La traición de Adán capítulo 29: Una sola dirección




–Me iré. Ya no puedo seguir quedándome aquí.

Las cosas se habían salido de control. Ya no se trataba de encontrarla, porque eso lo había hecho. Se trataba de que ya no seguiría con eso, no soportaba estar con el juego del gato y el ratón.

–No permitiré que arruine mi vida. Si me encontró aquí, entonces me iré tan lejos como donde no pueda encontrarme.

No, definitivamente no entraría en ese juego. Ella estaba ahí, a solo un palmo de distancia, tenía que llegar a ella de una vez. Pero no, nuevamente se le escapaba, con esa misma actitud caprichosa que había tenido cuando era más joven, mirándolo con esos ojos tan intensos y seduciéndolo, pero a la vez burlándose y huyendo; no lo permitiría más, ahora estarían juntos, y ella jamás volvería a escapar. Sería su Eva y de nadie más.

–Ya llegamos.

Julio Cisternas volvió de sus pensamientos y bajó del vehículo; estaba en una zona residencial, a muy poca distancia de la carretera que salía de la ciudad, un territorio antiguo, marcado por el tiempo que había establecido allí a la gente y a sus casas en el silencio y la calma, al menos aparente. El hombre pasaba la cincuentena, pero los años de trabajo en el campo le habían conferido un físico imponente, y aún alejado de esas labores, se mantenía como un hombre grande y de miembros fuertes. El taxi en el que iba Eva se había detenido solo momentos antes, ignorando por completo al vehículo común en el que iba él. Iba a escapar, iba a subirse a un vehículo que la llevaría oculta junto a ese hombre que la poseía ahora, pero no por mucho tiempo más. Caminó a paso firme, viró en la siguiente esquina y la vio caminando algunos metros más adelante; ocultó tras un vehículo estacionado, el hombrón vio como ella tomaba en la siguiente esquina a la izquierda, y aguzando el oído, le pareció sentir un motor ronronear no muy lejos de ahí. Apuró el paso, y entonces la vio, acercándose a una van, encontrándose con el mismo hombre al que había visto besar en la cafetería el día anterior. El hombre la enfrentaba por algún motivo y ella trataba de acercarse. ¿Pelea de amantes? No duraría, no le daría oportunidad a ese tipo de poseerla nuevamente.

– ¡Eva!

Su grito atronó en la silenciosa calle, e hizo que los dos voltearan sorprendidos. No había más tiempo, esta vez ella no volvería a burlarse de él.

– ¿Quién es ese tipo? –le preguntó Samuel a Eva sin comprender– ¿qué significa esto?

Había descubierto los planes de Adán de huir del país junto con ella, y creía haber llegado en el momento preciso a intervenir y arruinar sus planes, pero la mirada fría de Eva y ese extraño hombre acercándose lo hicieron dudar. Demasiado tarde entendió que las cosas no eran lo que parecían.

– ¡Que has hecho!

La tomó fuertemente por los hombros, pero para ese momento el hombrón estaba muy cerca de ellos, y lo empujó a un costado; hábilmente Eva se quitó del camino, lo que le dejó el camino libre a Cisternas para lo siguiente.

–No lo vas a hacer Eva... ni tú ni él se burlarán de mí.

Eva retrocedió hacia la van que la esperaba a poca distancia; algo había salido mal, aún no sabía qué, pero la mirada desquiciada de ese hombre le advirtió que el plan que habían trazado con Adán había sido un error. En el vehículo a una cuadra de distancia, Adán soltó el volante y se dispuso a bajar, presintiendo también que las cosas habían salido de control, pero todo sucedió muy rápido. Cisternas extrajo un arma de su bolsillo, y con una expresión colérica en el rostro apuntó a Samuel, que reaccionó por instinto a correr justo en dirección a donde iba Eva a toda velocidad.

– ¡No me dispares! ¡No dispares! ¡No dispares!

En medio de los gritos de horror de Samuel, Adán regresó al volante y arrancó el motor, dispuesto a sacar de ahí a Eva antes que las cosas se pusieran peor de lo que estaban. Cisternas no esperó más y disparó.

– ¡No!

Samuel cayó fulminado por el disparo, pero el hombre no se detuvo y volvió a apuntar.

– ¡Eva!

Adán presionó con todas sus fuerzas el acelerador y enseguida el freno, sacando chispas del pavimento mientras el vehículo se sacudía; Eva aprovechó la cercanía para arrojarse al interior por la puerta lateral, pero Cisternas los había alcanzado y trató de subir también a la van detrás de ella. Sin pensarlo dos veces, Adán volvió a presionar el acelerador, y giró el volante con fuerza, sacudiendo nuevamente el vehículo en una maniobra muy arriesgada para una calle tan estrecha; consiguió girar la van en 180 grados, aplastando al hombre contra una muralla. Eva aprovechó para empujarlo, y de inmediato arrancaron el vehículo a toda velocidad, perdiéndose por las calles mientras los vecinos del sector comenzaban a salir, alarmados por los gritos y los disparos.
Poco después, Adán había dejado la van oculta en una bodega, y junto con Eva habían vuelto en el mismo anonimato en el que habían salido de un departamento alquilado en una zona apartada; la idea original había sido salir de ahí en secreto para despertar las sospechas de las personas indicadas, pero ahora se hacía vital volver para tramar una coartada. Eva estaba fuera de sí, y realmente Adán estaba muy cerca del límite.

–Es un desastre Adán, ¿has visto lo que hicimos?
–Eva, tienes que tranquilizarte.
– ¡No me digas que me tranquilice! –gritó ella con desesperación– no me digas lo que tengo que hacer Adán Valdovinos, no después de la catástrofe que causamos.
–Aún no sabemos con claridad lo que pasó.

Eva se acercó a él y lo empujó con fuerza, transmitiéndole una corriente eléctrica que explicaba muy bien su estado.

–Por supuesto que sabemos lo que pasó Adán, no hay ningún tipo de interpretación para esto: somos asesinos.

Adán la fulminó con la mirada.

–Cállate, eso no es cierto.
–Claro que sí, todo esto es nuestra culpa. Somos culpables de lo que le ha pasado a esos hombres, tú y yo tenemos esa responsabilidad.
– ¡Ellos eran una amenaza para nosotros y lo sabes! –gritó él de vuelta, pero estaba sintiendo el peso de las palabras de ella– lo único que podíamos hacer era defendernos.
–Eso no cambia el resultado –replicó ella lúgubremente– ahora también tenemos eso en la conciencia.

Adán sabía que estaban en la situación más compleja que pudieron haber ideado, pero no iba a rendirse, tenía que haber una forma de salir adelante.

–Puedo vivir con eso –dijo decidido– puedo sobrellevarlo, prefiero eso a que te ocurra algo, o que no estemos juntos.

Se miraron fijamente. Habían tantas cosas que sabían el uno del otro, tanto en común, una conexión tan fuerte a nivel físico y sensorial que resultaba insoportable la sola idea de estar separados, pero una situación como la que enfrentaban los ponía al límite, enfrentando el amor y la unión que tenían con lo más básico de sus instintos, lo que los llevaba a sobrevivir a costa de cualquier cosa.

–Tenemos que salir de aquí e investigar en que va todo –dijo al fin Eva, sin calmarse pero obligándose a mantenerse en su centro– además necesitaremos una coartada para este tiempo.
–Por el momento sabemos que es difícil que nos localicen en ese lugar, tomamos precauciones para empezar.
–Salgamos de este lugar entonces.

