—Tengo que aprovechar éste día, así que más vale que salga de una vez.
Víctor estaba en su cuarto terminando de vestirse cuando pasaba de las once de la mañana; era un hombre joven, de solo 24 años, de alrededor de 1.75 de estatura, atlético y de cuerpo delgado.
Estaba consciente de no ser el prototipo clásico de belleza masculina, sobre todo en una época en que los músculos estaban de moda; a veces pensaba que en Europa sería una auténtica belleza, pero eso no lo deprimía. Era saludable, de cabello castaño corto que en ese día llevaba húmedo y desordenado, y brillantes y expresivos ojos color miel; sabía muy bien que, aunque físicamente no era nada espectacular, lo suyo iba por el lado de la seducción, en ser interesante, tener conversación, escuchar y por supuesto mirar. Mirar siempre era su principal arma.
— ¿Hola? Javi, ¿Ya están en el centro comercial? Genial, llego en un rato.
Cortó y se dio una última mirada al espejo; ese día tenía libre de su trabajo en la tienda de ropa, y después de dormir un poco hasta tarde, tenía cita con su grupo en el centro comercial, y si las cosas salían como esperaba, probablemente la tarde la tendría ocupada en algo mucho más personal.
—Muy bien Víctor —se dijo admirándose, divertido— y vas de blanco para parecer un palomito desamparado, es lo mejor para que Marina caiga rendida ante ti.
Tomó el celular, se lo guardó en el bolsillo junto con las llaves y salió inmediatamente.
Poco después, Víctor llegó al centro comercial y se reunió con sus amigos.
—Cómo estás Víctor?
—Maquinando algunas cositas Benjamín —sonrió saludando a todos— hoy quiero que sea un día muy especial.
El Boulevard del centro comercial Plaza Centenario era muy visitado por jóvenes en época primaveral, y desde hacía tiempo se había vuelto un sitio para conocer y buscar nuevas conquistas, exactamente a lo que iba Víctor ese día Miércoles.
— ¿Y cuál es tu idea?
—Marina mi querido Benjamín.
El otro dio un silbido.
— ¿La que trabaja en la tienda de electrónicos, la prima de Carlos?
—Sí.
—Estás tratando de volar bastante alto, esa chica es muy quisquillosa.
Pero Víctor no estaba preocupado.
—Es clienta en la tienda de ropa, así que he estado hablando con ella y logré que hablemos de fuera, tengo preparado el camino.
Selina se acercó y lo saludó cariñosamente.
—Hola. Oye, te tengo malas noticias.
— ¿Qué pasó?
—La señora que tenía en arriendo los departamentos me dijo que sin aval no arrienda, ni aunque sea recomendado mío, y el depa que le queda lo estará arrendando ésta semana.
Víctor se encogió de hombros.
—No importa Selina, pero muchas gracias igual.
—Tendrás que seguir en tu cuarto.
Víctor arrendaba un cuarto en un pasaje interior hacía tiempo; era un lugar relativamente pequeño, tenía baño independiente y una cocina en donde literalmente cabía solo una persona de pie y sin moverse mucho, pero tenía un precio inmejorable y era un lugar bien ubicado. De cualquier manera ya era más grande, tenía algunos ahorros y quería irse a un lugar más grande, además que así podía llevarse a alguna conquista con más facilidad y sin cuidarse de mirones.
Compartir con su grupo de amigos de trabajo se había vuelto una costumbre, todos se conocían y habían trascendido lo estrictamente laboral.
—Si —comentó entre risas— con ésta tenida salgo inmediatamente para la iglesia. Oye pero...
En ese momento sonó su celular; se apartó un momento para escuchar mejor y contestó.
—Hola.
—Víctor, ¿eres tú? Soy Magdalena.
Tan pronto escuchó la voz la reconoció; no podía olvidar ese acento indefinible, esa voz suavemente rasposa, de Magdalena.
— ¿Eres tú Magdalena?
Era una pregunta tonta, ya sabía que era ella, y sonrió tontamente al hablar.
