La última herida Capítulo 3: Cristales en mil pedazos - Capítulo 4: El mismo sueño




En medio de la cafetería del servicio de urgencia donde había pasado la mayor parte de la mañana y junto a tres de sus amigos, Matilde estaba aterrorizada ante una simple llamada telefónica, pero aún en el estado mental en que estaba le pareció que el tono de voz de su padre era extrañamente enérgico y trivial, todo lo contrario de lo que se esperaría de noticias trágicas.

—Papá, yo...
—Dijiste que ibas a llamarnos durante el desayuno —replicó él intensamente—, y no llamaron, y después no contesta ninguna de las dos.

Se quedó un momento en blanco, tontamente mirando a la nada mientras escuchaba aquellas palabras. Y solo un momento después recordó que el día anterior los había llamado para decirles que los llamaría durante el desayuno con Patricia.

— ¿Hola?
—Sí, estoy aquí —respondió con voz mecánica—, estoy aquí, lo que ocurre es que mi teléfono está estropeado, no puedo usarlo y Patricia parece que perdió el suyo.
—Dios, estas muchachas —comentó él hacia un lado, seguramente hacia su madre—, a veces no saben dónde tienen la cabeza siquiera.

Tenía que cortar esa llamada.

—Papá, ahora mismo estoy fuera, voy al servicio técnico, llamo más tarde.
—Tu madre quiere decirte algo.

No. No iba a poder hablar  con ella sin echarse a llorar; con un estremecimiento se decidió por extender la mentira que dijera momentos antes y terminar con eso.

—Papá, se me va a apagar otra vez y tendré que dejarlo en el servicio técnico ahora, los llamo luego ¿sí?

Él vaciló, pero finalmente aceptó.

—Está bien, puede esperar, además va a parir una yegua y queremos verla.
—Excelente. Te llamo después.

Cuando cortó se vio las manos temblorosas como si no fueran suyas; sus amigas, entendiendo todo, no hicieron comentarios y la guiaron hacia la mesa donde estaba Antonio en el celular.

—Tranquila, te pedimos un té de rosas.
—Gracias.
—Hice lo que me pediste —indicó Antonio con voz neutra, como si estuviera hablando de algo rutinario—, hasta ahora la noticia solo está en un medio televisivo y uno de radio, no quiero sonar frío, pero un choque en la Rotonda El Cerro tiene congregada a mucha gente en la parte norte y esos caos viales tienden a opacar lo demás.

Para Matilde sonaba increíblemente tranquilizador, pero comprobar que sus padres aún no se enteraran de nada no quitaba las posibilidades de que eso ocurriera, inclusive sabiendo que no se moverían de Rio dulce por causa de los animales.

—Gracias Antonio.
—De nada, tener costumbre debe servir de algo —al ver que las tres lo miraban confusas, explicó—, estoy trabajando en proceso de datos en Sircamp desde que salí del instituto.

Por un momento Matilde se sintió ridícula.

— ¿Trabajas en Sircamp?
—Sí.
—Mi tía trabaja ahí —dijo en voz baja—, tal vez la has visto. Alta, cabello rojizo, más de cincuenta, usa un bastón...
—La señora Andrade, claro —replicó él perplejo—, nunca había hecho la relación, pero la conozco, es decir la he visto con los peces gordos.

A Soraya le pareció excelente noticia.

—Excelente, creo que a través tuyo podríamos descubrir algo más.
—No es posible —la cortó él sonriendo—, ella tiene un cargo alto, yo solo sé que existe. Además ni siquiera está en la  ciudad.

Eso podía ser realmente interesante.

— ¿Qué quieres decir?
—Hoy hay un congreso o un seminario, no recuerdo bien —se encogió de hombros a modo de disculpa por lo vaga de la información—, y es para todos los cargos altos y medios, es en un hotel en la playa. Un amigo que trabaja hace años ahí dice que es solo un gran coctel con bar y buffet abierto para todos, como un beneficio adicional de parte de la empresa. Dudo que puedas encontrarla el día de hoy.
—Eso me tranquiliza bastante en realidad —dijo ella suspirando—, por lo menos creo que en este momento mi tía no es una amenaza.

Eliana no creía lo mismo.

—Matilde, tienes que decirle a tus padres lo que sucedió, no puedes esconderlo más tiempo.
—Lo sé, pero no puedo, es decir... no tengo corazón para hacerlo.
—Pero va a ser peor si se enteran por alguien más, y mientras pasa el tiempo eso es más probable.

Se dio cuenta que había estado negándose a tocar el tema deliberadamente, diciéndose primero que hablaría con ellos cuando tuviera claridad de lo que le pasaba a Patricia, pero ahora que lo sabía, buscaba otra excusa para extender eso, y es que si ya estaba nerviosa  y angustiada, la perspectiva de darles una noticia como esa era prácticamente devastadora. ¿sería válido preguntarle a la propia Patricia? No, no era una opción, tenía que tomar la decisión por si misma, y actuar cobardemente escondiéndose no solucionaba nada.
Minutos después los cuatro seguían en la cafetería, cuando Antonio se levantó.

—Lo siento pero tengo que irme, debo trabajar.
—Tranquilo, yo voy a estar aquí y te aviso cualquier cosa —se despidió Eliana—, gracias.
—Gracias por venir —se despidió Matilde—, gracias por todo tu apoyo.
—Para eso estoy —repuso él sonriendo—, no hay nada que agradecer.

Matilde caminó con Antonio en silencio hasta la escalera y bajó en su compañía, en parte para despedirlo y además porque quería pasar por la habitación donde estaba su hermana; estaba muy cansada como para entrar nuevamente tan pronto, pero al menos quería estar ahí y sentirse cerca de Patricia. Antonio ya se había ido cuando la relativa tranquilidad del centro de urgencias se vio interrumpida violentamente.

—Nooooo!!

Un grito muy fuerte se escuchó desde dentro de una de las habitaciones justo en el mismo pasillo. Varias personas y trabajadores voltearon tratando de identificar el origen del grito, pero un segundo después no fue necesario porque un nuevo ruido se dejó oír, el estruendo de cosas rompiéndose.
Patricia.
Con el corazón repentinamente oprimido por un presentimiento, Matilde corrió hacia la puerta que correspondía a la habitación en donde estaba Patricia, mientras a su alrededor la alerta y el desconcierto crecían.

—No se acerque.

Alguien dio una orden a voz fuerte al tiempo que otras personas hablaban con prisa; Matilde estaba segura de que se trataba de Patricia.

— ¡Patricia!

Alcanzó a tocar el pomo de la puerta, pero un hombre vestido de impecable celeste la detuvo.

—No se acerque señorita.
—Mi hermana está adentro.

Nuevamente ruido de cosas moviéndose y gritos, aunque eran mucho más débiles que los anteriores. El hombre la apartó con poca delicadeza y abrió la puerta, dejando a la vista el desastre que estaba teniendo lugar ahí dentro tal como Matilde previera.

— ¡Patricia!

La camilla estaba volteada de costado, la ropa revuelta y desperdigada, pero la policía no estaba en el suelo ni mucho menos. Cubierta únicamente por la bata sintética que le llegaba a las rodillas, la mujer estaba de pie a pocos pasos de la ventana del cuarto, y tenía en las manos una silla de metal plegable.

—Oh no...

Respiraba de forma agitada, obviamente estaba haciendo un esfuerzo para moverse y mantenerse en pie. Un momento después se movió con mucha más fuerza y rapidez de la que parecía probable por causa de lo inestable de su cuerpo, y con los brazos alzados empuñó la silla como una especie de arma, arremetiendo con ella contra la ventana.

— ¡Espere, que está haciendo!

El hombre iba a acercarse, pero Patricia golpeó con violencia la ventana una vez más, rompiendo el vidrio con un nuevo estruendo, miles de astillas friccionando y saltando en todas direcciones; el movimiento y el esfuerzo consumieron las energías que tenía la mujer de 29 años, quien dio un par de pasos hacia atrás sin rumbo fijo, como si los golpes que había dado los hubiera recibido en vez de lo contrario. Cuando la silla cayó de sus manos con un curioso sonido frío de metal y  vidrio, el hombre de celeste se acercó rápidamente y la tomó por la espalda, sujetándola firmemente con los antebrazos por debajo de las axilas; solo en ese momento Matilde comprendió que era un trabajador pero aun así no salía de la sorpresa que la paralizó al entrar.

—Necesito sacarla de aquí, no puedo pasar con usted en medio.

El hombre no estaba siendo ni mucho menos que agresivo, pero su voz era firme al indicar lo obvio; aún sin poder creer lo que estaba viendo, Matilde se apartó lo suficiente para que el hombre pudiera salir, pero solo en ese momento pudo ver a su hermana de frente y se quedó completamente sin palabras, ni aire en los pulmones como para gritar por la sorpresa. Patricia se había quitado parte de las vendas que tenía en la cabeza, lo que dejaba a la vista los parches y quemaduras: la zona cercana al ojo, la piel sobre el parietal y parte del cuello habían sido afectadas por el fuego según lo que le dijeran antes, pero ver esas heridas era algo completamente distinto. Pudo ver la carne viva donde debía estar la piel y el cabello, de un color rojo escarlata y con protuberancias y algo de un color blanquecino en algunas partes. Parecía estar doliendo por el solo hecho de estar, no como un corte que es puntual, sino como algo que abarca más, una marabunta sobre el cuerpo de su hermana.

—Matilde.

Se dio cuenta que la imagen de su hermana se alejaba, pero podía escuchar débil su  voz mientras la sacaban de la habitación y reaccionó a moverse de una vez.

—Patricia.

En unos momentos colocaron a su hermana en otra camilla y la trasladaron a una habitación cercana mientras la normalidad volvía al centro de urgencias y personal de aseo se ocupaba de los destrozos. Para ese momento Eliana y Soraya estaban llegando al pasillo y el doctor aparecía con el ceño fruncido.

— ¿Quién es la persona a cargo de la medicación de ésta paciente?
—Yo doctor Acacios —replicó el mismo hombre de celeste—, la paciente está desvanecida...
— ¿Que ocurre con la medicación Andrés? —preguntó el doctor con preocupación— dejé especificados los medicamentos.
—Fue inesperado doctor —explicó el otro con reasolución—, se aplicó la medicación que usted indicó, yo mismo lo hice. No podíamos prever ésta reacción.

Matilde dividía su atención entre las personas que se ocupaban de su hermana en la habitación a la que había sido trasladada y la discusión entre el doctor y el otro hombre. Aparentemente el profesional dio por verdadera la versión y asintió comenzando a entrar en el lugar.

—Gracias por informarme Andrés, pensé que podía ser otra cosa. Por favor tráigame la ficha de la paciente.

Entró a la habitación cerrando la puerta tras sí, pero el otro hombre adivinó lo que iba a pasar y se interpuso en el camino de Matilde.

—Señorita, usted es...
—Soy su hermana —replicó sin salir de la sorpresa—, quiero verla, por favor.
—Es probable que la pueda ver después, es una situación poco habitual.
— ¿A qué se refiere?
—Hay personas que tienen tolerancia a los sedantes o pueden experimentar reacciones violentas, o ambas. Parece que su hermana es un caso similar. ¿ha sido operada o tenido alguna enfermedad grave?
—No.
—Eso explica que no lo supieran. Lamento que haya tenido que ver esto, es bastante impactante.

Por supuesto que lo era; Matilde le dio las gracias cuando el técnico le dijo que le avisaría apenas pudiera verla y se retiró de la puerta.

— ¿Quieres volver a la cafetería o prefieres esperar aquí?

Durante varios segundos no contestó. Su corazón aún latía poderosamente por el choque emocional de ver a su hermana en ese estado, pero no era lo único que estaba sucediendo.

—Hay algo que tengo que hacer antes.

Dejó a sus sorprendidas amigas en el pasillo, y caminó hacia la siguiente esquina, directo al baño.
Al entrar al lugar encontró justo lo que esperaba, los lavamanos acompañados de una pared espejo que la reflejaba a ella misma y a la pared contraria nítidamente bajo la luz blanca; era primera vez en esa mañana que se miraba a sí misma.

—Esto es lo que soy.

Lo dijo sin mayor convicción. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto y parecía tan cansada como se veía, pero independientemente de eso, seguía siendo la de siempre; nunca se había considerado especialmente bonita, pero sí se reconocía a si misma rasgos armoniosos. Tenía ojos comunes, pero apreciaba sus labios por estar bien formados, y también estaba el color de su piel, que no era morena pero siempre tenía el color saludable que otras sustituían por rubor. Y estaba su cabello, desde luego que estaba su cabello, lacio y manejable, quizás un poco sin movimiento, pero no tenía que lidiar con él, bastaba un buen acondicionador y siempre se veía bien. Cuando era adolescente se preocupó por no tener curvas, y cuando empezó a tenerlas se angustió por la posibilidad de tener demasiadas, pero finalmente no quedó en ninguno de los dos extremos aun cuando siempre  se quejaba de sus brazos delgados que no podía usar con ropa sin mangas porque parecía enferma.

— ¿Esto soy yo?