Por la noche recién se emitió una noticia más o menos completa con respecto a los hechos ocurridos antes; la información era escasa y confusa, pero algo sorprendió a Adán mientras estaba en su departamento: ninguno de los dos involucrados estaba muerto. Samuel había recibido el disparo en el pecho, pero en una zona no vital, así que estaba entubado en ciudados intensivos con pronóstico reservado, lo que significaba que habían bastantes posibilidades de que las cosas empeoraran para él; Cisternas en tanto, tenía múltiples heridas provocadas por el que los medios informaban como choque, y varios órganos comprometidos, lo que indicaba que también estaba fuera de combate por el momento.
Eso podía ser bueno desde un punto de vista moral, pero multiplicaba los riesgos prácticos, porque había dos testigos vitales que aun podían arruinar todos sus planes. Habían decidido con Eva mantenerse alejados de momento y siempre visibles, de modo de evitar cualquier sospecha en el entorno; por el momento nadie podía relacionarlos con esos hechos, pero eventualmente alguien podía decir alguna referencia del pasado de Cisternas, o haber visto a Samuel con algún misterioso conocido, y eso llevaría a que quisieran investigar. Tenía planeado algún tipo de enfrentamiento entre Cisternas y Samuel para poder hacer intervenir a la policía y anularlos momentáneamente, inclusive exponer alguna historia inventada que surgiera como verdad oculta, algo de abuso o de drogas para causarles más problemas mientras ganaban más tiempo y podían armar algo más, pero no se imaginó una balacera con todas esas consecuencias. Eva tenía razón, la situación era catastrófica, más todavía porque se encontraban en un punto ciego donde todo podía complicarse aún más en varias direcciones, y además de eso estaba atado de manos momentáneamente.
Solo tenía una alternativa, y esa era seguir adelante sin detenerse. El producto de sus inversiones en la galería ya estaba seguro en una cuenta en el extranjero, y las ganancias por Boulevard y por Hotel estaban dirigidas a otra cuenta, lo que lo protegía ante cualquier eventualidad; no se lo había preguntado, pero lo más probable es que Eva estuviera protegiéndose de un modo similar. Por un lado agradecía haber salido ileso tanto él cómo Eva, pero por otro, estaba sumido en una incertidumbre total, obligado a permanecer firme ante cualquier circunstancia.

Eva estaba momentáneamente recluida en su habitación de hotel, luchando por volver a ser la de siempre; las cosas habían pasado los límites, y lo peor es que ni siquiera podía darse por satisfecha, porque aún tenía que esperar los resultados de los tratamientos a los que estaban siendo sometidos tanto Cisternas como Samuel. Por el momento estaba a salvo, protegida, pero a la vez enfrentada a un mar de incertidumbres; muy a su pesar, trasladó todos sus bienes, las inversiones y ganancias a una cuenta en el extranjero, para protegerse ante cualquier eventualidad. ¿Acaso tendría que escapar dado el caso? Era una mala perspectiva, pero definitivamente preferible a la de encontrarse cara a cara con la policía. Adán tenía razón, debía aprender a sobrellevar lo que había hecho, y no rendirse, porque solo así podría cumplir con sus objetivos, y precisamente en esos momentos el trabajo en Hotel ya le estaba reportando tanto beneficios como interesantes utilidades, que no estaba dispuesta a perder.

Una semana más tarde, las cosas seguían en las mismas condiciones, excepto que tanto Eva como Adán habían regresado a su vida de costumbre, haciendo oídos sordos a cualquier posible peligro mientras este no fuera explícito, aunque en secreto mantenían los ojos puestos en los servicios de urgencia ante cualquier movimiento fuera de lo común. Y lo más tenso es que todo seguía igual.

–Adán, ya tenemos firmado el último permiso, empezamos a trabajar en la zona de construcción hoy mismo.
–Excelente, creí que íbamos a tener que esperar hasta Febrero pero al fin estamos autorizados. Las empresas de maquinarias, la asignación de obreros, los tiempos fuera de horario, las estructuras, los acabados, las obras gruesas, los equipos, está todo definido.

Estaban solos en una de las oficinas de la constructora, después de las seis, afinando los últimos detalles. Sabían que Bernarda estaría en júbilo al saber la buena nueva.

–Ahora viene lo más pesado, la coordinación de todo, porque hasta ahora luce bien en el papel – comentó Eva mirando los detallados planos– me parece un diseño fuerte y sin puntos débiles, creo que la primera impresión será fundamental en los clientes.
–Es cierto, ya de entrada los túneles exclusivos con los decorados especiales y las rutas hacia los estacionamientos modulares son interesantes, además el Hotel cumple con todo lo que se necesita para ser de gran categoría. ¿Sabes qué? Creo que el segundo punto fuerte es la sala de recepción.
–Si es tan impresionante como la sugerimos, entonces si será un gran punto fuerte. Ahora tenemos que avisarle a Bernarda y prepararnos para que nos arrastre a una de sus alcoholizadas celebraciones.
–Es un precio aceptable por ésto –comentó Adán– además lo necesitamos después de todo el trabajo al que hemos estado sometidos. Solo mira la hora, casi dan las siete y ni siquiera hemos almorzado. Propongo que dejemos que Bernarda pague el almuerzo–cena y nos desentendemos de detalles.
–Estoy de acuerdo, hagamos eso.

Adán marcó el número de Bernarda; Eva sabía muy bien que tenían el acuerdo de no mencionar el más mínimo detalle personal durante horas de trabajo, pero sentía en él la irritación y el cansancio por la espera. Ella también estaba nerviosa mientras pasaban los días.

Esteban estaba en su departamento cuando recibió la llamada de F, su misterioso informante al que solo había visto un par de veces y del que no tenía ningún dato; contestó esperando alguna novedad.

–Hola.
– ¿Has visto las noticias? –le preguntó de golpe– ¿eso de que hay dos heridos en un incidente confuso casi a las afueras de la ciudad?

Esteban se quedó un momento sin saber que decir, pero al fin recordó.

–Sí, la vi. ¿Por qué me estás preguntando esto?
–Uno de los dos involucrados, Samuel Benavente, es un genio de la informática; no lo conozco personalmente, pero en este mundo siempre terminas sabiendo algo del resto, y este tipo se inmiscuyó en una serie de asuntos que te van a interesar: estuvo rastreando datos para Adán Valdovinos.
– ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
–No lo entenderías si te explico cómo rastreo a las personas, pero Samuel recibió un par de visitas de Valdovinos antes que la galería de Carmen Basaure fuera inaugurada, y recientemente ellos dos y Eva San Román estuvieron juntos en una cafetería, justo antes del incidente que mandó a nuestro genio a urgencias.

Esteban no entendía nada.

–Cielos, no sé qué decir, ni siquiera entiendo cómo llegaste a eso.
–En parte gracias a las cámaras de seguridad, el resto es ingenio.
–Te creo. Pero tienes razón, me interesa pero no lo comprendo del todo; por lo que imagino, Valdovinos podría necesitar los servicios de Benavente para poder hacer investigaciones o... claro, la forma en que sabotearon nuestro correo.
–Es una posibilidad.
–Por lo que se ha dicho en las noticias, este hecho es confuso y se piensa que hay más involucrados, así que perfectamente... oh, Dios, estoy pensando que Valdovinos podría haber querido deshacerse de él por algún motivo.
–Como tener información.
–No es muy alentador para ti.
–Por eso es que nadie sabe nada de mí, y por suerte soy del tipo físico que con un cambio de cabello y ropa me vuelvo irreconocible; voy a tratar de conseguir más información, aunque estando otro genio en medio puede ser más complicado, pero te digo esto Esteban: me caes bien, este consejo es gratis, cuídate de este tipo, porque tengo la sensación de que a su alrededor siempre hay alguien que sale perjudicado.




Próximo episodio: Deseo en ausencia

Por ti, eternamente Capítulo 14: Caminos convergentes



Álvaro llegó pedaleando a toda la velocidad que podía al sitio en donde estaba estacionada la camioneta; se bajó de un salto, dejó la bicicleta tirada, y corrió hasta ella, que estaba sentada sobre el capó.

— ¡Romina!

Ella volteó lentamente al escuchar su voz. Se le veía alterada, demacrada por el susto que había pasado, pero aún conservaba el control de sí misma.

— ¿Te hicieron daño?
—No —replicó ella con voz grave—, no estaban detrás de mí, yo no era lo importante.

Eso lo tranquilizó mucho, aunque aún sentía el corazón oprimido por la idea de que a su amiga le hubiera pasado algo grave.

— ¿Qué ocurrió?
—Estaba distraída —explicó hablando lento, cuidando las palabras—, me estacioné aquí porque Segovia estaba siguiendo ésta ruta, pero de pronto lo perdí, fue de esos momentos en que pestañeas y desaparece. Estaba en eso cuando aparecieron esos hombres, eran tres, con facha de matones, me quitaron los binoculares, me reventaron un neumático y se fueron.

Álvaro procesaba la información a toda velocidad. Por teléfono ella no le había dicho casi nada.

— ¿Qué te dijeron?
—Eso es lo que me preocupa —siguió más grave— me preguntaron por Segovia y el niño.
— ¿Qué?

Si antes estaba angustiado por ella, esa información lo dejó helado.

