En medio de la cafetería del servicio de urgencia donde había pasado la mayor parte de la mañana y junto a tres de sus amigos, Matilde estaba aterrorizada ante una simple llamada telefónica, pero aún en el estado mental en que estaba le pareció que el tono de voz de su padre era extrañamente enérgico y trivial, todo lo contrario de lo que se esperaría de noticias trágicas.
–Papá, yo...
–Dijiste que ibas a llamarnos durante el desayuno –replicó él intensamente– y no llamaron, y después no contesta ninguna de las dos.
Se quedó un momento en blanco, tontamente mirando a la nada mientras escuchaba aquellas palabras. Y solo un momento después recordó que el día anterior los había llamado para decirles que los llamaría durante el desayuno con Patricia.
–¿Hola?
–Si, estoy aquí –respondió con voz mecánica– estoy aquí, lo que ocurre es que mi teléfono está estropeado, no puedo usarlo y Patricia parece que perdió el suyo.
–Dios, éstas muchachas –comentó él hacia un lado, seguramente hacia su madre– a veces no saben donde tienen la cabeza siquiera.
Tenía que cortar esa llamada.
–Papá, ahora mismo estoy fuera, voy al servicio técnico, llamo más tarde.
–Tu madre quiere decirte algo.
No. No iba a poder hablar con ella sin echarse a llorar; con un estremecimiento se decidió por extender la mentira que dijera momentos antes y terminar con eso.
–Papá, se me va a apagar otra vez y tendré que dejarlo en el servicio técnico ahora, los llamo luego ¿si?
Él vaciló, pero finalmente aceptó.
–Está bien, puede esperar, además va a parir una yegua y queremos verla.
–Excelente. Te llamo después.
Cuando cortó se vio las manos temblorosas como si no fueran suyas; sus amigas, entendiendo todo, no hicieron comentarios y la guiaron hacia la mesa donde estaba Antonio en el celular.
–Tranquila, te pedimos un té de rosas.
–Gracias.
–Hice lo que me pediste –indicó Antonio con voz neutra, como si estuviera hablando de algo rutinario– hasta ahora la noticia solo está en un medio televisivo y uno de radio, no quiero sonar frio, pero un choque en la Rotonda El Cerro tiene congregada a mucha gente en la parte norte y esos caos viales tienden a opacar lo demás.
Para Matilde sonaba increíblemente tranquilizador, pero comprobar que sus padres aún no se enteraran de nada no quitaba las posibilidades de que eso ocurriera, inclusive sabiendo que no se moverían de Rio dulce por causa de los animales.
–Gracias Antonio.
–De nada, tener costumbre debe servir de algo –al ver que las tres lo miraban confusas, explicó– estoy trabajando en proceso de datos en Sircamp desde que salí del instituto.
Por un momento Matilde se sintió ridícula.
–¿Trabajas en Sircamp?
–Si.
–Mi tía trabaja ahí –dijo en voz baja– tal vez la has visto. Alta, cabello rojizo, más de cincuenta, usa un bastón...
–La señora Andrade, claro –replicó él perplejo– nunca había hecho la relación, pero la conozco, es decir la he visto con los peces gordos.
A Soraya le pareció excelente noticia.
–Excelente, creo que a través tuyo podríamos descubrir algo más.
–No es posible –la cortó él sonriendo– ella tiene un cargo alto, yo solo sé que existe. Además ni siquiera está en la ciudad.
Eso podía ser realmente interesante.
–¿Que quieres decir?
–Hoy hay un congreso o un seminario, no recuerdo bien –se encogió de hombros a modo de disculpa por lo vaga de la información– y es para todos los cargos altos y medios, es en un hotel en la playa. Un amigo que trabaja hace años ahí dice que es solo un gran coctel con bar y buffet abierto para todos, como un beneficio adicional de parte de la empresa. Dudo que puedas encontrarla el día de hoy.
–Eso me tranquiliza bastante en realidad –dijo ella suspirando– por lo menos creo que en este momento mi tía no es una amenaza.
