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La última herida Capítulo 35: Jefe de seguridad - Capítulo 36: Dos responsables, una cara

Capítulo 35: Jefe de seguridad

El hombre vestía ropa deportiva oscura con un capuchón que tapaba la mayor parte de su cara, y apuntaba el revólver directo al rostro de Matilde; ni Aniara ni Gabriel se movieron.

– ¡Dame las llaves!

Aniara hizo un leve movimiento, lo que hizo que el hombre reaccionara rápidamente y encañonara a Matilde, sujetándola por un brazo al mismo tiempo.

–Ni se te ocurra –dijo con voz amenazante– dame esa arma, y entrégame las llaves de la camioneta.
–Tranquilo –dijo Matilde– no es necesario disparar.

Nadie se movió durante unos instantes. Finalmente Aniara le entregó el arma, mientras Gabriel miraba atónito la escena.

–Las llaves.

Nerviosamente, Matilde buscó en su bolsillo y se las entregó. El hombre la arrojó bruscamente hacia los otros dos y retrocedió, apuntando en todo momento con su arma.

–No traten de hacer ninguna tontería, o se van a arrepentir.

Se alejó rápidamente hacia la camioneta, y en unos segundos el vehículo ya se había alejado ante los ojos de Matilde; cuando volteó, vio que Gabriel había emprendido una carrera a toda velocidad, seguido de Aniara, que poco después dejó de perseguirlo al verlo demasiado lejos. Ambas se reunieron poco después.

–Está en buena forma, lo perdí.
–Así veo.

Durante un momento ninguna de las dos habló. Luego cruzaron una mirada cómplice.


2


La puerta se abrió y Matilde entró, dejando a Aniara esperando fuera; se trataba de un cuarto cerrado y completamente a oscuras; la voz del hombre se dejó escuchar suave y armoniosa a los oídos al fondo del lugar.

–Cuidado con el mueble.

Al fondo del lugar una tenue luz salía de varias pantallas de  ordenador; ante el escritorio un hombre de figura gruesa y grande permanecía sentado, inmóvil.

– ¿Cómo te fue?
–Todo va bien –respondió ella– ahora necesito que hagas lo tuyo.

El hombre asintió y se volcó al ordenador. Matilde se quedó un momento mirando a xxx, pensando en cómo había cambiado en los últimos años; estaba más grueso, no necesariamente gordo, pero si más voluminoso, y ahora usaba el cabello muy corto y una barba como de dos días. Le caía bien, y no habría recurrido a él de no ser por el destino, que quiso que tuvieran una oportunidad de charlar a solas durante la ceremonia fúnebre de Patricia. Benjamín era un buen hombre en general, y su amor por Patricia había sido tan genuino como el de ella por él, pero ambos eran demasiado jóvenes como para que su relación funcionara; al momento de la separación de ellos pensó en él como un hombre inmaduro e ingenuo, lo que probablemente sería el resto de su vida, pero era un buen hombre, y se mostró realmente indignado por lo de Patricia.

–Debí haber estado aquí –le dijo en un momento– debieron matarme a mí en vez de a ella. El mundo es tan injusto y ella sólo hacía bien a todos; ahora todo es peor.

Era una declaración impulsiva e infantil de parte de alguien que además desconocía las reales implicancias del caso de Patricia, pero las lágrimas de xxx habían sido reales, y tan dolidas que fue una nueva amenaza para su temple; a poco estuvo de decirle algún consuelo más allá de lo permitido, pero se controló y mantuvo todo en orden. Pero al mismo tiempo se le ocurrió que él podría ayudarla, ya que tenía acceso a una de las dependencias de la Unidad de prevención de accidentes en ruta, por lo que sus ojos podrían ver cosas que muchos otros no. Nunca hizo preguntas, le bastó para su conciencia saber que lo que fuera que estuviera haciendo servía para hacer justicia en nombre de Patricia, y se comprometió a ayudarla cuando lo llamase, y no revelar jamás la naturaleza de sus actos.

–Esto es lo que está pasando ahora –dijo en voz baja– pero no me has dicho lo que quieres ver exactamente.
–No lo tengo muy claro –replicó ella mirando una de las pantallas de ordenador– pero se supone que debería haber algún movimiento de maquinaria, algo como camiones pesados cerca de un lugar grande, alguna edificación de grandes proporciones.

Los ojos de xxx se desplazaban a gran velocidad de una pantalla a otra, mientras los números diminutos en ellas indicaban la hora: pasaba de las once de la noche.

–Movimiento de máquinas de gran tamaño en la noche no es algo común en la zona más céntrica de la ciudad, pero si tú lo dices, puede suceder.
–Debería estar por suceder.

La espera se hizo un poco larga durante algunos minutos; Aniara seguía afuera, esperando. Matilde sabía cuán duro debía ser todo eso para ella, pero por desgracia era la única opción. Si eso resultaba, tendrían que recurrir a la ayuda solo de una persona más.

–Aquí puede haber algo –dijo xxx de pronto– es extraño.

Matilde se concentró en uno de los monitores: Camiones con grandes acoplados entraban en un terreno cercado y se dirigían hacia un edificio de tres plantas, muy parecido a lo que Patricia en su momento había descrito como las instalaciones de Cuerpos imposibles.

–Son ellos.
–Entonces esto te sirve.
–Es perfecto –replicó ella– no sabes cuánto te lo agradezco.

Benjamín se volteó y la enfrentó. Su mirada era profunda y sincera, quizás de las pocas que seguían pareciéndole confiables.

– ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
–Lo que has hecho es más de lo que crees. Pero necesito que me prometas que...
–Todo esto muere conmigo –se adelantó él esbozando una sonrisa– no me debes explicaciones Matidez, siempre te tuve cariño, y sobre Patricia... solo quisiera haber sido más capaz de cuidarla y de cuidar lo nuestro, no sabes cómo lo he lamentado todo este tiempo.

No habló durante unos eternos segundos. Entonces así era, después de todo ese tiempo, la seguía amando como siempre, quizás más que antes; por un instante sintió como su corazón azotaba su pecho, muestra física del deseo de revelarle toda la verdad, de darle a él y a ella al menos una oportunidad. ¿Por qué no? ¿Por qué no olvidarse de todo, y aprovechar la oportunidad que tenían e intentarlo, juntos de nuevo, al menos como una posibilidad? Seguro que él tenía suficiente amor para intentarlo sin hacer preguntas, pero si abría esa puerta, todo el horror y la muerte volverían a amenazar sus vidas, y con ello también las de quienes los rodeaban. Además su hermana no quería olvidar.

–Eres un hombre increíble, de verdad.
–No pienso lo mismo.
–Lo eres. Ahora lo mejor que puedes hacer por tu vida es ser feliz, o luchar por serlo lo más posible. No te quedes de brazos cruzados; hazlo por su memoria.

Él asintió sin decir nada. Había llegado la hora de ir a otro sitio.

–Tengo que irme.
–Ahora no te voy a volver a ver ¿verdad?
–No lo creo –dijo ella simplemente– pero está bien, fue un gusto volver a verte, y de nuevo gracias por todo.


3


A Manieri le habían descubierto una afección al corazón, y entre eso y su jubilación pasó muy poco tiempo; él también era querido por la familia y por ella misma, por lo que esa noticia fue lamentable y emotiva al igual que su presencia en la ceremonia, pero Matilde no podía dejar de sospechar de él. Sabía que era un policía a la antigua, que había sido mentor de Patricia y un oficial siempre recto, pero la experiencia con Céspedes y las trágicas consecuencias que sobre ella y Cristian habían caído le impedían confiar nuevamente en alguien de alguna institución; tuvieron una larga discusión con su hermana a la hora de iniciar los planes, pero al final tuvo que ceder y confiar en él una parte terriblemente importante y acudir a él. Manieri ni siquiera podía ver a Aniara, ya que como ella dijo, él era de las pocas personas, junto a ella y sus padres, que la descubrirían tan solo al mirarla a los ojos. Así que Matilde dejó pasar el tiempo, y en determinado momento fue a visitarlo para preparar el camino; le sorprendió ver el cambio que su salida de la policía hizo en el viejo oficial, y aunque en un principio lo atribuyó a su enfermedad, él mismo se encargó de dilucidar las dudas.

–Estoy cansado Matilde –le dijo en esa oportunidad– la verdad es que estoy cansado de todo esto. La tragedia que ocurrió con tu hermana, el asesinato de Mayorga, son cosas que me han hecho pensar mucho, más aún ahora que estoy retirado. Hay algo ahí afuera, algo más poderoso que la ley y que la policía, algo que puede hacer lo que queramos con nosotros; ya no son los tiempos donde uno podía luchar contra la delincuencia, donde sabías quiénes eran los malvados. Estos son tiempos donde la maldad es algo más fuerte, que no se ve, son tiempos en donde no hay diferencia entre un ladrón y una empresa o entre una gargantilla y la vida de alguien. Ya no puedo vivir así, no haciendo como si no pasara nada, tratando de salvar esquina tras esquina mientras están pasando cosas monstruosas alrededor y a nadie le importa nada.

Estaba frustrado. Seguro que lo de Patricia había ayudado su buen tanto, pero para el policía también era el resultado de tantos años de ver su trabajo frustrado, de compañeros muertos, de justicia que jamás llega; al escucharlo hablar ella supo que la decisión había sido la correcta, de modo que se aventuró a decirle lo que necesitaba de él, y a mencionar también que en medio de todo ese secreto, ni siquiera él podía estar enterado de los detalles de su plan. Durante una larga conversación en que él le explicó sin palabras concretas que no quería saber de qué se trataba exactamente lo que pretendía hacer, la joven le dijo de la misma manera sus intenciones, como si ambos hubiesen estado haciendo referencia a sueños o fantasías. Cuando se despidieron, ella tenía un manojo de llaves en su bolsillo, y una decisión por tomar, después de la cual no habría regreso.
No, no habría regreso.
El viaje en la camioneta había sido a toda velocidad hacia el lugar donde tenían el vehículo cargado, y de ahí nuevamente a toda máquina para alcanzar a llegar hasta su destino; se trataba de un sencillo camión aljibe, aunque tenía un modificación muy importante, de ahí que hubiese sido tan importante la intervención de Manieri para conseguir lo necesario. Una vez que llegaron descubrieron a los camiones dentro de un inmenso terreno en la zona oriente de la ciudad. Estaba bastante lejos de donde una vez había estado Cuerpos imposibles, pero cumplía con las mismas características: Cercado, en un barrio de alta sociedad, con gran extensión de terreno convertido en un parque y una imponente construcción al centro; fuertes máquinas estaban cargando unas estructuras hacia los enormes containers que esperaban estacionados, tal y como Antonio les había dicho en un momento que era, instalaciones modulares que podían quitarse en el momento en que se requiriera. Y en ese momento, ante la advertencia de Gabriel y sabiendo que era precisamente Matilde quien estaba de por medio, habían decidido retirarse antes de quedar nuevamente expuestos. Seguramente en esos momentos alguien debería estar viajando hacia su nuevo departamento, qué ingenuos al pensar que ella estaría esperándolos indefensa nuevamente.

–Mira, ahí.

Aniara ya estaba preparada, con el arma en la mano; mientras tanto Matilde condujo el vehículo hacia la entrada del lugar.

–Nos vieron.

Una pareja de hombres custodiaban la entrada, sin armas a vista pero probablemente preparados para enfrentar a algún posible intruso pero ¿Quién sospecharía de un vehículo de aseo comunal que se dedica a echar agua a los parques y plazas?
Uno de los hombres se adelantó levantando los brazos para hacer que se detuvieran, pero ya no había vuelta atrás; Aniara disparó a ambos rápidamente, haciéndolos caer, y sin detenerse, el camión entró en el lugar. No tenían mucho tiempo, de modo que la reacción debía ser a toda prisa.

– ¡Hazlo ahora!

Aniara dejó el arma en la guantera y abrió la puerta; no habían podido ensayar esos movimientos, pero por fortuna la mujer se desplazó hacia la parte trasera con toda facilidad mientras el camión continuaba internándose en el sitio. Al mismo tiempo, un hombre apareció armado entre dos camiones, mientras el ruido de los disparos hacía detenerse las máquinas y asomar de los montacargas y cabinas a los conductores. Al verlo, la joven supo automáticamente que era el encargado de seguridad del que Antonio le había hablado a Cristian, Elías Jordán. Si no se encargaban de él, seguramente todo el plan quedaría estropeado.

– ¡Hazlo!

El hombre armado era muy alto, de piel blanca, cabello rubio cortado estilo militar y de cuerpo fuerte; miró en dirección al camión con sus ojos color piedra y levantó el arma sin esperar más, pero Aniara ya estaba lista y abrió la llave del contenedor mientras dirigía el chorro hacia el camión más cercano. Matilde presionó el acelerador un poco más, para permitir que el efecto del líquido cayera sobre la mayor cantidad de vehículos posible antes que tuvieran que escapar; uno de los conductores bajó atropelladamente de su cabina gritando hacia el hombre armado, quien por un momento dudó sobre qué hacer, lo que hizo que no disparara. Sin embargo la distancia que faltaba para que llegaran hasta él era muy escasa, y faltaban aún tres camiones más sin contar lo que pudiera estar dentro de la construcción. El hombre armado corrió hacia el camión levantando el arma, seguramente dispuesto a reventar los neumáticos; Matilde no podía ver a Aniara, pero sabía que en ese momento no estaba mirando realmente, que estar arrojando combustible sobre los camiones que llevaban en su interior parte de la clínica que había destruido su vida estaba siendo un trance del que no podía salir. Con mano firme tomó el arma y asomándola por la ventana, disparó hacia el hombre. Falló. Sin embargo él no pareció alterarse por el tiro que pasó a poca distancia, y continuó su carrera afinando la puntería; tanto él como Matilde dispararon, pero fue el tiro de ella el que dio en el blanco, haciendo que Jordán cayera pesadamente sobre un costado.

– ¡Date prisa!

