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Por ti, eternamente Capítulo 15: Asuntos personales

x

Víctor despertó mucho más descansado de lo que esperaba; ya era Domingo por la mañana, bastante temprano y se sentía más despejado después de dormir seguro y en una cama, luego de una relajante ducha y además de haber compartido con el bebé momentos diferentes de estar corriendo y escapando de peligros. Pero sabía que no era conveniente quedarse ahí por más tiempo, aún tenía que poner más distancia para poder estar a salvo y preparar lo que había pensado.
Después de levantar y mudar a Ariel, le dio desayuno y él mismo comió algo de entre las provisiones que le quedaban; por desgracia había perdido casi toda su comida junto con los bolsos que quedaron en el furgón, pero podía mantenerse tranquilo con respecto a las pertenencias y alimentación del bebé, al menos si no tenía que comprar esas cosas llamaría menos la atención.

—Creo que ya es momento de irnos, todavía no dan las ocho y media así que creo que es lo mejor, antes que Eva nos descubra o venga para acá.

Comenzó a ordenar nuevamente las cosas; le gustaría quedarse más tiempo allí, pero haber pasado toda la noche bajo techo y descansando era lo más que podía permitirse en esos momentos.

En ese momento tocaron a la puerta.

—Oye, ¿Me escuchas?

Víctor vio con espanto como el pomo de la puerta giraba, y de manera automática miró en dirección a la cama, donde el pequeño permanecía quieto e ignorante de todo. El pestillo cedió ¡Tenía llave por supuesto! Contar con que el seguro interno le daría privacidad había sido una insensatez, pero ahora que ella había tratado de abrir ya sabía que la puerta estaba trancada.

— ¡Oye! ¿Por qué está trancada la puerta?
—Ahora salgo.
—No quiero que tranques la puerta, abre ahora mismo.

Víctor se abalanzó sobre la cama y se puso al pecho el artesanal arnés que había hecho; necesitaba cubrir al bebé, lo demás no tenía mayor relevancia.

—Ven acá —susurró mientras cargaba al pequeño—, por favor no hagas ruido.

Los golpes en la puerta se escucharon otra vez. Cuando ya estuvo cubierto, con el bebé oculto, trató de mostrarse sereno y quitó el bloqueo de la puerta. Eva entró en el cuarto con el ceño fruncido.

— ¿Por qué tenías así la puerta?
—Quería dormir en paz, solo eso —se excusó en voz baja—, no quiero molestarla.

Ella pareció conforme con el comentario, pero aún quería demostrar su autoridad, al parecer; por un momento quitó de él la mirada para mirar en derredor.

— ¿Tienes hambre?
—Tengo comida.

La mujer tenía la vista desenfocada de él a pesar de estar justo enfrente y a poca distancia; se tardó unos momentos en decir algo más.

—Entonces comiste.
—Sí.
—Y claro —siguió lúgubremente—, seguramo tomaste leche en ese biberón.

Víctor giró la cabeza lentamente hacia la cama; con la prisa por ocultar al bebé en las cobijas que cubrían su cuerpo había pasado por alto algo tan llamativo. En ese momento ella lo descubrió y ahogó una exclamación.

—Oh por Dios...tienes un bebé...eso quiere decir que tú...

Lo había descubierto; Víctor volvió a cubrirse con la cobija y tomó, a toda prisa de la cama el biberón, que era lo único que le faltaba por guardar.

—Es mejor que me vaya.

Pero Eva le tapó la salida.

—Voy a llamar a la policía.
—No tienes que hacerlo —dijo él enfrentándola— mira, no quiero problemas y no quiero darte problemas, así que solo déjame salir.

Eva sin embargo no parecía estarlo escuchando.

—No se trata de eso, no lo entiendes...todo el mundo debe estar buscándote, saliste en las noticias, pero escogiste el peor lugar para esconderte.

Aunque aún no sabía de qué se trataba, la mirada y la actitud de ella lo asustaron; dio un paso atrás, con el corazón oprimido. ¿Por qué lo angustiaba esa mirada preocupada?

— ¿Quién eres tú?

 2

Romina y Álvaro estaban cerca de la entrada del pueblo, con ella al volante y él mirando a través de los binoculares.

—Estoy cansado —comentó él por decir algo—, ha sido una noche larga.
—Al parecer Segovia tiene una capacidad natural para perderse —dijo ella con voz neutra—, ayer pasamos de estar a un paso de él a perderlo, y luego de estar tras su pista a no saber si está en éste pueblito o no.
—Al menos no somos los únicos, solo imagina la cara de Armendáriz, debe estar hecho una bestia por lo que pasó ayer.

Romina se sacudió el cabello mientras abría otra botella de agua mineral con sabor a frutas.

—Tengo la sensación de que estamos en la ruta correcta, además se me hace lógico que se haya quedado, tendría que reorganizarse después de la sorpresa del gorilote.

Pero él ignoró esos comentarios al ver algo con los binoculares.

—Diablos.
— ¿Qué pasa?
—El vehículo del que me hablaste, está entrando al pueblo.

Romina no dio muestras de angustia, al parecer ya tenía superado ese tema, pero fuera de eso seguía siendo una mala noticia.

—Eso significa que no pudimos distraerlos.
—Tenemos que localizar a Segovia lo más pronto posible, a ver qué es lo que se esconde en todo esto.

A distancia se veía que el vehículo iba lento, seguramente los tipos tenían alguna idea o habían sacado conjeturas, pero no llegaban a destino. No aún.

— ¿Alguna noticia de Armendáriz?
—Hasta ahora su equipo sigue peinando la zona; seguro que está reorganizando las ideas, no puede arriesgarse otra vez a fallar.

Mientras los periodistas hablaban de eso, Adrián y sus dos colegas estaban recorriendo al lugar a no mucha distancia.

—Ustedes dos pregunten por ahí si hay alguna pensión o algo parecido, el tipo tiene que haber pasado por aquí.

Mientras los otros bajaban del automóvil, Adrián contestaba una llamada.

—Señor Claudio.
—Te has tardado en encontrarlo.

Sabía que iba a decirle eso, pero aún no sabía lo demás.

—Es verdad, el policía complicó las cosas.
— ¿Por qué?
—Porque al parecer tuvieron una pelea o algo y el tipo escapó, así que ahora está prevenido y se está ocultando; de todos modos estamos más adelantados ahora que la policía, así que ya por la tarde lo tendremos.

Claudio hizo una pausa lo suficientemente clara, sin necesitar decir más.

—No me asegures nada, a estas alturas yo esperaría que ya lo tuvieras resuelto, sabes que la noticia está en todas partes.
—Tiene razón, pero lo haremos bien.
—Eso espero.

Cortó.

3

Víctor retrocedió un paso ante las palabras que había escuchado de Eva. ¿En dónde se había ido a meter en esa ocasión?

— ¿Quién eres tú?
—No importa quién soy, sino lo que hice —dijo ella sin quitarse aún del umbral de la puerta del cuarto—, hace cuatro años maté a mi esposo.

Se quedó un momento sin palabras. Eso no se lo esperaba de ninguna manera, pero claramente ella trataba de decirle algo más ¿Por qué se veía tan angustiada?

— ¿Por qué lo hiciste?
—Porque me tenía encerrada en el sótano, tenía dos cuchillos y quería matarme. Así que decidí que no iba a matarme, al menos no tan fácilmente.

Escuchar eso lo hizo recordar su enfrentamiento con el policía, y se le tensaron todos los músculos del cuerpo; él mismo había estado, unas cuantas horas antes, en una situación muy fuerte, quizás no de peligro mortal, pero si lo tan peligrosa como para actuar por instinto, porque en una situación común no se arriesgaría a hacerle frente a un hombre como ese policía. Pero antes que pudiera preguntar lo que se estaba formulando en su mente, ella siguió hablando.

—Si te éstas preguntando porqué es que te digo esto, es por lo que pasó después. Aunque tendría que haber salido libre sin cargos porque fue defensa propia, tenía antecedentes, así que me creyeron a medias; no fui a la cárcel, pero me obligaron a ser contacto de la policía, por eso es que tengo una pensión, porque así siempre estoy enterada de todo.
—Oh por Dios...
—Y si descubro algo tengo que llamarlos de inmediato, o me meteré en problemas.

Tenía que salir de ahí, era imperativo alejarse lo más rápido posible de esa casa; todo el descanso del baño, la comida y el sueño parecían estar muy lejos ya.

—Eva —murmuró él, muy lento—, escucha, solo quiero irme, te dije que no quiero problemas. No tienes porqué interponerte, no tienes por qué decir que estuve aquí.

Pero ella sonrió con tristeza.

—No lo entiendes. No tengo alternativa, en la sala y en los pasillos de ésta casa hay cámaras grabando, sabrán que les mentí en algún momento.

De pronto se sintió otra vez expuesto, como si decenas de ojos estuvieran mirándolo fijamente. Eva se movió sólo un poco, lo suficiente para quedar por fuera del umbral de la puerta, y marcó el número de la policía; Víctor no podía perder tiempo, así que armándose de valor salió del cuarto.

— ¿Hola? Sí, soy yo, tengo algo que decirles. El hombre que andan buscando, el que se robó al niño, está en mi casa.

Se le oprimió el corazón al escuchar esas palabras, pero decidió no mirar atrás, y cubriéndose de nuevo con la misma cobija que había usado la jornada anterior salió a toda prisa de la pensión; toda la distancia que podría haber puesto entre él y ese policía no había servido de nada, ahora otra vez tenían una pista de su paradero, así que tenía que salir de ese pueblito lo más rápido que pudiera, antes que lo encontraran.

 4        

Armendáriz llegó al pueblo de San Andrés junto con su equipo de trabajo mientras respondía una llamada telefónica.

—Gracias Martínez, déjalo en el corral, por ahora ese auto no me sirve de nada.

Cortó y bajó del vehículo junto con Marianne. Había algo extraño en el aire, y sus temores se empezaban a hacer realidad.

—Está aquí.
— ¿Cómo dice señor?
—Segovia está o estuvo en éste lugar Marianne, en éste pueblo pasó algo.
— ¿Cómo lo sabe?

El policía señaló la calle principal del pueblo.

—Es temprano, pero hay gente en las calles y en las puertas, se ve que ocurre algo. Seguramente lo vieron, o alguien preguntó por él, y por eso están nerviosos, recuerda que en éstos pueblos nunca pasa nada.

—Pero nosotros no hemos hecho nada, usted dijo que había que actuar de otra forma.

Armendáriz pensó en ese periodista que lo había molestado antes; alguien más estaba por esos lados, y la perspectiva de algún periodista muy aventajado no era alentadora.

—Por ahora quiero que se ocupen de hacer todas las preguntas, vayan a los sitios que ya saben.
—De acuerdo.

Marianne se alejó para dirigir a los demás, mientras un hombre descendía de un automóvil y caminaba hacia Armendáriz.

—Buenos días oficial.
—Buenos días.

Era policía. Se saludaron formalmente; el otro hombre era mayor de cuarenta años, corpulento, de figura fuerte y actitud un poco tosca, lo que te da una vida alejado de la ciudad.

—Armendáriz.
—Un gusto señor, soy Vidal. ¿Que lo trae por aquí?
—Estamos haciendo un barrido de la zona, se trata de la búsqueda de una persona, concretamente el hombre que se llevó a un lactante.

El otro se cruzó de brazos.

—Lo vi en las noticias, fuerte el asunto.
—Es verdad. ¿Ha visto algo extraño, algo fuera de lo común?
—Pasó un auto blanco hace poco, se nota que no es de por aquí; no hablé con ellos, pero una persona me dijo que consultaron por lugares para alojar, pero no se quedaron en la pensión. Ahora que si me pregunta por alguna persona sospechosa, no he visto nada.

Periodistas.

— ¿Hace cuánto fue eso?
—Hace más o menos diez minutos.
—Gracias.
—Espere, creo que puedo ayudarlo en algo más; tenemos una persona que puede darnos más información, si me acompaña le diré.
—Está bien —replicó Armendáriz— ¿De quién se trata?
—De la dueña de la pensión.

5

Álvaro se había subido al techo más alto que había encontrado en la entrada del pueblo, tratando de tener la mejor visual; era cierto que habían perdido mucho, pero seguía teniendo la sensación de que estaban en la línea correcta. En ese momento, mientras permanecía acostado boca abajo, recibió una llamada de Romina.

— ¿Ya estás arriba?
—Si —respondió enérgicamente—, tengo una muy buena vista, pero no he visto a Segovia.
— ¿Y los del auto blanco?
—Por irónico que suene, a un par de cuadras del gorilote; quédate ahí, trata de no llamar la atención, en seguida te aviso hacia donde hay que ir.

