No vayas a casa Capítulo 31: Sé que me escuchas




Los peritos tuvieron que llevarse el cuerpo de Vicente para realizar una serie de análisis, pero por suerte no fue necesario hacer lo mismo en el caso del pequeño: el doctor que llegó al lugar de los hechos confirmó que la muerte se había debido a un ataque al corazón y no a agentes externos, por lo que permitieron que se quedara junto con Iris; ella estaba muy callada, y se limitó a trasladarlo del baño al cuarto de invitados, y a afirmar que no iba a estar en su cuarto ni en el matrimonial. Juan Miguel se encargó de llamar a los padres de Vicente y la madre de Iris, y de dar la mala noticia antes que se enteraran por las noticias de aquella situación tan dramática. Antes de mediodía, sin embargo, mientras la casa aún estaba acordonada y sólo había llegado la madre de Iris, recibieron una noticia que cambió todo el panorama: la policía recibió la información de un crimen ocurrido fuera de la ciudad, en un sanatorio para enfermos incapaces de valerse por sí mismos; lo que relacionaba a este crimen con ellos es que la descripción del intruso que cometió el acto coincidía con la de Vicente durante la jornada anterior, y además de eso, su automóvil había sido visto en las cercanías. Juan Miguel optó por impedir que esta información llegara a Iris, lo cual no fue tan complejo considerando que ella estaba recluida en el cuarto de invitados, pero no podía hacer nada respecto a su madre.
Gloria parecía mucho mayor de lo que era, y definitivamente muchísimo más alejada de la imagen que él tenía de ella del pasado; cierto era que la había visto cinco años atrás o así, pero en realidad el cambio en su persona era profundo: llevaba el cabello corto, encanecido hasta un tono gris casi por completo, que se veía deslucido y sin brillo; de constitución antes recia, ahora parecía demasiado delgada, un poco encorvada y sin fuerzas, aunque de todo, la expresión de sus ojos era lo que reflejaba con más claridad el estado en el que se encontraba. Recibió la noticia por teléfono con una extraña tranquilidad, que quizás tuvo su explicación en las palabras que dijo antes de despedirse de la comunicación a distancia “aún puedo sentir tristeza, pero ya no es lo mismo”

— ¿Están seguros de que él fue el responsable?

La pregunta era retórica, pero dicha con más entereza moral que la que demostraba su aspecto; la policía confirmó el hecho.

—Lo lamento mucho. Lo cierto es que él, en efecto, ha sido reconocido por las fotografías, y tenemos la confirmación del automóvil en el lugar de los hechos.
—Gracias.

Sucedió un largo silencio, en el que ella, sentada en el sofá y él, a un lado sin acercarse, no dijeron nada. El tiempo parecía detenerse por momentos mientras no entraba ningún oficial en la casa.

—Era tan pequeño –dijo de pronto—, estaba tan lleno de vida, pero al parecer no pudo soportar lo que vivió.

No estaba haciendo una pregunta, y de hecho, a él le pareció que ni siquiera estaba hablando enteramente de su nieto; de cualquier forma, su esposo había muerto en trágicas circunstancias también.

— ¿No deberíamos acompañar a Iris de alguna manera?
—No hay nada que podamos hacer por ella –replicó la mujer, quien al decirlo pareció más anciana y cansada—. Iris quiere estar sola, y yo lo respeto: el dolor que está sintiendo es algo que no conozco,  yo perdí un esposo, pero jamás un hijo.
—Pero ella va a necesitar ayuda y compañía.
—Y la tendrá, de las personas que la queremos, pero no ahora. Ésta a solas con el cuerpo… —hizo una pausa, atenazada por la tristeza, pero logró controlarse–, de su hijo, es natural que quiera estar sola; los hijos son un tipo de amor distinto a cualquier otro en el mundo, porque hay algo animal en esa conexión. Por eso es que las madres, y algunos padres también, podemos saber cosas de nuestros hijos que no tienen explicación.
—No puedes mentirme, soy tu madre.