El grito de la otra atronó por sobre el ruido del motor y los gritos de desconcierto que estaban inundando el lugar; seguramente ella había visto algo que las obligaba a irse lo más rápidamente posible. Matilde esquivó al caído Jordán sin preocuparse de si estaba vivo o no, y presionó el acelerador con más fuerza: alrededor la gente bajaba a toda prisa de los vehículos ante la alerta del que había bajado en primer lugar, y entre ellos, otros hombres vestido de manera similar al jefe de seguridad trataban de poner orden al caos formado. En unos pocos segundos llegaron hasta la construcción, donde Aniara cerró la llave, y arrojó una pequeña botella con una mecha prendida. Lo siguiente fue el infierno.



Capítulo 36: Dos responsables, una cara


Cuando Aniara arrojó la primera botella encendida, el fuego se esparció a toda velocidad por el suelo y corrió hacia los vehículos estacionados con la valiosa maquinaria; inmediatamente Matilde giró el camión en ciento ochenta grados, y comenzó el camino de regreso a la salida, entre carreras y gritos de todo tipo alrededor; por el rabillo del ojo vio como la otra mujer volvía a entrar en la cabina del camión y recuperaba el arma, dispuesta a volver a disparar a quien fuera que se interpusiera.

–Bien hecho.

Estaba sudada y respiraba agitadamente, a todas luces esforzándose al máximo por mantenerse en control a pesar de todo. Un instante después arrojó por la ventana el resto de las botellas con la mecha encendida, desatando más fuego alrededor; sin titubear apuntó al camión que estaba más cerca de la entrada y disparó al tanque de gasolina.

– ¡Rayos!

El camión en el que iban ambas se sacudió violentamente con la onda expansiva de la explosión: por el retrovisor Matilde pudo ver como ese vehículo se convertía en un muro de llamas ardientes, a la vez que el fuego comenzaba a expandirse a los otros motorizados  y sobre el pasto y la tierra impregnada de combustible. Miró sus manos en el volante y vio que temblaban por el miedo que toda esa situación le había provocado, pero fuera de la tensión lógica y el azote del corazón en su pecho, estaba bastante bien.

–Date prisa, tenemos que salir de aquí.
–Lo sé.
–Espera.

Matilde miró por el retrovisor al infierno que se estaba desatando en el lugar. Aniara la sujetó del brazo.

–Detente.
–Tenemos que irnos.
– ¡Ahora!

Matilde se detuvo bruscamente, con el corazón nuevamente agitado ¿Qué le pasaba? Habían hablado muchas veces de eso, de lo que pasaría ante cualquier eventualidad, incluso si una de las dos era herida, y ahora que estaban fuera, con esa parte del plan funcionando tal como lo habían pensado, quería detenerse. Iba a decir algo, cuando por el retrovisor divisó lo que probablemente estaba viendo con tanta atención su hermana: entre el fuego y los hombres que trataban de apagar los distintos focos de incendio por doquier, pudo ver a una mujer abofeteando a alguien, probablemente a uno de los del equipo de seguridad. Jordán no se veía por ninguna parte. Siempre había sido ella.
Marcó el número en el celular.

2


A pesar de lo que probablemente estarían pensando los encargados de la clínica después del espectacular ataque de Matilde, esa parte no era la más importante del plan. Antes que eso estaba deshacerse de Jordán, y averiguar algo que seguramente era lo más valioso de todo lo que habían hecho hasta entonces. En las noticias de medianoche los reporteros cubrían ampliamente el ataque calificado como terrorista y la acción de bomberos en la zona, pero nadie explicaba de qué se trataba el atentado, o quiénes eran los dueños del lugar o por qué motivo se mantenía tanto secreto. Nadie lo haría. Matilde estaba sentada ante el ordenador portátil en el departamento de Aniara, mientras la otra se daba una ducha que en el viaje de regreso se le había hecho sumamente necesaria.

– ¿Qué crees que significa? –dijo la otra regresando a la salita– estuviste muy callada de regreso, parece que estamos pensando lo mismo.
–No puede haber otra explicación –sentenció la joven mientras seguía buscando en la red– es ella, solo puede ser ella.
–Es natural que esté entre ellos supongo, pero eso no significa nada más.
–Dijiste que me detuviera cuando la viste.
–Lo sé, pero ahora no estoy muy segura.

Matilde había decidido no mencionar nada acerca del exaltado estado de ánimo de Aniara; de momento prefería mantenerse enfocada en la misión que tenía.

–Es ella ¿No te das cuenta? Los científicos siempre están en medio de su trabajo, no pueden dejar de atender los avances de sus proyectos, es una deformación profesional. Entonces tenía la forma de hacerlo, de estar siempre ahí, sin llamar la atención, sin que nadie la viera pero al mismo tiempo atenta a todo.

Aniara no dijo nada, probablemente ignorando también su estado de ánimo; estaba enojada consigo misma igual que al principio, pero por mucho que se supiera culpable de muchas de las cosas que habían pasado, nada de eso exculpaba a la clínica, ni a sus fundadores, mucho menos a los que participaban activamente de esos tratamientos. Y ahora, después de tanto tiempo, al fin tenía la oportunidad de personificar en alguien su enojo, en saber que alguien tenía la responsabilidad.

–Incluso si es ella, no veo cómo puedes encontrarla en internet, con saber solo su nombre no tienes nada.

Se equivocaba. Antes de saber a quién estaban buscando no había prácticamente posibilidad, pero ahora las cosas tenían mucho más sentido, ahora sabía lo que debía buscar. Se le ocurrió buscar imágenes y referencias de clínicas, congresos médicos y lo que fuera similar, pero no en el presente, porque en ese momento, al ver a esa mujer había entendido que todo eso, el origen de aquella clínica y quizás hasta del tratamiento, estaba en el pasado, en alguien que no había querido quedarse atrás.

Pasaron un par de horas de búsqueda, de revisar imagen tras imagen de congresos médicos, de seminarios, clases y cursos de universidad, entrar en los historiales de las universidades y los grandes centros médicos, hasta que la encontró. Veinticinco años atrás.

–La encontré.

Aniara se acercó a ella, y se quedó mirando la borrosa imagen digitalizada de un periódico antiguo. Era ella.

–Adriana –dijo Matilde– la recepcionista de Cuerpos imposibles, la mujer que nos recibió en un principio, está ahí. La doctora Samanta Vera jamás murió en el accidente que aparece en ese diario.

La mujer que se había identificado como Adriana en la clínica Cuerpos imposibles, era la misma que aparecía notificada como muerta en un accidente automovilístico un cuarto de siglo atrás. Cabello más oscuro, mucho más hermosa, pero la misma cara, los mismos rasgos, la misma mirada segura de suficiencia y seguridad. ¿Quién iba a sospechar de una simple intermediaria, de alguien que solo te daba los buenos días? Matilde sintió náuseas nuevamente al comprender que lo que finalmente se utilizaba como un tratamiento de belleza en los pacientes actuales, no era más que un inhumano método para alcanzar la eterna juventud, una fuente interminable de modificaciones y curas que desafiaban al tiempo ¿cuántos habrían muerto en los últimos veinticinco años?

–Samanta Vera –dijo Aniara con tono ausente– ahí dice que murió junto a su esposo, pero no hay fotos de él.

Matilde copió el nombre del esposo, indicado también como doctor, supuestamente muerto en el accidente; Rodolfo Scarnia era cirujano al igual que ella, y como tal había sido llorado por el cuerpo médico y todos sus colegas, o al menos eso decían los viejos encabezados de la prensa.

–No puede ser.

Aniara tuvo que ir a sentarse para contener en algo la sorpresa que le produjo ver la imagen en la pantalla del ordenador. Si para Matilde estaba siendo difícil, no se imaginaba lo que estaba siendo para su hermana, aún más sabiendo que probablemente todo fuera mucho peor de lo que se imaginaron en sus peores proyecciones.

–Es él...

Aniara estaba lívida, el color abandonando su rostro, las palabras esfumadas de sus labios. Matilde pestañeó repetidas veces, tratando de despertar del sueño. Lo había visto, frente a sus ojos, y jamás se le habría pasado por la mente; era tremendo, no, era monstruoso.
El doctor Rodolfo Scarnia era Vicente.


2


– ¡Cálmate por favor!
– ¡No quiero calmarme, quiero que escuches lo que digo!

El descubrimiento había provocado un caos en los planes de las hermanas; Aniara estaba asustada de lo que significaba haber estado tan peligrosamente cerca de Rodolfo Scarnia, pero más de las implicancias que eso tenía para su hermana. De ahí a la discusión no había pasado mucho.

–Tienes que calmarte, nos estamos retrasando.

Aniara le dedicó el mismo tipo de mirada fulminante que a un delincuente.

–Parece que no lo entiendes, pueden matarte.
–Siempre supimos que eso podía pasar, de hecho habría pasado antes si no fuera por una serie de circunstancias.
–No es lo mismo Matilde, esto es demencial, es mucho peor de lo que fuera que nos hubiéramos imaginado antes.

Matilde lo sabía. Después de todo lo que había investigado, de lo vivido y leído, resultaba difícil no armar un panorama cuando los puntos cardinales estaban tan claros: Cuerpos imposibles trataba heridas, y las hacía desaparecer, mientras que dos renombrados cirujanos estaban entre ellos, uno haciéndose pasar por paciente, la otra por recepcionista. No solo era una forma intrincada e inexplicable de proceder, también sugería una serie de posibilidades, cuál de ellas peor que la otra. ¿Por qué el ataque? ¿Por qué tanta cercanía con Patricia? ¿Qué habría sucedido el día de la cita fallida? A esas alturas las amenazas de muerte por parte de la clínica parecían un inocente juego junto al nuevo panorama.

–Está bien, te doy el punto, pero si no fuera por esto, jamás habríamos sabido quién estaba detrás de todo esto, seguro que son parte de la cabeza de Cuerpos imposibles, sino la cabeza misma.

Aniara estaba pensando a toda la velocidad que podía, de la cual experimentaba interrupciones desde que dejara de ser ella misma; suponía  que debía agradecer seguir viva.

– ¿No te das cuenta que esto no es casual? –gritó Aniara– hay algo diferente en mí, por eso es que las cosas sucedieron de esa manera, por eso la caja. Si ellos llevan todos estos años tras algo, no es la fórmula de curar heridas, ni siquiera de mantenerse jóvenes, y lo sabes tan bien como yo; hay algo más, un motivo mucho más poderoso ¿Qué crees que pasará si te encuentran?
–Cuando pusimos en marcha este plan –replicó Matilde con fuerza– sabíamos que había mucho en riesgo, que íbamos a hacer sacrificios y que podíamos salir mal paradas, por eso es que hemos hecho todo hasta ahora, por eso las mentiras, no trates de hacerme sentir que sobro en esto.
– ¡Podrían hacerte cosas peores que la muerte, dime cómo quieres que me ponga!

Matilde la fulminó con la mirada.

–Quiero que demuestres que tienes madera para enfrentar lo que está pasando. No eres la única que está sufriendo aquí.

Se miraron largamente, sin hablar;  en ese momento la joven recordó aquel maldito día, cuando la vida de su hermana se escurría entre sus manos, y como en ese momento empezó a trazarse el plan que con tanta meticulosidad habían desarrollado. Su insistencia en acompañar al equipo forense obedecía únicamente al hecho de no querer separarse de ella, por lo que lo demás fue simplemente una consecuencia de eso: Alonso Cárdenas era el encargado del equipo forense que se llevó el cuerpo y a ella al laboratorio, pero también era conocido de Patricia, por lo que se produjo un serio conflicto con respecto a su identidad, el que omitió deliberadamente a la espera de mayor privacidad; cuando estuvieron a solas le pidió explicaciones a Matilde, pero si no creyó que Patricia y esa mujer fueran la misma persona, mucho menos pudo creer verla incorporarse, viva otra vez. Dentro del impacto que puede producir en una persona un hecho de semejante magnitud, Alonso se lo tomó bastante bien, después de unos minutos. Entonces demostró que realmente estaba hecho de acero, y le exigió que le dijera lo que estaba pasando; Patricia estaba sorprendentemente bien después de lo sucedido, por lo tanto entre ambas le explicaron que la habían tratado de asesinar para esconder el secreto del tratamiento ilegal que realizaba la clínica, mientras que la propia Patricia explicó que no era la primera herida mortal que recibía, motivo por el cual había decidido sacarse a sí misma del camino para proteger a su hermana y tener una forma de luchar contra la gente causante de todo aquello.
Alonso reaccionó con frialdad al respecto, y yendo directamente a un aspecto práctico, les dijo que en ese momento Patricia sí estaba muerta, porque se había comprobado que su corazón no latía, y mediante un certificado de defunción se había sellado su destino, por lo que en ese momento la mujer de una apariencia diferente a la que él conocía, no era nadie.
A partir de ahí consiguieron la ayuda de él para desarrollar un plan con el que pudieran descubrir la verdad tras el tratamiento y enfrentarse a los responsables.
 
–Jamás podremos escapar de todo esto. A veces me pregunto si tiene sentido luchar contra ellos.
–Entiendo que estés confundida –dijo Matilde lentamente– pero eso no nos ayuda ahora. Cuando volviste, dijiste que no ibas a parar hasta que alguien pagara por lo que habías hecho. Yo también hice la misma promesa, y ahora no podemos abandonar, no cuando estamos tan cerca de conseguirlo. Tenemos dos nombres, solo hay que seguir.

Aniara había nacido en reemplazo de Patricia. Ninguna de las dos había mencionado nuevamente el otro nombre.

–Tienes razón.