No cortó, pero se mantuvo en silencio mientras miraba por las calles de cemento y tierra del lugar, donde resaltaban tanto el auto blanco de esos matones como los oficiales de policía repartiéndose por puertas y ventanas haciendo preguntas. Y en ese momento vio.

—Romina, lo encontré.
— ¿Donde?
—Por la calle principal, va directo a donde pasan los buses, quiere salir de aquí.
—Voy a dar la vuelta para tener buen punto de vista desde el otro extremo —dijo ella mientras se sentía el motor de la camioneta arrancar— ¿Quién crees que lo va a atrapar primero?
—A éste paso los del auto blanco, lo que quiere decir que podríamos tener la exclusiva de su captura, si es que Armendáriz se aviva y se mueve más rápido. Además sabremos si es que esos tipos son aliados suyos o no.

Tenían la mejor oportunidad, por fin estaban sobre una noticia que hasta el momento nadie más tenía, y si las cosas funcionaban como lo esperaba, al día siguiente estarían cocinando la noticia perfecta.



Próximo capítulo: La noticia principal

Por ti, eternamente Capítulo 14: Caminos convergentes



Álvaro llegó pedaleando a toda la velocidad que podía al sitio en donde estaba estacionada la camioneta; se bajó de un salto, dejó la bicicleta tirada, y corrió hasta ella, que estaba sentada sobre el capó.

— ¡Romina!

Ella volteó lentamente al escuchar su voz. Se le veía alterada, demacrada por el susto que había pasado, pero aún conservaba el control de sí misma.

— ¿Te hicieron daño?
—No —replicó ella con voz grave—, no estaban detrás de mí, yo no era lo importante.

Eso lo tranquilizó mucho, aunque aún sentía el corazón oprimido por la idea de que a su amiga le hubiera pasado algo grave.

— ¿Qué ocurrió?
—Estaba distraída —explicó hablando lento, cuidando las palabras—, me estacioné aquí porque Segovia estaba siguiendo ésta ruta, pero de pronto lo perdí, fue de esos momentos en que pestañeas y desaparece. Estaba en eso cuando aparecieron esos hombres, eran tres, con facha de matones, me quitaron los binoculares, me reventaron un neumático y se fueron.

Álvaro procesaba la información a toda velocidad. Por teléfono ella no le había dicho casi nada.

— ¿Qué te dijeron?
—Eso es lo que me preocupa —siguió más grave— me preguntaron por Segovia y el niño.
— ¿Qué?

Si antes estaba angustiado por ella, esa información lo dejó helado.

—Eso es lo que querían saber. Ya cambié la llanta. ¿Cómo te fue?
—Dejé a Armendáriz con una mano herida y esperando a que llegaran sus colegas. Seguro que viene todo un contingente para acá.

Pero de pronto él se sintió inseguro y débil; Romina y él no solo eran amigos hace años por motivos laborales, realmente su amistad había sobrepasado lo técnico y todo lo que les pasara era importante. En esos momentos no solo se preocupaba por el caso, la seguridad de Romina estaba primero.

—Romina... lo lamento.
—No es tu culpa.
—Puedes dejarlo, no tienes por qué involucrarte.
—Eso no es lo que me preocupa.
— ¿A qué te refieres?

Se miraron fijo unos momentos; si, Romina estaba nerviosa por lo que había vivido poco antes, pero había pasado momentos duros, era fuerte y lo resistiría.

—Nos falta algo muy importante en éste caso Álvaro. Piensa en esto, hay matones persiguiendo a Segovia, ¿Por qué? ¿De dónde salieron? ¿Quién es Segovia?
—Comprendo tu punto, pero lo que no comprendo es qué es lo que tendrían que ver ellos con él, a menos que lo que estuvimos hablando al principio fuera así.
—Que hay algo que no sabemos. Eso explicaría por qué es que Armendáriz está en el caso, por qué e.s que la familia hizo una denuncia tan rápido y por qué el tipo escapó de esa manera.
—Sí, pero aunque tuviera sentido, aún no sabemos nada. Tiene que haber un nexo —siguió él un poco más animado—, imagino que puede ser algún tema de familia, una venganza o algo parecido, resulta más comprensible si tomamos en cuenta la desaparición del niño.

Romina bajó del capó.

—No podemos publicar nada sin tener una información concreta, si lo hacemos nos vamos a hundir de inmediato. Tenemos que descubrir qué es lo que realmente se oculta tras éste caso.


2


Esa tarde de Sábado se estaba convirtiendo en el día más largo de la vida de Víctor, pero no solo tenía eso en mente, también otras cosas; perder el furgón había tenido varias consecuencias para él, la primera de ellas, que no tenía un par de bolsos, en donde tenía ropa suya y comida. Por otra parte, si podía pensar en algo bueno de todo lo que le estaba pasando, contaba que había rescatado el bolso con las cosas de Ariel, que en los otros dos había comida para el bebé, insumos y algo de comida para adulto, y que conservaba la mochila con los más esencial como el dinero y el teléfono celular, aunque no tenía el mapa y eso hacía todo mucho más complicado. La noche se acercaba con rapidez, lo que significaba que tenía que encontrar donde alojar, y principalmente deshacerse del vehículo del policía. A la hora de escapar de esa pelea el auto le había servido de mucho, ya que alcanzaba una gran velocidad, pero no solo era vistoso, sino que de seguro ya estaba encargado por robo, de modo que solo era cuestión de tiempo para que alguien notara que estaba pasando, y siempre estaba la posibilidad de que se le cruzara alguna patrulla de policía. Estaba en una zona semi rural, muy próximo a una zona industrial, por lo que tenía la posibilidad de encontrar alojamiento o algo. Estacionó el automóvil a un costado de la ruta, cerca de unos árboles, y apagó los faros. Desde ese momento era mejor caminar.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre, tienes hambre?

El bebé se removía incómodo en las cobijas en las que estaba envuelto; durante la tarde se había mostrado de bastante buen humor y silencioso como siempre, pero el propio Víctor había optado por concentrarse lo más posible en conducir, no quería pasar por una nueva sorpresa cuando todavía sentía los malestares de los golpes y el dolor incesante en la cara, cerca del ojo izquierdo.

—Espera, ahora te veo. Oh, te hiciste. Lo siento, tengo la cabeza en cualquier parte, ahora te cambio, espera un poco.


Reclinó el asiento del conductor, y tomó uno de los bolsos para preparar la muda del bebé. Mientras tanto pensaba en todo lo que estaba sucediendo.

—Ahora te cambio, vas a ver como quedas sequito.

El niño se comportaba muy calmado cuando estaba cerca suyo. Era sorprendente, pero al pensarlo, le daba la sensación de que estaban en contacto más tiempo, como si de alguna manera Magdalena le hubiera traspasado algo de sus conocimientos y su experiencia, para que las cosas no resultaran tan difíciles; sabía muy bien que todo sería más complejo que antes, pero eso mismo lo impulsaba a creer en su plan original, es decir conseguir un sitio en donde refugiarse y contactar un abogado, en esos momentos era la única forma de protegerse, porque estaba claro que si la policía lo encontraba no iba a poder ni hablar antes de terminar en un calabozo. Pensó en Arturo, pero desechó la idea de inmediato, no podía exponerlo, no después de todo lo que había pasado, además ni siquiera tenía la seguridad de que poner a su amigo en peligro a vez sirviera de algo.

— ¿Lo ves? Ya estás seco de nuevo, ahora ya podemos seguir, te voy a llevar a pie para ver si pasamos un poco más discretos.

Una vez ya cambiado el bebé, se quedó tranquilo como era su costumbre hasta el momento; estaba decidido, tenía que seguir a pie, pero internarse en la próxima zona industrial solo, caminando y con el bebé en sus brazos seguía siendo tanto motivo de peligro como todo lo que había pasado antes, además el sol estaba iluminando con fuerza a pesar de la hora y eso era peligroso para el niño, en gran medida. Pero de todas maneras tenía que seguir, así que haciendo uso de lo que se le ocurrió y lo poco que tenía a mano, se echó a la espalda la mochila y los bolsos, cargó al pequeño en sus brazos, y lo cubrió a él y a si mismo con una cobija para protegerse de la luz, y comenzó a caminar.

—Escucha, vamos a caminar un rato así, para que estés cubierto del Sol; cuando estemos más allá o encuentre donde alojarnos te voy a descubrir.

Poco después escuchó el sonido de un motor acercándose, lo que hizo que se asustara nuevamente. ¡La policía!
No tenía donde esconderse; la calle por donde había entrado en la zona industrial estaba cubierta por murallas y puertas a la calle, y en el momento en donde sintió el sonido del motor estaba lejos de la siguiente esquina. Se quedó quieto en la vereda, apoyado en un poste de luz aún apagado, con el bebé en brazos y cubierto por la cobija; no tenía sentido correr, más le valía taparse lo posible de la cara y esperar.

—Tranquilo...

Sentía el corazón a mil, pero el vehículo que se acercaba no era un auto de policía, de hecho no era de calidad como el que usaba el grandote; bajó la vista cuando se estacionó junto a él, quedándose quieto, rogando que pasara, que lo dejara solo para saber qué destino elegir. Pero cuando el automóvil arrancó, se quedó con una tremenda sorpresa.

—No puede ser...

Le habían arrojado unas monedas.

—Creyeron que era un mendigo —murmuró para sí, sin creerlo—, Ariel, creyeron que era un mendigo ¿te das cuenta?

Por primera vez sintió algo similar al alivio; que creyeran que era un mendigo tenía sentido viéndolo bien, ya que se notaba que traía bultos y estaba muy tapado, pero no solo eso, también era una buena idea para continuar.

—Ya sé lo que voy a hacer. Voy a ser un mendigo, es la forma perfecta de salir de la vista de todo el mundo. Por ahora me voy a olvidar de los medios de transporte, lo principal es conseguir un lugar donde alojar, antes que caiga la noche.


3


Armendáriz iba en el asiento de atrás de un automóvil que conducía Marianne; tenían que reunirse en la siguiente zona poblada, pero en esos momentos el policía estaba pensando en todo lo que había pasado antes.

—Tome.

Marianne le alcanzó unas vendas; la compañía de ella era apropiada, nunca hacía preguntas inadecuadas, y en un momento como ese, aunque probablemente tenía decenas de preguntas, no las iba a hacer mientras él se mostrara silencioso y pensativo. No se trataba de la mano, de hecho la quemadura no era grave y no acostumbraba a quejarse por cualquier cosa, lo que tenía realmente herido en esos momentos era el orgullo, y más importante que eso, la seguridad en sí mismo; desde un principio había subestimado a Segovia y su capacidad física, en primer lugar por verlo como un tipo normal, casi flacucho, que no tendría conocimientos de técnicas de combate ni reflejos entrenados, y eso fue un tremendo error. Es cierto que el hombre no conocía nada específico, pero estaba realmente desesperado, y en casos así la gente podía sorprender, como había pasado en el momento del enfrentamiento que tuvieron; al final, con dispararle a la rueda del furgón solo había logrado asustarlo más, y detonar con ello reacciones inesperadas. Ahora había pasado de estar a un paso de él a solo tener una noción de donde se encontraba ¿Cómo estaría el pequeño?

—Señor...
—Si Marianne.
— ¿Quiere que nos detengamos un momento? Aún falta un poco para llegar al punto de encuentro.

Levantó la vista del suelo y la miró por el espejo retrovisor. Para su sorpresa vio que su mirada no era de incógnita, sino de angustia.

—Estoy bien Marianne.

Se miraron un momento más.

— ¿Qué ocurre?
— ¿Cómo se encontraba el menor?

¿Estaba preocupada por el pequeño, por él o por el destino de la investigación ahora que sabía que su oficial al mando tenía en la cuenta un vergonzoso fracaso?

—Está bien. Y vamos a mantenerlo así.

Ella desvió la vista del retrovisor y volvió a la pista; no más palabras, pero en esos momentos se preguntaba si ella era la única que tenía dudas acerca de su cargo.


 4


La idea de aparentar ser un mendigo había resultado estupenda; desde que lo hiciera, al llevar el cuerpo cubierto y al bebé fuera de vista se sentía mucho más seguro, aunque cuando ya terminaba la tarde su problema se había trasladado a encontrar un sitio donde alojar;

—Tienes que ir por ahí.

Quizás por primera vez en su vida escuchar que le demostraban rechazo lo hacía sentir bien, resultaba reconfortante pasar desapercibido después de estar siendo buscado por la policía; después de bastante trecho llegó a la puerta de una casa que le habían indicado, donde salió a recibirlo una mujer de alrededor de treinta años, morena, de mirada penetrante y fuerte, que lo miró de arriba a abajo.