Lo dijo casi sin pensar, pero era el recuerdo de una de las frases favoritas de su madre. Y estaba esa mirada, esa inexplicable expresión que le decía “Sé que está pasando algo. Puedes negarlo, pero yo sé que es así”

— Sí, eso mismo. Iris siempre ha sido una mujer muy fuerte e independiente, lo fue desde niña; ella sabe lo que quiere, y lucha de forma honesta por hacer las cosas siguiendo su corazón. Es una persona compasiva, que puede ponerse es el lugar del otro, y entender mucho más allá de lo que parece; pero esa fortaleza también puede ser considerada una debilidad, porque se involucra con todo. Le importa. Y ahora que ha pasado esto, no sé realmente qué pueda pasar en el futuro.

Juan Miguel había estado retrasando la pregunta, pero no tenía más opción que hacerla; estaba tan involucrado ahora que tenía que enfrentar la situación de cara, no de costado.

— ¿Va a decirle lo que pasó en ese sanatorio?
—No tiene sentido no hacerlo, lo sabrá de todos modos –reflexionó la mujer en voz baja, en un tono casi inaudible—. Pero no necesita saberlo ahora. Su esposo, el padre de su hijo, el hombre al que amó con tanta fuerza está en los archivos de la policía, o como se llamen, y han descubierto que cometió un asesinato contra una persona indefensa; eso es algo terrible, pero Vicente intentó matarla a ella y a Benjamín, y en cierta forma lo logró con él ¿Qué importancia tiene en comparación con eso lo que haya podido hacerle a un desconocido? Ahora mismo, la haría sentirse peor y no quiero que pase por eso. Además, Iris necesita aprovechar el poco tiempo del que dispone.

Juan Miguel asintió en silencio. En eso tenía razón, porque luego, con la llegada de más personas allegadas, y a partir del momento en que los especialistas de la policía terminaran de recolectar las pruebas, el espacio íntimo de esa casa quedaría terminado para siempre; la armonía y el universo propio estaban destruidos de forma irremediable, pero la llegada de más individuos quebraría lo poco que quedaba.

—Quizás debería llamar a un servicio especializado.
—Lo hice mientras venía de camino –replicó ella con aire ausente—. Aunque en realidad se trata de la empresa que contraté cuando al padre de Iris enfermó, fue una precaución familiar que tomamos en un momento en que él aún estaba lúcido; así que sólo tuve que llamarles y decir que los necesitaba de nuevo.

¿Qué sucedería con Vicente? Su cuerpo estaba en manos de los especialistas, que tendrían que confirmar que su muerte se debió a la legítima defensa llevada a cabo por Iris en un momento de extremo peligro, pero luego de eso, se tendría que hacer algo ¿Se encargarían los padres de él, que venían de camino al recibir la triste noticia? Como si leyera su mente, Gloria hizo un comentario acorde tras un nuevo silencio.

—Gracias por avisarle a los padres de Vicente por mí. Has sido de un valor incalculable para nosotras.
—No hay nada que agradecer. Me habría gustado hacer más.
—Si nadie pudo hacer nada en el caso de su padre ¿cómo podría haber sido en este? Hablé con Iris un par de días antes, me contó lo del cambio de trabajo de Vicente y algunas otras cosas, estuvimos hablando. Y no había nada que me hiciera sospechar ¡Por Dios! Que la hiciera sospechar a ella misma que estaba pasando algo tan grande mientras conversábamos ¿Cómo podrías haberlo sabido tú? Lo que sea que haya pasado por la mente de Vicente, sin duda fue algo que radie habría podido prever.