Se quedó inmóvil mirando el reflejo en el enorme espejo, una mujer mirando a otra, tratando de verse desde un punto de vista diferente. ¿Era eso lo que le había pasado a Patricia? ¿Había recuperado la conciencia y con ella los recuerdos del enfrentamiento y el fuego y el dolor, luchando por reunir fuerzas para levantarse y encontrar donde verse?
¿Acaso Patricia presentía de alguna manera lo que estaba pasando? Quizás en la ambulancia no estaba completamente inconsciente y permanecía en un estado similar al letargo, escuchando como esos hombres hablaban de medicamentos y soluciones químicas y oxígeno, tal vez en alguna situación anterior escuchó algo o ayudó en un caso de incendio y reconoció las palabras, y al despertar, encontrándose sola y adormecida quiso saber, sintiendo el apremio de la duda. ¿Un corte de cabello puede hacer que no te reconozcas  al día siguiente en el espejo verdad? Si te levantas de una camilla y te ves en el débil reflejo de un vidrio, y lo que ves es a otra persona, alguien que ha atrapado tu cuerpo y de quien no puedes escapar entras en pánico y sientes la imperiosa necesidad de hacer algo al respecto, da igual que lo que hagas tenga sentido o no, la reacción proviene de tu parte más básica, el instinto de supervivencia. Los miles de pedazos de vidrio esparcidos por esa habitación de la urgencia solo eran un reflejo inocente, lo que realmente estaba quebrado era Patricia.
Necesitaba salir.
Salió rápidamente de la urgencia sin saber con total claridad adonde se dirigía, solo necesitaba alejarse de todo ese dolor y descubrir alguna forma de ser útil cuando la fuerte siempre había sido su hermana en comparación con ella; avanzó medio a la carrera, doblando en la siguiente esquina con una vaga idea de en qué parte estaba, pero solo queriendo caminar y caminar, correr o gritar, hacer cualquier cosa menos seguir sintiendo que no había nada que pudiera hacer para disminuir el dolor de Patricia. Algunos minutos después estaba seguramente a más de diez cuadras del centro de urgencias y un poco perdida, pero sin fijarse en lo que ocurría a su alrededor; comenzó a caminar más lento, jadeando mientras desplazaba la vista de un lado a otro sin ver y con la mente tan revuelta como antes. Fue un grito lo que de nuevo la sacó de sus pensamientos.

— ¡Suéltame!

La voz de mujer se escuchó por sobre el sonido ambiente y la hizo mirar hacia un costado: en ese momento estaba cerca de una calle interior, algo como un pasaje que unía esa calle con la siguiente solo con cemento y paredes descuidadas que eran los traseros de los edificios de departamento contiguos. Una mujer corría o trataba de correr en su dirección dando tumbos de una pared a la otra mientras jadeaba notoriamente.

— ¡Quiero que esto se termine!

Su voz le sonó extrañamente conocida, pero en los segundos que duró todo eso no estaba procesando la información y solo era espectadora de lo que pasaba; un momento después la mujer llegó a solo un par de metros de distancia en su torpe avance que la hizo tropezar para finalmente caer de rodillas, sollozando sin control.

— ¿Qué le ocurre?

Matilde se acercó a ella en lo que le pareció un gesto sumamente lento e indiferente, y se arrodilló a su lado intentando no mostrarse violenta como se sentía en esa situación, interrumpida en sus pensamientos y tristezas por los dolores de alguien más. Pero cuando la mujer sollozante levantó la mirada hacia ella se llevó una sorpresa.

—Yo los vi...

Aún sollozaba y tenía corrido el delineador de ojos, pero ni eso podía estropear la belleza de su rostro: no tenía más de veinticinco, y su piel resistía verla a dos centímetros de distancia sin mostrar una sola arruga o línea de expresión, ni siquiera entre sus lágrimas. Los ojos castaños claros, los labios carnosos, el mentón redondeado y frente amplia la definían como una mujer hermosa a ojos de cualquiera, pero su estado mental estaba lejos de ser similar a la armonía de sus rasgos. De pronto la tomó de los hombros, intentando débilmente zarandearla aunque su intento más se asemejaba a un temblor corporal intenso.

—Yo los vi —dijo como si intentara hacerla entender—, yo vi sus ojos...

Matilde se la quedó mirando sin reaccionar, imposibilitada de moverse o decir algo debido a lo extremadamente raro de la situación ¿Qué hacía ella lejos de la urgencia donde atendían a su hermana gravemente quemada, en una calle cualquiera presenciando una patética escena de borrachera de alcohol o drogas de una desconocida?
Antes de poder tener una respuesta un hombre se acercó a ellas.

—Ariana, cariño.

Se arrodilló y la levantó cuidadosamente del suelo, cobijándola en un abrazo mientras ella continuaba sollozando como si no lo viera o escuchara; el hombre era muy atractivo y aparentemente fuerte y vestía elegantemente aunque casual, y miró fijo a Matilde mientras ella se levantaba.

—Disculpa por esta escena, no debiste ver algo así.
—No hay cuidado —replicó ella de forma automática—, está bien, es decir, ¿ella está bien?

El hombre asintió lentamente.

—Está bien, solo está pasando por un momento complicado, ya sabes cómo son de temperamentales, a veces se posesionan en exceso de su trabajo.
—Parecía muy asustada o afectada.
—Es menos de lo que parece, se trata de su carácter tan emocional. Pero te agradezco por la preocupación.

Matilde aún no salía de su asombro. ¿Por qué él le hablaba como si la llorosa mujer fuera alguien a quien ambos conocieran?

—No hay qué agradecer, cualquiera habría hecho lo mismo.
—Estoy seguro de eso —replicó el hombre en voz baja—, sólo que ya sabes como es éste mundo, es mejor que no haya demasiados ojos mirando. Te lo agradezco.

Pasó junto a ella con la mujer abrazada, y en un gesto a todas luces estudiado y discreto, dejó en las manos de Matilde varios billetes grandes. Antes que la joven pudiera reaccionar o siquiera salir de la sorpresa anterior como para ocuparse de esa, ambos ya habían subido a un taxi.

—Pero qué...

Iba a decir algo sin notar que en realidad estaba sola en la calle y el hombre no podría escuchar lo que ella dijera, pero cuando creía que no había ninguna sorpresa esperando, volvió a ver a la mujer de hace un momento atrás, solo que ahora estaba en un afiche en un bus de turistas que pasaba por la calle.
Hermosa, cautivante, sosteniendo un frasco cristalino de perfume mientras miraba como si quisiera hipnotizarte.
Por eso el hombre se refería a ella como si ambos la conocieran, porque seguramente en otras circunstancias Matilde la habría reconocido.
Era Miranda Arévalo, una conocida modelo y miembro de la alta sociedad.



Capítulo 4: El mismo sueño

Matilde regresó al centro de urgencias lo más rápido que pudo después de su extraña experiencia con la modelo en la calle; cuando volvió le  informaron que Patricia estaba estable en la habitación luego de habérsele administrado un sedante y dejarla bajo vigilancia. Luego fue directo a una reunión con el doctor Acacios.

—Lamento que haya tenido que pasar por esa compleja situación Matilde, no hay excusa.
—Un técnico me dijo que era poco habitual que pasara algo así.
—Aún así no hay excusa —indicó el doctor—, por lo que me he informado usted estaba presente cuando sucedió el accidente.
—Así es.
—Mire, voy a ser muy concreto porque no dispongo de mucho tiempo —comentó el profesional—, en éstos momento a su hermana se le aplicó el tratamiento regular para quemaduras de su tipo, que son de segundo grado. Para ser sencillo, le explicaré que una quemadura de segundo grado es del tipo que no se cura solo con una pomada cuando tiene un accidente leve en la cocina de su casa; éstas quemaduras destruyen todo el tejido exterior de la piel, anulan parte de las terminales nerviosas en la zona afectada y producen una serie de consecuencias como déficit funcional.

Escuchar el doctor era extraño, porque era muy práctico y hacía que sus palabras se entendieran fácilmente, pero al mismo tiempo parecía que no estaba hablando de una persona o al menos a ella le sonaba así. Claro, Patricia no era la única persona en el mundo que sufría ese tipo de quemaduras, ya se sabía con claridad lo que pasaba.

—Es importante que sepa que con el nivel de extensión de quemaduras que tiene, casi el catorce por ciento del cuerpo, su hermana deberá estar en tratamiento por varios días, inicialmente creemos que pueden ser quince, pero podrían ser inclusive cincuenta o más, dependiendo de la evolución que demuestre.

Matilde se sentía desprovista de sentimientos, como si todas las emociones vividas esa mañana hubieran agotado, al menos de manera momentánea, su capacidad de experimentar dolor o angustia.

—Usted me dijo que era probable que las heridas de mi hermana no sanaran.
—Lo que dije es que nunca iba a ser la misma de antes —corrigió el doctor con total tranquilidad—, y efectivamente es así. Por la gravedad de las quemaduras los tratamientos están enfocados a evitar la infección, para lo que se dispone de una serie de protocolos, pero es improbable que la piel vuelva al mismo estado original, además fue afectada la zona del cuello y parte de la cara y esas zonas son más sensibles y de tratamiento lento y con no muy buen pronóstico.
— ¿Lo que le pasó a mi hermana puede ser una reacción a lo que vio de sí misma doctor?
—Es probable, pero soy más partidario de opinar que se debe al shock que sufrió por el accidente propiamente tal que por lo que se ve en su cuerpo, sobre todo porque no es una persona débil de carácter. De todos modos ella va a necesitar ayuda sicológica de manera urgente y durante el tratamiento, porque está comprobado que las heridas en zonas visibles cambian la personalidad del paciente; la forma en que se enfrenta a la sociedad y su reacción ante críticas o miradas inquisitivas es solo parte de lo que tendrá que enfrentar. Como trabajamos con la policía y ayudando además al cuerpo de bomberos, tenemos una red de apoyo importante para las personas afectadas y sus familias, así que le dejaré una nota con el número de contacto de la encargada de esa área.
—Mi hermana no murió en ese accidente y tampoco está en estado crítico como el delincuente que provocó todo esto, pero aunque tiene heridas que van a arruinarle la vida, tuvo suerte.

El doctor no se sintió agredido por el comentario de Matilde, a pesar de que ella soltó las palabras sin ningún tipo de cortesía; había visto lo suficiente para saber que no estaba atacándolo, pero que estaba frustrada y enfadada.

—A mi modo de ver las cosas, cualquier persona que no muere es afortunada, excepto quizás aquellas que sufren consecuencias tan graves que no pueden escapar del dolor o que quedan tetrapléjicas, y soy sincero solo porque mis colegas no están presentes. El caso de su hermana no es ninguno de esos, y aunque pueda creer que le estoy quitando importancia, lo que pretendo es decirle que al final, cuando usted pueda compartir con ella más tiempo en vez de menos, lo agradecerán ambas, aún si en el camino hay dolor o frustración por la evolución de su cuadro. Su hermana, independientemente de cómo sea, sigue teniendo un futuro.

Por primera vez en el día escuchaba que alguien hacía una referencia al futuro, y eso la devolvió al presente, a la situación que estaba viviendo en ese instante, y que no solo involucraba a sus sentimientos o siquiera a los de su hermana, sino a todo el entorno de ambas.
Sus padres, amigos, compañeros de trabajo, futuros amigos o amores, todos estaban relacionados y todo tenía que ver, no podía simplemente negarse a revelar lo que estaba pasando o intentar ocultarse de todo.

—Disculpe por lo que dije.
—No es necesario que se disculpe, entiendo lo que está pasando. Pero si es necesario que tenga en cuenta lo que le dije y la ayuda que podemos brindarle.
—Se lo agradezco mucho, Pero no creo que sea suficiente solo con un número, tal vez necesitemos más ayuda, y definitivamente tengo que hacer algunas llamadas.


2


Esperaba que le contestara su padre al momento de decir la noticia, pero el destino quiso que contestara su madre, lo que agregó un componente extra de nerviosismo a la llamada; lo sorprendente es que su madre se mostró increíblemente tranquila al escuchar de sus labios que Patricia había sufrido un accidente no mortal pero que estaba internada y en tratamiento, debido a lo cual era necesario que viajaran lo más pronto posible a la ciudad. Y por supuesto, de alguna manera, escuchar esa tranquilidad de parte de ella la hizo sentir aún más preocupada, pero ante la adversidad estaba decidida a controlar las lágrimas, al menos mientras tuviera que hacer algún trámite o estar en presencia de quien fuera parte de la familia.

—Mamá, papá…

Tan básica y elemental, la reacción más genuina al verlos traspasar la puerta de la urgencia, igual como cuando era niña y estaba enferma en el colegio y la iban a buscar. Pero se había convencido de mantener una actitud serena y sabía que si lo lograba con ellos, no tendría más de qué ocuparse mientras tanto.

—Matilde, hija.

Su madre era Doña Rosario Mendoza, y a pesar de la edad que rondaba los setenta, se mantenía impresionante, alta, fuerte con su cabello cano peinado hacia atrás y arriba con las peinetas de carey heredadas de su abuela y la  mirada serena y fija al frente; y su padre, Don Benjamín Andrade, elegante hasta en su tenida más sencilla, ahora de impecable traje azul ultramarino, increíble que pareciera tanto un político asentado cuando se definía a sí mismo como un campesino de origen y término. Ambos llevaban juntos más tiempo del que eran capaces de explicar, se amaban profundamente y juntos habían enfrentado los avatares del destino con mayor éxito que fracaso, a pesar de lo cual sabían muy bien lo que era vivir dificultades. Mientras su madre se acercaba abriendo los brazos Matilde no vio una sola huella de lágrimas en sus ojos.

—Hija.

El abrazo de su madre fue tan cálido que sintió automáticamente deseos de llorar, pero se contuvo exigiéndose mantener la calma aún con semejante punto en contra; su padre, se dio cuenta en ese momento, se mantenía muy rígido junto a ellas.

 — ¿Qué dijo el doctor?
—Patricia está estable, pero tendrá que estar en tratamiento por las quemaduras.
— ¿Podemos verla?
—En éste momento no, pero el doctor Acacios dijo que en una hora más despertaría de los sedantes y podríamos verla.

Su padre asintió.

—Eso nos deja una hora disponible para que nos pongas al día hija. Necesito escuchar lo que pasó de ti.

Dos horas quince minutos más tarde, Matilde había puesto al corriente a sus padres de lo que había ocurrido durante la mañana, y el doctor hecho lo propio con respecto a las consecuencias del accidente en Patricia y cómo las quemaduras afectarían su cuerpo en el futuro. Ambos se mostraron evidentemente interesados en saber detalles de los tratamientos complementarios a seguir y como podían prestar ayuda ya fuera de manera presencial o a la distancia, tomando nota de todo lo que les pareciera necesario; luego fueron a la habitación donde estaba Patricia, pero por desgracia la actitud de ésta fue la misma que cuando Matilde la vio en primer lugar y se mostró silenciosa e inmóvil.
Pero ni eso mermó el espíritu de ambos padres.
De vuelta en la cafetería y tras la despedida de Soraya y Eliana, los tres al fin estuvieron solos y con algún tipo de libertad para hablar con más confianza, momento que la joven aprovechó para hacer algunas preguntas que tenía atragantadas.

— ¿Sabían lo del accidente desde antes que los llamara?