—La hospedería está más abajo.
—Necesito un cuarto para pasar la noche, tengo dinero.

Ella dudó un momento; iba a mandarlo al diablo, tenía que adelantarse.

—Por favor, solo quiero dormir y darme un baño.
—Está bien, pero si haces cualquier desorden te vas de inmediato, no me importa que hayas pagado.
—Le prometo que no haré nada.
—Entra. Tendrás que pagarme ahora mismo.

Entró junto a ella en la casa; no era muy grande, pero estaba bien ambientada y se veía cómoda. Pagó una cantidad de dinero que desde luego era más de lo que le habrían cobrado si no aparentara ser lo que era, pero no le importó, en esos momentos salir de la calle era lo más importante.

—Tiene baño propio, pero no hay teléfono, si quieres puedes usar el de la sala pero solo para alguna emergencia o algo local. A las once puedes pedir una once o cena, en la mañana a las nueve un desayuno, y eso es todo. Me llamo Eva.
—Muchas gracias.

La mujer lo volvió a mirar de arriba a abajo ¿Que acaso los mendigos no daban las gracias? quizás estaba hablando demasiado bien.

Por fin entró en el cuarto, cerró con pestillo para evitarse problemas, y de inmediato cerró la cortina que cubría la única ventana en la habitación, para después despojarse de la cobija que lo cubría. Ariel estaba somnoliento, pero de todos modos pareció más relajado al sentirse libre también.

—Por fin, ahora podemos tener un poco de tranquilidad.

De inmediato dejó en el suelo la mochila y los bolsos, y al bebé sobre la cama. La sensación de ligereza era sorprendente, pero no era lo único, también sentía cansados los brazos.

— ¿Sabes qué? Creo que tengo que encontrar la forma de llevarte cargando sin tenerte en los brazos, es muy complicado para los dos, además si voy a seguir así necesito disimularte lo mejor posible.

Buscó en uno de los bolsos hasta que encontró una sábana o algo parecido, con la que se envolvió y le hizo una serie de nudos, hasta que formó una improvisada pero firme mochila, como un canguro para llevar al bebé a la espalda o al pecho.

—Estupendo, mañana cuando salgamos de aquí te voy a llevar de ésta forma y vas a estar más tranquilo; ahora lo que necesitamos los dos es un baño, que no por parecer de la calle tenemos que estar malolientes.

Fue directo al baño, y se alegró de encontrar que la ducha tenía tina. Parecía un sueño, y como no pensaba desperdiciarla, dejó corriendo el agua tibia para que se llenara, y volvió a la cama donde Ariel, como ya era su costumbre, lo miraba fijamente.

—Esto es algo que los dos necesitamos, vas a ver como duermes después del baño.

Se desnudó, y de inmediato, arrodillado en el suelo despojó al bebé de sus ropas.

—Espero que no te asuste el agua porque si lloras voy a tener que inventar una mentira bien grande, y aquí ni siquiera hay equipo de música como para disimular. Vamos.

Entró al baño con el bebé en brazos, pero no pudo evitar quedarse mirando un momento su reflejo en el espejo; en el torso desnudo podía ver una serie de marcas enrojecidas, por los golpes que había recibido del policía, y las heridas con sangre seca en la cara producto de ese aterrador disparo, y aún después de varias horas le costaba ver con el ojo izquierdo, pero al menos el dolor había disminuido.
Se recostó con suma lentitud en el agua tibia y reconfortante, sintiendo que esa tibieza lo abrazaba, calmando el dolor y el cansancio que sentía ¡Qué cansado estaba! Una vez que estuvo recostado en la tina, bajó con cuidado al bebé que mantenía en alto, haciendo que tocara poco a poco el agua, aunque el pequeño no se asustó en lo más mínimo.

— ¿Se siente bien?

Al principio se veía algo confundido, pero al estar con el agua casi hasta los hombros se sintió mucho más a gusto y le sonrió.

—Ah, parece que te gusta, que bien, lo que es a mí me hace genial, no me había dado cuenta pero estoy cansado y adolorido. ¿Qué dices? podemos quedarnos en un lugar así, yo podría trabajar en una pensión o en alguna tienda, en éstos pueblos dicen que siempre hay trabajo para el que lo necesita, así que solo sería eso. Podríamos quedarnos aquí para siempre.

De pronto el niño golpeó el agua con una de sus manos, lo que pareció resultarle muy divertido porque rio alegremente.

— ¡Oye! Mira lo que haces, te gusta jugar con agua.

Se quedó mirándolo mientras el niño golpeaba el agua una y otra vez, riendo divertido.



Próximo capítulo: Asuntos personales

Por ti, eternamente Capítulo 13: Lejanía




Arturo estaba aún en la sala muy iluminada y de paredes lisas adonde lo había llevado la policía; nada de dramatismos, nada de teatralidad, solo se trataba de tenerlo ahí y convencerlo de hablar.

—Esto es totalmente absurdo.

Estaba con los mismos oficiales que lo habían ido a buscar a su casa. No habían sido agresivos ni hecho el juego del policía malo y el bueno, lo que en cierto modo era mejor, porque no tenía que plantearse una situación rara, y tenía claro que ambos estaban tratando de convencerlo, usando una mezcla de autoridad y sensatez.

—Sólo estamos pidiéndole algo de cooperación, nada más.
—No, lo que me están pidiendo es que hable algo que no sé.
—Pero usted puede ser cómplice de un delito.
— ¡No lo soy porque no sé nada!

La mujer se mostró algo más empática. Buena, ahora trataban de confundirlo.

—Escuche, alguien nos dijo que usted está involucrado en la huida de Segovia.
—Eso es imposible.
—No lo es, usted conoce a Arnaldo Márquez.

Escuchar el nombre lo puso nervioso, aunque ya había pensado en que pudieran preguntarle por él; de cualquier manera era absurdo negarlo, pero podía usar eso para desviar la atención del tema que era de verdad importante.

—Lo conozco.
—Ese hombre es un reducidor de especies, y según su declaración, cuando fue al domicilio de Segovia usted estaba ahí.
—Por supuesto que estaba ahí —replicó con lentitud—, Víctor me dijo que tenía que pagar una deuda grande, y que por eso necesitaba una gran cantidad de dinero.
—Entonces debería parecerle extraño que lo hiciera así, tan de repente, a menos que usted ya supiera algo.

Lo de sacar una verdad con otra era algo que también se esperaba. Pero en esos momentos agradeció que Víctor no le hubiera contado en ese momento en particular, aunque de todas formas lo supiera después; se había entrenado lo más posible para soportar esa situación, pensando y pensando en preguntas difíciles, pero de todos modos era mucho más complejo y fuerte estando en el caso.

—Me dijo ese mismo día que necesitaba ayuda para conseguir el dinero, por eso contacté al tipo.
— ¿El bebé en sus brazos no le pareció llamativo?

La pregunta del policía estaba teñida de dobles intenciones, pero no podía dejarse impresionar.

—No tenía ningún bebé en sus brazos por el amor de Dios, y el reducidor puede confirmarlo, estuvo dentro del cuarto de Víctor igual que yo.
—Si es su amigo, debería estar preocupado por él.
—Claro que estoy preocupado.
—Entonces ayúdenos.
—No voy a tenderle una trampa si es eso lo que están pensando —replicó desafiante— hasta ahora he tratado de comunicarme con él, incluso le envié un correo pidiéndole que volviera, pero si no lo hace no voy a decirle que nos juntemos en tal parte ni nada de eso que hacen en las telenovelas, no voy a traicionar a mi amigo.

La mujer frunció el ceño.

—Habla como si supiera de qué habla.
—No, no lo sé, ni siquiera sabía que tenía un bebé hasta que salió en las noticias. Pero no necesito saber nada más, él es mi amigo, lo conozco.

Eso había sido un error. Había tratado de mantenerse apegado a lo técnico, pero mezclar  la amistad lo había hecho equivocarse.

—Hay muchas personas que creen conocer a alguien hasta que descubren que tiene una vida secreta —opinó el hombre—, y eso cambia las cosas.
—Puede ser —afirmó forzándose a ser firme—, pero a Víctor lo están buscando todavía, mientras no tenga una prueba irrefutable de que es culpable de algo, voy a seguir confiando en él. Si quieren les doy mis claves de correo si piensan que estoy ocultando algo, pero lo demás es su trabajo, búsquenlo entonces.

2

Armendáriz retrocedió unos pasos. El arma cayó a unos metros de distancia, mientras el policía se cubría la mano derecha con la otra, gruñendo por la quemadura que le provocó la detonación del revólver. Víctor cayó sobre el suelo de la parte trasera del furgón, con las manos cubriéndose la cara y gritando descontroladamente; cuando el policía estaba casi sobre él, el joven lo golpeó con una botella de vidrio, dando el golpe justo en el arma, lo que hizo que se disparara por fuerza. La detonación destrozó la botella, desarmando al policía y arrojando esquirlas de vidrio en todas direcciones, pero principalmente hacia Víctor, que se revolvía de dolor.

Los llantos del bebé lo reactivaron de alguna manera, y de nuevo, guiado por la adrenalina, y también por el dolor que estaba sintiendo, reaccionó, y tomó uno de los termos que él mismo había cargado al interior del furgón. El policía lo había agarrado por las piernas para sacarlo del piso del vehículo, lo que le dio una oportunidad de defenderse; sin parar de gritar y viendo nublado, el joven se encorvó y lanzó un golpe certero en la cabeza, aunque el corpulento policía no lo soltó.

— ¡Detente!

Fue inútil. Víctor volvió a golpear, con todas sus fuerzas, y ésta vez logró alejarlo de su cuerpo. Trastabillando se bajó, y aprovechando que Armendáriz estaba medio aturdido, volvió a golpearlo con todas sus fuerzas.

— ¡AAhhh!

Armendáriz se vio totalmente sorprendido por toda la situación, y con el primer golpe como sorpresa, no alcanzó a reaccionar, dándole espacio al otro de volver a golpearlo; se sintió aturdido como con los golpes recibidos en las sesiones de boxeo, y por instinto se cubrió la cara, pero un nuevo golpe le dio en las costillas, haciéndolo doblarse, dejándole libre el campo. Dos golpes más lo desestabilizaron y dejaron medio de rodillas en el suelo.

— ¡Segovia!

El grito sonó ahogado en sus propios oídos. Víctor soltó el termo, corrió al furgón y tomó de él la mochila, los bolsos que alcanzó, y fue al auto del policía; Ariel seguía llorando estruendosamente, pero el joven lo tomó en sus brazos, subió al asiento del piloto, y emprendió la marcha a toda velocidad hacia el sur. Armendáriz se puso de pie impotente.


3


La camioneta de Álvaro y Romina seguía detenida en la elevación de terreno que estaba a cierta distancia de la granja.

—Oh Dios santo, Álvaro, esto es de antología.
—Pero cuéntame la última parte, no me dejes con la duda —protestó él ansioso—, te quedaste en la parte donde Segovia y el gorila forcejeaban.

Romina no soltaba los binoculares.

— ¡Esto es la lotería! Con las fotos que tengo vamos a poder hacer muchas cosas más.
—Romina...
—Ya, ya, lo siento. Mira, ellos forcejeaban, pero el tipo se soltó, el gorila iba a dispararle o a hacer una advertencia y al mismo tiempo el prófugo lo golpeó con algo.
—Parece mentira. ¿Pudiste ver qué era?
—No, pero cuando veamos las fotos lo sabremos, debe haber sido un tubo de luz, una botella o algo así, la cosa es que ambos quedaron heridos, pero Segovia reaccionó como un gato y lo volvió a golpear.

Álvaro se frotaba las manos ante la noticia que estaban consiguiendo.

—Increíble, increíble...
—Pero eso no es todo, porque Segovia se quedó con el auto de Armendáriz y huyó con él.

Álvaro se bajó de la camioneta con energías renovadas y sacó de la parte de atrás una bicicleta.

—Escucha, voy a quedarme aquí para sacar unas fotos del sitio del enfrentamiento.
—Yo seguiré a Segovia —comentó ella pasándose al volante—, tenemos que establecer un cronograma de huida.
—Ten cuidado, ese tipo es más peligroso de lo que creíamos.
—No te preocupes —replicó ella guiñándole un ojo—, no tengo pensado acercarme, y tú mantente oculto, el gorilote debe estar echando fuego por los ojos y si te ve, es capaz de esposarte a un árbol y dejarte abandonado.
—No hay problema —sonrió él—, no va a verme. Estamos en contacto.