—Eso es lo que querían saber. Ya cambié la llanta. ¿Cómo te fue?
—Dejé a Armendáriz con una mano herida y esperando a que llegaran sus colegas. Seguro que viene todo un contingente para acá.

Pero de pronto él se sintió inseguro y débil; Romina y él no solo eran amigos hace años por motivos laborales, realmente su amistad había sobrepasado lo técnico y todo lo que les pasara era importante. En esos momentos no solo se preocupaba por el caso, la seguridad de Romina estaba primero.

—Romina... lo lamento.
—No es tu culpa.
—Puedes dejarlo, no tienes por qué involucrarte.
—Eso no es lo que me preocupa.
— ¿A qué te refieres?

Se miraron fijo unos momentos; si, Romina estaba nerviosa por lo que había vivido poco antes, pero había pasado momentos duros, era fuerte y lo resistiría.

—Nos falta algo muy importante en éste caso Álvaro. Piensa en esto, hay matones persiguiendo a Segovia, ¿Por qué? ¿De dónde salieron? ¿Quién es Segovia?
—Comprendo tu punto, pero lo que no comprendo es qué es lo que tendrían que ver ellos con él, a menos que lo que estuvimos hablando al principio fuera así.
—Que hay algo que no sabemos. Eso explicaría por qué es que Armendáriz está en el caso, por qué e.s que la familia hizo una denuncia tan rápido y por qué el tipo escapó de esa manera.
—Sí, pero aunque tuviera sentido, aún no sabemos nada. Tiene que haber un nexo —siguió él un poco más animado—, imagino que puede ser algún tema de familia, una venganza o algo parecido, resulta más comprensible si tomamos en cuenta la desaparición del niño.

Romina bajó del capó.

—No podemos publicar nada sin tener una información concreta, si lo hacemos nos vamos a hundir de inmediato. Tenemos que descubrir qué es lo que realmente se oculta tras éste caso.


2


Esa tarde de Sábado se estaba convirtiendo en el día más largo de la vida de Víctor, pero no solo tenía eso en mente, también otras cosas; perder el furgón había tenido varias consecuencias para él, la primera de ellas, que no tenía un par de bolsos, en donde tenía ropa suya y comida. Por otra parte, si podía pensar en algo bueno de todo lo que le estaba pasando, contaba que había rescatado el bolso con las cosas de Ariel, que en los otros dos había comida para el bebé, insumos y algo de comida para adulto, y que conservaba la mochila con los más esencial como el dinero y el teléfono celular, aunque no tenía el mapa y eso hacía todo mucho más complicado. La noche se acercaba con rapidez, lo que significaba que tenía que encontrar donde alojar, y principalmente deshacerse del vehículo del policía. A la hora de escapar de esa pelea el auto le había servido de mucho, ya que alcanzaba una gran velocidad, pero no solo era vistoso, sino que de seguro ya estaba encargado por robo, de modo que solo era cuestión de tiempo para que alguien notara que estaba pasando, y siempre estaba la posibilidad de que se le cruzara alguna patrulla de policía. Estaba en una zona semi rural, muy próximo a una zona industrial, por lo que tenía la posibilidad de encontrar alojamiento o algo. Estacionó el automóvil a un costado de la ruta, cerca de unos árboles, y apagó los faros. Desde ese momento era mejor caminar.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre, tienes hambre?

El bebé se removía incómodo en las cobijas en las que estaba envuelto; durante la tarde se había mostrado de bastante buen humor y silencioso como siempre, pero el propio Víctor había optado por concentrarse lo más posible en conducir, no quería pasar por una nueva sorpresa cuando todavía sentía los malestares de los golpes y el dolor incesante en la cara, cerca del ojo izquierdo.

—Espera, ahora te veo. Oh, te hiciste. Lo siento, tengo la cabeza en cualquier parte, ahora te cambio, espera un poco.


Reclinó el asiento del conductor, y tomó uno de los bolsos para preparar la muda del bebé. Mientras tanto pensaba en todo lo que estaba sucediendo.

—Ahora te cambio, vas a ver como quedas sequito.

El niño se comportaba muy calmado cuando estaba cerca suyo. Era sorprendente, pero al pensarlo, le daba la sensación de que estaban en contacto más tiempo, como si de alguna manera Magdalena le hubiera traspasado algo de sus conocimientos y su experiencia, para que las cosas no resultaran tan difíciles; sabía muy bien que todo sería más complejo que antes, pero eso mismo lo impulsaba a creer en su plan original, es decir conseguir un sitio en donde refugiarse y contactar un abogado, en esos momentos era la única forma de protegerse, porque estaba claro que si la policía lo encontraba no iba a poder ni hablar antes de terminar en un calabozo. Pensó en Arturo, pero desechó la idea de inmediato, no podía exponerlo, no después de todo lo que había pasado, además ni siquiera tenía la seguridad de que poner a su amigo en peligro a vez sirviera de algo.

— ¿Lo ves? Ya estás seco de nuevo, ahora ya podemos seguir, te voy a llevar a pie para ver si pasamos un poco más discretos.

Una vez ya cambiado el bebé, se quedó tranquilo como era su costumbre hasta el momento; estaba decidido, tenía que seguir a pie, pero internarse en la próxima zona industrial solo, caminando y con el bebé en sus brazos seguía siendo tanto motivo de peligro como todo lo que había pasado antes, además el sol estaba iluminando con fuerza a pesar de la hora y eso era peligroso para el niño, en gran medida. Pero de todas maneras tenía que seguir, así que haciendo uso de lo que se le ocurrió y lo poco que tenía a mano, se echó a la espalda la mochila y los bolsos, cargó al pequeño en sus brazos, y lo cubrió a él y a si mismo con una cobija para protegerse de la luz, y comenzó a caminar.

—Escucha, vamos a caminar un rato así, para que estés cubierto del Sol; cuando estemos más allá o encuentre donde alojarnos te voy a descubrir.

Poco después escuchó el sonido de un motor acercándose, lo que hizo que se asustara nuevamente. ¡La policía!
No tenía donde esconderse; la calle por donde había entrado en la zona industrial estaba cubierta por murallas y puertas a la calle, y en el momento en donde sintió el sonido del motor estaba lejos de la siguiente esquina. Se quedó quieto en la vereda, apoyado en un poste de luz aún apagado, con el bebé en brazos y cubierto por la cobija; no tenía sentido correr, más le valía taparse lo posible de la cara y esperar.

—Tranquilo...

Sentía el corazón a mil, pero el vehículo que se acercaba no era un auto de policía, de hecho no era de calidad como el que usaba el grandote; bajó la vista cuando se estacionó junto a él, quedándose quieto, rogando que pasara, que lo dejara solo para saber qué destino elegir. Pero cuando el automóvil arrancó, se quedó con una tremenda sorpresa.

—No puede ser...

Le habían arrojado unas monedas.

—Creyeron que era un mendigo —murmuró para sí, sin creerlo—, Ariel, creyeron que era un mendigo ¿te das cuenta?

Por primera vez sintió algo similar al alivio; que creyeran que era un mendigo tenía sentido viéndolo bien, ya que se notaba que traía bultos y estaba muy tapado, pero no solo eso, también era una buena idea para continuar.

—Ya sé lo que voy a hacer. Voy a ser un mendigo, es la forma perfecta de salir de la vista de todo el mundo. Por ahora me voy a olvidar de los medios de transporte, lo principal es conseguir un lugar donde alojar, antes que caiga la noche.


3


Armendáriz iba en el asiento de atrás de un automóvil que conducía Marianne; tenían que reunirse en la siguiente zona poblada, pero en esos momentos el policía estaba pensando en todo lo que había pasado antes.

—Tome.

Marianne le alcanzó unas vendas; la compañía de ella era apropiada, nunca hacía preguntas inadecuadas, y en un momento como ese, aunque probablemente tenía decenas de preguntas, no las iba a hacer mientras él se mostrara silencioso y pensativo. No se trataba de la mano, de hecho la quemadura no era grave y no acostumbraba a quejarse por cualquier cosa, lo que tenía realmente herido en esos momentos era el orgullo, y más importante que eso, la seguridad en sí mismo; desde un principio había subestimado a Segovia y su capacidad física, en primer lugar por verlo como un tipo normal, casi flacucho, que no tendría conocimientos de técnicas de combate ni reflejos entrenados, y eso fue un tremendo error. Es cierto que el hombre no conocía nada específico, pero estaba realmente desesperado, y en casos así la gente podía sorprender, como había pasado en el momento del enfrentamiento que tuvieron; al final, con dispararle a la rueda del furgón solo había logrado asustarlo más, y detonar con ello reacciones inesperadas. Ahora había pasado de estar a un paso de él a solo tener una noción de donde se encontraba ¿Cómo estaría el pequeño?