Su padre le dedicó una mirada que ella recordaba como condescendiente cuando, en la época del colegio, ella trataba de decir alguna excusa por problemas en las calificaciones.

—Nos enteramos cuando tú nos dijiste hija.
—Pero están increíblemente tranquilos —dijo ella a modo de protesta—, estuve tratando de reunir fuerzas para hablar con ustedes desde que sucedió el accidente porque temía que tuvieran una mala reacción y yo no estuviera cerca en ese momento, incluso traté de decírtelo cuando me llamaste papá, pero no fui capaz, y ahora parecen tan…
— ¿Poco sorprendidos? —intervino su madre con una leve inclinación de cabeza— ¿Crees que no he estado sufriendo desde el primer segundo en que Benjamín me dijo lo que estaba pasando, incluso desde que vi su expresión al teléfono?
—No quise decir eso…
—¿Crees que no nos preocupamos por ustedes en la hacienda mientras cada una hace su vida aquí en la ciudad cuando todos los días escuchamos noticias de robos y choques o accidentes?

Si bien no era una crítica, seguramente ambos estaban molestos y angustiados por lo que sucediera en esos momentos. Matilde levantó las manos en gesto de defensa.

—No estoy criticándolos mamá por favor, solo digo que es extraño verlos así, pensé que sería diferente, no creas que esto es un lecho de rosas para mí.
—Por supuesto que no —replicó su madre enérgicamente—, pero no es necesario que seas presuntuosa creyendo que por vivir en el campo o por ser mayores no tenemos alguna idea de las cosas que pasan en el mundo o que tienes que protegernos de las cosas indebidas.
— ¿Qué estás diciendo?
—Lo que escuchaste —dijo su madre con auténtico enfado—, ni tú ni tu hermana tienen el derecho de pensar que deben protegernos de ustedes mismas ni mucho menos de mantenernos aislados ¿crees que no me di cuenta todo lo que esperaste para decirnos?

La discusión se estaba volviendo exactamente el tipo de reprimenda que ambas habían pasado en ocasiones anteriores cuando esperaban mantener a sus padres fuera de sus vidas para poder construirlas, Matilde por los episodios de violencia en la secundaria, Patricia por su fallido matrimonio.

—Te dije que estaba angustiada, no sabía cómo decirles lo que había pasado, además en un primer momento ni siquiera sabía qué era lo que iba a suceder.
—Eso no cambia tu actitud Matilde —sentenció su madre con energía—, nos dejaste fuera, igual que en otras ocasiones.

Su padre intervino con más calma en la voz pero el mismo tipo de comentario hacia ellas.

—Hija, sabemos muy bien que no podemos protegerlas de todo lo que ocurre en el mundo ni tenerlas aisladas, pero lo que tú y tu hermana hacen desde hace años es aislarnos a nosotros, y sabes que es incorrecto; cuando tu madre tuvo el pre infarto las llamé de inmediato, y no fue para que se hicieran cargo, sino para que lo supieran desde el principio ¿Por qué creen que no deben hacer lo mismo con nosotros? Antes que ustedes nacieran pasamos por muchas dificultades, sabes que cuando se quemó la casa grande estuvimos a punto de perder la hacienda.

Matilde se puso de pie.

—Papá, esto es absurdo, nos estamos desviando completamente del tema.
—No, no es así. Siéntate por favor.

No habló hasta que ella lo hizo. Luego siguió hablando ante la atenta compañía de su esposa.

—Somos de otra época, cuando éramos jóvenes la gente no se iba de sus casas al salir de la secundaria ni tenía otros planes que formar una familia y tener hijos, pero a pesar de eso, entendimos que nuestras dos hijas habían nacido en un tiempo distinto, y tengo que decir que tu madre fue quien estuvo día tras día diciendo eso, haciendo que éste campesino entendiera que vivíamos en un mundo donde cada persona, y sobre todo las mujeres, tenían la oportunidad de hacer lo que quisieran, desarrollarse como personas y cumplir con los objetivos que quisieran.
—Papá…
—Cuando Patricia se separó de ese inútil que escogió por marido —siguió él sin detenerse—, me sucedió lo mismo que cuando descubrimos que tú estabas siendo agredida en la secundaria, sentí que estábamos cometiendo un error al dejar que siguieran sus instintos y se defendieran por sí mismas, pero aun así seguimos adelante, sabiendo que podía ser solo un traspié en el camino, y con el tiempo ambas demostraron que podían no sólo hacerse cargo de sí mismas, sino que también ser mujeres completas y exitosas, Patricia entró a la policía y se convirtió en una oficial muy destacada, y tú sacaste la carrera con honores mientras trabajabas para pagar tus propios gastos. No tienen que demostrarnos nada, es absurdo que quieran seguir intentando ser mujeres perfectas y que no necesitan de nada ni de nadie; las amamos y las necesitamos, y sería bueno que ustedes hicieran lo mismo y demostraran un poco de sensatez, ser honestas y reconocer que también puedes ser frágiles, eso es parte de la fortaleza de una persona madura.

Resultaba increíble como los padres conseguían convertir cualquier situación en una oportunidad de dar algún tipo de lección, y en ese caso hacer un esfuerzo por enseñarle algo que resultaba tan abrumador como sencillo: el equilibrio entre lo propio y lo compartido, o dicho de otra manera, entre la independencia y la necesidad de los seres queridos. Y tenían tanta razón que se sintió descorazonada.

—Tienes razón papá,  tú también mamá.
—No tienes que decirlo, tienes que sentirlo —dijo su padre—, escucha, en éste momento, sobre todo ahora que Patricia está pasando por éste trance tan difícil, necesitamos ser una familia, ayudarnos mutuamente y confiar los unos en los otros, no tratar de hacer todo por nuestra cuenta.

Matilde iba a decir algo más mientras asentía, pero en ese instante las imágenes que estaban siendo emitidas en la televisión de la cafetería llamaron poderosamente su atención. Nuevamente esa mujer.

—Matilde ¿qué pasa?

En la pantalla del televisor estaba Miranda Arévalo, la modelo que sólo un par de horas antes estaba en el suelo frente a ella llorando por completo descompensada ¿Delirios de una niña rica? A veces decían que la gente que lo tiene todo puede pasar por desequilibrios que no vivía el resto de la gente. Y era tan excepcionalmente hermosa que nada parecía afectar su apariencia, qué diferente ella del caso de su hermana donde hacía solo unos momentos le informaban que tendría que pasar por un largo tratamiento sin siquiera tener éxito asegurado.

—No pasa nada papá, es solo que… escuchen, entiendo perfectamente lo que me están diciendo, y siento que tienen razón, fue incorrecto dejarlos fuera de esto y quiero remediarlo, pero tienen que entender que es complicado de la noche a la mañana. Ayudémonos entre todos, ayudemos a Patricia y estoy segura de que podremos salir adelante.


3


Unos minutos más tarde las buenas expectativas estaban diluyéndose en la habitación donde había sido trasladada Patricia. La mujer ya estaba despierta en la camilla, pero si Matilde se había preocupado por el silencio anterior, escuchar nuevamente la voz de su hermana resultaba muchísimo más preocupante.


—Voy a dejar el cuerpo de policía.

Matilde pudo percibir como su padre fruncía el ceño a su lado; su madre ahogó un suspiro.

— ¿Por qué quieres hacer eso, es por el tratamiento?

Patricia hablaba en voz baja debido a un rastro de los sedantes que le administraran anteriormente, pero además porque estaba enfrentando una decisión muy difícil.

—No Matilde, no es por el tratamiento, es por lo que estás viendo en éste momento.
—Patricia, el doctor dijo que tenemos que empezar con el tratamiento lo más pronto posible y sé que es difícil pero juntos…
—Matilde, Matilde —la interrumpió con algo más de fuerza—, no trates de hacer ningún acto de convencimiento conmigo, tengo más experiencia que tú en eso. No voy a dejar el cuerpo de policía por el tratamiento, es por lo que el tratamiento no puede arreglar; escuché lo que dijeron mientras me analizaban y sé que no voy a quedar como antes.

La persona puede comenzar a percibirse a sí misma de una manera distinta, se ve enfrentada a una situación en que le es arrebatado todo lo que ve de su persona. Algo así le había dicho el doctor, por Dios que iba a necesitar el apoyo de un sicólogo.

—Aún es muy pronto para decir eso, escucha…
—No, escucha tú.
—Hija —interrumpió su madre a ambas—, no te encierres, queremos ayudarte, estamos aquí para eso.
—Y yo se los agradezco mamá —replicó sinceramente—, pero dejar la policía no tiene que ver con esto, se trata de mí. Siempre pensé, qué tonta, que si algún día dejaba la policía, sería de vieja, llena de achaques y con una jubilación, o porque me mataran en algún operativo.

Su padre habló con la garganta seca por la emoción que le producía frecuentemente hablar de la institución a la que pertenecía su hija y lo que sea que hiciera ella allí, pero no solo se trataba de eso, también tenía que ver con el accidente y ver tan delicada a su hija; no por no verlo llorar quería decir que no estuviera sufriendo.

—No digas eso hija, tienes que enterrarnos a tu madre y a mí.
—Pero eso es lo que pensaba que iba a pasar papá, son cosas que uno piensa del futuro a veces. Pero no así, mi futuro en el cuerpo de policía no va a ser así, no trabajando entre tanta gente, no voy a ser la policía quemada de la unidad ni la perra quemada en medio de un operativo.
—Patricia…
—Eso es lo que va a suceder si sigo, hay que ser sensato y entender cómo es que funcionan las cosas aquí; los policías son personas también, y expuestos a que cada cosa de su apariencia que pueda servirles a los delincuentes ¿Por qué creen que usamos uniforme, porqué los usan todas las instituciones? No solo es para representarnos, en nuestro caso también es para que nadie pueda identificarnos con tanta facilidad, para que al estar de franco no sea tan sencillo que un delincuente vengativo quiera hacer lo que él considera un ajuste de cuentas; pero no se trata de eso solamente, también tiene que ver con lo que no quiero recibir, y no quiero la lástima de nadie. De ninguna manera.



Próximo capítulo: Cuerpos imposibles

No traiciones a las hienas Capítulo 5: Por un trozo de papel



En el comienzo de su tercera noche como merodeador nocturno, Steve no tuvo necesidad de utilizar el traje que Carnagge le había entregado; encontrarse con Marcus había resultado ser un beneficio inesperado, sobre todo porque significaba para él una de las tres cosas buenas que había vivido en su infancia en Gotham: Marcus era, al igual que él, una versión adulta que ya se proyectaba cuando ambos eran amigos. Desde jóvenes resultaba simpático ante la gente, era avasallador y se hacía dueño de la situación con toda facilidad; le llamó mucho la atención que tan solo un rato después de haberse encontrado parecía como si jamás hubiesen dejado de tener contacto. Fueron a comer a un restaurant chino propiedad de un antiguo amigo de su familia, y en donde el propio Marcus y Steve se sintieron como en casa, coqueteando además con la hermosa camarera que los había atendido; después de eso fueron hacia uno de los barrios nocturnos de Gotham, en donde pasaron un par de horas aparentando divertirse pero haciendo una serie de preguntas importantes. El hecho de ser parte del negocio hacía que  Marcus pudiera hablar con las personas indicadas y hacer las preguntas correctas sin llegar por ello a llamar la atención; con el paso del tiempo Steve notó que tras la máscara de amabilidad y diversión, su amigo estaba preocupado. Casi daban las 3 de la mañana cuando salieron de un centro nocturno y continuaron caminando de forma distendida, aunque hablando en voz baja.

—Hasta ahora lo que tenemos es lo siguiente: ese sujeto llamado El amuleto trabajaba para Kronenberg haciendo algunos negocios menores y asegurando que las calles estuvieran despejadas para que el viejo pudiera realizar cualquier tipo de tráfico sin molestias por parte de los vecinos.
—Es un buen punto de partida —dijo Steve Como si no supiera nada de eso.
—La sensación que tengo —dijo Marcus—, es que ese tipo al que le decían El amuleto era de la clase de sujeto que jamás se niega a querer ser alguien grande.
—No te entiendo.
—Mira, en la vida nocturna no hay muchas clases de personas —explicó el otro con tono ausente—, los que trabajan de noche son básicamente siempre los mismos: Primero estamos los tipos como yo que queremos hacer dinero y nos gusta divertirnos, también están los ambiciosos que jamás tienen suficiente, los que se prostituyen ya sean hombres o mujeres, como una forma de sacar provecho de lo que de todas maneras harían gratis, los que hacen su trabajo, que son los que menos duran en esto, y los que son mediocres pero no se dan cuenta de ello ¿te acuerdas cuando estábamos primaria ese sujeto insignificante que se llamaba Peter Danfish?
—Vagamente.
—Siempre andaba detrás de alguien que fuera más fuerte e inteligente y trataba de imitarlo o competir.
—El que cayó en la broma de los globos.
—Exacto. Estas personas son capaces de seguir órdenes, pueden ser muy meticulosos en el trabajo que les encargues, pero su problema es que siempre están tratando de hacer algo más allá; si les dices que corran un kilómetro tratarán de correr dos, pero no pueden hacerlo. Viven a punta de frustraciones, siempre conformándose con lo que les queda o lo que les dejan, porque no importa cuánto tratan de demostrarse a sí mismos o a los demás, jamás aceptan que no pueden.

Steve había conocido algunas personas así en la universidad y también en el tiempo en que había estado trabajando para la compañía: ejecutivos que procuraban vestirse lo mejor posible, rendir de la mejor manera, pero que a la hora de presentar proyectos o ideas nuevas no tenían mucho que ofrecer y lo disfrazaban con tecnicismos y florituras que se desarmaban después de escarbar tan sólo un poco. Siempre terminaban siendo bastante patéticos, pero nunca le habían parecido amenazantes.