 4


Había conducido sin detenerse durante casi una hora, pasando velozmente del pueblo que era su punto de destino en primer lugar; había callado sus propios gritos a la fuerza, obligándose a estar callado, pero con las manos aferrándose al volante, mirando adelante, sin pensar en nada, solo sintiendo el terror vivo en el cuerpo después de todo lo que había pasado. Ariel había llorado de manera incesante, pero producto del cansancio terminó durmiéndose, lo que a fin de cuentas era mejor porque no estaba en condiciones mentales de hacerse cargo de sus llantos.

Al final, cuando traspasó el pueblo, siguió por un camino rural que vio a un costado y continuó por él, avanzando entre árboles y vegetación. Cuando consideró, dentro de su angustia, que estaba los suficientemente lejos del lugar en donde había tenido el enfrentamiento con el policía, buscó un sitio escondido, una cuna de árboles, y detuvo al fin el automóvil. Luego permanecía inmóvil aún en el asiento del conductor, mirándose fijo en el espejo retrovisor; una decena de heridas poblaban el lado izquierdo de la cara, y en esos momentos estaba quitando el que creía era la última esquirla de vidrio que podía ver, con la piel del rostro y las manos ensangrentadas.

—Parece que esa era la última.

Se recostó con desgano en el asiento, con el dolor punzante en el rostro y los dolores de los golpes que había recibido durante su enfrentamiento con el policía.

—Y yo que siempre había sido pacífico...ahora además tengo una anotación  por agresión a un policía y robo de auto...no puedo creer todo lo que está sucediendo.

Miró a su derecha, encontrándose con los vivaces ojos de Ariel, que recostado en el asiento del copiloto lo miraba de nuevo, tranquila y fijamente.

—Nada de esto habría pasado si no fuera por ti. Estoy herido, agredí a un oficial, robé un auto y estoy perdido en la mitad de la nada.

Pero la mirada del bebé seguía ahí, contemplándolo como desde que lo tenía consigo, con el mismo interés; no era justo, nada de lo que decía era justo, al menos no así.

—Lo siento —murmuró—, no quise decir eso...

Se quedó sin palabras durante un momento. No sentía el impulso de llorar, solo se sentía desprovisto de fuerzas.

—Lo lamento, no quise decir que la culpa fuera tuya...es solo que yo...estoy tan asustado, ese hombre amenazándome por teléfono, y luego ese cura tratando de llevarte, ahora ese policía, y él no escuchaba nada de lo que decía, como si ya estuviera decidido que yo soy un delincuente y...

Cerró los ojos otra vez. Su vida completa era una locura, pero no terminaba ahí, nada había terminado.

—Todo eso fue una cosa tan extrema...pudiste haber terminado herido, pasaste peligro y yo no podía hacer nada, sólo reaccioné lo mejor que pude. Pero es extraño, porque a la vez siento que no deberías estar pasando por esas cosas, que no deberías pasar por ejemplo una noche en descampado ni que te asusten éstos gritos, pero también siento que Magdalena siempre tuvo la razón, que su familia no debe acercarse a ti y yo...yo solo quisiera que estés a salvo.


No solo estaba lastimado, también estaba confundido, dividido entre la idea de mantener su promesa y seguir adelante con la débil alternativa de esconderse y conseguir un abogado que lo ayudara a defenderse. Desvió la mirada otra vez hacia el retrovisor.

—Estoy todo con sangre —comentó sin inflexión en la voz—, pero lo que me preocupa es mi ojo izquierdo, no sé si me pegué o algo, pero me duele mucho...al menos tú eres afortunado, tus cosas y tu comida están en los bolsos...

Volvió a encender el motor; no podía quedarse ahí demasiado tiempo.

—Ésta ha sido la hora más larga de mi vida...pero tengo que seguir, hay que salir de aquí y alejarse lo más posible, porque ese policía debe haberle avisado a toda la ciudad. Y tengo que deshacerme de éste  auto, es demasiado vistoso, aunque nos ha servido bastante...no podemos seguir al sur, tendré que buscar un desvío y después pensar en algo.


5


Un automóvil blanco avanzaba a gran velocidad por la carretera. Al volante iba un hombre moreno, muy musculoso, enfundado en una camiseta blanca; junto a él otro, delgado, de rasgos orientales, y atrás el que parecía ser el líder, un hombre delgado, de figura esbelta y atlética, de cabello negro y rasgos y mirada aguda, que en ese momento contestaba el celular.

—Señor Claudio.
— ¿Cómo va la investigación?
—Estamos detrás de la pista que nos dijo —replicó sonriendo—, hay movimiento de policías por aquí, creo que es porque están cerca. ¿Quiere que nos deshagamos de ese hombre?

La voz del otro lado de la conexión se escuchaba fría y segura, como de costumbre.

—Por ahora solo importa el bebé, ya saben eso. De cualquier manera lo del policía puede ser importante, así que quiero que estés atento, te avisaré cualquier cosa.

Cortó. Adrián sabía que ese tipo de cuello y corbata que era el asistente o lo que fuera de Fernando de la Torre no era lo que parecía, era lo mismo que ellos, solo un matón a sueldo, pero con un sueldo mejor que el de ellos. No era la primera vez que tenían algún tipo de trabajo así, pero si la primera en que tenían que ser cuidadosos y preocuparse de alguien, en éste caso el nieto. El que se lo había robado no sabía en la historia que se había metido al llevárselo de esa manera. Pasado de una pequeña granja, el hombre de rasgos orientales le indicó al conductor que estuviera el vehículo, justo en una elevación del terreno, y se bajó inmediatamente.

— ¿Y a éste que le pasa?
— ¿Qué sé yo? sabes que siempre hace esas cosas.

El oriental ya estaba de rodillas revisando el suelo.

—Jail...
—Espera.

El musculoso se sentó en el capó. Adrián se cruzó de brazos.

—La pelea de la policía fue más adelante...
—No estamos solos —dijo el otro seriamente poniéndose de pie—, alguien más estuvo aquí.
—Tal vez la policía.
—La policía no usa bicicletas —replicó el que llamaban Jail—, además el hombre dijo que la llamada de la policía decía que tuvieron un enfrentamiento después y hacia el oriente. Es decir que alguien está siguiendo al policía o a Segovia, y son dos personas por lo menos. Llegaron aquí en una camioneta y se separaron, uno de ellos va en bicicleta.

Adrián frunció el ceño. Claudio no les había dicho que hubiera más gente involucrada ¿Tenía que llamarlo o no? Decidió esperar, al menos por el momento, hasta que supieran algo más.

— ¿A quién tendríamos que seguir, al de la camioneta?
—Es lo mejor, seguro que ese va tras Segovia.

Ese hombre era muy intuitivo.

—Está bien, suban al auto, vamos a seguir esa pista, pero solo un poco, no podemos dejar que el tipo con el niño se aleje demasiado.


6


Romina estacionó la camioneta a un costado de la carretera y volvió a barrer el terreno con los binoculares. Parecía mentira que ella y Álvaro estuvieran sobre una pista tan buena, con las fotos de la pelea de Segovia y Armendáriz y siguiendo de cerca al fugitivo; aunque en esos momentos la situación podía ser un poco decepcionante, porque a pesar de ser ella misma quien siguió a Segovia en su huida, incluso antes que la policía misma, casi dos horas después no lograba encontrarlo.

—No puede ser —murmuró barriendo nuevamente—, no puede haber desaparecido en el aire.

Ya se había comunicado con Álvaro y le había indicado su ubicación para que se reunieran. Independientemente del caso en sí, sabían que ahora que el policía estaba herido en su orgullo, movería cielo, mar y tierra para encontrarlo, lo que quería decir que ellos tenían que llegar antes para tomar la exclusiva y luego correr para lanzarla en primer lugar. En eso sintió un golpe de nudillos en el vidrio.

— ¿Sacaste buenas fotos?

Otro golpe más fuerte la hizo reaccionar. Miró y se encontró con dos hombres junto a su puerta y a otro delante, apoyado en el capó. Se quedó muy quieta, guiada por un presentimiento.

— ¿Están perdidos?
—Estamos buscando a alguien —respondió el tipo de penetrantes ojos negros—, y algo me dice que tú has visto algo.

No le gustaba, ni la actitud de él ni que la mirara de ese modo, pero sabía muy bien que ante situaciones así tenía que mantener la calma.

— ¿Algo de qué? no te entiendo.

El tipo se acercó un poco más, haciendo que resultara inútil el vidrio, eso no la hacía sentir más segura. Al inclinarse sobre la ventana, Romina vio un arma asomada en el cinturón.

—Yo creo que si me entiendes. Estamos buscando a un hombre con un bebé, el mismo de las noticias. Dime lo que viste. Por favor.

La sorpresa de la visión del arma la anuló por un segundo. El tipo sonrió y le hizo un gesto. Baja el vidrio bonita. No quería hacerlo, pero lo hizo, lentamente, tratando de pensar si resultaría presionar el acelerador a fondo. ¿Tendría que atropellar al de adelante? La camioneta era fuerte, quizás podría, pero no tenía la seguridad, al menos sabía que el motor estaba encendido.

—Dime lo que viste, tengo prisa.
—El hombre pasó por éstos lados hace poco —respondió luchando por no sonar demasiado asustada—, va en un auto gris.
— ¿Hacia dónde fue?
—No lo sé —respondió con total sinceridad—, creí que estaba por aquí pero parece que lo perdí.

El otro pareció satisfecho.

—Gracias. Ahora mejor ve a tu casa, y ten cuidado, acuérdate que a los periodistas no es difícil encontrarlos.

Con un rápido movimiento le quitó los binoculares de las manos, y alejándose tomó el arma y disparó, reventando uno de los neumáticos. Inmediatamente los tres subieron a un auto blanco y emprendieron la marcha, dejando a Romina temblando en el interior de la camioneta. Un momento después la mujer tomó con manos temblorosas el teléfono celular para llamar a Álvaro.




Próximo capítulo: Caminos convergentes






Por ti, eternamente Capítulo 12: Disparos y sangre



Ariel aún dormía mientras Víctor seguía hablando con Gladys en su casa. La mañana se estaba acercando con rapidez, pero en esos momentos se sentía tranquilo a pesar de todo, ya que la mujer demostraba seguridad y confianza en él, algo que no estaba percibiendo mucho en el último tiempo. Había podido cargar el teléfono celular en la batería que ella tenía en la casa, y después del café y comer algo de pan casero se sentía mucho más calmado.

—No sé cómo agradecerle...
—Ya, ya —lo cortó ella con un gesto de la mano— no te enredes en esas cosas. Ahora vamos a buscar tus recipientes para que cargues agua caliente, la vas a necesitar para el resto del viaje.

Salieron lentamente al sol de la mañana.

—Señora Gladys ¿Por qué vive aquí?
—Porque el lugar me quedó cuando mi esposo murió hace años.
—Pero es un lugar tan solo...
—Me gusta la soledad —replicó ella con tranquilidad— además la ciudad no es lo mío, aunque desde luego que es útil cuando tengo que ir a comprar cosas que no se dan en el campo, pero todas esas máquinas y el ruido son algo que no quiero para mí.

Tomó un hacha de junto a la puerta y siguieron hasta el furgón, donde Víctor tomó los termos y las botellas de bebida vacías con el fin de llenarlas de agua fría.

—Ya sabes en donde está el agua, llena esas botellas mientras voy al costado, después ven conmigo.
—Está bien.

Mientras se devolvía a la casita, Víctor se extrañaba de la tranquilidad que estaba encontrando en un lugar tan impensado como ese; pero no podía engañarse, eso solo era pasajero, tenía que terminar de recargar y salir de ahí lo más pronto posible. Ya había decidido, con la mente más despejada, que lo que haría sería esconderse hasta que las cosas se calmaran un poco, contactar un abogado y enfrentar todo lo que estaba pasando. Sabía que sería muy difícil y que en primer lugar querrían quitarle al bebé, pero podía exigir un examen de adn y eso le daría puntos en su favor, aparte que no tenía que presentarse de manera directa, también podía acordar con el abogado que lo representara mientras seguía oculto, había visto casos en las noticias de personas que hacían eso por su seguridad. Una vez dentro de la casa reemplazó el agua de los termos por agua recién hervida, lavó las botellas de bebida y las llenó con agua fría, cargando todo de vuelta al furgón; un momento después volvió a la casa, y tomó a Ariel de una de las sillas, volviendo con él en brazos al exterior. Gladys estaba cortando leña con una facilidad sorprendente.

—No me mires así —dijo sonriendo— esto no es tanto un trabajo de fuerza, es costumbre.
—Usted tiene muchas sorpresas.
—No digas tonterías. Ahora no te quedes ahí, ayúdame a dejar la leña en esa bodega, puedes dejar al bebé en una de las repisas de dentro.

Víctor obedeció y entró en la bodega, donde dejó al bebé sobre una repisa a la izquierda de la entrada. Iba a salir cuando sintió el sonido de un motor.

