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No traiciones a las hienas Capítulo 5: Por un trozo de papel



En el comienzo de su tercera noche como merodeador nocturno, Steve no tuvo necesidad de utilizar el traje que Carnagge le había entregado; encontrarse con Marcus había resultado ser un beneficio inesperado, sobre todo porque significaba para él una de las tres cosas buenas que había vivido en su infancia en Gotham: Marcus era, al igual que él, una versión adulta que ya se proyectaba cuando ambos eran amigos. Desde jóvenes resultaba simpático ante la gente, era avasallador y se hacía dueño de la situación con toda facilidad; le llamó mucho la atención que tan solo un rato después de haberse encontrado parecía como si jamás hubiesen dejado de tener contacto. Fueron a comer a un restaurant chino propiedad de un antiguo amigo de su familia, y en donde el propio Marcus y Steve se sintieron como en casa, coqueteando además con la hermosa camarera que los había atendido; después de eso fueron hacia uno de los barrios nocturnos de Gotham, en donde pasaron un par de horas aparentando divertirse pero haciendo una serie de preguntas importantes. El hecho de ser parte del negocio hacía que  Marcus pudiera hablar con las personas indicadas y hacer las preguntas correctas sin llegar por ello a llamar la atención; con el paso del tiempo Steve notó que tras la máscara de amabilidad y diversión, su amigo estaba preocupado. Casi daban las 3 de la mañana cuando salieron de un centro nocturno y continuaron caminando de forma distendida, aunque hablando en voz baja.

—Hasta ahora lo que tenemos es lo siguiente: ese sujeto llamado El amuleto trabajaba para Kronenberg haciendo algunos negocios menores y asegurando que las calles estuvieran despejadas para que el viejo pudiera realizar cualquier tipo de tráfico sin molestias por parte de los vecinos.
—Es un buen punto de partida —dijo Steve Como si no supiera nada de eso.
—La sensación que tengo —dijo Marcus—, es que ese tipo al que le decían El amuleto era de la clase de sujeto que jamás se niega a querer ser alguien grande.
—No te entiendo.
—Mira, en la vida nocturna no hay muchas clases de personas —explicó el otro con tono ausente—, los que trabajan de noche son básicamente siempre los mismos: Primero estamos los tipos como yo que queremos hacer dinero y nos gusta divertirnos, también están los ambiciosos que jamás tienen suficiente, los que se prostituyen ya sean hombres o mujeres, como una forma de sacar provecho de lo que de todas maneras harían gratis, los que hacen su trabajo, que son los que menos duran en esto, y los que son mediocres pero no se dan cuenta de ello ¿te acuerdas cuando estábamos primaria ese sujeto insignificante que se llamaba Peter Danfish?
—Vagamente.
—Siempre andaba detrás de alguien que fuera más fuerte e inteligente y trataba de imitarlo o competir.
—El que cayó en la broma de los globos.
—Exacto. Estas personas son capaces de seguir órdenes, pueden ser muy meticulosos en el trabajo que les encargues, pero su problema es que siempre están tratando de hacer algo más allá; si les dices que corran un kilómetro tratarán de correr dos, pero no pueden hacerlo. Viven a punta de frustraciones, siempre conformándose con lo que les queda o lo que les dejan, porque no importa cuánto tratan de demostrarse a sí mismos o a los demás, jamás aceptan que no pueden.

Steve había conocido algunas personas así en la universidad y también en el tiempo en que había estado trabajando para la compañía: ejecutivos que procuraban vestirse lo mejor posible, rendir de la mejor manera, pero que a la hora de presentar proyectos o ideas nuevas no tenían mucho que ofrecer y lo disfrazaban con tecnicismos y florituras que se desarmaban después de escarbar tan sólo un poco. Siempre terminaban siendo bastante patéticos, pero nunca le habían parecido amenazantes.

—Eso es porque tú no te desenvuelves en el mismo mundo que yo —comentó su amigo restándole importancia al asunto—, en tu ambiente un sujeto frustrado puede tratar de hacer un negocio y tener una idea que ya se le ocurrió a alguien 20 años atrás, pero en mi mundo las cosas pueden ser más extremas; un amigo tuvo un problema con un sujeto como ese, el tipo era un buen guardia pero insistía en ser jefe de seguridad aunque no tenía cerebro para hacerlo, el resultado es que un día que mi amigo se ausentó el tipo ideó un plan para librarse del jefe y quedarse a cargo. Durante la jornada se le pasaron unas adolescentes y justo ese día apareció un oficial de policía: les cursaron una multa, y este hombre en vez de asumir la culpa, quiso inventar una serie de excusas y al final se fue en contra del jefe de seguridad oficial.

Era sorprendente como todo eso coincidía con lo que Carnagge le había dicho acerca de ese hombre; por suerte la información más relevante al respecto era lo primero que había averiguado.

—Entonces crees que lo mataron por eso.
—Es obvio que lo mataron por eso —replicó el otro—. Pero lo importante es que sabemos ya con cuántas personas trabajaba, si este tipo es responsable de la agresión a tu padre lo más probable es que sea porque quiso hacerse cargo el mismo de las tareas de vigilancia o chantaje, no lo sé, dijiste que tu padre no había hecho la denuncia.
—No claro que no.
—Teniendo la empresa de la que me hablaste, lo que se me ocurre es que tal como lo supusiste, el ataque no fue casual; tal vez tu padre los descubrió en algo y este sujeto, en vez de ofrecerle dinero o amenazarlo lo atacó de inmediato.
—Disculpa pero no entiendo cómo es que eso se relaciona con su muerte.
—Fue un estúpido hombre —replicó el otro—; cuando los delincuentes quieren mantener alguna zona despejada no quieren llamar la atención. No todos son El Joker. Si de pronto alguien comete un ataque de esa magnitud la policía puede comenzar a rondar por ahí, quizás simplemente el sujeto estaba haciendo algo que no correspondía a su trabajo y alguno de sus subordinados decidió aprovechar la circunstancia para decirle a Kronenberg que estaba fuera de control, espera.

Se interrumpió un momento para contestar una llamada; Steve no podía estar más agradecido de la información que estaba consiguiendo ahí, tal vez podría lograr muy pronto encontrar a los secuaces fugitivos.

— ¿Recuerdas a la pelirroja del bar El muérdago? —dijo Marcos guardando el celular en su chaqueta—, creo que tiene información para mí.
—Excelente.
—Sí, pero sabes… creo que voy a poder convencerla mejor solo.

Ambos se rieron ante el mensaje implícito en esas palabras.

—Está bien, yo entiendo —comentó Steve—, no sabes cuánto te agradezco que te sacrifiques por mí.

El otro comenzó a alejarse con una gran sonrisa.

— ¿Para que están los amigos? Te llamo en la mañana.

Steve continuó su camino solo y le divirtió pensar que estaba muy cerca de una zona en la que se había divertido mucho cuando niño; instado por esta idea y la perspectiva de conseguir más información gracias a Marcus, se animó a pasar por una de las escasas zonas de Gotham que le traían buenos recuerdos. Unos minutos más tarde se encontraba en una plaza oculta entre dos edificios de oficinas y la parte trasera de una de las dependencias de la biblioteca pública: se trataba de una plazuela minúscula, con una pequeña fuente de piedra en desuso en el centro, un camino circular de piedra y arbustos alrededor, y un solitario columpio pendiendo de un par de postes metálicos.

—Miranda.

Durante un momento no pudo salir de su asombro; había empezado a refrescar esa madrugada pero no hacía frío, cuando se dio cuenta de que la mujer que estaba sentada sobre el columpio, meciéndose de forma muy leve era alguien a quien conocía. Su postura sobre el columpio era desganada, tan inapropiada para ese lugar como estar muy abrigada cuando esa noche no hacía frío. Le sorprendió muchísimo también ver que casi no había cambiado en los últimos años. Al escuchar su nombre, la mujer levantó la vista; su expresión era una extraña mezcla de melancolía e intranquilidad, y a él le dio la inexplicable sensación de que ella llevaba mucho tiempo ahí.

—Steve Maori —dijo ella sin moverse de su lugar—, debo sentirme honrada de que me recuerdes.

Ese saludo fue un disparo hacia su buen estado de ánimo. Miranda era uno de sus escasos buenos recuerdos de la infancia en Gotham; viéndolo en retrospectiva resultaba extraño que alguien como él se hubiera fijado en la muchacha común y no en una de las populares, pero lo cierto era que ante sus ojos, ella era fuerte y decidida, una joven que no se dejaba intimidar por nadie y que al mismo tiempo podía ver en alguien como él las cosas que el resto se esforzaban en ignorar. No habían conversado mucho, sin embargo recordaba con especial intensidad una discusión que habían tenido luego de que él le gastara una broma a uno de los debiluchos del curso: la muchacha no había hecho un escándalo ni se había arrojado a llorar, sino que lo confrontó con argumentos y con decisión. Cuando al final él se aburrió de la discusión se había apartado, pero la siguió hasta esa plaza, en dónde la había visto mecerse en el columpio con tal libertad y alegría que en vez de servirle como una excusa para burlarse, lo había impresionado por su fuerza  y capacidad de vivir a su manera.

—También me da gusto verte.

Ella lo miró de una forma enigmática.

— ¿Qué haces aquí? Siempre tuve la impresión de que jamás volverías a Gotham.

Al menos no se iba a producir un incómodo silencio.

— ¿Y qué me dices de ti? —replicó él con una sonrisa encantadora—, según recuerdo ibas a ser algo así como un doctorado en ciencias forenses o algo para lo que se requería muchísimo cerebro y que por supuesto te iba a obligar a salir de esta ciudad.

La mujer no respondió durante unos momentos, mientras su vista permanecía perdida entre un punto indeterminado, entre él y el cielo.

—Sí bueno, lo cierto es que no estoy viviendo en esta ciudad.
—Entonces tenemos algo en común ¿estás de paseo?
—Tú pareces estar de paseo, por lo visto tu noche ha sido muy agitada.

Steve soltó una risa cristalina.

—He estado deambulando por algunos bares durante la noche, pero lo mejor que he visto hasta ahora está frente a mis ojos.

Miranda se puso de pie resueltamente y lo enfrentó.

—No es gracioso, no soy una chica común de las que seguramente estás acostumbrado a conocer.

Siempre esa intensidad, esa tenacidad para expresarse, nunca permitir que alguien la dejara de menos.

—Miranda, no quiero discutir —comentó con su sonrisa más sincera—, nunca fuimos enemigos en la primaria y eres uno de los mejores recuerdos que tengo de mi época aquí; no estoy tratando de seducirte, no hables como si supieras todo de mí.

En ese momento fue ella quién soltó una risita, pero en su caso fue algo con un toque más sarcástico.

—Steve las personas no cambian, sólo crecen; la última vez que nos vimos en la secundaria teníamos 14 años y desde entonces ya estabas acostumbrado a ser el chico guapo y popular, el que iba a estudiar en las universidades más costosas y tener un empleo de vanguardia; el que iba a estar rodeado de supermodelos en su gran departamento, y tú lo acabas de decir, yo quería estudiar en un campo de la ciencia, algo que fuera un desafío a mi intelecto y mi capacidad de desarrollo, siempre lo supe y quizás por eso es que de alguna manera te enfrenté.

Las hojas de los arbustos en esa plaza no se veían tan verdes y lozanas como en esos años; algo se había perdido para siempre entre ellos, tal vez la capacidad de ignorar las cosas que los hacían diferentes.

—Está bien, lo admito. Lo que no puedo comprender es esa actitud de constante rechazo, siendo tú y yo tenemos muchas cosas en común; desde que éramos adolescentes supe que ambos ambicionábamos el éxito, que no queríamos conformarnos con algo mediocre ni con la única esperanza que quedara.
—No es el qué, es el cómo —respondió ella—. Tú eres del tipo de hombre que quiere salir adelante sin importarle el resto, mientras que yo… a veces me siento tan estúpida hablando estas cosas.