—Eso es porque tú no te desenvuelves en el mismo mundo que yo —comentó su amigo restándole importancia al asunto—, en tu ambiente un sujeto frustrado puede tratar de hacer un negocio y tener una idea que ya se le ocurrió a alguien 20 años atrás, pero en mi mundo las cosas pueden ser más extremas; un amigo tuvo un problema con un sujeto como ese, el tipo era un buen guardia pero insistía en ser jefe de seguridad aunque no tenía cerebro para hacerlo, el resultado es que un día que mi amigo se ausentó el tipo ideó un plan para librarse del jefe y quedarse a cargo. Durante la jornada se le pasaron unas adolescentes y justo ese día apareció un oficial de policía: les cursaron una multa, y este hombre en vez de asumir la culpa, quiso inventar una serie de excusas y al final se fue en contra del jefe de seguridad oficial.

Era sorprendente como todo eso coincidía con lo que Carnagge le había dicho acerca de ese hombre; por suerte la información más relevante al respecto era lo primero que había averiguado.

—Entonces crees que lo mataron por eso.
—Es obvio que lo mataron por eso —replicó el otro—. Pero lo importante es que sabemos ya con cuántas personas trabajaba, si este tipo es responsable de la agresión a tu padre lo más probable es que sea porque quiso hacerse cargo el mismo de las tareas de vigilancia o chantaje, no lo sé, dijiste que tu padre no había hecho la denuncia.
—No claro que no.
—Teniendo la empresa de la que me hablaste, lo que se me ocurre es que tal como lo supusiste, el ataque no fue casual; tal vez tu padre los descubrió en algo y este sujeto, en vez de ofrecerle dinero o amenazarlo lo atacó de inmediato.
—Disculpa pero no entiendo cómo es que eso se relaciona con su muerte.
—Fue un estúpido hombre —replicó el otro—; cuando los delincuentes quieren mantener alguna zona despejada no quieren llamar la atención. No todos son El Joker. Si de pronto alguien comete un ataque de esa magnitud la policía puede comenzar a rondar por ahí, quizás simplemente el sujeto estaba haciendo algo que no correspondía a su trabajo y alguno de sus subordinados decidió aprovechar la circunstancia para decirle a Kronenberg que estaba fuera de control, espera.

Se interrumpió un momento para contestar una llamada; Steve no podía estar más agradecido de la información que estaba consiguiendo ahí, tal vez podría lograr muy pronto encontrar a los secuaces fugitivos.

— ¿Recuerdas a la pelirroja del bar El muérdago? —dijo Marcos guardando el celular en su chaqueta—, creo que tiene información para mí.
—Excelente.
—Sí, pero sabes… creo que voy a poder convencerla mejor solo.

Ambos se rieron ante el mensaje implícito en esas palabras.

—Está bien, yo entiendo —comentó Steve—, no sabes cuánto te agradezco que te sacrifiques por mí.

El otro comenzó a alejarse con una gran sonrisa.

— ¿Para que están los amigos? Te llamo en la mañana.

Steve continuó su camino solo y le divirtió pensar que estaba muy cerca de una zona en la que se había divertido mucho cuando niño; instado por esta idea y la perspectiva de conseguir más información gracias a Marcus, se animó a pasar por una de las escasas zonas de Gotham que le traían buenos recuerdos. Unos minutos más tarde se encontraba en una plaza oculta entre dos edificios de oficinas y la parte trasera de una de las dependencias de la biblioteca pública: se trataba de una plazuela minúscula, con una pequeña fuente de piedra en desuso en el centro, un camino circular de piedra y arbustos alrededor, y un solitario columpio pendiendo de un par de postes metálicos.

—Miranda.

Durante un momento no pudo salir de su asombro; había empezado a refrescar esa madrugada pero no hacía frío, cuando se dio cuenta de que la mujer que estaba sentada sobre el columpio, meciéndose de forma muy leve era alguien a quien conocía. Su postura sobre el columpio era desganada, tan inapropiada para ese lugar como estar muy abrigada cuando esa noche no hacía frío. Le sorprendió muchísimo también ver que casi no había cambiado en los últimos años. Al escuchar su nombre, la mujer levantó la vista; su expresión era una extraña mezcla de melancolía e intranquilidad, y a él le dio la inexplicable sensación de que ella llevaba mucho tiempo ahí.

—Steve Maori —dijo ella sin moverse de su lugar—, debo sentirme honrada de que me recuerdes.

Ese saludo fue un disparo hacia su buen estado de ánimo. Miranda era uno de sus escasos buenos recuerdos de la infancia en Gotham; viéndolo en retrospectiva resultaba extraño que alguien como él se hubiera fijado en la muchacha común y no en una de las populares, pero lo cierto era que ante sus ojos, ella era fuerte y decidida, una joven que no se dejaba intimidar por nadie y que al mismo tiempo podía ver en alguien como él las cosas que el resto se esforzaban en ignorar. No habían conversado mucho, sin embargo recordaba con especial intensidad una discusión que habían tenido luego de que él le gastara una broma a uno de los debiluchos del curso: la muchacha no había hecho un escándalo ni se había arrojado a llorar, sino que lo confrontó con argumentos y con decisión. Cuando al final él se aburrió de la discusión se había apartado, pero la siguió hasta esa plaza, en dónde la había visto mecerse en el columpio con tal libertad y alegría que en vez de servirle como una excusa para burlarse, lo había impresionado por su fuerza  y capacidad de vivir a su manera.

—También me da gusto verte.

Ella lo miró de una forma enigmática.

— ¿Qué haces aquí? Siempre tuve la impresión de que jamás volverías a Gotham.

Al menos no se iba a producir un incómodo silencio.

— ¿Y qué me dices de ti? —replicó él con una sonrisa encantadora—, según recuerdo ibas a ser algo así como un doctorado en ciencias forenses o algo para lo que se requería muchísimo cerebro y que por supuesto te iba a obligar a salir de esta ciudad.

La mujer no respondió durante unos momentos, mientras su vista permanecía perdida entre un punto indeterminado, entre él y el cielo.

—Sí bueno, lo cierto es que no estoy viviendo en esta ciudad.
—Entonces tenemos algo en común ¿estás de paseo?
—Tú pareces estar de paseo, por lo visto tu noche ha sido muy agitada.

Steve soltó una risa cristalina.

—He estado deambulando por algunos bares durante la noche, pero lo mejor que he visto hasta ahora está frente a mis ojos.

Miranda se puso de pie resueltamente y lo enfrentó.

—No es gracioso, no soy una chica común de las que seguramente estás acostumbrado a conocer.

Siempre esa intensidad, esa tenacidad para expresarse, nunca permitir que alguien la dejara de menos.

—Miranda, no quiero discutir —comentó con su sonrisa más sincera—, nunca fuimos enemigos en la primaria y eres uno de los mejores recuerdos que tengo de mi época aquí; no estoy tratando de seducirte, no hables como si supieras todo de mí.

En ese momento fue ella quién soltó una risita, pero en su caso fue algo con un toque más sarcástico.

—Steve las personas no cambian, sólo crecen; la última vez que nos vimos en la secundaria teníamos 14 años y desde entonces ya estabas acostumbrado a ser el chico guapo y popular, el que iba a estudiar en las universidades más costosas y tener un empleo de vanguardia; el que iba a estar rodeado de supermodelos en su gran departamento, y tú lo acabas de decir, yo quería estudiar en un campo de la ciencia, algo que fuera un desafío a mi intelecto y mi capacidad de desarrollo, siempre lo supe y quizás por eso es que de alguna manera te enfrenté.

Las hojas de los arbustos en esa plaza no se veían tan verdes y lozanas como en esos años; algo se había perdido para siempre entre ellos, tal vez la capacidad de ignorar las cosas que los hacían diferentes.

—Está bien, lo admito. Lo que no puedo comprender es esa actitud de constante rechazo, siendo tú y yo tenemos muchas cosas en común; desde que éramos adolescentes supe que ambos ambicionábamos el éxito, que no queríamos conformarnos con algo mediocre ni con la única esperanza que quedara.
—No es el qué, es el cómo —respondió ella—. Tú eres del tipo de hombre que quiere salir adelante sin importarle el resto, mientras que yo… a veces me siento tan estúpida hablando estas cosas.

Sucedió un silencio extraño e incómodo entre ambos; parecía increíble que una discusión de hace 10 años pudiese continuar casi desde el mismo punto en donde había sido dejada; procurando no alterarse, el hombre se encogió ligeramente de hombros y habló en voz más baja, mirándola a los ojos.

—Desde que éramos niños y nos conocimos en la primaria, siempre admiré tu fuerza y la forma en que enfrentabas las cosas, por eso es que te respeté. Incluso en esa discusión que tuvimos fui sincero contigo; nunca te olvidé.

—Tampoco yo olvidé lo que sucedió —replicó ella con tono ausente—. Ahora dime qué es lo que haces ¿te encuentras con una ex compañera de estudios y quieres resolver una discusión infantil de hace más de 10 años?

Steve sintió que era el momento preciso para decir lo que había estado ocultando.

—No, lo que estoy haciendo es… escucha, vine a Gotham porque mis padres están pasando por una situación muy difícil.

La mirada de la mujer se fijó en la de él, incrédula.

—Tu madre siempre dijo que habías ido a estudiar a Atlanta, y que te comunicadas con ellos y les mandabas postales. No me preguntes por qué, pero nunca le creí; en esos años estabas tan enojado Y de cierta manera tenías tantas ganas de salir de esta ciudad que pensé que te habías largado para nunca volver.
—Eso fue lo que hice —respondió él—, mis padres no quisieron apoyarme en mis sueños, así que salí de aquí para cumplirlos solo. Pero al final hay cosas de las que siempre te acuerdas.

Después de una pausa, ella concedió algo de verdad en sus palabras y asintió, regalándole una media sonrisa.

—Quisiera pensar que me equivoqué contigo, que toda esa apariencia y esas formas avasalladoras que tienes no es el real. No sé por qué te estoy diciendo esto.
—Por la misma razón que yo estoy hablando contigo, escucha, todo esto es muy extraño y acabamos de encontrarnos por accidente ¿Qué te parece si nos vemos de nuevo mañana, con la mente despejada y hablamos de lo que hemos hecho en estos años? estoy seguro de que podemos llegar a entendernos.
—Sí. Supongo que podemos intentarlo.

Acordaron encontrarse la tarde siguiente en el restaurant El retorno; Steve se fue a la casa con una agradable sensación entre manos, de pronto había acariciado la idea de salir de esa ciudad con el capital que le pertenecía, y además con la compañía de una mujer que no fuera como cualquier otra. De alguna manera sintió que desde siempre habían tenido en común un deseo de superación distinto al resto, sólo que ella se detenía a sí misma por absurdos preceptos morales.
Después de dormir algunas horas se dio una ducha y dedicó algo de tiempo  a analizar la nota que habían dejado en la casa el día anterior; mientras su padre siguiera inconsciente no podía resolver ni conocer más información desde ese lado, pero esa nota tenía que servirle de algo.
Se comunicó con Doug, el muchacho a quien pretendía utilizar para conseguir información, y se reunió con él a la hora de almuerzo en un restaurante de comida rápida. Decirle que escogiera lo que quisiera fue como abrir las puertas del cielo, y los primeros 15 minutos fueron en silencio hasta que el joven se cansó de comer a toda velocidad y Steve pudo conversar con él; lo que tenía sobre El amuleto era aproximadamente lo mismo que él sabía y que había averiguado Marcus.

— ¿Sabes algo? todo esto está delicioso —dijo el muchacho tomando otros sorbo de gaseosa—, pero no he averiguado nada más que lo que te dije.
—De todas maneras necesito que sigas averiguando lo que puedas de la vida de ese tipo.
—No es que tenga mucha vida como para poder preguntar ¿o sí?

El muchacho siguió riendo de su chiste, mientras Steve se preguntaba si sería bueno seguir esa vía de investigación cuando a través de su amigo y sin necesidad de pagar por ello podía averiguar también muchas cosas.

—Espera, hay algo que se me había pasado por alto.
— ¿De qué se trata?
—Me dijiste que querías saber cosas sobre la vida de este tipo ¿no es así? Pues cuando descubrí que estaba muerto me puse a pensar en que no había mucho más que pudieras hacer, pero a ustedes los escritores les gustan las historias sórdidas ¿verdad?
—Continúa.
—Pues mira, fui a hacer algunas averiguaciones, me metí en la morgue y descubrí algo que puede ser interesante.
—No le des más vueltas y dime de qué se trata.
—Está bien, está bien. Mira, conseguí ganarme la confianza de una persona que trabaja en el depósito de desechos de la morgue, y entre una cosa y otra me dijo que habían recibido un caso muy particular, un ahogado ¿sabes? Y me dijo que a ese ahogado le decían El amuleto, que era un delincuente y parece que cuando se enteran en la policía celebran cuando muere uno de ellos.

Resultaba un poco interesante que el muchacho pudiera investigar asuntos ocurridos en la morgue, pero como de todas maneras él ya sabía de qué forma había muerto el delincuente, eso no le prestaba utilidad.

—Resulta que no era un ahogado común ¿sabes? Se había muerto y todo, pero estaba congelado.
— ¿Qué quieres decir?
—Pues que no estaba simplemente helado por el agua; dicen que lo encontraron en un canal o en el lecho de un río, y que toda esa zona estaba congelada, el cuerpo era una paleta.

Steve se quedó sin palabras; si El amuleto había sido encontrado muerto un día después de la golpiza que su grupo le había dado a su padre, todavía existía la posibilidad de que estuviera al mando en ese atentado. Sin embargo, si hubiese sido congelado, hacía que todos los otros hechos inconexos tuvieran sentido: el trozo de papel dejado dentro de su casa, el perro muerto afuera de esta misma, el ataque a su padre y la propia muerte de El amuleto habían sido perpetrados por la misma persona, por eso es que parecía tan extraño que alguien mediocre y sin talento como él estuviste detrás de cualquier parte de esa maquinación. En este momento Steve comprendió que alguien más había utilizado a El amuleto, su conexión con Kronenberg y a su padre en su propio beneficio, es decir el delator no era algo tan simple como eso, era la mente escondida detrás de una trama mucho más compleja, y esa persona oculta aún entre las sombras todavía estaba consciente del peligro y se esforzaba por eliminar cualquier prueba posible.