— ¿Qué es eso?

No era el motor del furgón; iba a salir pero la voz de Gladys lo hizo quedarse inmóvil.

— ¡Oiga!
—Buenos días señora —saludó una voz correcta pero autoritaria— necesito hacerle unas preguntas.
—Esto es territorio privado —replicó ella firmemente— salga de aquí.

Estaba al lado del bebé, a muy poca distancia de la puerta, y sintió que su corazón se oprimía; el suelo era de tierra, lo que ahogó sus pasos, pero en ese lugar tan pequeño solo podía quedarse ahí, inmóvil. ¿Había crujido o no la madera al dejar sobre ella al pequeño?

—Soy el oficial Armendáriz, estoy buscando a una persona.

¡Un policía! Tenía que salir de ahí de inmediato, no podía quedarse, pero estaba encerrado en una bodega de paredes de madera de unos cuantos metros cuadrados, con una única vía de escape que conducía en línea recta al sitio en donde estaba Gladys y ese hombre.

—Tranquilícese señora, estoy realizando un procedimiento de rutina.

Con el cuerpo pegado a la pared junto a la puerta de la pequeña bodega, Víctor estaba inmóvil, sintiendo que sólo lo separaban del policía unos cuantos metros y un saliente del umbral que no tenía más de treinta centímetros de ancho. La voz se acercaba, si entraba ahí, no habría donde esconderse. Unos segundos de silencio, y Víctor sintió los pasos del policía, casi junto a él, a tan solo una delgada muralla de distancia, avanzando hacia la bodega. Un momento después la mano del policía apareció en el borde de madera y los dedos se posaron sobre el borde, un anticipo de su entrada, a punto de rozarlo, todavía sin saber de forma concreta si en el interior había o no alguien; el joven contuvo la respiración, mirando con pánico la mano que estaba casi tocándolo.

— ¡No se mueva!

La voz de la mujer se escuchó fuerte y totalmente decidida en el exterior, y la mano se quitó del borde de madera, los pasos volviéndose sobre sí mismos. Afuera, el policía volteó hacia Gladys, que lo apuntaba con el fusil.


—Señora, baje esa arma.
—Le dije que saliera de aquí, éste es territorio privado.
—Señora —continuó él como si no le importara la amenaza del arma, tratando de controlar la situación— soy policía, ésta es mi placa y estoy realizando una investigación.
—No puedo saber si es verdadera o no, hay muchos delincuentes vestidos de policías dando vueltas por ahí.

Armendáriz sin embargo estaba mirando en dirección al furgón, y decidió jugar una carta que por lo general funcionaba.

—Estoy buscando al propietario de ese furgón.
—Me está viendo, si puedo manejar un fusil, un vehículo es pan comido.
— ¿De verdad? —dijo él con un dejo de duda— ¿Lo tiene hace mucho?
—Se lo compré a un hombre que estaba de paso, ahora no me haga repetirlo, salga de mi propiedad.
—Señora, estoy buscando a un prófugo de la justicia, es un delito protegerlo así que...
— ¡Ya le dije que salga de mi propiedad! No me importa si dice que es policía, soy una mujer mayor, vivo sola y si me amenazan dispararé, salga de aquí ahora mismo, la próxima vez lo diré con un disparo.

Armendáriz se rindió, y optó por volver sobre sus pasos hacia el automóvil que lo esperaba a cierta distancia. Gladys lo vio regresar al vehículo, y saliendo del territorio, comenzar un rodeo por el norte.

—Víctor —murmuró con la vista fija— sal ahora.

Se encontraron en el umbral de la puerta de la bodega; Víctor tenía en sus brazos al bebé, que por suerte seguía durmiendo sin enterarse de nada.

—Está rodeando mi granja, quiere estar en punto de vista desde el norte, seguro que vuelve con más gente, tienes que irte ahora mismo.
—Gracias, no sé cómo agradecerle, pero no debió arriesgarse.
—No hables tonterías, ese tipo es una bestia, no me gustó para nada. Escucha, tienes que irte por ese lado —apuntó hacia unos árboles— parece cerrado, pero el furgón pasará bien, luego encontrarás un camino en la maleza, si sigues por ahí cortarás camino, pero tienes que ir a toda máquina.

Subió rápido al vehículo, dejó a Ariel en el asiento del copiloto y encendió. De inmediato apuró la marcha, enfilando hacia los árboles que le había indicado su salvadora, pero sabía que el policía ya había detectado el movimiento; con el ruido y la velocidad el pequeño se despertó, pero no parecía nervioso, al menos no todavía.

—Tranquilo bebé, todo está bien, todo está bien...

Ni el mismo se convencía de sus palabras e iba conduciendo con el corazón oprimido, pero de verdad la decisión de Gladys había sido la acertada, porque de seguro, los compañeros de ese policía estaban por ahí, mucho más cerca de lo que quería imaginar.
Siguiendo las instrucciones de la mujer, Víctor dirigió el vehículo a través de los árboles, encontrándose con un sendero por el que podía avanzar. Tenía que seguir al sur, y luego tomar por la planicie, de modo que presionó el acelerador mientras intentaba calmar al bebé. Mirando por el retrovisor no vio a nadie, y eso lo calmó un poco, tenía que poner la mayor distancia posible entre ese hombre y él.

Los siguientes minutos fueron de angustia para Víctor; conduciendo a toda velocidad esperaba traspasar la planicie lo más pronto posible, pero el furgón no daba más de sesenta o algo así, lo que significaba que no estaba avanzando realmente muy rápido. Con temor vio que a la izquierda, aunque aún más atrás, se divisaba el automóvil a toda marcha, ese vehículo podía alcanzar más velocidad que el que estaba conduciendo, y se trataba de un factor que no podía controlar.

—No puede ser, no puede ser...

Mientras tanto, Armendáriz iba en su automóvil con la vista fija en el furgón; había interpretado mal las señales, creyó que podría encerrarlo, pero el tipo lo sorprendió y se escapó por un entramado de árboles que desde luego no podía haber visto desde antes, lo que lo hizo ganar tiempo; ahora estaba cerca, pero las cosas no terminaban, no iba a detenerse hasta atraparlo.

El furgón llegó a una sección de la carretera, donde pudo tomar un poco más de velocidad, pero no era demasiada la diferencia. En el horizonte al sur solo se veía algo de bosque y la carretera, la única opción que tenía era seguir y seguir.

—Vamos, vamos... por favor...

Tenía el pie en el acelerador a fondo, conduciendo con las manos aferradas al volante,  tratando de convencerse de que todo iba a resultar, que podría sacarle la distancia suficiente al policía y salir de su vista, porque solo necesitaba eso, solo necesitaba  alejarse de él.
Pero el auto del policía iba a gran velocidad, y poco a poco se acercaba al furgón, disminuyendo cada vez más la distancia entre ellos; después de unos momentos el automóvil gris casi iba a su lado.

—No... no... no...

Mirando de reojo, vio la mirada penetrante del policía, su expresión dura y escuchó su voz atronando en la vía.

— ¡Detente ahora!

En una maniobra estudiada, el policía atravesó el auto en el camino del furgón; Víctor trató de esquivarlo, pero no tuvo posibilidad y se vio obligado a frenar. Con el brazo izquierdo sujetó al niño que se movía incómodo en el asiento, y trató de seguir, pero para ese momento el hombrón ya había saltado del auto y se acercaba a la puerta del conductor.

— ¡No!

Hizo un intento de volver a avanzar, pero Armendáriz abrió con violencia la puerta y lo jaló de un brazo.

— ¡No!

Armendáriz tenía como prioridad sacar al sujeto del vehículo y alejarlo del pequeño, claramente era la única forma de preservar su seguridad, sobre todo cuando el tipo acababa de hacer una carrera loca alejándose de la ciudad. Con un tirón más logró sacarlo del asiento, pero Víctor se sujetó de la puerta y el espejo retrovisor.

— ¡Suéltame!
— ¡Baja del vehículo!

No quería usar violencia si no era necesario, pero en esos momentos el otro estaba oponiendo resistencia.

— ¡Déjame!
— ¡No opongas resistencia!

El policía trató de alejarlo de nuevo, pero Víctor seguía sujeto; el espejo retrovisor se soltó, y en un acto desesperado, el joven golpeó al policía en el pecho, consiguiendo soltarse por un instante. De inmediato se acercó otra vez al furgón, pero Armendáriz, viendo que la situación se complicaba, optó por sacar su revólver.

— ¡Alto o disparo!

Víctor se quedó a medio subir del furgón, volteado hacia el policía, mirando espantado el arma que lo apuntaba. Adentro el niño lloraba asustado por los gritos.

—No puedes dispararme, no hice nada.
—Te estás resistiendo al arresto —replicó el policía, implacable— y estás siendo buscado por el rapto de ese niño. Ahora baja del vehículo con las manos en alto.

Pero Víctor sentía palpitar en la cabeza un golpe fruto del forcejeo con el policía; algo en su interior le decía que no podía rendirse, no aún.

—Ven a buscarme.
—No lo hagas más difícil Segovia...

Pero el joven se arrojó al interior del furgón donde aún gemía el pequeño y lo tomó en sus brazos. Armendáriz se acercó un poco más, pero no podía arriesgarse a provocarle algún daño.

—No te acerques. No voy a permitir que se lo lleven —exclamó haciendo acopio de valor—. Ariel es mi hijo, le prometí a Magdalena que lo iba a mantener a salvo y lejos de su familia.

El policía decidió tomar otra estrategia.

—Está bien, está bien, solo cálmate, ¿quieres? mira, vamos a calmarnos los dos, voy a dejar mi arma en el suelo, ninguno de los dos quiere hacerle daño a ese niño.
—No voy a hacerle ningún daño, pero ustedes están equivocados, la familia De la Torre está detrás de esto.
—Está bien, tienes razón, solo déjame ayudarte a...
— ¡No te acerques!

Estaba muy alterado, pero Armendáriz había pasado por decenas de situaciones como esa. Solo necesitaba calmarlo un poco, acercarse un paso más, y tendría todo controlado. El hombre tenía al bebé tomado principalmente con el brazo izquierdo, sabía cómo atacar para separarlo del niño.

—No estoy acercándome, tenemos que calmarnos los dos, estamos muy alterados.
—No estoy alterado, estoy asustado —replicó Víctor presa de los nervios—, todo está de cabeza ahora, y lo único que quiero es que alguien me escuche. Ese hombre me amenazó, por eso tuve que esconderme, porque en cualquier momento podían hacerme algo, y si se llevan a Ariel estará en peligro con...

No pudo seguir hablando, porque el policía lo sorprendió con un ágil movimiento; con un gesto estudiado se acercó y a la vez alargó los brazos, quitándole al niño de las manos.

— ¡No!

Pero el movimiento del policía fue perfecto, le permitió tomar al bebé con una mano, mientras con la otra apartó a Víctor, empujándolo con fuerza.

— ¡Ariel!

Con nada más que un instante disponible, Armendáriz dejó con increíble suavidad al niño sobre el capó de su auto, y de inmediato se volvió hacia su objetivo, que en ese instante trataba de llegar a él. Se inició un forcejeo entre ambos, donde Víctor estaba en obvia desventaja física, pero se movía tanto que el policía no conseguía sujetarlo.

— ¡Quédate quieto!
— ¡Suéltame!

Armendáriz no estaba dispuesto a perder más tiempo, de modo que golpeó sin piedad al joven en el torso, con el objetivo de dejarlo sin aliento y dominarlo por completo. Pero cuando casi tenía la situación controlada, el otro lo sorprendió y se sacudió violentamente, logrando soltarse de su captor.

— ¡Segovia!

Sin aliento y medio de rodillas, Víctor avanzó con torpeza hacia la parte posterior del furgón; los golpes que había recibido lo dejaron sin aliento y no podía moverse más rápido, pero la descarga de adrenalina era tal que no podía detenerse así sin más. Armendáriz recogió su arma del suelo y disparó a uno de los neumáticos traseros, reventándolo y haciendo gritar de terror al joven.

— ¡Alto!

El grito sonó aterrador y potente en sus oídos, pero el joven abrió la puerta trasera del vehículo; en la sombra vio la figura gigante e imponente del policía, a una mínima distancia, cerrando todas las opciones, en esos momentos estaba atrapado y todo iba a terminar. Lo siguiente ocurrió sin pensar, solo una reacción automática ante el peligro mortal que estaba a su espalda. Estiró la mano al interior del furgón, sujetó algo sólido y se giró, lanzando un golpe directo al lugar de donde se originaba la sombra.

Dos gritos desgarradores se escucharon en el lugar, al mismo tiempo que la explosión de un disparo.



