La última herida capítulo 5: Cuerpos imposibles



Los días siguientes al accidente donde Patricia sufrió quemaduras en su cuerpo fueron largos e intensos para la familia; el viernes fue trasladada al Centro de tratamiento intermedio de heridas del Hospital Adolfo Martínez, donde pasó el fin de semana bajo distintos tratamientos.  El doctor Acacios quien había atendido su caso en primer lugar lo dejó en manos de la doctora Romina Miranda, una mujer de carácter fuerte que prometió hacer todo lo posible por ella en el futuro. Para el Lunes Patricia estaba en su departamento en compañía de sus padres y momentáneamente de Matilde quien decidió aprovechar el tiempo disponible por estar sin trabajo en lo que resultaba primordial, a pesar de lo cual el comportamiento de su hermana seguía siendo muy distinto a lo que era anteriormente.

Buenos días.

Matilde se sentía algo cansada después de todo lo que había pasado durante los últimos cinco días, pero esa mañana de Lunes estaba dispuesta a hacer lo posible por animar a su hermana.

Buenos días.

En el Centro de tratamiento de heridas se le había realizado un cambio de vendajes y aplicado una solución dérmica, pero la doctora Miranda tenía algo que hablar con ellas.

Patricia, estoy muy contenta con la evolución que ha tenido tu caso hasta el momento, vamos por muy buen camino.
Entiendo.

En ese momento estaban en la oficina de la doctora, y aunque Matilde se había propuesto mantener un espíritu fuerte, era complejo hacerlo en esas condiciones, con la mayoría de las quemaduras a la vista: el lado derecho de la cabeza sin cabello, probablemente sería osado en una chica de estilo roquero, en ella se veía completamente fuera de lugar y ponía aún más de manifiesto las quemaduras en el cuello y parte de la mejilla y también las del hombro y el brazo; en los días que sucedieron al accidente pasaron de rojo e hinchado a un color más pálido y con cierta disminución de la hinchazón, aunque en verdad los profesionales tenían razón al decir que el ojo se había salvado de milagro, la distancia del borde de la herida y el rabillo no era de más de un centímetro.

En éste momento ya podemos dar por superada la primera etapa de tu tratamiento juzgó la doctora mirando fijamente la mejilla de la mujer ahora ya es posible espaciar el cambio de los apósitos a setenta y dos horas, y voy a aplicar estos nuevos que son antiadherentes y contienen una solución que ayuda a la correcta regeneración de la piel.
Es decir que ahora tendré que venir cada tres días.
Así es Patricia, y es muy importante que mantengas los cuidados que has tenido hasta ahora, es decir mantener la calma, alimentarte bien y seguir tu pauta de hidratación ¿Has sentido los labios secos o la piel tensa?

Patricia actuaba ante esa autoridad de igual manera como lo hacía frente a sus superiores, era extremadamente educada y formal, pero Matilde sabía que en el fondo sólo estaba parcialmente allí, el resto de ella estaba lejos, en un lugar donde no tenía que hacer las cosas que tenía como trabajo y obligación antes; no hablaron en los días siguientes del tema de dejar la institución y por lo que sabía tampoco lo había hecho con sus padres, aunque en ese sentido ellos habían retomado con increíble facilidad su labor de padres presentes a pesar de los años que los separaban de esos quehaceres y probablemente las conversaciones amistosas o confidentes aún quedaran relegadas a un plano secundario.

No doctora, he seguido todas sus instrucciones.

La doctora Miranda era una mujer muy alta y delgada de cabello tinturado de rojo ensortijado y tomado en una cola en la parte alta de la nuca, de rasgos agudos y mirada fuerte; era una mujer muy entendida en la materia y sabía bien cómo enfrentar las diferentes consecuencias de una quemadura, así como las distintas reacciones de los pacientes.

–¿Cuándo tienes cita con el sicólogo?
Hoy en la tarde.
–¿Y cómo te has sentido?
Tratando de acostumbrarme a estar en casa sin nada que hacer pero tranquila en general. Y claro, recuperando la costumbre de vivir con mis padres por supuesto.

Matilde miró a la doctora, quien hizo como si no se diera cuenta de su elocuente gesto; unos momentos después Patricia ya estaba completamente vestida y con las nuevas vendas en la cabeza, cuello y hombro.

Eso es todo por ahora, por favor dile al sicólogo que me envíe tu informe para anexarlo a tu expediente.
Se lo diré, gracias doctora.
De nada, y dale las gracias a tus padres por el postre que me enviaron, estaba delicioso.

Las hermanas siguieron caminando por la calle del estacionamiento una vez que salieron del Hospital; era incómodo el cortés silencio de Patricia en ocasiones como esa.

–¿Qué te gustaría hacer hoy?
Ir a la consulta del sicólogo.
Pero la consulta es en dos horas más y aún no es mediodía ¿Qué te parece si vamos a almorzar a alguna parte?
Estamos cerca del departamento, vamos y almorzamos ahí; además ya sabes como es mamá, seguro que ya tiene hecho el almuerzo y papá debe estar haciendo su ponche sin alcohol para no discriminarme.

Sonaba tan correcta que era imposible no notar que estaba fingiendo.

Patricia, supongo que has pensado en lo que dijiste el otro día de dejar el cuerpo de policía.
No hay nada en qué pensar, creí que había sido clara con lo que dije.
Pero es lógico que cambies de opinión, la policía es tu vida.

Decir eso fue un error, porque desató al menos en parte los verdaderos sentimientos de su hermana; la mujer de veintiocho años la enfrentó obligándola a detenerse.

No Matilde, ésta es mi vida, mírame.
Patricia
No, no trates de ser condescendiente conmigo; sé que tengo que seguir éste tratamiento igual que lo del sicólogo, pero no tiene nada que ver con mi decisión de dejar el cuerpo de policía, ya te lo dije, no me voy a exponer a mi ni a personas inocentes a ningún tipo de riesgo.

Luchar contra ese argumento era difícil, principalmente porque desde un punto de vista frío tenía toda la razón.

Hermana, la policía es tu vida, siempre me has dicho que es tu pasión ayudar a las personas.,
Eso no cambia nada lo que dije y lo sabes muy bien; además hay muchas formas de ayudar a los demás, ya tendré tiempo de encontrar algún trabajo útil en donde no tenga que estar expuesta constantemente, ahora no es importante.
Entonces habla conmigo de las cosas que si son importantes. No quiero verte así, estás sufriendo y no lo dices, te has estado guardando todo desde que pasó, por lo menos tienes que ser capaz de decir lo que está pasando por tu mente, somos hermanas pero no te abres conmigo, mucho menos con mamá o papá.

Patricia dio un paso atrás, claramente atrapada por sus propias palabras. Matilde sabía que llegado el momento iba a tener un altercado de ese tipo y no le gustaba la idea, pero a pesar de las diferencias que pudieran tener como personas, en una de las cosas en que eran muy similares era en que tendían a querer enfrentar solas las cosas que pasaban, sobre todo las dificultades; su madre se lo había recordado tan pronto se enteró de la noticia y en vista del enorme peso de esa realidad, estaba predicando con el ejemplo al transmitir el mensaje.