—Escucha, lo que has conseguido hasta ahora es muy interesante y me va a servir para mi libro, pero yo también estuve haciendo mis averiguaciones y descubrí que ese tipo trabajaba con seis personas ¿crees que podrías averiguar quiénes son y dónde están?
—Sí, creo que sí.
—Entonces hazlo —dejó unos billetes sobre la mesa—, como puedes ver cumplo mis promesas, sigue investigando y verás más de estos.

Por la noche Steve fue al restaurant en donde había acordado encontrarse con Miranda. Por un momento tuvo la sensación de que no iba a llegar, sin embargo apareció en el recinto; Steve había ido preparado para la ocasión vistiendo un traje negro semi formal sin corbata, con una camisa de color púrpura bajo el saco. Ella entró a paso lento, buscándolo con la mirada perdida; nunca había sido especialmente voluptuosa, pero el vestido que llevaba en esos momentos, largo, con mangas largas, y escote cerrado de color negro con destellos resaltaba una delicada figura. Su cabello largo estaba recogido en un moño a la altura de la nuca, dejando el rostro despejado; se dio cuenta de que llevaba muy poco maquillaje, dando un poco de color oscuro a los párpados y un rojo pálido en los labios En los instantes previos a el encuentro de las miradas ella parecía desorientada o triste.

—Hola —dijo el acercándose a paso lento—, escucha, lamento que nos hayamos encontrado de esa manera ayer; durante estos años pensé muchas veces en que al volver a vernos sería distinto.
—Está bien. Supongo que es parte de nuestra naturaleza.

Mientras caminaban hacia la mesa que él había reservado, un hombre mayor vestido de forma muy elegante se acercó a saludarla.

—Miranda, qué gusto verte.
—Coronel Keyton siempre es un placer.

El hombre mayor de cabello cano soltó una risa que sonó casi como un bufido.

—Por favor niña, ya no soy un coronel a estas alturas, lo fui en el tiempo de tu abuelo.
—Lo siento —replicó ella sonriendo—, debe ser la fuerza de la costumbre.
—Sí, dicen que lo que nos enseñan las fuerzas armadas nunca se olvida.

¿Fuerzas armadas?

— ¿Quién es?
—Steve Maori, es un amigo. Te presento a un gran amigo de mi familia el señor Terence Keyton.

Se saludaron de manera formal mientras la mente de Steve trabajaba a toda velocidad.

—Supongo que debes estar muy contenta de tener algo de tiempo fuera de Afganistán, para visitar a tu familia y compartir con amigos.

Miranda se vio incómoda ante la declaración del hombre mayor, sin embargo se repuso en una milésima de segundo y asintió con sencillez.

—Sí, creo que sí; además siempre es un gusto ver que goza de tan buena salud.
—Eso es verdad, aún no me muero.

El hombre se despidió y salió del restaurante; las miradas de Steve y Miranda se cruzaron. Entonces ella estaba de visita de regreso en su hogar después de haber estado en Misión como parte del ejército. Dada la situación bélica en ese lado del mundo, era imposible que una científica hubiese estado allí.

—Así que eres un soldado.
—Escucha, yo…
—Supongo que no vas a creer —intervino con una gran sonrisa— que yo soy de la clase de hombre que se intimida ante una mujer que sabe manejar armas y ese tipo de cosas.
—No esperaba que lo supieras.
— ¿Por qué? No es alguna clase de Misión secreta ¿O sí?

La voz de ella lo negó, pero su actitud corporal lo negaba a pesar de que la joven quisiera evitarlo; era una soldado, no una científica, o quizás era ambos y estaba en Gotham por una misión.
Oh por Dios.
La forma en la que estaba vestida la madrugada anterior le había parecido extraña porque no hacía frío. El vestido que llevaba en esos momentos era elegante, pero tenía algo en común con esa tenida casual: llevaba cubierto el pecho y los brazos.
Oh por Dios.

—Miranda…

Se acercó a ella y puso su mano en el brazo izquierdo, aplicando un poco de presión; ella se retiró, conteniendo una queja.
Oh por Dios.
No tenía frío en la madrugada, ni estaba usando ese vestido con mangas por casualidad, sino porque estaba cubriendo las heridas. Debió haber reconocido el suéter oscuro con cuello de tortuga que ella llevaba la madrugada anterior, debió suponer que una mujer de contextura delgada y no muy voluptuosa, con la cabeza y cara tapadas y ropa deportiva podría pasar por un hombre delgado. Debió reconocer los elegantes movimientos como los de una mujer que usaba la destreza en lugar de la fuerza bruta. Debió recordar que en primaria ella era por mucho la más destacada en todas las artes físicas de destreza.
¿Entonces eso significa que cuando vuelva a salir con el rostro cubierto, volveremos a pelear?

2

La salida que hizo esa noche fue en cierto modo un desafío; necesitaba encontrarse de nuevo con el adversario de esa pelea, necesitaba saber si la mujer con la que había tenido una cena desastrosa poco antes era la misma que también se cubría el rostro para enfrentar a desconocidos. Después de llegar a las conclusiones a su encuentro con Miranda, no había logrado concentrarse, y ella misma no se mostró interesada, y en todo momento ausente y cabizbaja ¿sabría en realidad quién era él?
Todo era una maraña en esos momentos ¿cómo podía adivinar algo como eso? Se sentía traicionado, con ganas de tomar a esa mujer por los hombros y exigirle que le dijera la verdad, que le explicara por qué lo había seguido esa noche, por qué la pelea, y qué era lo que quería lograr o demostrarse. Como si fuera un llamado, después de deambular por calles y tejados durante un par de horas, se encontró a cierta distancia con unos traficantes que se repartían el botín de algún desgraciado, y decidió intervenir para ver si tentaba a la suerte.

—Pero miren quién está aquí, parece que hay otro loco justiciero en esta maldita ciudad —exclamó uno de ellos sacando del cinto del pantalón un cuchillo—. ¿Qué es lo que haces tú, arrojas mariposas?

Steve no estaba de ánimos para escuchar comentarios sarcásticos, de modo que se lanzó con todo en contra de los tres sujetos. Derribó a uno de ellos con una patada, empujó al segundo y se dedicó por un momento al bocón del cuchillo; confirmó las cualidades del traje cuando un corte resbaló en el brazo, y aprovechó la cercanía para arrojarse con toda su fuerza contra él; cayeron enzarzados en una pelea cuerpo a cuerpo, donde la defensa física le daba la ventaja a Steve. Uno de los otros asestó una patada en la parte trasera de la cabeza, y aunque no causó mayor daño, dio tiempo suficiente para que el que estaba bajo él lo empujara contra la pared del edificio contiguo; el impacto lo llenó de adrenalina, se levantó y con un giro se puso de pie, adoptando posición de boxeo, con la que pudo deshacerse de forma eficiente de uno, y luego del otro. Con los tres tipos en el suelo, se tomó un momento para absorber la adrenalina y llenarse de ella, como si de una droga se tratase. Levantó la vista al cielo, y vio una sombra pasar.
Era una nave, pequeña y veloz, que como una ráfaga de silencio había pasado sobre los edificios.

— ¿Acaso al fin te encontré, murciélago?



Próximo capítulo: El sonido de una explosión

Por ti, eternamente Capítulo 25: Rumbo a la verdad



El tiempo que había estado inconsciente comenzaba a hacerse evidente en distintos niveles cuando Víctor retomó su huida. Mientras caminaba por el bosque, tratando de no perder de vista los arboles marcados por Tomás, mantenía en sus brazos a Ariel, que lo miraba muy fijamente igual que antes, algo que a diferencia de su cuerpo, no había cambiado. Era evidente que estaba más delgado si eso era posible, y se le hacía difícil avanzar entre la maleza, básicamente porque tenía los miembros adoloridos por la quietud, además de las heridas de las que le hablara Tomás.

—Vamos bebé, vamos a viajar en tren.

Tener a Ariel en sus brazos le daba una nueva tranquilidad, resultaba reconfortante saber que se encontraba bien, y que también podía aún cumplir con lo que había prometido. Por otro lado sentía mucha preocupación por Tomás, pero la decisión de él y la forma de instarlo a continuar, junto con la fe que le demostró, lo alentaron a seguir adelante, además que no podía perder todo ese esfuerzo.
Después de varios minutos de caminar luchando por no perder el camino, vio que los árboles comenzaban a espaciarse, dejando algo más de espacio para la maleza, lo que indicaba que estaba acercándose a la línea del tren, aunque al no escuchar nada pensó que todavía le faltaba para llegar.
Pero un movimiento a corta distancia lo hizo detenerse.

— ¿Que...?

Murmuró una inquietud en voz baja, pero antes que pudiera identificar bien de que se trataba, a su derecha aparecieron dos personas.

— ¡Víctor!

Los reconoció de inmediato, eran los periodistas que lo habían acompañado antes del choque. Se quedó estúpidamente inmóvil al verlos, pero ella se abalanzó sobre él y lo estrechó entre sus brazos, explotando en emoción.

— ¡Estás vivo, estás vivo, lo sabía!

Álvaro sonrió con total sinceridad al ver la escena. Era un milagro.

—Esto no puedo creerlo...
—Estás vivo, los dos lo están... Álvaro, te dije que podíamos encontrarlos...

Se separó de Víctor, que aún no salía de su asombro.

—Ustedes... ¿qué hacen aquí? ¿Cómo me encontraron?
—Por accidente —intervino Álvaro—, pero todo es culpa de ella, estaba obsesionada con encontrarte.

Se miraron un momento en silencio. Era extraño verlos de nuevo, pero más extraño era verlos y no sentir desconfianza alguna ¿qué significaba?

—Pero no entiendo nada, no entiendo que hacen aquí, pensé que estaban muertos.
—Nosotros pensamos lo mismo de ustedes —dijo ella—, pero con el paso de los días entendimos que estaban bien.

Siguieron caminando.

—Víctor, nosotros estábamos equivocados, y tendríamos que haberte ayudado más, publicar tu historia, pero el accidente lo complicó todo.
— ¿Qué quieres decir con accidente?
—Lo del choque, acabas de mencionarlo, debes recordarlo.
—Por supuesto que lo recuerdo —replicó con lentitud—, pero eso no fue un accidente, fue intencional.

Se detuvieron otra vez; Álvaro tragó saliva.

— ¿Qué quieres decir?
—Estaba lejos pero no tanto, y yo lo vi. Ese auto blanco estaba ahí, estaba junto al vehículo que los chocó a ustedes ¿cómo no iban a verlo?
—Estábamos ocupados de ti. Víctor, el auto blanco...nosotros habíamos visto a esos hombres, estuvieron siguiéndonos, también amenazaron a Romina.
— ¿Pero por qué no se lo dijeron a la policía?
—Porque poco después uno de ellos apareció muerto de un disparo, según los informes eres el único sospechoso de ese crimen.

La reacción del joven fue mucho menos dramática de lo que en realidad sentía, básicamente porque no tenía energías de sobra como para eso.

— ¡Yo no hice eso! Cuando vi el choque me asusté, solo quería escapar de ellos, pero me alcanzaron y me quitaron a Ariel; luché con ellos, es verdad, pero no maté a ninguno, es absurdo. Además ni siquiera sé cómo manejar un arma.

Álvaro lo miró sonriendo; él también empezaba a creer.

—No tienes que darnos explicaciones —señaló a Romina—, hay muchas personas que creen en ti, y en cierta manera te lo debemos. Te debemos la oportunidad de decirle a todos cual es la verdad.

Víctor sintió que por segunda vez alguien estaba ayudándolo de verdad.

—No puedo creer que hayan hecho esto por mí, se los agradezco muchísimo.
—No lo agradezcas. ¿Pero dónde estuviste todo éste tiempo?
—Pasaron muchas cosas, pero no puedo quedarme, Armendáriz está cerca.

Los otros dos se espantaron de inmediato.

— ¿Qué dices?
—Es verdad, necesito alejarme.
—Debiste haberlo dicho antes, no podemos quedarnos aquí si él está cerca, escucha, tenemos el auto a poca distancia, vámonos ahora mismo.

Comenzaron a caminar más rápido hacia el lugar en donde estaba estacionado el automóvil, mientras seguían hablando de lo que había ocurrido hasta entonces.

—Escuchen, no quiero que se arriesguen, hay gente muy peligrosa metida en esto.
—Créeme que lo sabemos mejor que tú Víctor —replicó Romina—, después de todo lo que ha pasado es probable que estés menos informado que nosotros, pero afuera todo es un hervidero, la noticia es obligada en todos los medios de comunicación, e incluso la familia De la Torre tiene un equipo de abogados preparados para lo que sea. Pero no te preocupes, vamos a hacer algo para enfrentarlos: vas a salir en televisión.

Subieron al auto, aunque Víctor, si bien estaba superando la sorpresa inicial de encontrarse con ellos, aún no asimilaba que quisieran ayudarlo, y mucho menos una idea como esa.

— ¿Estás hablando en serio?
—Por supuesto que sí, si queremos que ésta locura funcione, lo único que podemos hacer es dar un golpe —respondió Álvaro reiniciando lentamente la marcha—, y tiene que ser grande. La vez anterior todo salió mal, terminamos hospitalizados, nos quitaron toda la información que teníamos sobre ti, y quedamos imposibilitados de utilizarla porque somos parte del proceso, así que ahora lo haremos bien. Tenemos una cámara profesional y conexión a internet, así que solo necesitamos que estés dispuesto a hablarle al país de lo que está sucediendo en realidad.

Víctor se acomodaba con el niño en sus brazos; su cuerpo gritaba por descanso y estar sentado le hacía bien.

—Por supuesto que estoy dispuesto. No sé qué decir, nunca creí que ustedes aparecieran a ayudarme.
—Tuvimos mucha suerte en realidad ¿Adónde ibas?
—A la estación de tren, necesito poner algo de distancia, pero la presencia de Armendáriz me preocupa.
—Ese policía es una molestia interminable, dicen que desde que desaparecieron se va a meter a la zona todos los días, y que esté en las cercanías significa que es verdad, tenemos que alejarnos ahora mismo.

Víctor no habló durante unos momentos, pensando en lo que pudiera estar pasando en la casa de Tomás.

2

Tomás estaba tranquilamente sentado en la sala de su cada mientras Armendáriz marcaba un numero en su celular.

