Mostrando entradas con la etiqueta Por ti eternamente. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Por ti eternamente. Mostrar todas las entradas

Por ti, eternamente Capítulo 22: Las esperanzas se pierden



Tomás era un hombre de 35 años que ya estaba de vuelta en la vida a pesar de no ser tan mayor; había pasado por muchas cosas en el cuerpo de rescate al que perteneció por más de quince años, y muchas de ellas eran más de lo que una persona común vive en toda su existencia. Quizás por eso es que su presencia en el bosque no era tan extraña, por una parte porque sabía a la perfección como moverse en un terreno como ese, y por otro porque poseía algo de la experimentada calma de alguien que ya ha vivido lo suficiente.
En ese momento, esa mañana de lunes estaba en lo profundo del bosque, cuando el Sol apenas se dibujaba en la lejanía a las seis de la mañana, con el rifle en las manos,  apuntando directo a su blanco.

—Eso es...no te muevas...

La liebre se había internado entre la vegetación hacía rato, pero Tomás le seguía la pista de cerca, y estaba seguro de poder hacer un tiro limpio que le aseguraría después una cena de muy buen sabor.

—Espera...espera...

Lo tenía en la mira, solo debía disparar, pero precisamente en ese instante un ruido a lo lejos advirtió al pequeño animal y lo hizo correr otra vez.

—Diablos...

Bajó el arma, dispuesto a continuar la persecución del animal, pero el ruido que alertó a la liebre continuaba escuchándose ¿de qué se trataba?

— ¿Qué es eso?

No lo podía identificar con claridad, pero estaba ahí, a unos cuantos metros de distancia; era extraño que alguien como él no supiera qué clase de ruido era cualquier cosa que escuchara en el campo o el bosque, por lo que, por precaución, volvió a levantar el rifle avanzando a paso sigiloso en dirección al origen del sonido. Unos pasos después se quedó congelado ante lo que estaba viendo.

—No puede ser...

Un hombre joven estaba frente a él, delgado, con las ropas sucias, evidentes heridas en la cara, brazos y diversas partes del cuerpo, y lo que resultaba más inquietante de todo: tenía entre sus brazos un bulto pequeño que era a todas luces un bebé.

— ¿Qué haces aquí, que te pasó?
—No...

Hizo un gesto de alejamiento con el cuerpo, pero estaba temblando de pies a cabeza, y tenía la mirada perdida, a todas luces esas heridas eran mucho más de lo que de veía a cinco metros de distancia, lo que sea que le hubiera causado eso podría generar un estado febril. Y en ese momento comprendió.

—Tú —dijo en voz baja—, eres el de las noticias...eres Víctor...
—No...

Trataba de mantener distancia, pero en realidad apenas parecía poder mantenerse en pie; Tomás tenía que acercarse.

—Escucha —le habló muy despacio, para hacerse entender—, estás herido, déjame ayudarte.
— ¡No!

El muchacho estaba asustado ¿qué edad podía tener?

—No quiero hacerte daño. Escucha, soy rescatista, no voy a hacerte nada malo, solo quiero ayudarte.

Durante unos momentos no contestó, pero seguía manteniendo esa actitud hostil, lo que era particularmente preocupante en el estado en que estaba.

—Mírame —siguió con voz neutra, sin dar ninguna inflexión—, no voy a hacerte daño, solo quiero ayudarte, sé que estás sufriendo.

Entre los temblores que remecían su débil cuerpo, el muchacho parecía dudar; supo entonces que tenía que darle alguna señal evidente de confianza.

—Mira, estoy quitando las balas del rifle, ahora están en mi bolsillo, y lo dejaré a la espalda —mientras lo hacía sacó algo de su cinturón—, ahora mira, éste es mi cuchillo, tómalo, así vas a estar más seguro. Ahora tú vas a tener el arma, tú vas a mandar, puedes apuntarme con él si quieres.

Sus palabras surtieron efecto, porque el joven dejó que se acercara lo suficiente, y con mano temblorosa tomó el cuchillo.

—Eso está bien. Mira, quiero ayudarte, dime qué pasó, como está el bebé.

Eso pareció llegar más cerca que todo lo que había dicho antes, pero la reacción del muchacho fue más preocupante que verlo en ese estado.

—No sé qué le pasa —replicó .con un hilo de voz ,— está tan quieto, y no reacciona, no me mira y solo...solo...

Tomás sintió que se le oprimía el corazón; en las noticias había escuchado que el hombre estaba dado por desaparecido desde el día anterior, e incluso algunas personas de aventuraban a decir que estaba muerto. Tenía que acercarse, tenía que verlo, aunque estuviera siendo amenazado por su propia arma.

—Escucha, voy a acercarme ahora, no te voy a tocar, solo necesito ver al bebé.

Avanzó en lo que le pareció una eternidad, procurando no hacer ningún movimiento brusco. Unos momentos después estuvo lo suficientemente cerca como para poder ver al pequeño, y al hacerlo, su corazón dio un vuelco.

—Oh por Dios...

2

Claudio estaba en la oficina de Fernando de la Torre, de nuevo vestido con su traje a la medida, fresco y orgulloso como siempre, aunque su patrón se mostraba bastante alterado.

—Toda la noche —protestó el hombrón—, toda la noche estuve esperando alguna noticia, estoy volviéndome loco y la policía me llama diciendo que es probable que mi nieto esté muerto.
—Cálmese señor.
— ¡Cómo quieres que me calme! Se suponía que tú ibas a ayudar a que mi nieto volviera con su familia y ahora es posible que haya muerto.

Claudio respiraba con su habitual tranquilidad; le provocaba un cierto placer perverso tranquilizar a su patrón con simples artilugios.

—Su nieto no está muerto.

El rostro del otro hombre se mantuvo rígido y duro como lo había estado hasta ese momento, mientras él seguía junto al escritorio, de pie y con los puños apretados.

—Dame un motivo para creerte.
—Si estuvieran muertos usted ya lo sabría. La policía no sabe dónde está.

De la Torre sopesó la situación un momento, pero aunque podía estar de acuerdo, no estaba conforme.

—Ya pasó una noche, creer que están vivos y bien es pedir mucho.
—Pero no demasiado señor. Además, el plan aún sigue su curso, Segovia cargará con toda la culpa.
—Eso ya lo sé, pero nada de eso tendrá sentido si le pasó algo, y ahora que ese lugar está infestado de policías no puedes acercarte.

Claudio se acercó al bar y sirvió unos tragos; todo lo que había hecho hasta ese momento tenía buen resultado, excepto que Segovia desapareciera en ese accidente, pero aún estaba convencido de que la muerte de ese hombre lo sepultaría en vida.

—Por ahora hay que esperar, ahora que hay luz de día seguramente ese teléfono sonará señor, y usted podrá recuperar a su nieto.

3

Romina y Álvaro habían salido de la urgencia la tarde anterior, pero cuando era Lunes por la mañana las cosas solo parecían empeorar en el departamento de él, en donde ambos habían pasado la noche.

—Buenos días.

El hombre entró en la habitación en donde ella reposaba en la cama, despierta desde hacía varios minutos.

— ¿Cómo dormiste?
— ¿Cómo podría haber dormido? Armendáriz nos destruyó, no podemos hacer absolutamente nada porque somos parte de la investigación, y como ahora todo es público, no podemos hacer un reportaje o dar declaraciones ni nada...demonios.

Él se sentó junto a ella.

—Yo dormí más o menos, creí que sería peor dormir en el sofá pero no está mal.
—Te dije que podías dormir aquí.

Ambos sabían que su amistad era demasiado férrea como para verse afectada por la típica confusión de sentimientos por estar demasiado cerca; de hecho la opinión más importante que tenían a la hora de buscar pareja era la del otro, su confianza era total.

—No te alarmes, no estoy tan viejo todavía. Además los dos necesitábamos un poco de espacio, la única razón por la que quedamos aquí es que era más seguro estando convalecientes. Ahora lo que tenemos que hacer es pensar en lo que vamos a hacer de ahora en adelante.

Romina no contestó.

—Escucha, sé que dijimos que haríamos éste reportaje, pero ahora no hay nada que podamos hacer; tenemos que asumir que estamos de manos atadas.
—Lo sé, tienes razón, pero las cosas han sido mucho peores de lo que nos esperábamos. Estuvimos tan cerca Álvaro, tan cerca, y ahora tenemos las manos vacías.

Álvaro suspiró profundo.

—Todo está mal para nosotros, pero no somos los únicos. Anoche trataba de dormir, y solo pensaba en Segovia, y en ese niño...yo...Dios...

4

Ignacio Armendáriz estaba en su departamento aún a las nueve de la mañana, recostado en su cama, cuando sonó su teléfono celular. Había pasado una noche horrenda, entre sueños y alucinaciones, sin poder sacarse de la cabeza las últimas imágenes que tenía de Segovia y el pequeño. El día Domingo había sido muy largo, además de infructuoso, pero finalmente los equipos de búsqueda habían tenido que retirarse ante la imposibilidad de buscar en la oscuridad, por lo que el sitio del suceso permanecía acordonado mientras amanecía; en ese momento ya habían comenzado de nuevo los trabajos, pero él llegaría un poco más tarde, necesitaba concentrarse y presentarse como un hombre completo. Pero nunca en su vida había sido tan difícil.

—Hola.
—Ignacio, viejo, por fin logro encontrarte.

Era una frase retórica, pero escuchar esa voz lo ayudaba mucho.

—Alejandro, como estás.
—Bien viejo, pero quería comunicarme  contigo, supe lo que pasó.

Alejandro era oficial de narcóticos, había estudiado con él en la academia y era uno de sus mejores amigos; con él siempre se sentía a sus anchas de ser sincero y claro, y sabía que tenía su apoyo en todo.

—Estoy mal hombre.
—Imagino que sí, pero tienes que estar tranquilo, además los trabajos aún no terminan, tienes que estar con tu gente.
—Lo sé, pero sabes tan bien como yo que la responsabilidad es mía; tengo la responsabilidad de lo que pasó, yo soy el culpable. No puedo quitar de mi cerebro la imagen de ese  niño muerto.

El otro hizo una pausa. En ese momento los papeles se invertían, ya que tiempo antes fue Tomás quien pasaba por un grave problema.

—Todavía no des nada por hecho, te vas a volver loco. Anda al lugar, haz tu trabajo y cuando sepas qué diablos está pasando, tal vez ahí puedas culparte. Pero aun así viejo, pase lo que pase, tienes que recordar lo que nos decía el Capitán en la academia: si sabes que hiciste lo máximo, lo demás está fuera de tu control. Llámame si necesitas una cerveza.



 Próximo capítulo: Despertando

Por ti, eternamente Capítulo 21: Condena y sangre




Cuando despertó, Víctor no recordaba nada, pero tampoco tenía la más mínima noción del lugar en donde se encontraba, o siquiera si estaba despierto o aún dormido.

A su alrededor solo había murmullos ininteligibles.

Sintió que algo lo abrumaba, y así fue como, con el pasar de los minutos, fue un poco más consciente, aunque aún estaba en un limbo entre la conciencia y la inconciencia.
Se sentía como bajo el agua, con los oídos tapados, la nariz obstruida, y los ojos aún cerrados; ¿qué había pasado, por qué sentía todas esas extrañas sensaciones? ¿acaso estaba teniendo una pesadilla? Su mente no funcionaba correctamente y de algún modo lo sabía, pero a la vez, esa misma sensación lo mantenía atrapado, ahogado, inmovilizado, inútil.

Entonces abrió los ojos.

Fue muy lentamente, luchando desde algún rincón de su ser con esa extraña somnolencia, que consiguió levantar los párpados, tratando de enfocar la vista en algo, de dejar el mundo de sombras y volver a la luz del día o a la oscuridad de la noche, donde fuera que estuviese. Lo primero que pudo ver fue una neblina, una cortina borrosa enfrente, que fue disipándose con lentitud, para luego dar paso a un panorama que no podía entender, pero que de alguna manera se le antojaba críptico y tortuoso; todo era contrastes, de sombras delante de luces, danzando sin sentido, sombras alargadas, como líneas algunas, otras como humanoides con muchos brazos y piernas, sin rostro, solo observando a lo lejos o a una distancia indeterminada, moviéndose a ese raro ritmo, mientras la luz, semi oculta tras ellos se mostraba tímida, con destellos que resultaban igual de inquietantes. Luego apareció el sonido, como si sus oídos hubieran recuperado la capacidad así nada más, de golpe, siendo invadidos por ese murmullo que creyó estaba ocurriendo solo en sus sueños; otra grotesca situación, un ingrediente más para la danza, como si de algún modo ambas cosas estuvieran conectadas, las informes formas moviéndose al ritmo inconstante de los murmullos, o los murmullos saliendo de ellas ¿qué era lo que estaba pasando?