Sucedió un silencio extraño e incómodo entre ambos; parecía increíble que una discusión de hace 10 años pudiese continuar casi desde el mismo punto en donde había sido dejada; procurando no alterarse, el hombre se encogió ligeramente de hombros y habló en voz más baja, mirándola a los ojos.

—Desde que éramos niños y nos conocimos en la primaria, siempre admiré tu fuerza y la forma en que enfrentabas las cosas, por eso es que te respeté. Incluso en esa discusión que tuvimos fui sincero contigo; nunca te olvidé.

—Tampoco yo olvidé lo que sucedió —replicó ella con tono ausente—. Ahora dime qué es lo que haces ¿te encuentras con una ex compañera de estudios y quieres resolver una discusión infantil de hace más de 10 años?

Steve sintió que era el momento preciso para decir lo que había estado ocultando.

—No, lo que estoy haciendo es… escucha, vine a Gotham porque mis padres están pasando por una situación muy difícil.

La mirada de la mujer se fijó en la de él, incrédula.

—Tu madre siempre dijo que habías ido a estudiar a Atlanta, y que te comunicadas con ellos y les mandabas postales. No me preguntes por qué, pero nunca le creí; en esos años estabas tan enojado Y de cierta manera tenías tantas ganas de salir de esta ciudad que pensé que te habías largado para nunca volver.
—Eso fue lo que hice —respondió él—, mis padres no quisieron apoyarme en mis sueños, así que salí de aquí para cumplirlos solo. Pero al final hay cosas de las que siempre te acuerdas.

Después de una pausa, ella concedió algo de verdad en sus palabras y asintió, regalándole una media sonrisa.

—Quisiera pensar que me equivoqué contigo, que toda esa apariencia y esas formas avasalladoras que tienes no es el real. No sé por qué te estoy diciendo esto.
—Por la misma razón que yo estoy hablando contigo, escucha, todo esto es muy extraño y acabamos de encontrarnos por accidente ¿Qué te parece si nos vemos de nuevo mañana, con la mente despejada y hablamos de lo que hemos hecho en estos años? estoy seguro de que podemos llegar a entendernos.
—Sí. Supongo que podemos intentarlo.

Acordaron encontrarse la tarde siguiente en el restaurant El retorno; Steve se fue a la casa con una agradable sensación entre manos, de pronto había acariciado la idea de salir de esa ciudad con el capital que le pertenecía, y además con la compañía de una mujer que no fuera como cualquier otra. De alguna manera sintió que desde siempre habían tenido en común un deseo de superación distinto al resto, sólo que ella se detenía a sí misma por absurdos preceptos morales.
Después de dormir algunas horas se dio una ducha y dedicó algo de tiempo  a analizar la nota que habían dejado en la casa el día anterior; mientras su padre siguiera inconsciente no podía resolver ni conocer más información desde ese lado, pero esa nota tenía que servirle de algo.
Se comunicó con Doug, el muchacho a quien pretendía utilizar para conseguir información, y se reunió con él a la hora de almuerzo en un restaurante de comida rápida. Decirle que escogiera lo que quisiera fue como abrir las puertas del cielo, y los primeros 15 minutos fueron en silencio hasta que el joven se cansó de comer a toda velocidad y Steve pudo conversar con él; lo que tenía sobre El amuleto era aproximadamente lo mismo que él sabía y que había averiguado Marcus.

— ¿Sabes algo? todo esto está delicioso —dijo el muchacho tomando otros sorbo de gaseosa—, pero no he averiguado nada más que lo que te dije.
—De todas maneras necesito que sigas averiguando lo que puedas de la vida de ese tipo.
—No es que tenga mucha vida como para poder preguntar ¿o sí?

El muchacho siguió riendo de su chiste, mientras Steve se preguntaba si sería bueno seguir esa vía de investigación cuando a través de su amigo y sin necesidad de pagar por ello podía averiguar también muchas cosas.

—Espera, hay algo que se me había pasado por alto.
— ¿De qué se trata?
—Me dijiste que querías saber cosas sobre la vida de este tipo ¿no es así? Pues cuando descubrí que estaba muerto me puse a pensar en que no había mucho más que pudieras hacer, pero a ustedes los escritores les gustan las historias sórdidas ¿verdad?
—Continúa.
—Pues mira, fui a hacer algunas averiguaciones, me metí en la morgue y descubrí algo que puede ser interesante.
—No le des más vueltas y dime de qué se trata.
—Está bien, está bien. Mira, conseguí ganarme la confianza de una persona que trabaja en el depósito de desechos de la morgue, y entre una cosa y otra me dijo que habían recibido un caso muy particular, un ahogado ¿sabes? Y me dijo que a ese ahogado le decían El amuleto, que era un delincuente y parece que cuando se enteran en la policía celebran cuando muere uno de ellos.

Resultaba un poco interesante que el muchacho pudiera investigar asuntos ocurridos en la morgue, pero como de todas maneras él ya sabía de qué forma había muerto el delincuente, eso no le prestaba utilidad.

—Resulta que no era un ahogado común ¿sabes? Se había muerto y todo, pero estaba congelado.
— ¿Qué quieres decir?
—Pues que no estaba simplemente helado por el agua; dicen que lo encontraron en un canal o en el lecho de un río, y que toda esa zona estaba congelada, el cuerpo era una paleta.

Steve se quedó sin palabras; si El amuleto había sido encontrado muerto un día después de la golpiza que su grupo le había dado a su padre, todavía existía la posibilidad de que estuviera al mando en ese atentado. Sin embargo, si hubiese sido congelado, hacía que todos los otros hechos inconexos tuvieran sentido: el trozo de papel dejado dentro de su casa, el perro muerto afuera de esta misma, el ataque a su padre y la propia muerte de El amuleto habían sido perpetrados por la misma persona, por eso es que parecía tan extraño que alguien mediocre y sin talento como él estuviste detrás de cualquier parte de esa maquinación. En este momento Steve comprendió que alguien más había utilizado a El amuleto, su conexión con Kronenberg y a su padre en su propio beneficio, es decir el delator no era algo tan simple como eso, era la mente escondida detrás de una trama mucho más compleja, y esa persona oculta aún entre las sombras todavía estaba consciente del peligro y se esforzaba por eliminar cualquier prueba posible.

—Escucha, lo que has conseguido hasta ahora es muy interesante y me va a servir para mi libro, pero yo también estuve haciendo mis averiguaciones y descubrí que ese tipo trabajaba con seis personas ¿crees que podrías averiguar quiénes son y dónde están?
—Sí, creo que sí.
—Entonces hazlo —dejó unos billetes sobre la mesa—, como puedes ver cumplo mis promesas, sigue investigando y verás más de estos.

Por la noche Steve fue al restaurant en donde había acordado encontrarse con Miranda. Por un momento tuvo la sensación de que no iba a llegar, sin embargo apareció en el recinto; Steve había ido preparado para la ocasión vistiendo un traje negro semi formal sin corbata, con una camisa de color púrpura bajo el saco. Ella entró a paso lento, buscándolo con la mirada perdida; nunca había sido especialmente voluptuosa, pero el vestido que llevaba en esos momentos, largo, con mangas largas, y escote cerrado de color negro con destellos resaltaba una delicada figura. Su cabello largo estaba recogido en un moño a la altura de la nuca, dejando el rostro despejado; se dio cuenta de que llevaba muy poco maquillaje, dando un poco de color oscuro a los párpados y un rojo pálido en los labios En los instantes previos a el encuentro de las miradas ella parecía desorientada o triste.

—Hola —dijo el acercándose a paso lento—, escucha, lamento que nos hayamos encontrado de esa manera ayer; durante estos años pensé muchas veces en que al volver a vernos sería distinto.
—Está bien. Supongo que es parte de nuestra naturaleza.

Mientras caminaban hacia la mesa que él había reservado, un hombre mayor vestido de forma muy elegante se acercó a saludarla.

—Miranda, qué gusto verte.
—Coronel Keyton siempre es un placer.

El hombre mayor de cabello cano soltó una risa que sonó casi como un bufido.

—Por favor niña, ya no soy un coronel a estas alturas, lo fui en el tiempo de tu abuelo.
—Lo siento —replicó ella sonriendo—, debe ser la fuerza de la costumbre.
—Sí, dicen que lo que nos enseñan las fuerzas armadas nunca se olvida.

¿Fuerzas armadas?

— ¿Quién es?
—Steve Maori, es un amigo. Te presento a un gran amigo de mi familia el señor Terence Keyton.

Se saludaron de manera formal mientras la mente de Steve trabajaba a toda velocidad.

—Supongo que debes estar muy contenta de tener algo de tiempo fuera de Afganistán, para visitar a tu familia y compartir con amigos.

Miranda se vio incómoda ante la declaración del hombre mayor, sin embargo se repuso en una milésima de segundo y asintió con sencillez.

—Sí, creo que sí; además siempre es un gusto ver que goza de tan buena salud.
—Eso es verdad, aún no me muero.

El hombre se despidió y salió del restaurante; las miradas de Steve y Miranda se cruzaron. Entonces ella estaba de visita de regreso en su hogar después de haber estado en Misión como parte del ejército. Dada la situación bélica en ese lado del mundo, era imposible que una científica hubiese estado allí.

—Así que eres un soldado.
—Escucha, yo…
—Supongo que no vas a creer —intervino con una gran sonrisa— que yo soy de la clase de hombre que se intimida ante una mujer que sabe manejar armas y ese tipo de cosas.
—No esperaba que lo supieras.
— ¿Por qué? No es alguna clase de Misión secreta ¿O sí?

La voz de ella lo negó, pero su actitud corporal lo negaba a pesar de que la joven quisiera evitarlo; era una soldado, no una científica, o quizás era ambos y estaba en Gotham por una misión.
Oh por Dios.
La forma en la que estaba vestida la madrugada anterior le había parecido extraña porque no hacía frío. El vestido que llevaba en esos momentos era elegante, pero tenía algo en común con esa tenida casual: llevaba cubierto el pecho y los brazos.
Oh por Dios.

—Miranda…

Se acercó a ella y puso su mano en el brazo izquierdo, aplicando un poco de presión; ella se retiró, conteniendo una queja.
Oh por Dios.
No tenía frío en la madrugada, ni estaba usando ese vestido con mangas por casualidad, sino porque estaba cubriendo las heridas. Debió haber reconocido el suéter oscuro con cuello de tortuga que ella llevaba la madrugada anterior, debió suponer que una mujer de contextura delgada y no muy voluptuosa, con la cabeza y cara tapadas y ropa deportiva podría pasar por un hombre delgado. Debió reconocer los elegantes movimientos como los de una mujer que usaba la destreza en lugar de la fuerza bruta. Debió recordar que en primaria ella era por mucho la más destacada en todas las artes físicas de destreza.
¿Entonces eso significa que cuando vuelva a salir con el rostro cubierto, volveremos a pelear?

2

La salida que hizo esa noche fue en cierto modo un desafío; necesitaba encontrarse de nuevo con el adversario de esa pelea, necesitaba saber si la mujer con la que había tenido una cena desastrosa poco antes era la misma que también se cubría el rostro para enfrentar a desconocidos. Después de llegar a las conclusiones a su encuentro con Miranda, no había logrado concentrarse, y ella misma no se mostró interesada, y en todo momento ausente y cabizbaja ¿sabría en realidad quién era él?
Todo era una maraña en esos momentos ¿cómo podía adivinar algo como eso? Se sentía traicionado, con ganas de tomar a esa mujer por los hombros y exigirle que le dijera la verdad, que le explicara por qué lo había seguido esa noche, por qué la pelea, y qué era lo que quería lograr o demostrarse. Como si fuera un llamado, después de deambular por calles y tejados durante un par de horas, se encontró a cierta distancia con unos traficantes que se repartían el botín de algún desgraciado, y decidió intervenir para ver si tentaba a la suerte.