Él asintió, aunque sin sentirse seguro del todo. Recordaba su conversación con ella, la forma en que estaba preocupada por él y cómo ambos comenzaron a atar algunos cabos; Sin embargo, para ese momento Vicente ya estaba desaparecido, por lo que cualquier hecho anterior podía interpretarse de otra forma distinta a la original, aun cuando esto no fuera así.
Recordó que cuando se reunieron para nadar, él notó un moretón en una pierna en Vicente, y aunque por deformación profesional le habría preguntado a qué se debía, no lo hizo porque la conversación tomó un curso diferente, sin embargo esto no revestía una mayor importancia por sí mismo; al verlo en retrospectiva y por el lugar en donde el golpe estaba ubicado, resultaba sencillo sospechar de ello, ya que era del tipo de golpe que no se produce por una simple caída, sino por la acción en medio de una pelea, o por causa de un ataque. Y, por supuesto, al saber que Vicente estaba desaparecido, lo normal era suponer que esa herida de un día pasado podido deberse a alguna acción fuera de lo normal, pero lo concreto era que en el momento indicado no tenía nada. No podía dejar de ver en su cabeza el rostro de Vicente, desfigurado en una mueca tan violenta como ajena a él, algo que se había convertido en la máscara de su muerte y en un recuerdo que tendría que luchar par disociar de su amigo.


2


El cuarto de invitados era el único sitio de la cosa que no estaba decorado ni personalizado; aunque no eran en realidad una familia que acostumbrara invitar gente, resultó una idea óptima y que podía permitirse por el espacio interior, cuidando además de la intimidad del matrimonio, ya que se encontraría en el primer piso. En el futuro fue útil ante alguna visita familiar o reunión con amigos cercanos, pero siempre se mantuvo la idea de una estética interior minimalista que procurara comodidad, pero manteniendo una sutil distancia con el resto de la propiedad, por lo que tenía el mobiliario básico, y tanto las paredes como las cortinas eran de colores claros para permitir una mejor iluminación y descanso. Iris entró en ella con el cuerpo en brazos, aunque sin abrazarlo, y lo depositó con sumo cuidado en la blanca cama, para después tener movilidad y poder acercar una silla, que puso de forma silenciosa junto al lecho.
La oficial de policía, muy correcta y comprensiva, en cuanto la vio en el baño junto al cuerpo, actuó de forma muy humanitaria, y le hizo las mínimas preguntas, además de acompañarla en todo momento.

—Señora ¿Puede escucharme?
—Sí, escucho.
—Voy a acercarme ahora ¿Querría ponerse de pie, por favor?
—Está muerto –replicó ella, la vista perdida en la nada—, está muerto, ya no respira.

La mujer no dijo nada durante unos segundos, momento a en el que ella comprendió que no estaba sola; claro que no, los policías siempre iban en parejas. Acompañados en los momentos más difíciles. Escuchó que murmuraba algo, y luego unos pasos silenciosos se dejaban escuchar en el pasillo. La mujer policía la rodeó, y se inclinó sobre el suelo, acaso para poder establecer contacto visual, para no parecer una figura de poder ante ella, o ambas. Dirigió una rápida mirada al pequeño cuerpo recostado boca arriba en el borde de la bañera, pero se concentró en ella.

—Señora, está herida, déjeme ayudarla aponerse de pie.

Iris no reaccionó ante estas palabras; sentía que no podía sentir nada.

—Está muerto.
— ¿Puede decirme lo que pasó?

Iris guardó silencio un momento, el que se tomó para observar a la mujer. Era joven, tendría treinta a lo sumo, pero su expresión compasiva y su mirada determinada hablaban mucho de su experiencia. Si bien era cierto que el otro oficial estuviera haciéndose cargo del cuerpo en el primer piso, ella en ese instante estaba dedicándole toda su atención. Tal vez comprendiera.

—Él intento matarnos, entró en la casa con esa intención.
— ¿Se refiere al hombre?
—Fue mi esposo, pero en ese momento ya no lo era. Era un monstruo.

La mujer hizo un leve asentimiento, suficiente para darle confianza, pero no válido como confirmación.

— ¿Cuál era su nombre?
—Se llamaba Vicente.
— ¿Qué ocurrió cuando llegó, puede decírmelo?
—Tendré que decirlo de todos modos –replicó ella agriamente—. Vicente desapareció; y cuando volvió en la madrugada, con esas heridas… no era él, ya no era más él.

La oficial había escuchado eso antes; el punto de quiebre en que una persona pasaba al otro lado de una línea invisible dejaba de ser a quien todos habían conocido Esa también era su experiencia en el trabajo que realizaba.