–¿Qué es lo que quieres que haga o que te diga? dijo con tono desafiante­ mírame Matilde, mírame por un momento como una persona, no como tu hermana, no como la persona que has visto toda tu vida, porque eso es lo que yo hice, me vi a mi misma en el espejo, cuando hice esa estupidez de romper la ventana de la habitación de la urgencia, y desde entonces cada vez que he podido. ¿Y sabes lo que veo? Veo a una persona que tiene destruida la cara, y que desde ahora va a tener que hacer toda su vida de nuevo.
­Pero el doctor dijo que podías pasar por esa situación y es normal porque
No es normal, es lo real que es distinto. Piensa un poco en lo que te estoy diciendo y dime si es que nunca te has quedado mirando a una persona distinta en la calle, a un quemado o a alguien que le falta una pierna o un ojo, dime si no has puesto más atención que en el resto de la gente.
Es cierto se vio obligada a admitir la joven en voz baja, estaba perdiendo esa pelea y no le sonaba muy bien no te lo niego, pero eso no significa que
Lo que significa es que si además de ser lo que soy ahora soy una persona distinta, llamativa para mal, simplemente no puedo seguir haciendo mi trabajo en la policía y eso ya te lo dije antes; estoy viendo frente a mis ojos como pierdo todo lo que me importa, la forma en que estaba haciendo las cosas hasta ahora y eso me hiere tanto como lo que tengo aquí apuntó hacia su cuello o quizás más. Pero no puedo hacer nada, no puedo evitar lo que pasa ni regresar el tiempo, lo único que puedo hacer es tomar lo que queda de mi vida y reordenarla y volver a empezar.

Se quedaron mirando unos momentos en silencio, enfrentadas por el mismo motivo, sintiéndose a lados opuestos en un cruel juego del destino donde no había un culpable físico, ni un nombre a quien atacar o contra quien descargar rabia o frustración; Patricia, Matilde, ambas estaban heridas y querían recuperarse de hechos de los que no podían escapar, y desde sus propios puntos der vista, las dos sabían que no lo harían por completo y que nunca estaría resuelto.

Te entiendo. Y no me digas que no porque no estoy viviendo lo mismo que tú porque estoy sufriendo desde que escuchaste ese ruido afuera de mi departamento y sé que no puedo hacer nada para remediarlo, porque no encuentro la forma de revertir lo que pasa; quisiera que se pudiera regresar el tiempo pero no puedo hacerlo, pero al menos quiero que me hagas parte de tu vida, que me permitas ayudarte, estar junto a ti en éste proceso. Mamá me dijo que éramos muy individualistas, que siempre estábamos tratando de demostrar que podemos hacernos cargo de todo, y en el accidente las dos lo hicimos, yo por no avisarle a mamá y papá, y tú por tratar de resistir todo sin decir nada como si fuera parte de tu entrenamiento. Concédeme ese punto, dame la tranquilidad de compartir la carga contigo Patricia, estoy segura de que será un poco más fácil.

El gesto de Patricia se ablandó un poco, aunque no tanto sus argumentos.

Escucha, veremos lo que pasa después, pero no me pidas que de la noche a la mañana haga todo de otra manera a la que lo he hecho siempre, y sabes de lo que hablo.

2

Con todo un poco más tranquilo y algo de paz por haber dado un paso con Patricia, Matilde fue a una sorpresiva entrevista de trabajo que parecía una luz de esperanza en su futuro.

Suerte hija.

Con la reconfortante sonrisa de su madre al salir, Matilde se presentó a las cuatro de la tarde en el edificio Don Jacinto en uno de los sectores más acomodados de la ciudad; solo al llegar comprobó que no había exagerado en su atuendo ni tan solo un poco. Para las entrevistas usaba un traje dos piezas hecho a la medida, pero en esa ocasión se sintió incómoda y eligió un vestido liso de satén color coral con detalles bordados en el escote y una chaqueta a juego, con zapatos de tacón, el cabello peinado hacia atrás en un inconsciente homenaje a su hermana y los pendientes de cristales suecos con collar que le regaló su padre al cumplir los quince años, y a pesar de sentirse extremadamente elegante y arreglada, entrar en la recepción del tamaño de una cancha de tenis le afirmó la idea de haber tomado la decisión correcta, eso podía ser un buen augurio.

El gerente comercial está terminando una entrevista, en cinco minutos va a estar preparado para atenderla, por favor espere aquí.
Muchas gracias.

Puntual como siempre, la joven quedó oportunamente sentada a unos metros del mesón de la recepción del edificio y a punto de vista de la oficina donde figuraba el nombre del gerente que iba a entrevistarla; recordaba vagamente la entrevista en línea que había realizado con el asistente del gerente ya que había sido dos semanas atrás, más del tiempo suficiente para olvidar lo más importante y con mayor razón considerando que se le informó de un plazo de aviso de cuatro días, pero recordaba que se trababa de una empresa que realizaba asesorías comunicacionales para compañías de telecomunicaciones, lo que significaba que probablemente el portafolio sería amplio y un probable contrato también.

No puede ser

Una vez podía ser un excéntrico accidente, dos era realmente para tomar nota. Mientras esperaba su turno para ser entrevistada, Matilde vio con asombro como salía del ascensor Miranda Arévalo, la modelo que un par de días atrás se encontró en la calle totalmente descompensada; la mujer se exhibía con su habitual belleza, enfundada en un traje negro escotado y con tacones altos que hacían que Matilde pareciera pobre, caminando con la seguridad y prestancia de una experta en ser vista y al mismo tiempo la indiferencia de alguien que se sabe que no necesita hacer algo en especial para llamar la atención. Parecía alguien completamente distinto de la mujer temblorosa que antes sollozaba en el suelo hablando sin coherencia.
Pero por supuesto debió esperar que de ella no podía simplemente pasar algo sencillo.

No te preocupes, te espero afuera, necesito un café.

Matilde se puso de pie inconscientemente, y pudo ver como la mujer hablaba con el mismo hombre guapo de la vez anterior que era interceptado por un ejecutivo de llamativa sonrisa. Solo un par de pasos más, y por increíble que le pareciera a ella misma, la modelo caminó decididamente hacia ella, mirándola fijamente.

Buenas tardes.

Su tono de voz era sencillo como si se estuviera presentando ante un conocido o compañero de trabajo. Matilde hizo un leve asentimiento.

Buenas tardes.
Había estado tratando de encontrar la forma de hallarla dijo la otra en voz baja pero perfectamente audible pero creo que es una magnífica coincidencia.
–¿Se acuerda de mí?

La modelo pestañeó con sus largas pestañas onduladas como si no entendiera.

Por supuesto que la recuerdo, es absurdo pensar que no. Escuche, no tengo mucho tiempo, pero quería encontrarla porque necesito agradecerle por ayudarme el otro día.