Próximo capítulo: Oficina sin espejos


La última herida Capítulo 33: Fiesta de gala - Capítulo 34: Dos videos




El Domingo 13 de Diciembre el centro de eventos del hotel San Martin estaba reservado para una celebración muy especial: se trataba de la fiesta de aniversario de Giovanna Gill y Esteban Lira, un matrimonio parte de la alta sociedad y miembro de distintas sociedades benefactoras; entrados en los setenta, ambos participaban activamente en todo tipo de celebración, y desde luego contaban entre sus amistades a figuras del espectáculo, la música y el mundo del arte, quienes habitualmente se reunían con ellos en diversos eventos. La conmemoración de sus cincuenta años de matrimonio había sido anunciada en todos los medios sociales con meses de anticipación, por lo que los reporteros de sociedad y medios de prensa estaban apostados en la entrada y el hall del hotel, para cubrir la llegada de cada uno de los invitados y analizar los atuendos.
El automóvil en el que llegó la mujer era rentado, conducido por un chofer joven y atractivo contratado para ese fin. El hombre, vestido elegantemente, descendió del vehículo y lo rodeó con paso ligero, a punto para abrir la puerta. La mujer que descendió era morena y alta, de figura delgada y atlética, y llevaba el cabello con un osado corte con flequillo a la izquierda; el vestido corto que llevaba era de fino satén importado, de color púrpura con un entramado hecho de hilo dorado que dibujaba una serie de hojas diminutas al costado izquierdo del cuerpo. El vestido hacía un juego perfecto con las sandalias de tacón alto con cadenas doradas que rodeaban los tobillos, y el elegante collar de eslabones de oro rosa del cual pendía una piedra de obsidiana; los pendientes que llevaba armonizaban el conjunto al ser de brillantes, e iluminaban el rostro maquillado profesionalmente. En la mano derecha, la mujer llevaba una cadena de brillantes engarzados en oro rosa, a juego también con la pequeña cartera de mano. La mujer ofrecía un espectáculo armónico y elegante en su caminar a través de la amplia recepción, mientras saludaba a algunos de los invitados que entraban al tiempo que ella e ignoraba a los medios de prensa; sabía que era probable que se hicieran algunas preguntas acerca de su identidad, pero su presencia no se debía a la fama o el conocimiento público, tenía que ver con otro motivo muy distinto.

–Buenas noches señorita.

El hombre en el umbral del salón donde se realizaba la ceremonia le sonrió cortésmente.

–Buenas noches.
–Si es tan amable, le agradecería que me indicara su nombre.

La mujer lo miró fijamente. Todo estaba en orden.

–Aniara Occebe.

El hombre visó rápidamente la información en su tableta digital.

–Le agradezco. Por favor pase, y si necesita cualquier cosa, solo llámeme, mi nombre es Gerardo.
–Lo recordaré.

Con un simple asentimiento, Aniara entró en el salón donde la música animaba la fiesta y a los invitados. El lugar estaba repleto de lo más destacado de la sociedad en la actualidad, por lo que no le fue difícil reconocer a cantantes, actrices e integrantes de familias de nombre destacado; a decir verdad, de manera corriente no habría reconocido a la mayoría, pero parte del trabajo hecho en los meses anteriores había sido aprender nombres y memorizar rostros, tantos como fuera necesario, y gracias a eso en un momento como ese podría decir con toda tranquilidad no solo el nombre, sino que varios otros datos más.

Tomó una copa al pasar y se humedeció los labios, dando la sensación de beber, aunque no lo hizo ni pretendía hacerlo. Entre todas esas personas, muchos tenían algo en común con ella, por mucho que jamás los hubiera visto en su vida; el dinero empleado en conseguir estar en la exclusiva nómina de invitados a esa celebración iba a valer la pena lo mismo que el traje y los accesorios, solo si podía cumplir con su objetivo. Que resultara tan extraño para ella estar ahí era lo menos importante, mientras pudiera mantenerse atenta y con los sentidos enfocados en lo que era realmente importante.
Entonces lo vio.
El hombre llevaba con elegancia el traje negro listado mientras balanceaba en la mano izquierda una copa que ya estaba hasta la mitad. Alto, fuerte, atractivo, de rasgos perfectos, mirada fuerte y actitud decidida, típico hombre ejecutivo, de mundo y con poder. Aniara lo miró fijamente y le sonrió.

– ¿Cómo estás?

El hombre hizo un breve asentimiento a unas personas que lo acompañaban y se detuvo frente a ella; sonrió seductoramente, seguro que dándose tiempo a reconocerla ¿a cuántas mujeres le habría sonreído de esa manera?

–Contento de estar aquí –replicó él sin perder la sonrisa– es un gusto ver a un matrimonio tan feliz como éste.

Ella desvió fugazmente la mirada hacia el gran listón con el grabado de felicitaciones y volvió a mirarlo a él.

–No todas las parejas llegan tan lejos.

Extendió la mano para saludarlo, a lo que el hombre dio un suave apretón. Ella no fue tan generosa.

–Gabriel Salmudena.

Ambos sonrieron en esa ocasión. Sin soltarle la mano, y solo cuando estuvo completamente segura de tener su atención, ella respondió el saludo.

–Aniara Occebe.

No soltó su mano, por lo que pudo sentir claramente como el hombre tensaba los músculos, la sonrisa repentinamente atravesada por un rayo de incredulidad.

–No digas nada, no es necesario.

Gabriel mantuvo la mirada de ella, pero en sus ojos se reflejó claramente el nerviosismo; hizo un débil intento por soltar la mano, pero la de ella aún estaba fuertemente cerrada.

– ¿Este nombre te trae recuerdos verdad?
– ¿Quién eres?
–Quien eres tú –replicó ella en voz baja– es una pregunta mejor hecha, y lo mejor que puedes hacer es dejar la otra mano a la vista, no vas a usar tu teléfono.

Durante ese par de segundos, la mujer pudo ver que el cerebro del hombre trabajaba a toda máquina; sin dejar de mirarla estaba evaluando la situación y también a ella, y seguramente gracias al apretón de manos sabía ya que no era cualquier persona.

–Si haces alguna tontería, no llegarás viva al final de éste día.
–Ya he estado en esa situación, y sin embargo sigo aquí –replicó ella sonriendo más ampliamente– pero no te preocupes, sé comportarme muy bien. Seré una niña buena si tú eres un niño bueno. Si eres todo un modelo.

El hombre se soltó con un ademán, pero no se movió de donde estaba. Ella comprendió que él estaba esperando entender si había alguien más allí, o si a su alrededor podría encontrar ayuda, o a alguno de sus aliados.

–Escucha, esto es lo que vamos a hacer: me llevarás a la clínica.



2


Matilde tenía estacionada la camioneta a varias cuadras del lugar en donde se ubicaba el hotel San Martin, pero tan pronto recibió la llamada arrancó el motor a toda velocidad; el entrenamiento conduciendo le había servido de mucho, por lo que manejar un vehículo de mayor envergadura que un auto ya no le resultaba complejo. Mientras hacía esto recordó cómo le había costado mantener a sus padres en Río dulce ese fin de semana, cuando hasta el momento habían cumplir con su opción de estar siempre presentes; tuvo que mostrarles los pasajes para demostrar que no solo no iba a estar Un par de minutos después se detuvo, y vio por el retrovisor cómo subía Aniara junto con el hombre al que estaban buscando; al verla, él no dio muestras de reconocerla.

–Nada de lo que están haciendo tiene sentido.
–No estás en posición de dar consejos, Gabriel –replicó la otra mujer lentamente– no ahora que no tienes el control de las cosas a tu alrededor.

Él sonrió.

–Secuestrarme no les dará dinero ni ningún beneficio, están cometiendo un error.
–Sabemos que trabajas para cuerpos imposibles.

Durante un segundo, el hombre no dijo ni hizo nada, excepto pasar rápidamente la mirada de una mujer a otra; no parecía preocupado por el arma que apuntaba a su rostro.

–Eres la hermana de la policía muerta.

La mirada de Matilde relampagueó en el retrovisor, pero no demostró sus sentimientos como fluían en su interior.

–Y tú aparentabas ser un amigo de Ariana de Rebecco.
– ¿Qué es lo que quieres?
–Entrar a la clínica donde se encuentra ahora –respondió ella simplemente– no es algo difícil para ti que oficias de guardia y asesino de ellos. Y el pago por tu trabajo es que conserves tu hermosa apariencia.

Gabriel se quedó mirando al cañón que lo apuntaba, y por primera vez pareció consciente del peligro que corría. Sin embargo mantuvo su frialdad.

–Matarme no te devolverá a tu hermana.
–No quiero matarte –replicó Matilde sin quitar la vista de la vía– pero dejarte desfigurado sería una muy buena recompensa para empezar.
–Quitarme el celular no basta para que tengas el control, ni siquiera esa arma te lo garantiza, simplemente puedo negarme a hablar.

Matilde dejó escapar una risa, que sonó mucho más ácida de lo que esperaba.

–Te amas demasiado a ti mismo como para dejar que te pase algo, o no habrías salido de esa fiesta junto a mi amiga cuando te pidió que vinieras.
–No tuve muchas alternativas.
–Podrías haber gritado pidiendo auxilio por mucho que te apuntara un arma, pero no lo hiciste. Y tampoco vas a arriesgar todo por lo que has luchado, no quieres perder lo que eres.

Un nuevo silencio, y quizás el primer momento en que se mostraba realmente preocupado.

–Está bien, quieres que te lleve a la clínica ¿Qué harás ahí? ¿Dispararle con tu arma? ¿Pedirles que te devuelvan a tu hermana?

La otra mujer, sentada junto a él, le dio un fuerte golpe con la empuñadura del revólver con el que lo apuntaba; Gabriel dio un breve grito de dolor y se retorció en sí mismo, mientras Matilde luchaba por mantenerse entera y tranquila.

–No estamos jugando Gabriel. Sé todo sobre ti, y sé que te aprecias mucho como para hacer algo que te ponga en peligro, estoy segura que eso fue lo que te llevó a ellos en primer lugar ¿Mataste a Ariana?

El hombre se tardó en responder, pero lo hizo una vez que volvió a erguirse, con toda la dignidad que un golpe en la cabeza le permitía.

–No estaba con ella cuando murió.
–Dime si la mataste o no.
–No, no la maté. Pero sabes que ella tuvo la culpa de lo que pasó, ella jamás tendría que haberte dado la información de la clínica, pero Ariana siempre fue demasiado débil.

Las mujeres cruzaron una fugaz mirada.

–Viniendo de ti debe ser un elogio. Supongo que tu trabajo con ella terminó cuando la asesinaron, por eso no estabas en el funeral.

El hombre no respondió.

–Eso pensé –dijo Matilde fríamente– pero si querían desquitarse con alguien, ella era la persona menos indicada, era totalmente inofensiva.

Gabriel sonrió sarcásticamente.

–Las personas inofensivas son una ilusión creada por la sociedad, para esconder cosas mucho más peligrosas de lo que parecen. ¿Quién diría que tú, una mujer completamente inofensiva, tomaría un arma para apuntarme y tratar de cobrar venganza contra la clínica?
–Tu manera de decir las cosas es bastante conveniente para ti, sobre todo ahora que estás con un arma en tu rostro.

Matilde y Gabriel se miraron largamente a través del retrovisor; internamente ella rogaba seguir teniendo el mismo temple que hasta ese momento.

–Tienes razón en que no quiero que me hagan daño, y tampoco quiero sufrir. Los seres humanos nos parecemos en muchas cosas, tu hermana y tú son la muestra de eso.
–Y matarnos era la solución a los problemas que generaron sus tratamientos.
–Qué sencillo para ti pensar eso ¿O no? –retrucó él ácidamente– ustedes son las víctimas y la clínica es el monstruo, no me digas que todavía leen cuentos de hadas.
–Nosotros no les hemos hecho daño alguno.
–Exponer a la clínica es un daño mucho más grande de lo que imaginas, tú no sabes cuál es el real poder de la clínica.

Muchas veces durante los últimos meses, Matilde y su hermana habían pensado en la mayor cantidad de probabilidades acerca de lo que iban a enfrentar; la planeación exigía cuidado y mucho tiempo, pero siempre pensaron que las probabilidades eran principalmente malas, ya que pensar eso es ayudaba a pensar en contingencias. Hacer que alguien como Gabriel, que en realidad tenía tanta importancia dentro del aparato de la clínica como cualquier otro peón, les daría información relevante a la hora de ingresar.

–El poder de la clínica pasa por la gente que la avala, no por lo que hacen. Sus tratamientos no son perfectos y lo sabes.
–Nada de lo que pasó debería haber sucedido en primer lugar, ustedes no están en el mismo círculo que las personas que se tratan en ese sitio; las posibilidades de falla en un tratamiento es mínima, y si tienes un poco de sentido común vas a entender que tu hermana también tuvo la culpa.

Matilde detuvo el vehículo en un semáforo en rojo; por el retrovisor veía como Aniara mantenía el revólver apuntando amenazadoramente al rostro de ese hombre, por fortuna sin delatar sus sentimientos. Ella también debía controlarse. Sin embargo no pudo evitar recordar ese momento, meses atrás, en el departamento de su hermana, cuando encontró entre sus cosas aquello que la hizo gritar de terror; al mismo tiempo descubrió cuál era el tratamiento real, lo que se escondía detrás de la belleza que implantaban en las personas, y supo que eso no podía simplemente quedar así. Sin embargo es imagen seguía vívida en su mente, despertaba con ella cada mañana frente a los ojos, como si estuviera constantemente delante de ella.

–No sabes de lo que hablas. Realmente no sabes de lo que hablas. Aniara, deja que él vea la caja.

Con un movimiento estudiado, la mujer le pasó el arma a Matilde, quien siguió apuntando sin mover el ángulo de disparo. Ante los atentos ojos de Gabriel, la mujer abrió una pequeña caja metálica, cuyo contenido enseñó al hombre.

Un segundo después se escuchó un grito de horror.





Capítulo 34: Dos videos


–Cierra esa caja.

Ninguna de las dos se movió. Los últimos dos minutos habían sido intensos para las tres personas dentro de la camioneta, pero nada había cambiado, Matilde seguía apuntando mientras Aniara mantenía la caja abierta frente a él.

–Supongo que no te quedan dudas.
–Aleja esa cosa de mi –dijo él con voz ronca– no hagas eso.

El hombre había perdido toda su galantería y frialdad al ver lo que había dentro de la caja; Matilde no podía culparlo, a ella le era muy difícil tan siquiera recordar el contenido, y hasta el momento agradecía que sus despertares luego de las pesadillas fueran silenciosos y no con gritos de espanto, sobre todo cuando sus padres estaban en casa.

–Es suficiente.

Aniara guardó la caja y recuperó el arma, aunque por el estado nervioso en que había quedado Gabriel, no parecía necesario amenazarlo.