Eliana no creía lo mismo.
–Matilde, tienes que decirle a tus padres lo que sucedió, no puedes esconderlo más tiempo.
–Lo sé, pero no puedo, es decir... no tengo corazón para hacerlo.
–Pero va a ser peor si se enteran por alguien más, y mientras pasa el tiempo eso es más probable.
Se dio cuenta que había estado negándose a tocar el tema deliberadamente, diciendose primero que hablaría con ellos cuando tuviera claridad de lo que le pasaba a Patricia, pero ahora que lo sabía, buscaba otra excusa para extender eso, y es que si ya estaba nerviosa y angustiada, la perspectiva de darles una noticia como esa era practicamente devastadora. ¿sería válido preguntarle a la propia Patricia? No, no era una opción, tenía que tomar la decisión por si misma, y actuar cobardemente escondiéndose no solucionaba nada.
Minutos después los cuatro seguían en la cafetería, cuando Antonio se levantó.
–Lo siento pero tengo que irme, debo trabajar.
–Tranquilo, yo voy a estar aquí y te aviso cualquier cosa –se despidió Eliana– gracias.
–Gracias por venir –se despidió Matilde– gracias por todo tu apoyo.
–Para eso estoy –repuso él sonriendo– no hay nada que agradecer.
Matilde caminó con Antonio en silencio hasta la escalera y bajó en su compañía, en parte para despedirlo y además porque quería pasar por la habitación donde estaba su hermana; estaba muy cansada como para entrar nuevamente tan pronto, pero al menos quería estar ahí y sentirse cerca de Patricia. Antonio ya se había ido cuando la relativa tranquilidad del centro de urgencias se vio interrumpida violentamente.
–Nooooo!!
Un grito muy fuerte se escuchó desde dentro de una de las habitaciones justo en el mismo pasillo. Varias personas y trabajadores voltearon tratando de identificar el origen del grito, pero un segundo después no fue necesario porque un nuevo ruido se dejó oir, el estruendo de cosas rompiéndose.
Patricia.
Con el corazón repentinamente oprimido por un presentimiento, Matilde corrió hacia la puerta que correspondía a la habitación en donde estaba Patricia, mientras a su alrededor la alerta y el desconcierto crecían.
–No se acerque.
Alguien dio una orden a voz fuerte al tiempo que otras personas hablaban apresuradamente; Matilde estaba segura de que se trataba de Patricia.
–¡Patricia!
Alcanzó a tocar el pomo de la puerta, pero un hombre vestido de impecable celeste la detuvo.
–No se acerque señorita.
–Mi hermana está adentro.
Nuevamente ruido de cosas moviéndose y gritos, aunque eran mucho más débiles que los anteriores. El hombre la apartó con poca delicadeza y abrió la puerta, dejando a la vista el desastre que estaba teniendo lugar ahí dentro tal como Matilde previera.
–¡Patricia!
La camilla estaba volteada de costado, la ropa revuelta y desperdigada, pero la policía no estaba en el suelo ni mucho menos. Cubierta únicamente por la bata sintética que le llegaba a las rodillas, la mujer estaba de pie a pocos pasos de la ventana del cuarto, y tenía en las manos una silla de metal plegable.
–Oh no...
Respiraba agitadamente, obviamente estaba haciendo un esfuerzo para moverse y mantenerse en pie. Un momento después se movió con mucha más fuerza y rapidez de la que parecía probable por causa de lo inestable de su cuerpo, y con los brazos alzados empuñó la silla como una especie de arma, arremetiendo con ella contra la ventana.
–¡Espere, que está haciendo!
El hombre iba a acercarse, pero Patricia golpeó violentamente la ventana una vez más, rompiendo el vidrio con un nuevo estruendo, miles de astillas friccionando y saltando en todas direcciones; el movimiento y el esfuerzo consumieron las energías que tenía la mujer de 29 años, quien dio un par de pasos hacia atrás sin rumbo fijo, como si los golpes que había dado los hubiera recibido en vez de lo contrario. Cuando la silla cayó de sus manos con un curioso sonido frio de metal y vidrio, el hombre de celeste se acercó rapidamente y la tomó por la espalda, sujetandola firmemente con los antebrazos por debajo de las axilas; solo en ese momento Matilde comprendió que era un trabajador pero aún así no salía de la sorpresa que la paralizó al entrar.