—Señor...
—Si Marianne.
— ¿Quiere que nos detengamos un momento? Aún falta un poco para llegar al punto de encuentro.

Levantó la vista del suelo y la miró por el espejo retrovisor. Para su sorpresa vio que su mirada no era de incógnita, sino de angustia.

—Estoy bien Marianne.

Se miraron un momento más.

— ¿Qué ocurre?
— ¿Cómo se encontraba el menor?

¿Estaba preocupada por el pequeño, por él o por el destino de la investigación ahora que sabía que su oficial al mando tenía en la cuenta un vergonzoso fracaso?

—Está bien. Y vamos a mantenerlo así.

Ella desvió la vista del retrovisor y volvió a la pista; no más palabras, pero en esos momentos se preguntaba si ella era la única que tenía dudas acerca de su cargo.


 4


La idea de aparentar ser un mendigo había resultado estupenda; desde que lo hiciera, al llevar el cuerpo cubierto y al bebé fuera de vista se sentía mucho más seguro, aunque cuando ya terminaba la tarde su problema se había trasladado a encontrar un sitio donde alojar;

—Tienes que ir por ahí.

Quizás por primera vez en su vida escuchar que le demostraban rechazo lo hacía sentir bien, resultaba reconfortante pasar desapercibido después de estar siendo buscado por la policía; después de bastante trecho llegó a la puerta de una casa que le habían indicado, donde salió a recibirlo una mujer de alrededor de treinta años, morena, de mirada penetrante y fuerte, que lo miró de arriba a abajo.

—La hospedería está más abajo.
—Necesito un cuarto para pasar la noche, tengo dinero.

Ella dudó un momento; iba a mandarlo al diablo, tenía que adelantarse.

—Por favor, solo quiero dormir y darme un baño.
—Está bien, pero si haces cualquier desorden te vas de inmediato, no me importa que hayas pagado.
—Le prometo que no haré nada.
—Entra. Tendrás que pagarme ahora mismo.

Entró junto a ella en la casa; no era muy grande, pero estaba bien ambientada y se veía cómoda. Pagó una cantidad de dinero que desde luego era más de lo que le habrían cobrado si no aparentara ser lo que era, pero no le importó, en esos momentos salir de la calle era lo más importante.

—Tiene baño propio, pero no hay teléfono, si quieres puedes usar el de la sala pero solo para alguna emergencia o algo local. A las once puedes pedir una once o cena, en la mañana a las nueve un desayuno, y eso es todo. Me llamo Eva.
—Muchas gracias.

La mujer lo volvió a mirar de arriba a abajo ¿Que acaso los mendigos no daban las gracias? quizás estaba hablando demasiado bien.

Por fin entró en el cuarto, cerró con pestillo para evitarse problemas, y de inmediato cerró la cortina que cubría la única ventana en la habitación, para después despojarse de la cobija que lo cubría. Ariel estaba somnoliento, pero de todos modos pareció más relajado al sentirse libre también.

—Por fin, ahora podemos tener un poco de tranquilidad.

De inmediato dejó en el suelo la mochila y los bolsos, y al bebé sobre la cama. La sensación de ligereza era sorprendente, pero no era lo único, también sentía cansados los brazos.

— ¿Sabes qué? Creo que tengo que encontrar la forma de llevarte cargando sin tenerte en los brazos, es muy complicado para los dos, además si voy a seguir así necesito disimularte lo mejor posible.

Buscó en uno de los bolsos hasta que encontró una sábana o algo parecido, con la que se envolvió y le hizo una serie de nudos, hasta que formó una improvisada pero firme mochila, como un canguro para llevar al bebé a la espalda o al pecho.

—Estupendo, mañana cuando salgamos de aquí te voy a llevar de ésta forma y vas a estar más tranquilo; ahora lo que necesitamos los dos es un baño, que no por parecer de la calle tenemos que estar malolientes.

Fue directo al baño, y se alegró de encontrar que la ducha tenía tina. Parecía un sueño, y como no pensaba desperdiciarla, dejó corriendo el agua tibia para que se llenara, y volvió a la cama donde Ariel, como ya era su costumbre, lo miraba fijamente.

—Esto es algo que los dos necesitamos, vas a ver como duermes después del baño.

Se desnudó, y de inmediato, arrodillado en el suelo despojó al bebé de sus ropas.

—Espero que no te asuste el agua porque si lloras voy a tener que inventar una mentira bien grande, y aquí ni siquiera hay equipo de música como para disimular. Vamos.

Entró al baño con el bebé en brazos, pero no pudo evitar quedarse mirando un momento su reflejo en el espejo; en el torso desnudo podía ver una serie de marcas enrojecidas, por los golpes que había recibido del policía, y las heridas con sangre seca en la cara producto de ese aterrador disparo, y aún después de varias horas le costaba ver con el ojo izquierdo, pero al menos el dolor había disminuido.
Se recostó con suma lentitud en el agua tibia y reconfortante, sintiendo que esa tibieza lo abrazaba, calmando el dolor y el cansancio que sentía ¡Qué cansado estaba! Una vez que estuvo recostado en la tina, bajó con cuidado al bebé que mantenía en alto, haciendo que tocara poco a poco el agua, aunque el pequeño no se asustó en lo más mínimo.

— ¿Se siente bien?

Al principio se veía algo confundido, pero al estar con el agua casi hasta los hombros se sintió mucho más a gusto y le sonrió.

—Ah, parece que te gusta, que bien, lo que es a mí me hace genial, no me había dado cuenta pero estoy cansado y adolorido. ¿Qué dices? podemos quedarnos en un lugar así, yo podría trabajar en una pensión o en alguna tienda, en éstos pueblos dicen que siempre hay trabajo para el que lo necesita, así que solo sería eso. Podríamos quedarnos aquí para siempre.

De pronto el niño golpeó el agua con una de sus manos, lo que pareció resultarle muy divertido porque rio alegremente.

— ¡Oye! Mira lo que haces, te gusta jugar con agua.

Se quedó mirándolo mientras el niño golpeaba el agua una y otra vez, riendo divertido.



Próximo capítulo: Asuntos personales

La traición de Adán capítulo 28: Verdades absolutas



La noche del cuatro de Enero terminó siendo trascendental para Eva y Adán; ambos, por separado, llegaron a la conclusión de que no podían seguir ocultándose cosas, así que al reunirse en el cuarto de hotel de Eva optaron por hablar con toda sinceridad. Adán le contó su pasado en el hogar de infantes, y Eva de su paso fallido por el matrimonio en el campo, aunque ambos dejaron detalles sin decir: Eva no habló de las insinuaciones que había obviado, y Adán no mencionó su identidad original; de algún modo ambos habían sellado parte de su pasado de manera definitiva, y extendieron el límite de la confianza hasta el máximo que  se permitieron, hasta el punto en que creyeron entregar y recibir el ciento por ciento. Lo más gratificante para ambos fue que nada pareció cambiar o arruinarse, más bien la unión entre los dos se volvió más intensa y completa; cerca del amanecer compartían plácidamente la cama, aunque en realidad sus pensamientos estaban lejos de ser calmos.

–Estuve pensando en todo esto –dijo ella– y creo que puede haber algo que nos beneficie.
– ¿Algo como qué?
–Que quienes nos están amenazando no saben de la existencia de la otra persona.

Adán inspiró profundamente.

–Samuel es un genio de la informática, es seguro que ya sabe que tenemos una relación, así que ese elemento no es ningún beneficio.
–No me refería a eso. Pero piensa en esto: quien me persigue es peligroso y seguramente pretende actuar muy pronto, mientras que quien te acosa es pasivo, pretende conseguir beneficios a largo plazo.

Adán recordó la expresión de Samuel. Que irónico, antes había usado su encanto para conseguir cosas incluso de hombres, siempre sin entregar nada a cambio, y la única vez que había estado dispuesto a cualquier cosa, había sido rechazado.

– ¿Y eso cómo nos ayuda?
–Hagamos que se encuentren –explicó ella lentamente, aun pensando– no quiero ensuciarme las manos, pero ellos ya las tienen manchadas, usemos eso en su contra, convirtamos a cada uno en rival del otro.