Introdujo una mano en la carterita dorada que tenía en las manos, y eso activó el recuerdo que de alguna manera había suprimido: el hombre tomándola del brazo, llevándola a un automóvil y dejando en sus manos unos billetes, eso había pasado realmente aunque estaba relegado a un plano muy lejano; cuando se acercó a la modelo en esa confusa escena, el hombre que la acompañaba depositó en sus manos, casi como si no lo estuviera haciendo, unos billetes, una suma bastante considerable para ser casual y a la luz de los hechos, claramente una forma de decirle que agradecía el silencio ante una situación bochornosa para la joven siempre víctima como otros famosos del ojo inquisidor de los medios de prensa. Preocupada por la situación de su hermana y francamente confundida por lo que estaba viendo Matilde simplemente guardo los billetes en un bolsillo del pantalón, donde seguramente estaban hasta ese momento ¿acaso iba a darle dinero también? Una vez podía ser un gesto cuestionable pero entendible, dos era molesto.

Escuche, yo...

Se quedó oportunamente callada cuando la delicada mano de la joven enseñó una tarjeta blanca con letras grises impresas y se la pasó.

Vi en el noticiero lo que le ocurrió a su hermana y la vi a usted en las imágenes, así que supuse que eran parientes, pero no tuve tiempo de averiguar muchas cosas, solo sabía que usted y ella estaban relacionadas. Lamento lo que le ocurrió a ella, espero que en la clínica puedan ayudarla.

Al día siguiente del accidente de Patricia y por llamada de Soraya, Matilde se había visto a si misma llorando desconsoladamente mientras el equipo de emergencias atendía a su hermana antes de subirla a la ambulancia y la periodista en el estudio de televisión indicaba que la oficial estaba herida y seguía con el estado de los otros involucrados. Efectivamente la noticia no había tenido mucha cobertura en un primer momento, pero desde luego que se comentara en la sección de crónica roja de los noticieros.

Tengo que irme.

La modelo dio media vuelta y caminó hacia la salida del edificio manteniendo el estilo  de pasarela que había mostrado al salir del ascensor, meneando el cuerpo como si una brisa inexistente la meciera. La tarjeta decía simplemente un nombre en las delicadas letras: Cuerpos imposibles. No figuraba número de teléfono, pero tenía una dirección y además una serie de números y letras, algo como un código.

–¿Qué es esto?

La modelo había dicho clínica, eso era seguro, aunque resultaba un nombre muy extraño y ella jamás lo había escuchado. De acuerdo, era realmente extraño, pero no mucho si comparaba lo que había visto de esa modelo hasta el momento, aunque si la mujer quería llamar su atención, de verdad lo había logrado.

Señorita Andrade.

La recepcionista la llamo sin demostrar el más mínimo interés por lo que estaba pasando, si es que lo había visto. Matilde se apresuró a entrar en la oficina donde el gerente la estaba esperando con una amplia y amistosa sonrisa dibujada en el rostro.



Próximo episodio: Es solo una firma




La última herida



Cuando alguien a quien amas sufre un accidente que le cambia la vida, tu vida cambia tambien; ya no te sientes tan seguro, ya no piensas las cosas de la misma manera, porque de la misma manera en que esa persona ha sufrido, tu sufres por el cariño que le tienes, y además una parte de ti sabe que nunca más las cosas volverán a ser como antes.
Pero si de pronto la solución a todos los problemas existiera ¿No sentirías que es el momento indicado para hacer lo necesario para conseguirla? Si tuvieras la posibilidad de encontrar el tratamiento o la medicina adecuada, algo nuevo que pudiera borrar lo que antes era una marca indeleble ¿Acaso no te jugarías el todo por el todo por lograrlo?
Lo más probable es que si.
Pero una vez que lo consigues, cuando ves con alegría que realmente has podido ayudar a alguien a quien amas a restaurar su vida ¿Es ese el fin? ¿Puedes decir realmente que todo está olvidado y aquel accidente es solo un mal recuerdo? ¿O la maravilla de la recuperación antes imposible, no es más que el primer paso de un nuevo camino?



Muy pronto conocerás una escalofriante verdad.

La última herida capítulo 4: El mismo sueño



Matilde regresó al centro de urgencias lo más rápido que pudo después de su extraña experiencia con la modelo en la calle; cuando volvió al centro de urgencias le  informaron que Patricia estaba estable en la habitación luego de habérsele administrado un sedante y dejarla bajo vigilancia. Luego fue directo a una reunión con el doctor Acacios.

–Lamento que haya tenido que pasar por esa compleja situación Matilde, no hay excusa.
–Un técnico me dijo que era poco habitual que pasara algo así.
–Aún así no hay excusa –indicó el doctor– por lo que me he informado usted estaba presente cuando sucedió el accidente.
–Así es.
–Mire, voy a ser muy concreto porque no dispongo de mucho tiempo –comentó el profesional– en éstos momento a su hermana se le aplicó el tratamiento regular para quemaduras de su tipo, que son de segundo grado. Para ser sencillo, le explicaré que una quemadura de segundo grado es del tipo que no se cura solo con una pomada cuando tiene un accidente leve en la cocina de su casa; éstas quemaduras destruyen todo el tejido exterior de la piel, anulan parte de las terminales nerviosas en la zona afectada y producen una serie de consecuencias como déficit funcional.

Escuchar el doctor era extraño, porque era muy práctico y hacía que sus palabras se entendieran fácilmente, pero al mismo tiempo parecía que no estaba hablando de una persona o al menos a ella le sonaba así. Claro, Patricia no era la única persona en el mundo que sufría ese tipo de quemaduras, ya se sabía con claridad lo que pasaba.

–Es importante que sepa que con el nivel de extensión de quemaduras que tiene, casi el catorce por ciento del cuerpo, su hermana deberá estar en tratamiento por varios días, inicialmente creemos que pueden ser quince, pero podrían ser inclusive cincuenta o más, dependiendo de la evolución que demuestre.

Matilde se sentía desprovista de sentimientos, como si todas las emociones vividas esa mañana hubieran agotado, al menos de manera momentánea, su capacidad de experimentar dolor o angustia.

–Usted me dijo que era probable que las heridas de mi hermana no sanaran.
–Lo que dije es que nunca iba a ser la misma de antes –corrigió el doctor con total tranquilidad– y efectivamente es así. Por la gravedad de las quemaduras los tratamientos están enfocados a evitar la infección, para lo que se dispone de una serie de protocolos, pero es improbable que la piel vuelva al mismo estado original, además fue afectada la zona del cuello y parte de la cara y esas zonas son más sensibles y de tratamiento lento y con no muy buen pronóstico.
–¿Lo que le pasó a mi hermana puede ser una reacción a lo que vio de si misma doctor?
–Es probable, pero soy más partidario de opinar que se debe al shock que sufrió por el accidente propiamente tal que por lo que se ve físicamente, sobre todo porque no es una persona débil de carácter. De todos modos ella va a necesitar ayuda sicológica de manera urgente y durante el tratamiento, porque está comprobado que las heridas en zonas visibles cambian la personalidad del paciente; la forma en que se enfrenta a la sociedad y su reacción ante críticas o miradas inquisitivas es solo parte de lo que tendrá que enfrentar. Como trabajamos con la policía y ayudando además al cuerpo de bomberos, tenemos una red de apoyo importante para las personas afectadas y sus familias, así que le dejaré una nota con el número de contacto de la encargada de esa área.
–Mi hermana no murió en ese accidente y tampoco está en estado crítico como el delincuente que provocó todo esto, pero aunque tiene heridas que van a arruinarle la vida, tuvo suerte.