–Necesito sacarla de aquí, no puedo pasar con usted en medio.
El hombre no estaba siendo ni mucho menos que agresivo, pero su voz era firme al indicar lo obvio; aún sin poder creer lo que estaba viendo, Matilde se apartó lo suficiente para que el hombre pudiera salir, pero solo en ese momento pudo ver a su hermana de frente y se quedó completamente sin palabras, ni aire en los pulmones como para gritar por la sorpresa. Patricia se había quitado parte de las vendas que tenía en la cabeza, lo que dejaba a la vista los parches y quemaduras: la zona cercana al ojo, la piel sobre el parietal y parte del cuello habían sido afectadas por el fuego según lo que le dijeran anteriormente, pero ver esas heridas era algo completamente distinto. Pudo ver la carne viva donde debía estar la piel y el cabello, de un color rojo escarlata y con protuberancias y algo de un color blanquecino en algunas partes. Parecía estar doliendo por el solo hecho de estar, no como un corte que es puntual, sino como algo que abarca más, una marabunta sobre el cuerpo de su hermana.
–Matilde.
Se dio cuenta que la imagen de su hermana se alejaba, pero podía escuchar débil mente su voz mientras la sacaban de la habitación y reaccionó a moverse de una vez.
–Patricia.
En unos momentos colocaron a su hermana en otra camilla y la trasladaron a una habitación cercana mientras la normalidad volvía al centro de urgencias y personal de aseo se ocupaba de los destrozos. Para ese momento Eliana y Soraya estaban llegando al pasillo y el doctor aparecía con el ceño fruncido.
–¿Quién es la persona a cargo de la medicación de ésta paciente?
–Yo doctor Acacios –replicó el mismo hombre de celeste– la paciente está desvanecida...
–¿Que ocurre con la medicación Andrés? –preguntó el doctor con preocupación– dejé especificados los medicamentos.
–Fue inesperado doctor –explicó el otro resueltamente– se aplicó la medicación que usted indicó, yo mismo lo hice. No podíamos prever ésta reacción.
Matilde dividía su atención entre las personas que se ocupaban de su hermana en la habitacion a la que había sido trasladada y la discusión entre el doctor y el otro hombre. Aparentemente el profesional dio por verdadera la versión y asintió comenzando a entrar en el lugar.
–Gracias por informarme Andrés, pensé que podía ser otra cosa. Por favor tráigame la ficha de la paciente.
Entró a la habitación cerrando la puerta tras si, pero el otro hombre adivinó lo que iba a pasar y se interpuso en el camino de Matilde.
–Señorita, usted es...
–Soy su hermana –replicó sin salir de la sorpresa– quiero verla, por favor.
–Es probable que la pueda ver después, es una situación poco habitual.
–¿A qué se refiere?
–Hay personas que tienen tolerancia a los sedantes o pueden experimentar reacciones violentas, o ambas. Parece que su hermana es un caso similar. ¿ha sido operada o tenido alguna enfermedad grave?
–No.
–Eso explica que no lo supieran. Lamento que haya tenido que ver ésto, es bastante impactante.
Por supuesto que lo era; Matilde le dio las gracias cuando el técnico le dijo que le avisaría apenas pudiera verla y se retiró de la puerta.
–¿Quieres volver a la cafetería o prefieres esperar aquí?
Durante varios segundos no contestó. Su corazón aún latía poderosamente por el choque emocional de ver a su hermana en ese estado, pero no era lo único que estaba sucediendo.
–Hay algo que tengo que hacer antes.
Dejó a sus sorprendidas amigas en el pasillo, y caminó hacia la siguiente esquina, directo al baño.