—Marianne, soy yo. Llama a todos, encontré a Segovia.
— ¿Qué?
—No hay tiempo para explicarlo, pero tanto él como el niño están en las cercanías de la línea del tren rumbo a Elisa Monsalve. Envía un grupo ahora mismo en esa dirección, hay que cortarles el paso antes que tome distancia.

Cortó y se volteó hacia Tomás.

— ¿En qué dirección va Segovia?
—No lo sé.

Armendáriz se estaba cansando de las personas que simplemente miraban lo que pasaba a su alrededor; era casi un milagro que el niño estuviera vivo, pero no podía, bajo ningún concepto, seguir permitiendo esa situación.

—Usted lo mantuvo aquí en ésta casa durante todo éste tiempo, no me diga que no sabe nada de él o lo que pretende hacer.

El otro se puso de pie y lo enfrentó, mirándolo con severidad. Por un momento el policía se sintió en frente de su padre.

—Escuche, si me pregunta por el niño y por Víctor, ambos están bien, aunque no precisamente gracias a usted y su gente; si quiere saber adónde fueron, ese muchacho solo está tratando de proteger a su hijo, así que está buscando un lugar seguro.

El oficial frunció el ceño.

—Eso no tiene sentido y usted no es quien para decidir eso, la ley indica que la seguridad del menor es prioridad, Segovia se lo llevó sin autorización alguna y está siendo acusado de...
—No me repita lo que sale en las noticias, por favor —replicó el otro con firmeza—, usted está a cargo del caso ¿no puede ver más allá de lo que dicen de él? ¿No puede pensar que tal vez son ustedes los que están equivocados?
—Esto no se trata de quien está equivocado, se trata de cumplir con mi deber, de que usted cumpliera con su deber de ciudadano, usted tendría que haber llamado a las autoridades en vez de encubrirlo, la principal facultad de éste tipo de perturbaciones mentales es que quienes las tienen consiguen que la gente les crean ¿cuántas personas hasta ahora piensa que me han dicho lo mismo?
—Ese no es el punto, Víctor no es un enfermo mental, ¿acaso se ha tomado la molestia de preguntarse qué pasaría si él tuviera la razón?

Armendáriz lo esposó a una barra en la chimenea.

—No voy a seguir discutiendo con usted. Ruegue que al menor no le pase nada grave, porque usted será responsable en eso.

Volteó para salir, pero Tomás aún no terminaba.

—Abra los ojos, oficial. Tiene que abrir los ojos antes que sea demasiado tarde.

3

Víctor jugueteaba distraídamente con la pequeña etiqueta bordada que Tomás había encontrado entre la ropa de Ariel, mientras el pequeño reposaba con los ojos entrecerrados, mecido por el movimiento del auto entre la tierra y maleza; llevaban varios minutos de viaje, después de decidir alejarse de la estación de tren y avanzar más hacia el sur, a un sitio menos evidente según donde se habían encontrado.

—Así fue como la noticia siguió creciendo —comentó Romina—, después a nadie parecía quedarle duda de que tú hubieras cometido secuestro y asesinato, además de que Fernando de la Torre o alguno de sus abogados están constantemente en tribunales.
—Es increíble hasta donde ha llegado todo.
—Pero como te dije —intervino Álvaro señalando a Romina—, hay gente que te quiere y te cree, un amigo tuyo hizo un foro de apoyo, y aunque al principio recibió muchos ataques, él siguió publicando, y hablando bien de ti, así como haciendo conjeturas de lo que pasa en realidad, y conforme pasa el tiempo se ha agregado más gente, distintas personas que también te apoyan. Ahora que salgamos al aire va a ser una bomba.
— ¡Cuidado!

Álvaro frenó al perder ligeramente el control del vehículo. Romina echó algunas maldiciones.

—Fíjate por donde vas por favor, esto ya nos ha pasado antes —protestó ella— ¿estás bien Víctor?
—Sí, no es nada, solo que se me cayó algo, es una etiqueta de Magdalena.

La joven se volteó para revisar el suelo del auto.

—Espera, creo que la veo, dame un momento.
—Lo siento —se lamentó el periodista— mi culpa, mi culpa.
—No te pongas dramático, no pasa nada. Escucha, éste me parece un buen lugar, ¿por qué no lo hacemos ahora mismo?

Víctor miró por la ventana; el bosque de donde había salido estaba lejos, quizás si era suficiente.

—Sí, creo que tienes razón, parece un buen lugar.
—Excelente —dijo Álvaro más animado—, escuchen, esto es muy importante, necesitamos que funcione y si lo logramos, todo el país va a estar escuchándote dentro de muy poco.

4

Fernando de la Torre estaba hundido en el sillón de su escritorio, en medio de una oficina silenciosa y fría; Claudio entró con una bandeja con un humeante café.

—Le traje un café señor, creo que lo necesita ahora que están reparando la calefacción.
—Eres muy divertido cuando quieres —opinó el otro sin moverse—, mejor dime si tienes alguna novedad.

Claudio estaba internamente mucho más preocupado de lo que aparentaba; fallar en una misión tan sencilla como creyó que sería esa no solo era frustrante, sino que además causaba una serie de contratiempos.

—Tengo alguien tras una pista y siguiendo a las personas correctas, está claro que solo es cuestión de tiempo para que aparezcan y quiero estar listo para actuar.
—Ésta espera me enferma, sigo pensando en lo que podría pasar si realmente Segovia tiene alguna prueba en mi contra, algo que le haya pasado Magdalena.

Claudio respondió quitándole importancia, aunque en realidad sí le parecía muy relevante.

—Tranquilícese señor, en esto solo importa prestar atención a un asunto, y es como evitar que ese tipo tan molesto nos cause problemas. Hasta ahora todo está de su lado señor, las probabilidades de perder terreno son pocas, y para reducirlas a cero terminaré lo que comencé hace dieciocho días.



Próximo capítulo: A través de las cámaras

La última herida Capítulo 1: Desayuno y jarabe de fresa - Capítulo 2: Sin rostro

La última herida


Capítulo 1: Desayuno y jarabe de fresa


Un espacio puede ser tan agobiante como acogedor sin necesidad de cambiar nada de la estructura, todo depende de la mano que domine.
Esa expresión le pertenecía al profesor Acevedo del instituto, y Matilde la había aplicado a cabalidad en su departamento. Se trataba de un lugar compuesto por sala, cocina y el baño y la habitación por separado y que ella decoró de la manera más eficiente posible, con los muebles adecuados para que fuera funcional y las chucherías justas para darle un toque personal; aunque esa mañana de Jueves se había esforzado más, y aunque aún no daban las nueve, ya tenía agua a punto de hervir, flores en la diminuta mesa de la cocina y el pastel frío de frutas de la pastelería. Estaba revisando unos detalles cuando tocaron el timbre.

— ¡Hola!
— ¡Hermana!

Se dieron un efusivo abrazo; Matilde y su hermana Patricia eran muy unidas, y al mismo tiempo muy opuestas tanto en apariencia como en sus ocupaciones. Matilde era más bien delgada de rostro siempre sonrosado, facciones algo redondeadas en donde resaltaban sus ojos oscuros y el cabello lacio castaño, que llevaba más abajo de los hombros, mientras que Patricia era alta y atlética, de mirada viva y expresión inteligente y vivaz; esa mañana llevaba jeans y zapatillas, y el cabello peinado hacia atrás dejando despejada la frente.

—Qué alegría verte hermana, me tienes muy abandonada.
—Hace tiempo que no nos vemos.

Entraron al departamento, y como era su costumbre desde niñas la mayor fue directo a la cocina.

—Es tu culpa —la recriminó la menor cerrando tras sí— siempre estás en la unidad atrapando delincuentes.

La otra soltó una risita.

—Matilde, no soy "el hombre de acero" aunque reconozco que hemos tenido bastante trabajo últimamente. ¿Qué es éste aroma? Oh por Dios, encargaste un pastel frío de frutas.

Matilde tronó los dedos en señal de triunfo.

—Para celebrar que por una vez mi hermana viene a tomar desayuno conmigo, es un día especial.

Solo en ese momento recordó qué era lo que le parecía extraño.

—Ay no... Olvidé el jarabe de fresa.
—No te preocupes.
— ¿Cómo que no? —dijo poniendo los brazos en jarras— no es lo mismo sin el jarabe de fresa, tiene que ser como cuando estábamos en la secundaria y visitábamos a mamá y papá, ella hacía pastel los fines de semana, y aunque no es igual uno comprado tiene que llevar jarabe. Voy a la tienda.
—Está bien, como quieras...

Matilde iba a salir, pero se arrepintió y apuntó a su hermana, acusadora.

—Ni siquiera lo pienses, no hasta que tomemos desayuno.
—Un poquito para tomarle sabor...
— ¡No! —sonrió— mejor me acompañas.
—Está bien, además así veo un poco el barrio.

Las dos mujeres salieron del edificio conversando animadamente, y se encontraron en la entrada con un hombre joven en tenida deportiva.

—Hola Matilde.
—Germán —saludó ella sonriendo—, ella es mi hermana Patricia.
—La belleza es genética —sonrió él saludando—, seguro que tú no andas tan sola, ayúdala a encontrar un novio.
— ¡Oye, estoy escuchando!

El joven se alejó trotando mientras ellas retomaban la caminata.

—Oye tienes vecinos muy guapos, apuesto que por eso te conseguiste un departamento en un primer piso.
—No seas ridícula.
— ¿Y es verdad eso de que te ves muy sola por aquí?

Una de las características de Patricia, siempre haciendo las preguntas necesarias, nada al azar.

—No se trata de eso, lo que pasa es que entre los estudios y el trabajo no queda mucho tiempo; pero tenemos un grupo muy lindo del instituto, hay un chico que ha estado coqueteando conmigo pero no tengo nada muy claro. ¿Qué me dices de ti, o estás predicando y no practicando?

Lo mejor de la relación con su hermana es que tenían confianza absoluta, y que nunca dejaban de tener algo de qué hablar.

—Depende de a qué te refieres hermanita.

Patricia se había casado tan pronto salir de la secundaria con su novio con el que supuestamente se amarían por la eternidad, pero el matrimonio duró seis meses y se separaron para evitar una tragedia, y en palabras de la propia involucrada, un bebé en sus brazos; lo había superado pronto e ingresado poco después al cuerpo de policía.

—Si me refiero a novio...
—No tengo, pero eso no significa que no pueda escaparme por ahí de vez en cuando, no eres la única que tiene vecinos guapos.
— ¿Cómo que, algún detenido en la jaula de la unidad?

La mayor puso los ojos en blanco.

—Dios me libre, aunque ganas no me han faltado.
—Cuenta, cuenta —dijo la menor con cara de ansias—, debe ser interesante.

El barrio en el que vivía Matilde era sumamente tranquilo, de esos que están en el sector céntrico de la ciudad, pero que han sido desplazados por nuevas joyas arquitectónicas. Los edificios, en su mayoría de departamentos eran ocupados por estudiantes y trabajadores jóvenes que podían permitirse costos medios en lugares unicelulares o de pocos ambientes y no tenían problemas en desplazarse algunas cuadras hasta los medios de transporte o las vías transitadas.

—Bueno, el caso es que fuimos a investigar cuando la vecina llamó alarmada diciendo que alguien se coló en la sede de la universidad, y cuando entramos, encontramos a una pareja ardorosa en una sala.
—No te creo.
—Ella como hábil mujer se cubrió con un atlas del porte de una mesa de comedor, pero el pobre quedó con todo al aire; vieras como me suplicaba que no le dijera a su padre porque lo mataría y su novia lo iba a dejar.
— ¿Y estaba bueno?
— ¿Bueno? —entornó los ojos— tenía marcados los músculos en sitios donde no sabes que se pueden marcar, y eso que solo pude mirar lo que me permitía el cargo.
— ¡Como en las películas!
—Pero —anunció la otra—, creo que estoy hablando demasiado, dime un poco de tu trabajo.

Matilde esperaba dejar eso hasta después del desayuno por lo menos, pero no le había resultado desviar la atención.

—No estoy trabajando.
— ¿Cómo que no, qué pasó con el centro vacacional?
—Las cosas no se dieron muy bien —replicó quitándole importancia al tema—, así que a fin de mes terminé con eso.
—Es decir que llevas diecisiete días sin trabajo —comentó Patricia con el ceño fruncido—, debiste decírmelo antes.
—Pero iba a ser para preocuparte, además igual podías venir solo hasta ahora.

Dieron vuelta en la esquina y se acercaron a un almacén.

—No me culpes.
—No lo estoy haciendo, pero tampoco es tan grave.
—No, pero el crédito empezaste a pagarlo en Marzo, no pueden haberte pagado tanto.

Entraron en un pequeño almacén atendido por un hombre mayor que asintió con gentileza a modo de saludo.

—Buenos días señorita.
—Buenos días, necesito una salsa de fresa, líquida por favor.
—Por supuesto.

Unos momentos después salieron, pero entre las hermanas el ambiente ya no era tan distendido como antes.

—Mira, con lo que me pagaron dejé pagada la cuota de Mayo y aparte para el mes siguiente y tengo cubiertas las cuentas; además no es que no esté haciendo nada.
— ¿Es muy difícil el mercado?
—Tengo que presentar una propuesta y analizar muy bien la empresa a la que postule, para no tener problemas después, pero estoy en eso.

La explicación no parecía suficiente para Patricia, pero decidió no presionar más a su hermana por el momento.

—No me deja muy tranquila, pero vamos a hacer esto: si para el mes siguiente sigues sin trabajo, te meto al café de la unidad y no me importa nada.

Lo dijo medio en broma, pero por las dudas la menor prefirió no seguir con el tema y tomar nota mental. Siguieron el camino de regreso al edificio.

—Ahora que lo recuerdo —comentó Patricia—, hay algo que...

Iba a decir algo más, pero súbitamente su rostro se endureció y se quedó mirando fijamente a un punto indeterminado al oriente.

—Eso fue un disparo.
— ¿Qué? —Matilde había escuchado un sonido lejano, nada en particular— no creo, yo...
— ¿Qué hay en esa dirección?

De pronto el tono de voz de su hermana fue duro y seco; no estaba hablando con su hermana, sino con un testigo de algo ¿qué estaba sucediendo?