—Pero miren quién está aquí, parece que hay otro loco justiciero en esta maldita ciudad —exclamó uno de ellos sacando del cinto del pantalón un cuchillo—. ¿Qué es lo que haces tú, arrojas mariposas?

Steve no estaba de ánimos para escuchar comentarios sarcásticos, de modo que se lanzó con todo en contra de los tres sujetos. Derribó a uno de ellos con una patada, empujó al segundo y se dedicó por un momento al bocón del cuchillo; confirmó las cualidades del traje cuando un corte resbaló en el brazo, y aprovechó la cercanía para arrojarse con toda su fuerza contra él; cayeron enzarzados en una pelea cuerpo a cuerpo, donde la defensa física le daba la ventaja a Steve. Uno de los otros asestó una patada en la parte trasera de la cabeza, y aunque no causó mayor daño, dio tiempo suficiente para que el que estaba bajo él lo empujara contra la pared del edificio contiguo; el impacto lo llenó de adrenalina, se levantó y con un giro se puso de pie, adoptando posición de boxeo, con la que pudo deshacerse de forma eficiente de uno, y luego del otro. Con los tres tipos en el suelo, se tomó un momento para absorber la adrenalina y llenarse de ella, como si de una droga se tratase. Levantó la vista al cielo, y vio una sombra pasar.
Era una nave, pequeña y veloz, que como una ráfaga de silencio había pasado sobre los edificios.

— ¿Acaso al fin te encontré, murciélago?



Próximo capítulo: El sonido de una explosión

No traiciones a las hienas Capítulo 4: Una forma distinta de buscar



Gotham. Cercanías de instalaciones de Waynetech.

Steve había terminado de guardar los guantes y el gorro pasamontañas en uno de los bolsillos laterales del pantalón cuando vio el rostro de mirada aguda y vivaz, con una media sonrisa dibujada en los labios.

—Rayos.

El muchacho comenzó a correr de inmediato en cuanto entendió lo que estaba sucediendo, y Steve se vio obligado a empezar a correr detrás de él; lo que menos necesitaba en ese momento era más actividad física, pero obligó a sus músculos a responder y seguirle el paso. El otro hizo algunas fintas entre los árboles y creyó haberlo burlado, pero Steve fue más astuto y lo alcanzó, aprisionándolo contra un árbol.

— ¿Adónde Ibas con tanta prisa?
—Tranquilo, sólo pensaba darte un poco de espacio chico enmascarado.

Steve hizo más presión.

—Me viste y saliste disparado ¿qué es lo que pretendías hacer, ir con la policía?
—No es necesario que te alarmes. Ya te dije que sólo quería darte espacio, no tengo interés en lo que estás haciendo, nunca lo tengo con nadie.

En ese momento el hombre se dio cuenta de lo que su paranoia había hecho en un momento como ese; estaba tan concentrado en pasar desapercibido y mantener sus trabajos nocturnos escondidos, que no se había puesto a pensar en que a algunas personas podría simplemente no importarle. Sólo en ese instante se fijó en que el muchacho era un mendigo o algo parecido a una persona sin hogar: no estaba andrajoso ni sucio, sin embargo la ropa era evidentemente antigua y estaba desgastada; reconoció en la polera un texto que había sido muy famoso 20 años atrás, escrito en unos caracteres muy llamativos decía “Esto no es la época dorada” La imagen de la mano con el anillo se había desvanecido por completo.

—Vives en este parque.

El muchacho lo miró fijo de reojo, decidiendo si debía reconocer que vivía en la calle o intentar alguna típica mentira. La decisión de los ojos de quien lo tenía aprisionado lo convenció de hablar.

—No vivo en ninguna parte ¿de acuerdo? ¿quieres soltarme?
—No hasta que me digas por qué saliste corriendo de esa forma.
—Tú me perseguiste.
—No hagas juegos de palabras; responde.
—Está bien ¡está bien! Es obvio que en esta ciudad las cosas están muy difíciles últimamente, con todos esos locos sueltos armados, nunca sabes si el próximo que trae una máscara puede ser un psicópata. Así que yo sólo trato de mantenerme a salvo, escucha, en serio tengo muy mala memoria, en cinco minutos no recordaré haberte visto.

No, no es así, pensó Steve. Soy un hombre atractivo, tengo el cabello y los ojos claros, pero mis rasgos son fuertes, transmito inteligencia y decisión, no es sencillo que mi rostro pase inadvertido. Pero el tuyo sí. Has vivido tanto tiempo en la calle que has conseguido mimetizarse con todo a tu alrededor, eres una de esas personas a las que uno le arroja una moneda al pasar, uno de esos a los que le hace el quite cuando huelen mal, pero a los que les pagan una miseria por cortar tu pasto o ayudarte a cargar unas cajas en la mudanza.

Soltó al muchacho y quedó viéndolo detenidamente.

— ¿Qué edad tienes?
— ¿Por qué lo preguntas?

Sin embargo no se movió de allí, su mente inteligente y vivaz estaba analizando la posibilidad de sacar algún provecho, y al mismo tiempo de encontrar una buena opción para correr.

—Necesito a alguien que trabaje para mí.

El chico se apartó haciendo gestos con las manos, aunque aún sin alejarse del todo.

—No, no, escucha, no soy de esos, puedo recomendarte algunos lugares si es que no eres de esta ciudad.
—No necesito que me recomiendes ningún lugar —replicó—, lo que quiero ofrecerte es un trabajo honrado.
—No te entiendo.

No podía decirle sus verdaderas intenciones porque eso pondría de manifiesto el peligro; sin embargo, que el muchacho pensara que no era de ahí podía servirle mucho.

—Soy escritor, mi apellido es Broome, vine a esta ciudad a nutrirme de material para mi próxima novela.
— ¿Y qué tiene que ver el gorro y todo eso?

Steve lo miró con las cejas alzadas, condescendiente.

—Es una novela sobre las vidas de las personas comunes y corrientes cuando están en peligro por culpa del crimen en esta ciudad; necesito estar en lugares y situaciones, todas esas cosas que no salen en la prensa; estuve haciendo un recorrido durante la noche, poniéndome en el papel de un delincuente que se escabulle por las calles, pero no conozco bien la ciudad y estoy seguro de que tú conoces cada rincón y a mucha gente.

La mentira sonaba muy convincente. Gotham había salido mencionada en distintas obras tanto de novelistas como de sociólogos; el muchacho sopesó las palabras un instante.

—Quieres que te muestre lugares o te presente personas.
—No, quiero que me ayudes hacer una sombra en esta ciudad, para poder ver lo que hace la gente. ¿Acaso nunca te ha pasado que sientes que todos a tu alrededor pasan junto a ti y sin poder verte?
—Todo el tiempo.
—Pues puedes usar eso en nuestro beneficio —continuó con un destello en los ojos—, podemos reírnos de sus patéticas vidas mientras me ayudas a recolectar material, y además te pagaré.
— ¿Cuánto?
—No te pongas tan ansioso, primero veamos qué es lo que podemos encontrar ¿Qué te parece si nos juntamos esta noche aquí? te daré un celular para que podamos estar comunicados.

La oferta de dinero, diversión y un objeto material dio el resultado que Steve esperaba, y el muchacho se animó con la promesa de volver a encontrarse dentro de algunas horas; emprendió el camino de regreso a la casa, cansado y adolorido pero con una interesante expectativa de lo que podía lograr a través de él. Cuando se encontraba en la calle correspondiente a la casa de sus padres, escuchó una voz que lo inquietó.

—Steve querido.

Cuando la vio salir de una de las casas la reconoció de inmediato, y se sorprendió de ver que casi no había cambiado en los últimos años. Baja, regordeta, de piel blanca siempre maquillada como una ama de casa conservadora y con el cabello rubio con ondas hasta arriba de los hombros, enfundada en un traje dos piezas digno de un comercial, Samantha Miscoe era vecina de sus padres por algunas casas de diferencia, era una chismosa entrometida; se le pasó por la mente evitarla, pero de inmediato pensó que tal vez no sería tan mala idea hablar un poco con ella.

—Señora Miscoe.
—Steve querido, supe que a tu padre lo internaron otra vez, debes estar destrozado.

En 48 horas ya estaba enterada de bastante.

—Sí, las cosas han sido difíciles.
—Me lo imagino —dijo ella compungida—, y además suceder algo como esto justo ahora, es lamentable.
— ¿Lo dice por la depresión de mi madre?
—Sí, no, bueno, ya sabes que todo fue muy complejo cuando tu padre tomó esa decisión ¿verdad?

Estaba sucediendo algo que desconocía, así que decidió actuar con cautela.

—La verdad es —dijo con tono confidencial—, que nunca supe que las cosas hubieran llegado hasta ese punto.
La mujer hizo un ademán con las manos, como para restarle importancia al asunto.

—Desde luego querido, es lo que los padres hacemos siempre para evitar las complicaciones a nuestros hijos. Supongo que al final todos somos un poco sobreprotectores ¿no es así? —Por suerte prosiguió sin esperar a que él dijera algo— Si no fuera por esta contingencia, estoy segura de que nunca te habrías enterado; cuando tu padre tomó la decisión varios meses atrás de liquidar la empresa, tu madre no estuvo de acuerdo y estaba muy alterada, decía que iba a ser la ruina para la familia. La verdad es que me sorprendió, porque Dana nunca ha sido así, es decir siempre ha parecido tan mesurada y tranquila.
—Nunca me dijeron nada de eso.
—No claro que no —repuso ella—, y sabes que en cierto modo los entiendo: Tú estudiando en Atlanta con todas esas responsabilidades y sabiendo que eras el futuro de la familia, que tus padres habían depositado sus ahorros y sus esperanzas en ti ¿qué objetivo habría tenido decírtelo? No, no lo hizo, sólo habría servido para desmoralizarte y poner en riesgo lo que habías hecho. Dana me contó que tuviste que hacer un esfuerzo enorme para conseguir la beca, y lo cierto es que ganar un beneficio como ese de una subsidiaria de Lexcorp no es algo que escuchas todos los días.

Mientras escuchaba con atención cada palabra, Steve entendió que su madre había inventado una historia para explicar su ausencia desde que era adolescente, y todo indicaba que había construido todo de manera que pareciera que habían estado en contacto durante todo este tiempo.

—Entonces le dije —continuó ella— que se estaba preocupando demasiado, y que ya era hora de que ambos se tomaran en la vida con más calma, tu padre quería regalarte el automóvil como premio por tu excelente desempeño y desde luego que iba a quedar un fondo para ellos, y podrían invertir; le dije a tu madre que disfrutara la vida, pero no había caso, insistía que no era una buena idea y que no estaba de acuerdo con tu padre, así que no me extrañó cuando ella entró en depresión después que ese sujeto los estafara con el dinero de la empresa y todo el asunto de la inversión; y ahora asaltan a tu padre y sufre esas heridas.

Lo miró en cierto modo anhelante por escuchar una réplica a su preocupación por el asunto; entonces su madre había mantenido la ilusión de una familia perfecta aún en su ausencia, había aprovechado que no estaba ahí para desmentirla, para seguir durante diez años con la mentira, logrando con ello que el mundo a su alrededor sintiera que todo coincidía a la perfección. Un momento.

—Lo cierto es… que sólo puedo decirle que estamos luchando para salir de esta situación, y que yo en persona estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
—Sabía que no decepcionarías en una situación adversa —dijo ella sonriendo—. Recuerda que puedes contar conmigo.