Adán guardó silencio. Si Cisternas llegaba a saber de la existencia de un hombre en la vida de Eva, bien podía querer eliminarlo de su camino y en cuanto a Samuel, si explotaba su capacidad de investigación y  sobretodo sus deseos de venganza, bien podía ser una buena idea.

–Creo que tienes razón. No lo había pensado, pero tendríamos que actuar ahora mismo, para no darle tiempo a ninguno de los dos de descubrir el plan.
–Lo que tiene que ver con Cienfuegos es sencillo –comentó Eva– basta con que crea que tengo una relación con Samuel, pero no sé muy bien cómo hacer que él  encaje.
–Samuel es curioso, dejemos que crea que me iré escapando del país, y que me llevo conmigo mi dinero; después solo hay  que hacer  que las cosas coincidan.
–Me parece perfecto. Eso quiere decir que tenemos que poner en  funcionamiento el plan ahora mismo, cuando comience el día.

Eva se sintió un poco más tranquila, ya teniendo algo en mente para defenderse y continuar adelante; por su parte Adán trabajaba en la forma de lograr que todo se diera en su favor.

Micaela estaba en su departamento cuando sonó su teléfono celular; era muy temprano, pero el sonido era el tono de Esteban, así que significaba algo  importante.

–Dime.
–Acabo de comprobarlo –dijo Esteban bastante  excitado– F me llamó, la empresa de armado de estructuras que contrató Bernarda Solar hace dos años está instalada en el país, está dentro de las concursantes para el Hotel del Aeropuerto y ya tiene varios negocios más chicos.

Micaela aún dormía un poco, pero no encontró nada llamativo.

–Perdona, pero no veo que es lo tan importante. Ya habíamos dicho que era probable que eso pasara.
–Eso no es lo importante. Se trata de con quien están haciendo negocios. El restaurante de Pilar tiene instalaciones fabricadas por esa empresa, y un ejecutivo al servicio de Bernarda estuvo sumamente interesado en comprar, aunque lo rechazaron de inmediato.

¿Bernarda tratando de comprar el restaurante de Pilar? ¿Y una empresa suya detrás de parte de la construcción del inmueble? Eso activó los radares de Micaela.

–Espera. ¿Hiciste toda esa investigación por mí?
–Eso es lo que hacen los amigos.
–Eres el mejor hombre del mundo –replicó ella  con la voz quebrada– te lo juro que eres el mejor.
–Espero que muchas otras mujeres también lo descubran –comentó Esteban livianamente– pero si te sigo lo suficiente en tus conjeturas sobre Bernarda, puede ser algo preocupante.
–Lo es. Aquí hay algo muy extraño, no es casual que ocurra una cosa como esta. Muchísimas gracias Esteban, eres el mejor, ahora solo tengo que encontrar la forma de advertirle a Pilar sobre lo que está pasando.

Esa misma mañana Micaela fue al restaurante Morlacos; había oído de él, pero era realmente bonito. No tuvo necesidad de llegar a la administración porque se topó con Margarita antes, y la amiga de Pilar estaba claramente en modo defensivo.

–Margarita, necesito hablar con Pilar.

La otra sacudió su cabello y le dedicó una mirada de rechazo.

–No está.
–Escucha, es importante, sé que debe estar aquí.
–Pilar no está. No para ti.

No estaba llegando a ninguna parte. Decidió no entrar en conflictos.

–Margarita, es importante, por favor, necesito hablar con ella ahora mismo.
– ¿Es  molesto cuando no quieren escucharte, verdad? –atacó directamente– espero que sepas lo que se siente.
–No quiero discutir contigo, necesito hablar de algo urgente, esto no se trata de Pilar y yo.
–Al parecer ese es el problema, que no se trata de Pilar. ¿Tienes alguna idea de lo que ha pasado, de lo que ha sufrido mi amiga por ti? Se supone que está librándose de ti, así que no sé qué es lo que quieres ahora.

Micaela se quedó sin palabras un instante. Pilar, que había escuchado la última parte, decidió intervenir.

–Margarita, voy a hablar con ella.
– ¿Qué? –la mujer se sorprendió al verla– pero Pilar...
–Estaré bien, te lo prometo.

Margarita se rindió y se alejó. Pilar enfrentó a Micaela, aunque sin acercarse.

–Lamento venir a molestarte –empezó torpemente– pero descubrí que Bernarda intentó comprar tu restaurante.
–Le dije que no está en venta –replicó Pilar enfática– y se terminó el asunto. ¿Por qué estás aquí?
–Porque descubrí algo más. Una empresa perteneciente a Bernarda, una creadora de estructuras, trabajó aquí, es decir que tiene parte en la construcción de este lugar.
– ¿Y eso que tiene que ver contigo? Es decir, dime cuáles son tus verdaderas motivaciones.
–Es porque me parece muy sospechoso el interés tan repentino en comprar tu restaurante por parte de ella, y el hecho de que una empresa suya esté involucrada me da mala espina, me hace sentir que tiene malas intenciones.
–No veo qué podría hacer en mi contra.
–Pero yo si –afirmó Micaela con fuerza– Bernarda es capaz de cualquier cosa y eso lo sabes. ¿Qué tal si quiere hacerte algún daño por todo lo que pasó antes?

El argumento tenía peso. En ese momento Pilar recordó lo que sintió cuando la llamaron por teléfono, y como es que amenazó a Bernarda Solar por precaución.

–Escúchame –siguió Micaela– sé que estas enojada conmigo y tienes toda la razón del mundo, pero quiero que pongas atención en esto porque es importante para ti. Sé muy bien que Bernarda no tiene límites, y aunque estoy tratando de hacer algo en su contra para evitar que siga haciéndole  mal a todos, no  sé cuánto me voy a tardar, por eso quiero que te protejas. Lo último que quiero es que salgas más perjudicada, ya te hice demasiado daño.

Tenía los ojos inundados en lágrimas. Estaba siendo sincera al máximo, y solo rogaba que entre  la rabia, esa mujer que la había querido pudiera reaccionar a tiempo.

–Gracias por la información –replicó Pilar al fin– lo tendré en cuenta.
–Por favor hazlo. No te  confíes, Bernarda puede ser muy peligrosa pero también es astuta.
–Lo sé. Ahora tengo cosas que hacer.

Se dio media vuelta y entró en su oficina, seguida a los pocos momentos por Margarita. Micaela le dedicó una mirada al lugar mientras salía, estaba muy bien decorado y se olía la buena comida; pero algo no estaba bien, había algo, indefinido aún, pero que no terminaba de gustarle, o tal vez solo era la sensación de peligro que representaba la figura de Bernarda. Dentro de la oficina, Margarita estaba al borde de la desesperación.

–No lo entiendo, la tenía controlada, no tenías por qué aparecer.
–Está bien Margarita –replicó  Pilar tratando de calmarla– las cosas son distintas ahora, tengo que enfrentarla en algún momento o nunca sabré si estoy preparada.
–Igual no era el momento.
–Quizás sí.

Se quedó un momento pensando, lo que detonó las alarmas de su amiga.

– ¿Por qué tienes esa cara?
–Micaela me dijo algo que me llamó mucho la atención. La empresa de armado de estructuras que  trabajo aquí es propiedad de Bernarda Solar.

La otra mujer se quedó un momento en blanco; no hizo conjeturas en voz alta, pero vaya sí que las había hecho.

–Estas tratando de decirme que... ay por Dios... eso significa que ella ¿podría estar tramando algo en nuestra contra?
–No lo sé. Pero de todos modos es raro, no creo que sea una coincidencia que esa empresa justo haya trabajado aquí.
–Pero claro que no es coincidencia –dijo Margarita con tono lúgubre– sabemos lo que  es capaz de hacer ella, pero aun no veo porque... oh por Dios, oh por Dios...
– ¿Qué?
–Ella quiere vengarse de ti, es por eso que lo hizo.
–Pero ya me arruinó la vida, no hay forma de que... a menos que... claro –descubrió al fin– por eso es que la empresa trabajó aquí. No puede hacerme nada, a menos que me ataque a través del restaurante. Lo compra o lo destruye. Margarita, tenemos que conseguir un equipo que haga una evaluación de la construcción y de los materiales de este lugar, temo que pueda haber algo que esté muy mal.