El doctor no se sintió agredido por el comentario de Matilde, a pesar de que ella soltó las palabras sin ningún tipo de cortesía; había visto lo suficiente para saber que no estaba atacándolo, pero que estaba frustrada y enfadada.

–A mi modo de ver las cosas, cualquier persona que no muere es afortunada, excepto quizás aquellas que sufren consecuencias tan graves que no pueden escapar del dolor o que quedan tetrapléjicas, y soy sincero solo porque mis colegas no están presentes. El caso de su hermana no es ninguno de esos, y aunque pueda creer que le estoy quitando importancia, lo que pretendo es decirle que al final, cuando usted pueda compartir con ella más tiempo en vez de menos, lo agradecerán ambas, aún si en el camino hay dolor o frustración por la evolución de su cuadro. Su hermana, independientemente de como sea, sigue teniendo un futuro.

Por primera vez en el día escuchaba que alguien hacía una referencia al futuro, y eso la devolvió al presente, a la situación que estaba viviendo en ese instante, y que no solo involucraba a sus sentimientos o siquiera a los de su hermana, sino a todo el entorno de ambas.
Sus padres, amigos, compañeros de trabajo, futuros amigos o amores, todos estaban relacionados y todo tenía que ver, no podía simplemente negarse a revelar lo que estaba pasando o intentar ocultarse de todo.

–Disculpe por lo que dije.
–No es necesario que se disculpe, entiendo lo que está pasando. Pero si es necesario que tenga en cuenta lo que le dije y la ayuda que podemos brindarle.
–Se lo agradezco mucho, Pero no creo que sea suficiente solo con un número, tal vez necesitemos más ayuda, y definitivamente tengo que hacer algunas llamadas.


2


Esperaba que le contestara su padre al momento de decir la noticia, pero el destino quiso que contestara su madre, lo que agregó un componente extra de nerviosismo a la llamada; lo sorprendente es que su madre se mostró increíblemente tranquila al escuchar de sus labios que Patricia había sufrido un accidente no mortal pero que estaba internada y en tratamiento, debido a lo cual era necesario que viajaran lo más pronto posible a la cuidad. Y por supuesto, de alguna manera, escuchar esa tranquilidad de parte de ella la hizo sentir aún más preocupada, pero ante la adversidad estaba decidida a controlar las lágrimas, al menos mientras tuviera que hacer algún trámite o estar en presencia de quien fuera parte de la familia.

–Mamá, papá…

Tan básica y elemental, la reacción más genuina al verlos traspasar la puerta de la urgencia, igual como cuando era niña y estaba enferma en el colegio y la iban a buscar. Pero se había convencido de mantener una actitud serena y sabía que si lo lograba con ellos, no tendría más de que ocuparse mientras tanto.
–Matilde, hija.

Su madre era Doña Rosario Mendoza, y a pesar de la edad que rondaba los setenta, se mantenía impresionante, alta, fuerte con su cabello cano peinado hacia atrás y arriba con las peinetas de carey heredadas de su abuela y la  mirada serena y fija al frente; y su padre, Don Benjamín Andrade, elegante hasta en su tenida más sencilla, ahora de impecable traje azul ultramarino, increíble que pareciera tanto un político asentado cuando se definía a si mismo como un campesino de origen y término. Ambos llevaban juntos más tiempo del que eran capaces de explicar, se amaban profundamente y juntos habían enfrentado los avatares del destino con mayor éxito que fracaso, a pesar de lo cual sabían muy bien lo que era vivir dificultades. Mientras su madre se acercaba abriendo los brazos Matilde no vio una sola huella de lágrimas en sus ojos.

–Hija.

El abrazo de su madre fue tan cálido que sintió automáticamente deseos de llorar, pero se contuvo exigiéndose mantener la calma aún con semejante punto en contra; su padre, se dio cuenta en ese momento, se mantenía muy rígido junto a ellas.

 –¿Qué dijo el doctor?
–Patricia está estable, pero tendrá que estar en tratamiento por las quemaduras.
–¿Podemos verla?
–En éste momento no, pero el doctor Acacios dijo que en una hora más despertaría de los sedantes y podríamos verla.

Su padre asintió.

Eso nos deja una hora disponible para que nos pongas al día hija, Necesito escuchar lo que pasó de ti.

Dos horas quince minutos más tarde, Matilde había puesto al corriente a sus padres de lo que había ocurrido durante la mañana, y el doctor hecho lo propio con respecto a las consecuencias del accidente en Patricia y como las quemaduras afectaran su cuerpo en el futuro. Ambos se mostraron evidentemente interesados en saber detalles de los tratamientos complementarios a seguir y como podían prestar ayuda ya fuera de manera presencial o a la distancia, tomando nota de todo lo que les pareciera necesario; luego fueron a la habitación donde estaba Patricia, pero por desgracia la actitud de ésta fue la misma que cuando Matilde la vio en primer lugar y se mostró silenciosa e inmóvil.
Pero ni eso mermó el espíritu de ambos padres.
De vuelta en la cafetería y tras la despedida de Soraya y Eliana, los tres al fin estuvieron solos y con algún tipo de libertad para hablar con más confianza, momento que la joven aprovechó para hacer algunas preguntas que tenía atragantadas.

–¿Sabían lo del accidente desde antes que los llamara?

Su padre le dedicó una mirada que ella recordaba como condescendiente cuando, en la época del colegio, ella trataba de decir alguna excusa por problemas en las calificaciones.

–Nos enteramos cuando tú nos dijiste hija.
–Pero están increíblemente tranquilos –dijo ella a modo de protesta– estuve tratando de reunir fuerzas para hablar con ustedes desde que sucedió el accidente porque temía que tuvieran una mala reacción y yo no estuviera cerca en ese momento, incluso traté de decírtelo cuando me llamaste papá, pero no fui capaz, y ahora parecen tan…
–¿Poco sorprendidos? –intervino su madre con una leve inclinación de cabeza– ¿Crees que no he estado sufriendo desde el primer segundo en que Benjamín me dijo lo que estaba pasando, incluso desde que vi su expresión al teléfono?
–No quise decir eso…
–¿Crees que no nos preocupamos por ustedes en la hacienda mientras cada una hace su vida aquí en la ciudad cuando todos los días escuchamos noticias de robos y choques o accidentes?

Si bien no era una crítica, seguramente ambos estaban molestos y angustiados por lo que sucediera en esos momentos. Matilde levantó las manos en gesto de defensa.

–No estoy criticándolos mamá por favor, solo digo que es extraño verlos así, pensé que sería diferente, no creas que esto es un lecho de rosas para mi.
–Por supuesto que no –replicó su madre enérgicamente– pero no es necesario que seas presuntuosa creyendo que por vivir en el campo o por ser mayores no tenemos alguna idea de las cosas que pasan en el mundo o que tienes que protegernos de las cosas indebidas.
–¿Qué estás diciendo?
–Lo que escuchaste –dijo su madre con auténtico enfado– ni tú ni tu hermana tienen el derecho de pensar que deben protegernos de ustedes mismas ni mucho menos de mantenernos aislados ¿crees que no me di cuenta todo lo que esperaste para decirnos?