Se deshizo de ella con la mayor elegancia posible y entró a la casa caminando rápido, con el corazón oprimido en el pecho ¿Cómo podía haber pasado por alto un dato como ese?
Su encuentro con el acupunturista había sido muy poco después de su llegada a la ciudad, y Carnagge le dijo que El amuleto estaba muerto, cosa que él mismo había podido confirmar luego de cierta investigación a través de los obituarios y los reportes de la policía. El amuleto había muerto aproximadamente un día después de la golpiza que había sufrido su padre, es decir antes de la llegada del propio Steve a Gotham, lo que quería decir que el perro muerto con la advertencia escrita en sangre no podía haber sido dejado por él. Con la cabeza dando vueltas por la información, algo en la sala se abrió pasó en su mente y lo hizo ver con claridad.
Alguien había entrado en la casa en su ausencia.
Sobre la mesa de Centro había un post it de color naranja, pequeño como un billete doblado de un dólar, escrito con la misma caligrafía elegante y bien definida con que de manera macabra habían plasmado en letras con sangre en el dorso del animal muerto; el texto otra vez decía algo que era importante resumido en pocas palabras.

“Me pregunto si a tu padre le habrá impresionado la visita.

—Oh por Dios…

De pronto entendió qué es lo que había escapado a su control desde aquel momento; la persona que había delatado a El amuleto se había puesto en acción casi de manera simultánea a los hechos perpetrados por este mismo contra su padre. Había plantado la amenaza sin saber lo que estaba sucediendo, intentando protegerse luego de entregar a quien de manera posterior terminaría flotando en el río.

—Eso significa que —dijo en voz alta, tratando de convencerse de la sencillez del hecho y su estupidez al pasarlo por alto— la persona a la que estoy buscando es… quién delató a El amuleto con Kronenberg es… alguien a quien mi padre conoce…

Y la nota le daba a entender con toda claridad que había ido a hacerle una visita a la urgencia donde se encontraba internado.

2

Para el momento en que llegó a la urgencia, comprobó que su temor era fundado pero, por demás, inútil. Le confirmaron que su padre había despertado durante la noche y parecía estar en recuperación, pero de manera posterior, al alba, había empeorado y, debido a lo delicado de su estado, se vieron obligados a someterlos a un tratamiento sedante que lo mantendría fuera de este mundo al menos por 48 horas más.
La pregunta que tendría que haberle hecho desde el principio era quién lo estaba amenazando, no con quién había hecho el trato.
“No me hagas recordar sus colmillos en mi garganta”
¿Ahora cómo iba a saber de quién hablaba?
Había supuesto que se trataba de la banda del amuleto, pero ¿Qué tal si después de intentar oponerse a los criminales, hubiera descubierto la traición? ¿Qué tal si esa persona hubiera acordado con él entregar al delincuente a cambio de silencio y compartir las ganancias, y ante  la posibilidad de perder todo se viese obligado a ceder? Carnagge le había dicho lo que sabía y que de manera muy probable era la verdad, que El amuleto había abarcado más de lo que era capaz de controlar, pero eso no significaba que los acontecimientos estuvieran conectados de la manera en que él había creído.

—Maldición.
El traidor no estaba en la mira de los delincuentes más grandes, pero igual quería protegerse, amenazando a su padre, y ahora a él; eso significaba que sabía que estaba involucrado, pero no daba por sentado que conociera de su alter ego. Alguien caminaba cerca de él y trataba de observarlo, era un riesgo, pero a la vez, la oportunidad de atraparlo, sólo tenía que ser más inteligente que él.
Por la tarde se encontró con el muchacho, quien miró con aparente desinterés el celular que este le entregó.

—No está mal.
—No es para que juegues con él, sino para que estemos comunicados —le dijo cortante—, escucha, hay una historia que me ha llamado mucho la atención y quiero que investigues acerca de ella, es sobre un sujeto al que le dicen El amuleto.

El muchacho meneó la cabeza, pensativo.

—Su nombre no me suena de nada.
—Es un don nadie —explicó Steve con tono profesional—. Supe que existe cuando visité un bar en las cercanías del barrio chino, y por lo que entiendo, es una especie de hacedor de tratos entre la gente común y los criminales que se disputan las zonas.
—Ah, hace limpieza.

El muchacho era tan inteligente como se lo esperaba.

—No lo conozco a él pero sí entiendo a lo que te refieres ¿por qué te interesa? Los que hacen limpieza son aburridos e inofensivos, sólo hacen amenazas en nombre de otros o pagan por algunos beneficios.
—Por eso mismo —replicó Steve—, porque una persona así está justo en medio de la sociedad, igual que tú por la forma en que vives, igual que yo por mi trabajo. Quiero saber qué opina él de la vida, o al menos saber en qué ambientes se mueve, voy a tomar su historia como una parte de mi novela.

El muchacho se encogió de hombros.
—Está bien, si es eso lo que quieres, averiguaré sobre él ¿quieres que lo siga?
—Que o sigas, que averigües con cuánta gente trabaja, donde bebe cerveza, cualquier cosa sobre su vida, incluso para quien trabaja, supongo que podrás hacerlo.
—Es posible…
— ¿Qué te pasa Doug?
—Es que aún no me has dicho cuánto es lo que me vas a pagar y esto que me estás pidiendo no es sencillo…
—Te pagaré cien dólares por información importante —repuso con sencillez— y será más a medida que me entregues datos aún más sabrosos, piensa que quiero que me cuentes lo que sale en los reportajes, cuando hablan de los delincuentes. ¿podrás hacerlo?

Los ojos del muchacho brillaron.

Una vez terminada la reunión con Doug, Steve se dedicó a pensar en qué es lo que podía hacer para atrapar al sujeto que estaba persiguiéndolo; estaba en desventaja al no conocerlo, pero por otra parte estaba preparado y sobre aviso ¿cómo podría ese tipo imaginar que él, el hijo que volvía a apoyar a sus padres en el dolor era en realidad un merodeador nocturno?
El policía.
De pronto se dijo que sus apreciaciones podían estar equivocadas también en lo que se refería a ese extraño sujeto, ese en apariencia débil, pero que lo había puesto contra las cuerdas. Existía la posibilidad de que su aparición fuera casual, pero no su forma de actuar ¿y si en vez de policía fuera un enviado de este misterioso traidor? Eso explicaría por qué tenía tantos conocimientos de artes marciales, pero no por qué no había aprovechado la oportunidad de matarlo. Eran demasiadas cosas sobre las que no tenía certeza.

—Steve ¿eres tú?

Salió de su ensimismamiento, para toparse frente a frente con alguien a quien no creyó volver a ver.

— ¿Marcus?

Marcus era un amigo de la primaria, prácticamente el único que había tenido; el resto siempre le parecieron mediocres. Era inteligente, fuerte, bravo y arrogante, le gustaba exhibir su dinero y no se culpaba por ello, y quizás fue una de las únicas tres personas a las que extrañó cuando se fue de Gotham.

—No puedo creerlo hombre, te reconocí después de cuanto ¿diez años?
—Es como si no hubieras cambiado amigo.

Por un momento se olvidó de lo que lo molestaba; el hombre era una montaña de músculos debajo de una sudadera y pantalones holgados, llevaba una mochila a la espalda y lucía el cabello húmedo, corto como ya lo usaba cuando eran adolescentes.

—Pensé que jamás nos íbamos a volver a ver, mucho menos en Gotham ¿Qué tal si tomamos algo y charlamos?

No pudo negar la invitación; tal como lo anticipaba su carácter, Marcus había salido de la secundaria y gracias al dinero de su familia, comenzado un negocio de clubes nocturnos en Metrópolis que después de varios años eran su fuente de ingresos. Le explicó que estaba en Gotham visitando a sus padres, unos riquillos que vivían en el sector acomodado de la ciudad, en donde la delincuencia era a menudo detenida por cámaras de seguridad y armas de todo tipo.

—Así que procuro mantener las relaciones en buenos términos, ya sabes que la familia es la familia.
—Y les debes tu cadena de clubes.

El otro rió de buena gana.

—Por suerte sólo les debo el punto de partida, y eso está pagado hace tiempo ¿sabes? Cuando éramos niños te dije que iba a tener un negocio en donde iba a divertirme siempre y fuiste el único que me creyó.
—Te conozco, sabía que lo lograrías ¿a qué te referías con eso de “está pagado”?

Marcus se encogió de hombros.

—Sabes que soy mejor para los negocios que para los estudios, fuiste a la universidad ¿verdad?
—Sí.
—Yo no. Salí de la secundaria y le dije a mi padre que ya había aprendido la lección de estudiar en una secundaria que no fuera exclusiva, pero que era momento de iniciar mi propio negocio; redacté un contrato, en el que se comprometía a prestarme el dinero para poder instalar un bar fuera de Gotham, y yo determinaba ahí el plan de pagos. Se divirtió con la idea pero me respetó, así que al curso de tres años tenía todo pagado, y después todo ha sido ganancias.

Era lógico que le preguntara qué hacía allí y que las consecuencias fueran humillantes, pero Steve tomó otra vía, aprovechar la situación y la obvia admiración que aún existía entre ellos después de tantos años.

—Pues te felicito amigo, de verdad; quisiera decirte que estoy tan bien como tú pero, ya sabes, a veces tienes que enfrentarte a cosas inesperadas.

El otro adoptó un tono más serio.

— ¿Tus padres…?
—Están vivos, pero en malas condiciones. Papá fue atacado en un asalto y mamá está con una fuerte depresión por ese mismo motivo, por eso tuve que dejar mi vida en Atlanta y venir a hacerme cargo; mi padre cometió muchos errores.
—Diablos.

Tal como lo pronosticó, Marcus entendió su pasar y le ofreció ayuda y amistad.

—Entonces dices que averiguaste que se trata de una banda de criminales que lo atacaron.
—Sí, estoy haciendo lo posible por averiguar por mi cuenta, como te dije, por miedo, papá no hizo nada, y al no haber denuncia, no tengo nada de momento.
—Buscar justicia para un familiar no es algo raro, lo entiendo —comentó el otro con seriedad—, pero es peligroso que hagas las cosas a cara descubierta, te lo digo con conocimiento de causa.

Steve estaba desarrollando su plan tal como lo imaginaba.

—Pero Metrópolis es un lugar muy seguro, con todo lo del hombre de la capa roja y eso.
—Más seguro que esta ciudad, sí, pero el ambiente nocturno siempre tiene sus cosas; en estos años he aprendido mucho al respecto, y creo que te puedo ayudar a que cumplas tu objetivo y encuentres a esos malnacidos.
—No veo cómo.
—Conozco gente —replicó el otro, sonriendo—, y aunque sería más fácil en mi ciudad, te aseguro que puedo hacer algunas preguntas y buscar entre las personas adecuadas, acompáñame esta noche a un pequeño tour y lo verás con tus propios ojos.



Próximo capítulo: Por una hoja de papel

No traiciones a las hienas Capítulo 3: Carroña para la hiena


Gotham, ahora.

“¿Es que acaso no hay nada bueno en ti?”

La maestra estaba arrodillada en el suelo junto a un niño de su misma edad que permanecía inconsciente, Steve estaba a unos pasos de distancia, mirando la escena mientras comía con avidez.

—Me había quitado mi panecillo.
—Lo recuperaste —dijo ella de forma alterada—, lo recuperaste cuando tropezó y se cayó ¿Qué necesidad tenía de arrastrarlo hasta aquí?
—Pensé que si quedaba en el centro del patio podían venir los cuervos y comérselo.
— ¡En esta escuela no hay cuervos! —gritó ella histérica.