—Yo, este... edificios, creo que hay uno de una repartición pública pero...
—Voy a ir a ver qué pasa —sentenció la mayor comenzando a alejarse—, vuelve al departamento.

Pero la menor la detuvo.

—Espera, solo fue un ruido, puede ser otra cosa...
—Vuelve al departamento, es por tu seguridad.
—Pero...
— ¡Ahora!

Y sin decir más se alejó medio a la carrera hacia el oriente, en dirección adonde había mirado en primer lugar. Para Matilde el sonido muy bien podría haber sido un choque o cualquier otra cosa.
¿Qué se suponía que tenía que hacer? Saber que su hermana podía enfrentarse a todo tipo de peligro era muy distinto a verla involucrada, y era primera vez en todos esos años que sucedía. Y aunque seguía escuchando la orden en su cabeza, y la sensatez le decía que debería obedecer, no fue capaz y siguió a la carrera los pasos de su hermana, tratando de darle alcance. ¿Por qué tenía que pasar algo como eso justo el día en que iban a tomar desayuno juntas?
Lamentarse no iba a servirle de nada. Cuando Patricia entró en el cuerpo de policía, ni ella ni su madre estuvieron precisamente de acuerdo, a diferencia de su padre que se mostró encantado con la idea, ya que le parecía un verdadero honor que algún miembro de la familia decidiera servir a la patria; el carácter fuerte de la mayor de las hermanas y su tenacidad fueron vitales a la hora de  conseguir su objetivo, y en muy poco tiempo se convirtió en una oficial destacada y reconocida por todos sus compañeros y superiores. Era como en las noticias, cuando decían: oficial de civil intervino en el hecho, solo que esta vez era su hermana persiguiendo un sonido que podría ser cualquier otra cosa. Algunas cuadras después, Matilde logró dar con el sitio, pero toda la tranquilidad del barrio en donde vivía estaba completamente trastocada.

—Oh por Dios...

Un camión repartidor de gas a domicilio estaba detenido en medio de la calle, casi en diagonal, y con la puerta del copiloto abierta. Fuera de él estaba un hombre que no podía tener más de veintidós años, con la espalda pegada al vehículo y apuntando precariamente con una pistola. A metros de él, un policía de unos cincuenta años apuntaba de regreso, mirándolo fijo mientras Patricia apuntaba a su vez con su arma de servicio en medio de una atmósfera que podía cortarse. Matilde sintió que se quedaba sin aire.

—Baja el arma muchacho.

La voz del policía era amenazadora, pero en ese momento los movimientos del delincuente lo eran mucho más, daba la impresión que podía escaparse un tiro en cualquier momento.

— ¡No!

Estaba asustado, y eso a toda vista hacía más peligroso su actuar.

—Baja esa arma, vas a hacer una tontería.

La voz de Patricia era implacable, tanto que no sonaba como su hermana en esos momentos. Matilde deseó poder decir algo, advertirle o ayudar de algún modo, pero no pudo, se había quedado sin voz mientras miraba impotente una escena que parecía sacada de una película de acción, solo que ahí no había nada espectacular, solo una terrible sensación de peligro. Aún estaba ahí, a solo unos cuantos metros de distancia, mirando impotente: ambos policías se mantenían aún a tiro, desplazándose con movimientos calculados, como si se desplazaran, quizás buscando un mejor ángulo o solo para tratar de acercarse.

—No hagas una tontería hijo —exclamó el oficial de mayor edad con tono paternal—, vas a provocar otra tragedia, deja esa arma de una vez.

¿Otra tragedia? Eso podía significar que el conductor del camión yacía muerto o herido en el camión o del otro lado donde ella no podía ver. Había otras personas a cierta distancia, mirando atónitos igual que ella. Alguien debía hacer algo.

— ¡No! —gritó el delincuente sin bajar la pistola— no me van a llevar, no voy a ir a la cárcel de nuevo.

En ese momento todo se volvió un infierno.
Hubo un sonido, y luego algo o alguien empujó a Matilde, arrojándola de espalda contra la pared; el golpe hizo que quedara sin aire en los pulmones y su grito fuera solo una exclamación muda y sorda al tiempo que el impacto dejó en su campo visual una especie de neblina negra sustituyendo todo lo demás.

—Ahh....aahhh...

Cayó violentamente de bruces, aún sin poder reaccionar ni mucho menos entender lo que estaba pasando, sorda y ciega mientras se desplomaba. Pero un segundo después los sentidos volvieron, y el miedo que ya estaba en su interior se convirtió en espanto: había fuego, y gritos por todas partes, pero entre todo, lo que su inconsciente reconoció fue el grito desgarrador de Patricia. Intentó levantarse sin éxito, pero entre el esfuerzo consiguió ponerse sobre los codos, solo para ver a la mujer en el suelo, corvada por una especie de convulsión o estertor, antes de quedar tendida y completamente inmóvil.


2


Tuvo que gritar, patear y llorar como una loca, pero logró que los de urgencias la dejaran subir a la ambulancia.

—Escuche, voy a dejarla subir, pero ella está grave, si impide que los demás hagan su trabajo, la dejarán en la calle.

El hombre hablaba en serio cuando se lo dijo, y a pesar de estar angustiada y temerosa, Matilde tuvo que obligarse a controlar sus emociones y dejar que la gente hiciera su trabajo.

—Ella tuvo suerte.

Eso no tenía ningún sentido para ella. Estaba en la parte trasera de la ambulancia sentada e manera precaria, luchando con las lágrimas que inundaban sus ojos mientras los cuatro enfermeros o lo que fueran dedicaban su atención a Patricia, aunque nada de eso era como podía esperarse y todo parecía frenético cuando movían cables y frascos y mencionaban términos complicados continuamente; la máquina que mostraba el ritmo cardíaco enseñaba un repiqueteo irregular ¿eso era bueno o malo? En ningún momento la habían dejado acercarse, pero podía ver con claridad que tenía quemaduras al menos en la cara y el cuello, la zona derecha era una masa de piel quemada y roja, parecía inconsciente pero no podía dejar de pensar en lo que estaba sufriendo en esos momentos.

—Llegamos.

Ante el anuncio que el conductor dio a voces, nadie dejó de hacer su trabajo, lo único distinto es que la ambulancia entró en una semi curva sin disminuir la velocidad, y poco después se detuvo; la hicieron bajar, y acto seguido desplegaron las ruedas de la camilla para llevarla al interior, pero un enfermero se interpuso en su camino.

—Déjeme ir con ella —exclamó atropelladamente—, soy su hermana, no haré ruido, no haré nada...
—Tiene que quedarse aquí.
—Pero yo...

El hombre la tomó por los hombros, más como una forma de sujetarla que para calmar su ansiedad.

—Escuche, vamos a encargarnos de ayudar a su hermana, pero usted no puede hacer nada aquí adentro. Ahora tiene que sentarse y tranquilizarse, es lo mejor que puede hacer por ella. Voy a traerle un tranquilizante.

La llevó hasta un asiento y la dejó ahí. En ese momento la emoción pudo más, y comenzó a llorar convulsivamente.

—Matilde, hija.

La voz hizo que levantara la vista. ¿Cuánto tiempo llevaba así, cinco, diez minutos? Quien de acercaba por el pasillo era el oficial Cristóbal Manieri, el superior de Patricia. Matilde se puso de pie con lo que le pareció una lentitud atroz y dejó que él la abrazara cariñosamente.

—Tranquila, tranquila...

Manieri era un hombre grande, alto y de complexión recia, de espaldas anchas y brazos fuertes fruto de su juventud en el ejército; aún conservaba parte del atractivo que destacara cuando joven con su mirada de intensos ojos azules y la expresión sabia. Había sido uno de los primeros en confiar en las capacidades de Patricia, y su admiración por ella hicieron que se desarrollara una relación paternal.

—Me avisaron tan pronto sucedió.
—Todo ha sido tan repentino —replicó ella sollozando—, Patricia está, usted no  vio como estaba...
—Tranquila Matilde, tu hermana tuvo suerte.

Era segunda vez en el día que escuchaba lo mismo y el policía lo identificó en su mirada.

—El otro policía que estaba en el lugar murió.
— ¿Murió?
—Sí, es una tragedia, conozco a Martínez, su esposa está destrozada. Y no es todo porque el delincuente está crítico ahora mismo.

El policía se acercó a un enfermero que iba pasando.

—Disculpa, necesito saber quién está a cargo del turno.
—El doctor Sarturi.
—Por favor dile que Manieri necesita hablar con él.

Unos momentos después apareció un hombre mayor que saludó brevemente a ambos con una inclinación de cabeza.

—Manieri, buen día, acabo de enterarme de lo de Martínez, es una tragedia.
—Sí, lo sé. Escucha, la oficial Andrade llegó hace poco, ¿sabes algo?
—Lo está viendo Acacios, pero vi el cuadro general.

Matilde intervino mientras luchaba con las lágrimas.

—Doctor, soy su hermana, dígame como está ella por favor.

El hombre hizo una muy breve pausa. Llevaba muchos años y había visto de todo en su trabajo, pero nunca podía acostumbrarse a esa expresión, a esos ojos llenos de miedo, angustia y esperanza a la vez, esa alma aferrándose a cualquier tipo de esperanza posible. Pero estaba bien, el día que no le importara, dejaría de ejercer.

—Escuche, su hermana llegó hace muy poco y por lo mismo no puedo darle un diagnóstico completo, eso se lo dirán después, pero jamás le miento a mis pacientes; la oficial Andrade sufrió quemaduras graves.
— ¿Se va a morir?

No lo decía con conciencia del significado, sino como una forma de tratar de escapar de la peor de las posibilidades.

—Ella recibió atención oportuna, por lo tanto eso está descartado, ahora mi gente debe concentrarse en estabilizarla y evitar cualquier tipo de infección posible. Pero debo ser sincero, las quemaduras son graves, usted debe entender que la persona que conoce, nunca será la misma.
— ¿Por qué?
—Porque hay una altísima probabilidad de que su rostro quede desfigurado.



Capítulo 2: Sin rostro


Escuchar que era probable que su hermana Patricia quedara desfigurada de por vida significó para Matilde el mismo efecto que un golpe directo en el estómago.

— ¿Desfigurada?
—Como dije, no se trata de un diagnóstico, pero el nivel de quemaduras es extremadamente preocupante —explicó el doctor con voz neutra—, haremos lo posible por ella.
—Gracias —intervino Manieri haciéndose cargo—, por favor infórmanos de cualquier avance, también cuando pueda recibir visitas.
—La verdad le recomendaría ir a descansar —opinó el especialista—, ahora lo primordial es que mi gente haga su trabajo, es improbable que pueda recibir visitas pronto. Tengo que irme.

Matilde iba a decir algo, pero no supo qué decir; solo se quedó mirando como el doctor desaparecía tras una puerta.

—Oh por Dios...

Tuvo que sentarse nuevamente para evitar  caer al suelo; el viejo policía se sentó a su lado.

—Llamaré a sus padres.
— ¡No!

El hombre la miró fijamente.

—Matilde, entiendo que estés muy conmocionada por lo que acaba de ocurrir, pero en un caso como éste, sobre todo en un caso como éste, es primordial que todo el círculo de ustedes los apoye, que se apoyen mutuamente.

Los padres de las hermanas no vivían en la ciudad, llevaban toda la vida en el campo. La sola perspectiva de que se enteraran de lo que estaba pasando le provocaba un nudo en la garganta.

—No, no puedo hacer eso, mamá moriría de un susto, no puedo darles esa noticia así como así.
—Matilde —replicó el policía con tono paternal—, no puedes evitar que se sepa, tu hermana es una oficial de la policía, tarde o temprano la noticia va a saberse.

La joven sintió que se quedaba sin aire otra vez. Por supuesto, en términos comunicacionales, un oficial de policía era tratado de manera distinta a un civil común, siempre que ocurría algún  tipo de accidente o delito en el que se involucraba alguien de uniforme, la noticia se expandía con rapidez. Sus padres casi no veían televisión, pero eventualmente alguien les haría saber la noticia. Pero no podía, simplemente no podía.

 —No, no puedo, no puedo.
—Escucha —dijo él en voz baja—, entiendo que no quieras angustiarlos, pero está fuera de tu control. Además si se los dices tú será mucho mejor, puedes empezar por decirles que Patricia está fuera de peligro.

Quizás la noticia se hiciera bastante pública, pero  aún tenía un par de horas, a lo sumo, lo necesario para calmarse y decidir cómo actuar.

—Oficial Manieri, no puedo dejar que ellos se enteren ahora, no hasta que sepa qué es exactamente lo que está ocurriendo.

El hombre pareció concordar con ella.

—Tienes razón, lo mejor será esperar, pero quiero que sepas que no estás sola.
—Gracias.
—Tal vez necesitas hablar con alguien, llamar a personas cercanas de Patricia o tuyos. Lo más importante es que tengas apoyo.

Apoyo. Sentía que la cabeza le daba vueltas, llamar a alguien le parecía simplemente inconcebible, pero por otro lado era cierto que necesitaría algún tipo de ayuda. Su mente entonces voló a Eliana.

— ¿Dónde puedo hacer una llamada?


2


Eliana era una mujer baja, con un poco de sobrepeso en su figura, acentuado por el vestido de mangas anchas que llevaba en ese momento; vestía siempre de varios colores, y llevaba el cabello atado en un medio moño con un lazo a juego. En su rostro de facciones redondeadas se dibujaba la inquietud al momento de entrar en la urgencia, pero no estaba sola; Matilde la vio caminar por el pasillo junto a Soraya, ambas  sus amigas desde la época del instituto, pero también estaban acompañadas de Antonio, parte del grupo del instituto pero a quien no veía hacía mucho tiempo. Eliana la estrechó entre sus brazos.

—No me digas nada, ya tengo toda la información, no tienes que decir nada.
—Eli...

Iba a decir algo, pero una vez más las lágrimas asomaron a sus ojos, y eso que había logrado calmarse un poco en los recientes minutos, ayudada en gran parte por el calmante que le habían suministrado. Soraya también la abrazó, quedando las tres fundidas en un abrazo colectivo, las otras dos sosteniendo a quien en ese momento estaba  pasando por un mal trance. La joven se secó las lágrimas.