Próximo capítulo: Lejanía

Por ti, eternamente Capítulo 11: Huellas extraviadas





Cuando amaneció, Víctor aún no había dormido; ya era la mañana del Sábado, y sentía que no había hecho mucho, aunque de todos modos sabía que sí había algún avance. La comunicación con Arturo a través de la red lo había preocupado y animado a la vez, porque tener una impresión más completa de lo que ocurría a su alrededor era impactante, y tener noción de que al menos su mejor amigo estaba apoyándolo era esperanzador. Revitalizado por haber tenido comunicación con alguien, volvió al furgón y reinició la marcha, desviándose al Oriente un poco más, esperando no toparse con nadie ya que había dejado la carretera. Daban más de las ocho de la mañana cuando se encontró con una sorpresa, una casa en medio de algo parecido a una granja, algo que por cierto no salía en los mapas.

— ¿Qué es eso?

Alcanzó una botella de bebida y bebió un trago largo; no pretendía quedarse dormido por ningún motivo, necesitaba permanecer despierto y atento a todo, al menos hasta que llegara a la siguiente zona poblada, donde pretendía reabastecerse y comprar algunas cosas que no había considerado en su momento. La casa era relativamente pequeña, de madera aunque de construcción bastante sólida para estar en la mitad de la nada. Estacionó el furgón a cierta distancia y bajó del vehículo para tomar un poco de aire, aunque en realidad estaba evaluando si acercarse o no; era un relativo peligro, pero por otro lado podía contar con que la gente del lugar no estuviera informada como en la ciudad.

—Me pregunto si estará vacía...

Se alejó unos pasos del furgón en donde Ariel dormía aún, pensando que tal vez no fuera tan mala idea; la casa estaba a algunos metros, y viéndolo bien, al lado había una pequeña construcción, del tipo de las que se usan para almacenar verduras o guardar provisiones.

—Buenos días.

Dio un respingo al escuchar la voz a muy poca distancia suya, y se volteó a la izquierda; lo primero que vio fue un arma apuntándole a la cara.


2


La camioneta de Álvaro y Romina iba rápidamente por la carretera al sur; pendiente de los binoculares en la derecha y del volante en la izquierda, el hombre se mantenía firme a pesar del sueño.

—Despierta.

Romina, en el asiento del copiloto se removió; habían estado turnándose durante la noche para hacer el seguimiento del policía.

— ¿Qué pasa, lo encontraste? Préstame los binoculares.
—Te dije que lo iba a encontrar —replicó él satisfecho— ¿Quieres ver el mapa? Estoy un poco perdido.

Siguieron avanzando al sur. Habían tenido complicaciones, pero hasta el momento eran menores; ella desplegó el mapa junto a él.

—Estamos a poca distancia de Las águilas, el siguiente pueblo; por éste camino deberíamos llegar en poco tiempo, pero creo que Armendáriz no va para allá, se va a desviar otra vez de la carretera.

Álvaro detuvo la camioneta y cambiaron posiciones.


—Estoy cansado.
—Deberías hacer más ejercicio —comentó ella sonriendo mientras se estiraba— yo estoy bien, y que no se te olvide que estamos en la mejor parte. Ahí lo veo, se está desviando hacia la meseta que está hacia el Oriente.

Sabía que esa parte de la carretera estaba más arriba que el sector por donde iba el automóvil del policía, por lo que ellos tenían mejor vista que él.

—Anoche debe haber presentido que lo estaban siguiendo y por eso se quitó del camino por un rato, pero ahora seguro que va tras la pista.
—Pero eso quiere decir que tendría que estar muy cerca —comentó ella—, creo que deberíamos ir pensando en el nombre del reportaje porque...oh...
— ¿Qué?
—Nada.
—Conozco ese "oh" dime qué pasa.

Ella dejó los binoculares y tomó una hoja en la que garrapateó algo.


—Éste es el panorama —le dijo enseñándole el dibujo— Armendáriz va directo hacia ese sector de campo; hay una casa y algo  como una granja pequeña, y más atrás hay una elevación del terreno.
—Y ahí hay algo —dijo él tratando de adelantarse— algo importante.
—Puede ser —replicó ella— veo un vehículo, un furgón.



3


— ¡Oh por dios!

Víctor dio un salto al ver que un arma estaba apuntándole a la cara.

— ¡Señora por favor no me apunte!

Una mujer de más de cincuenta años, de baja estatura pero de contextura fuerte y actitud recia estaba apuntándole con un fusil, con el dedo puesto en el gatillo.

— ¿Qué haces tú aquí? Éste es mi territorio y mi casa, te puedo apuntar todo lo que quiera.

Siguió apuntándole totalmente decidida; Víctor levantó las manos presa de gran nerviosismo.

—No estoy buscando problemas, se lo prometo, no sabía que era propiedad privada.
—Traspasaste mi cerca.
—Pero si no hay ninguna cerca —se defendió tratando de sonar convincente— vi la casa pero no tengo malas intenciones, se lo prometo.

La mujer quitó la mirada de él y miró hacia atrás de su objetivo, con lo que él mismo giró la cabeza lentamente. En efecto, atrás, a cierta distancia había una cerca de madera, pero estaba tirada en el suelo y no se veía con facilidad por el pasto; de hecho el furgón estaba estacionado a pocos metros y él de seguro había pasado caminando sobre ella sin percatarse. La mujer bajó el fusil.

—Debe haberse caído durante la noche.
—Creí que iba a decir que yo la había tirado.
—Está hacia afuera —explicó como si fuera obvio— tendrías que haber jalado de ella y no pareces tener fuerza como para hacer eso.

Era una mujer muy perceptiva, pero una vez que bajó el arma ya no se veía tan amenazante; más bien parecía una buena persona.

—Disculpa por asustarte, pero cuando una es una mujer sola tiene que saber cómo defenderse.
—Tiene razón, pero discúlpeme por haber entrado en su terreno.

La mujer se le acercó sonriendo con gesto amisoto; tenía que volver al furgón y sacarlos a él y a Ariel de ahí.

—No pareces un mal tipo; pero tienes cara de sueño, mejor entra y te sirvo un café.

Víctor negó lentamente con la cabeza.

—Muchas gracias, pero no puedo, tengo mucha prisa.
—Vamos, no seas desconfiado; te apunté con un arma pero no lo hice con maldad, es solo para defenderme.

Ya había pasado un gran susto por confiarse de una persona, pero por otro lado el ofrecimiento de un café caliente a esa hora de la mañana sonaba tentador, y no había usado del agua de los termos para dejarla para la comida, leche y limpieza del bebé mientras encontraba donde reponer suministros. Y además, a pesar incluso de que todavía estaba nervioso por haberse sentido amenazado por el fusil, de alguna manera no podía sentir desconfianza de ella. Se acercaron al furgón, donde la mujer vio alarmada por la ventanilla del conductor.

— ¡Tienes un bebé!
—Lo que ocurre es que yo...
— ¡Y andas a la intemperie en pleno amanecer!
—Yo...
—De ninguna manera te puedes ir —sentenció con la misma decisión que antes— se te ve en la cara que no puedes conducir, y está frío, tienes que darle de comer y tú necesitas un café bien fuerte.
—Pero...
—No quiero excusas —lo apuntó con el dedo— entras ahora mismo, voy a poner a calentar el agua y ya vas a ver cómo te vas a sentir mejor, y no me discutas o voy a tener que hacerte entrar con el fusil. Vamos, vamos, no pierdas tiempo.

Dio media vuelta y caminó hacia la casa. Víctor respiró varias veces, esperando no equivocarse otra vez, y tomó al bebé envuelto en cobijas, para seguirla a paso rápido.

—Pasa, siéntate ahí.

El interior de la casa era modesto pero muy acogedor, daba realmente la misma sensación de las  series de televisión ambientadas en zonas rurales, con adornos en los muebles y chimenea, aunque ahora estaba apagada; la vigorosa señora puso agua en un hervidor metálico.

—Todavía no me presento. Soy Gladys.
—Mucho gusto.
—Y dime, ¿por qué andas por estos lados, estás perdido?
—Un poco —replicó él— la verdad es que estoy tratando de llegar a Las águilas, pero no estoy muy seguro de que sea el camino correcto, no quiero usar la carretera.

La mujer preparó dos tazones mientras el agua hervía. Ariel aún dormía en sus brazos, seguramente más tranquilo y relajado cuando se sentía la tibieza del lugar. Víctor sintió que el estómago se le contraía.

—No estás tan perdido, pero si un poco; mira, desde aquí tienes que tomar hacia el sur directo desde donde dejaste el furgón, a poca distancia vas a encontrar una planicie y desde ahí solo tienes que seguir la ruta vieja, porque la ruta a Las águilas está cortada.
— ¿Cortada?
—Sí, están haciendo unos trabajos. Mira, es como si hicieras una letra S desde aquí, es cierto que es más largo pero si llegas directo por el camino nuevo te vas a quedar atrapado en el desastre que tienen. Oye, y el pequeño ¿es tu hijo?

No supo que contestar durante un momento, no sabía si podía o no confiar en ella, a pesar de estar en su casa, se sentía repitiendo la escena de la Iglesia, de hecho ¿Qué estaba haciendo ahí?

— ¿Qué pasa muchacho? —dijo de pronto ella, acercándose con el tazón con café— ¿por qué tienes esa cara?
—Lo que sucede es que yo...las cosas son complicadas.

No pudo seguir hablando; de pronto sentía la necesidad de salir de ese sitio, de volver a la seguridad del furgón, en donde podía huir en cualquier dirección como la última vez. Miró al pequeño en sus brazos, admirándose de la tranquilidad con la que dormía; un niño de esa edad no podía estar en peligro, esas cosas no tenían que ocurrir.

—Eres tú ¿verdad?

Dio un respingo en el asiento, levantando la mirada del bebé hacia Gladys; pero ella mantenía la misma expresión de antes, no se veía amenazante ni asustada, y el fusil seguía a un costado, suficientemente lejos de ella.

—No sé de lo que está hablando.
—Estás en mi casa —replicó ella con un dejo de hastío— estoy siendo hospitalaria contigo, no seas deshonesto, no me mientas en mi cara.

Hacía muchos años que no escuchaba un reto como ese, era casi como el de una madre a un hijo que está comportándose de manera incorrecta, y para su propia sorpresa se sintió avergonzado por lo que estaba ocultando.

—Lo lamento, es que todo es tan complicado ahora...
—Supongo que sí, la noticia está en la radio —explicó ella señalando un aparato de radio sobre un mueble— lo que no me explico es cómo es que te metiste en todo esto.

Víctor se puso de pie.

—Yo tampoco lo sé muy bien, pero ahora mismo la policía está buscándome, no creo que sea buena idea quedarme. Además no quiero ser una molestia.
—Pero si no lo eres —dijo ella livianamente— no estás aquí a la fuerza, yo te invité. Ahora siéntate, si no quieres hablar del tema no importa, lo que quiero es que me contestes la pregunta que te hice. ¿Es tu hijo?

No valía la pena seguir mintiendo. Optó por sentarse y bebió del café, que su cuerpo agradeció con fervor en los primeros tragos.

—Sí, es mi hijo.
—Te creo —repuso de manera simple, sonriendo—, parece tener muy buena salud.
— ¿Me cree? —la interrumpió sorprendido— pero me acaba de decir que la noticia está en la radio, no puede creerme solo porque yo se lo digo.

Gladys lo miró con infinito cariño, tanto que lo hizo sentirse avergonzado otra vez.

—Escucha muchacho, hay cosas que no tienen nada que ver con las noticias, son las cosas que se ven, las que pasan a nuestro alrededor; te veo con ese niño en los brazos, veo la forma en que lo miras, la tranquilidad de él y para mi es suficiente, no me importa lo que puedan estar diciendo.
—Para la gente no parece ser tan evidente.
—Eso es porque la gente se cree todo lo que está por fuera, no ven nada más —le respondió sencillamente—. Vivir en el campo me ha ayudado en muchos aspectos, y uno de ellos es que aprendí a ver las cosas como deben ser. Estoy segura de que tú solo cometiste varios errores.

Víctor terminó de beberse el café con más ansias de las que esperaba. Se sentía más tranquilo, derribando la última barrera de desconfianza que sentía por ella, porque con tal sinceridad las cosas simplemente no podían tener otro rumbo.

—No creo que sea bueno que le diga demasiado, no quiero meterla en problemas.
—Es muy amable de tu parte.
—Pero lo que sí puedo decirle es que Magdalena, la madre de Ariel, me pidió que lo cuidara, y que lo mantuviera lejos de su familia, porque ellos tienen negocios sucios; iba a ir a la policía, pero me amenazaron, y después las cosas empezaron a pasar una tras otra.
—Eso es lo malo —comentó ella más para sí que para él—, a  veces simplemente las cosas no salen como lo esperas.