— ¿La atacó?
—Su principal objetivo era Benjamín.
— ¿Se lo dijo?
—Sí –afirmó sin un ápice de duda—. Intenté detenerlo, pero tenía tanta fuerza…
—Usted intentó detenerlo.
—Sólo me importaba mi hijo —repuso con lentitud–. Él estaba en el segundo piso y cuando corrió hacia él, yo sólo necesitaba detenerlo el tiempo suficiente, sólo lo necesario para que alcanzara a salir de la casa.

Hizo una pausa, en la que la oficial paseó la mirada por los distintos golpes que tenía en la cara. Todo estaba tan silencioso en ese cuarto de baño, que por momento parecía no haber nadie.

—Dígame qué sucedió, después.
—Me golpeó, pero yo lo sujeté, le grité a Benjamín que corriera, que escapara de aquí. Después fue todo tan rápido, él se arrojó contra mi hijo y… yo intenté arrebatarle el cuchillo; forcejeamos, él tenía tanta fuerza y… después sólo ocurrió.
— ¿Quién tenía el cuchillo?
—Estaba en el suelo.
— ¿Usted lo tomó, o fue él?
—Yo lo tomé, fue lo único que se me ocurrió. Pero no quería que pasara esto, yo sólo… sólo quería que mi hijo estuviera a salvo, pero no pudo correr lo suficientemente rápido. Creo que el miedo fue demasiado para él y yo…yo debí haberlo salvado.

La mujer policía desvió la mirada hacia el cuerpo del pequeño, que estaba de espalda sobre el costado de la bañera, con el cuerpo mojado y los ojos cerrados en una inconfundible expresión de dolor; pero, aún con eso, tenía que hacer otra pregunta más.

— ¿Por qué lo trajo aquí?
—No quería que estuviera así, que la sangre… no quería que nadie lo tocara, que nadie volviera a hacerle daño jamás.

Hizo una nueva pausa, que la policía interpretó de la manera correcta. Le preguntó con mucha cautela si estaba en condiciones de moverse, y le hizo ver que tenían que salir de ese sitio, que no podía quedarse con el pequeño cuerpo ahí de forma indefinida. Sugirió llevarlo al cuarto contiguo, pero Iris se negó, y le dijo que lo llevaría al cuarto en el primer piso, que ahí estarían tranquilos.

—No quiero que se lo lleven.
—Vendrá un médico a comprobar lo que ha sucedido.
—Pero  no pueden llevárselo.

La oficial sabía que no dependía de ella decidir eso; en cualquier suceso violento, era necesario realizar exámenes sobre los cuerpos, los que de seguro se harían en el que estaba en el primer piso, aunque no con tanta seguridad en el del pequeño. Comprendió que al existir la posibilidad de muerte por un ataque al corazón, había una opción de que se determinara la causa de muerte en el sitio y no fuera necesario realizar otra clase de exámenes tanatológicos.

—Hablaré con las personas indicadas, pero debe comprender que es probable que sea necesario.
— ¿Se lo van a llevar?

Tardó  un instante en comprender que estaba hablando del cuerpo de Vicente en el primer piso.

—Sí, será necesario. También será necesario que usted haga una declaración oficial, pero de momento puede esperar. ¿Necesita ayuda para ponerse de pie?
—No.

El gesto físico demostraba con más énfasis que las palabras, y la policía, entendida en la materia, no hizo ademán de acercarse, dejando que Iris tomara el pequeño cuerpo y bajara junto con ella uno a uno, los peldaños.

—Necesito estar a solas en el cuarto.

De eso ya había pasado algún tiempo.