—Víctor, necesito verte.
Al escucharla hablar de nuevo, notó dos cosas: una, que su voz no era lo fresca y natural de antes, y lo otro, algo que nunca había escuchado de ella, miedo.
—Que sorpresa —dijo sin mucha convicción— ha pasado bastante tiempo.
—Víctor, necesito verte —insistió ella pasándose por alto el comentario de él— necesito verte ahora mismo.
Había un tono de urgencia, una desesperación en su hablar, que de inmediatamente lo hizo sentir angustia.
— ¿Qué sucede Magdalena?
—No puedo decírtelo por teléfono, por favor.
Que Magdalena lo llamara ya era extraño, pero que hablara de esa manera volvía todo mucho más complejo; frunció el ceño. Nunca podía decirle que no a una mujer atractiva, y ella estaba entre las primeras cinco.
—Está bien, si es tan urgente, podríamos vernos a la tarde.
—Tiene que ser ahora.
De acuerdo, eso era más raro aún, pero optó por saltarse esa insistencia.
— ¿Dónde estás?
— ¿Te acuerdas de esa plaza donde íbamos a veces?
—Claro, la plaza...
—No lo digas —lo interrumpió súbitamente— no tienes que decirlo por teléfono.
— ¿Pero por qué no?
La voz de ella tomó una nota más apremiante, que lo hizo cortar sus palabras.
—Solo necesito que llegues. Desde esa plaza a veces íbamos a comprar bizcochos a una pastelería, ¿lo recuerdas?
—Sí.
—Ve a ese lugar, y llámame otra vez.
—Está bien pero...
La llamada se cortó. Víctor había conocido a Magdalena hacía un año y cuatro meses en una fiesta, y la química fue instantánea; Magdalena era una mujer de mundo, inteligente, sumamente atractiva y decidida, el tipo de mujer que a él en particular le atraía muchísimo, y si a eso le agregaba que dentro de un grupo de tipos atractivos se había fijado justo en él, el panorama era completo; por desgracia ella tenía una serie de conflictos familiares sobre los que no le gustaba hablar, y terminó por desaparecer de todas partes; inicialmente se sintió bastante ofendido por lo que estaba pasando, pero optó por olvidarse y quedarse con el buen recuerdo. Y ahora lo llamaba con ese tono de urgencia, ¿por qué así, por qué en ese momento?
— ¿Oye a dónde vas?
—Vuelvo al rato —comentó mientras se alejaba— tengo que ver un asunto, después nos vemos.
A él mismo le parecía todo muy extraño, pero mientras la curiosidad crecía, decidió ir para descubrir de qué se trataba, a fin de cuentas era su día de descanso y por lo demás no iba a quedarse con miles de ideas en la cabeza ante una llamada de ese tipo de alguien como ella.
2
Siguiendo las instrucciones de Magdalena, Víctor llegó a la calle Asturias, y caminó hacia donde Magdalena le había indicado; mientras caminaba, recordó como hace un tiempo, cuando estaban saliendo, se juntaban en la plaza de ahí caminaban hacia la pastelería, y compraban bizcochos con crema y chocolate. Era la parte inocente, lo más cercano a un noviazgo que tenían, a pesar de que la mayor parte del tiempo estaban en fiestas y desde luego jugueteando en algún motel. Todo eso era muy raro, incluso que de pronto ella decidiera contactarlo por alguna pasión antigua, no tenía sentido, más aún porque ella no era ese tipo de chica; marcó de vuelta el número.
— ¿Magdalena?
— ¿Ya llegaste?
—Sí.
— ¿Puedes ver una antena con el extremo rojo?
Víctor se sintió jugando a las escondidas.
—Este... si, la veo.
—Es en la casa de junto, donde no hay plantas. Solo entra.
Cortó nuevamente, sin esperar respuesta; ya era extraño, no podía evadir el tema, ella realmente se escuchaba extraña, como asustada, ¿qué era lo que estaba sucediendo? Sin esperar más, el joven avanzó casi cinco cuadras, hasta que se encontró frente a una descuidada casa sin jardín. La puerta estaba entreabierta.