– ¿Sabías de esto?
–Uno nunca sabe las cosas que...
–Contesta la pregunta –lo interrumpió Matilde– ¿Lo sabías?

Gabriel se secó el sudor con la manga de la camisa y respiró profundamente, aliviado de ya no tener cerca la caja que le habían mostrado. Luego se recostó en el asiento, respirando fuerte.

–Había escuchado algo pero nunca... demonios.
–Eso es lo que tú también tienes en tu cuerpo Gabriel.

El hombre hizo una mueca, conteniendo las náuseas.

–Está bien, si querías torturarme lo conseguiste, pero nada de esto va a cambiar lo demás ¿o acaso crees que con una pistola y eso vas a poder conseguir algo? Ya sabes que no.

La policía estaba descartada; quizás si Matilde hubiera tenido más claro eso desde un principio, sus acciones no habrían dejado tantos damnificados en el camino. La mirada sincera de Cristian Mayorga seguía viva en su recuerdo.

–Debería alegrarte estar en la posición en que estás, porque eso significa que no estarás en la de la gente de la clínica. Ahora solo tienes dos opciones, me llevas a la clínica sin trucos ni engaños, o jamás llegarás a volver a salir a la calle luego que terminemos con tu cara. Lo que suceda en ese lugar es solo mi asunto.


2


Desde que pusieron en marcha el plan y tuvieron como objetivo llegar a la gente de la clínica a través de la única persona cercana a la modelo que quiso ayudar a su hermana, Matilde se propuso pensar en Patricia como Aniara. Era un anagrama del nombre real de Miranda Arévalo, pensado para llamar la atención de Gabriel cuando lo encontraran, y además para poder mantenerla oculta mientras llevaran a cabo todo el desarrollo, pero para ella también era una especie de homenaje; en todo lo que había ocurrido, algo se mantenía inalterable, y es que no podía pensar en Miranda como una culpable, sino como una víctima. Era extraño, porque solo la había visto dos veces en su vida y apenas por unos momentos, pero al recordar, lo que sentía es que ella había sufrido las consecuencias de estar en el lugar y con las personas equivocadas, igual que ella. Jamás iba a saber a ciencia cierta a qué se refería exactamente con lo que le dijo la primera vez en esa calle, pero lo que encontró en el departamento de Patricia y todo lo sucedido en los meses posteriores hacían que pensara que ella, de alguna manera, había descubierto algo similar, o que por algún accidente esa verdad simplemente cayó en sus manos. Una mujer sola, rodeada de personas que solo querían negociar con ella, en un mundo donde los sentimientos probablemente tendrían poca importancia, seguramente no tuvo oportunidad ante lo que fuera que descubriera. Mientras la camioneta seguía su curso, decidió hacer la pregunta que tanto la inquietaba.

– ¿Qué le sucedía a Miranda la primera vez que la vi?

El hombre estaba más repuesto del mal rato, pero no había vuelto a su centro.

–Estaba alterada.
–Eso pude verlo. Lo que quiero saber es por qué dijo lo que dijo.
 
Gabriel la miró auténticamente sorprendido.

– ¿Alcanzaron a hablar?
–Sí.
–No lo sabía –dijo él en voz baja– no me di cuenta con el alboroto. Si lo hubiera sospechado, entonces podría haberla detenido antes que le diera los datos de la clínica.
– ¿A qué te refieres?

Por primera vez parecía preocupado, aunque sus emociones parecían constantemente lejos de lo que pasaba al interior del vehículo.

–Ariana era una mujer inestable y débil. Desde que comenzó a trabajar fue manejada por alguien más, siempre las decisiones estuvieron en otras manos, así que cuando llegó a la clínica para tratar una herida en la cadera por una caída, la atendieron sin mayores problemas. Eventualmente estaba tratada, y por su trabajo se hicieron necesarios nuevos tratamientos para hacerla más hermosa, y de pronto se volvió necesaria para la organización, ya que era un rostro conocido y querido por la gente, y ellos siempre necesitan personajes públicos que estén desviando la atención de todos.

Matilde sintió náuseas al pensar en las consecuencias de esos continuos tratamientos.

–Pero algo salió mal.
–A diferencia de lo que pasó con tu hermana, lo de Ariana fue un descuido de un trabajador de la clínica, que permitió que ella terminara en un sitio en donde no debía estar; ella era casi como una niña para algunas cosas, así que cuando vio una puerta abierta, simplemente se dejó llevar, pero el ataque de histeria que sufrió después no fue en la clínica, sino mientras íbamos en mi auto hacia un evento. Se puso como loca y dijo que iba a decir todo lo que había visto, y escapó de mí. 
–En ese momento se encontró conmigo.

Él asintió.

–Mientras la seguía la vi cayendo al suelo, y a ti cerca. Lloraba tanto y hablaba tantas incoherencias, que no creí que hubiera dicho algo importante.
–Para mí no lo fue, no estaba en condiciones de pensar en eso. 
– ¿Qué dijo?

Matilde no desvió la mirada para encontrar la suya, pero sabía que estaba mirándola.

–Dijo que lo que había visto era horrible.
–Probablemente tenía razón.

Aniara se había mantenido en absoluto silencio tal y como lo habían acordado desde el principio. Matilde sabía que estaba siendo una prueba difícil para ella, pero parte del acuerdo era mantenerla al margen de su propia historia, costase lo que costase.

–Sin embargo, ella después siguió trabajando –dijo ella con voz inexpresiva– hizo eventos, incluso estuvo en el edificio donde se encontró conmigo ¿Estaba drogada?
–Por supuesto que estaba drogada –replicó él– eso es evidente. Después de ese ataque la sometieron a un tratamiento para calmarla, y hacer que se olvidara de todo. No es tan sencillo deshacerse de alguien como ella que de un desconocido, además les servía mucho más viva. Pasaba casi todo el tiempo en otro mundo, por eso es que nadie nunca sospechó que había sido ella quien les entregó la información.

El poder de la organización que dirigía la clínica se tambaleaba cuando una modelo veía más de la cuenta. O cuando una mujer común entraba en contacto con ellos.

–Pero igualmente dejaron que accediéramos a todo eso.
–Cuando sucedió, fue una sorpresa para ellos supongo –repuso el hombre tratando de sonar liviano– según supe, simplemente fue una serie de malentendidos lo que permitió que llegaran tan lejos, pero cuando ya estaba hecho era muy tarde para echar pie atrás, de modo que simplemente se estableció vigilancia.
–Vicente, el empresario que tenía una herida en la espalda, y Antonio, mi amigo.
–Así es. Todas las personas que se han tratado en la clínica tienen a alguien cercano que los vigila, eso es parte de sus protocolos para mantener todo en secreto, por eso es que funciona. Sabes tan bien como yo que luego las cosas se complicaron.
–Y por eso decidieron acabar con todo, matar a mi hermana, a Miranda, al oficial Mayorga y al doctor Medel.
–Solo tu hermana era un peligro real en tanto tuviera la información genética en su cuerpo –replicó el hombre– Antonio estaba en lo cierto cuando te lo dijo.

Antonio les había dicho todo. Y probablemente, dentro de la clínica no hubiera nadie más peligroso para ellas que él.

– ¿Está vivo?
–No lo sé, no supe más de él, y se suponía que tampoco sabría más de ti.
–Pero igual me siguieron.
–Han pasado meses desde que todo eso terminó, hasta donde yo sé, una vigilancia como esa sería por unas seis a ocho semanas como mucho, pero veo que moviste bien tus cartas.

Matilde guardó silencio un momento. Así que sus planes sí habían funcionado bien, todo el esfuerzo por mantenerse oculta y disimular sus acciones había servido. Lo que no tenía claro aún era si había sido buena idea o no grabar esos videos. Ralentó la marcha conforme se acercaban a un nuevo semáforo, mientras según las indicaciones de Gabriel estaban cerca de las nuevas instalaciones de la clínica.

–No había mucho que hacer ¿no crees? –dijo forzando una sonrisa– sabes bien que no había forma de acudir a nadie, mucho menos a la policía. Pero hay algo que no comprendo, si dijiste que Patricia era el único peligro real ¿Por qué matar a los demás?

Gabriel estudió la situación un momento. Estaba claro que quería protegerse, y entendía que mientras hablara, no le harían daño.

–No sé lo suficiente.
–Mientes, estuviste con Ariana, por lo tanto estás involucrado.
–Está bien, lo que quiero decir es que no sé tanto como esperas; que Miranda haya deslizado información sin autorización, pese a estar medicada, indicaba que se había salido definitivamente de control, o que tal vez estaba tratando de buscar una salida, no lo sé. Pero se volvió peligrosa, y fue más oportuno para ellos eliminarla, además serviría para distraer la atención.
– ¿De la muerte del policía o de la amenaza de las acciones de Miranda y mías?
–Un poco de ambas supongo. Todo sucedió casi al mismo tiempo, y supongo que no tengo que detallarlo. Patricia sufrió ese accidente o lo que fuera y detonó todas las alarmas al mismo tiempo que Vicente iba a hacer una ronda de investigación, y lo siguiente que sabíamos es que un policía avisaba que te estaban tratando de ayudar, que Antonio había fracasado y que ese imbécil del doctor había contactado a alguien por su cuenta.

Matilde hizo una pausa. Las miles de conjeturas que había hecho durante ese tiempo incluían cosas como esa, pero no dejaba de ser sorprendente cómo funcionaba esa maquinaria, con una base central desconocida, y cientos de tentáculos en todas direcciones; y al mismo tiempo que era poderosa, tenía en su propia composición algunos puntos débiles que podían ayudarla.

–Es decir que la muerte de mi hermana era una obligación, la de Miranda una necesidad y todas las otras, fuerza mayor.

El hombre rió de manera similar a la que lo había hecho Antonio anteriormente.

–No entiendes el poder de la clínica. Hay demasiada gente adinerada, famosa y poderosa que se ha atendido con ellos como para permitir que tú o quien sea se interponga en su camino.
–Pero habitualmente no asesinan tantas personas.
–No estuviste involucrada en una situación normal, por eso es que movieron tantas piezas. Pero te vuelvo a decir, no hay nada que tú puedas hacer aquí.

Matilde asintió, como si estuviera dándole la razón.

–Hay algo que quiero saber: quién es el líder.
–No lo sé –replicó él como si lo que decía fuera absurdamente obvio– están escondidos, no tienen necesidad de estar presentes cuando pueden recibir el dinero con tranquilidad.
–Pero alguna vez deben haberlo hecho; deben ser doctores o cirujanos, solo personas expertas pueden haber conseguido que esto sea posible.

Gabriel meneó la cabeza.

–Si alguna vez estuvieron presentes, es de antes de mis tiempos.
– ¿Desde cuándo existen?
– ¿Que yo sepa? –dijo él perplejo– lo que uno puede saber es relativo, esto no es una empresa con un sitio web y una gran placa de mármol con su historia. Pero lo que sé es que son aproximadamente veinte años. Más que eso es imposible saber.

Pero un científico no se queda al margen de su trabajo, esa es una deformación profesional de cada uno de ellos. Esa persona o personas estaban ahí, en alguna parte, verificando que todo siguiera el curso que ellos querían. Su hermana había tenido razón en eso.

– ¿Hay algún jefe de seguridad de la clínica, alguien que se encargue de los asuntos como ese? No puedo creer que no

La mirada del hombre se ensombreció. Entonces lo conocía, y era peor de lo que parecía.

–No sé quién es, pero sí puedo decirte esto: cuando se entere de lo que tramas, desearás haber muerto junto a tu hermana.

Matilde detuvo el vehículo e hizo que los demás bajaran. Estaban al lado de un pequeño parque urbano, vacío y solitario en la noche.

–Vamos a cambiar de vehículo, terminaremos el viaje de otra forma.

Caminaron hacia el parque, del cual al otro lado se veía un auto blanco. Nadie dijo nada durante varios segundos, hasta que un grito amenazador hizo que los tres quedaran inmóviles, todas las miradas sobre el cañón de un revólver.







Próximo capítulo: Jefe de seguridad

La última herida Capítulo 31: Un evento poco familiar - Capítulo 32: Escaleras arriba

Capítulo 31: Un evento poco familiar


Matilde se había levantado muy temprano el día Sábado 21 de Noviembre; sus padres habían llegado la noche anterior por causa de un anuncio de lluvia, y con los ya habituales problemas para trasladarse hacia la ciudad prefirieron evitar contratiempos.

—Buenos días hija.
—Buenos días mamá, buenos días papá.

Su departamento había sido dejado tiempo atrás, y en esos momentos estaba en uno nuevo en otro edificio, a cierta distancia de donde habitara anteriormente. Con el tiempo la decisión había sido la correcta, aunque no lo pareciera en un principio; el departamento estaba en un primer piso y era bastante amplio, con tres habitaciones en total además del cuarto de baño, la sala y la cocina comedor, por lo que resultaba perfecto para las constantes visitas de sus padres los fines de semana.

—Traje tarta de pollo hija, si quieres te sirvo un poco ahora para el desayuno.
—Muchas gracias mamá.

Las mañanas de Sábado eran agotadoras, tanto cuando sus padres llegaban a primera hora como cuando llegaban el Viernes; desde luego sus padres eran madrugadores y la vida en Río dulce no cambiaba eso, de modo que al llegar mantenían esa costumbre. Matilde no iba a discutir con ellos.

—Te dejé frutas sobre el refrigerador, para que tengas para la semana.
—Gracias papá.

Jamás habían estado tan pendientes de ella como en esos últimos cuatro meses y fracción; no habían querido entender que su forma de enfrentar los acontecimientos era distinta, y cualquier tipo de intervención en ese sentido los violentaba profundamente. No podía culparlos.
Al menos podía agradecer que en esos momentos ya era posible hacer algo tan cotidiano como encender el televisor sin ser bombardeados por información de todo tipo, tanto en los noticieros como en cuanto programa de televisión existiera. Si hubiera aceptado ir a las entrevistas a las que fue llamada y cobrado por ello, seguramente podría haber vivido tranquilamente el resto de su vida.

— ¿Quieres jugo?
—De naranja por favor.