—Mmppf...

Trató de murmurar algo, de abrir la boca siquiera, pero solo consiguió emitir un sonido ahogado y extraño, casi tanto como los murmullos que escuchaba. Solo entonces, al hacer el esfuerzo de hablar, algo se activó en su cerebro, y comenzó a procesar la información que a oleadas llegaba visual y auditivamente; poco a poco lo que veía comenzó a tener algún sentido, pero a pesar de saberlo, no podía identificarlo, el sopor que lo apresaba todavía ejercía el influjo sobre su ser, mas no se detuvo, siguió, casi inconsciente, tratando de identificar algo, de mover los ojos en derredor, y de hacer algo, lo que fuera.

Y en ese momento el tacto volvió a su ser, despertando de esa somnolencia que lo había atrapado hasta entonces, y despertándolo también a él, pero recuperar ese sentido fue lo peor desde que abriera los ojos, porque el dolor hizo que su mente recordara también todo lo que había ocurrido hasta entonces. Las imágenes se agolparon violentamente en su mente, pasando frente a sus ojos, vívidas, acompañadas de los sonidos que también lo golpeaban; recordó su miedo, las amenazas, el llanto de Ariel, su huida, los gritos de Armendáriz, y esos policías con sus armas, y no solo eso, también recordó el enfrentamiento, el disparo, la voz de Magdalena antes de morir, y su miedo, todo su miedo.

—Ahggg...

Solo pudo balbucear un quejido, aunque no representaba en lo más mínimo lo que estaba sintiendo; el dolor parecía expandirse a cada momento que se hacía más consciente de lo que pasaba, recorriendo su cuerpo y golpeando sus sentidos, directamente desde el interior. De a poco comprendió que era en realidad lo que estaba viendo, aun entre nieblas, y descubrió que las sombras que de movían de esa manera irreal no eran más que ramas, ramas y hojas que se mecían entre el murmullo de la niebla, mudos testigos de lo que estaba sufriendo.

Había caído mientras trataba de escapar de la policía, pero al ser inesperada, la caída también se convirtió en una trampa casi mortal; en esos momentos, Víctor estaba tendido, inmóvil, sobre un cruel colchón de ramas y espinas, el que sin embargo le había salvado la vida. El descenso fue veloz e inevitable, pero en determinado punto la espesura de las ramas frenó el avance, haciéndolo chocar con una serie de ramas, hasta que de manera providencial terminara chocando de espalda contra un firme entramado natural de ramas, lo suficientemente añoso e inexplorado como para resistir el peso del hombre y la fuerza de la caída. Y Víctor había quedado ahí, inconsciente, tendido con la espalda atascada, acuchillada por decenas de ramas y espinas, las que durante los últimos minutos le habían arrancado hilos de sangre, que corrían hacia la vegetación como prueba de su dolor; de alguna manera había logrado sobrevivir, pero en esos momentos las espinas que lo salvaran eran también una nueva amenaza para su ser. Hacia el lado izquierdo solo veía sombras, hacia el derecho, árboles y luces a medias; entonces algo más se abrió paso entre el dolor y el golpe emocional que estaba sufriendo, algo que remeció no solo sus oídos, sino también su alma, hasta lo más profundo, y eso fue el llanto de Ariel.

—Aahh...

Intentó murmurar su nombre, pero el dolor aún se lo impedía. Pero estaba ahí, estaba llorando, tenía miedo, y como las veces anteriores, necesitaba de él; sin embargo parecía no tener fuerzas ¿cómo iba a ocuparse de él si no podía moverse, si sentía que la fuerza era reemplazada por dolor?

—Ariel...

Apenas susurró su nombre, haciendo un esfuerzo nuevamente. Pero no sabía en dónde estaba, tenía que moverse, tenía que encontrarlo, de la manera que fuese. Haciendo acopio de fuerza, Víctor luchó contra el dolor, y obligó a su cuerpo a moverse, moviendo con ello la cabeza, y en ese instante fue que sintió como se le volcaba dentro del pecho el corazón; Ariel estaba ahí, sobre su pecho, sostenido bajo el brazo derecho, milagrosamente intacto, apoyado contra él, completamente indemne, lejos de las heridas que poblaban el cuerpo del hombre, recostado, llorando por el miedo que de seguro lo había embargado durante los últimos minutos. Su llanto era constante, pero también ahogado, seguramente porque la angustia lo había debilitado muchísimo mientras él seguía inconsciente; verlo fue un bálsamo para sus heridas, un calmante que alivió, al menos de manera pasajera, la tortura que estaba sufriendo, pero si recordar todo lo pasado había sido un golpe y descubrir en donde exactamente se encontraba acentuado su sufrimiento, tener conciencia del milagro que estaba en su diestra, sujeto contra su pecho, consiguió atormentarlo aún más, sin embargo de lo cual sabía que algo se anteponía a cualquier otra cosa.

—Tranquilo...

Su susurro no iba a ser suficiente, pero tenía que continuar, y al menos intentarlo una vez más. Dejó caer la cabeza hacia atrás, para concentrarse en hablar, aunque la sangre en el paladar seguía sintiéndose rara y ajena.

—Tranquilo Ariel...

Volvió a repetirlo un par de veces más, y extrañamente el llanto del bebé comenzó a ceder, alertado por una voz conocida que se esforzaba por transmitirle calma. Al cabo de unos momentos el llanto cedió.

—Ariel...

Estaba atrapado, en el fin de todo, en un estado en que no solo tenía heridas físicas, sino que también mentales, las que parecían haberse llevado su fuerza por completo.

—Parece que esto fue una mala idea desde el principio —murmuró en voz baja—, Ariel...perdóname, no pude cumplir la promesa que le hice a tu madre, a Magdalena...le prometí que iba a cuidarte y a mantenerte a salvo de su familia y de quien quisiera hacerte daño, pero ahora siento que no tengo fuerzas...la policía va a llegar en cualquier momento, a ti te llevarán con la familia De la Torre y yo...no sé qué es lo que me va a pasar...

Se quedó sin palabras, sin llegar a comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo, pero sintiendo en su interior el dolor de las heridas, casi tanto como la frustración del fracaso en el que estaba sumido.
Pero cuando toda esperanza parecía abandonarlo por completo, ocurrió algo totalmente inesperado; el pequeño Ariel alargó una de sus pequeñas manos, y se acercó más a él, lo suficiente para rozarle la mejilla, y dejar sobre la piel su piel mientras lo miraba con esa inexplicable intensidad.

—Ariel...

Lo miraba igual que desde el primer momento, con fijación, casi como queriendo explorar sus sentimientos a la vez que con su manito le tocaba la cara; qué confianza, qué incorruptible sentimiento dedicado a quien lo mantenía consigo, nada de eso podía ser casual.

—Ariel... ¿por qué sigues confiando en mí?

No hubo respuesta, pero la mirada del pequeño seguía ahí, entregándole la misma seguridad de antes, fija en sus ojos como si nada hubiera cambiado.

—Tengo...tengo que...

Algo en su interior le dijo que debía seguir, que aún no era el momento de rendirse, de modo que el hombre volvió a moverse y le pidió a su cuerpo un nuevo esfuerzo, para salir del colchón de hojas y espinas que hasta ese momento lo había mantenido atrapado.

—Tengo que...

Casi no podía hablar. En un principio las espinas y ramas ofrecieron resistencia, y el dolor aumentó al tratar de quitarse de esa superficie, pero no se detuvo, rogando que funcionara y pudiera moverse. Después de unos momentos de intentarlo consiguió tener la energía suficiente, y se arrancó a si mismo del lugar en donde estaba, cayendo semi sentado en el suelo. Respiró lo más intensamente que pudo, tratando de absorber algo de aire puro, o lo que fuera que pudiera animarle, mientras mantenía en los brazos al pequeño niño.

— ¿Que dices? —murmuró en voz baja— ¿crees que deberíamos seguir avanzando?

Volvió a mirarlo a los ojos, y se encontró otra vez con la fija mirada del bebé, diciéndole sin palabras que todo estaba bien, o al menos lo estaría mientras estuvieran juntos. Así fue como Víctor tuvo la fuerza para volver a ponerse de pie, y volvió a caminar.



Próximo capítulo: Las esperanzas se pierden.

Por ti, eternamente Capítulo 20: Pistas ciegas




Aún sabiendo que podía ser un error hacer una declaración tan pronto, Ignacio Armendáriz decidió presentarse ante los medios de prensa que ya estaban alrededor de la carretera. Antes de hacer lo que sería una declaración preliminar, los primeros segundos fueron una lluvia de preguntas, en donde prácticamente no se entendía nada pero podía extraer palabras como muerte, secuestro y desaparición; no podía dejarse afectar por esa clase de preguntas, debía mantenerse sereno.

—Silencio. Escuchen, en este momento no puedo dar una declaración oficial detallada, pero de acuerdo a la importancia de los hechos y a la connotación nacional de la noticia quiero entregar la siguiente información.

Se hizo silencio.

—En el lugar en donde nos encontramos, en la carretera a la entrada del pueblo de Santa Marta ocurrieron dos hechos de relevancia, el primero de ellos, un choque entre dos vehículos particulares, resultando tres personas heridas de diversa consideración, las que ahora se encuentran en observación y fuera de peligro. Paralelamente, el hombre identificado como Víctor Segovia fue encontrado en las cercanías, provocándose una persecución por parte de los oficiales encargados de su captura; durante ésta persecución un grupo de hombres interceptaron a Segovia, generándose entre ellos un enfrentamiento, tras lo cual el imputado por sustracción de un menor fue acorralado por el grupo de oficiales encargado, sucediéndose la desaparición del sujeto y el menor que tenía en su poder con respecto a la intervención de civiles. Quiero recalcar que se trata de una actitud que como cuerpo de policía rechazamos, porque expone tanto a la policía como a los civiles involucrados a peligros inesperados, y que pueden exceder a los controles de las autoridades. En este caso, de manera personal  y como cuerpo de policía lamentamos los hechos ocurridos en lo relativo a civiles, ya que debemos consignar que en el enfrentamiento entre Segovia y el grupo de hombres que lo interceptaron tuvo lugar mientras la policía cerraba el cerco, ocurriendo por desgracia la muerte de uno de estos civiles en circunstancias que aún deben ser investigadas, para determinar los detalles y las responsabilidades. Respecto a Segovia, el sujeto fue cercado en su huida de la policía, pero no obedeció las instrucciones del personal especializado y continuó intentando proseguir con su escape, lo que expuso a su persona al peligro de un lugar inexplorado y de geografía adversa. Lamento informar que Víctor Segovia cayó por una especie de foso o pendiente de varios metros de profundidad, no habiendo resultados de su búsqueda en los noventa minutos que han pasado desde ese momento. Por último, resaltar que la zona en donde se dio esta situación es una zona no habitada, lugar en que comienza un bosque muy tupido, en donde el terreno y la vegetación hacen sumamente difícil el desplazamiento y por ende la búsqueda. Muchas gracias.

Mientras los periodistas estallaban en más preguntas con respecto a los hechos ocurridos y a las declaraciones de Armendáriz, el oficial dio media vuelta y se internó de nuevo en el cerco de seguridad. Bárbara estaba mirándolo muy fijamente.

— ¿Cómo estás?
—Tratando de asimilar lo que ha pasado ¿hay alguna novedad?
—Ninguna hasta ahora —replicó ella—, pero no vamos a descansar hasta que los encontremos.

2

Álvaro continuaba recostado en la camilla escuchando incrédulo el extra informativo donde Armendáriz reconocía su fracaso.

—No puedo creerlo.