3


¿Dónde estaba? De pronto todo se volvió oscuro, y no supo con exactitud lo que había sucedido, hasta que un instante después los recuerdos volvieron de golpe: estaba en el cuarto de baño, dominado por la fuerza física de ella que era superior a la de ese nuevo cuerpo que tenía, pero se dio cuenta de que la mujer estaba en el límite de sus fuerzas; de alguna forma inexplicable, ella había descubierto la verdad, había visto en él y llegado hasta donde jamás nadie antes, hasta la realidad de quién era él en realidad, más allá de lo que pudiera decir, y cuando lo supo, entendió también que su hijo no estaba en ese cuerpo, lo que desde luego la llevó al extremo que él estaba esperando. Eso era lo que necesitaba, que estuviera frágil, que llegara a un punto en donde nada más importara, y estuviera dispuesta a todo, incluso a sacrificarse con tal de conseguir que su hijo regresara; y él se lo prometió, le dijo que lo traería devuelta, con lo que estableció un nexo entre ambos, la conexión necesaria para que la determinación de la mujer cediera, y la duda en su mente diera espacio a la debilidad suficiente. Tocó sus brazos y la vio estremecerse, y descubrió con alivio que ya estaba hecho, que faltaba sólo un paso más y todo estaría terminado.
Sin embargo, ahora, todo estaba oscuro.

—Sé que me escuchas.

Sintió una especie de sobresalto al escuchar este voz: se trataba de una voz serena, desprovista de sentimientos, que hablaba de una forma monótona, plana y sin emoción, pero que a la vez transmitía algo doloroso, algo que le hacía daño a él ¿De qué se trataba?

—Sé que estás escuchándome.

¿Dónde estaba, porqué estaba tan oscuro?

—Estás en el cuerpo de mi hijo. Está muerto.

Escuchar eso hizo que las imágenes aparecieran de golpe en su mente; el contacto estaba establecido, sólo era necesario terminar con el proceso, concentrarse al máximo como lo había hecho minutos antes, y tomar nuevamente el lugar correspondiente en donde estaría otra vez seguro. Pero algo cambió, ella no cedió a los intentos de él, ni se dejó doblegar como un momento antes había previsto y sentido, y en cambio, volvió a sumergirlo en el agua.
Y gritó.
Gritó porque sintió que lo que estaba pasando era opuesto a las dos veces anteriores, porque algo horadaba su entendimiento y su capacidad por completo, dejándolo vulnerable, enfrentado a algo que no era capaz de identificar con claridad. Estaba sucediendo algo, se estaba estableciendo una conexión entre ambos, pero se trataba de algo que nunca antes había conocido, algo que estaba doliendo mucho, y que no dependía de él ¿cómo era posible llegar hasta un nivel como ese? Luchó por mantener el control, por hacerse del lugar en ella, pero la fuerza inexplicable que venía desde su interior era como el oleaje, como el agua en la que estaba inmerso, que llenaba todo  espacio sin poder oponer resistencia. El grito que emitió permitió que el agua entrara con más rapidez, y llegó hasta la garganta, cubrió ojos y oídos, y bañó la piel con una sensación que era al mismo tiempo suave, y aterradora. Luchó con más fuerza, y trató con todas sus ganas de llegar al objetivo, entrar en la mente de ella y quedarse ahí para siempre, de forma irrevocable. Utilizó toda su fuerza, y se dijo que no sería vencido con tal facilidad, que había superado demasiadas cosas como para darse por vencido con facilidad. Entró en la mente de Vicente tras una cuidadosa planeación, y en la de ese niño en un momento crítico ¿Cómo podía perder a esta oportunidad, teniendo la ventaja de la experiencia y el conocimiento previo?

—Estás muerto.

¿Por qué estaba otra vez dentro de la oscuridad?

—Porque estás muerto.

Sintió una nueva oleada de pánico ¡Estaba respondiendo a su pregunta!

—Pero tú ya sabes lo que es la muerte. Tú la causaste antes. Tú eres el responsable de la muerte de Vicente, y también de Benjamín.

Esa voz era demasiado calma y segura, transmitía un convencimiento absoluto que demostraba que, en efecto, tenía conocimiento de lo que hablaba, y no dudaba de ello. El agua seguía estando por todas partes, y no podía respirar, no podía utilizar la fuerza física porque ese cuerpo simplemente no la tenía.

— ¿Tienes miedo?

