poder ver el comentario, solo deben seguir este enlace y estarán dentro de Wattpad tanto en el ordenador como en el móvil, en un ambiente entretenido, relajado y con toques de humor negro.
Pronto más comentarios


La última herida capítulo 23: Palabras muertas




Matilde quería irse de ahí, y a la vez seguir escuchando a Antonio ¿Quién era realmente ese hombre, cuáles eran sus verdaderas motivaciones? Le costaba mucho mantenerse quieta y en silencio, pero iba a hacerlo, al menos de momento.

–Dígame por qué trató de matar a Matilde.
–Ya se lo dije, para salvar mi vida.
– ¿Usted trabaja para ellos?
–Sí, pero no soy el responsable de esto.
– ¿Que trata de decir?
– ¿Cómo que qué quiero decir? –replicó Antonio– nada de esto habría pasado si no fuera por Patricia, ella es la responsable de todo.
– ¿Por qué?
– ¿Acaso era muy difícil? Solo tenía que hacer lo que le dijeron, pero se las arregló para arruinar el tratamiento y por eso es que todos estamos en ésta situación ¿Cómo pudo ser tan tonta?

Eso fue suficiente para Matilde. De pronto estuvo avanzando hacia ese hombre que creyó su amigo, gritando completamente descontrolada. Mayorga la sujetó por los hombros, pero no pudo evitar que ella dijera lo que estaba pensando.

– ¡Cómo te atreves! ¡Patricia ha sufrido mucho desde que tuvo el accidente, ella es una víctima de esa gente horrible y de ti y tus planes, solo eres un pedazo de basura!
– ¡Cálmese!
– ¡Solo viniste para hacernos daño!

Pero Antonio no parecía preocupado por las palabras que escuchaba.

– ¿Acaso estás segura de lo que estás diciendo? El tratamiento debió haber resultado perfecto, apuesto que nadie veía a tu hermana porque no sabían como explicar que ella sanara tan rápido ¿O no es así?

Matilde dio un paso atrás.

–Tú...

El otro sonrió más ampliamente.

–Claro que fue así. Y de alguna manera arruinó el tratamiento, por eso es que se descompensó.

Mayorga volvió a tomar el control de la situación.

–Está hablando conmigo, no trate de desviar la atención. Dígame que trabajo hace para la gente de la clínica.
–Información, eso es lo que hago. Pero si espera que le de nombres, pueden olvidarlo, no sé lo suficiente, nadie jamás está tan arriba excepto ellos.
–Pero trabaja para ellos ¿Cómo llegó a eso?
–De la misma manera que ella –asintió sin perder la sonrisa– pero tiempo antes. Sufrí un accidente en el que resulté con heridas graves, pero no tenía el dinero para costear ningún tipo de tratamiento, mucho menos algo como Cuerpos imposibles. Pero como sé de informática, descubrí algunos datos importantes y llegué a una persona que sabía algo al respecto. No podía pagarles, pero me ofrecieron un trato y de la noche a la mañana estaba manejando información para ellos. Lo demás solo fue seguir trabajando.
– ¿Por qué estaba en la urgencia después del accidente de Patricia?
–Una casualidad. Solo iba a buscar un informe cuando me encontré con las amiguitas de Matilde, pero no esperaba que pasara nada más.

El policía frunció el ceño. Ese hombre probablemente había matado antes, o tenía una sangre fría impresionante.

– ¿Entonces cómo es que terminó involucrado?
–Cuando Matilde consiguió la información de la clínica, aún no estaba informado de nada. Poco después revisando algunos archivos supe la noticia y no me pareció extraño, pero poco después me avisaron que tenían una probable fuga de información.
– ¿Qué quiere decir?
–No se supone que la gente que ha ido a la clínica esté informando de eso en todas partes, por eso es que los amenazan con el contrato y repiten tanto lo de la confidencialidad –explicó sin inmutarse– pero no sabían de qué manera es que consiguió la tarjeta.
–Pero fue atendida de todas maneras.
–Para el momento en que me avisaron de la fuga de información ella ya estaba en contacto, lo mejor era descubrir quién podía haber hecho algo indebido mientras ella se sometía al tratamiento, a fin de cuentas que iban a cobrar el dinero de todas maneras.
–Pero...
–Pero no aparecía ningún tipo de información. Como yo era conocido de ella, me enviaron a averiguar más, pero las cosas se complicaron porque Patricia tuvo el ataque, de modo que tuve que apresurar las cosas.
–Entonces por eso es que se reunió con Matilde.
–Tenía que apresurarme –explicó– Ya llevaba demasiado tiempo sin resultados, de modo que apuré las cosas, y ahí fue cuando me dijo que era Miranda Arévalo quien le había pasado la información.