Por el trabajo que él y Romina hacían, habían tenido una serie de enfrentamientos con ese policía, lo que se intensificaba por el rechazo natural que el demostraba hacia los periodistas en general, pero en esa ocasión se esperaba todo, menos verlo fracasando, porque fracasar significaba e forma directa una tragedia, por mucho que su lado periodista lo llamara a salir de esa urgencia y terminar la nota. En ese momento entró Romina con una fea bata larga sobre el cuerpo, demacrada y con unos parches en una mejilla y el un antebrazo.

—Romina.
—Me dijeron que estabas aquí —dijo ella saltándose cualquier saludo— ¿cómo te sientes?
—Golpeado —replicó él en voz baja—, pero no es tan grave; quería saber de ti desde que desperté hace como una hora pero todavía no puedo levantarme.

La mujer se sentó junto a su camilla.

— La enfermera va a regañarme cuando sepa que salí del cuarto, me amenazó. Oye —siguió más seria—, escuchaste ¿verdad?

Se miraron un momento sin decir nada. ¿hasta dónde estaba la separación entre los periodistas, los amigos y las personas, en qué punto uno de ellos debía detenerse para dar paso al otro?

—Sí, escuché, pero no entiendo nada.
—No digas eso, tienes una idea bastante clara.

Un nuevo silencio. Sí, ambos estaban volviendo al modo periodista.

—Está bien, lo primero que pensé es que esos "hombres" que interceptaron a Segovia fueran los mismos que vimos antes, pero eso no concuerda con que uno de ellos haya muerto después de ese supuesto enfrentamiento en el bosque. Romina, Segovia no podría pelear con esos tipos, nosotros los vimos.

Romina recordó el momento en que los vio, la actitud amenazante, el arma, la mirada agresiva.

—No, no podría, pero igual hay un muerto en ese lugar. Y además lo más importante sigue siendo lo de Segovia. ¿Acaso está muerto y no lo quieren decir?
—Si no lo quieren decir —comentó ella lúgubremente— la única razón que se me ocurre es que el niño también murió en la caída, y estarían esperando el informe o que la familia estuviera informada de manera oficial. Escucha, hay algo más, la policía se quedó con nuestras cosas, tienen tu libreta, la cámara y los celulares, así que es cuestión de tiempo que lleguen a la entrevista.
—Diablos, eso quiere decir que no tenemos nada con qué trabajar. No puedo creer nada de esto, ni que Segovia se haya matado ni que tengamos las manos vacías, éste caso solo nos ha traído desgracias.

Romina no habló por un momento; necesitaba más, no podía simplemente quedarse ahí, ese caso, ese reportaje aún no terminaba.

—No puede ser Álvaro, no puede ser que nos quedemos sin nada, recordamos perfectamente lo que nos dijo, podemos hacer el reportaje.

Álvaro la miró lentamente. Él también se sentía frustrado por las consecuencias de todo lo que habían hecho, pero por otro lado, una parte de él también sentía como irradiaba en su interior un sentimiento de culpa, una pregunta simple ¿Podrían haber retenido a Segovia con cualquier excusa y evitar lo siguiente, o al bajarse, él solo había salvado del choque para caer después?

—Tienes razón, pero después de lo que pasó, estamos involucrados, ya no somos imparciales, Armendáriz podría incluso exigir que guardemos toda la información.
—Es verdad, pero para eso tendríamos que apurarnos, tenemos que terminar el reportaje, darle un enfoque humano y hablar con los medios que ya teníamos contactados. A éstas alturas lograremos un golpe en una edición con portada incluso.
—Sí, entiendo, lo más lógico es que hagamos eso, además será un buen golpe en el momento preciso, solo que tenemos que esperar hasta saber qué fue exactamente lo que pasó con él, una vez que eso se sepa, el reportaje valdrá oro.

4

El oficial Armendáriz seguía muy de cerca las investigaciones que se estaban realizando en la zona donde había desaparecido Ariel de la Torre en manos de Víctor Segovia, pero los minutos pasaban cada vez de manera más tortuosa. En un momento vio que se acercaba Benjamín Pereira, uno de los rastreadores.

—Señor.
— ¿Encontraste algo?
—Sí señor, pero no son buenas noticias.

Por un momento no supo qué decir, pero la imagen que apareció en su mente fue devastadora.

— ¿Qué pasó?
—Las condiciones del terreno son un poco distintas de lo que habíamos visto al principio señor. La zona en donde desapareció Segovia es escarpada, pero también es muy tupida, en varias zonas los árboles y la maleza cubren la tierra, y por eso es que se produjo el accidente.
—Pero eso ya lo sabemos.
—Sí, pero la zona del accidente es mucho más compleja de lo que nos esperábamos; señor, la pendiente por la que cayó Segovia tiene alrededor de cuarenta metros de profundidad, pero no termina ahí.
— ¿Qué quieres decir?
—Esa zona está hacia la ladera del cauce del río Alyari. Lo que implica que la pendiente no termina ahí, los colchones de hojas son sumamente intrincados, pero calculando por la altura de ésta zona y la del cauce del río, creemos que en total puede haber una diferencia de doscientos metros.

Armendáriz sintió que se contraían todos los músculos de su cuerpo. Ya no había nada más que esperar.

—Llamen a Fernando de la Torre; hay que informarles que pueden estar preparados para lo peor.

5

— ¡Claudio!

Fernando de la Torre se obligó a guardar silencio, a pesar de que su estado mental le indicaba completamente lo contrario. Acababa de colgar el teléfono, y la información que le habían entregado era mucho peor de lo que había visto en las noticias; pero Claudio no estaba, había salido supuestamente a resolver el tema de Segovia para evitar que la policía lo encontrara.

—Maldita sea, esto no puede ser verdad.

Deseaba la muerte de Segovia con toda su fuerza, pero su nieto no podía estar en la misma situación, no podía ser que su nieto terminara de esa manera. Volvió a marcar el número de su asistente, pero seguía estando fuera de área; sabía que Segovia había estado escapando de la policía con una suerte increíble, extendiendo esa huida por los últimos días, pero se suponía que Claudio tenía que solucionar ese asunto ¿Qué había pasado en realidad, por qué la policía le anunciaba que debía prepararse para lo peor pero aun así no le hablaban de algo concreto? No podía esperar más, tendría que comunicarse con la policía para tener toda la información.



 Próximo capítulo: Condena y sangre

Por ti, eternamente Capítulo 19: En las manos de la muerte




A pesar de que la noticia de la desaparición de un menor a manos de un hombre ya era de conocimiento público,  los acontecimientos ocurridos esa mañana en la cercanía del pueblo de Santa Marta cambiaron todo el panorama. Alguien filtró la noticia, y todos los medios de prensa se volcaron a terreno para conseguir cualquier clase de imagen o dato que les sirviera para profundizar la noticia.
Aun sabiendo que era inútil tratar de esconder la realidad, el oficial Ignacio Armendáriz ordenó a todo su equipo acordonar el sector, cortar la única vía de acceso y solicitó inmediatamente más oficiales para poder comenzar con el rastreo y las entrevistas a todo aquel que hubiera estado involucrado o fuese testigo de cualquiera de los tres hechos que tuvieran lugar de manera casi simultánea; sin embargo y a pesar de estas rápidas precauciones, para cuando todo el sector estaba cerrado las radios emitían sendos informes sobre el escándalo de la carretera y los canales de televisión ponían al aire segmentos extra de noticias comunicando los hechos,  informando a medida que sus periodistas en terreno trataban de conseguir más datos.

—Marianne ¿Dónde están los periodistas y ese otro hombre del accidente?
—Los llevaron al centro de urgencias, al parecer todos están fuera de peligro señor. Envié oficiales junto con ellos para evitar que los periodistas los acosen y además para que estén pendientes cuando podamos interrogarlos; también tomamos la grabadora, la cámara y el bloc de notas que encontramos en el lugar del accidente  y conservamos los teléfonos celulares de los 3.

Armendáriz respiraba dolor.

— ¿Y los otros dos?
—Están en la unidad médica del pueblo, tan pronto llegue el transporte los llevarán a la capital, no están tan grave pero su estado es de cuidado, sobre todo por lo que ocurrió ahí.
—Muchas gracias Marianne.

Ignacio estaba desolado, no podía entender cómo era posible que después de todos los esfuerzos que él y su equipo habían realizado, las cosas al final habían terminado tan mal; tenía en sus manos la investigación más desastrosa de toda su carrera y no sólo eso, ni siquiera tenía claro cuál había sido específicamente el trágico final, pero sí sabía que ya lo había manchado a él, a la familia De la Torre y a la policía.

—Señor.

Se acercó Andrade, uno de los oficiales que estuvo cerca del lugar donde desapareció Segovia.

—Tenemos la mochila, al parecer era lo único que cargaba consigo en esos momentos, por lo visto la dejó antes del momento en que...

El oficial era muy eficiente, pero era joven y lo que había visto, aunque tal vez no lo traumatizaría, si lo había afectado, por lo tanto era difícil para él enfrentar la parte más cruda de toda la trayectoria que como equipo habían realizado hasta ese terrible punto final.

—Revisen la mochila —replicó Armendáriz en voz baja—, y continúen rastreando la zona, si dejó la mochila puede haber dejado algo más.

Se alejó del grupo de vuelta al incipiente bosque donde había visto por segunda vez a Segovia. No podía creer aún que había estado tan cerca, a sólo unos metros de él, y que una serie de circunstancias los había separado de esa manera. Sabía también que no podía culpar a su equipo de lo que había pasado finalmente, a fin de cuentas él mismo los había llamado temiendo lo peor,  sospechando que los últimos hechos habían desencadenado en Segovia el tipo de carácter que lo haría reaccionar de manera violenta y desatada como en un principio había esperado alcanzar a evitar. Cuando se encontró cara a cara con Segovia la primera vez, vio en él, al mismo tiempo dos tipos de personas distintas, por un lado había visto lo que le dijera de él su superior, lo que presagiaba lo que había hecho y la denuncia de la familia de la fallecida madre, con aquellas veladas segundas intenciones, lo que al mismo tiempo pudiera interpretarse como miedo a decir algo de lo que no se tienen pruebas, como también intención de causar un efecto más rápido. Pero también vio un hombre joven, más joven que él, con aspecto de muchacho, nada más un muchacho asustado, temeroso de lo que pudiera pasarle. Sabía por experiencia y por estudios que en muchos casos los sujetos con algún tipo de trastorno mental pueden adquirir comportamientos distintos a sus objetivos, y que por lo general son personas atractivas ante los demás o que provocan simpatía a través de una actitud amable o lastimera, pero independientemente de lo que pudiese haber visto en Segovia, tenía muy claro que lo principal en el caso que tenía entre manos era recuperar al bebé y ponerlo a resguardo para que no siguiera expuesto a cualquier tipo de peligro. En lo personal,  creía que Segovia era más un trastornado que un criminal, pero lo que ocurriera con él, como en todos los casos que había tomado antes era algo que no dependía de él sino de las autoridades; siendo honesto consigo mismo había cometido un error al subestimar lo que ese individuo pudiera hacer, con lo que había arriesgado la integridad del menor. En esa ocasión el resultado había sido perder momentáneamente la pista del niño, su automóvil y el respeto de oficiales a cargo, pero lo que más le preocupaba no era su integridad física o lo que los demás pudieran pensar de él, lo preocupante era visualizar a través de los resultados una cara de Segovia que le era desconocida. ¿O tal vez sólo era instinto de supervivencia? Sacó una lección de esa ineficiencia, aprendió de su error y se propuso corregirlo capturando a Segovia, y  devolviendo al niño con su familia, que era el lugar de donde nunca debió haber salido. Sin embargo y a pesar de las precauciones que como policía habían tomado, otros factores se vieron involucrados, el más preocupante de ellos era la presencia de esos dos periodistas, por un lado porque eran lo bastante astutos como para estar adelante incluso de Segovia, y por otro porque eso mismo podía significar que lo hubieran ayudado desde el principio; el choque, por irónico que suene, había puesto al descubierto esta nueva faceta oculta, pero el siguiente paso había definido sus actos. La escena en la que se encontró superaba todo lo que había esperado que pasara, pero aun así el objetivo principal seguía siendo el mismo, recuperar al bebé, aunque desde luego la tarea se tornaba desesperada considerando el último hecho de violencia.
Lo último que vio de Segovia no había sido ni una fiera ni un hombre trastornado, había visto a un hombre herido, a punto de estallar, y cuando todo parecía llegar a su fin el azar había conjugado varios elementos en un horrible panorama. La reacción instintiva de Segovia, de huir y protegerse era esperable al ver en su trayectoria a oficiales armados, pero lo que ni él ni los oficiales ni el propio Armendáriz podrían predecir era el traicionero barranco, que como una trampa tragó entre sus ramas tanto al hombre fugitivo como al pequeño que llevaba entre sus brazos.