— ¿Magdalena?
No hubo respuesta; siguiendo la instrucción, Víctor entró al lugar, entendiendo cada vez menos, sin comprender cómo es que precisamente alguien como ella estaba en un lugar así, en una casa a maltraer y que a la vista no estaba siendo mantenida. Una vez dentro de la casa se encontró con una sala desprovista de muebles, sin iluminación, aunque por contra de cómo se veía el exterior, estaba limpio, y la única mesa y silla estaban justo en el centro, y a pesar de no haber papel tapiz ni alfombra o suelo, las paredes desnudas y el cemento estaban limpios. Era como un lugar pobre pero decente, pensó con algo de vergüenza por sentirlo de esa manera, sobre todo porque le recordaba al hogar en donde había estado de adolescente.
—No sé qué estoy haciendo aquí...
Se sentía progresivamente más nervioso, aunque claro, ahí no había nada para asustar, solo era un sitio vacío, casi como una casa antes de ser ocupada por primera vez; por supuesto ahí había alguien. Avanzó unos pasos más, y se encontró con un pasillo muy corto, que conducía a dos puertas, una blanca que era evidentemente del baño, y otra oscura de madera que estaba entreabierta.
—Magdalena, soy Víctor...
No dijo nada más, era absurdo sentirse angustiado, de hecho era ridículo estar ahí, pero aunque racionalmente lo sentía, no se detuvo, y entró en la habitación.
—No... no puede ser...
Tan pronto entró en el lugar, fue como si hubiera sido transportado a una escena de una película. Con los sentidos azotados por lo que estaba viendo, el joven retrocedió un paso, sintiendo las piernas frágiles y temblorosas, y tuvo que sujetarse de la puerta para no caerse.
Solo en ese momento, al ver, entendió por qué la voz de ella se escuchaba tan trastornada por teléfono, y de alguna manera comprendió el motivo de su llamada, la razón de su presencia ahí.
— ¿Magdalena... qué te ocurrió?
La escena escapaba por lejos a todo lo que hubiera imaginado en algún momento desde la llamada o en el trayecto; en la habitación, sobre la cama, estaba Magdalena, aunque a decir verdad la persona que estaba viendo no parecía realmente ella, era como un fantasma de la exuberante mujer que tenía en su memoria.
—Oh, no...
Se sentía completamente idiota, no lograba reaccionar ni articular palabra, solo estaba allí mirando a esa mujer, a esa que era y al mismo tiempo no era Magdalena. A pesar de su juventud, se veía extremadamente delgada, su rostro contraído por la delgadez, los ojos hundidos en las cuencas, la piel pálida y sin color, el cabello antes abundante cayendo opaco y sin vida sobre los hombros; tenía sobre el cuerpo un sencillo vestido largo tejido de color blanco piedra, y permanecía muy quieta recostada sobre una cama de una plaza con cobijas en distintos tonos de castaño y violeta.
—Creo que esto no te lo esperabas. Hola Víctor.
Su voz era débil, y no tenía que preguntarse por qué, aunque a partir de ese momento empezaban a surgir nuevas incógnitas en su mente.
— ¿Que... qué te ocurrió?
—Estoy condenada a muerte.
No lo dijo con una inflexión especial en la voz, más bien parecía simplemente respondiendo una pregunta; Víctor sintió nuevamente el cuerpo lívido, y se mantuvo sujeto de la puerta, evitando caerse, sin comprender del todo lo que estaba escuchando o viendo. Nada tenía sentido, estar ahí, verla en ese estado, escucharla hablar de ese modo, ¿por qué él mismo estaba ahí, por qué en ese momento?
— ¿De qué estás hablando Magdalena? Yo... yo no entiendo nada...
Ella se incorporó un poco para quedar semi sentada en la cama, aunque se notaba que hacerlo le llevaba un gran esfuerzo; lo miró directamente, y por un instante pareció que sus ojos estaban llenándose de lágrimas, pero el instante pasó y ella suspiró antes de continuar.