La capacidad de Steve para tomar distancia en determinadas situaciones resultaba muy útil en momentos de tensión; eran las cuatro de la mañana, dentro de poco amanecería y la luz del sol inundaría la mayor parte de las calles de Gotham. Siempre le había parecido que los delincuentes y los héroes de esa ciudad tenían la mayor parte de sus enfrentamientos durante la noche porque resultaba más fácil esconderse, sin embargo, después de las frenéticas horas más recientes había llegado a la conclusión de que se trataba de algo mucho más complejo: la noche difuminaba las fronteras entre lo propio y ajeno, entre la seguridad y el peligro, y también entre la vida y la muerte.
A simple vista la ropa que estaba usando parecía común, pero no lo era; ya había hecho todas las pruebas de rutina y en verdad, aunque no lo parecía, estaba usando algo que hacía la diferencia entre ser un sujeto común y la persona que pretendía ser desde ahora.
Llevaba puestos pantalones cargo, una sudadera y una camisa, todos confeccionados con un tipo de hilo resistente a golpes y ataques con cuchillo; se trataba de una malla de alta resistencia que se adhería a la piel y bloqueaba de manera efectiva una gran cantidad de ataques cortopunzantes, las características del material también ayudaban a que los disparos de arma de fuego se desviaran de su curso original y por lo tanto resultaran menos dañinos, convirtiendo el impacto de una bala en un golpe metálico. Las botas de caña alta y gruesa suela parecían muy pesadas y eran en apariencia similares a las que usan los montañistas, pero eran ligeras y le proporcionaban algún efecto resorte en saltos de altura o golpes de pie.

En un principio hizo las pruebas correspondientes con algo de desconfianza, sin embargo cuando comprobó las características que se le habían indicado en un principio, se probó el traje y se fue hasta una zona abandonada en la periferia de Gotham, en donde practico parkour comprobando que el calzado le permitía alcanzar mayores alturas y distancias en salto, y que ante caídas el material aislante de la ropa disminuía el impacto físico.
La noche siguiente a la que recibió el equipamiento, pasada la medianoche, salió de la casa cubierto con otra ropa para evitar que alguien pudiera reconocer el atuendo, y una vez que se encontró a distancia prudente se deshizo de la ropa y quedó con el traje; bajo esas ropas de colores negros y grises, y una vez que se cubrió la cabeza con el gorro del mismo tipo de tela, se sintió de verdad preparado para continuar con sus objetivos; si bien parecía un pasamontañas común, la estructura del gorro estaba protegida por dentro con una malla de metal que lo convertía en un casco, además de que los espejuelos estaban hechos de un material que permitía ver con más claridad en la noche. El cinturón de herramientas que tenía adherido a la ropa sobre el lado izquierdo corría desde el hombro hasta la cintura, y poseía una serie de compartimientos, en los cuales disponía de una serie de artefactos capaces de generar distracciones lumínicas y auditivas. No le habían proporcionado ningún arma, pero a desprecio de ello, los antebrazos del atuendo estaban reforzados con una varilla metálica que iba desde el codo a la muñeca, y que en determinado caso sería muy útil para bloquear golpes o incluso darlos. Habría preferido que los guantes tuvieran el mismo tipo de refuerzo en los nudillos, pero estaba dispuesto a conformarse con la resistencia extra que le daba la tela, por lo demás tenía fuerza y era capaz de dar buenos golpes si era necesario.

Carnagge sólo le había advertido que no se metiera en sus propios negocios, y de hecho la presencia del acupunturista sería suficiente para disuadirlo; de todas formas lo que Steve quería era algo muy específico.
El amuleto había trabajado para Kronenberg, a quien le robaba parte de las ganancias, hasta que alguien lo traicionó y le dijo al jefe lo que estaba pasando, pero quedándose en el camino con las ganancias fuera de acuerdo.  Carnagge le dijo que no sabía quién era ese delator, pero que no era alguien al servicio de Kronenberg, puesto que este estaba muy atareado con las órdenes de Máscara negra y un cambio en las direcciones; en pocas palabras, el sector en donde antes había estado en la empresa de su padre ya no resultaba útil para él. Fantástico, sabía cuáles eran los dos extremos de la cuerda, pero lo que él necesitaba era el nudo; sin embargo había algo que lo animaba, y esto era que el delator no estaba en primera prioridad de nadie, lo que dejaba el camino libre para él.
Resultaba educativo y a la vez divertido recorrer callejones y techos saltando en silencio, escuchando de forma sigilosa  los maleantes escondidos detrás de viejos edificios, amenazar a mendigos en busca del más mínimo dato que pudiese servirle para encontrar a aquella persona. Como una sombra se deslizó de un lado a otro, pero aunque la jornada fue gratificante en muchos sentidos, tuvo que reconocer que la primera noche de exploración había fracasado en su objetivo principal.

La segunda noche comenzó con el pie derecho; después de deambular por distintas zonas de vida nocturna a no mucha distancia de Robinson Park, se encontró a la vista de un grupo de maleantes ocultos sobre el techo de una casa, y permaneció atento a lo que ellos hablaban.

—Escucha, sólo hay que mantenerse en movimiento mientras las cosas se calman. Después de todo, no hemos hecho nada malo.
—Claro que no —dijo la voz del segundo de los cuatro, nervioso—, pero ese sujeto nos podría haber metido en un gran lío.
—Sólo no hay que mencionarlo y ya.

¿Estarían hablando de El amuleto? Durante el día había tenido la oportunidad de revisar noticias y obituarios, y no le parecía haber encontrado hasta el momento la muerte de alguno que tuviera relación con las múltiples noticias de balaceras o muertes. Sin embargo también podía ser sólo que en su mente esas palabras sin nombre coincidieran con la historia que necesitaba. Decidió no perder más tiempo y bajó de un salto.

— ¡Qué es lo que…!

Sucedió en un segundo. Dos de los cuatro sujetos sacaron armas y le apuntaron, pero usando el elemento sorpresa, Steve los derribó con algunas patadas. El tercero intentó huir y él lo detuvo, para noquearlo con un puñetazo, mientras que el cuarto trató de enfrentarlo, pero terminó aprisionado contra la muralla; Steve le dobló el brazo en la espalda, pero no aplicó aún demasiada presión.

—Suéltame…
—Supongo que eso alguna vez funciona —dijo en voz baja—, escucha, sólo quiero conversar, deberías ser más gentil.
—Maldito…

Aplicó un poco de presión. Los otros tres no estarían aturdidos para siempre.

—Dime para quién trabajas.
—Para nadie, no sé de qué…

Aplicó más presión. El hombre ahogó un gruñido de dolor.

—Escucha, no me hagas perder un solo minuto más.
—No estoy trabajando para nadie.
— ¿Para quién trabajabas antes?

Sucedió un largo segundo. Podía sentir la agitada respiración del hombre al que tenía atrapado, y se preparó para escuchar lo que iba a hablar, pero un sonido lo interrumpió; miró de reojo como por la calle aparecía un automóvil negro a toda velocidad y frenaba de manera brusca, aunque con gran precisión. Cuando el sonido de los neumáticos aún no terminaba de rasgar el silencio de la noche, la puerta del conductor se abrió y descendió un sujeto; Steve supo de inmediato que se trataba de un policía, algo en la forma profesional de detener el vehículo, y el gesto aprendido de memoria de saltar y deslizarse sobre el capó, no podían significar otra cosa. La voz algo aguda y destemplada atravesó el aire para confirmar sus temores.

— ¡Alto!

Mientras corría hacia el lugar en donde había estado sucediendo el enfrentamiento se llevó la mano al costado derecho, a la cartuchera en donde tenía el revólver; Steve sabía que no existía posibilidad de aparentar ser víctima de alguna especie de ataque, su vestimenta y el rostro tapado lo delataría de inmediato. Maldiciendo por lo bajo soltó al tipo y comenzó a correr de regreso por el pasaje al que descendiera poco antes.
La voz a su espalda volvió a gritar la advertencia, mientras el hombre con el rostro cubierto corrió y se impulsó con sencillez sobre un basurero metálico, usándolo como trampolín para llegar al techo. Una vez que estuvo arriba pensó que escucharía el típico disparo de advertencia que los oficiales realizan cuando ya están demasiado lejos de su objetivo, pero para su sorpresa la figura emergió detrás de él.

“Diablos”

De reojo alcanzó a ver que el sujeto había guardado la pistola; eso lo hizo suponer que probablemente sería joven, por lo que se sentiría capaz de atraparlo sin poner armas de por medio. Continuó corriendo y de un salto se sujetó de una escalera de servicio que le permitiría ascender por el costado del edificio contiguo, sabía que era una medida arriesgada si el policía intentaba dispararle, pero algo le dijo que eso no sucedería, el arrojo del oficial sería el principal elemento en su contra.

“El sujeto golpea las barras laterales de la escalera mientras sube tras de mí” se dijo mientras avanzaba a toda carrera. “Es una maniobra distractiva y a la vez intimidatoria, quiere que me sienta acorralado, es joven y es muy inteligente.”

Al fin llegó hasta el techo de un edificio que había calculado tenía 5 pisos de altura, cuando una mano lo tomó del tobillo y lo jaló hacia abajo.

“Maldición está en muy buena forma”

Sacudió la pierna y consiguió ponerse de pie, pero para el momento en que lo estuvo, el policía ya estaba frente a él; correr era absurdo, la distancia era demasiado estrecha. Ambos enemigos se observaron inmóviles durante una fracción de segundo, estudiando al rival: el policía que lo enfrentaba era de contextura delgada, más bajo que él, y llevaba puestos unos sencillos pantalones de mezclilla y zapatillas, con un suéter de cuello alto y una gorra. Por lo visto se había subido el cuello para cubrir la cara, de modo que apenas quedaban a la vista sus ojos.

“Fantástico, se cree un súper héroe enmascarado.”

Decidió terminar con la situación y volcarse al enfrentamiento cuerpo a cuerpo; ya había comprobado lo eficientes que eran las características del traje, de modo que se acercó realizando movimientos oscilantes, y lanzó una patada del mismo estilo que la que había derribado al primero de los maleantes que estaban abajo.
El policía esquivó el ataque como si supiera sus movimientos y contraatacó con una sucesión de patadas; describía un perfecto ángulo a la altura del hombro, usando la fuerza del movimiento para acercarse más. Un instante después cambió de estrategia y se lanzó a las manos, algo que Steve por suerte pudo anticipar. La sucesión de golpes y bloqueos de ambos era continua, ninguno de los dos quería perder el enfrentamiento ¿Qué clase de policía estaba tan bien entrenado? Por lo general asumía que no cualquier persona manejaba artes marciales mixtas con tanta facilidad, pero ese sujeto lanzaba golpes de pies y puños como si fuera parte de un día normal. Cometió un error, recibió un puñetazo en las costillas, pero no perdió el enfoque, y usando las varillas de los antebrazos golpeó desde arriba, dispuesto a noquear de inmediato; sin embargo su rival alcanzó a reaccionar y el golpe sólo dio de refilón en el brazo izquierdo.

“Está preparado para actuar en milésimas de segundo, es un enemigo formidable”

Quiso decir alguna frase burlona, pero decidió que era mala idea hablar y entregar con ello alguna información adicional aparte de sus movimientos por esa zona, era la primera vez que se topaba con un policía y era indispensable librarse de él; volvieron a enfrentarse en rápida sucesión de golpes, pero los movimientos de su adversario eran rápidos y elegantes, parecía como si no utilizara nada de fuerza en cada patada o los saltos que hacía para esquivar alguna barrida. La batalla los condujo cerca del borde del edificio y, queriendo usar esto como ventaja, Steve bloqueó una patada y empujó al policía, dándose un instante para correr con todas sus fuerzas y saltar hacia el edificio contiguo; durante un momento creyó que había calculado mal la distancia, pero cayó limpiamente dando una voltereta y se preparó para seguir corriendo, pero un objeto lo golpeó en la espalda y lo hizo perder el equilibrio.

“¿Me disparó?”