Al entrar al lugar encontró precisamente lo que esperaba, los lavamanos acompañados de una pared espejo que la reflejaba a ella misma y a la pared contraria nítidamente bajo la luz blanca; era primera vez en esa mañana que se miraba a si misma.
–Esto es lo que soy.
Lo dijo sin mayor convicción. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto y parecía tan cansada como se veía, pero independientemente de eso, seguía siendo la de siempre; nunca se había considerado especialmente bonita, pero si se reconocía a si misma rasgos armoniosos. Tenía ojos comunes, pero apreciaba sus labios por estar bien formados, y también estaba el color de su piel, que no era morena pero siempre tenía el color saludable que otras sustituían por rubor. Y estaba su cabello, desde luego que estaba su cabello, lacio y manejable, quizás un poco sin movimiento, pero no tenía que lidiar con él, bastaba un buen acondicionador y siempre se veía bien. Cuando era adolescente se preocupó por no tener curvas, y cuando empezó a tenerlas se angustió por la posibilidad de tener demasiadas, pero finalmente no quedó en ninguno de los dos extremos aún cuando siempre se quejaba de sus brazos delgados que no podía usar con ropa sin mangas porque parecía enferma.
–¿Esto soy yo?
Se quedó inmóvil mirando el reflejo en el enorme espejo, una mujer mirando a otra, tratando de verse desde un punto de vista diferente. ¿Era eso lo que le había pasado a Patricia? ¿Había recuperado la conciencia y con ella los recuerdos del enfrentamiento y el fuego y el dolor, luchando por reunir fuerzas para levantarse y encontrar donde verse?
¿Acaso Patricia presentía de alguna manera lo que estaba pasando? Quizás en la ambulancia no estaba completamente inconsciente y permanecía en un estado similar al letargo, escuchando como esos hombres hablaban de medicamentos y soluciones químicas y oxígeno, tal vez en alguna situación anterior escuchó algo o ayudó en un caso de incendio y reconoció las palabras, y al despertar, encontrándose sola y adormecida quiso saber, sintiendo el apremio de la duda. ¿Un corte de cabello puede hacer que no te reconozcas al día siguiente en el espejo verdad? Si te levantas de una camilla y te ves en el débil reflejo de un vidrio, y lo que ves es a otra persona, alguien que ha atrapado tu cuerpo y de quien no puedes escapar entras en pánico y sientes la imperiosa necesidad de hacer algo al respecto, da igual que lo que hagas tenga sentido o no, la reacción proviene de tu parte más básica, el instinto de supervivencia. Los miles de pedazos de vidrio esparcidos por esa habitación de la urgencia solo eran un reflejo inocente, lo que realmente estaba quebrado era Patricia.
Necesitaba salir.
Salió rapidamente de la urgencia sin saber con total claridad adonde se dirigía, solo necesitaba alejarse de todo ese dolor y descubrir alguna forma de ser útil cuando la fuerte siempre había sido su hermana en comparación con ella; avanzó medio a la carrera, doblando en la siguiente esquina con una vaga idea de en que parte estaba, pero solo queriendo caminar y caminar, correr o gritar, hacer cualquier cosa menos seguir sintiendo que no había nada que pudiera hacer para disminuir el dolor de Patricia. Algunos minutos después estaba seguramente a más de diez cuadras del centro de urgencias y un poco perdida, pero sin fijarse en lo que ocurría a su alrededor; comenzó a caminar más lento, jadeando mientras desplazaba la vista de un lado a otro sin ver y con la mente tan revuelta como antes. Fue un grito lo que nuevamente la sacó de sus pensamientos.
–¡Suéltame!
La voz de mujer se escuchó por sobre el sonido ambiente y la hizo mirar hacia un costado: en ese momento estaba cerca de una calle interior, algo como un pasaje que unía esa calle con la siguiente solo con cemento y paredes descuidadas que eran los traseros de los edificios de departamento contiguos. Una mujer corría o trataba de correr en su dirección dando tumbos de una pared a la otra mientras jadeaba notoriamente.
–¡Quiero que esto se termine!