Luna estaba disfrutando de una sesión de belleza en uno de los centros de tratamiento del Boulevard. Estaba contenta con su trabajo y con lo que se venía para el Hotel, pero recientemente había  descubierto una nueva atracción: Adán. Ese hombre era increíblemente atractivo, tenía un excelente físico hasta donde había visto hasta ahora, era bello de rasgos, visiblemente apasionado, fuerte, inteligente y exitoso, pero además de todo eso tenía un ingrediente adicional, y es que estaba completamente enamorado de una mujer; al principio creyó que era algo a la distancia, pero recientemente descubrió que esa mujer era nada menos que Eva San Román, la ejecutiva perfecta contratada por Bernarda. Estaba claro que tenían un romance de máximo secreto, aunque aún no sabía bien el motivo, es decir, casi parecían la pareja perfecta, por lo que no veía algún motivo evidente. Claro que  también estaba la opción más obvia, y es que mantuvieran en secreto el romance para poder sacar beneficios por separado de los negocios y trabajos en los que estaban involucrados. Muy interesante, pero más lo era algo que había visto desde el principio, ese deseo reprimido en  él cuando la veía; seguramente con Eva tenían sexo espectacular y todo eso, pero lo que Luna veía en la mirada de Adán hacia ella era otra cosa, algo que nunca podría encontrar en ninguna otra parte, era deseo en estado puro, ganas de tomar y entregar el cuerpo a lo salvaje, a lo prohibido y oscuro, porque ese hombre seguro que podía tener a la mujer que quisiera y cuando quisiera, menos a ella cuando estaba con la otra.
A menos que Luna hiciera algo al respecto.

Adán ya había dado el importante paso para cumplir con su objetivo de sacar de su camino a los nuevos obstáculos que tenía. Usando direcciones de correo falsas e identidades inventadas, consiguió a través de Internet pasajes para él y otra persona, directo a un país en el Norte del continente europeo, con lo que esperaba que Samuel picara de inmediato. Acto seguido lo llamó por teléfono y lo citó en una cafetería en el barrio bohemio de la ciudad.
Para cuando Samuel llegó al lugar indicado, se encontró con Adán en compañía de Eva San Román, de quien desde luego sabía, pero a quien no tenía considerada en sus planes.

–Siéntate Samuel. Te presento a Eva, ella está colaborando conmigo en algunos negocios.

Samuel se sentó frente a ellos con una expresión inescrutable en el rostro. Ambos se veían tan confiados, tan seguros.

–Samuel, estoy preocupado por un asunto personal y necesito que hagamos un cambio en el acuerdo que tenemos. Disculpa, es de la oficina.

Se levantó y contestó el celular, dejando solos en la mesa a Eva frente  a Samuel. La mujer lo miró evaluándolo.

–Adán no me dijo que además de inteligente eras atractivo.
–Imagino que no.
– ¿Y nunca has pensado en que puedes utilizar algo más que tu cerebro en la vida?
– ¿A qué te refieres?

Eva se puso de pie, rodeó la mesa, y lenta y sutilmente se acercó a Samuel que la miraba sin comprender; pronto el acercamiento fue tanto que sus rostros estaban peligrosamente cerca.

–Ese  perfume es exclusivo. Me encanta.
– ¿Qué es lo que quieres?
–Dímelo tú.

Y con gracia, lentamente, acercó aún más su rostro, rozando con sus labios los de él, dejando que la respiración y la sorpresa hicieran el resto, una mano en el hombro en la posición adecuada bastaba para completar la escena. No hubo respuesta.
Eva volvió a sentarse sin un ápice de insatisfacción, más bien parecía divertirse con la situación.

–Estás en el lugar equivocado preciosa.
–No puedes culparme por intentarlo –dijo ella con voz susurrante– en la vida todo se trata de posibilidades.
–Lo sé.

En ese momento volvió Adán, y Eva recuperó su apariencia fría de antes.

–Eva, el contrato con la operadora de máquinas se cayó, tendremos que buscar otra ahora mismo.
–Lo tendré en cuenta.
–Volviendo a lo nuestro  Samuel, me incomoda seguir tus pasos en el acuerdo que tenemos. Ahora mismo estoy con muchos ojos sobre mí y no quiero levantar sospechas, pero una cantidad considerable de dinero saliendo de mis cuentas en estos tiempos puede acarrearnos problemas.
–Supuse que tenías resuelta una coartada.
–No fue así, no desde que el Hotel depende de mí desde antes de comenzar a funcionar; en términos técnicos, soy auditable desde que firmé el contrato.

La mente de Samuel trabajaba a toda velocidad.

–La mayoría de las veces suceden cosas similares, así que no hay mayor motivo para que te preocupes.
–Si lo hay, desde que un hombre se suicidó en medio de la galería de Carmen Basaure. Ahora estoy indirectamente involucrado y lo peor es que el suicidio dejo una serie de interrogantes, de modo que cualquier cosa extraña que ocurra puede ser vista u oída. De todos modos tengo un plan alternativo, porque retiré mis inversiones relacionadas con  esa galería, así que pondré ese dinero en una cuenta de uso compartido, a la que tendrás acceso directo tú o quien tú dispongas. El modo de operar de la cuenta es que por contrato solo se podrá disponer de una cantidad específica de dinero cada cierto tramo de tiempo, así que no será sospecha que el dinero sea retirado por ti o por mí porque la cuenta está  pensada para eso.
–Me parece lógico, aunque desde luego delegaré el acceso a otra persona por motivos de seguridad. De todos modos podríamos haber hablado esto por teléfono.

Adán sonrió espléndidamente.

–No voy a arriesgarme de ninguna manera. En el sobre que tienes en el bolsillo están los datos que necesitas, solo tienes que seguir el procedimiento a través de internet y tendrás acceso a la cuenta; lo único que necesito es que me estregues una dirección de correo electrónico segura a través de la que nos podamos comunicar.

Samuel sacó de  su bolsillo el sobre que Eva había depositado sin que él lo notara. Se dejó el contenido y apuntó en el reverso del sobre una dirección de un apartado creado por él, a través de la cual podía inmiscuirse en la vida de Adán con solo un clic. Le entregó el sobre al otro, quien se lo guardó sin leerlo.

–Sigue las instrucciones al pie de la letra. Y ten ciudado con lo que haces.
–Descuida –comentó él obviando la amenaza velada– tengo muy clara la situación en la que estoy. Ahora nos vamos.

Eva se alejó primero, mientras los dos hombres se ponían de pie.

–No me traiciones Adán, sabes que puedo hacer muchas cosas en tu contra.
–No voy a traicionarte Samu –replicó el otro usando su antiguo trato amistoso– tengo demasiadas cosas de que ocuparme como para perder tiempo en una pelea en la que no soy el más fuerte. Nos veremos.

Samuel volvió a sentarse mientras Adán se desvanecía entre la gente. Que estuviera tratando de huir del país era comprensible, sobre todo si intentaba distraerlo  con el asunto de la cuenta, pero no se saldría con la suya. De momento lo tendría vigilado, y tan pronto como cometiera el error, tendría un argumento más con el que controlarlo, y esta vez por completo.




Próximo episodio: Una sola dirección

Por ti, eternamente Capítulo 13: Lejanía




Arturo estaba aún en la sala muy iluminada y de paredes lisas adonde lo había llevado la policía; nada de dramatismos, nada de teatralidad, solo se trataba de tenerlo ahí y convencerlo de hablar.

—Esto es totalmente absurdo.

Estaba con los mismos oficiales que lo habían ido a buscar a su casa. No habían sido agresivos ni hecho el juego del policía malo y el bueno, lo que en cierto modo era mejor, porque no tenía que plantearse una situación rara, y tenía claro que ambos estaban tratando de convencerlo, usando una mezcla de autoridad y sensatez.

—Sólo estamos pidiéndole algo de cooperación, nada más.
—No, lo que me están pidiendo es que hable algo que no sé.
—Pero usted puede ser cómplice de un delito.
— ¡No lo soy porque no sé nada!

La mujer se mostró algo más empática. Buena, ahora trataban de confundirlo.

—Escuche, alguien nos dijo que usted está involucrado en la huida de Segovia.
—Eso es imposible.
—No lo es, usted conoce a Arnaldo Márquez.

Escuchar el nombre lo puso nervioso, aunque ya había pensado en que pudieran preguntarle por él; de cualquier manera era absurdo negarlo, pero podía usar eso para desviar la atención del tema que era de verdad importante.