En ese momento sonó su teléfono celular.

—Señor —dijo en voz baja.
— ¿Qué es lo que está pasando Armendáriz por Dios? Necesito una explicación de esto ahora mismo, toda la prensa está lanzando información de manera irresponsable, las cosas que dicen son atemorizantes.
—Lo sé señor.
—Entonces dime qué es lo que pasa.
—Se trata de Segovia y el niño señor.
— ¿Qué ocurrió?
—Sufrieron un accidente.

Por un momento no pudo hablar.

— ¿Qué pasó? No te quedes callado.
—Cayeron por un barranco señor. Aún no sabemos cuál es la profundidad pero mi gente está trabajando en el sitio del suceso para definir la distancia y encontrarlos.
—Encontrar los cuerpos —lo corrigió fríamente su superior del otro lado de la línea—, eso es lo que me quieres decir; nuestra gente ahora va a buscar dos cadáveres.
—Señor no tenemos la seguridad de que ellos...
—Armendáriz —lo interrumpió su superior con tono autoritario—, están en medio de un bosque en una zona prácticamente  inhabitada, me dices que el hombre cayó a un precipicio y un segundo después insinúas que no tienes seguridad de que esté muerto ¿Cuál es la profundidad del precipicio?
—Lo estamos investigando.
—Que lo estén investigando indica que es lo suficientemente profundo como para que alguien muera si cae en él, y aunque el hombre estuviera vivo, las posibilidades de que el niño también lo esté son ínfimas, y sólo estoy haciendo el cálculo basándome en lo que acabas de decirme; pero tú estás ahí, lo debes tener más claro que yo. Escucha Armendáriz, no te niegues a los hechos. Debo tener un informe completo en una hora.

Su superior cortó el teléfono y Armendáriz volvió a guardar el celular en su bolsillo. Era cierto, tenía que hacer frente a la realidad y reconocer que las posibilidades de encontrar con vida a Segovia y el pequeño Ariel de la Torre eran ínfimas, pero al mismo tiempo sabía con total claridad que su trabajo ahí no estaría completo hasta que tuviera una respuesta absoluta a esa interrogante. Y para eso necesitaba encontrar sea como fuere a Víctor Segovia.



2

Arturo estaba en su habitación viendo las noticias de última hora y sentía que no soportaba continuar enterándose de lo que sucedía en el exterior.

—Esto no puede estar pasando por Dios.

La información era confusa, pero en lo que los medios no se equivocaban era en decir que algo muy malo había pasado durante la persecución de la policía sobre Víctor.

El mismo se sentía muy confuso desde la última vez que había hablado con Víctor. Las cosas se había sucedido una tras otra, y él había seguido ávidamente cada detalle, cada nuevo rumor, como si en cierto modo estuviera corriendo tras la policía y los periodistas, esperando ver una luz de esperanza en un camino que a cada momento se veía más turbio y oscuro; luego sólo algunos momentos de silencio, ninguna información nueva que fuera relevante al respecto, y de pronto todo se había sucedido. Entre las muchas noticias que no le importaban había dado con el caso del choque en la carretera, muy cerca del pueblo de Santa Marta, y luego estaba lo de las redes sociales, ésta noticia no oficial tan cerca, y toda la policía movilizada porque al parecer habían encontrado una pista. Su primera impresión fue sospechar, pero luego un nuevo rumor más estremecedor que los anteriores se filtró con rapidez, la clase de noticia en donde nadie se atreve a desmentir ni confirmar nada, pero queda claro de qué se trata. En su mente el temor surgió de inmediato, creyendo que la policía finalmente había encontrado a Víctor, pero amenazando con develar algo horrible que había pasado. Los más arriesgados decían que la policía había tenido que abatir a Víctor a balazos, mientras otros decían que lo habían capturado y se encontraba retenido bajo reserva máxima, mientras el niño era devuelto a las autoridades pertinentes. Había pasado más de una hora y aún no había ninguna información oficial, solo una policía de apellido Carrizo había declarado de forma muy escueta que la investigación había enfrentado algunos contratiempos y que se estaba analizando un sector cercano al sitio del accidente en la carretera porque habían pistas más relevantes, pero no dijo nada más y eso a fin de cuentas era lo mismo que los rumores que estaban haciendo por internet.
A cada segundo parecía haber alguna nueva interrogante o cuestión que preguntarse, porque no sólo no sabía en donde estaba Víctor, tampoco por qué la cosas pasaban de esa manera,  qué estaba investigando la policía en ese lugar, porqué alguien filtraría la noticia de un accidente trágico, porqué motivo la policía había cercado el sector cerca del accidente en la carretera, qué más había ocurrido, qué era lo que estaban ocultando, y lo más importante de todo, por qué los policías no decían nada, por qué en la única captura de pantalla que había, de la entrevista a Carrizo, los oficiales se veían tan afligidos. Arturo sentía que estaba volviéndose loco, necesitaba una respuesta y sabía que en algún momento los efectivos tendrían que decir lo que estaban ocultando. A la vez quería saber la información y tenía un miedo absoluto de escucharla.

3

Armendáriz estaba aún en el sitio acordonado cuándo Bárbara Carrizo se acercó a él.

—Ignacio.
— ¿Qué pasa?
—Esos malditos carroñeros de los periodistas no se van a mover de aquí, pero lo que no me explico es quién pudo filtrar la noticia; estoy segura que ninguno de ellos lo haría.

El policía miró hacia los árboles donde esos hombres y mujeres a su cargo continuaban el rastreo minucioso que él mismo les había encargado. No, él tampoco creía que uno de ellos pudiera hacerlo.

—No lo sé, pero me preocupa que están filtrando información, sobre todo cuando no tiene nada que ver con la realidad. Ni siquiera nosotros sabemos exactamente qué es lo que pasó.

Se quedó unos momentos en silencio, recordando las palabras de su superior; realmente, en el fondo, estaba negándose a la posibilidad de que Segovia hubiera muerto, y mucho más a que el pequeño Ariel estuviera muerto. ¿Cómo podía ser, cómo podía haber terminado todo en esa horrible tragedia? Tenía que buscar la respuesta, y no estaría tranquilo hasta que lo viera con sus propios ojos.

4

Gladys estaba en su casa escuchando con atención las noticias que iban saliendo una tras otra en la radio. No podía creer lo que oía, había un estremecimiento en lo profundo de su alma tan sólo de imaginar que las cosas que estaban diciendo de Víctor hubieran provocado una desgracia. La prensa hablaba tanto de una desgracia ¿Por qué hablaban de un accidente? ¿que acaso ese policía y Víctor habían tenido un nuevo enfrentamiento?  No podía imaginar que a ese pobre muchacho le hubiera sucedido algo grave, pero lo cierto es que ese policía grandote estaba persiguiéndolo y aparentemente en la policía tenían algún tipo de prueba, en su contra. ¿Por qué no simplemente escuchaban? Era tan sencillo como verlo, conversar con él y ver la relación que tenía el pequeño con Víctor para entender que entre ellos dos no había nada malo; había demasiada gente confundida, equivocada, y de seguro también habían muchas personas tratando de hacerles daño, aunque no se imaginaba porqué.

—Por Dios —dijo en voz alta con la garganta apretada, temblando ante las posibilidades que se dibujaban en su mente—, por Dios, que ese muchacho y su hijo  estén bien.

5

Álvaro despertó recostado en una camilla en un centro de urgencias; cuando abrió los ojos lo primero que vio fue la cara de la enfermera que estaba revisando su estado de salud.

— ¿Cómo se siente?
— ¿Dónde estoy?

La enfermera lo miró con la comprensión clásica de quien ha visto ya de todo.

—En el centro de urgencias, tuvo un accidente.
— ¿Dónde… dónde está Romina? ella estaba conmigo.
—Su esposa se encuentra bien, ustedes dos tuvieron mucha suerte. Sufrieron traumatismos y algunos cortes pero por lo que dijeron del choque pudo haber sido mucho peor.

En ese momento recordó lo que había sucedido; Víctor Segovia estaba junto con ellos en la camioneta, le habían hecho una serie de preguntas, él descendió del vehículo para continuar su viaje y ellos habían tomado la decisión de decirle a la policía en donde estaba él, pero el otro vehículo se estrelló con ellos; sintió el golpe, su cabeza se estrelló contra el parabrisas y perdió el conocimiento.

—Necesito verla —dijo tratando de incorporarse,  pero en ese momento los golpes de los que hablaba la enfermera lo detuvieron, dejándolo recostado.
—Le dije que habían tenido suerte —lo reprendió ella—, pero de todas maneras debe guardar reposo.
—Necesito ver a Romina.
—Podrá verla después; ahora, tiene que descansar.

La enfermera iba a retirarse de la habitación, pero una nueva pregunta surgió en la mente de Álvaro.

—Señorita, en el lugar...en el lugar en donde fue el accidente... usted sabe si ocurrió algo más ¿qué pasó con la policía?

La mujer se quedó detenida y lo miró lentamente, decidiendo qué era lo que tenía que decir, pero al final consideró justo hablarle de algo que él de todos modos sabría.

—Mire, las cosas por aquí están muy complicadas, la policía no quiere decir nada, todos están muy nerviosos,   tienen cortado el tránsito, nadie puede ir hacia el otro pueblo ni de allá para acá, pero lo que sí está claro es que pasó algo grave.

Segovia, se dijo Álvaro mentalmente.

—Usted... usted sabe si en las noticias han dicho algo... del caso del niño desaparecido.

La enfermera frunció el ceño.

— ¿Quién es usted?
—Soy periodista.
—Ah, claro, es periodista, eso significa que usted debería ser más que yo.

Por lo visto la noticia de su trabajo la había violentado, pero él estaba acostumbrado a esa reacción en las personas.

—Dígame si sabe algo, si hicieron algo mientras nosotros estábamos aquí.
—Nadie sabe nada —replicó ella en voz baja—, pero escuché... la gente comenta, dicen por ahí que estaba cerca en el otro pueblo, y dicen que el lugar en donde los encontraron a ustedes hubo otro accidente, y parece que hay un muerto.

                                           


Próximo capítulo: Pistas ciegas

Por ti, eternamente Capítulo 18: Fin del camino



Ignacio Armendáriz corría a toda velocidad en las cercanías de la zona donde había presenciado las consecuencias del accidente en la ruta, mientras su corazón latía violentamente; tenía la poderosa sensación de que las cosas estaban yendo de mal en peor, pero la presencia de Segovia en la camioneta de los periodistas antes del choque no significaba nada a primera vista. Por otro lado, las misteriosas huellas del vehículo que se alejaban de la ruta en esa dirección eran preocupantes ¿Acaso Segovia siempre había tenido un aliado y solo esperado el momento indicado? La perspectiva resultaba nefasta, pero en ese momento dependía solo de él mismo, ya que era el más cercano a la zona; sabía que el equipo que había solicitado llegaría muy pronto, pero no podía perder ni un solo segundo.

—Oh cielos...

Una nueva escena se desplegaba a su vista; un automóvil blanco, estacionado cerca de los árboles, y tres hombres tendidos en el suelo.

—No, no puede ser...

Con el corazón azotando con violencia su pecho, el policía se acercó más a la escena que se desplegaba a sus ojos, aunque ya desde unos pasos antes sabía lo que estaba pasando.

—Maldición.