Su voz le sonó extrañamente conocida, pero en los segundos que duró todo eso no estaba procesando la información y solo era espectadora de lo que pasaba; un momento después la mujer llegó a solo un par de metros de distancia en su torpe avance que la hizo tropezar para finalmente caer de rodillas, sollozando violentamente.
–¿Que le ocurre?
Matilde se acercó a ella en lo que le pareció un gesto sumamente lento e indiferente, y se arrodilló a su lado intentando no mostrarse violenta como se sentía en esa situación, interrumpida en sus pensamientos y tristezas por los dolores de alguien más. Pero cuando la mujer sollozante levantó la mirada hacia ella se llevó una sorpresa.
–Yo los vi...
Aún sollozaba y tenía corrido el delineador de ojos, pero ni eso podía estropear la belleza de su rostro: no tenía más de veinticinco, y su piel resistía verla a dos centímetros de distancia sin mostrar una sola arruga o línea de expresión, ni siquiera entre sus lágrimas. Los ojos castaños claros, los labios carnosos, el mentón redondeado y frente amplia la definían como una mujer hermosa a ojos de cualquiera, pero su estado mental estaba lejos de ser similar a la armonía de sus rasgos. Repentinamente la tomó de los hombros, intentando débilmente zarandearla aunque su intento más se asemejaba a un temblor corporal intenso.
–Yo los vi –dijo como si intentara hacerla entender– yo vi sus ojos...
Matilde se la quedó mirando sin reaccionar, imposibilitada de moverse o decir algo debido a lo extremadamente raro de la situación ¿Que hacía ella lejos de la urgencia donde atendían a su hermana gravemente quemada, en una calle cualquiera presenciando una patética escena de borrachera de alcohol o drogas de una desconocida?
Antes de poder tener una respuesta un hombre se acercó decididamente a ellas.
–Ariana, cariño.
Se arrodilló y la levantó cuidadosamente del suelo, cobijándola en un abrazo mientras ella continuaba sollozando como si no lo viera o escuchara; el hombre era muy atractivo y aparentemente fuerte y vestía elegantemente aunque casual, y miró fijamente a Matilde mientras ella se levantaba.
–Disculpa por esta escena, no debiste ver algo así.
–No hay cuidado –replicó ella automáticamente– está bien, es decir, ella está bien?
El hombre asintió lentamente.
–Está bien, solo está pasando por un momento complicado, ya sabes como son de temperamentales, a veces se posesionan en exceso de su trabajo.
–Parecía muy asustada o afectada.
–Es menos de lo que parece, se trata de su carácter tan emocional. Pero te agradezco por la preocupación.
Matilde aún no salía de su asombro. ¿Por qué él le hablaba como si la llorosa mujer fuera alguien a quien ambos conocieran?
–No hay qué agradecer, cualquiera habría hecho lo mismo.
–Estoy seguro de eso –replicó el hombre en voz baja– solo que ya sabes como es éste mundo, es mejor que no haya demasiados ojos mirando. Te lo agradezco.
Pasó junto a ella con la mujer abrazada, y en un gesto claramente estudiado y discreto, dejó en las manos de Matilde varios billetes grandes. Antes que la joven pudiera reaccionar o siquiera salir de la sorpresa anterior como para ocuparse de esa, ambos ya habían subido a un taxi.
–Pero porque...
Iba a decir algo sin notar que en realidad estaba sola en la calle y el hombre no podría escuchar lo que ella dijera, pero cuando creía que no había ninguna sorpresa esperando, volvió a ver a la mujer de hace un momento atrás, solo que ahora estaba en un afiche en un bus de turistas que pasaba por la calle.
Hermosa, cautivante, sosteniendo un frasco cristalino de perfume mientras miraba como si quisiera hipnotizarte.
Por eso el hombre se refería a ella como si ambos la conocieran, porque seguramente en otras circunstancias Matilde la habría reconocido.
Era Miranda Arévalo, una conocida modelo y miembro de la alta sociedad.
Próximo episodio: El mismo sueño