 4

                               
Fernando de la Torre estaba en la sala de su casa, paseando de un lado al otro, caminando sin destino. En ese momento apareció su esposa en pijama y con cara de sueño.

— ¿Qué pasa Fernando, por qué estás despierto a ésta hora?
—No deberías estar levantada Ingrid.
—Tú tampoco.
—Estoy preocupado por mi nieto. Ya debería haber alguna novedad.

Ella lo abrazó cariñosamente por la espalda.

—Tus hombres ya salieron a buscarlo y la policía también está en eso, debe ser cosa de horas para que lo encuentren. Magdalena cometió un error al alejarse de nosotros.
—Todo ese puritanismo por nada ¡Somos su familia! Teníamos un enemigo aquí, y lo peor es que ni siquiera sé hasta adonde puede haber llegado.

Ella se soltó de él y lo miró a los ojos.

— ¿Qué quieres decir?
—Que es posible que Magdalena le haya dicho algunas cosas sobre la familia a ese tipo.
—Pero Magdalena podría haber dicho cualquier cosa, es su palabra contra la tuya.

Pero Fernando seguía intranquilo.

—No se trata de eso. Ella podría haber llegado más lejos.
— ¿Estás tratando de decir que ella podría haberle entregado alguna prueba?
—Todavía no puedo saberlo. Que entre sus cosas no hubiera nada no significa que siempre haya sido así.

Ingrid había captado el sentido de sus palabras, y como él, estaba preocupada por lo que pudiera suceder.

—Si pudo pasar algo así, es más necesario que hagamos algo, hay que recuperar al niño y silenciar a Segovia.

Fernando dio una mirada a la sala de la casa, tan silenciosa como durante toda la noche.

— ¿Planeas deshacerte de él?
—Por ahora no, lo que más nos conviene es ayudar a la policía mientras tanto.
— ¿Y si resulta que no tiene nada?
—Entonces a nadie le va a importar que alguien lo haga a un lado.

La pareja se abrazó en silencio.


5  


Cuando sonó el timbre en la entrada de la casa a las ocho de la mañana, Arturo dio un salto de la cama y se asomó por la ventana, sin dejarse ver.

—Maldición.

El momento al fin había llegado. La policía estaba afuera, y venían a preguntarle por el correo que le había enviado a Víctor o por la ayuda que le había dado para vender todas sus cosas; sea lo que fuere, no era nada bueno, pero lo tenía asumido. Esperó a que tocaran por segunda vez y se asomó por la cortina, mirando para abajo con una expresión que esperó fuera de confusión o extrañeza, o ambas. Abajo dos oficiales, una mujer y un hombre lo miraban fijamente, y ella le hizo señas de que bajara. Asintió sin mostrar otro gesto en su rostro.

Desde que hablara con Víctor se sentía más paranoico que antes si era posible, pero habían pasado solo un par de horas desde que se comunicó por internet, así que creía que era improbable que supieran que habían hablado, por lo menos momentáneamente, además que había navegado en esa ocasión en modo incógnito; desde luego todo eso eran solo parches, la verdad era algo que tendría que enfrentar en esos momentos.

—Tranquilo Arturo —se dijo mientras bajaba la escalera—, tranquilo, tranquilo...

Había decidido quedarse en pijama, a fin de cuentas si se suponía no sabía a qué venía la policía, no tenía sentido vestirse. Mientras abría agradeció que sus padres tuvieran el sueño tan pesado.

—Buenos días.
—Buenos días, ¿usted es Arturo Fuentes?

Lo miraban sin expresión, pero a la vez con la clásica autoridad que les enseñaban a tener.

—Sí, soy yo.
—Necesitamos hablar con usted sobre Víctor Segovia ¿podemos pasar?
—No —repuso resueltamente— ¿Qué sucede con él?

La mujer intervino; estaba pasando por alto su altanería, al menos de momento.

—Tenemos entendido que usted es amigo de él.
—Así es.
— ¿Y no le parece extraño que haya desaparecido como lo hizo? —no lo dejó responder— ¿ha hablado con él en el último tiempo?
—Eso quisiera —respondió siendo auténtico—, pero no hemos hablado desde que desapareció.
— ¿Que sabe de su desaparición?

Arturo ya tenía preparadas todas las respuestas, se había pasado horas repitiendo frente al espejo las cosas que podía decir, imaginando preguntas ácidas como en los juicios. Tenía que parecer natural, tenía que parecer que realmente no sabía nada de Víctor, que estaba preocupado por él pero que confiaba en su amigo a pesar de no tener ninguna información de él. Y sabía que no iba a sonar convincente, pero si podía mantener los argumentos al menos eso le daría tiempo.

—Sé que desapareció. Lo último que supe es que la dueña de su cuarto estaba como loca porque se había ido.
—Pero usted le envió un correo hace poco.

Eso lo sorprendió, pero se repuso a tiempo para no sonar demasiado culpable.

—Claro que  le envié un correo, soy su amigo y estoy preocupado por él.
— ¿Le contestó?
—Todavía no.
— ¿Cree que lo hará?

Esa pregunta en realidad no se la esperaba. ¿Cómo no se le había pasado por la mente algo tan básico? Optó por ser sincero con la respuesta y jugarse todo a la espontaneidad.

—A éstas alturas no sé muy bien qué pensar —respondió—, se supone que nada de eso debería pasar, quiero decir, Víctor es un buen tipo, pero ahora todo es demasiado extraño.
—Necesitamos una declaración al respecto.

Estaba arriesgándose, pero no quería que sus padres supieran que estaba al menos remotamente involucrado. No aún.


—Si me esperan tres minutos aquí afuera puedo acompañarlos a la unidad.



Próximo capítulo: Disparos y sangre

Por ti, eternamente Capítulo 10: Buscando el olvido



Víctor conducía a velocidad moderada hacia el sur por una carretera totalmente desierta mientras comenzaba a caer la noche; no sabía ninguna canción de cuna, pero había inventado una, y tarareaba lentamente, en voz baja, sin detenerse, solo repitiendo lo mismo que había ideado.

—En el pueblo...de San Vicente...le cantaban...a los inocentes...para que sueñen...con ternura...y descansen...sus almas puras...en el pueblo...

Ahogó lentamente la voz. A su lado Ariel se había dormido al fin, agotado.

—Al fin se durmió.

Había estado llorando sin detenerse desde su escape de la Iglesia, pero no pudo tomarlo en sus brazos para calmarlo, estaba demasiado alterado y además sentía que debía seguir avanzando sin parar, manteniendo apenas el curso del vehículo con sus temblorosas manos; pasó mucho tiempo hasta que se calmó un poco, pero seguía inquieto, sin llorar pero inquieto, así que optó por cantarle esa canción de cuna inventada, tratando de tranquilizarlo, aunque al mismo tiempo intentaba calmarse a sí mismo. La carretera se extendía negra y solitaria a su vista, solo removida de momento por las débiles luces de los faros. Vio la hora en el reloj, y se sorprendió al ver que casi daban las once de la noche ¿en qué momento? Pero claro, habían pasado cosas que lo habían hecho perder la noción del tiempo. Sentía dolor en el brazo por el golpe que había recibido del sacerdote, pero más le dolía la traición, porque había confiado en ese hombre que se suponía debía apoyarlo y darle cobijo, pero simplemente lo había engañado con palabras dulces. Lo más seguro es que él ya había escuchado la noticia, y descubriendo que se trataba de la misma persona, se decidió por la fórmula más sencilla: utilizar la cercanía que se había provocado para intentar...

—Oh, por Dios...

La frase quedó bailando en sus labios. El sacerdote le dijo que iba a cerrar la Iglesia, pero en realidad sacó las llaves del furgón para evitar que se fuera del lugar, pero tardó demasiado considerando que el vehículo estaba cerca de la puerta.
¡La policía!

Ahogó una exclamación justo a tiempo para no asustar al bebé. Claro, la razón por la que se había tardado más era para llamar a la policía, lo que significaba que en ese mismo momento podían estar siguiéndolo; miró por el retrovisor, y se encontró con la misma carretera vacía por la que ya había pasado antes, pero eso no lo calmaba. Estaba procesando la información demasiado lento, y eso no lo ayudaba, pero ¿qué podía hacer? Si empezaba a pensar de esa manera, podía creer que la policía no necesariamente lo estaba siguiendo, ¿Para qué? podía estarlo esperando en la siguiente zona poblada. Aparcó el vehículo a un costado de la carretera, necesitaba ver el mapa para tomar una decisión más sensata que la última que había tomado.


2


Armendáriz estaba entrevistando al sacerdote mientras su equipo se alejaba a paso lento y cuidado explorando las cercanías de la Iglesia; la llamada de ese lugar solo confirmaba sus sospechas, aunque sí tenía que reconocer que el tipo se movía rápido.

— ¿Se encuentra bien?

El sacerdote asintió mientras el policía miraba alrededor.

— ¿Qué sucedió?
—Traté de ayudarlo —explicó despacio— me di cuenta de quién era mientras me contaba cómo había salido de la ciudad, pero yo quería ayudarlo de alguna manera.
—Me estaba contando que llegaron hasta aquí sin problemas.
—Sí, y le ofrecí un techo para alojar; pero se notaba en su actitud que no estaba bien,  actuaba muy extraño. Me golpeó, y luego se fue.
— ¿Cómo fue el enfrentamiento?
—Me arrojó al suelo. Yo traté de detenerlo, pero me golpeó con mi bastón y luego se fue en el furgón en el que lo encontré al principio, con el niño con él.

El sacerdote hizo una pausa mientras Armendáriz miraba alrededor otra vez; si tan solo Segovia no hubiera huido. Pero al menos saber que el niño estaba con él confirmaba todas las sospechas iniciales, y además lo dejaba en un buen pie para encontrarlo.

— ¿Qué clase de persona le pareció que era Segovia?
—Parecía perturbado —explicó el otro hombre— traté de explicarle que podía hacerle daño al bebé, pero no me escuchó.
— ¿Y el bebé?
—Estaba tranquilo al principio, luego cuando se lo llevó lloraba mucho, aunque en ningún momento pude acercarme a él.
—Escuche padre, un equipo médico viene en camino para constatar lesiones; tengo que retirarme.
—Muchas gracias.

Regresó al automóvil  paso vivo. Por las dudas tenía a su equipo revisando la zona más cercana, pero si Segovia había escapado en esas condiciones era improbable que estuviera cerca aún. Al frente se extendía la única dirección, una carretera hacia la siguiente zona poblada, al sur, por lo que era lógico pensar que el tipo hubiera tomado ese camino; pero nada en ese caso era lógico, partiendo por la desaparición del niño, de modo que no necesariamente tenía que haber ido en esa dirección. Era obvio que devolverse era entregarse, pero si miraba alrededor, podía deducir que al Poniente no podía ir, porque era demasiado escarpado y dejar el vehículo no era opción, al menos no todavía. Pero sí podía ir al Oriente, un furgón podía resistir esos movimientos, al menos lo suficiente como para evitar la principal entrada a la siguiente zona poblada; agradeció tener un vehículo que parecía de ciudad, pero que estaba adaptado para terrenos diversos.

—Demonios.

Mirando el mapa, ya en el auto, descubrió que al sur, casi en línea recta estaba la siguiente zona poblada, y que efectivamente la planicie al Oriente daba bastantes posibilidades de desplazamiento, aunque por fuerza tenías que volver a las cercanías del siguiente pueblo para poder seguir, porque una antigua zona industrial impedía el paso. Por el momento dejaría a los demás trabajando en la zona, esperando que sus presentimientos estuvieran en lo cierto y el caso terminara lo más pronto posible.


Mientras tanto, la camioneta donde iban Álvaro y Romina seguía detenida a un costado de la carretera, a prudente distancia del sector de la Iglesia.

—No debimos quedarnos aquí, el equipo de Armendáriz lleva diez minutos de adelanto.
—Calma.
—Ya veo lo que sucedió, mira, Segovia se refugia en la Iglesia o amenaza al cura, luego escapa, pero él ve hacia dónde va y por eso llama a la policía.
—Es probable.
—Esas camionetas —continuó Álvaro— son rápidas, nos vamos a perder la exclusiva, ahora mismo deben estar a un paso de atraparlo.
—Cálmate Álvaro por Dios —lo interrumpió ella firmemente—, pareces un niño. Escucha, Armendáriz siempre lleva la investigación personalmente, ¿no es así?

Él respiró profundo.