Las cosas se habían salido por completo de control; lo que estaba viendo en esos momentos estaba más allá de toda idea previa que pudiera haberse hecho, pero ¿Quién realmente era Segovia, quién era en el fondo esa persona que en apariencia solo era un desconocido que tenía un bebé en sus brazos por razones desconocidas? Desde casi un principio había sospechado que había algo extraño, y por eso tenía algunos efectivos investigando a la familia, pero nunca creyó que las cosas llegaran a ese punto. Tenía el revólver en la cartuchera, y supo que muy posiblemente lo usaría pronto, aunque esperaba en primer lugar encontrar al tipo, y recuperar al niño sano y salvo.
2

Víctor corría lo más rápido que podía por entre los árboles y la maleza, con el bebé en sus brazos y la mochila a la espalda, pero ya después de varios minutos de intensa carrera, la adrenalina estaba decreciendo y los efectos de todo lo sucedido antes comenzaba a sentirse.

—Tranquilo bebé...tranquilo...

Ariel había calmado sus llantos, pero todavía se mostraba inquieto en sus brazos, removiéndose y gesticulando constantemente.

—Tranquilo...todo está bien...

Tuvo que dejar de correr, exhausto, y siguió caminando a paso más lento. Los golpes que había recibido en el enfrentamiento luego del accidente de los periodistas estaban haciendo mella en su cuerpo; se extendía un incipiente bosque ante su ojo derecho, pero nubes y oscuridad ante el izquierdo, de seguro porque los golpes en la cara habían profundizado la herida por la pelea anterior con el policía, aunque eso no era lo único, porque tenía lesiones y magulladuras en el torso y en los brazos.

—Tranquilo bebé, tranquilo...

En un momento se detuvo, porque el cuerpo ya no le permitía continuar avanzando.

—Estoy tan cansado...

Aunque resultara sorprendente, la visión cada vez menor por el ojo izquierdo era lo que menos le preocupaba en esos momentos, porque los golpes le habían quitado las fuerzas y la descarga de energía producto del enfrentamiento con los delincuentes lo había debilitado por completo; aún le zumbaban los oídos, haciendo que escuchara todo lo que pasaba alrededor, pero además de eso un sonido extraño y ahogado que no lo dejaba en paz.

—Estoy tan cansado —dijo en voz baja— no entiendo quiénes eran esos hombres, qué es lo que pretendían hacer...perdóname, ellos nunca debieron haberte golpeado, pero yo los alejé de ti, no voy a dejar que te hagan daño otra vez...

Sus palabras se diluyeron un momento; sentía dolor en muchos puntos en el cuerpo, sangre y tierra en la boca, heridas en los brazos, pero sabía que de alguna manera, el miedo estaba complotando en su contra, de modo que tenía que evitarlo, seguir funcionando o al menos hablando para no caer en completa oscuridad. De pronto notó que estaba de pie cerca de un árbol, y que la mochila estaba en el suelo ¿En qué momento la había dejado caer?

—Lo siento, yo...estoy tan cansado, pero tengo que seguir, esos hombres deben estar cerca todavía, y no puedo permitir que me encuentren otra vez...tengo que alejarme de aquí, solo hace falta un poco más, un poco más...

Sabía que tenía que moverse, pero su cuerpo amenazaba con dejarlo ahí; volvió a mirar al pequeño en sus brazos, que por primera vez no lo miraba fijamente, sino que de manera errática, angustiado igual que él por lo que estaba sucediendo, sin dejar de moverse inquieto ¿Qué cosas pasarían por su mente en esos momentos?

—Segovia.

La voz de Armendáriz se dejó escuchar fuerte y clara en medio del bosque; el policía había detenido sus pasos luego de extensos minutos de carrera incesante, al encontrar algunas pistas frescas en el lugar; realizando un rastreo rápido encontró huellas recientes, algunas ramas y hojas rotas, lo que explicaba claramente que Segovia o alguien había pasado por ahí hacía muy poco. Pero aunque aún no llegaba a él, algo en su ser le indicaba que estaba en el lugar preciso, que al fin terminaría con toda esa locura.

—Puedo sentirte Segovia —exclamó el oficial con decisión— ¡Sé que estás aquí!

A no muchos metros de distancia, Víctor permanecía tras un gran y añoso árbol, con el bebé muy cerca de su pecho, sintiendo el corazón golpeando con furia ante la voz de ese hombre, la misma que de manera amenazante lo había perseguido en el auto aquella mañana que parecía ya tan lejana.

—No puede ser... —murmuró con voz temblorosa—, es ese policía...

Armendáriz estaba por completo inmóvil entre los árboles y la maleza; sabía que estaba ahí, lo sentía en los nervios, en el estómago, sabía perfectamente que estaba ahí, no muy lejos, entre alguna planta o detrás de algún árbol, y tenía que seguir hablando, mientras descubría las claves que le faltaban, mientras encontraba la ruta más correcta para capturarlo; solo necesitaba saber que el bebé estaba bien todavía.

—Todo terminó Segovia —sentenció con voz clara—, toda ésta locura tiene que terminar.

Víctor abrazaba contra su pecho al bebé, sin notar que, dentro de todo, conseguía mantener la cordura suficiente para no apretarlo más de la cuenta; la voz del policía se escuchaba cerca, pero aún no lo suficiente.

—No puedo continuar así —se dijo Víctor mientras tanto, en voz muy baja—, no puedo seguir, tengo que hablar con ese policía; él tiene que ayudarme, tiene que entender que no tuve opción, que tuve que escapar, y él sabrá la verdad cuando esos hombres hablen. Tengo que hacerlo.

Tenía un nudo en la garganta, sentía que estaba en el punto definitivo y que debía confiar, quizás no en ese policía, pero sí en lo que representaba; además ya casi no tenía fuerzas para seguir escapando.

—Sé que estás aquí Segovia, y voy a encontrarte y a llevarte ahora mismo; escúchame, hasta ahora has hecho muchas cosas, pero sabes que lo último que hiciste supera todos los límites.

Víctor estaba aún de pie detrás del árbol, con Ariel en sus brazos, debatiéndose entre lo que había estado haciendo y la posibilidad de terminar con todo; la posibilidad de ser capturado era cada vez mayor, y ese policía estaba aún muy cerca de él, quizás más que antes ¿Qué tanto podría correr en el estado en que estaba?

—Tú eres mi ángel —murmuró mirando a los ojos al bebé— tengo que hacer lo correcto, no puedo arriesgarte; ayúdame, ahora necesito tus alas.

Pero cuando levantó la vista era demasiado tarde para opciones; alrededor de cincuenta metros lo separaban de Armendáriz, quien, todavía inmóvil sobre la maleza lo miraba fijamente, con decisión total.

—No te muevas, ni des un solo paso más.

La voz lo intimidó de nuevo, por la sorpresa, y por la fuerza de su mirada ¿Era de alguna manera distinta o solo era el efecto de la adrenalina y los dolores en el cuerpo?

—Entrégate Segovia.
—Necesito que me ayuden —dijo tratando de sonar menos asustado de lo que estaba—, esos hombres...

Se quedó un momento sin palabras, no sabía cómo empezar. Pero el policía sí.

—Todo lo que tenga que ver con eso lo dirás en el cuartel —dijo, determinante—, ahora entrégate y dame al niño.
—No lo entiendes —replicó con un dejo de desesperación—, esos hombres me atacaron, querían llevarse a Ariel.

Armendáriz estuvo a punto de decir algo más, pero se contuvo; no era personal, no podía ser personal, tenía que concentrarse en lo importante, que sin duda era recuperar sano y salvo al pequeño.

—Dame al niño, no te resistas más.
— ¿Encontraron a esos hombres? Ellos me atacaron, tienen que exigirles que digan la verdad.

Armendáriz avanzaba lentamente, sin quitar los ojos de los de Segovia; sabía que en una situación como esa no contaba con mucho tiempo antes de algún arranque de ira, y con el último antecedente las cosas se ponían cada vez más riesgosas.

—Escucha, te aseguro que tendrás un juicio justo, solo dame al niño y todo estará bien.

Sin embargo en ese momento, hacia el oriente de donde se encontraba Víctor, algo se movió, aunque los árboles no lo dejaban ver que era, pero entendió que se trataba de algo importante porque Segovia se volteó espantado.

— ¡No te muevas!

El grito era de uno de sus oficiales, Mendoza o Arivas.

—Espera —gritó imponiendo autoridad—, no se acerquen, estoy aquí.

Pero ya era tarde. En solo un segundo supo que lo que estaba pasando era una escena de doble reacción automática, donde por un lado el oficial tomaba las riendas de su propio actuar al ver a su objetivo en el punto de la mira, y por el otro el objetivo, es decir Segovia, tomaba una actitud súbita ante la sorpresa súbita, siguiendo el patrón de conducta que había seguido hasta ese momento; nada de lo que dijera en ese momento serviría a tiempo, lo único que podía hacer era correr, a toda velocidad, para evitar que se produjera una desgracia. Reuniendo toda la fuerza de su ser en los músculos de las piernas y el torso, el oficial comenzó la carrera hacia el hombre con el niño en los brazos, intentando disminuir la distancia de alrededor de treinta metros que los separaban mientras él comenzaba a correr hacia el sur.

— ¡No te muevas!

El policía apuntó a Víctor con su arma de servicio, pero con eso solo consiguió asustarlo; automáticamente el joven comenzó a correr hacia el sur, asustado por todo lo que estaba pasando; ese policía solo lo había distraído para poder cazarlo, pero aunque pensara en entregarse, ver cómo le apuntaban a él y al bebé en sus brazos le produjo el mismo temor que los hombres de ese automóvil blanco.

— ¡Aléjense de él, no disparen por ningún motivo!

Armendáriz corría a toda velocidad, sabiendo que contaba con cualquier cosa, menos con tiempo; mientras corría nuevamente hacia el sur, el oficial vio por el rabillo del ojo que más oficiales estaban apostados en puntos estratégicos al norte y al oriente, por lo que era cuestión de tiempo que lo hubieran encontrado aunque él no estuviese presente, pero había dos diferencias fundamentales, la primera, que ellos no contaban con lo último que hiciera Segovia, y que en vista de eso una actitud demasiado fuerte podría producir efectos impensados.

— ¡Segovia, detente!

Mientras corría gesticulaba para detener cualquier esfuerzo de los otros oficiales, y funcionó con los que estaban más cerca, pero Souza, uno de sus más experimentados en trabajo de campo hizo un gesto que aún con la adrenalina le congeló la sangre; lo que estaba indicándole, a lo lejos era peligro mortal, y no provenía de ninguno de ellos.
La vegetación se volvía más y más tupida a cada paso que daban, y esa era la trampa mortal a la que se dirigían todos ellos, de la que Souza le estaba advirtiendo desde lejos, y desde la altura necesaria. ¡Segovia corría directamente hacia un barranco!

— ¡Segovia!

Ésta vez su grito fue de auténtico espanto; en los escasos segundos que estaban transcurriendo desde que volviera a intentar escapar, todo se había vuelto un horrible presagio de los más tremendos temores que pudiese haber tenido antes, pero la experiencia también le decía que en medio del estado mental en que se encontraba, añadido a esto la presión de la aparición de los demás oficiales, Segovia no escucharía razones, y que además seguiría corriendo más por instinto que por astucia,  por lo que resultaba prácticamente imposible detenerlo. Tenía que llegar a él, tenía que detener esa carrera, ya nada importaba, ni el caso ni lo que acababa de presenciar cerca del automóvil blanco,  solo importaba correr, se desgarraría los músculos de las piernas si era necesario, pero no podía permitir que ese hombre siguiera esa carrera desesperada, no podía dejar que un niño muriera, ni en esas circunstancias ni en las que fuese.

— ¡Segovia, para, vas a matarte! ¡Segovia!

Sus gritos podían fallar, pero no la fuerza de su cuerpo, el entrenamiento que había hecho durante años tenía que servir de algo; mientras seguía corriendo tras Segovia pudo advertir que los otros se quedaban quietos, sabían que no podían hacer más, el único que estaba cerca y que tenía alguna opción era él, y no pensaba quedarse de brazos cruzados, tenía que hacer el máximo esfuerzo, y en cada paso le rogó a cada fibra de su  ser que rindiera más, ante el peligro jamás se había rendido, y en realidad, a pesar de su arrojo y valentía, el oficial sabía que no estaba corriendo para detener a un hombre acusado de delitos horribles, ni para cumplir con su trabajo o su deber, estaba corriendo porque había un niño en peligro, y sabía se condenaría por siempre a sí mismo si no evitaba el desastre.