La discusión se estaba volviendo exactamente el tipo de reprimenda que ambas habían pasado en ocasiones anteriores cuando esperaban mantener a sus padres fuera de sus vidas para poder construirlas, Matilde por los episodios de violencia en la secundaria, Patricia por su fallido matrimonio.

–Te dije que estaba angustiada, no sabía como decirles lo que había pasado, además en un primer momento ni siquiera sabía qué era lo que iba a suceder.
–Eso no cambia tu actitud Matilde –sentenció su madre enérgicamente– nos dejaste fuera, igual que en otras ocasiones.

Su padre intervino con más calma en la voz pero el mismo tipo de comentario hacia ellas.

–Hija, sabemos muy bien que no podemos protegerlas de todo lo que ocurre en el mundo ni tenerlas aisladas, pero lo que tú y tu hermana hacen desde hace años es aislarnos a nosotros, y sabes que es incorrecto; cuando tu madre tuvo el pre infarto las llamé de inmediato, y no fue para que se hicieran cargo, sino para que lo supieran desde el principio ¿Por qué creen que no deben hacer lo mismo con nosotros? Antes que ustedes nacieran pasamos por muchas dificultades, sabes que cuando se quemó la casa grande estuvimos a punto de perder la hacienda.

Matilde se puso de pie.

–Papá, esto es absurdo, nos estamos desviando completamente del tema.
–No, no es así. Siéntate por favor.

No habló hasta que ella lo hizo. Luego siguió hablando ante la atenta compañía de su esposa.

–Somos de otra época, cuando éramos jóvenes la gente no se iba de sus casas al salir de la secundaria ni tenía otros planes que formar una familia y tener hijos, pero a pesar de eso, entendimos que nuestras dos hijas habían nacido en un tiempo distinto, y tengo que decir que tu madre fue quien estuvo día tras día diciendo eso, haciendo que éste campesino entendiera que vivíamos en un mundo donde cada persona, y sobre todo las mujeres, tenían la oportunidad de hacer lo que quisieran, desarrollarse como personas y cumplir con los objetivos que quisieran.
–Papá…
–Cuando Patricia se separó de ese inútil que escogió por marido –siguió él sin detenerse– me sucedió lo mismo que cuando descubrimos que tú estabas siendo agredida en la secundaria, sentí que estábamos cometiendo un error al dejar que siguieran sus instintos y se defendieran por si mismas, pero aun así seguimos adelante, sabiendo que podía ser solo un traspié en el camino, y con el tiempo ambas demostraron que podían no solo hacerse cargo de sí mismas, sino que también ser mujeres completas y exitosas, Patricia entró a la policía y se convirtió en una oficial muy destacada, y tú sacaste la carrera con honores mientras trabajabas para pagar tus propios gastos. No tienen que demostrarnos nada, es absurdo que quieran seguir intentando ser mujeres perfectas y que no necesitan de nada ni de nadie; las amamos y las necesitamos, y sería bueno que ustedes hicieran lo mismo y demostraran un poco de sensatez, ser honestas y reconocer que también puedes ser frágiles, eso es parte de la fortaleza de una persona madura.

Resultaba increíble como los padres conseguían convertir cualquier situación en una oportunidad de dar algún tipo de lección, y en ese caso hacer un esfuerzo por enseñarle algo que resultaba tan abrumador como sencillo: el equilibrio entre lo propio y lo compartido, o dicho de otra manera, entre la independencia y la necesidad de los seres queridos. Y tenían tanta razón que se sintió descorazonada.

–Tienes razón papá,  tú también mamá.
–No tienes que decirlo, tienes que sentirlo –dijo su padre– escucha, en éste momento, sobre todo ahora que Patricia está pasando por éste trance tan difícil, necesitamos ser una familia, ayudarnos mutuamente y confiar los unos en los otros, no tratar de hacer todo por nuestra cuenta.

Matilde iba a decir algo más mientras asentía, pero en ese instante las imágenes que estaban siendo emitidas en la televisión de la cafetería llamaron poderosamente su atención. Nuevamente esa mujer.

–Matilde ¿que pasa?

En la pantalla del televisor estaba Miranda Arévalo, la modelo que solo un par de horas antes estaba en el suelo frente a ella llorando totalmente descompensada ¿Delirios de una niña rica? A veces decían que la gente que lo tiene todo puede pasar por desequilibrios que no vivía el resto de la gente. Y era tan excepcionalmente hermosa que nada parecía afectar su apariencia, que diferente ella del caso de su hermana donde hacía solo unos momentos le informaban que tendría que pasar por un largo tratamiento sin siquiera tener éxito asegurado.

–No pasa nada papá, es solo que… escuchen, entiendo perfectamente lo que me están diciendo, y siento que tienen razón, fue incorrecto dejarlos fuera de esto y quiero remediarlo, pero tienen que entender que es complicado de la noche a la mañana. Ayudémonos entre todos, ayudemos a Patricia y estoy segura de que podremos salir adelante.


3


Unos minutos más tarde las buenas expectativas estaban diluyéndose en la habitación donde había sido trasladada Patricia. La mujer ya estaba despierta en la camilla, pero si Matilde se había preocupado por el silencio anterior, escuchar nuevamente la voz de su hermana resultaba muchísimo más preocupante.


–Voy a dejar el cuerpo de policía.

Matilde pudo percibir como su padre fruncía el ceño a su lado; su madre ahogó un suspiro.

–¿Por qué quieres hacer eso, es por el tratamiento?

Patricia hablaba en voz baja debido a un rastro de los sedantes que le administraran anteriormente, pero además porque estaba enfrentando una decisión muy difícil.

–No Matilde, no es por el tratamiento, es por lo que estás viendo en éste momento.
–Patricia, el doctor dijo que tenemos que empezar con el tratamiento lo más pronto posible y sé que es difícil pero juntos…
–Matilde, Matilde –la interrumpió con algo más de fuerza– no trates de hacer ningún acto de convencimiento conmigo, tengo más experiencia que tú en eso. No voy a dejar el cuerpo de policía por el tratamiento, es por lo que el tratamiento no puede arreglar; escuché lo que dijeron mientras me analizaban y sé que no voy a quedar como antes.

La persona puede comenzar a percibirse a si misma de una manera distinta, se ve enfrentada a una situación en que le es arrebatado todo lo que ve de su persona. Algo así le había dicho el doctor, por Dios que iba a necesitar el apoyo de un sicólogo.

–Aún es muy pronto para decir eso, escucha…
–No, escucha tú.
–Hija –interrumpió su madre a ambas– no te encierres, queremos ayudarte, estamos aquí para eso.
–Y yo se los agradezco mamá –replicó sinceramente– pero dejar la policía no tiene que ver con esto, se trata de mi. Siempre pensé, que tonta, que si algún día dejaba la policía sería de vieja, llena de achaques y con una jubilación, o porque me mataran en algún operativo.