—Lo conozco.
—Ese hombre es un reducidor de especies, y según su declaración, cuando fue al domicilio de Segovia usted estaba ahí.
—Por supuesto que estaba ahí —replicó con lentitud—, Víctor me dijo que tenía que pagar una deuda grande, y que por eso necesitaba una gran cantidad de dinero.
—Entonces debería parecerle extraño que lo hiciera así, tan de repente, a menos que usted ya supiera algo.

Lo de sacar una verdad con otra era algo que también se esperaba. Pero en esos momentos agradeció que Víctor no le hubiera contado en ese momento en particular, aunque de todas formas lo supiera después; se había entrenado lo más posible para soportar esa situación, pensando y pensando en preguntas difíciles, pero de todos modos era mucho más complejo y fuerte estando en el caso.

—Me dijo ese mismo día que necesitaba ayuda para conseguir el dinero, por eso contacté al tipo.
— ¿El bebé en sus brazos no le pareció llamativo?

La pregunta del policía estaba teñida de dobles intenciones, pero no podía dejarse impresionar.

—No tenía ningún bebé en sus brazos por el amor de Dios, y el reducidor puede confirmarlo, estuvo dentro del cuarto de Víctor igual que yo.
—Si es su amigo, debería estar preocupado por él.
—Claro que estoy preocupado.
—Entonces ayúdenos.
—No voy a tenderle una trampa si es eso lo que están pensando —replicó desafiante— hasta ahora he tratado de comunicarme con él, incluso le envié un correo pidiéndole que volviera, pero si no lo hace no voy a decirle que nos juntemos en tal parte ni nada de eso que hacen en las telenovelas, no voy a traicionar a mi amigo.

La mujer frunció el ceño.

—Habla como si supiera de qué habla.
—No, no lo sé, ni siquiera sabía que tenía un bebé hasta que salió en las noticias. Pero no necesito saber nada más, él es mi amigo, lo conozco.

Eso había sido un error. Había tratado de mantenerse apegado a lo técnico, pero mezclar  la amistad lo había hecho equivocarse.

—Hay muchas personas que creen conocer a alguien hasta que descubren que tiene una vida secreta —opinó el hombre—, y eso cambia las cosas.
—Puede ser —afirmó forzándose a ser firme—, pero a Víctor lo están buscando todavía, mientras no tenga una prueba irrefutable de que es culpable de algo, voy a seguir confiando en él. Si quieren les doy mis claves de correo si piensan que estoy ocultando algo, pero lo demás es su trabajo, búsquenlo entonces.

2

Armendáriz retrocedió unos pasos. El arma cayó a unos metros de distancia, mientras el policía se cubría la mano derecha con la otra, gruñendo por la quemadura que le provocó la detonación del revólver. Víctor cayó sobre el suelo de la parte trasera del furgón, con las manos cubriéndose la cara y gritando descontroladamente; cuando el policía estaba casi sobre él, el joven lo golpeó con una botella de vidrio, dando el golpe justo en el arma, lo que hizo que se disparara por fuerza. La detonación destrozó la botella, desarmando al policía y arrojando esquirlas de vidrio en todas direcciones, pero principalmente hacia Víctor, que se revolvía de dolor.

Los llantos del bebé lo reactivaron de alguna manera, y de nuevo, guiado por la adrenalina, y también por el dolor que estaba sintiendo, reaccionó, y tomó uno de los termos que él mismo había cargado al interior del furgón. El policía lo había agarrado por las piernas para sacarlo del piso del vehículo, lo que le dio una oportunidad de defenderse; sin parar de gritar y viendo nublado, el joven se encorvó y lanzó un golpe certero en la cabeza, aunque el corpulento policía no lo soltó.

— ¡Detente!

Fue inútil. Víctor volvió a golpear, con todas sus fuerzas, y ésta vez logró alejarlo de su cuerpo. Trastabillando se bajó, y aprovechando que Armendáriz estaba medio aturdido, volvió a golpearlo con todas sus fuerzas.

— ¡AAhhh!

Armendáriz se vio totalmente sorprendido por toda la situación, y con el primer golpe como sorpresa, no alcanzó a reaccionar, dándole espacio al otro de volver a golpearlo; se sintió aturdido como con los golpes recibidos en las sesiones de boxeo, y por instinto se cubrió la cara, pero un nuevo golpe le dio en las costillas, haciéndolo doblarse, dejándole libre el campo. Dos golpes más lo desestabilizaron y dejaron medio de rodillas en el suelo.

— ¡Segovia!

El grito sonó ahogado en sus propios oídos. Víctor soltó el termo, corrió al furgón y tomó de él la mochila, los bolsos que alcanzó, y fue al auto del policía; Ariel seguía llorando estruendosamente, pero el joven lo tomó en sus brazos, subió al asiento del piloto, y emprendió la marcha a toda velocidad hacia el sur. Armendáriz se puso de pie impotente.


3


La camioneta de Álvaro y Romina seguía detenida en la elevación de terreno que estaba a cierta distancia de la granja.

—Oh Dios santo, Álvaro, esto es de antología.
—Pero cuéntame la última parte, no me dejes con la duda —protestó él ansioso—, te quedaste en la parte donde Segovia y el gorila forcejeaban.

Romina no soltaba los binoculares.

— ¡Esto es la lotería! Con las fotos que tengo vamos a poder hacer muchas cosas más.
—Romina...
—Ya, ya, lo siento. Mira, ellos forcejeaban, pero el tipo se soltó, el gorila iba a dispararle o a hacer una advertencia y al mismo tiempo el prófugo lo golpeó con algo.
—Parece mentira. ¿Pudiste ver qué era?
—No, pero cuando veamos las fotos lo sabremos, debe haber sido un tubo de luz, una botella o algo así, la cosa es que ambos quedaron heridos, pero Segovia reaccionó como un gato y lo volvió a golpear.

Álvaro se frotaba las manos ante la noticia que estaban consiguiendo.

—Increíble, increíble...
—Pero eso no es todo, porque Segovia se quedó con el auto de Armendáriz y huyó con él.

Álvaro se bajó de la camioneta con energías renovadas y sacó de la parte de atrás una bicicleta.

—Escucha, voy a quedarme aquí para sacar unas fotos del sitio del enfrentamiento.
—Yo seguiré a Segovia —comentó ella pasándose al volante—, tenemos que establecer un cronograma de huida.
—Ten cuidado, ese tipo es más peligroso de lo que creíamos.
—No te preocupes —replicó ella guiñándole un ojo—, no tengo pensado acercarme, y tú mantente oculto, el gorilote debe estar echando fuego por los ojos y si te ve, es capaz de esposarte a un árbol y dejarte abandonado.
—No hay problema —sonrió él—, no va a verme. Estamos en contacto.


 4


Había conducido sin detenerse durante casi una hora, pasando velozmente del pueblo que era su punto de destino en primer lugar; había callado sus propios gritos a la fuerza, obligándose a estar callado, pero con las manos aferrándose al volante, mirando adelante, sin pensar en nada, solo sintiendo el terror vivo en el cuerpo después de todo lo que había pasado. Ariel había llorado de manera incesante, pero producto del cansancio terminó durmiéndose, lo que a fin de cuentas era mejor porque no estaba en condiciones mentales de hacerse cargo de sus llantos.

Al final, cuando traspasó el pueblo, siguió por un camino rural que vio a un costado y continuó por él, avanzando entre árboles y vegetación. Cuando consideró, dentro de su angustia, que estaba los suficientemente lejos del lugar en donde había tenido el enfrentamiento con el policía, buscó un sitio escondido, una cuna de árboles, y detuvo al fin el automóvil. Luego permanecía inmóvil aún en el asiento del conductor, mirándose fijo en el espejo retrovisor; una decena de heridas poblaban el lado izquierdo de la cara, y en esos momentos estaba quitando el que creía era la última esquirla de vidrio que podía ver, con la piel del rostro y las manos ensangrentadas.

—Parece que esa era la última.

Se recostó con desgano en el asiento, con el dolor punzante en el rostro y los dolores de los golpes que había recibido durante su enfrentamiento con el policía.

—Y yo que siempre había sido pacífico...ahora además tengo una anotación  por agresión a un policía y robo de auto...no puedo creer todo lo que está sucediendo.

Miró a su derecha, encontrándose con los vivaces ojos de Ariel, que recostado en el asiento del copiloto lo miraba de nuevo, tranquila y fijamente.