No había sentido ningún disparo y los policías no usaban silenciador cuando estaban de franco, ni siquiera en operaciones; mientras se reincorporaba vio caer a un lado una vara de metal, y a su enemigo poniéndose de pie a tan sólo un par de metros luego de realizar un salto ligero y bien terminado; en la diestra tenía una vara de metal.

“Diablos, se dio cuenta de mis armas en los brazos y está equilibrando la balanza. Pero si tomó esa precaución, quiere decir que logré hacer daño en el brazo izquierdo”

Por un instante le llamó la atención que no usara el arma como una espada, sino que más bien como un bastón de pelea, con movimientos firmes y de poco ángulo, diseñados para provocar mayor impacto físico, pero decidió dejar de sorprenderse y terminar con todo ello; si el policía quería demostrarse a sí mismo que podía derrotar a un enemigo, había escogido al menos indicado para ganar medallas.
El arma la había sacado con la izquierda, lo que significaba que, usar ahora el bastón con la derecha delataba el dolor que debía estar sintiendo en ese lado del cuerpo; cuando recibió el impacto del primer choque entre la vara de metal y su antebrazo sintió la descarga pero no dolor, y eso lo recargó de energía para enfrentarse con todas sus fuerzas. Dio golpes alternados con uno y otro brazo, generó un espacio y lanzó un puñetazo directo al pecho pero una vez más su oponente puso distancia y, con un movimiento espectacular, utilizó el impulso del paso atrás para hacer un giro y dar una patada con el talón, que logró impactar en su hombro y arrojarlo al suelo. Inyectado de adrenalina, Steve casi no sintió el golpe, se revolvió y se puso de pie, arrojándose con toda su fuerza contra la figura del enemigo. La vara cayó a un costado y ambos quedaron enfrascados en una escaramuza, aunque esta duró tan sólo un instante porque ambos se apartaron y pusieron de pie; creyendo que la pérdida del arma era una ventaja, Steve adoptó una posición de pelea de puños y avanzó con decisión. Como esperaba, el enemigo retrocedió, esquivando los ataques que sabía podían hacerle más daño, y el hombre al fin notó su debilidad: podía ser ágil y tener músculos fuertes, pero era delgado, lo que hacía que recibir un golpe fuese más peligroso que para él, que tenía una masa corporal mucho más desarrollada. Sin embargo, una vez más su enemigo mostró un temple frío sorprendente, cuando se quitó el cinturón de un solo tirón y lo empuñó como un látigo.

“Esto no puede estar pasando”

Como contraparte de esta debilidad, usaba elementos en su favor, y seguía siendo tan valeroso como para enfrentarlo sin el arma, o quizás estaba consciente que empuñarla resultaba efectivo, pero a la vez lo exponía demasiado. El improvisado látigo cortó el aire y alcanzó a golpearlo en un hombro, haciendo que la señal de dolor se extendiera como un rayo; usando su ligereza, el policía avanzó a la carrera arrojando golpes con el cinturón, directo al torso, para los que las técnicas de combate no servían mucho. De hecho, cuando detuvo un ataque demasiado directo con el antebrazo, la hebilla metálica golpeó la parte de la ropa que tenía refuerzo pero no la varilla interior; supo que no podía seguir perdiendo tiempo, y arrojó al suelo una de las pequeñas cápsulas de humo que le habían sido proporcionadas. Por suerte la explosión fue rápida y se propagó, de modo que utilizó esa fracción de segundo de elemento sorpresa y corrió lo más rápido que pudo.

“Oh no”

Casi estaba al borde del edificio cuando vio que lo siguiente era una calle y no una edificación ¡Había perdido la noción del lugar en el que estaba! Trató de correr a la izquierda, pero vio al policía aparecer justo en esa dirección intentando localizarlo, y a la derecha la muralla de la edificación más cercana era muy alta y lisa. El grito del policía llegó a sus oídos más como un gruñido que como una voz, pero aún sin mirar supo que había extraído su arma de servicio. Se arrojó al vacío.

2

Gotham, cercanías de Waynetech, a la mañana siguiente.

Steve abrió los ojos y vio cómo el amanecer estaba comenzando; eso quería decir que, con suerte, habían pasado tres horas desde el enfrentamiento con el policía. Se sentó, sintiendo cómo el dolor hacía que todos los músculos del cuerpo gritaran en protesta.
En las películas, los personajes se arrojaban todo el tiempo sobre camiones, trenes y cuánta cosa existía, para escapar de algo, y caían sobre basura, colchones, cajas de cartón, o realizaban un salto tan limpio que podían rodar con ligereza al caer en la superficie. En la vida real a la que él se enfrentaba, eso no era así. Ni de lejos.
No tenía ninguna estrategia al tirarse del edificio, pero recurrió a su fuerza de brazos para saltar y tomarse del borde de piedra, con el objetivo de alcanzar una ventana o un saliente, pero la piedra se quebró y cayó sin poderlo evitar; sólo que cuando caes más de diez metros sin tener entrenamiento, pierdes la noción de cuánto falta para llegar al suelo, y terminó dando vueltas hasta que cayó sobre la tolva de un camión.
Cargado de deshechos computacionales.
Sintió tantos objetos filosos, duros y con ángulos chocando contra el cuerpo que fue casi como caer en una cama de clavos; perdió el aire en los pulmones, la capacidad de moverse de manera coherente y durante unos instantes, hasta la visión. Sólo pudo agradecer que no cayó de bruces.
Sin embargo, el objetivo central, es decir escapar, estaba cumplido, así que pudo entregarse al dolor por unas cuantas cuadras, aprovechando que el traqueteo de la basura seguramente había acallado su caída sobre ella y el conductor continuaba con su trayectoria. El traje le había salvado la  vida, pero se sentía como recibir disparos de perdigones con un chaleco antibalas, o al menos como lo describía la gente, es decir muchos golpes pequeños pero intensos; durante un rato no supo si se había fracturado la pierna derecha o no, pero pudo moverla y con eso le bastó para confirmar que estaba completo. Si bien pensó salir del camión y regresar a casa de sus padres, para el momento en que estuvo físicamente en condiciones estaba lejos del punto del enfrentamiento y más aún de donde tenía escondida la ropa de recambio, y creyó que era posible algún operativo de la policía en su busca, de modo que alejarse era buena opción hasta que la luz del día le permitiera ocultarse a plena luz; a primera hora de la mañana, un sujeto vestido de oscuro, de buen ver y con la cara descubierta, no llamaría la atención de nadie con placa en el pecho.

Descendió del camión en una curva, y se ocultó en una arboleda. A toda carrera se internó entre las plantas y árboles, descubriendo que estaba en la parte trasera de un pequeño parque comunal. Estupendo, ahí podría mezclarse en la multitud; se quitó el pasamontañas, y dedicó unos momentos a revisar y limpiar la ropa, que por suerte no estaba rota en ninguna parte. Una vez guardados los guantes y dobladas las mangas, parecía un sujeto común y corriente, y estuvo listo para integrarse en el mundo de Gotham con esa máscara que ocultaba la otra.
Entonces se dio cuenta de que lo estaban observando.
Y esos ojos habían visto todo el proceso, desde que se quitara l protector de la cara; la media sonrisa en ese rostro le dijo que tenía problemas.



Próximo capítulo: Una forma distinta de buscar


No traiciones a las hienas Capítulo 2: No olvides la canción de cuna



New York, seis meses atrás.

—Señorita, no se mueva.
—Oh rayos, es Nightwing.
—Al parecer tanta belleza no esconde su maldad, pero no va a seguir haciendo fechorías en esta ciudad.

 La chica rubia que estaba en el balcón del departamento mirándolo con expresión desafiante. Steve dejó de mirarla a los ojos para mirarse por un instante a sí mismo.

—No puedes pretender que vaya a la fiesta vestido de esta manera.

Ella llevaba un vestido muy corto de satén negro con sandalias de tacón alto y el cabello recogido, con un antifaz que cubría parcialmente el rostro; la mujer le dedicó una mirada evaluadora y él supo que estaba recorriéndolo con los ojos. Se había comprado un disfraz caro y que aparentaban las características del nuevo héroe de la ciudad. Por supuesto que no había sido su idea, pero ella había sido tan determinante que terminó por acceder; el traje se reducía a una malla de lycra muy ajustada al cuerpo y a la vez más delgada.

—Es como si estuviera desnudo —dijo cruzándose de brazos.
—Sí, puedo ver bastantes detalles desde aquí —comentó la rubia sonriendo— ¿qué es lo que querías, ir de Superman con los calzoncillos por fuera del traje?
—Ahora ni siquiera traigo calzoncillos, es como si esto me lo hubieran pintado sobre el cuerpo.

La joven soltó una risilla.

—En ese caso deberías estar orgulloso de ir siempre al gimnasio, y además de hacer ¿cómo se llama ese deporte?
—Parkour —comentó el.
— ¿Lo ves? es otro motivo para sentirte orgulloso.
—Sólo te sugiero que no me provoques cuando estemos en la fiesta, esta malla me va a delatar si lo haces.
—Sería divertido ver cómo explicas esa nueva habilidad.
—Me pregunto si haces esto para verme vestido de esta forma, o porque soy la mejor alternativa al nuevo héroe de Nueva York, ahora todas las mujeres lo aman.

Ella asintió un suspiro.

—Bueno, no es como que pase inadvertido ¿verdad? yo estaba en las cercanías cuando fue ese intento de robo a un banco, y verlo volando por sobre los autos y entre los edificios flexionando este cuerpo de aquella manera, es muy inspirador.

Speed sonrío con complacencia.

—Pues entonces cuando volvamos de esa fiesta, vas a tener que desquitarte conmigo por las fantasías que tienes con él.
— ¿Sabes? creo que voy a cobrar la palabra.

Gotham. Hace 8 días.

Cuando Steve ingresó a la casa unos minutos después de haber visto la desagradable sorpresa, se encontró con una nueva situación con la cual lidiar; su padre había conseguido salir del cuarto y en un acto demencial, había ingerido una serie de pastillas que sacó de uno de los cajones de la sala; Steve lo encontró en el suelo, convulsionando.

A la mañana siguiente despertó bastante más despejado de lo que esperaba, y celebrando el silencio que había en la casa; por suerte el servicio de urgencias se había llevado a su padre para tratarlo de la sobredosis que había sufrido. El doctor que lo recibió en el servicio de urgencias le dijo que, producto de las complicaciones que tenía de manera previa era probable que su padre estuviera internado dos o tres días; internamente él esperaba que fueran más.

Con la estrategia clara en la mente se dirigió a una institución de Salud Mental ubicada en un barrio al norte de Gotham, una residencia de llamada Walker; no le costó encontrarla, se trataba de una casa antigua de tres pisos y bastante amplia, con un jardín ordenado pero deslucido. La enfermera que lo recibió en la entrada era una mujer de treinta y tantos, con una bata blanca que parecía brillar, lo condujo hasta un patio posterior de la instalación.

—Su visita le haría bien a su madre, ha estado muy deprimida en el último tiempo.
—Pensé que sólo llevaba algunos días.
—Esta vez sí, pero antes ya estuvo con nosotros. Disculpe, pensé que lo sabía.

Steve dedujo que lo más probable era que ella hubiese visitado por primera vez ese lugar desde que su padre comenzara los tratos con los mafiosos.

—Entonces eso quiere decir que está aquí desde casi seis meses.
—Un poco menos —concedió la mujer.
La enfermera lo dejó al borde del patio, y él pudo ver a su madre nuevamente. Le asombró lo similar y a la vez distinta que ella estaba después de 10 años; sentada sobre un cojín rojo en un banquito de piedra, con árboles bajos y flores de colores en el suelo como marco, parecía una mujer sencilla de alrededor de 60, de figura delgada, cabello largo atado en una simple cola a la altura de la nuca, la piel blanca sólo un poco sonrosada en las mejillas, y las facciones del rostro gentiles. Al estar más cerca comprobó que las diferencias iban por los detalles: su mirada estaba más oscura y sin vida de lo que recordaba, y habían muchas arrugas alrededor de los ojos y las comisuras de los labios. Cuando lo vio no pareció sorprendida, más bien lo observó con una resignada aceptación.