—Víctor, no sabes por lo que he pasado...
Él seguía ahí, en el umbral de la puerta, sujeto al pomo para evitar caer de la impresión, tratando de procesar algo de todo lo que lo estaba bombardeando sin cesar, porque a medida que los instantes pasaban, las preguntas no hacían más que aumentar.
— ¿Qué te pasó?
—Lo que estás viendo de mi —replicó lentamente— es el resultado del cáncer; ésta enfermedad se ha llevado casi toda mi vida.
Cáncer. En su diccionario, la palabra cáncer era sinónimo instantáneo de muerte, y la apariencia de ella cuadraba dramáticamente con ese concepto; pero aún con esa respuesta inicial no ayudaba en nada a entender todo lo demás.
—Cáncer —repitió estúpidamente— pero tú, es decir...
Ella levantó levemente una mano para hacerlo callar.
—Entiendo que debes estar haciéndote muchas preguntas ahora, pero estoy demasiado débil como para contestarlas todas, prefiero contarte las cosas de la forma más clara que pueda.
Víctor guardó silencio, aún sin procesar correctamente lo que estaba presenciando.
—No sé cuándo comenzó exactamente, pero debe haber sido hace tiempo, solo que jamás tuve ningún síntoma, te lo aseguro; quizás algo de cansancio, pero todos nos cansamos alguna vez, eso no era motivo para sentirme preocupada. Las cosas cambiaron cuando descubrí que estaba embarazada.
¿Embarazada? Víctor sintió que la habitación le daba vueltas, solo ellos dos ahí, a lados opuestos, una ampolleta pendiendo solitaria del techo, silencio alrededor.
—Supongo que por lo mismo las cosas se complicaron desde el principio. Cuando comencé a sentirme mal fui a revisarme, y descubrí que tenía poco más de tres meses de embarazo, pero lo grave vino cuando la doctora me dijo que mis exámenes estaban complicados y me pidió otros más; nunca había tenido problemas de salud, pero sabía que unas tías habían tenido embarazos complicados y en el fondo no le di mayor importancia. En cierto tiempo me notificaron la terrible noticia, un cáncer estaba alojado en mi cuerpo y el diagnóstico era muy malo, tanto así que la doctora dejó todo en mis manos; para cuando tuve el diagnóstico tenía más de cinco meses de concepción, pero lo principal es que el cáncer estaba tan avanzado que ya no se podía realizar ningún tratamiento invasivo sin matarme en el intento, y el embarazo ponía en riesgo tanto mi vida como la de mi bebé. Los dos estábamos condenados.
Entonces eso quería decir que el embarazo había terminado en...
—Y entonces...
—Ninguno de los dos tenía esperanza —explicó ella débilmente— aunque había una posibilidad de prolongar mi vida si detenía el embarazo, pero ni siquiera eso era seguro porque mi enfermedad estaba muy avanzada. Ahí empecé a deteriorarme más rápido, pero no fue el único problema. ¿Recuerdas que te hablé de mi familia?
La familia, claro, esa era otra de las interminables preguntas que se agolpaban en su cabeza.
—Dijiste que no querías tener ningún tipo de contacto con ellos. Pero nunca me dijiste muy bien por qué.
Magdalena tuvo que hacer una pausa por un acceso de dolor; un momento después siguió hablando, pero más débilmente que antes.
—Lo que te dije es cierto, lo que nunca te dije es cuál era la razón principal; mi apellido no es Torre, es De la Torre. El mismo apellido de la familia De la Torre.
Aunque creía que no podía estar más sorprendido, descubrió que sí era posible; el apellido De la Torre era sumamente conocido en el país y sobretodo en la Ciudad. Una familia que desde hacía años gobernaba varios sectores peligrosos, financiando grupos armados, delincuentes y ladrones, sin que nunca se le hubiera probado nada; era casi un mito urbano, una especie de mafia tan bien llevada a cabo, que las autoridades y la policía nunca lograban probar nada de lo que se les acusara.
Próximo capítulo: Todo o nada