Su padre habló con la garganta seca por la emoción que le producía frecuentemente hablar de la institución a la que pertenecía su hija y lo que sea que hiciera ella allí, pero no solo se trataba de eso, también tenía que ver con el accidente y ver tan delicada a su hija; no por no verlo llorar quería decir que no estuviera sufriendo.

–No digas eso hija, tienes que enterrarnos a tu madre y a mi.
–Pero eso es lo que pensaba que iba a pasar papá, son cosas que uno piensa del futuro a veces. Pero no así, mi futuro en el cuerpo de policía no va a ser así, no trabajando entre tanta gente, no voy a ser la policía quemada de la unidad ni la perra quemada en medio de un operativo.
–Patricia…
–Eso es lo que va a suceder si sigo, hay que ser sensato y entender cómo es que funcionan las cosas aquí; los policías son personas también, y expuestos a que cada cosa de su apariencia que pueda servirles a los delincuentes ¿Por qué creen que usamos uniforme, porqué los usan todas las instituciones? No solo es para representarnos, en nuestro caso también es para que nadie pueda identificarnos con tanta facilidad, para que al estar de franco no sea tan sencillo que un delincuente vengativo quiera hacer lo que él considera un ajuste de cuentas; pero no se trata de eso solamente, también tiene que ver con lo que no quiero recibir, y no quiero la lástima de nadie. De ninguna manera.



Próximo episodio: Cuerpos imposibles




La última herida Capítulo 3: Cristales en mil pedazos



En medio de la cafetería del servicio de urgencia donde había pasado la mayor parte de la mañana y junto a tres de sus amigos, Matilde estaba aterrorizada ante una simple llamada telefónica, pero aún en el estado mental en que estaba le pareció que el tono de voz de su padre era extrañamente enérgico y trivial, todo lo contrario de lo que se esperaría de noticias trágicas.

–Papá, yo...
–Dijiste que ibas a llamarnos durante el desayuno –replicó él intensamente– y no llamaron, y después no contesta ninguna de las dos.

Se quedó un momento en blanco, tontamente mirando a la nada mientras escuchaba aquellas palabras. Y solo un momento después recordó que el día anterior los había llamado para decirles que los llamaría durante el desayuno con Patricia.

–¿Hola?
–Si, estoy aquí –respondió con voz mecánica– estoy aquí, lo que ocurre es que mi teléfono está estropeado, no puedo usarlo y Patricia parece que perdió el suyo.
–Dios, éstas muchachas –comentó él hacia un lado, seguramente hacia su madre– a veces no saben donde tienen la cabeza siquiera.

Tenía que cortar esa llamada.

–Papá, ahora mismo estoy fuera, voy al servicio técnico, llamo más tarde.
–Tu madre quiere decirte algo.

No. No iba a poder hablar  con ella sin echarse a llorar; con un estremecimiento se decidió por extender la mentira que dijera momentos antes y terminar con eso.

–Papá, se me va a apagar otra vez y tendré que dejarlo en el servicio técnico ahora, los llamo luego ¿si?

Él vaciló, pero finalmente aceptó.

–Está bien, puede esperar, además va a parir una yegua y queremos verla.
–Excelente. Te llamo después.

Cuando cortó se vio las manos temblorosas como si no fueran suyas; sus amigas, entendiendo todo, no hicieron comentarios y la guiaron hacia la mesa donde estaba Antonio en el celular.

–Tranquila, te pedimos un té de rosas.
–Gracias.
–Hice lo que me pediste –indicó Antonio con voz neutra, como si estuviera hablando de algo rutinario– hasta ahora la noticia solo está en un medio televisivo y uno de radio, no quiero sonar frio, pero un choque en la Rotonda El Cerro tiene congregada a mucha gente en la parte norte y esos caos viales tienden a opacar lo demás.

Para Matilde sonaba increíblemente tranquilizador, pero comprobar que sus padres aún no se enteraran de nada no quitaba las posibilidades de que eso ocurriera, inclusive sabiendo que no se moverían de Rio dulce por causa de los animales.

–Gracias Antonio.
–De nada, tener costumbre debe servir de algo –al ver que las tres lo miraban confusas, explicó– estoy trabajando en proceso de datos en Sircamp desde que salí del instituto.

Por un momento Matilde se sintió ridícula.

–¿Trabajas en Sircamp?
–Si.
–Mi tía trabaja ahí –dijo en voz baja– tal vez la has visto. Alta, cabello rojizo, más de cincuenta, usa un bastón...
–La señora Andrade, claro –replicó él perplejo– nunca había hecho la relación, pero la conozco, es decir la he visto con los peces gordos.

A Soraya le pareció excelente noticia.

–Excelente, creo que a través tuyo podríamos descubrir algo más.
–No es posible –la cortó él sonriendo– ella tiene un cargo alto, yo solo sé que existe. Además ni siquiera está en la  ciudad.

Eso podía ser realmente interesante.

–¿Que quieres decir?
–Hoy hay un congreso o un seminario, no recuerdo bien –se encogió de hombros a modo de disculpa por lo vaga de la información– y es para todos los cargos altos y medios, es en un hotel en la playa. Un amigo que trabaja hace años ahí dice que es solo un gran coctel con bar y buffet abierto para todos, como un beneficio adicional de parte de la empresa. Dudo que puedas encontrarla el día de hoy.
–Eso me tranquiliza bastante en realidad –dijo ella suspirando– por lo menos creo que en este momento mi tía no es una amenaza.

Eliana no creía lo mismo.

–Matilde, tienes que decirle a tus padres lo que sucedió, no puedes esconderlo más tiempo.
–Lo sé, pero no puedo, es decir... no tengo corazón para hacerlo.
–Pero va a ser peor si se enteran por alguien más, y mientras pasa el tiempo eso es más probable.

Se dio cuenta que había estado negándose a tocar el tema deliberadamente, diciendose primero que hablaría con ellos cuando tuviera claridad de lo que le pasaba a Patricia, pero ahora que lo sabía, buscaba otra excusa para extender eso, y es que si ya estaba nerviosa  y angustiada, la perspectiva de darles una noticia como esa era practicamente devastadora. ¿sería válido preguntarle a la propia Patricia? No, no era una opción, tenía que tomar la decisión por si misma, y actuar cobardemente escondiéndose no solucionaba nada.
Minutos después los cuatro seguían en la cafetería, cuando Antonio se levantó.

–Lo siento pero tengo que irme, debo trabajar.
–Tranquilo, yo voy a estar aquí y te aviso cualquier cosa –se despidió Eliana– gracias.
–Gracias por venir –se despidió Matilde– gracias por todo tu apoyo.
–Para eso estoy –repuso él sonriendo– no hay nada que agradecer.

Matilde caminó con Antonio en silencio hasta la escalera y bajó en su compañía, en parte para despedirlo y además porque quería pasar por la habitación donde estaba su hermana; estaba muy cansada como para entrar nuevamente tan pronto, pero al menos quería estar ahí y sentirse cerca de Patricia. Antonio ya se había ido cuando la relativa tranquilidad del centro de urgencias se vio interrumpida violentamente.