Se sentó a la mesa circular de la cocina mientras su padre servía jugo en vasos altos y su madre cortaba otro trozo de tarta. Era enternecedor ver como con el paso de los años la relación entre ellos se había hecho tan fuerte como para que su padre dejara de modo sutil sus costumbres machistas para acompañar a su amada esposa en todo tipo de labores, en ese caso las cotidianas. El amor hacía cosas impensadas.

—Gracias papá.
—Por nada.

Los tres se sentaron a la mesa una vez que su madre terminó de servir tarta de pollo para los tres. En otra época una cocinera de la hacienda había hecho la preparación del pollo y el sazonado, que era sumamente importante, y con el paso del tiempo la receta se había ido traspasando a otros trabajadores, y seguía siendo uno de los platillos más exquisitos de Río dulce.
La vida jamás había sido tan amarga como entonces.
Las discusiones con sus padres habían llegado casi al mismo tiempo que la invasión de la prensa y la policía; por desgracia las comunicaciones parecieron restablecerse de forma mágica la tarde del 27 de Junio, ya que muy poco después de ocurrida la tragedia, fue necesario hacer las llamadas pertinentes. Matilde supo entonces que era posible sentir más dolor incluso del que había sentido mientras rogaba a gritos por la vida de su hermana.

— ¿Puedes pasarme el cuchillo?
—Claro.

La muerte de Cristian Mayorga solo había aumentado el interés de los medios por cualquier cosa relacionada, y ella junto con su familia eran parte medular de la noticia.
Aunque no era lo único que había sucedido.
Los acontecimientos estaban precipitándose desde antes y la prensa no tardó en establecer suspicaces conclusiones acerca de muchos de los hechos. Nada de eso servía de nada en esos momentos.
El vehículo del servicio legal había llegado casi al mismo tiempo que la policía, de modo que la autorización se gestionó casi de inmediato; en esa ocasión Matilde se sobrepuso a cualquier sentimiento de devastación que estuviera experimentando, y no permitió que se le alejara siquiera un milímetro. Las siguientes horas pasaron como en un ensueño, entre paredes blancas, mármol inmune a la sangre y al dolor y un olor indescriptible que parecía meterse por las fosas nasales hasta impregnar el alma y los recuerdos. Las lágrimas se estaban secando adheridas a las mejillas, pero de sus ojos no volvieron a brotar, como si aquellos hombres con trajes blancos se hubieran llevado, algo tardíamente, su capacidad de derramar lágrimas junto con ellos; se negó de forma tenaz a apartarse, y mantuvo en sus manos la pintura roja que como costras insensibles se secaba y endurecía sobre la piel, ya sin la tibieza que antes anunciaba que la fuente de ese color rojo era un cuerpo vivo con un corazón que latía.
Uno de los hombres del servicio legal le ofreció algo de beber con un calmante, pero la joven no lo aceptó; ya no necesitaba calmantes ni frases de consuelo, a partir de ese momento la vida que conocía había cambiado para siempre, y quería estar despierta y al pendiente de cada detalle, doliera lo que doliera.

—La tarta está deliciosa.
—Me alegro que te guste hija.

La policía se había hecho presente en el lugar de la balacera debido al llamado de los vecinos asustados; el cuerpo de Cristian Mayorga había sido llevado por otro vehículo, seguramente porque los policías querían hacer sus propios trámites de manera particular, a fin de cuentas era parte de los suyos. Alguien le facilitó el teléfono para que pudiera hacer la llamada a sus padres, ya que había perdido el bolso y de todos modos no sabía si después de todo lo ocurrido su número siquiera funcionaría. Se sintió extrañamente desprovista de sentimientos, incluso cuando escuchó los llantos de su madre como música de fondo a la voz helada y quebrada de su padre; solo se limitó a decir lo que debía, y luego cortó.
La policía se dedicó a hacer su trabajo investigativo, mientras que sus padres viajaban a la cuidad; llegaron en poco tiempo, junto con algunos de los trabajadores antiguos de Río dulce que conocían a las hermanas desde pequeñas. En la ceremonia hubo mucho más gente de la esperada, amigos de la familia, de las hermanas, colegas de la unidad donde Patricia se había desempeñado hasta antes del accidente, y muchos otros con los que había trabajado antes; incluso llegaron varios compañeros del trabajo de Matilde además de algunos del instituto. Eliana no apareció. Soraya llegó un poco tarde, pero su presencia fue tan valiosa como siempre, y su abrazo, quizás el primero que despertó en ella una auténtica emoción digna de derramar lágrimas, aunque no llegó a hacerlo. Se contuvo.
Para el momento en que se llevó a cabo la ceremonia era el primer día de Julio, paradójicamente un día con mucha luz, aunque con mucho viento también; en medio de la llegada de los asistentes un policía le dijo que la investigación se estaba llevando a cabo, y que iban a necesitar más declaraciones de ella y de los otros involucrados en los hechos, aunque no eran muchos en realidad. Supo que el funeral de Cristian había sido realizado la jornada anterior, y consiguió que alguien le hiciera llegar el número de su madre, de modo que la llamó brevemente para darle las condolencias previa una explicación de lo que él había hecho por ayudarla. La voz de la mujer, traspasada de dolor, dando las gracias por la llamada, y haciendo patente la calidad humana de su hijo, le atravesó el pecho incluso desde el otro lado de una línea telefónica, haciendo que entendiera que la mejor opción había sido no presentarse ante ella, porque no habría podido soportarlo.
Sin embargo la ceremonia la soportó por un escaso margen.
La culpa y el dolor estaban mezclados en su interior desde el principio, pero las cosas se volvían mucho más complejas conforme las pensaba; no podía dejar de sentir que todo era culpa suya, que ella había acercado a su hermana a la posibilidad de tocar una solución inimaginable, para luego no poder rescatarla del mal que la amenazaba, ni a ella ni a las personas que la rodeaban. Sus padres escucharon la historia lo mismo que la policía, pero Matilde omitió o suavizó algunos de los datos relacionados con la clínica, ya que llegó a la conclusión que nada de eso serviría para aclarar nada, además de la amenaza implícita que significaba tener al superior de Mayorga del lado de la clínica, lo que significaba que en cada nuevo cuestionario podía haber un oído inapropiado. Por otro lado, estaba cada vez más segura de la capacidad de la gente de la clínica para eliminar de su camino no solo a personas, sino que también las pruebas que pudieran inculparlos, o tan siquiera levantar un sutil manto de sospecha.
Lo correcto era respirar, y continuar.
El desconsuelo de sus padres era completamente comprensible, si bien no culparon a Matilde de nada y se esforzaron por hacerle ver que estaban felices de verla con vida; la propia Matilde sabía que las cosas entre ellos jamás serían iguales a partir de ese momento. Tomó la decisión de abandonar el departamento porque ese lugar le producía demasiado dolor y necesitaba un sitio nuevo que le resultara al menos frío y ajeno, con lo que quizás dio la señal equivocada: sus padres decidieron hacerse presentes en la ciudad los fines de semana para estar con ella y acompañarla, sin querer escuchar nada al respecto. Solo hubo una discusión sobre las visitas, y Matilde tuvo la buena conciencia de guardar silencio antes de detonar una bomba de racimo que solo los habría hecho sufrir más: ellos llevarían ese dolor a la tumba, e independiente de lo que pudieran sentir en su interior acerca de las responsabilidades de su hija menor, incluso en caso de creerla culpable, no iban a hacer o decir algo en contra de ella. Matilde se preguntaba en ocasiones si la persistencia en visitarla y ocuparse de ella era para apoyarla, o para sentir que algo en sus vidas era normal. O si pretendían aliviar su conciencia de algún tipo de culpa. De todos modos, fuera de lo lógico cuando ella les contó su versión modificada de los acontecimientos pasados y la única discusión a la que llegaron, no volvieron a hablar de su hija mayor, al menos no con ella. Matilde no sabía si era una especie de trato tácito entre ellos o sólo que estaban en una etapa de negación, pero no tuvo fuerzas para averiguarlo, sobre todo porque cualquier cosa relacionada con Patricia revivía el ardor de la culpa que sentía en su interior; aceptó las visitas de sus padres cada fin de semana, y que la trataran con cordialidad, comenzando una rutina que no por extraña dejaba de ser real: en la semana hacía su trabajo, cada vez más integrada al grupo y más lejos de ser el centro de las atenciones y las condolencias, se iba a casa y trataba de descansar, y el fin de semana lo pasaba junto a sus padres, viviendo un ambiente aparentemente normal pero en el que sabía que ningún tema doloroso o grave se trataba. Era como estar suspendida.

—Mamá, tengo todo lo que me encargaste la semana pasada para lo del bordado.
—Gracias hija, quería volver a bordar hace tiempo.
—De nada.

Nunca había bordado en realidad, pero cuando ambas eran pequeñas lo hacía para detalles de la ropa como los nombres; probablemente estaba buscando en el pasado lo que no tenía en el presente.
La investigación de la policía, como era de prever, no avanzaba en ninguna dirección, y Matilde en particular no había hecho nada para aportar datos que de todos modos no ayudarían; se investigaba alguna posible venganza de delincuentes contra Mayorga, quienes lo habrían encontrado en descampado en medio de un operativo irregular; sobre las acciones del policía, si bien estaba claro que eran irregulares, en ningún momento se puso en duda que fueran por un bien mayor pese a las consecuencias, aunque para Matilde era un intento de aplacar cualquier duda porque otra cosa habría levantado sospechas. Ver a Céspedes en las noticias en el funeral con cara de sufrimiento había sido muy duro, pero ella no podía hacer nada, ni siquiera hablar al respecto. Respecto a Antonio no había noticias, lo que a ella le decía que jamás volvería a tenerlas gracias a la intervención de la clínica; sabía que probablemente debería alegrarse, pero con el tiempo había llegado a una especie de paz al respecto: él no era el enemigo. Lo que estaba claro era que lo relacionado con los actos criminales de Antonio quedaría suspendido en el aire mientras el involucrado siguiera figurando como persona en posible desgracia, mientras que cualquier delito cometido por el doctor Medel quedaba sin mayor objetivo al encontrarse su cuerpo; también seguía en investigación.
Matilde no podía menos que admirar el trabajo de la gente de la clínica y de aliados como Céspedes y quien estuviera con él. Visto de fuera, parecía un lamentable acto heroico de un policía que empleaba métodos equivocados con mal término, un doctor involucrado en alguna clase de ajuste de cuentas, un informático tal vez metido en líos de dinero con delincuentes peligrosos, y dos hermanas en medio de una serie de acontecimientos desafortunados. Y así quedaría para siempre, hasta que el archivo del caso tuviera tanto polvo encima que nadie quisiera saber el nombre bajo la capa gris.
La doctora Miranda era otro motivo por el que Matilde se sentía culpable: el golpe en la cabeza durante el enfrentamiento con los delincuentes que estaban en la chatarrería era más grave de lo que aparentaba. Matilde sintió horror al enterarse de eso, cuando esperaba que al menos ella no estuviera en malas condiciones. Había daño neurológico, por lo que la mujer había perdido el control de sí misma y casi toda la capacidad de comunicarse, de modo que estaba internada en un centro de tratamiento especializado, y en compañía de su esposo, que sorprendentemente tomó la decisión de acompañarla. Él se mostró muy gentil con ella tiempo después cuando le hizo una visita, le agradeció su preocupación y le dijo que era probable que en el mediano plazo Romina volviera a valerse por sí misma, si bien no iba a ser la de antes y jamás podría ejercer su profesión otra vez; el hombre la amaba profundamente y su determinación quizás consiguiera que los pronósticos se hicieran realidad.
Su amistad con Eliana estaba irremediablemente rota y la joven no hizo esfuerzos por buscarla; entendía, quizás mejor que cualquier persona, que ella tomara la decisión de mantenerse alejada por su propia seguridad antes que seguir las desventuras de otra persona. Además, tenía razón. Soraya era un caso que Matilde no podía determinar claramente, pero si tenía que hacer un juicio acerca de su comportamiento, podía decir que en su amiga se confrontaban el miedo y una cuota de resentimiento; desde su punto de vista, apartarla en un momento duro había sido un golpe, una forma de desconfiar de ella y no lo superaba por mucho que las pruebas dijeran que era lo correcto, y desde luego, el miedo hacía su parte para que la relación no fuera como antes. Hablaban cada pocos días, pero faltaba algo, esa parte lúdica y de comprensión mutua que siempre habían tenido. Matilde no tenía fuerzas para enfrentar conflictos de ese tipo, además que al mismo tiempo sentía que era mucho mejor que Soraya se mantuviera a prudente distancia de ella por mucho que le hiciera falta como amiga.
En un principio pensó en abandonar el trabajo de la misma manera que lo había hecho con el departamento, pero luego vio que eso no tendría sentido y agregaría problemas en vez de evitarlos ya que tendría el estrés de conseguir una nueva ocupación, y desde su jefe directo en adelante todos se habían mostrado tan comprensivos y cariñosos con ella que al final resultaba agradable poder contar con ellos. Por otro lado habían entendido su silenciosa manera de negarse a hablar del tema y eso también era de mucha ayuda. Trabajar le daba un norte a su vida.

—Hija.
—Dime mamá.