—Gracias por venir, es muy importante para mí.
—Para eso estamos amiga.
—Y no digas tonterías —exclamó Soraya—, debiste llamar antes, somos tus amigas, sólo dinos que es lo que podemos hacer por ti.

Soraya tenía un carácter muy fuerte, era tan llamativa como se veía: era alta y fuerte, usaba un corte de cabello sumamente osado, irregular y resaltando el color oscuro, que probablemente sólo le quedaba bien a ella. En ese momento usaba camisa y jeans, una tenida casual pero elegante, justo a su medida.

— ¿Has tenido alguna noticia?
—En la última hora no.
—Déjame ir a preguntar a ver que noticias hay.

Sin decir más, Soraya se alejó hacia la recepción que estaba a la vuelta del pasillo en donde Matilde había pasado la ultima hora y media. Antonio se acercó y abrazó cuidadosamente a la joven.

—Lo lamento mucho por tu hermana y por ti.
—Gracias.
—Estoy aquí para ti, estoy contigo para lo que necesites.

Durante un instante no dijeron nada, pero la imagen del hombre subió muchos puntos con esa aparición; poco antes de salir del instituto, ella y Antonio tuvieron un altercado académico, porque se embrollaron en proyectos similares para presentar como calificación y, en parte por inmadurez y en parte por la presión, discutieron y se culparon mutuamente, situación que nunca hablaron pues después de la titulación él tomó algún trabajo y desapareció del mapa. Que ante una dificultad se presentara desinteresadamente significaba en realidad mucho.

—Muchas gracias por venir.
—No tienes nada que agradecer.

Soraya volvió a paso firme.

—Acabo de hablar con la enfermera y me dice que de un momento a otro tendremos un informe sobre Patricia.
— ¿Cómo conseguiste averiguar eso?
—Le pregunté qué tan fuertes estaban los turnos aquí y le hablé de lo duro que es el trabajo y como me preocupo por mi hermanita.
— ¿Cual hermanita?
—Es una amiga que es enfermera, esos datos siempre sirven Eliana —afirmó simplemente—, lo importante es que vas a tener algo de información.
—Estoy tan nerviosa —dijo con voz cansada—, se suponía que solo íbamos a tomar desayuno, pero luego ocurrió todo tan rápido, no puedo creer que ahora esté en ese estado...

En ese momento apareció un doctor y se les acercó; Matilde había hablado con él algunos minutos antes para conocer alguna novedad.

—Señorita Andrade.
—Doctor, ¿Hay alguna novedad?

El hombre hizo un asentimiento leve a modo de saludo a todos.

—Su hermana se encuentra fuera de peligro vital, pero las quemaduras que sufrió son preocupantes.
—El doctor dijo que eran de mucho cuidado.
—Lo son —replicó con voz neutra, aunque frunciendo ligeramente el ceño—, su hermana sufrió quemaduras producto de la explosión de un balón de gas de uso doméstico; no tengo mayores datos del sitio en donde ocurrió, pero ella tuvo suerte porque la onda expansiva previa al fuego la arrojó hacia atrás, lo que significa que al ser alcanzada por el fuego, éste tocó su cuerpo en un ángulo más beneficioso si lo hay.
— ¿Qué significa?

El doctor explicó simplemente con las manos, dejando una con los dedos apuntando hacia el techo y la otra en diagonal.

—Si hubiera estado de pie, el fuego habría quemado las vías respiratorias, intoxicando en segundos el sistema, lo que la habría expuesto a quemaduras internas, daño pulmonar y a un shock séptico, en un caso más avanzado. Al caer de espalda, de ésta manera, las vías respiratorias quedaron a salvo del fuego, por lo que las quemaduras son principalmente externas, lo que no quiere decir que no sean de cuidado: providencialmente el ojo derecho no sufrió daños, pero la piel del lado derecho del rostro, el cuello, el hombro y parte del brazo fueron afectadas, son lo que se conoce como quemaduras tipo B, que son las más graves —el doctor hablaba a un ritmo continuo, pero sencillo de entender—, éstas lesiones requieren un largo tratamiento, medicamentos, injertos de piel y sumo cuidado.

El hombre hizo una pausa, que Matilde aprovechó para intervenir.

—Quiero verla doctor.
—En éste momento está dormida por efecto de los sedantes, probablemente por la tarde será más propicio verla; ahora lo primordial es que usted se tranquilice, tiene que estar preparada para verla.

Preparada. Otra palabra que no tenía sentido.

— ¿Qué quiere decir con preparada?
—Escuche, siempre soy directo con mis pacientes y no voy a mentirle. La mujer que usted conoce, no será la misma que verá después; una herida, en éste caso una quemadura en una zona visible, más aún en el rostro, cambia a la persona, y como su hermana es bueno que lo sepa para que pueda ayudarla. El primer cambio es visual, la quemadura que sufrió en la cara puede, y será tratada, pero al ser del tipo que es, la piel nunca quedará igual, ella tendrá que aprender a convivir con esa parte de su persona modificada, arruinada para siempre. En muchos casos éste tipo de heridas provocan trastornos de comportamiento en la persona afectada, quien ve que todo su espectro personal, lo que es para el mundo, está destruido; tanto ella como su familia necesitarán apoyo sicológico, para ayudarla a enfrentar ésta nueva forma de vida. Lo sé porque trabajé años en un centro de ayuda a quemados, y créame cuando le digo que, si bien su hermana es afortunada por seguir con vida, es probable que por mucho tiempo se sienta desdichada de no haber seguido el mismo rumbo que el otro policía. Cuando su hermana sea trasladada a una habitación podrá verla, ahora tengo que atender otros pacientes.

Ninguno de los cuatro dijo nada mientras el doctor volvía a sus labores, pendientes de la desoladora expresión que surcaba el rostro de Matilde; su hermana, su graciosa y fuerte hermana, la policía, la protectora, la divertida, había pasado por una situación que había marcado con fuego el cuerpo, y probablemente, también el alma.


3


  Parecía que estaba en trance, pero aunque le habían dicho que estaba saliendo de la inconsciencia inducida por los medicamentos, Patricia no daba ninguna señal de percatarse de su presencia o la de nadie a su alrededor; a Matilde se le rompió el corazón cuando al fin pudo entrar en la habitación en donde estaba recostada su hermana.

—Patricia...soy yo, Matilde...

El doctor le había advertido de lo que iba a ver, aunque ciertamente nunca se está preparado para ese tipo de impresiones. La mujer tenía rasurada casi toda la parte derecha de la cabeza por causa de las quemaduras y el tratamiento, pero la verdad de aquellas heridas permanecía oculta bajo las vendas y parches, que abarcaban también el ojo, la mejilla y parte de la barbilla. Y la piel quemada se dejaba notar de todas maneras.

—Escucha, yo...

Trató de seguir, pero sintió un nudo en la garganta; se había esforzado por entender que llorando no la ayudaría, y que debía estar fuerte y serena. No era momento para llorar, en esa ocasión ella estaba obligada a ser quien protegiera.

—Sé que estás confundida y que tienes miedo y dolor, pero debes saber que estoy aquí, que todos los que te queremos estamos aquí. Te vamos a curar, vamos a ayudarte a que estés bien así que tú solo debes estar tranquila y confiar en nosotros, todos te vamos a apoyar.

El silencio de Patricia solo podía compararse con su quietud, inmóvil como si en el más profundo sueño siguiera sumida; pero tenía los ojos abiertos, estaba despierta o despertando y aun así no había reacción. ¿Que debía hacer?

—Te amo hermanita.

Durante muchos años se habían tratado cariñosamente de hermanita e incluso muchas veces en la actualidad lo hacían, pero nunca antes esa frase coloquial había tenido tanto sentido como en una situación como esa. Sin embargo ella misma estaba llegando a su límite en ese momento, y su única opción era mantener la careta con la que entrara algunos minutos antes.

—Ha venido gente ¿sabes? —dijo tratando de sonar natural—, tengo que atenderlos un poco, ahora que también voy a decirles que ya estás enterada de su compañía. Volveré en un rato.

Se puso de pie con lentitud, sin querer parecer apresurada o demostrar que huía de algo o de ella misma, y le dedicó una larga mirada mientras el corazón le azotaba el pecho por la emoción; optó por no decir nada más ante el peligro de quebrarse, y salió cerrando muy lentamente la puerta.
Una vez fuera, aún creyendo solo momentos antes que lloraría, se quedó quieta sintiendo un agudo y punzante vacío en su interior, silencio frío igual que el que había en el interior de la habitación.
Los demás estaban en la cafetería, iría con ellos a sentarse un rato; mientras caminaba por el pasillo se metió las manos en los bolsillos del pantalón, y la izquierda chocó con el teléfono celular.

— ¿Que...?

Se sorprendió de encontrarlo, básicamente porque estaba pensando en cualquier cosa menos en el celular desde el momento en que ambas habían salido del departamento. Estaba apagado e seguro producto del golpe cuando cayó en la calle, pero que lo estuviera no significaba nada en ese momento, en realidad nada significaba mucho para ella después de esa charla con el silencio.

—Oh por Dios...

Solo en ese momento la imagen de la tía Silvia apareció en su mente, y su estómago dio un vuelco. Mientras apuraba el paso hacia la cafetería, mantenía oprimido el botón de encendido del dispositivo; tía Silvia era hermana de su padre y no era del tipo de personas que pueden calificarse como malas, pero tenía la pésima costumbre de comunicar las malas noticias de golpe y tan pronto como llegaran a sus oídos, lo que significaba que mientras ella estaba negándose a llamar a sus padres para revelarles la noticia del horrendo accidente la tía podía haberlos llamado para contarles  ¿cuánto tiempo pasó desde que llegaron los equipos de socorro? No lo sabía, había perdido la noción del tiempo por completo desde que vio a su hermana enfrentando a un delincuente en la calle, y de pronto el tiempo transcurrido era vital.

— ¿Qué pasa?

El celular no encendía. Comenzó a andar casi al trote hacia la escalera que llevaba al segundo piso donde se encontraba la cafetería, mientras le quitaba torpemente la tapa al celular y removía la batería para poder encenderlo de una vez. Llegando al segundo piso estaba entrando en pánico.

— ¿Que pasa Matilde?
—Mi celular no enciende —replicó forcejeando con el aparato—, no enciende, tengo que revisar algo ahora.

Eliana le quitó el celular de sus manos temblorosas e hizo el procedimiento, pero el objeto no respondía.

—No sé qué le pasa, pero no enciende ¿a quién tienes que llamar?

Había llamado a Eliana desde el teléfono de la urgencia, y si su celular estaba apagado no podía saber si tenía llamadas perdidas ¿y si su madre estuviera llamando desesperada mientras tanto?

—Necesito revisar la agenda de mi teléfono —replicó con nerviosismo—, tengo que encontrar a mi tía Silvia.

Soraya y Antonio se acercaron a ver qué pasaba en la entrada de la cafetería, pero como de costumbre ella reaccionó primero y puso la tarjeta del celular en el suyo y lo encendió.

—Mira, ya está resuelto, puedes ver la agenda y todo.

Matilde recibió agradecida el celular e ingresó a la lista de llamadas perdidas en donde figuraban varias de sus amigas allí presentes y un par más, pero ninguna de la tía Silvia. ¿Qué iba a hacer? No podía llamarla para preguntarle si había o no llamado a sus padres o conocido la noticia, si no era así la pondría sobre aviso.

— ¿Han visto las noticias?
—Si —reaccionó Soraya a la velocidad del rayo—, aquí está la señal de noticias, pusieron un extra sobre el accidente aunque no dieron muchos detalles, en la edición del mediodía debería pasar algo.

Faltaban veinte minutos para el mediodía.

—Matilde —intervino Eliana con cuidado— ¿qué ocurre, qué pasó cuando viste a tu hermana?
—Necesito saber si la noticia del accidente es pública, es decir si ha salido en muchos medios.
—Yo puedo revisar eso si lo necesitas —intervino Antonio—, si quieres lo veré en un minuto.
—Si, por favor, muchas gracias.

El hombre sacó de su bolsillo un moderno celular y comenzó a navegar en la red a través de él, mientras las mujeres se ocupaban de Matilde.

—Amiga, dinos qué pasa.
—Es mi tía Silvia —explicó revolviendo el teléfono en las manos—, ella es muy escandalosa, temo que les diga a mis padres lo que está pasando.
— ¿Pero es que no los has llamado?
—Eli, son personas mayores, mi padre tuvo problemas al corazón, no puedes llamarlos de golpe para decirles algo así, además recién hace unos minutos sé con alguna claridad lo que pasa.
—Sí, lo siento, tienes razón.
—Lo que me preocupa es que ella lo haya hecho.

Se quedó un momento en silencio, ordenando sus ideas; su tía trabajaba en un alto cargo administrativo en una compañía de servicios digitales, era por lo general una mujer ocupada en días de semana, al menos hasta el almuerzo, y esa era una hora perfecta para enterarse de chismes y ver las noticias ¿almorzaría a la una, quizás a las dos? Eso significaba que, descontando las personas del pueblo o los trabajadores de la hacienda, el principal peligro de que sus padres recibieran la noticia de manera inesperada estaba a una hora de distancia.
En ese momento el teléfono anunció con luces y estruendo una llamada, que la hizo dar un salto de susto. Pero solo fue el inicio, porque el número que figuraba en pantalla, era el de la casa de sus padres.

—Es de mi casa...

Eliana le iba a quitar el celular al ver como palidecía, pero Matilde no la dejó.

—Tengo que contestar.
—Pero mira cómo estás, déjame hablar con ellos.

Tenía ganas de vomitar solo de pensar en el estado mental en que estarían ambos, sin contar siquiera si quien llamaba era su madre llorando porque a su padre le hubiera dado un ataque. Pero tenía que contestar. Durante un aterrador instante miró el celular como si éste pudiera hablarle por sí solo, pero al final se obligó a contestar.

—Hola.

Tenía la garganta seca, pero para su sorpresa, quien habló del otro lado de la conexión fue su padre.

—Matilde.
—Papá...
— ¿Quieres explicarme qué es lo que pasa con Patricia, qué sucede?



Próximo capítulo: Cristales en mil pedazos