— ¡Segovia!

Gritó con todas sus fuerzas, se exigió un poco más, sin importarle el precipicio que veía a tan solo metros de distancia, oculto entre la vegetación de los ojos de cualquiera que no tuviera el entrenamiento o la concentración necesaria, traicionando a quien fuera que osara pasar por ahí.

Y Víctor esquivó unas matas, dio dos pasos más, y desapareció, tragado por la vegetación.

— ¡Noooo!




Próximo capítulo: En manos de la muerte

Por ti, eternamente Capítulo 17: Ojo de cazador



Claudio esperaba sentado ante el escritorio de Fernando de la Torre, jugueteando con un abrecartas con forma de espada; durante años su trabajo había estado tras una oficina y su traje de diseñador, pero en esos momentos llevaba ropa para trabajo de campo.

— ¿Qué pasa Claudio?
—Hay dos cosas de las que tengo que hablarle —dijo saltándose los saludos y dejando el abrecartas—, por eso lo estoy molestando en la mañana.

De la Torre no era especialmente efusivo, pero a todas luces para él una visita de su asistente antes de mediodía era algo llamativo.

— ¿Lo encontraron?
—Hay algo de eso, pero creo que antes es importante hablar de otro tema, señor. Contraté a un hacker.
— ¿Para rastrear información de Segovia?
—No, para investigarlo a usted.

El rostro del hombrón pasó de la incógnita a la sorpresa, de ahí a la indignación y luego a la ofensa, todo solo en un paso, el que lo acercaba mucho más a su asistente. Claudio se puso de pie y le cedió el asiento, ocupando su lugar del otro lado del escritorio, pero De la torre no se sentó aún.

—Dime por qué hiciste eso.
—Porque desde que comenzó todo esto hay algo que no me ha dejado en paz. La señorita Magdalena tenía una serie de conflictos con usted y la familia, y ahora que ya no está y su hijo está en manos de un desconocido, hay un riesgo mucho más latente de que alguna información comprometedora esté en malas manos.
—No te des tantas vueltas.

Claudio se mantenía inmóvil, impertérrito ante la creciente molestia de su jefe. Esa misma tranquilidad la necesitaría después.

—Decidí investigar los ordenadores antiguos que están guardados en las bodegas, los mismos que estaban operativos en el tiempo que la señorita Magdalena aún estaba aquí, y con ayuda del hacker descubrí algo preocupante: hay una carpeta que contenía información comprometedora, la que fue borrada por alguien que claramente no sabía que los datos permanecen en el equipo.

De la Torre frunció el ceño, hablando en voz muy baja.

— ¿Qué clase de información?
—Datos de libros contables, respaldos de otros negocios, algunas fórmulas para encubrir ciertos movimientos, en resumen, un cóctel muy peligroso.

De la Torre se sentó ante su escritorio, una actitud que tomaba regularmente cuando quería demostrar de manera práctica que él era quien mandaba, y en una situación así no quería mostrarse débil.

—Eso no tiene sentido, si Magdalena hubiera tenido datos o algo que hubiera sacado de aquí, lo habría usado en mi contra, o ese tipo lo habría hecho.
—A menos que él no supiera que esa información está en su poder.

De la Torre aguzó la vista, como si eso le permitiera mirar más allá de su asistente. En ese momento estaba perdiendo su autoridad, y además todo lo que tenía corría un riesgo enorme; pero no lo permitiría con facilidad.

—Cuando encontraron a mi hija me dijiste que te estabas haciendo cargo de sus cosas.

Claudio seguía mostrándose frío; esa tranquilidad era lo que iba a necesitar en muy poco tiempo esa mañana.

—Recuerde señor que hay algo que estaba en poder de la señorita Magdalena que aún no recuperamos.

Fernando de la Torre inspiró con lentitud; algo le decía que era mejor para los planes que las cosas quedaran hasta ahí. Sin preguntas.

—La policía no puede encontrar a ese hombre ni a mi nieto antes que nosotros. ¿Por qué estás vestido de esa forma?
—Tengo que hacer una salida importante.
— ¿Y qué no tienes confianza en tu gente?
—Por supuesto que no señor —respondió con  una risita forzada—, es suya esa frase de "No confíes en nada que no haya sido hecho por ti mismo"

El patrón asintió, severo.

—No falles.
—No lo haré señor.


2



En esos momentos Víctor estaba corriendo a toda la posibilidad que le daba el cuerpo, manteniendo a Ariel  firmemente sujeto contra su pecho. Cuando se alejó de la camioneta de los periodistas, se sintió muy desanimado, parecía que todo lo que había hecho no sirviera de nada,  excepto para alejarse un poco del asedio de la policía que estaba otra vez muy cerca, pero cuando llevaba algún trecho caminado todo cambió otra vez. El sonido del choque, los metales friccionando a su espalda y todo ese ruido se sintió como si de verdad hubiese estado mucho más cerca de lo que estaba. Al voltear vio como la camioneta volcaba fuera de la pista, y estuvo a un paso de devolverse para ver en qué podría ayudar. Pero si ese accidente llegaba en un mal momento, lo que pasó después solo podría empeorar las cosas; un automóvil apareció en  el lugar del choque, pero en vez de quedarse como cualquiera lo esperaría, el vehículo salió también de la carretera y se dirigió prácticamente en su dirección. A partir de ahí no tenía tiempo de preocuparse por si se trataba de la policía de  civil o de quien fuera, tenía que alejarse de ese sitio lo más pronto posible, y si quería eso, solo tenía como opción internarse en el bosque que empezaba por ahí y poner la mayor distancia posible.

—Tranquilo bebé, tranquilo...

Pero él mismo no podía tranquilizarse; sentía en corazón azotando su pecho, no tanto por el accidente o lo que podría haber pasado de  estar aún en el asiento del copiloto, sino que directamente por lo que podía suceder, porque, ¿Cuánto podría escapar a pie en contra de un automóvil?

—Todo está bien bebé, todo está  bien, vamos a irnos de aquí ahora mismo.

3

Armendáriz iba en el automóvil rumbo a la siguiente zona poblada, siguiendo las pistas que habían tomado en los últimos momentos, pero algo hacía que se sintiera angustiado y confundido, antecediendo lo que fuera a pasar; fuera como fuera, resultaba inadmisible haber dejado ir  a Segovia, y aunque sabía que estaba cerca, no podía dejar que eso se repitiera.
Pero cuando iba conduciendo a alta velocidad esperando resolver lo más pronto posible un caso que se estaba convirtiendo en algo inesperado, se encontró con una nueva sorpresa, un accidente en el camino.

—Diablos, no puede ser...

Descendió a la carrera tan pronto dejó el vehículo a un costado de la vía; mientras lo hacía marcó en el auricular que llevaba en la oreja el marcado automático, que era Marianne.

—Hay un accidente en la ruta, aproximadamente a trescientos metros de la zona donde me dirigía, tres personas heridas, uno probablemente de gravedad, envía un grupo a ayudar ahora mismo.

El furgón tenía solo un ocupante, un hombre de más de cuarenta, que permanecía inconsciente aunque con pulso, de seguro porque se había golpeado la  cabeza con el parabrisas. De inmediato se acercó a la camioneta que estaba volteada de costado, donde se encontró con dos personas; la posición en que estaba resultaba muy difícil para  acceder, de modo que subió con agilidad por el costado de la puerta que quedaba expuesta.

— ¿Pueden oírme,  se encuentran bien?

No obtuvo respuesta. En ese momento reconoció al hombre, era un periodista que lo había estado acechando cuando tomó el caso, lo que implicaba que probablemente lo habían estado siguiendo sin que lo supiera; encontró en el asiento del volcado  vehículo una libreta, que tomó para revisar.

—Maldición, es imposible...

En la libreta había muchas cosas garrapateadas, pero lo principal que le llamó la atención fue encontrarse con el nombre de Víctor Segovia. ¿Desde cuándo tenía contacto con ellos?

— ¿Dónde está Segovia, me oyes?

No obtuvo respuesta; no podía arriesgarse a mover los cuerpos sin saber si tenían algún daño severo, pero el hombre tenía pulso, lo que de momento lo tranquilizaba. Esforzándose un poco más logró acercarse a la mujer, y tras comprobar que aún tenía pulso, intentó hacerla reaccionar, necesitaba la información que tuvieran en su poder.

— ¿Puedes oírme? Dime donde está Segovia, qué fue lo que pasó con él.

Ella pareció reaccionar, pero solo murmuró algo ininteligible; mientras tanto estaba perdiendo no solo tiempo y espacio valiosos, también perdía posibilidades de terminar ese caso con éxito.

—Escucha,  necesito la respuesta, dime dónde está Segovia.

La mujer se removió un poco más, y abrió los ojos, aunque su mirada estaba perdida y sin enfoque.

—Dime donde está. Segovia estuvo aquí, dime qué pasó con él.
—Está en peligro —balbuceó sin poder enfocar aún la mirada—, está en peligro, tienen que ayudarlo...

No dijo nada más porque volvió a quedar inconsciente; Armendáriz se incorporó fuera de la camioneta, mirando en todas direcciones.

4

—No puede ser, no puede ser...

Víctor continuaba corriendo, pero a esas alturas el cuerpo ya no estaba resistiendo más el escape; no quería mirar atrás, solo sabía que tenía que poner distancia, en esa ocasión más que en cualquier otra.

—Tranquilo bebé, tranquilo...

Jadeando mientras corría, el joven esperaba poder aumentar la distancia de alguna manera, pero momentáneamente solo podía confiar en esconderse en el incipiente bosque para el que faltaba muy poco para llegar. Sin embargo sintió el sonido de un motor muy cerca, y tuvo que voltear para mirar, comprobando con espanto que un automóvil blanco se acercaba a toda velocidad en su dirección.

— ¡Oh no!

El auto pasó a muy poca distancia de él, se le adelantó e hizo un arriesgado giro, quedando a tan solo unos cuantos metros de él. De inmediato descendieron tres hombres del vehículo.

— ¿Sabías que eres muy difícil de atrapar chico?
— ¡Aléjense  de mí!
—Como si eso fuera a funcionar.

El que parecía ser el líder, un hombre atlético y de mirada muy agresiva caminaba hacia él con absoluta calma, sonriendo divertido por lo que estaba pasando; Víctor sabía que no tenía ninguna oportunidad de escapar de esos desconocidos, pero no podía quedarse simplemente mirando, así que aunque estaba con el  corazón oprimido en el pecho y entrando en pánico nuevamente, no se quedó quieto y comenzó a correr hacia la izquierda, pero otro de los tres hombres del auto, uno grande y de aspecto imponente comenzó a perseguirlo; el hombre era sorprendentemente rápido para el cuerpo que tenía, y en solo algunos pasos logró darle alcance, tomándolo por la espalda, atrapándolo entre sus brazos por la cintura como una gran tenaza.

— ¡Suéltame!

El líder se acercó sonriente.

—Mira, hagamos esto simple, dame al  niño y todo terminará mucho más fácil.

Ariel. Querían a Ariel, pero no eran policías, parecían cualquier cosa menos eso. Víctor trató inútilmente de soltarse, pero nada de lo que hacía parecía funcionar; el tercero de los hombres se acercó y le asestó un potente puñetazo en el costado, haciendo que el aire escapara de su cuerpo.

— ¡Aaggg!

El golpe le quitó más movilidad de la poca que le quedaba, y permitió que le arrebataran al pequeño de sus manos.

— ¡Ariel!

El bebé había empezado a llorar con el movimiento y los gritos, pero Víctor estaba absolutamente inútil ante el  hombre que lo apresaba. El líder soltó una risita.

—Dame las gracias y vámonos de aquí antes que vuelva a aparecer la policía.

El grandote soltó con violencia a Víctor, el que cayó de bruces contra el suelo, pero no lo dejó reaccionar y se arrojó sobre él, golpeándolo con los puños en el torso. Víctor no podía hacer nada para defenderse, excepto tratar de cubrirse la cara, pero un golpe más dio justo en la frente, haciendo azotar la cabeza contra el suelo. El golpe se sintió como un sonido ahogado en los oídos, trastornando todo en una especie de sensación de ahogo, de la misma manera que cuando estás bajo el agua durante mucho tiempo.