—Es cierto.
—Entonces las cosas cambian un poco; mira, esto es lo que creo: Segovia habla con el cura, y le dice algo importante, recuerda que los desequilibrados hablan en los momentos más inesperados.
—Romina, el secreto de confesión es un secreto, no lo pueden entregar; incluso recuerda ese caso en Escocia donde el sacerdote no pudo revelarlo y el asesino huyó finalmente.
—El punto no es el secreto, sino lo que puede significar. Imagina que el tipo habla algo, o da alguna pista de algo, y por eso es que Armendáriz se queda para investigar. Ahora te apuesto a que el gorilote va en otra dirección, de eso estoy segura.   

Él se revolvió el cabello.

—Está bien, de acuerdo, las cosas están pasando como tú dices. Entonces se supone que él va por la pista mayor.
—Así es colega —sonrió divertida—, así que por el momento sólo tenemos que esperar, y los resultados se verán después, ya vas a ver como ese gorila nos lleva al centro del caso.


3


La madrugada ya comenzaba en la lejanía de las montañas, con un aire frío que por fortuna no era tan fuerte como se lo habría esperado anteriormente. Víctor se vio obligado a detener el avance del furgón, exhausto después de horas continuas de viaje, cuando notó que ya no podía continuar manteniendo el curso del manejo. Deseaba descansar, pero en esos momentos era imposible.

—Cielos...

Faltaba poco más de veinte minutos para las cinco de la mañana, realmente en el volante se perdía la noción del tiempo, pero estaba muy cansado y con sueño.
Había mantenido las ventanas cerradas para evitar que el viento entrara, por lo que además se sentía sofocado; en medio de la relativa oscuridad salió rápido para disfrutar de un poco del viento de la madrugada, que se sentía refrescante en comparación con lo de antes, aunque desde luego que el sueño aún persistía, era como si el peligro y los enfrentamientos anteriores se hubieran convertido en sueño.

— ¿Y ahora qué hago?

Miró en todas direcciones, pero a donde quiera que mirara era lo mismo; ¿estaría avanzando realmente hacia el oriente como se lo había propuesto?

—Cálmate Víctor —siguió  hablando consigo mismo — vas en la dirección correcta, el Norte es en esa dirección, por lo tanto vas al Oriente. El único problema es que sigo sin ver nada.

Había tratado de seguir el mapa, según el cual desviándose hacia el oriente debería llegar a la siguiente zona poblada por una vía antigua, con lo que podría salir de la vista de todos.
A lo lejos, un poco hacia el norte, divisó una sombra en movimiento, y aguzó la vista para ver con más claridad. Parecía un auto, aunque no iba en su dirección, pero de todas maneras eso parecía preocupante. Por mayor preocupación, decidió apagar las luces del furgón, quedándose momentáneamente en la oscuridad, aunque esto no duraría mucho, muy pronto el día ya estaría sobre él y no podía seguir al descubierto.

—Dios, qué sueño tengo...

El viento frío de la madrugada lo había refrescado, pero aún no lo suficiente como para estar completamente despierto; de todos modos entró en el vehículo, donde en el asiento del copiloto Ariel dormía con una inusitada calma. Encendió el celular y conectó el dispositivo a internet; se sorprendió al ver que tenía señal, aunque era débil, pero le permitía navegar de todos modos. No había entrado a sus redes sociales y tampoco pensaba hacerlo, desde un principio supo que eso sería delatarse, aunque de todos modos no podía negar que sentía muchos deseos de saber qué era lo que estaba sucediendo en el resto del mundo. Pero tenía una dirección de correo electrónico, así que después de mucho titubear, optó por ingresar. Tenía decenas de correos electrónicos, increíblemente la menor parte eran publicidad, quizás unos cinco o seis. El resto era de remitentes anónimos, casi todos con asunto "Comunicar urgente" o "Solicitamos se comunique" Eran remitentes y mensajes aterradores, pero por ningún motivo iba a abrir ninguno de ellos, básicamente porque no quería angustiarse aún más. Cuando estaba a punto de cerrar el correo, un mensaje en particular llamó su atención, uno que era de Arturo.

—Un correo de Arturo...

Se le oprimió el corazón. Arturo, su mejor amigo, el mismo que sin saber lo había ayudado a salir de la ciudad, pero ¿acaso no estaría él también metido en problemas gracias a él? No había pensado en eso hasta el momento, pero de verdad, si lo estaban buscando a él, era muy probable que también hubieran hablado con Arturo y con quienes lo conocieran. Dudó un momento, pero al fin decidió abrirlo. El mensaje distaba bastante de ser lo que se había imaginado en los momentos previos.

"Víctor.
        Estoy devastado con la noticia que acabo de ver en las noticias. ¿Qué pasó, por qué desapareciste de esa forma? Viejo, no entiendo nada, no sé qué es lo que está pasando ¿Qué van a decir en tu trabajo? ¿Qué van a decir tus  amigos? Por favor, no importa lo que esté pasando, yo sé que puedes arreglarlo, solo tienes que volver y te ayudarán en lo que sea necesario. Los que te queremos vamos a estar contigo, te apoyaremos en todo, pero no desaparezcas, no hagas esto.”

Se quedó un momento releyendo el correo; era muy extraño, principalmente porque no era el tipo de escritura o la forma de hablar de Arturo. Parecía escrito por alguien más ¿sería eso posible? Ya estaba arrepintiéndose de haber leído el correo y de entrar al mismo en primer lugar, pero luego se calmó un poco. El correo era extraño, sí, pero no se comprometía a nada, era como...como si supiera que alguien más podía leerlo; claro, se trataba de eso, Arturo, donde estuviera, aún con sus mentiras y con todo lo que seguramente estaba pasando, aún estaba de su lado. Entonces recordó cuando estaban estudiando y se pasaban datos en los exámenes, escribiéndolos como si no significaran nada. ¡Eso era! estaba hablando en clave. Volvió a leer el correo, y comenzó a interpretarlo; lo primero relevante es que le estaba diciendo que no se comunicara con nadie, ni con sus amigos, por eso hacía esa pregunta, y luego hablaba sobre volver y mencionar que lo ayudarían, eso podía referirse a que ya era público que lo estaban buscando. Y, por último, al final hablaba en plural, sobre las personas que lo querían, pero no tenía sentido si antes le advertía que no hablara con nadie. A menos que no estuviera hablando de eso.

— ¿Que puede ser?

Se quedó mirando unos momentos más el correo, tratando de descifrar el mensaje, intentando entender lo que su amigo quería decirle, hasta que creyó comprender. Desaparezcas no era un término que Arturo usara habitualmente, menos incluso que el resto del correo, era lo más importante, era una petición, le pedía que se comunicara con él. ¿Pero cómo iba a comunicarse? No podía llamarlo, si estaba en lo cierto y lo estaban rastreando, no podía simplemente llamar, lo ubicarían de alguna manera. Pero internet no era tan sencillo de rastrear, por eso es que podía usarlo, al menos de momento. Entonces recordó que cuando estudiaban, usaban un sitio de internet para comunicarse, en una época donde las redes sociales aún estaban en pañales y era relativamente escaso el acceso. Rogando que su presentimiento fuera el correcto, ingresó al sitio, y se identificó; en su fuero interno sintió un estremecimiento, habían pasado años, pero aún recordaba el usuario, una palabra absurda como Máquina, y la clave terror, algo que no tenía sentido ahora mismo, aunque sí lo tenía en sus mentes en esa época, por lo que tenía sentido que se comunicara por ahí ya que no sería sencillo identificarlo. Para su sorpresa el usuario funcionaba, así que buscó el chat interno, y se encontró con un mensaje de Engrane, es decir Arturo.

— ¿Eres tú?
—Si —escribió rápidamente—, qué sorpresa.

Sentía un nudo en el estómago, hablar, aunque fuera por internet con Arturo era más fuerte de lo que podría haberse esperado.

—Creí que nunca ibas a escribir, estoy con los nervios de punta.
— ¿La policía ya habló contigo?
— ¿Crees que eso es necesario? —le preguntó el interlocutor— todo el mundo lo sabe, ya es noticia oficial, dime qué diablos fue lo que hiciste.
—No es lo que parece, de verdad, no estoy haciendo nada malo.

Durante unos angustiosos momentos no apareció ningún mensaje de regreso.

—No te estaría escribiendo si no creyera en ti.
—Gracias.
—Pero no es fácil creer en ti cuando me mentiste, saliste sin avisar, vendiste todas tus cosas y te robaste un bebé.

Al leer esas palabras sonaba muchísimo peor de lo que parecía, así que eso le daba al menos una dimensión de lo que estaba ocurriendo en el mundo exterior.

—Sé que parece extraño, pero no es nada malo. El bebé es mi hijo.
— ¿Qué?
—Es en serio, es hijo de ella y mío.
— ¿Y entonces por qué estás desaparecido? Si es tu hijo simplemente ve a la policía y di toda la verdad.

Dicho así parecía muy fácil.

—No puedo.
— ¿Por qué no?
—Porque la familia es de delincuentes, son una mafia, ya me llamaron para amenazarme.
—Pero con mayor razón ve a la policía.

Y estaría muerto o en la cárcel para el momento en que lo hiciera.

—Mira, no puedo, nadie me va a creer, tengo miedo, ellos me amenazaron, tienes que creerme.
—Te creo, pero no sé, se supone que la policía te ayude, ellos pueden probar que es tu hijo.
— ¿Pero cuando? No sé lo que me pueda pasar, podrían hacerme algo.

Otra vez el silencio. Claro, Arturo estaba midiendo los hechos, decidiendo si debía continuar o no.

— ¿Dónde estás?
—No puedo decírtelo.
— ¿Qué vas a hacer?
—Por ahora estar lejos de todo. Después voy a ver como consigo arreglar las cosas.
—Está bien, pero tienes que saber que la policía está buscándote, todos están pendientes.
—Necesito saber si estás conmigo.
— ¿Bromeas? Claro que sí, por algo soy tu amigo, si dices que es tu hijo lo es, solo necesito saber que vas a arreglarlo, que vas a aparecer y a decir toda la verdad.
—Lo haré.
—No vuelvas a entrar a éste sitio ni a tus redes, deben estar rastreándote.
— ¿Qué vas a hacer?
—Esperar a que la policía venga a buscarme, les diré que te fuiste y que no sé dónde estás.
—Gracias.
—No me lo agradezcas tanto, solo cuídate. Y vuelve.

Enseguida apareció desconectado. Por seguridad se desconectó también, con las letras de Arturo grabadas en la mente ¿Realmente las cosas se habían torcido tanto en el último tiempo? Pensar que podía ir a la policía era sencillo, pero esa voz amable amenazándolo le había dicho muchas cosas más de las que se escuchaban; de alguna manera sabía que si volvía, le quitarían a Ariel, y después de eso, lo que pasara con él en la cárcel era algo que solo se había imaginado por reportajes en la televisión, y era demasiado crudo como para exponerse.



 4



Armendáriz estaba detenido en su automóvil en medio de la nada, en medio de la noche y en medio de una serie de sentimientos que no se esperaba. En su carrera se había guiado exitosamente por su instinto, pero en esos momentos las cosas no estaban ocurriendo como se lo esperaba desde un principio, había algo mal.
Entonces recibió una llamada de Marianne, una de sus oficiales.

—Marianne.
—Señor, tengo algunas noticias.
— ¿Qué ocurrió?
—Estuvimos revisando la información de la gente cercana a Segovia, y hay un correo sospechoso, creo que es un mensaje en clave.
—No pierdan tiempo en descifrarlo, busquen a la persona que la envió y entrevístenla.

Cortó, pero de inmediato recibió otra llamada.

—Señor, soy Méndez.

Su corazón ni siquiera se agitó; sabía que no tendría buenas noticias.

— ¿Que hay?
—Ya estamos en la zona adonde se supone que tendría que estar Segovia. No hay rastros de él.
—Dejen dos puntos fijos y los demás regresen por la carretera, después los contacto.
—Está bien señor.

Cortó y se quedó mirando la carretera; tenía un presentimiento, algo que podía parecer tonto de su parte, pero de todas maneras estaba ahí, presente, dando vueltas en su mente. Segovia, como la mayoría de las personas, iría a través de la carretera hacia la siguiente zona poblada, o en su defecto iría por un desvío, es decir por donde mismo iba él, pero no estaba ahí, y parecía no estar en ninguna parte. ¿Qué pasaba con ese hombre, que había de él que no sabía y que ahora lo hacía desaparecer frente a sus ojos?

En ese momento el sueño amenazaba su cuerpo, pero no iba a dormirse, estaba entrenado para no dormir si era necesario, y se quedaría en la ruta, rastreando, porque sabía que estaba ahí, y no podía tardarse tanto en encontrarlo, solo tenía que ser más preciso, y todo terminaría.



Próximo capítulo: Huellas extraviadas