—Mamá —dijo Steve en voz baja al acercarse.

Sin embargo ella no reaccionó como él se lo esperaba; tenía considerada una serie de reproches por causa de su ausencia, pero siempre acompañados de emoción y llanto, el mismo que muchos años atrás la había embargado en diferentes oportunidades. Aún sin hacer contacto físico, el hombre se sentó junto a ella y la miró; antes de que pudiera hablar o aplicar un plan alternativo al que tenía en mente, ella se llevó las manos al cuello y se quitó con cierta brusquedad una cadena, la que puso a la altura del rostro entre ambos, como si de un escudo se tratase.

—Esto es a lo que has venido ¿no es así?

La cadena era de oro sólido a pesar de lo delicado de los eslabones, y lucía un pendiente con forma de reloj de cadena: el tallado en oro en una de las caras representaba muy bien las manecillas y los números en relieve, y  al estar suspendida en el aire, la cadena dio un giro casi de manera involuntaria, y quedó al descubierto que en la cara opuesta, tras el círculo de cristal, no estaba la foto debellos tres cuando Steve era un niño. La base contrastante negra relucía tras el vidrio con la misma intensidad vacía que la mirada de su madre.

—Mamá yo…
—Has venido desde New York sólo para conseguir una cosa, y aquí la tienes. Viniste a recoger los pedazos que quedan de tu familia, escarbar entre los escombros y seleccionar lo que pueda servirte.

Daba la sensación de que al fin la paciencia de su madre se había agotado. Después de la niñez complicada, de la adolescencia problemática, de sus críticas y regaños, al fin la distancia le había hecho entender las cosas como eran. Steve no se esperaba esa reacción de su parte, pero todavía podía acudir a sus sentimientos y rogarle que hablara con él; necesitaba toda la información posible y ella era la única que podía estar al corriente de datos relevantes con respecto a la intimidad de su padre durante el tiempo que estuvo realizando tratos con los mafiosos.

— ¿De qué estás hablando mamá? —dijo con voz insegura, la que era bastante sincera debido a la sorpresa del momento—. Vine a verte porque me llamaste. Estoy preocupado por ti.

La mujer bajó los brazos y le dedicó una extraña mirada que él no supo identificar; no sabía si era reproche, tristeza, resignación o una mezcla de varios sentimientos.

—Sólo quería tener una familia —dijo ella al cabo de un momento—, vengo de una familia destruida y es probable que por eso se haya convertido en mi sueño, pero era mi sueño y es tan válido como el de cualquier otro.
—Mamá yo…
—Pero para ti las cosas nunca han sido suficientes —continuó la mujer, implacable, casi sin escuchar lo que él pudiese decir—. Siempre has querido más, desde que eras un niño has estado dominado por un sentimiento de ambición, y lo peor es que se trata de algo que no tiene que ver con dinero u objetos materiales, lo que te embriaga y lo que te enferma es el poder: desde siempre fuiste un niño con interminables necesidades, pero cuando alguien necesita poder ilimitado, jamás se detiene. Intenté enseñarte, intenté transmitir todas las cosas que me enseñaron y las que aprendí, pero es algo más fuerte que tú. Naciste con algo que está aquí, en el centro de tu pecho, es una marabunta que jamás se va a detener.

Guardó silencio durante un momento, para tomar aire; tenía que intervenir y cambiar el curso de esta conversación.

—Sé que hecho cosas malas —replicó bajando la vista— he sido horrible, y hay noches en las que no he podido dormir; me engañé asociando esos malestares con el exceso de trabajo, pero en el fondo sabía que se trataba de lo que me estás diciendo ahora —la miró a los ojos fijamente—, no estoy aquí sólo por lo que le pasó a papá, volví porque necesito sanarme de esto. Necesito que alguien me ayude.

La mujer, a pesar de su actitud cansada soltó una risilla, una especie de bufido.

—Steve sé muy bien que tú podrías engañar a Dios si hablaras con él, pero soy tu madre y te conozco mucho más de lo que tú jamás vas a reconocer; no importa cuántos años haya tenido la venda frente a los ojos, más que nadie, yo sé quién eres y sé quién soy.

Desvió la vista de él y la perdió en las flores del patio, como si durante un momento no pudiera soportar verlo a los ojos.

—Quieres la empresa de la familia —sentenció con una voz aterradoramente neutra—, viniste a buscarla y te encontraste con que ya no existe, pero voy a tener que decepcionarte aún más de lo que ya estás, porque tu padre se deshizo de ella hace tiempo; se obsesionó con el asunto de comprarte un automóvil, y cuando las cosas se pusieron feas pretendió inmiscuirse con personas equivocadas. Le dije que no quería otra conciencia manchada en la familia, así que cuando insistió, le exigí que no me dijera nada, y para tu desgracia, no lo hizo. Así que si él en medio del enajenamiento que lo aqueja no pudo decírtelo, me temo que has hecho tu viaje en vano —puso el collar sobre su regazo, procurando no tocarlo—. Llévatelo, es lo último que queda de tu familia. Ahora tienes lo que querías, por favor vete.

Steve salió abatido de la clínica; sus esperanzas de averiguar algo más acerca de lo que había ocurrido con los mafiosos se desvanecían en ese punto, lo que significaba que tendría que seguir en la línea de investigación más lógica, es decir introducirse en el bajo mundo y usar su encanto para hacer las preguntas correctas.

New York, seis meses atrás.

—Vamos cariño, estoy atrapada en este balcón ¿no vas a venir a buscarme?
—Ya le dije señorita que está atrapada, no se mueva.

La rubia con la que es Steve había pasado la última velada se había quitado el vestido nada más entrar al departamento, y lo esperaba de pie en el balcón, con el torso inclinado hacia adelante y los codos apoyados en el borde metálico, realizando un suave meneo con las caderas; más alegre de lo costumbre por el alcohol, el hombre contempló sus torneadas piernas y cómo las nalgas pronunciadas formaban esa sensual pose, un punto de partida y seguramente de término para la diversión de esa noche. Sintió que el bulto se removía abajo la delgada lycra del traje.

—Tal vez debería hacerle un agujero a esto y utilizar mi bastón de la justicia contigo —dijo con voz un poco ronca—, tengo que castigarte por ser una criminal.

Ella se volteó un poco, con lo que dejó al descubierto una pequeña porción del camino hacia la felicidad que él estaba ansiando ver desde hacía horas; la piel sonrosada se le ofrecía como un deleite imposible de rechazar.

—Eso —replicó con una risilla—, sería como en una película porno de poca categoría; abre el traje por la cremallera en el hombro, bájatelo hasta los muslos, pero no te quites el antifaz.
—Todavía quieres seguir con esa fantasía de tu héroe.
—Sólo castígame por todas mis fechorías —replicó la rubia meneando las caderas—, antes que salte por este balcón y comience a cometer crímenes por toda la ciudad.

Steve se quitó el traje y lo deslizó hasta los muslos; lo bueno de haber comprado un traje caro y no estás ridículas imitaciones de las tiendas de cumpleaños era que no estaba sudado, ni su cuerpo olía a plástico y pintura; cuando hizo contacto con el cuerpo de la mujer, percibió una temperatura similar a la suya y deslizó las manos de manera ascendente desde los muslos y por el torso, hasta llenarlas de los turgentes pechos, y aplicar en ellos una suave presión, la suficiente para transmitir una descarga eléctrica de excitación, pero sin resultar vulgarmente brusco.

—Voy a castigarte por ser muy, muy mala.

Gotham, hace 7 días.

Parecía una suerte que la silla en la que estaba sentado no tuviera algún mal olor al igual que la pequeña sala en la que se encontraba. A sus espaldas sonaba tras una delgada pared, una música estruendosa aunque no desconocida; Steve estaba sentado de espaldas a la pared, con la mirada perdida en algún punto del techo, observando sin atención la pintura blanca desconchada, desnudo de la cintura para abajo mientras la mujer de cabello tinturado rojo hacía su trabajo; no era extraño que en un lugar como ese la chica tuviera experiencia con los labios, pero lo que necesitaba era en realidad era que hablara sobre lo que necesitaba. Sus investigaciones no habían ido de acuerdo a lo esperado, sin embargo, con sus padres hospitalizados, tenía libertad de acción mientras que cualquier vecino del barrio en donde se encontraba la casa era anulado con facilidad, al ver a un hijo salir cabizbajo y sin hablar mucho. Preferiría tener a la chica sentada sobre él, pero en vista que ella le había dicho que no estaba disponible en estos momentos más que para un trabajo superficial, había accedido sin protestar, para tener algo de crédito a su favor. Sintió el impulso de correrse en su boca y le dio rienda suelta, pero ella fue más lista que él y con una percepción experta terminó con las manos lo que había comenzado con la boca, mirándolo de un modo al mismo tiempo juguetón e inocente. Steve se imaginó por un momento una lista de acciones, entre las cuales seleccionar su próximo movimiento; sólo era un trabajo.
Mientras la chica retocaba el maquillaje a un metro de él, Steve se secó con unas toallas de papel, sorprendido de la delicadeza de ella al haber dispuesto una caja de toallas húmedas y perfumadas en vez de una de tela por la que de seguro habrían pasado muchos más.

—Así que querías saber sobre ese sujeto.
—Seguro que has escuchado de él —replicó mirándola como si no se sintiera ofendido por el truco que ella había hecho.
—He escuchado de él, pero no lo he atendido, no ha tenido el honor —respondió la mujer sin un poco de modestia—, lo único que sé es que trabaja despejando calles.

Steve había escuchado ese término antes, se refería a pequeños delincuentes que hacían tratos con los residentes de determinada zona, para que no denunciaran los movimientos de los traficantes; ofrecían dinero a cambio de silencio o lugares apropiados, una azotea desde donde mirar, una cochera desde dónde apuntar, y por supuesto el negocio de refacciones de su padre se encontraba en una zona semi industrial con muy buena conexión hacia la bahía. Se imaginó entonces que los hombres le habrían ofrecido dinero por utilizar sus instalaciones y posteriormente se habían deshecho de ellas y de la necesidad de pago, cuando el hombre había cometido el error de alarmarse por la muerte de alguien, era tranquilizador que se tratara de un delincuente menor, sólo una hormiga al servicio de un propósito mucho más grande.

— ¿Y sabes para quién trabaja?

La mujer soltó un resoplido de burla.

—Para alguno de los esbirros de Máscara negra, para quién más.
—He escuchado que el ambiente está convulsionado.

La mujer dejó de mirarlo por el espejo y lo enfrentó.

—El ambiente siempre está convulsionando, pero esas cosas suceden en esferas más altas que la tuya o la mía. Así que si estás interesado en hacer negocios con ese sujeto, sólo hazlo, no importa para quien trabaje, mientras esté libre sigues siendo una opción; no se te olvide que no he dicho nada de esto, hay un hombre que puede jurar ante una corte si es necesario que estaba conmigo justo ahora, y que además puede probarlo.

Steve no preguntó nada más y salió del lugar.

Gotham, hace 6 días.

—Espera, por favor espera…

Era absurdo pensar que el hombre iba a obedecer a sus gritos desesperados; medía con facilidad más de 2 metros y era al mismo tiempo ancho de espalda, corpulento y musculoso, lo que lo convertía en una mole difícil de enfrentar. La primera sorpresa sin embargo la había tenido al comprobar que era increíblemente rápido de movimientos a pesar de su contextura; lo levantó del suelo con una sola mano y lo arrojó como si fuese un saco de grano. A pesar de su agilidad, Steve no pudo evitar el impacto y se estrelló de bruces contra el concreto; durante un momento todo se fue a negro, mientras las señales de dolor se extendían por todo el cuerpo; en su interior se dijo que tenía que reaccionar y ponerse de pie, correr y alejarse de allí cuanto antes.