El policía asintió. Todo lo que le había dicho Matilde no era más que la verdad, pero lo cierto es que mientras hablaban estaban moviéndose piezas de un tablero en el que claramente él no era más que una parte muy pequeña.

– ¿Y eso era suficiente para matarla?
–Eso sucedió en el último momento –dijo luego de una breve inspiración– cuando tuve el dato del ataque de Patricia supe que las cosas habían salido mal, y casi al mismo tiempo vi que tenía la oportunidad de mi vida de salir de las redes de la clínica: si terminaba con esa fuga de información, mi deuda estaría saldada. Solo tenía que terminar con el sufrimiento de Patricia, y sacar a Matilde del camino.
–Terminar con el sufrimiento de Patricia –repitió el policía.
–Es bastante sensato si lo piensa –dijo el hombre– nadie sobrevive si no termina el tratamiento, así que ella va a morir de todas maneras. Solo que ahora va a sufrir más encerrada en esa urgencia donde la escondieron.
–Si estaba condenada a muerte –intervino Matilde con furia– dime por qué se la llevaron, por qué es que hicieron eso.

Por primera vez Antonio se mostró sorprendido. Abrió mucho los ojos ante la sorpresa, tras lo cual desvió la mirada de ella al policía de ida y vuelta.

– ¿Cómo que se la llevaron?
–Un doctor se llevó a Patricia con rumbo desconocido – respondió el policía– y usted va a decirme dónde está.
–No, no puede ser –dijo Antonio– no pueden habérsela llevado, no es esa la orden.
–No me mienta –replicó el policía ásperamente– diga la verdad por su bien.
– ¿Acaso cree que me importa mentirle a estas alturas? –exclamó rudamente– todo está perdido para mi, estoy muerto igual que ella –indicó a Matilde– me matarán igual que a ella, y a usted si sigue metido en medio.
–No me amenace.
–No necesito amenazarlo, la gente de la clínica tiene demasiado poder y eso no depende de mi. Ya tardaron demasiado en eliminar las pruebas, pero no se van a detener hasta que lo hagan.
– ¡Dígame donde está Patricia!
– ¡Le dije que no lo sé! La orden que me dieron era eliminar a las dos para terminar con esto, pero si fallé, era seguro que alguien más lo haría, de ninguna manera iban a llevarla con ellos, eso no tiene ningún sentido, no si quieren eliminar las pruebas. Patricia en éste momento es lo único que amenaza la existencia y el secreto de la clínica, basta con matarla para que puedan subsistir en paz.
– ¿Por qué es tan importante matarla, acaso cree que es tan sencillo que todo termine? Está su declaración, lo que ha visto Matilde y su hermana, hay testigos de todo.
–Y ninguno de esos testigos vivirá para contarlo –repuso sombríamente–  en éste mundo lo que cualquier persona diga es completamente irrelevante, dentro de los grandes negocios y las personas poderosas los seres humanos y la justicia son manejables, si no hay una prueba irrefutable de algo, si no tienen una prueba incontrovertible, solo son palabras que pueden ser borradas con dinero, o con miedo. ¿Cree que soy yo el arma de la clínica? Hay doctores, políticos, policías, jueces, actrices, deportistas y de todo tipo de personas involucradas con Cuerpos imposibles, y cada uno de ellos llegó por el mismo motivo que Patricia, para combatir con algo que la medicina tradicional no puede. No soy yo el único que pagó con su trabajo, hay muchos que están en el círculo, tal vez no haciendo nada, solo mirando con atención. No pueden escapar porque no saben si están hablando con alguien que sea parte de las redes de la clínica, el motivo de su éxito y que sigan existiendo es que tienen brazos que llegan a todos los sitios. Has tenido suerte Matilde, pero no durará eternamente –hizo una breve pausa, y le dedicó una mirada feroz al policía– No sé por qué o quién se llevó a Patricia, pero no se trata de la gente de la clínica, ya le dije que no es su estilo. Pero si puedo decirle algo, mientras más gente involucrada, más serán los cadáveres. Ya están hablando con uno de ellos.