—Ariel...

Su propia voz se escuchó extraña, como si no pudiera escucharla nadie más que él mismo, pero aunque estaba en el suelo, todavía podía ver, como esos hombres se llevaban al pequeño, ignorando sus llantos.

—Ya cállate.

El líder miró de frente al bebé que lloraba en las manos del tipo más grande, y sin pensarlo dos veces, le dio una bofetada. En ese momento todo cambió por completo, fue como si ver esa agresión contra el niño activara en Víctor un sentimiento que jamás antes había sentido, una conjunción de furia salvaje y odio que lo arrebató por completo; de pronto no podía ver nada más que a Ariel, alejándose en brazos de sus captores, llorando desesperadamente, y todo el miedo y el dolor de los golpes desapareció de manera absoluta.

— ¡Ariel!

Lo siguiente fue como si no hubiera estado pasando realmente  a través de él. Poseído de una fuerza inusitada, Víctor corrió hacia los tres hombres, lanzándose sin pensar hacia el más grande de los tres. El hombre reaccionó al escucharlo gritar, pero no lo suficientemente rápido como para evitar su ataque. El joven se arrojó al cuello y apretó con todas sus fuerzas, recuperando al niño sin causarle ningún daño y apartándose del hombre en un par de pasos.

— ¡Sujétalo!

El grandote retrocedió unos pasos con las manos llevadas al cuello, tosiendo ahogado por el inesperado ataque. El hombre de rasgos orientales se acercó a toda velocidad a Víctor, pero éste seguía dominado por una fuerza tremenda, por lo que se apartó, dejando un instante para colocar a Ariel junto a la raíz de un árbol; no podía evitar su llanto por el momento, pero tenía claro, aún dentro de su furia, que lo primero era detener a esos hombres. Con un movimiento brusco se lanzó contra el oriental, dejando que éste lo golpeara, solo lo suficiente para acercarse y poder darle un cabezazo, el que golpeó directamente en la frente del otro; por un momento pareció que no le había causado daños, pero después el tipo cayó de rodillas, aturdido. Mientras, el líder del grupo había optado por ir a tomar al niño, pero Víctor volteó en su dirección, y gritando nuevamente se lanzó contra él.

— ¡Déjalo!

Ambos cayeron al suelo, forcejeando con violencia; pero unos momentos después Víctor tomó la oportunidad y logró tomar en sus manos la cabeza de su adversario, azotándola contra el suelo. Iba a darle otro golpe, pero los llantos de Ariel lo hicieron reaccionar, y se volvió hacia el bebé, tomándolo en sus brazos; su corazón latía quizás con la misma desesperación con la que lloraba el bebé, pero tenía que controlarse, estaba obligado a salir de ahí, y mientras esos hombres estuvieran en el suelo, tenía que aprovechar cada segundo.
Mientras Víctor se alejaba con Ariel en sus brazos, corriendo lo más rápido que podía, los tres hombres intentaban reaccionar.

— ¿Que fue todo eso? —protestó el oriental— ¿No se suponía que ese tipo era común y corriente, de donde sacó esa fuerza?
—Cállate —replicó el líder sentándose lentamente en el suelo—, eso no importa ahora.
—No puedo creer que haya hecho todo eso —intervino el más grande entre toses—,creí que me iba a ahorcar.

El líder se puso de rodillas; no quería reconocerlo frente a los otros dos, pero a él también le había sorprendido la fuerza y furia de ese hombre.

—Tenemos que movernos —dijo ignorando los otros comentarios— ahora estamos cerca de él, solo hay que encontrarlo y terminar con esto de una vez por todas.




Próximo capítulo: Fin del camino




Por ti, eternamente Capítulo 16: La noticia principal



Tan pronto como salió de la pensión, Víctor se apresuró hacia el extremo contrario del pueblo en el que había pasado la noche; nuevamente sentía que todos estaban observándolo, aunque el hecho de haber salido temprano en la mañana de la pensión hacía que hubiera menos gente por las callecitas de un lugar que ya no le parecía tan acogedor y calmo como antes. Encontró un pequeño grupo de buses de transporte por zona y subió al primero que encontró, afortunadamente con un poco de tranquilidad por no resultar demasiado llamativo, seguramente porque por esos lados había mucha más gente rara o que viviera en las calles. Al subir al bus y acomodarse lo mejor posible en el pequeño asiento con la mochila, los dos bolsos y el bebé en sus brazos, se sintió un poco más tranquilo, aunque entonces comenzó la molestia del bebé, que, cubierto por la cobija que lo disimulaba, estaba incómodo y evidentemente acalorado.

— ¿Qué pasa bebé? —murmuró con disimulo— no puedo descubrirte ahora...

El pequeño se removía incómodo, sofocado por el calor, pero aunque había solo un par de personas en el vehículo y no estaban en asientos contiguos, sentía que cualquier cosa que hiciera llamaría la atención. Pero Ariel seguía moviéndose, y la perspectiva de algún llanto en un bus en movimiento con la amenaza de la policía en camino a la pensión que dejara solo momentos antes era muy preocupante.

—Espera, por favor espera...

Ya estaba muy nervioso y esa escena no estaba ayudando en nada, así que, sentado hacia la ventana, abrió la de corredera y se volteó hacia el exterior, descubriendo al bebé para que su torso quedara expuesto; la reacción del pequeño fue instantánea.

— ¿Ves? —susurró sonriéndole— solo estamos desplazándonos un poco. Sé que hace calor y que estás sofocado, pero en un rato más vamos a bajar, espera un poco por favor.



2

Romina detuvo la camioneta mientras Álvaro corría a subir al asiento del copiloto.

—Apresúrate, el bus acaba de irse.

Álvaro se subió mientras ella reiniciaba la marcha;  llevaban muy poca distancia del bus, y estaban obligados a guardarla para evitar delatarse, pero justo cuando estaban tomando la misma ruta del bus, un obstáculo apareció en el camino.

—Diablos, es el gorila, desvíate ahora.

Romina hizo un giro y se ocultó en una esquina al borde del pueblo, muy cerca de donde iniciaba una nueva vía; lo que pasó fue la camioneta institucional con Armendáriz en el asiento del copiloto hablando enérgicamente por teléfono.

—Maldición, no sé en qué momento se adelantó.
— ¿Habrá descubierto que Segovia va en el bus?

Romina le quitó de las manos la cámara fotográfica.

—No lo creo, probablemente solo es una coincidencia, pero si va en esa dirección es posible que se le ocurra investigar en los medios de transporte, así que no podemos quedar fuera.

Estaba revisando de manera distraída las fotos mientras hablaba; no las veía en realidad, sabía muy bien que en un trabajo como ese solo veinte de cada cien fotos servía de algo, pero era lo necesario y además muchas veces las fotos sacadas al azar revelaban cosas que las sacadas a propósito no podían. Mientras la camioneta comenzaba lentamente la marcha, la mujer se quedó mirando una imagen que le llamó la atención y decidió acercarla con el zoom.

—Qué raro...
— ¿Qué pasa?

En la foto se veía el lateral del bus en donde iba Segovia, pero la foto, si bien era perfecta porque a pesar del ángulo lo mostraba, enseñaba también algo que no se esperaba.

—No lo sé, es solo que...
— ¿Qué?
—Ésta foto —dijo sin poder quitarle los ojos de encima a la imagen—, es tan extraña. Lo que veo aquí Álvaro...
— ¿Qué? Dilo de una vez.
—Es que en la foto...se ve un padre con su hijo en brazos.

Álvaro no respondió por unos momentos, pero cuando lo hizo, parecía tan enfocado en el caso como antes.

—Se supone que eso es lo que esos tipos pretenden, ¿O no?
—Sí, lo sé, también estaba en los cursos de sicología del delito, recuerda que estudiamos juntos —replicó ella más livianamente— es solo que verlo así me hace pensar que definitivamente no podemos perderle la pista, porque si lo hacemos es probable que después empiece a mezclarse con la multitud.

Él se lo pensó un momento.

—Sí, creo que tienes razón, lo que puede ocurrir es que el niño se acostumbre, al final es pequeño y es más sencillo; espero que todo resulte bien.

 3

Dos oficiales de policía estaban dentro de la cabaña de Gladys, y aunque el lugar resultaba a todas luces acogedor, la actitud de ella no lo era.

—Señora, necesitamos su cooperación, se trata de un caso muy serio.

Pero ella estaba más alterada de lo que cualquiera de los dos podía esperar; y no solo estaba alterada, la preocupación la invadía también, y no era por ella misma por quien temía.

—No sé qué es lo que ustedes pretenden ahora mismo.
—Señora —le explicó la mujer policía—, escuche, el hombre que estuvo aquí cometió al menos un delito, usted lo vio con ese niño en sus brazos.
—Es su hijo.
—No, no lo es, se lo llevó de los brazos de su madre.
—Sí, si es su hijo —replicó obstinadamente la mujer—, ustedes no lo vieron, no tienen idea de lo que están hablando, ni ustedes ni ese policía bruto que estuvo aquí.

El hombre intervino para tratar de convencerla.

—Escuche señora Gladys, ese hombre.
—Se llama Víctor.
—Víctor —concedió él para no desviar la atención—, obviamente le dijo que el niño era su hijo, no es la primera persona a quien se lo dice, él está convencido de que lo es.

Pero esas palabras solo consiguieron alterarla más; la mujer se puso de pie de manera orgullosa y fulminó a ambos con la mirada.

— ¿Y quién les dijo que él me había dicho alguna cosa?
—Escuche señora...
—No, escuchen ustedes. Pueden ir a decirle a todo el mundo lo que quieran, pero ustedes no han visto a Víctor, ustedes no han hablado con él. Víctor es un buen hombre, y nadie tuvo que decirme que ese niño es su hijo, porque eso es algo que se ve, no se dice.

La policía parecía dar por perdida la situación.

— ¿Le dijo ese hombre adonde pensaba ir?
—No, y lo mejor es que no me lo haya dicho, porque está claro que ustedes no lo quieren ayudar. Pero quiero que le digan a ese bruto que estuvo aquí antes que está totalmente ciego, y que si no reacciona va a cometer un grave error. Víctor es el padre de ese niño y solo quiere mantenerlo a salvo, pero todos ustedes lo están empujando justo en la dirección contraria.

4

Víctor vio como el bus, después de un  viaje relativamente corto, llegaba a una zona industrial, pero como vio la terminal muy cerca, decidió bajar antes de llamar la atención más de lo que lo había hecho hasta el momento. Desconocía totalmente el lugar en donde estaba, pero sabía con bastante seguridad que seguía alejándose hacia el sureste, así que lo mejor que podía hacer era seguir en esa dirección; por suerte el pequeño se había calmado durante el corto viaje, pero él mismo no estaba tranquilo, necesitaba poner distancia entre el sitio de donde venía.

—Espero encontrar algo por aquí.

Las zonas industriales como esa muchas veces tenían servicios de buses que iban hacia diferentes destinos, así que solo tenía que armarse de paciencia y encontrar uno, por lo que comenzó a caminar a un costado del camino rural, lo más cerca de los árboles y matorrales que serían lo único que podría protegerlo si alguien se acercaba, aunque afortunadamente todavía podía contar con que era temprano.

Mientras Víctor hacía esto, Romina estacionó la camioneta a varias decenas de metros de distancia, en un recodo que los mantenía protegidos de la vista de Segovia.

—Excelente Álvaro, estamos a la delantera del gorilote, y pensar que estuvo tan cerca igual que esos tipos.

Pero en esos momentos él no se mostraba tan optimista.

—Pero estamos tan cerca, esto me preocupa.
— ¿Qué quieres decir?

Álvaro no la miraba a ella, miraba con el lente de la cámara en dirección a Segovia y el camino por donde seguía.

— ¿Qué pasaría si esos tipos que te amenazaron fueran amigos de Segovia? Tal vez escaparían con él. ¿Y si lo agarra la policía así por sorpresa como la vez anterior, pero ésta  vez sí lo atrapan?
—Es parte de la crónica.