–Nooooo!!

Un grito muy fuerte se escuchó desde dentro de una de las habitaciones justo en el mismo pasillo. Varias personas y trabajadores voltearon tratando de identificar el origen del grito, pero un segundo después no fue necesario porque un nuevo ruido se dejó oir, el estruendo de cosas rompiéndose.
Patricia.
Con el corazón repentinamente oprimido por un presentimiento, Matilde corrió hacia la puerta que correspondía a la habitación en donde estaba Patricia, mientras a su alrededor la alerta y el desconcierto crecían.

–No se acerque.

Alguien dio una orden a voz fuerte al tiempo que otras personas hablaban apresuradamente; Matilde estaba segura de que se trataba de Patricia.

–¡Patricia!

Alcanzó a tocar el pomo de la puerta, pero un hombre vestido de impecable celeste la detuvo.

–No se acerque señorita.
–Mi hermana está adentro.

Nuevamente ruido de cosas moviéndose y gritos, aunque eran mucho más débiles que los anteriores. El hombre la apartó con poca delicadeza y abrió la puerta, dejando a la vista el desastre que estaba teniendo lugar ahí dentro tal como Matilde previera.

–¡Patricia!

La camilla estaba volteada de costado, la ropa revuelta y desperdigada, pero la policía no estaba en el suelo ni mucho menos. Cubierta únicamente por la bata sintética que le llegaba a las rodillas, la mujer estaba de pie a pocos pasos de la ventana del cuarto, y tenía en las manos una silla de metal plegable.

–Oh no...

Respiraba agitadamente, obviamente estaba haciendo un esfuerzo para moverse y mantenerse en pie. Un momento después se movió con mucha más fuerza y rapidez de la que parecía probable por causa de lo inestable de su cuerpo, y con los brazos alzados empuñó la silla como una especie de arma, arremetiendo con ella contra la ventana.

–¡Espere, que está haciendo!

El hombre iba a acercarse, pero Patricia golpeó violentamente la ventana una vez más, rompiendo el vidrio con un nuevo estruendo, miles de astillas friccionando y saltando en todas direcciones; el movimiento y el esfuerzo consumieron las energías que tenía la mujer de 29 años, quien dio un par de pasos hacia atrás sin rumbo fijo, como si los golpes que había dado los hubiera recibido en vez de lo contrario. Cuando la silla cayó de sus manos con un curioso sonido frio de metal y  vidrio, el hombre de celeste se acercó rapidamente y la tomó por la espalda, sujetandola firmemente con los antebrazos por debajo de las axilas; solo en ese momento Matilde comprendió que era un trabajador pero aún así no salía de la sorpresa que la paralizó al entrar.

–Necesito sacarla de aquí, no puedo pasar con usted en medio.

El hombre no estaba siendo ni mucho menos que agresivo, pero su voz era firme al indicar lo obvio; aún sin poder creer lo que estaba viendo, Matilde se apartó lo suficiente para que el hombre pudiera salir, pero solo en ese momento pudo ver a su hermana de frente y se quedó completamente sin palabras, ni aire en los pulmones como para gritar por la sorpresa. Patricia se había quitado parte de las vendas que tenía en la cabeza, lo que dejaba a la vista los parches y quemaduras: la zona cercana al ojo, la piel sobre el parietal y parte del cuello habían sido afectadas por el fuego según lo que le dijeran anteriormente, pero ver esas heridas era algo completamente distinto. Pudo ver la carne viva donde debía estar la piel y el cabello, de un color rojo escarlata y con protuberancias y algo de un color blanquecino en algunas partes. Parecía estar doliendo por el solo hecho de estar, no como un corte que es puntual, sino como algo que abarca más, una marabunta sobre el cuerpo de su hermana.

–Matilde.

Se dio cuenta que la imagen de su hermana se alejaba, pero podía escuchar débil mente su  voz mientras la sacaban de la habitación y reaccionó a moverse de una vez.

–Patricia.

En unos momentos colocaron a su hermana en otra camilla y la trasladaron a una habitación cercana mientras la normalidad volvía al centro de urgencias y personal de aseo se ocupaba de los destrozos. Para ese momento Eliana y Soraya estaban llegando al pasillo y el doctor aparecía con el ceño fruncido.

–¿Quién es la persona a cargo de la medicación de ésta paciente?
–Yo doctor Acacios –replicó el mismo hombre de celeste– la paciente está desvanecida...
–¿Que ocurre con la medicación Andrés? –preguntó el doctor con preocupación– dejé especificados los medicamentos.
–Fue inesperado doctor –explicó el otro resueltamente– se aplicó la medicación que usted indicó, yo mismo lo hice. No podíamos prever ésta reacción.

Matilde dividía su atención entre las personas que se ocupaban de su hermana en la habitacion a la que había sido trasladada y la discusión entre el doctor y el otro hombre. Aparentemente el profesional dio por verdadera la versión y asintió comenzando a entrar en el lugar.

–Gracias por informarme Andrés, pensé que podía ser otra cosa. Por favor tráigame la ficha de la paciente.

Entró a la habitación cerrando la puerta tras si, pero el otro hombre adivinó lo que iba a pasar y se interpuso en el camino de Matilde.

–Señorita, usted es...
–Soy su hermana –replicó sin salir de la sorpresa– quiero verla, por favor.
–Es probable que la pueda ver después, es una situación poco habitual.
–¿A qué se refiere?
–Hay personas que tienen tolerancia a los sedantes o pueden experimentar reacciones violentas, o ambas. Parece que su hermana es un caso similar. ¿ha sido operada o tenido alguna enfermedad grave?
–No.
–Eso explica que no lo supieran. Lamento que haya tenido que ver ésto, es bastante impactante.

Por supuesto que lo era; Matilde le dio las gracias cuando el técnico le dijo que le avisaría apenas pudiera verla y se retiró de la puerta.

–¿Quieres volver a la cafetería o prefieres esperar aquí?

Durante varios segundos no contestó. Su corazón aún latía poderosamente por el choque emocional de ver a su hermana en ese estado, pero no era lo único que estaba sucediendo.

–Hay algo que tengo que hacer antes.

Dejó a sus sorprendidas amigas en el pasillo, y caminó hacia la siguiente esquina, directo al baño.
Al entrar al lugar encontró precisamente lo que esperaba, los lavamanos acompañados de una pared espejo que la reflejaba a ella misma y a la pared contraria nítidamente bajo la luz blanca; era primera vez en esa mañana que se miraba a si misma.

–Esto es lo que soy.

Lo dijo sin mayor convicción. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto y parecía tan cansada como se veía, pero independientemente de eso, seguía siendo la de siempre; nunca se había considerado especialmente bonita, pero si se reconocía a si misma rasgos armoniosos. Tenía ojos comunes, pero apreciaba sus labios por estar bien formados, y también estaba el color de su piel, que no era morena pero siempre tenía el color saludable que otras sustituían por rubor. Y estaba su cabello, desde luego que estaba su cabello, lacio y manejable, quizás un poco sin movimiento, pero no tenía que lidiar con él, bastaba un buen acondicionador y siempre se veía bien. Cuando era adolescente se preocupó por no tener curvas, y cuando empezó a tenerlas se angustió por la posibilidad de tener demasiadas, pero finalmente no quedó en ninguno de los dos extremos aún cuando siempre  se quejaba de sus brazos delgados que no podía usar con ropa sin mangas porque parecía enferma.