Mientras escuchaba, el oficial trataba de mantener la menta clara, pero era imposible no pensar en las consecuencias de lo que decía ese hombre. De manera habitual, quizás incluso él habría dudado de alguien que dijera con tanta ligereza que hay colaboradores o secuaces en todas partes, y en su fuero interno sabía que al principio, su interés por ayudar a Matilde había sido meramente profesional, sin dar suficiente crédito a sus palabras. Pero llegados a ese momento, con tantas piezas inconexas que sin embargo encajaban, el arma en poder de Antonio, los heridos, la desaparición de Patricia y la muerte de la modelo, no podía evitar pensar en cuantas personas estaban, o podrían estar involucradas. Tenía dos testigos en una urgencia y otra en un centro asistencial, a una cuarta consigo ¿Sería verdad que la "gente" de la que hablaba Antonio estaba en todas partes? ¿Podrían estar pasando información en ese preciso momento?

–Dígame cómo encontrar esa clínica.
–No es fácil encontrarla, no tienen un sitio fijo, eso sería demasiado riesgo. Trabajan con una serie de módulos equipados, es del tipo de tecnología de ensamble que les permite instalarse o irse en muy poco tiempo y solo usando algunos camiones.
– ¿Me está diciendo que la clínica es un gran laboratorio móvil?
–Móvil exactamente, no, pero cada sección se puede desmontar por los técnicos en muy poco tiempo, de modo que pueden estar dentro de un edificio como ese centro de eventos donde Matilde fue a lloriquear después del ataque de Patricia.
–Es decir que efectivamente estaba allí.
–Por supuesto que sí, estuvo varios meses, más de un año incluso. Ese tipo de lugares son excelentes para la operación, ya que tienen cientos de metros cuadrados de edificación vacía donde pueden instalarse.

Como un rompecabezas. Por eso Patricia le había dicho que el lugar era diferente a todo lo que hubiera visto antes, incluso en los programas de televisión; también le había dicho que era muy limpio, perfectamente iluminado, aunque cada sección o cuarto era idéntico al resto y en ocasiones, por ejemplo cuando terminaba alguna terapia, no estaba muy segura de en qué sitio estaba. Era un rompecabezas, eso también explicaba por qué era que la iban a buscar y entraban en el auto a través de la entrada oficial, pero luego se desviaban a la "entrada de autos" porque seguramente las conexiones entre el edificio real y lo que estaba dentro habrían sido imposibles de explicar. Matilde sintió náuseas.

–Entonces la gente de la clínica simplemente escapó cuando supieron del ataque de Patricia ¿Por qué no la atendieron? Eso habría terminado con los problemas, incluso para usted.

Antonio no se dio por aludido ante el ácido comentario del policía.

–Ya se lo dije antes, esto no es una píldora para el dolor de cabeza ¿O acaso cree que es cualquier cosa? No sé exactamente qué es lo que hacen o el tipo de resultados, pero sí sé que si una persona no termina el tratamiento o lo interrumpe, los resultados pueden ser mortales, es como si todo lo malo que hicieron que desapareciera de tu cuerpo regresara con más efecto que antes.

Mayorga le dirigió una feroz mirada a Matilde; de todo, eso era lo único que no era como se lo esperaba, muy bien Patricia podría estar en un estado de inconciencia inexplicable como lo dijo su hermana, pero las quemaduras no habían vuelto, más bien todo lo contrario.

–Quiere decir que mandaron matarla y ocultaron todo porque sabían que el tratamiento interrumpido no podía revertirse.
–Desde luego, es algo parecido a lo que ocurrió con el futbolista dos años antes.
– ¿Qué futbolista?
–Martín Soumastre, el que se suicidó.

El policía lo recordaba. Se había tirado a las vías del tren, y ciertamente no había quedado mucho de él.

– ¿Se suicidó porque el tratamiento no resultó bien?
–No es mi tema, pero por lo que supe después, antes de terminar el tratamiento por el corte en el ojo que le hicieron en la gira, decidió irse de juerga para celebrar su nueva apariencia, ya saben que estuvo mucho tiempo desaparecido y nadie sabía muy bien qué le había pasado. La cosa es que a la mañana siguiente despertó en su departamento y prácticamente se le había caído el ojo, así que optó por lo más sensato que fue quitarse del camino. Digamos que hizo las cosas más fáciles.