A veces sentía que sus padres la miraban largamente, lo que era comprensible por sus silencios; a veces pasaba horas sin moverse, callada, pensando, pero rara vez expresaba sus pensamientos de la manera en que aparecían, porque esas tormentas provocaban exactamente las reacciones que amenazaban la estabilidad de sus padres. Lo mejor era callar y continuar.
La muerte de Miranda Arévalo, cuyo verdadero nombre era Ariana De Rebecco, había tenido lugar mientras sucedían otros acontecimientos, y por los informes oficiales no tenía nada que ver con Matilde ni con la policía; según el informe del forense, la modelo había sido encontrada muerta en su departamento, ahogada en la tina de su baño producto de haberse quedado dormida por consumo de medicamentos. Perfecto, quizás dentro de todo eso, la muerte más perfecta de todas, la que menos llamaría la atención acerca de las horribles maquinaciones de la clínica y que a la vez distraería a la opinión pública. A diferencia de otras modelos, Miranda era muy gentil y amable con los medios y en los eventos en los que participaba y resultaba fantástica en las campañas, de modo que su muerte fue ampliamente cubierta por los medios, contando de su desconocida faceta solidaria al participar en fundaciones y entrevistando a sus compañeros de trabajo acerca de su personalidad; con su muerte opacaban la relevancia de los hechos realmente importantes y eso funcionaba en muchos niveles. En un principio Matilde había pensado tratar de comunicarse con sus familiares, pero le llamó muchísimo la atención que no los tuviera, o al menos eso es lo que informaron los medios; investigando un poco más supo que entre la biografía conocida de la modelo, se comentaba que era originaria de una ciudad al norte y de una familia muy pequeña, cuyo padre murió al ser ella una niña. La madre murió tiempo atrás. Fantástico, la más mediática de los involucrados no tenía familiares cercanos, por lo tanto nadie que pudiera reclamar por los informes del forense ni tratar de exigir verdad. Matilde buscó en los videos de la prensa, semanas después, al hombre que había visto con ella la primera vez que la viera luego del accidente de Patricia, pero no lo vio en ninguno de ellos; incluso trató de ubicarlo en videos o fotos de eventos anteriores, pero no estaba en ninguno, por lo que la lógica indicaba que él podría haber sido silenciado de la misma manera que otros involucrados, pero a Matilde le parecía que en su caso las cosas eran más bien diferentes: sentía que ese hombre era parte de la gente de la clínica  aunque a decir verdad no tenía ningún fundamento para eso; solo lo había visto una vez. Y sin embargo estaba segura de la conexión, y encontraba en su desaparición del funeral la respuesta a esa interrogante; solo podía respirar y continuar.

— ¿Por qué tienes marcado el día de mañana en al calendario?

El 22 de ese mismo mes estaba marcado desde días atrás en el calendario en la cocina, solo un círculo en rojo alrededor del número, pero que resaltaba porque por un lado ella no marcaba fechas, y por otro porque no se celebraba nada. Matilde desvió lentamente la vista hacia el papel colgado en la muralla.

—Tengo que visitar a alguien.

Sin embargo no era la única fecha. Otra fecha, el mes de Diciembre, también estaba resaltada; tampoco en ese caso daría respuestas.

— ¿Vas a visitar a algún amigo?
—Un conocido —respondió enigmáticamente— solo un conocido.


                                                 


Capítulo 32: Escaleras arriba


El Domingo 22 de Noviembre fue una jornada común para Matilde, excepto que en la tarde se despidió de sus padres y salió sin darles mayor información del sitio al que se dirigía. No pretendía informarles desde el principio, y por suerte para ella, fuera de la pregunta que le había hecho su madre la jornada anterior, no tuvo que esquivar otro tipo de cuestionamientos.
Seguramente en la mente de sus padres permanecería la duda sobre cuáles eran sus objetivos, pero no era asunto de ellos enterarse de eso; hablar sobre un supuesto novio o pretendiente sería un error infundado, y por otro lado, inventar cualquier tipo de mentira sobre otra actividad la pondría en el campo de las explicaciones y los comentarios, y durante los meses pasados había cultivado con esfuerzo y dedicación una política de hablar solo lo necesario, y nada de eso entraba en ese margen.
La visita que iba a realizar no era fácil para ella, y seguramente tampoco lo sería para el hombre que iba a ver, pero estaba convencida de estar tomando las decisiones correctas; antes habían hablado por teléfono, y también en persona, pero sería primera vez que estarían en contacto en terreno neutral, donde ninguno de los dos tendría protección ni apoyo de nadie. Donde ella no tendría ningún tipo de apoyo. Pero todo lo que habían hablado, las cosas que ella le había dicho en ese tiempo y los acuerdos a los que llegaron tenían que servir de algo, gran parte de todo dependía de eso.
Había estado pensando que era muy probable que después de la obra maestra de eliminación de testigos por parte de los asesinos de la clínica, alguien se encargara de seguirla, pero también recordaba, a veces con espantosa claridad, que uno de esos hombres le dijo al otro que ella no era importante, que sin Patricia todo estaba terminado. En eso tenían razón, y en querer investigarla o seguirla durante un tiempo también, pero a decir verdad, nada de lo que ella o quien fuera hubiese querido hacer sería un riesgo para la gente de la clínica, para todas esas personas con tanto poder: sin pruebas de lo que habían hecho, con la clínica convertida en un edificio móvil y las personas directamente involucradas anuladas a tal punto, solo un tonto habría sido capaz de pretender emprender algo en su contra; cualquier acción sería considerada un acto de locura, al nivel de los desequilibrados que viven en las calles. Tras seis meses la vida de Matilde era completamente normal.
Semanas antes había hecho algunos viajes de reconocimiento a la zona a la que se dirigía en esos momentos para no perderse, y tenía claro su objetivo: la casa estaba a media calle de un barrio residencial bastante antiguo, y venido a menos a decir verdad; seguramente en otros tiempos tuvo gente de esfuerzo que cuidaban de sus calles y plazas, pero al convertirse en parte de una periferia más poblada, las calles y pasajes lucían descuidados, y en varias esquinas se veían jóvenes vagando, aunque por suerte la zona no estaba tan mal como para tener que cuidarse de cualquier persona que viera pasar a su alrededor. De todos modos llevaba un atuendo muy sencillo, compuesto de jeans, zapatillas de diario y una camisa oscura, junto a una pequeña mochila a la espalda y el cabello recogido en una cola. La casa a la que iba no tenía reja ni jardín, solo una deslucida pared de concreto sin pintar. Un momento después de golpear a la puerta de madera alguien abrió y le dijo que entrara.

—Permiso.

Originalmente había pensado que lo mejor era reunirse con él en un sitio distinto y que no fuera del completo dominio de él, pero si en realidad quería ganarse su confianza en los días tan difíciles que se avecinaban, tendría que hacer algo al respecto; de todos modos si algo salía mal, no se perdería mucho.

—Siéntese.
—Gracias.

Ocupó un sillón enfrente de él. De una rápida mirada apreció que la propiedad era sencilla solo por fuera, ya que tanto los muebles como los elementos electrónicos que podía ver eran recientes y por cierto, no precisamente baratos.

—Gracias por recibirme.
—No hay nada que agradecer.

Él le había dicho que era casi un milagro estar vivo, y más aún poder hablar de manera normal. A ella también le parecía.

—Supongo que ahora me va a decir la verdad.

El hombre la miraba muy fijo, y su mirada era dura e inflexible, aunque en esos momentos estaba tranquilo y se sentía dueño de la situación; Matilde asintió, no era bueno irse con rodeos.

—No podía hablar de algunas cosas cuando nos vimos antes, era muy inseguro.
—En la cárcel la gente habla todo tipo de cosas —dijo él simplemente—, eso no significa que alguien ponga atención.

Realmente era más joven de lo que aparentaba, pero por la forma de vida que había llevado, en su apariencia había algo avejentado, más que maduro. En ese momento el hombre estaba vestido con un buzo blanco con líneas rojas a los costados, el cabello muy corto y solo un arete visible en la aleta derecha de la nariz.

—Siempre hay gente que pone atención. Más de la cuenta de hecho.

El hombre frunció el ceño. Se notaba que aún en esos momentos desconfiaba, lo cual era lógico desde todo punto de vista. Ya no se podía ir con más rodeos.

—Soy hermana de la policía que estaba en el lugar cuando explotó el camión de gas.

Lo dijo sin poner inflexión en la voz. Eso sí lo había practicado, la forma en que iba a decirlo, para que no sonara a una amenaza, pero aún después de haber estado bastante segura de decirlo sin dramatismo ni dolor o reproche, supo de inmediato que todos los sentidos de ese hombre estaban mucho más alerta que un instante antes. Pero estaba en su terreno, desde luego que no iba a comportarse como aquella vez, ni a gritar o desesperarse.

— ¿Qué quiere?
—Ayudarlo —replicó con serenidad—, ayudarte, y que tú me ayudes a mí. Nos podemos ayudar mucho, por eso te estuve visitando desde que me fue posible.

El hombre lucía mayor que lo que recordaba de él, o tal vez solo era un efecto de verlo acorralado por la policía, en un momento en que ella estaba muy asustada. Y sin embargo, a pesar de verlo ahí, sólo sentado frente a ella, sabía que era mucho más peligroso ahí que cuando gritaba que no iba a volver a la cárcel al tiempo que Patricia y otro oficial apuntaban tratando de persuadirlo.

—Mire Matilde, durante este tiempo en que me fue a ver a la cárcel siempre me pregunté qué quería o por qué lo hacía. Se lo pregunté. Solo me dijo que quería ayudarme cuando saliera. Me pagó el abogado, aunque usted insista en que no lo hizo. Pero no entiendo qué quiere, o cómo nos podemos ayudar.

Lo mejor era mantener la versión de no haber ayudado a conseguir y pagar el abogado, aunque por cierto que lo había hecho o él estaría aún en la cárcel.

—Tú y yo nos parecemos en mucho más de lo que crees —dijo tomando una frase hecha— Los dos nos hemos equivocado. Mucho. Los dos hemos sufrido por eso.

El hombre levantó las manos para hacerla callar.

—No necesito que nadie me hable de errores y esas cosas, mi madre murió hace años.
—Y los errores que cometiste fueron con la justificación de proteger a tus hermanos y a tu tía —replicó ella, sin piedad—, mientras que yo cometí errores con la justificación de ayudar a mi hermana a reponerse de las heridas que la deformaron en ese accidente. Yo perjudiqué a personas. Hay muertos por mi causa, porque fui ciega y fui de cabeza contra todo para tratar de hacer las cosas como creía que estaban bien. Y con eso no solo le hice daño a personas importantes, también permití que otras personas se aprovecharan de eso, y que hicieran más daño.

El hombre la miraba sin comprender sus palabras del todo, pero al mismo tiempo asombrado de la frialdad con la que Matilde se estaba expresando. Para ella también era la primera vez que escuchaba su propia voz de esa forma.

— ¿Por qué me dice esto?
—Porque los dos tenemos demonios, que yo haya nacido en condiciones... diferentes, no cambia nada, excepto que yo no fui a la cárcel. Excepto que tú no perdiste a seres queridos.
—No entiendo nada.
—Hay gente que se aprovechó de mi dolor y el sufrimiento de mi hermana, gente que usa a personas como tú como ratas de experimento, y a personas como yo como forma de financiarse. Necesito hacer algo, y la policía no me puede ayudar porque dentro de ellos hay gente que trabaja para esos delincuentes de los que te estoy hablando.

Ambos mantuvieron la mirada del otro durante la explicación de Matilde; esa sería la única oportunidad de conseguir su ayuda.

— ¿Qué clase de delincuentes?
—De los que jamás van a la cárcel —repuso ella con total sinceridad—, roban y matan con ayuda de la ley, la misma que puede matarte a ti si les estorbas, la misma que no hace nada cuando a un familiar tuyo lo matan y nadie sabe por qué. Contra esa gente quiero hacer algo, y contra esa gente necesito que me ayudes. Lo que te ofrezco es el dinero suficiente para que no tengas que hacer nada en muchos años, quizás en toda tu vida. O que le pagues la educación a tus hermanos para que no sean ladrones. O para que hagas el viaje de tu vida. Tú decides. Solo necesito que me ayudes.

El hombre continuaba mirándola, pero ahora su expresión era diferente.

— ¿Cuánto?
—Cincuenta mil dólares.


2


Subir esas escaleras era siempre un trámite doloroso en su interior, y por partida doble. Primero, por la mentira que significaba, y segundo, por la obligación de guardar silencio que se había autoimpuesto.
Un edificio de seis plantas en una zona residencial muy antigua en la ciudad, una reliquia viviente entre calles donde vivían ancianos y extranjeros que siempre estaban de paso, una iglesia derruida cerca y nada más que calles para deambular hasta salir a la siguiente ruta por donde pasaba el transporte público; sin contar con el interés de las grandes tiendas y almacenes, la vida por esos lados parecía haberse quedado treinta años atrás, con un ritmo distinto, con niños jugando en los pasajes interiores, y vecinos saludándose unos a otros al pasar. El almacén de abarrotes de un par de calles al sur invitaba a la nostalgia con su pesa centenaria y el olor que salía de los hornos de atrás, demasiado hogareño, demasiado atractivo para descansar y quedarse ahí. Matilde no hacía nada de eso, sabía que era vulnerable a algunas cosas, y no quería que la tristeza y la melancolía la golpearan más. Allí, al igual que en la casa de aquel delincuente, tenía que ser fría.
El edificio estaba en la segunda casa desde la esquina y orientado al Norte; usando la llave que llevaba oculta en el bolso, Matilde entraba y torcía a la derecha, para tomar las escaleras. Al igual que la mayor parte de las estructuras visibles de ese edificio, estaban construidas en piedra, con tallados y formas que en otros tiempos habían sido hermosos, pero que con el desgaste de los años se habían convertido en tétricas sombras de sí mismos; a ella le parecían incluso adecuados.
Su conversación con Adrián había sido larga y bastante tensa en una gran parte, pero finalmente se habían entendido; el dinero desde luego que llamaba su atención, pero también había una buena cuota de resentimiento en su mente y eso era lo que ella necesitaba; paulatinamente se entendieron, y aunque aún era pronto para decir detalles del plan, consiguió los dos puntos que eran necesarios en esos momentos: el primero de ellos, que siguiera con su vida mientras ella volvía a contactarlo, y el segundo, que entendiera que la gente contra la que iban a enfrentarse era realmente peligrosa, por lo que mantener el secreto era fundamental. Mantener secretos se había convertido en una costumbre de vida durante los últimos meses.
Dos golpes en la puerta de madera, y después silencio. Era solo para mantener una apariencia de normalidad, ya que su visita estaba programada, igual que otras cosas. Unos momentos después la puerta se abría.

—Pasa.
—Permiso.