—Usted aparentemente no es lo que uno puede ver —dijo el hombre con un tono de voz particularmente afable. En otras circunstancias podría sonar como un maestro, o el diácono de una iglesia ortodoxa—. Los guardias lo tomaron por un joven del lugar, pero ahora creo que usted está averiguando más cosas de las que corresponde, y lamento decirle que no puedo permitirlo.

Steve reunió fuerzas y consiguió moverse, poniéndose a cuatro patas de forma indigna sobre el suelo al que el hombrón lo había lanzado. De cualquier manera la fuerza y el ángulo estaban calculados para que al caerse, golpeara las rodillas y el pecho; había aprendido haciendo parkour que lo principal de una caída era cómo y no desde qué altura, y al parecer el hombre también lo sabía. Le temblaban las piernas, pero se obligó a impulsarse, sin embargo la poderosa mano del guardia lo tomó por el cinturón de la misma manera que los adultos arrastran a los niños; ese movimiento había sido aprendido, era deliberadamente humillante.

—Usted parece fuerte, pero le ruego que no oponga resistencia, todo va a pasar mucho más rápido.


El siguiente movimiento fue rápido; para cuándo Steve había vuelto a caer al suelo, esta vez de espalda, la hebilla de su cinturón había saltado y el pantalón estaba rajado por la fuerza del tirón, dejándolo al descubierto como una suerte de patético esclavo.

—Oh no...

El hombre debe haber identificado al instante el terror en su pálido rostro, pero esbozó una sonrisa indulgente, como la que dedica un maestro a un estudiante equivocado; de pronto en la penumbra de la calle, brilló la delgada estructura metálica de una aguja en los dedos de su mano derecha.

—Oh no, no señor, no me malinterprete, su virtud si es que aún la tiene, permanecerá intacta, lo que me dispongo en realidad a hacer es demostrarle de manera práctica un conocimiento sobre medicina. Resulta irónico que nuestros mayores puntos de placer como seres vivos sean al mismo tiempo los de mayor escala de dolor. No se preocupe por las huellas, si más tarde va a cobijarse en los brazos de su novia, ella no notará nada.

Steve intentó arrastrarse patéticamente por el concreto, pero otra vez el hombre hizo gala de una tremenda agilidad, y poniendo una rodilla en tierra lo tomó de una pierna, acercándolo hacia él. Durante un aterrador segundo sintió la manaza envolviendo los testículos con una suavidad digna de un cirujano, permitiendo que con la diestra insertara la aguja en un punto específico. Luego el hombrón la removió tan sólo un milímetro hacia un costado, pero eso fue suficiente para provocar una descarga eléctrica que recorrió toda la zona lumbar y el torso. El aullido de dolor de Steve le desgarró la garganta.

—En la antigüedad —explicó el hombre como si estuviera dando una clase— los guerreros pensaban que mancillar el honor de su contrincante le quitaba la fuerza, por mi parte soy partidario de la idea de que cosas como éstas son difíciles de olvidar, y que en el futuro tendrá la precaución de no inmiscuirse en los asuntos de los otros.

El lacerante dolor se extendía por todo su cuerpo; empapado de sudor, Steve fue consciente de la indignidad de su situación, donde tenía los brazos libres pero sabía que cualquier movimiento podría provocar consecuencias peores. ¿Qué iba a hacer el hombre? ¿deslizar la aguja con fuerza y desgarrar la piel para dejarlo desangrarse?

—Pequeño Joe, por favor qué es esto.

En la calle donde se encontraban, que era la parte trasera de un club, apareció un hombre de alrededor de 70 años, ataviado con una tenida semi formal deportiva, de cabello cano muy bien peinado. Para aumentar la humillación de Steve, el anciano estaba acompañado de dos hombres que parecían ser su guardia personal.

—Por lo que veo, ya conoce a mí acupunturista, la verdad es que es de los mejores que existen, el único que me ha ayudado con mi dolor de espalda.

El hombre lo soltó y se puso de pie para luego quedar parado al lado de su jefe; después de largos momentos de revolverse en el suelo, Steve sintió que el desesperante dolor disminuía, y tuvo la energía y claridad mental para ponerse de pie y taparse con los jirones de la ropa.

—Usted está buscando a El amuleto —no era una pregunta—. Me gustaría saber por qué.
—Me debe dinero.
—Que ese sujeto le deba dinero a alguien no es una novedad ¿cuánto era, 500, 800?

No supo identificar por qué, pero sintió que debía continuar hablando con ese viejo; se forzó a pensar a toda velocidad.

—Se quedó con mi negocio de refacciones —replicó con voz áspera por el esfuerzo de hablar—, tenía que pagar y no lo hizo.
—Usted empezó a buscarlo con la esperanza de recuperar su dinero —comentó el viejo sin alterarse—. Admito que usted es un joven hábil, pero en esta ocasión confió demasiado en sus aptitudes, al igual que él. Por lo que sé, quiso tomar una tajada para él de los negocios que le habían encomendado, alguien lo traicionó y entregó la información a Kronenberg, pero se quedó con el fruto de su negocio más reciente; Francesco, es decir El amuleto, reposa en alguna clínica forense después de haberse ahogado por accidente en un canal, y su dinero mi amigo, está en las manos de esa persona.
— ¿Por qué me está diciendo todo esto?
—Porque la persona que traicionó a quien usted busca es peligroso también para mí en estos momentos; los grandes negocios de Máscara negra y los humildes emprendimientos de ciudadanos como yo pueden quedar en riesgo. Veo en sus ojos que es un hombre fuerte y que quiere conseguir lo que se propone a costa de lo que sea, pues bien, usted nunca será uno de mis trabajadores porque no lo quiere y yo tampoco lo quiero, pero quiere hacer algo que puede ayudarme a estar más tranquilo. Le propongo lo siguiente: Tómese dos o tres días para que el murmullo de un osado investigador se acalle, y luego contáctese conmigo, proporcióneme una entretención, un espectáculo que me convenza de sus habilidades, y yo le proporcionaré los medios necesarios para que pueda recorrer las calles de esta ciudad sin que tenga que exponerse al humo de los bares y centros nocturnos. Es un negocio muy simple en realidad, usted se encarga de eliminar a esta persona traidora e inestable, recupera su dinero y yo me quedo tranquilo con mi negocio.

Steve miró al hombre a los ojos, y tras un instante de recuperar el aliento, preguntó.

— ¿De qué clase de espectáculo habla?

Gotham. Ahora.

La explosión en la Avenida Miller fue como una confirmación de lo que debía hacer. En su interior recordó cómo, de manera casi infantil, había encontrado una azotea y activado en ella un proyector de luz, indicando con él hacia el cielo. Nadie apareció.
Sus padres seguían internados, y en medio de una de esas noches de soledad, parado como un tonto sobre techo del edificio, pensó en qué era lo que habría pasado en New york en un caso similar. Todos decían que Nightwing era un tipo de héroe distinto, algo así como un amigo para los hombres y un príncipe en mallas para las mujeres; un héroe salido de Gotham no lo iba a ayudar, y en vista de las circunstancias, uno de esa misma ciudad tampoco. ¿Estaría ocupado en la lucha contra el crimen? Apenas veía las noticias, pero sabía de una lucha de Poder entre Máscara negra y el murciélago; esas eran batallas importantes, esos eran villanos importantes, víctimas potenciales que merecía la pena rescatar. Todos los días se destruían negocios en las calles, pero el murciélago sólo aparecía en los casos importantes, ya nadie aparecía a bajar gatitos de los árboles.
Cuando cambió de curso en su caminata nocturna, enfiló a pie hacia el borde de la ciudad, hacia una zona urbanizada, pobre por definición  y tan olvidada de la mano de Dios como era de esperarse; un sitio en donde el crimen casi no pasaba por encontrar poco que obtener, donde la beneficencia hacía acto de presencia lo justo y, donde los habitantes estaban resignados al mal olor, las comidas recalentadas y las muertes por enfermedad; le tomaría menos de una hora llegar hasta allí.

—Soy yo. Tendrá su espectáculo.

Una hora más tarde, en una calle en los suburbios, una niña de tez morena caminaba sola, sin rumbo fijo. Avanzada la noche, el calor sofocante de la tarde había dado paso a un viento susurrante, una voz ahogada que invitaba a entrar en las casas y cerrar las ventanas. En los sueños de muchos, ese viento sería la voz de un monstruo.

— ¿Qué haces aquí?
—Estoy perdida señor.

El silencio en esa calle en las afueras de Gotham se podría haber tragado a un minotauro.
Las lágrimas se habían secado en las mejillas de la niña, delineando surcos sobre sus mejillas de piel tostada. Steve se sentó en el suelo y le hizo un gesto para que se acercara.

—Habías salido a pasear con tus padres.
—Mamá dijo que la acompañara —contestó ella con voz temblorosa—, fuimos a ver a tía Judd, pero perdimos el autobús de regreso y estábamos en una estación que no conocía.

Steve podía hacerse una imagen de lo que había sucedido; la madre pobre, cansada en un terminal de buses, buscando la forma de regresar a casa cuando estaba comenzando la noche, diciéndole a la hija inquieta que se quedara sentada esperando; la niña desobediente saliendo del lugar, caminando curiosa hasta perderse. Hasta llegar a él.

—Saliste a jugar un rato verdad.

No lo dijo como una acusación, sin embargo los ojos de ella se inundaron de lágrimas, aunque sin llegar a llorar.

— ¿Usted sabe dónde está la Estación de Buses?

Steve permaneció sentado en el suelo, a tan sólo unos centímetros de ella, con la vista desenfocada.

—Sí, claro que lo sé; te ves cansada, debes extrañar a tu madre.
— ¿Me puede ayudar?
—Te llevaré con ella —dijo abriendo los brazos—, pero haré un truco de magia para ti.

La niña lo miró durante un segundo, sin comprender.

—Será un truco muy sencillo —dijo él en voz muy baja, casi como si el susurro pudiera ser llevado por el viento—, lo haré y en un segundo estarás en el lugar correcto.

La niña se mordió el labio inferior mientras contenía las lágrimas, y asintió lentamente.

—Cierra los ojos, y canta para mí ¿recuerdas alguna canción de cuna?
—Sí —balbuceó ella.
—Entonces cierra los ojos y cántala, y luego estarás en el sitio al que voy a llevarte.

Sucedió un instante breve, pero lleno de un silencio tan intenso, que si alguien más lo hubiera presenciado, habría sentido en el aire el emriagador aroma de la muerte.

—El camino por el que Jesús va… está lleno de algodón… cierra los ojos y duerme… niña de mi corazón…

Sentado en el frío suelo, el hombre acunó en sus brazos a la niña. La magnitud del acto no podría haber sido explicada en palabras, los ángeles de la guarda habían sido desterrados por el miedo y la falta de esperanza, nadie escuchó el sonido del cuchillo deslizándose por la piel, en la cuadra más solitaria de toda la ciudad, ningún oído percibió una exhalación ahogada, ningún ojo se percató de la ligera convulsión.
Las manos del hombre fueron gentiles de forma postrera, al depositar con cuidado y lentitud el cuerpo sobre el concreto; los pasos se alejaron silenciosos, fundiéndose con el sonido del viento que arrastraba algunas hojas, mientras el pequeño bulto sin hálito quedaba solo en la vereda, con la brisa nocturna pasando y la luz de la Luna iluminando con fría intensidad.



Próximo capítulo: Carroña para la hiena