Matilde sentía ganas de salir corriendo de ese sitio, escapar tan lejos donde nadie pudiera encontrarla. Ya no se trataba de una herida, ni siquiera de un secuestro, era una maquinación muchísimo más grande, y completamente monstruosa. El policía mantuvo la frialdad más allá de lo que a él mismo le parecía posible.

–Dígame lo que sabe del tratamiento.
–Nada.
–A usted mismo se lo hicieron.
–Pero eso no significa que me hayan informado de los detalles, por lo demás no creo que quiera saber lo que me hicieron.
– ¿Nada en absoluto, ni siquiera alguna pista, algo que haya escuchado de casualidad?

Antonio sopesó las palabras. Probablemente estaba siendo tan sincero como su propia visión derrotista de las cosas se lo permitía.

–Escuché que es algo natural.
– ¿A qué se refiere?
–Alguna especie o cosa de la naturaleza, algo que hace que las heridas desaparezcan, como un virus o algo así que meten en tu cuerpo, y se come los daños desde dentro, pero es insaciable y seguirá con eso hasta que no hayan más heridas que comerse. Entonces ellos mismos lo sacan de tu cuerpo o lo matan. Por eso es tan importante respetar cada etapa e indicación del tratamiento, porque es una marabunta que si no se maneja, te destruye.

Mayorga le hizo un gesto a Matilde, y ella salió inmediatamente; de todos modos no era capaz de estar allí ni un solo momento más, mirando a ese hombre que pensó era un demonio, pero que en realidad era solo un peón a la orden de alguien más, un esclavo de sus propias malas decisiones; lo que los diferenciaba era que ella no quería ver a nadie sufrir por su causa, y a él nada de eso le había importado. Mayorga se acercó a Antonio.

– ¿De verdad creyó que iba a poder escapar de la clínica?
–Me faltó muy poco para lograrlo, pero eso ahora no importa. Nada importa ya. Y no se preocupe por mi que no voy a tratar de escapar. Ya estoy muerto.

El policía salió de ese lugar diciéndole al oficial que estaba junto a la puerta que no permitiera que nadie entrara a ver al paciente excepto personal debidamente identificado, y que tomara nota del nombre de cada uno de ellos. Matilde estaba pálida ¿Cómo iba a infundirle confianza cuando él mismo estaba sintiendo auténtico pánico por lo que escuchaba? Pero era un agente de la ley, no podía mostrarse débil, mucho menos si existía una amenaza de tal magnitud. Solo debía concentrarse y pensar en cuáles eran las personas a quien podría confiar determinada información.

–Cálmese Matilde, necesito que conserve la calma.

Pero ella estaba pensando más rápidamente que él.

–Oficial, él dijo que todos quienes sean testigos están en riesgo, eso quiere decir que mis amigas aún no están a salvo; también la doctora, y mis padres, ellos están en el campo, pero si no tienen noticias nuestras podrían venir a la ciudad, si eso pasa ¿Cómo podré advertirles?
–Primero, estando tranquila, de lo contrario será una molestia en vez de una ayuda –dijo él manteniendo el tono firme de la voz– si lo que ese hombre dice es cierto, hay un peligro latente a nuestro alrededor, pero no por eso tenemos que quedarnos de brazos cruzados.
–Pero usted lo escuchó, dijo que hay gente involucrada en todas partes, no sabemos en quien confiar, se lo dije antes.

Había una persona en quien él sí podía confiar.

–Lo sé, y aunque no parece tener más información, nos ha ayudado dándonos datos de los que no disponíamos antes. En primer lugar hay que poner a resguardo a sus amigas, pero no creo que sea bueno darles más información.
–Soraya sabe todo, se lo conté.
–Comencemos por hablar con ellas; es una situación muy complicada, de momento no puedo dar un aviso de secuestro pero la orden de búsqueda del doctor debería dar algún resultado.

Sacó el celular del bolsillo y miró en la pantalla la agenda de contactos. Había una persona en el mundo en quien podía confiar en un caso como ese, alguien que le daría los consejos que tanta falta le hacían, y que también le diría en quien confiar. ¿Sería posible que alguien entre ellos, otro policía, estuviera metido en ese asqueroso negocio? Los oficiales de la ley siempre están expuestos a peligros, y siguiendo el punto de vista de Antonio, alguno de ellos podía haber pagado una deuda con la promesa de vigilar a su alrededor. Marcó el número.





Próximo capítulo: Vía de escape