El departamento era austero hasta más no poder, debido a los requerimientos del lugar y los planes que estaban tejidos alrededor de esa idea; por lo demás no estaría ocupado por mucho tiempo. Una vez cerrada la puerta, la mujer que recibió a Matilde se sentó ante la mesa de madera en una de las sillas a juego que habían sido conseguidas en una tienda de descuentos: en esos momentos llevaba una sencilla tenida compuesta de un vestido veraniego con sandalias y un bolero blanco que cubría sus entonces delgados hombros. Su cabello estaba corto, tinturado de un tono miel bastante sencillo, que iluminaba su rostro de piel morena y los brillantes ojos del mismo color; tener ese color en el cabello era también una forma de mantener la esencia de su ser, que por esos momentos solo se demostraba a través de la mirada. Se trataba de una mujer de alrededor de treinta años, de figura adelgazada por los acontecimientos de los últimos tiempos, pero que mantenía la estructura fuerte que había cultivado durante muchos años; el rostro de piel morena era algo anguloso, de pómulos sobresalientes, cejas de curva gentil y nariz pequeña y ligeramente curva. La intensidad de su mirada solo se dejó ver durante un instante, antes de volver a mostrarse serena y tranquila como de costumbre.

—Matilde.

Mencionó su nombre de una manera ausente, totalmente carente de sentimientos y que Matilde sabía era parte de un entrenamiento que había llevado a cabo de manera intensiva y voluntaria. A veces se preguntaba si ese cambio de actitud estaría metiéndose en su mente, al punto de amenazar con cambiarla para siempre. Pero no podía hablar con ella de otra manera, desde el principio su plan exigía apegarse a las reglas con absoluta rigurosidad.

—Aniara.

Ella también habló con frialdad, como si las dos no se conocieran, como si tan solo fueran dos personas hablando por motivos de trabajo. Carentes de sentimiento.

— ¿Fuiste a hablar con Adrián?
—Sí.

Ambas hicieron una pausa. En momentos como ese parecía que estaban separadas por kilómetros de distancia, tal era la distancia que tenían establecida entre ellas.

—Supongo que hay buenas noticias.
—Está de acuerdo como lo supusimos antes. Va a ayudar en los planes, por lo tanto está de nuestra parte.
—Excelente. Falta muy poco.
—Es verdad.

Tantos meses de callar, de comerse las lágrimas, de desgarrarse la garganta por dentro conteniendo los gritos, el llanto, la rabia y la frustración, y tantos otros sentimientos que a diario acudían a su mente en oleadas continuas. Habría sido igual de difícil, pero sin sus padres permanentemente visitando su nuevo departamento, al menos podría haberle dado espacio a la tristeza y la desesperación; sin embargo, sus visitas todos los fines de semana se convirtieron desde un principio en una amenaza para cualquier cosa que pretendiera hacer, incluso para dar rienda suelta a su tristeza. Al principio las preocupaciones de ambos por ella habían sido magnificadas por el solo hecho de verla abatida y llorosa, lo que hizo que tomara muy pronto la decisión de contener sus sentimientos. El principal problema entonces fue, que no podía controlar lo que le pasaba, y la presencia de ellos hacía aflorar más aún su dolor, de modo que guardó sus sentimientos y decidió callar, callar todo; en ese sentido la decisión de sus padres de no tocar los temas relativos a Patricia le servía mucho, ya que así podía pasar día tras día como una máquina, funcionando correctamente para todos, menos para ella.
La planificación se había llevado a cabo meticulosamente, y uno de los primeros pasos definidos consistía en dejar fuera cualquier tipo de sentimiento, por lo que se vio nuevamente atrapada en una mecánica de fábrica, donde todo sucedía de una manera específica; sabía que era lo correcto, que sin esa preparación no habría podido despojarse de los sentimientos para, por ejemplo, acudir donde Adrián y enfrentarlo como lo había hecho, pero no por saberlo conscientemente, dejaba de sufrir por ello.
Y en ese momento estaba sentada en una sala vacía, frente a Aniara.
Frente a Patricia, su hermana.




Próximo capítulo: Fiesta de gala






La última herida Capítulo 29: La verdad junto a ti - Capítulo 30: Dos caminos




Cristian Mayorga no le había contado a nadie en el cuerpo de policía que había sido fármaco dependiente en la época de la secundaria. Ni siquiera sus padres los sabían. Todo empezó cuando un amigo le dio pastillas que probó de manera reiterativa hasta necesitarlas con desesperación; cuando perdió el conocimiento y despertó en un lugar que no conocía, vomitado y sin poder ponerse en pie, se asustó tanto que juró jamás haría algo como eso. Dio resultado, pero jamás había olvidado como encontrar unos almacenes de fármacos en las cercanías de lo que fuera un derruido estadio deportivo y que en el presente era un centro de alto rendimiento; como policía sabía que debería dar aviso, pero el miedo de ser delatado de alguna manera, o que alguno de los que conoció en ese corto tiempo pudiera hablar, siempre lo detuvo. Un pecado diario que trataba de pagar con esfuerzo y trabajo. Detuvo el auto a un par de calles de distancia y esposó a Antonio por ambas manos y además del tobillo sano, sin tomar en cuenta las protestas del hombre.

—No me ha dicho dónde vamos.
—Si su hermana está en manos de gente que quiere algo de ella —explicó mientras caminaban rápidamente—, no pueden dejarla morir, por lo que necesitarán fármacos para mantenerla estable. Cerca de aquí puedo conseguir información, por favor no diga nada.

Siguieron caminando en silencio. Matilde estaba sorprendida de la capacidad del policía para deducir y tener siempre algo que hacer ante lo que iba sucediendo, aunque estaba claro que las cosas estaban fuera de la ley. No le había dicho directamente que Antonio había salido de forma ilegal de la urgencia, pero no necesitaba hacerlo para saberlo, y el riesgo que estaba corriendo, yendo por ahí de civil con un prófugo y corriendo tanto peligro junto a ella hablaba demasiado bien de su persona como para cuestionar cualquier cosa; además en esos momentos era la única persona en quien podía confiar para encontrar a su hermana, y a pesar de todo, la esperanza no moría en su corazón, estaba segura de conseguir algo bueno de todo eso.
Unos minutos después llegaron a una casa, y el policía le hizo algunas preguntas al hombre de edad avanzada que salió, aunque hablaban en código porque no entendió a qué se referían. Un momento después la puerta se cerró.

—No hay noticias aquí. Pero aún podemos ir a otro sitio.
— ¿Dónde?
—A un depósito de medicamentos con los que trabajamos. Tendremos que llegar también a pie, pero será más distancia porque no quiero arriesgarme a que alguien vea a este hombre en las cercanías. Esperemos que todo salga bien.

Matilde notó que algo no estaba bien con el policía, no se estaba expresando como de costumbre.

— ¿Se siente bien?
—Sí, estoy bien.
—No lo parece.

EL oficial sonrió.

—No se supone que usted se preocupe por mí sino al contrario.
—Ha hecho por mí y por mi hermana mucho más de lo que debería —replicó ella sin hacer referencia a lo de Antonio, de lo que ninguno de los dos había hablado—, lo menos que puedo hacer es preocuparme por usted, y no se ve bien.

El hombre observó por un momento a Matilde más allá de lo que estaban viviendo, algo que no había hecho en su momento con su hermana. Estaba hecha de acero aunque ella misma no se diera cuenta, pero a la vez era una mujer compasiva y dedicada a quienes creía que necesitaban su apoyo. Pasara lo que pasara, era afortunado por haberla conocido.

—Todos tenemos algunos fantasmas —respondió con evasivas—, no es importante, pero se lo agradezco mucho.
—Nada que agradecer.

La imitación de la frase de él lo hizo sonreír un momento. Volvieron a subir al auto.


2


No se estaba sintiendo bien.
No sabía muy bien lo que le ocurría, pero claramente no estaba bien y eso ponía en riesgo sus planes y el anonimato en el que pretendía mantenerse hasta tener una idea clara de lo que estaba ocurriendo.

—Cálmate Patricia.

Por momentos no sabía dónde estaba, y ese maldito sonido dentro de su cabeza no cesaba; tenía las manos y el cuerpo frío, pero no era como el frío habitual, y tampoco se parecía a una baja de presión, era otra cosa que no había experimentado antes.

— ¿Qué otra cosa entonces?

Se dio cuenta de estar hablando en voz alta y miró en todas direcciones; la calle por la que iba estaba casi vacía, de modo que no tuvo que preocuparse ¿sería algún tipo de fiebre, algo relacionado con lo que le habían hecho?
No podía andar hablando por la vía pública, y definitivamente tenía que hacer algo al respecto. Poco antes había intentado comer, pero tenía el estómago cerrado y sintió náuseas al primer bocado, de modo que lo dejó y se ocupó de hidratarse, eso le caía mal también pero al menos podía soportarlo e ingerir líquidos era lo más importante en ese momento para seguir funcionando. Mientras caminaba se cruzó de brazos, casi rodeando el torso con ellos, intentando dar calor a su cuerpo, pero tenía una especie de insensibilidad en la piel, las manos parecían estar adormecidas. Además le costaba caminar con rapidez. Claro, como si la estuvieran esperando.

— ¿Dónde...?

Se guardó la pregunta cuando notó que estaba hablando en voz alta de nuevo; no lo necesitaba, era de hecho bastante importante guardar silencio y aparentar ser una persona normal caminando por la calle.

—Yo...

¿Cuál era su destino?
Por un momento que le pareció muy largo estuvo detenida cerca de una esquina, sin saber lo que iba a hacer o el destino de sus pasos; después lo recordó, pero las cosas se hacían cuesta arriba, parecía que estuviera quedándose dormida poco a poco a pesar de no tener sueño. Tal vez algún efecto de medicamentos, o resultado del ataque que había sufrido, pero estaba entendiendo que necesitaba mantenerse despierta y atenta. Tendría que hacer una parada en un sitio en donde podría conseguir algo para sentirse mejor.


3


El siguiente viaje había sido una discusión constante con Antonio; éste comenzó a demostrarse preocupado por la demora y a suponer que todo era una trampa para sacarle información. Por suerte la discusión terminó cuando Mayorga le dijo que ya que había infringido la ley para sacarlo de la urgencia, muy bien podía arrojarlo a un canal para que se ahogara. Después de eso siguieron el viaje en silencio, hacia el nuevo destino, por lo que el oficial no se molestó en quitarle las esposas.

—No vaya a ninguna parte y trate de no llamar la atención.

Antonio le dedicó una mirada resentida.

—Es difícil moverme.
—No vamos a tardar tanto así que no se queje.

Antonio dijo algo más pero el policía ya había cerrado la puerta. Comenzaron a caminar alejándose del lugar donde estaba estacionado el auto.

— ¿Qué va a pasar con Antonio?
—Voy a ayudarlo a salir del país.
— ¿Qué? Pero eso no puede ser, es un criminal, no puede ayudarlo a...
—Matilde —la interrumpió él—, sé que no es la decisión correcta para él, pero es lo único que nos permitió tener esa información, jamás se la habría dicho a la policía de manera oficial porque eso aumentaría el peligro, y dado como han sucedido las cosas le creo.

Matilde suponía algo como eso, pero de ninguna manera algo tan extremo. Sin embargo y pensando fríamente, no tenía argumento válido para criticar o estar en contra de esa decisión, y por otro lado lo mejor sería mantener a Antonio lo más lejos posible de ellas.

—Lo lamento, no quise sonar dura con usted.
—Tiene razón en serlo —concedió el hombre—, pero de momento es lo único que podemos hacer que nos mantiene en un umbral de seguridad aceptable, o al menos mientras no nos encuentre alguien.

Se alejaron varias cuadras hacia el almacén del que había hablado Mayorga con anterioridad. El lugar no era más que una bodega en una casa que aparentaba ser común y corriente, salvo que estaba habitada por personal contratado por la policía; eso significaba algún tipo de seguridad, aunque por precaución Cristian prefirió pedirle a Matilde que se quedara un poco retirada. Como la vez anterior volvió sin éxito.

—Lo siento, aquí tampoco hay información que nos sea útil.

Ninguno de los dos habló mientras caminaban de regreso al auto; en ese momento no era necesario decir que si el presentimiento del policía estaba errado, tenían las mismas posibilidades que antes, es decir ninguna. A medio camino Matilde se detuvo, lo que hizo que él la enfrentara.

— ¿Qué vamos a hacer?
—No lo sé Matilde, pero voy a pensar en algo, le prometo que voy a pensar en algo, no puede quedar así.

Sin pensarlo se había acercado más, y estaba justo frente a ella, las manos sobre sus hombros, intentando de alguna manera transmitirle calma, aunque él mismo no estaba seguro de nada. Durante un momento ambos permanecieron en silencio ¿Qué estaba haciendo? No podía tener ese tipo de actitud, era irregular y además era absurdo, solo producto del nerviosismo y de las cosas que habían dicho; debía mantener la mente clara y alejada de cualquier tipo de confusión.

—Yo...

La voz se le quebró. No debía hacer eso, lo que era correcto era mantener una distancia prudente y ser sensato. Pero parecía que no podía dejar de mirarla. Cuando se percató, el cañón del arma estaba apuntando a su rostro.

—Suelta a mi hermana.

Matilde dio un salto al percatarse de la presencia de otra persona junto a ellos, pero su sorpresa fue mayor al mirar a la mujer frente a ella. Estaba vestida de un modo muy extraño, pero la reconoció.

— ¡Patricia!

Dio un grito de alegría, y sin pensar en nada se arrojó a abrazarla; el policía no alcanzó a reaccionar a mantenerlas a distancia o prevenir del arma apuntando y se quedó un milisegundo congelado, aunque por suerte las dos mujeres se abrazaron sin que el arma se disparara. La joven rompió en llanto al poder abrazar a su hermana.

—Patricia, estás viva, no sabes cuánto te he buscado hermana...

Patricia devolvió quedamente el abrazo, sin quitar la vista del hombre; no estaba segura de haberlo visto antes ¿Por qué no se alegraba de ver a su hermana?

—Matilde...

Matilde se separó un poco para poder mirarla a los ojos; en ese momento no importaba nada más, solo tenía espacio en su ser para la alegría de ver nuevamente a su hermana después de tanto sufrimiento. Secó las lágrimas de sus ojos para no dejar de verla.