Pero él sonrió, un poco divertido; generalmente era ella quien hacía las conjeturas más allá de lo normal.

— ¿No te das cuenta? Nuestra crónica termina si Armendáriz lo atrapa, y si esos tipos lo ayudan, será empezar de nuevo las persecuciones.

En ese momento ella comprendió el punto.

—Nos va a faltar el contrapunto.
—Exacto. ¿Y si lo hacemos nosotros?
—No lo sé, no estoy segura de que sea buena idea, sabes que lo de intervenir en el objeto del reportaje es siempre muy complicado.
—Lo sé —replicó él volteando a mirarla—, pero no me digas que no te prende la idea de tener las declaraciones exclusivas del secuestrador.
—Por supuesto que sí. Además —fantaseó con la vista perdida en el techo de la camioneta—, esa declaración nos servirá en cualquier caso, esa exclusiva será oro puro.

Álvaro abrió la puerta del copiloto para bajar.

—Sabía que entenderías; ahora vamos antes que alguien aparezca.

 5   

Víctor iba caminando por el costado de la ruta de cemento estropeado hacia la zona industrial; no era un lugar especialmente bonito, pero eso reducía la cantidad de gente que podía verlo, de modo que era una buena opción por el momento.

—Ya vamos a llegar bebé, vamos a buscar un nuevo lugar para nosotros.

Ariel se mostraba otra vez tranquilo en sus brazos, un poco menos sofocado que antes. De pronto sintió el sonido de un motor a su espalda y se le volvió a oprimir el corazón.

—Oh, no puede ser...

No contaba con que alguien se acercara faltando tan pocos metros para llegar a las calles iniciales de la zona industrial; aún no se veía ningún vehículo, pero el motor estaba cerca y tenía muy claro que no había puesto aún demasiada distancia. Preocupado porque pudiera estar expuesto, decidió internarse entre los matorrales, al menos hasta saber claramente de que se trataba, o por lo menos ver al vehículo pasar, sabía que no era mucho pero al menos lo tranquilizaría un poco.

—Vamos a quedarnos un momento por aquí —dijo en voz baja—, no te muevas por favor.

El bebé seguía tranquilo en sus brazos; de cuclillas  tras unos matorrales de más de un metro de alto, el hombre esperó a que el sonido se hiciera más intenso y apareciera algo a su vista, pero después de varios segundos seguía sin pasar nada.

— ¿Habrá sido un bus en sentido contrario?

No alcanzó a preguntarse nada más. Una voz a su espalda lo hizo dar prácticamente un salto.

—Víctor Segovia.
— ¡Oh!

Se puso de pie y volteó asustado; a poca distancia de él había dos personas, una mujer de cabello largo, de mirada aguda y rasgos bastante agraciados, y un hombre de cabello muy corto, de piel llena de pecas y el mismo tipo de mirada fulminante que ella.

— ¿Que quieren?
—No te asustes, sólo queremos hablar contigo.

Estaba atrapado, y esos dos habían aparecido de la nada. ¡Claro! Ese era el sonido de motor, y estaban tan cerca que no tenía por donde huir. Pero no podía pasar eso, no podía ser tan sencillo después de lo que había pasado.

—No se acerquen.

Eso resultaría absurdo si es que ellos eran policías de civil, aunque no tenían facha de serlo. Además se mostraban muy tranquilos.

—Tranquilízate —dijo el hombre en voz baja—, no queremos hacerte ningún daño, solo queremos hablar.
—Déjenme en paz por favor.
—Escucha, no somos policías si es eso en lo que estás pensando —intervino la mujer—, somos periodistas.

¿Periodistas? El hombre le enseñó la cámara profesional colgando de su cuello y una tarjeta de identificación, la que a tres metros de distancia claramente no podía ver con todo detalle pero que parecía ser de algún sindicato o algo parecido; pero sea como fuere, eso no cambiaba su situación, necesitaba alejarse y no veía cómo.

— ¿Qué es lo que quieren?
—Hemos estado siguiendo tu pista —le dijo ella en voz baja—, y queremos hacer un reportaje sobre lo que está pasando ahora mismo contigo.
— ¿Un reportaje? —repitió tontamente— ¿Por qué estarían haciendo un reportaje de mí? no lo entiendo.

Álvaro iba a acercarse un paso más, pero Romina lo detuvo; lo mejor era tomarse todo con demasiada calma, tenían que ser precavidos.

—Solo queremos hablar contigo.

La reacción de Víctor fue bastante sorprendente, se rió nerviosamente de ellos, sin acercarse y manteniéndose inmóvil, con ese extraño atuendo con el que lo habían visto, que ocultaba la carga en la espalda y el bebé en sus brazos.

— ¿Hablar conmigo? ¿Quién podría querer hablar conmigo? la policía está persiguiéndome, tuve que escapar pero al parecer todos creen que soy una especie de monstruo.

Tenía una idea bastante clara de lo que pasaba a su alrededor, eso haría más interesante el reportaje.

—Precisamente por eso —replicó ella sin titubear—, creemos que es justo que tú entregues tu versión de los hechos, para que la gente sepa.

Víctor se quedó un momento sin palabras; no había pensado, ya a esas alturas, que alguien pudiera ir a decirle algo así, o que alguien quisiera escucharlo, sobretodo asumiendo que la noticia de su enfrentamiento con el policía ya era pública como su desaparición.

— ¿Por qué ...? Es decir, no lo entiendo, dime por qué tendría que confiar en ustedes, podrían estar tratando de detenerme.
—La policía está muy cerca sin que nosotros hayamos hecho nada.
— ¿Qué?
—Álvaro —lo reprendió ella tratando de sonar más empática—, no digas eso, es descortés. Escucha Víctor, nosotros somos periodistas, nuestro trabajo no es entregarte a las autoridades, es contar las cosas que pasan. Sabemos lo que pasó con Armendáriz, es decir por qué tienes esas heridas en la cara, pero aunque ya hay bastante información en los medios e hicieron una denuncia, nadie sabe nada, nadie sabe por qué hiciste esto.

Todo eso tenía sentido, y mucho más si pensaba en su propio plan de alejarse un poco mientras conseguía un abogado que lo ayudara a explicar todo sin exponerse a la Familia De la Torre.

—Sé que dicen que tengo horribles intenciones, pero es mentira.
—Entonces dinos la verdad —lo instó Romina mirándolo con ojos brillantes de emoción contenida—, cuéntanos tu verdad, y te aseguramos que cuando salga el reportaje no cambiaremos nada.

Álvaro intervino para no quedar mal.

—Mira, creemos que tienes mucho que decir, pero no es un buen lugar para hablar, la policía anda cerca. ¿Hacia dónde vas?

Víctor aún no estaba seguro de lo que estaba pasando, había tomado muchas malas decisiones, pero realmente no parecía tener muchas mejores opciones de seguir a pie y sabiendo que la dueña de la pensión lo había delatado.

—Necesito alejarme de aquí —respondió con evasivas—, pero no conozco el lugar y perdí el mapa.
—Tenemos un mapa —replicó Álvaro—, y un vehículo. Mira, si no quieres decirnos adónde vas está bien, podemos llevarte un trecho mientras nos cuentas todo, y luego seguirás tu camino.
—Te prometemos que no vamos a decirle a nadie donde estás —complementó Romina sonriendo—, será como si nunca hubieras estado en nuestra camioneta.

Subir a un vehículo con otras dos personas desconocidas no era la mejor idea, pero ella pareció adelantarse a los hechos y le enseñó el mando a distancia que desbloqueaba las puertas.

—Si quieres te dejo las llaves. Así tú decides cuando quieres detenerte, y bajar.

Varios minutos después, la camioneta, conducida por Álvaro, había sobrepasado la zona industrial donde Víctor había bajado del bus y se desplazaba a velocidad media por la carretera; dentro del vehículo, ninguno de los dos periodistas podía evitar posar los ojos, aunque fuera un momento, en el hombre que permanecía sentado en el asiento del copiloto con el bebé en sus brazos.

—Creo que con lo que nos dijiste es suficiente —comentó Romina revisando sus notas—, tengo una idea bastante clara.
—Soy inocente.
—Entiendo a lo que te refieres —dijo la mujer sin comprometerse a nada—, pero debes entender que tu versión de los hechos es bastante inverosímil.

Víctor miró por la ventana; los prados que se extendían a los lados y el inicio de esos bosques podía ser un lugar paradisíaco, pero al estar en la situación en que estaba, todo resultaba muy desesperanzador.

—Sé que no es fácil, supongo que yo mismo no me creería, pero es la verdad.
—Es difícil cuando piensas que si ese niño es tu hijo, deberías haber ido a la policía en primer lugar; con un simple examen de Adn todo se resolvería.
—No es tan sencillo, no después de que me llamó ese hombre del que te hablé amenazándome; me asusté, no sabía qué hacer, y Magdalena me pidió que lo mantuviera alejado de su familia, porque tienen negocios sucios, ella me lo dijo. Si me atrapan, no sé lo que me pueda pasar, pero no creo que sea nada bueno y además me quitarán a Ariel.

Ariel. Lo decía con tanta confianza que nadie creería que era un demente; Álvaro pensaba que sería tan sencillo, solo una llamada y todo terminaría, pero por otra parte eso los comprometería, y necesitaban la mayor independencia posible para poder armar el reportaje. Luego de eso su carrera daría un vuelco.

—Por lo pronto lo importante es que tenemos la información —intervino Álvaro—, estamos en conversaciones con varios medios para publicar un reportaje, y la idea es que tu declaración sea lo más importante, nos comprometemos a decir todo  lo que nos has dicho ahora.
—Gracias.
—Ahora —siguió Romina—, creo que ya estamos cerca... sí, mira, luego de ese giro hay una zona poblada, desde ahí podrás decidir adonde ir.
—Por favor no me delaten.
—No lo haremos, puedes confiar en nosotros. Oh, espera, a la entrada de ésta zona hay un puesto de vigilancia de la policía zonal, creo que lo mejor es que hagas un rodeo.

Le enseñó la referencia en el mapa; Víctor agradeció internamente esa advertencia, al menos parecía buena decisión haber subido al vehículo con ellos para poner un poco de distancia, pero sea como fuere, ellos estaban tras una noticia y no para ayudarlo, así que lo mejor que podía hacer era bajar pronto y alejarse; mientras les relataba todo lo que había sucedido, pensaba que no solo tenía que separarse de los periodistas, sino que además poner toda la distancia posible, porque si ellos lo habían estado siguiendo, era una suerte increíble que la policía no lo hubiera atrapado de nuevo, y después de esa espantosa pelea no quería volver a encontrarse con Armendáriz.

—Toma —dijo pasándole las llaves del vehículo a Álvaro—, lo mejor es que baje ahora, tengo que seguir. Por favor no me delaten.
—No lo haremos.

La camioneta se detuvo y Víctor bajó rápidamente con el bebé otra vez cubierto en sus brazos; Álvaro dejó estacionada la camioneta a un costado de la vía mientras Romina miraba al hombre caminar hacia la maleza y los árboles.

—Me pregunto si esto es correcto.
— ¿Estás loca? Tenemos algo que ningún medio tiene.
—No me refiero a eso —replicó ella—, me refiero a dejarlo ir así... solo es una llamada, tenemos tarjetas de prepago, nadie sabrá que fuimos nosotros.

Álvaro suspiró; a él también le hacía sentido algo así, pero mantenía sus dudas al respecto.

—Pero es que sabes que si avisamos lo van a agarrar, ésta zona es menos compleja que la anterior, se nos va a acabar el reportaje.

Romina lo miró fijamente.

— ¿Podrías tú con el cargo de conciencia? Hasta ahora en niño está bien, pero no sabemos hasta cuándo.
—Tienes razón, entonces los llamamos como anónimo. De todos modos sabemos que contamos con un material de primera para publicar, será perfecto.


No pudo decir nada más. En ese momento una van que avanzaba por la carretera en sentido contrario aceleró al máximo, se desvió y chocó a la camioneta; el sonido de los metales se mezcló con el chirrido de los neumáticos, mientras la fuerza del golpe impulsaba a la camioneta de los periodistas fuera de la vía, dejándola volteada de costado.


Próximo capítulo: Ojo de cazador