–¿Esto soy yo?

Se quedó inmóvil mirando el reflejo en el enorme espejo, una mujer mirando a otra, tratando de verse desde un punto de vista diferente. ¿Era eso lo que le había pasado a Patricia? ¿Había recuperado la conciencia y con ella los recuerdos del enfrentamiento y el fuego y el dolor, luchando por reunir fuerzas para levantarse y encontrar donde verse?
¿Acaso Patricia presentía de alguna manera lo que estaba pasando? Quizás en la ambulancia no estaba completamente inconsciente y permanecía en un estado similar al letargo, escuchando como esos hombres hablaban de medicamentos y soluciones químicas y oxígeno, tal vez en alguna situación anterior escuchó algo o ayudó en un caso de incendio y reconoció las palabras, y al despertar, encontrándose sola y adormecida quiso saber, sintiendo el apremio de la duda. ¿Un corte de cabello puede hacer que no te reconozcas  al día siguiente en el espejo verdad? Si te levantas de una camilla y te ves en el débil reflejo de un vidrio, y lo que ves es a otra persona, alguien que ha atrapado tu cuerpo y de quien no puedes escapar entras en pánico y sientes la imperiosa necesidad de hacer algo al respecto, da igual que lo que hagas tenga sentido o no, la reacción proviene de tu parte más básica, el instinto de supervivencia. Los miles de pedazos de vidrio esparcidos por esa habitación de la urgencia solo eran un reflejo inocente, lo que realmente estaba quebrado era Patricia.
Necesitaba salir.
Salió rapidamente de la urgencia sin saber con total claridad adonde se dirigía, solo necesitaba alejarse de todo ese dolor y descubrir alguna forma de ser útil cuando la fuerte siempre había sido su hermana en comparación con ella; avanzó medio a la carrera, doblando en la siguiente esquina con una vaga idea de en que parte estaba, pero solo queriendo caminar y caminar, correr o gritar, hacer cualquier cosa menos seguir sintiendo que no había nada que pudiera hacer para disminuir el dolor de Patricia. Algunos minutos después estaba seguramente a más de diez cuadras del centro de urgencias y un poco perdida, pero sin fijarse en lo que ocurría a su alrededor; comenzó a caminar más lento, jadeando mientras desplazaba la vista de un lado a otro sin ver y con la mente tan revuelta como antes. Fue un grito lo que nuevamente la sacó de sus pensamientos.

–¡Suéltame!

La voz de mujer se escuchó por sobre el sonido ambiente y la hizo mirar hacia un costado: en ese momento estaba cerca de una calle interior, algo como un pasaje que unía esa calle con la siguiente solo con cemento y paredes descuidadas que eran los traseros de los edificios de departamento contiguos. Una mujer corría o trataba de correr en su dirección dando tumbos de una pared a la otra mientras jadeaba notoriamente.

–¡Quiero que esto se termine!

Su voz le sonó extrañamente conocida, pero en los segundos que duró todo eso no estaba procesando la información y solo era espectadora de lo que pasaba; un momento después la mujer llegó a solo un par de metros de distancia en su torpe avance que la hizo tropezar para finalmente caer de rodillas, sollozando violentamente.

–¿Que le ocurre?

Matilde se acercó a ella en lo que le pareció un gesto sumamente lento e indiferente, y se arrodilló a su lado intentando no mostrarse violenta como se sentía en esa situación, interrumpida en sus pensamientos y tristezas por los dolores de alguien más. Pero cuando la mujer sollozante levantó la mirada hacia ella se llevó una sorpresa.

–Yo los vi...

Aún sollozaba y tenía corrido el delineador de ojos, pero ni eso podía estropear la belleza de su rostro: no tenía más de veinticinco, y su piel resistía verla a dos centímetros de distancia sin mostrar una sola arruga o línea de expresión, ni siquiera entre sus lágrimas. Los ojos castaños claros, los labios carnosos, el mentón redondeado y frente amplia la definían como una mujer hermosa a ojos de cualquiera, pero su estado mental estaba lejos de ser similar a la armonía de sus rasgos. Repentinamente la tomó de los hombros, intentando débilmente zarandearla aunque su intento más se asemejaba a un temblor corporal intenso.

–Yo los vi –dijo como si intentara hacerla entender– yo vi sus ojos...

Matilde se la quedó mirando sin reaccionar, imposibilitada de moverse o decir algo debido a lo extremadamente raro de la situación ¿Que hacía ella lejos de la urgencia donde atendían a su hermana gravemente quemada, en una calle cualquiera presenciando una patética escena de borrachera de alcohol o drogas de una desconocida?
Antes de poder tener una respuesta un hombre se acercó decididamente a ellas.

–Ariana, cariño.

Se arrodilló y la levantó cuidadosamente del suelo, cobijándola en un abrazo mientras ella continuaba sollozando como si no lo viera o escuchara; el hombre era muy atractivo y aparentemente fuerte y vestía elegantemente aunque casual, y miró fijamente a Matilde mientras ella se levantaba.

–Disculpa por esta escena, no debiste ver algo así.
–No hay cuidado –replicó ella automáticamente– está bien, es decir, ella está bien?

El hombre asintió lentamente.

–Está bien, solo está pasando por un momento complicado, ya sabes como son de temperamentales, a veces se posesionan en exceso de su trabajo.
–Parecía muy asustada o afectada.
–Es menos de lo que parece, se trata de su carácter tan emocional. Pero te agradezco por la preocupación.

Matilde aún no salía de su asombro. ¿Por qué él le hablaba como si la llorosa mujer fuera alguien a quien ambos conocieran?

–No hay qué agradecer, cualquiera habría hecho lo mismo.
–Estoy seguro de eso –replicó el hombre en voz baja– solo que ya sabes como es éste mundo, es mejor que no haya demasiados ojos mirando. Te lo agradezco.

Pasó junto a ella con la mujer abrazada, y en un gesto claramente estudiado y discreto, dejó en las manos de Matilde varios billetes grandes. Antes que la joven pudiera reaccionar o siquiera salir de la sorpresa anterior como para ocuparse de esa, ambos ya habían subido a un taxi.

–Pero porque...

Iba a decir algo sin notar que en realidad estaba sola en la calle y el hombre no podría escuchar lo que ella dijera, pero cuando creía que no había ninguna sorpresa esperando, volvió a ver a la mujer de hace un momento atrás, solo que ahora estaba en un afiche en un bus de turistas que pasaba por la calle.
Hermosa, cautivante, sosteniendo un frasco cristalino de perfume mientras miraba como si quisiera hipnotizarte.
Por eso el hombre se refería a ella como si ambos la conocieran, porque seguramente en otras circunstancias Matilde la habría reconocido.
Era Miranda Arévalo, una conocida modelo y miembro de la alta sociedad.



Próximo episodio: El mismo sueño