—Estás viva, tuve tanto miedo.
—Estoy bien.

De inmediato Matilde notó que no estaba bien. Estaba muy pálida y tenía la mirada perdida.

—Patricia dime cómo te sientes.
—Estoy bien. Dime quién es ese hombre.

El policía mantuvo la distancia y eligió una postura corporal relajada para no parecer amenazante, aunque en su interior le estaba pareciendo a cada segundo más peligroso que ella tuviera un arma.

—Cristian Mayorga.

Patricia se separó de Matilde y caminó hacia él con pasos lentos y torpes; el policía no quitaba la vista del arma ahora en el brazo al costado del cuerpo y el seguro descorrido, sabiendo que si ella decidía disparar probablemente no tendría tiempo de sacar el arma que había puesto en el cinturón a la espalda.

—Mayorga.
—Usted me conoce —respondió con sinceridad—, he estado tratando de ayudar a su hermana a encontrarla.

Matilde se quedó inmóvil al ver la mirada de Mayorga. Había comprendido que no debían sobresaltarla, y en ese momento era el hombre quien podía hacer que su hermana reaccionara; estaba rebosante de felicidad al verla nuevamente, viva y consciente, pero pasado el segundo de alegría, las preguntas comenzaban a aparecer en su mente con espantosa rapidez, y también los miedos. Se veía distinta y a primera vista no estaba bien, quizás afectada por los malestares de los que habían hablado antes, pero sostenía en arma en la diestra con asombrosa firmeza.

—Mayorga.
—Soy yo, no quiero hacerle ningún daño Patricia.
—Te conozco.

Estaban a dos pasos de distancia. El policía vio la mirada de ella,  muy fija en él pero a la vez haciendo veloces movimientos al resto el cuerpo, y supo que estaba preparada para todo a pesar de su estado.

—Solo quiero ayudarla Patricia.
—Eres policía.
—Lo soy —repuso lentamente—, estamos aquí por usted, queremos ayudarla, por favor ponga el seguro en el arma.

Le estaba costando pensar. Pero Matilde estaba bien, y eso tenía que ser lo importante ¿Por qué estaba ahí? Continuaba mirando al policía, esperando algo, sin tener claro lo que estaba sucediendo, pero sabía que lo conocía, era Mayorga, el arrogante novato que había perdido el arma. El de los chocolates.

—Eres tú.

Mayorga asintió. Necesitaba que le pusiera el seguro al arma, y que todos dejaran de estar a campo traviesa en medio de la calle, porque si bien era bueno que la hubieran encontrado, su aparición por propio pie suponía una serie de preguntas adicionales, y hacía que el peligro confluyera en un solo punto.

—Por favor ponga el seguro, todo está bien.

Patricia estaba inmóvil ante el hombre y dándole la espalda a su hermana, que no se atrevía a moverse para no provocar algún contratiempo.

—Patricia, por favor ponga el seguro.

No estaba resultando. La mujer estaba en una situación compleja, al parecer estaba en shock, lo que por cierto no era extraño considerando los acontecimientos que había vivido, pero eso solo aumentaba el riesgo en esos momentos; no era un delincuente, era una víctima, lo que indicaba que el miedo podía hacerla mucho más peligrosa que a una persona en estado normal con un arma, y a eso agregaba el peligro de ser policía y por lo tanto tener conocimiento de los movimientos del cuerpo humano en situaciones de tensión. Si él hacía cualquier movimiento inesperado, la reacción era inesperada, y si no lo hacía, probablemente también.
La mujer armada levantó el brazo armado hacia el policía.

— ¡Patricia no!



Capítulo 30: Dos caminos


Los tres quedaron congelados durante un interminable instante; Matilde se había cubierto la boca con las manos después de soltar un grito de horror al ver que, en un rápido movimiento, su hermana había levantado el brazo y apuntado al policía. Nadie se movió.

—Los chocolates.

Con un rápido movimiento de los dedos giró el arma y se la entregó al policía, que reaccionó y la recibió con un gesto estudiadamente lento.

—Sí, los chocolates.

Patricia volteó con suma lentitud hacia Matilde.

— ¿Por qué no contestas el teléfono?
—Han pasado muchas cosas hermana.
—Supongo que si —dijo vagamente—, pero no me siento bien, no sé qué es lo que me pasa.

Matilde no supo qué decir, pero Mayorga intervino.

—Escuche, sé que vino aquí para conseguir medicamentos, déjeme ayudarla; después tenemos que salir de aquí para ir a un lugar seguro, entonces le explicaré todo.

La mujer se quedó mirando a su hermana un largo momento; estaba muy cansada. Pero tenía claros sus objetivos, o al menos estaba bastante segura de tenerlos claros.

—Está bien.


2


Antonio no tenía considerado quedar esposado al vehículo mientras el policía y Matilde iban a buscar a Patricia, o al menos se lo esperaba, pero no con la precaución de cazarle también un pie. Sin embargo y por primera vez en su vida, le sería útil la capacidad de dislocar los huesos de las manos, aptitud que de niño parecía una gracia frente a los otros; se había tardado y resultada difícil, pero al fin tenía la mano libre, así que se ocupó de buscar en el auto algo que pudiera ayudarle a escapar.

—Vamos, vamos, tiene que haber algo.

Estaba empezando a preocuparse por el paso de los minutos, pero al parecer algo estaba demorando a la parejita y eso de momento le venía estupendamente; estirando el cuerpo todo lo que pudo y tratando de ignorar el dolor de la pierna herida, consiguió hacerse de un clip, con el que empezó a intervenir la esposa que ataba su tobillo. El auto no tenía las llaves en el encendido y en eso el policía había sido precavido, pero una vez libre daba igual como desplazarse, lo esencial era escapar del peligro y estar junto a Matilde mientras buscaba a Patricia era el segundo peor lugar en el mundo después de estar en manos de la policía. Sabía que las oportunidades eran pocas, pero si por azar del destino se abría una puerta cuando pensaba que todo estaba perdido, al menos lo iba a intentar. Logró hacer que la esposa cediera y se dispuso a sentarse en el asiento trasero para recuperar el aliento, pero al levantar la vista vio algo que le congeló la sangre.

—No puede ser...

Era un automóvil blanco con los vidrios ahumados, incluso el delantero. Era de la clínica, de eso no había duda; se agazapó en el asiento para poder mirar sin ser visto ¿Solo  una cuadra de distancia? Era lo mismo que nada, pero tenía un mínimo de espacio para poder reaccionar. Las llaves no estaban en el encendido y con la pierna herida su única alternativa era el auto, de modo que se dedicó a los cables para poder hacerlo arrancar.
¿Cómo habían descubierto donde estaban? Por un momento creyó que podía escapar de las garras de la clínica gracias a que el policía estaba infringiendo la ley y eso no se lo esperarían, pero por lo visto alguien dentro estaba siguiendo sus pasos. Eso era, alguien dentro de la policía, alguien muy cercano a Mayorga era de la clínica, y por eso el grandote se escapó, para evitar que lo mataran. O porque estaba interesado en Matilde, o ambas.

—Vamos, vamos...

Lo que estaba haciendo ese policía era ilegal, por eso estaba de civil y tan nervioso, de hecho había traspasado la línea entre la primera y la segunda visita que le hizo. Tal vez su superior, o su pareja de trabajo o como se le llamara; seguramente le dijo algo a la persona incorrecta y trataron de convencerlo ¿Dinero quizás? Tal vez esa persona le ofreció mucho dinero, pero el muchachito bonito escogió ser honesto, y tuvo que escapar antes que lo mataran. Por eso salieron a hurtadillas de la urgencia, y en ningún momento se comunicó por radio ni habló con nadie.

—Por favor...

Consiguió que el auto arrancara, pero antes de hacer algo más volvió a asomarse. El auto estaba detenido por la misma calle a tan solo unos cuantos metros, y de él descendió un hombre alto, vestido de pies a cabeza de blanco, con las manos dentro de los bolsillos del cortaviento que llevaba puesto. Era un asesino de la clínica ¿Entonces lo que hablaron acerca de Patricia era mucho más grave de lo que se imaginaba? Por un momento pensó en hablarles y delatar a la parejita, pero de inmediato recordó las palabras de aquella voz diciéndole que no tendría oportunidades. No, no podía confiar en nadie. Sin esperar más, y mientras el hombre caminaba hacia el auto, sujetó el volante con fuerza y presionó el acelerador a fondo.
El cuerpo del hombre chocó contra el auto, pero Antonio no aminoró la marcha.
Vio a alguien más saliendo del auto, creyó ver un arma, pero nada lo detuvo. Esquivó el auto blanco a toda velocidad y siguió conduciendo en línea recta.


3


Los tres estaban muy cerca de la esquina tras la cual estaba estacionado el auto cuando sintieron un chirrido infernal de neumáticos. Mayorga supuso que lo peor había pasado, e inmediatamente corrió hacia la esquina mientras sacaba el arma de servicio. Ya no le importaba Antonio; lo que hubiera pasado con él estaba fuera de su poder, y aunque fuera un acto criminal pensarlo, lo que fuera que hubiera pasado con él se lo merecía, o como mínimo era la consecuencia de sus actos. Pero quizás nunca antes había estado tan seguro de algo en su vida, y más aún en su trabajo, en esos momentos no era un policía, era un hombre que estaba dispuesto incluso a transgredir la ley, a cambio de hacer lo que creía correcto. Volvió a pensar en su madre, y rogó al cielo que pasara lo que pasara, ella siempre estuviera bien. Lentamente se acercó al muro exterior de la casa de la esquina, y se asomó con cuidado.
El disparo dio de lleno en el pecho y lo arrojó de espaldas como si un ariete lo hubiera golpeado.

— ¡No!

Matilde gritó de horror al ver caer al policía al mismo tiempo que escuchaba el disparo. Inconscientemente había volteado hacia el origen del sonido, y pudo ver con horrenda claridad al hombre aparecer empuñando un arma.

— ¡No, no!

Volvió a gritar de desesperación al ver que el hombre apuntaba hacia ellas ¿Cómo las habían encontrado? Todo estaba perdido entonces, había encontrado a su hermana solo para morir, lo mismo que habría pasado si no hubiera luchado tanto.
Se escuchó un nuevo disparo.

— ¡No!

Pero Patricia había reaccionado con impensada rapidez, y se interpuso entre el atacante y su hermana. Matilde no alcanzó a hacer nada en esa milésima de segundo, y ambas cayeron al suelo, la menor de las hermanas abrazando a la mayor.

— ¡Patricia!

Cayó semisentada, con Patricia desfallecida en sus brazos. Tenía los ojos en blanco, y en medio del terror sintió como sus manos se manchaban de sangre; había recibido el disparo por ella.

—Patricia ¿por qué? No te mueras hermanita, no te mueras...

Se aferró a ella gritando y llorando sin poderse controlar, olvidando incluso la amenaza del hombre que a pocos metros mantenía la pistola en alto. Su hermana enfocó la vista en la de ella.

—Hermanita...
—Patricia por favor no...

Durante un instante solo la miró con unos ojos tan fijos que podrían perderse en el vacío. Estaba desangrándose en sus brazos sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, pero estaba ahí, mirándola con ternura, la misma ternura con que la miraba cuando eran niñas.

—Hermanita...
—Patricia no... no...

Sus lágrimas cayeron sobre las mejillas desprovistas de color de su hermana. No importaba cuánto hubiera cambiado por fuera, por dentro seguía siendo la misma de siempre, nunca dejaría de ser su hermana mayor.

—Perdón —dijo con un hilo de voz—, tenía que hacerlo...

Matilde apretó el cuerpo inmóvil en sus brazos.

—Perdóname Patricia —dijo entre sollozos—, perdóname por haberte hecho esto...
—Está bien —repuso lentamente, en un susurro—, solo... solo...

Su voz se apagó, y se quedó inmóvil en brazos de su hermana, mientras la sangre de la herida de la espalda brotaba con menos intensidad. Dos mujeres tendidas en el suelo, sangre y silencio después de los disparos.

El hombre que había hecho el disparo estaba a pocos metros de distancia y mantuvo el blanco en la mira.

—Terminemos con todo esto.

Pero otro de los hombres lo detuvo. Por el momento los disparos habrían asustado a las personas del lugar lo suficiente para no hacerlos salir, pero eso no sería por mucho tiempo.

—Espera. Los del otro grupo están detrás del automóvil, tenemos que irnos.
—No he terminado.

El segundo asintió, contradiciendo las palabras de su colaborador.

—La que tenía que desaparecer es ella, esa es la orden. El policía estaba en el camino, pero la mujer no es nuestro objetivo.
—Es ella la que dio problemas.

Se miraron fijo un instante.

—A Dartre solo le importan las pruebas. Y todo morirá con ella, la otra mujer no importa. Déjala vivir.

El hombre bajó el arma, la guardó y se pasó las manos por el cabello, nervioso.

—Está bien. Vámonos de aquí entonces.

Los hombres se subieron rápidamente al auto, y éste emprendió la marcha.

Ya no se movía. Matilde se abrazó con desesperación a su hermana, luchando con la fuerza de su alma por mantenerla consigo, rogando al universo que no se la llevaran, que le permitieran mantenerla a su lado más allá de lo físicamente posible. No se movía.
La sangre escurriendo entre sus dedos, escapando del cuerpo inmóvil de su hermana, y el sonido del motor comenzando a alejarse. Todo el mundo había desaparecido de sus ojos y de sus oídos, y se concentraba en su hermana, en su amada hermana que no reaccionaba. Sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus ojos, con el corazón violentamente azotado por el dolor y la desesperanza, Matilde rogaba, desde lo más profundo de su ser, que las cosas no terminaran así; no podían terminar así, no para su hermana, para la mujer fuerte y noble que tantas veces le había demostrado que ser correcto era lo correcto en la vida. Las cosas no podían ser tan injustas, no podía ser que se cometiera un crimen en plena calle, y que los asesinos escaparan impunemente, llevándose consigo la vida de una persona hermosa, destruyendo todo lo que había construido, destruyendo sus sueños, y a los seres que amaba junto con ella.

—Patricia... ¡Patricia!



Próximo capítulo: Un evento poco familiar