—Nada de esto habría pasado si no fuera por ti. Estoy herido, agredí a un oficial, robé un auto y estoy perdido en la mitad de la nada.

Pero la mirada del bebé seguía ahí, contemplándolo como desde que lo tenía consigo, con el mismo interés; no era justo, nada de lo que decía era justo, al menos no así.

—Lo siento —murmuró—, no quise decir eso...

Se quedó sin palabras durante un momento. No sentía el impulso de llorar, solo se sentía desprovisto de fuerzas.

—Lo lamento, no quise decir que la culpa fuera tuya...es solo que yo...estoy tan asustado, ese hombre amenazándome por teléfono, y luego ese cura tratando de llevarte, ahora ese policía, y él no escuchaba nada de lo que decía, como si ya estuviera decidido que yo soy un delincuente y...

Cerró los ojos otra vez. Su vida completa era una locura, pero no terminaba ahí, nada había terminado.

—Todo eso fue una cosa tan extrema...pudiste haber terminado herido, pasaste peligro y yo no podía hacer nada, sólo reaccioné lo mejor que pude. Pero es extraño, porque a la vez siento que no deberías estar pasando por esas cosas, que no deberías pasar por ejemplo una noche en descampado ni que te asusten éstos gritos, pero también siento que Magdalena siempre tuvo la razón, que su familia no debe acercarse a ti y yo...yo solo quisiera que estés a salvo.


No solo estaba lastimado, también estaba confundido, dividido entre la idea de mantener su promesa y seguir adelante con la débil alternativa de esconderse y conseguir un abogado que lo ayudara a defenderse. Desvió la mirada otra vez hacia el retrovisor.

—Estoy todo con sangre —comentó sin inflexión en la voz—, pero lo que me preocupa es mi ojo izquierdo, no sé si me pegué o algo, pero me duele mucho...al menos tú eres afortunado, tus cosas y tu comida están en los bolsos...

Volvió a encender el motor; no podía quedarse ahí demasiado tiempo.

—Ésta ha sido la hora más larga de mi vida...pero tengo que seguir, hay que salir de aquí y alejarse lo más posible, porque ese policía debe haberle avisado a toda la ciudad. Y tengo que deshacerme de éste  auto, es demasiado vistoso, aunque nos ha servido bastante...no podemos seguir al sur, tendré que buscar un desvío y después pensar en algo.


5


Un automóvil blanco avanzaba a gran velocidad por la carretera. Al volante iba un hombre moreno, muy musculoso, enfundado en una camiseta blanca; junto a él otro, delgado, de rasgos orientales, y atrás el que parecía ser el líder, un hombre delgado, de figura esbelta y atlética, de cabello negro y rasgos y mirada aguda, que en ese momento contestaba el celular.

—Señor Claudio.
— ¿Cómo va la investigación?
—Estamos detrás de la pista que nos dijo —replicó sonriendo—, hay movimiento de policías por aquí, creo que es porque están cerca. ¿Quiere que nos deshagamos de ese hombre?

La voz del otro lado de la conexión se escuchaba fría y segura, como de costumbre.

—Por ahora solo importa el bebé, ya saben eso. De cualquier manera lo del policía puede ser importante, así que quiero que estés atento, te avisaré cualquier cosa.

Cortó. Adrián sabía que ese tipo de cuello y corbata que era el asistente o lo que fuera de Fernando de la Torre no era lo que parecía, era lo mismo que ellos, solo un matón a sueldo, pero con un sueldo mejor que el de ellos. No era la primera vez que tenían algún tipo de trabajo así, pero si la primera en que tenían que ser cuidadosos y preocuparse de alguien, en éste caso el nieto. El que se lo había robado no sabía en la historia que se había metido al llevárselo de esa manera. Pasado de una pequeña granja, el hombre de rasgos orientales le indicó al conductor que estuviera el vehículo, justo en una elevación del terreno, y se bajó inmediatamente.

— ¿Y a éste que le pasa?
— ¿Qué sé yo? sabes que siempre hace esas cosas.

El oriental ya estaba de rodillas revisando el suelo.

—Jail...
—Espera.

El musculoso se sentó en el capó. Adrián se cruzó de brazos.

—La pelea de la policía fue más adelante...
—No estamos solos —dijo el otro seriamente poniéndose de pie—, alguien más estuvo aquí.
—Tal vez la policía.
—La policía no usa bicicletas —replicó el que llamaban Jail—, además el hombre dijo que la llamada de la policía decía que tuvieron un enfrentamiento después y hacia el oriente. Es decir que alguien está siguiendo al policía o a Segovia, y son dos personas por lo menos. Llegaron aquí en una camioneta y se separaron, uno de ellos va en bicicleta.

Adrián frunció el ceño. Claudio no les había dicho que hubiera más gente involucrada ¿Tenía que llamarlo o no? Decidió esperar, al menos por el momento, hasta que supieran algo más.

— ¿A quién tendríamos que seguir, al de la camioneta?
—Es lo mejor, seguro que ese va tras Segovia.

Ese hombre era muy intuitivo.

—Está bien, suban al auto, vamos a seguir esa pista, pero solo un poco, no podemos dejar que el tipo con el niño se aleje demasiado.


6


Romina estacionó la camioneta a un costado de la carretera y volvió a barrer el terreno con los binoculares. Parecía mentira que ella y Álvaro estuvieran sobre una pista tan buena, con las fotos de la pelea de Segovia y Armendáriz y siguiendo de cerca al fugitivo; aunque en esos momentos la situación podía ser un poco decepcionante, porque a pesar de ser ella misma quien siguió a Segovia en su huida, incluso antes que la policía misma, casi dos horas después no lograba encontrarlo.

—No puede ser —murmuró barriendo nuevamente—, no puede haber desaparecido en el aire.

Ya se había comunicado con Álvaro y le había indicado su ubicación para que se reunieran. Independientemente del caso en sí, sabían que ahora que el policía estaba herido en su orgullo, movería cielo, mar y tierra para encontrarlo, lo que quería decir que ellos tenían que llegar antes para tomar la exclusiva y luego correr para lanzarla en primer lugar. En eso sintió un golpe de nudillos en el vidrio.

— ¿Sacaste buenas fotos?

Otro golpe más fuerte la hizo reaccionar. Miró y se encontró con dos hombres junto a su puerta y a otro delante, apoyado en el capó. Se quedó muy quieta, guiada por un presentimiento.

— ¿Están perdidos?
—Estamos buscando a alguien —respondió el tipo de penetrantes ojos negros—, y algo me dice que tú has visto algo.

No le gustaba, ni la actitud de él ni que la mirara de ese modo, pero sabía muy bien que ante situaciones así tenía que mantener la calma.

— ¿Algo de qué? no te entiendo.

El tipo se acercó un poco más, haciendo que resultara inútil el vidrio, eso no la hacía sentir más segura. Al inclinarse sobre la ventana, Romina vio un arma asomada en el cinturón.

—Yo creo que si me entiendes. Estamos buscando a un hombre con un bebé, el mismo de las noticias. Dime lo que viste. Por favor.

La sorpresa de la visión del arma la anuló por un segundo. El tipo sonrió y le hizo un gesto. Baja el vidrio bonita. No quería hacerlo, pero lo hizo, lentamente, tratando de pensar si resultaría presionar el acelerador a fondo. ¿Tendría que atropellar al de adelante? La camioneta era fuerte, quizás podría, pero no tenía la seguridad, al menos sabía que el motor estaba encendido.

—Dime lo que viste, tengo prisa.
—El hombre pasó por éstos lados hace poco —respondió luchando por no sonar demasiado asustada—, va en un auto gris.
— ¿Hacia dónde fue?
—No lo sé —respondió con total sinceridad—, creí que estaba por aquí pero parece que lo perdí.

El otro pareció satisfecho.

—Gracias. Ahora mejor ve a tu casa, y ten cuidado, acuérdate que a los periodistas no es difícil encontrarlos.

Con un rápido movimiento le quitó los binoculares de las manos, y alejándose tomó el arma y disparó, reventando uno de los neumáticos. Inmediatamente los tres subieron a un auto blanco y emprendieron la marcha, dejando a Romina temblando en el interior de la camioneta. Un momento después la mujer tomó con manos temblorosas el teléfono celular para llamar a Álvaro.




Próximo capítulo: Caminos convergentes