No, no era posible, lo que decía tenía que ser producto de su miedo y confusión ¡Eso era! Estaba sujetándolo aún, y mantenía sus ojos cerrados para seguir manteniendo el control y con eso, tratar de ganar.

—No te mientas. Sabes bien que no es eso.

Se dijo que debía volver a su centro, recuperar la concentración y tomar el control de la situación; no importaba de qué artimaña se tratara, no podía ganarle.

— ¿Él supo lo que le hiciste?

¿Qué? No entendió a qué se refería, pero de seguro era parte de su desesperado intento por controlarlo; no la dejaría, al final él se impondría, al igual que en el pasado.

— ¿Qué eres, una especie de parásito?

Esa oscuridad no podía ser lo que aparentaba, sólo era un truco, ocasionado por la persistente mirada de ella, pero nada más.

—No, no es un truco. No puedes ver porque los ojos del cuerpo de mi hijo están cerrados. Porque su corazón dejó de latir, y nunca más lo hará.

Sólo en ese momento prestó atención a eso, y sintió que todo cambiaba por completo. Cuando entró en el cuerpo de Vicente y lo destruyó, tuvo la oportunidad, por primera vez, de sentir lo que era tener un cuerpo que se movía, no esa asquerosa cáscara en la que había estado tanto tiempo; y, entre muchas otras cosas, supo lo que era ver, respirar por sí mismo, escuchar en los oídos el sonido de la voz, e internamente el latido del corazón. Ahora sólo había silencio.

Iris estaba aún sentada en la silla, junto a la cama. Ahora todo era mucho más concreto, porque sabía lo que estaba sucediendo, a diferencia de antes. Ahora no había inseguridad, ni miedo, ni siquiera un poco de temor ante el suceso por completo extraordinario que se estaba dando; era algo superior a ella, como si con la desaparición de su hijo se hubieran secado las lágrimas y las energías para sentir algo dentro de ella. En el momento en que lo sumergió por última vez, sabía a ciencia  cierta que ya no se trataba de su hijo, sino de algo que no podía identificar con claridad, pero que de alguna manera existía, y que había causado la extinción de la vida de Benjamín ¿Sería ese el término correcto? Extinción de la vida sonaba impersonal, pero era acaso más correcto que decir muerte, porque hasta que su cuerpo no lo estuviera, de alguna forma no estaría muerto en realidad, siempre quedaría algo de él en su presencia. Y, mientras lo mantenía sumergido, ocurrió algo que supo desde el primer instante, nunca podría decirle a nadie, porque nadie lo creería. Ocurrió que vio dentro de él, que lo que un momento antes había sido la confirmación de todo a través del acto de mirar en sus ojos, ahora se expandía a un nivel mucho mayor, más complejo y completo. Tal vez estaba sosteniendo el cuerpo de su hijo, pero en su mente estaba viendo en la de alguien más, alguien horrible y amenazador: no tenía una forma específica, no era algo o alguien a quien conociera o pudiera identificar, pero estaba ahí, dentro del cuerpo de su hijo. Sintió un dolor imposible de explicar cuando comprendió que el hecho de que esa cosa estuviera ahí, que ella no pudiera ver a su hijo en sus ojos, significaba que lo había perdido, que le había sido arrebatado casi enfrente de sus ojos, y que nada lo traería de vuelta. Comprendió también, que la maldad que habitaba en ese ser que ocupaba ahora su lugar era tal, que no sólo había destruido a un niño inocente, sino que era capaz de utilizar su cuerpo como hábitat, y su recuerdo como arma. Había dicho “Si me dejas ir, lo traeré de vuelta” y con eso había dicho de su naturaleza mucho más que con cualquier otro acto.

—Fuiste por Vicente en primer lugar –declaró con simpleza, sin un asomo de sentimiento en la voz—,  y luego de él fuiste por mi hijo ¿Quién seguía, yo? ¿Por qué nosotros?

No iba a haber respuesta. Existía ahora alguna clase de conexión, pero en la que ella podía ver y transmitir, pero no recibir información; y de una forma sabía que estaba siendo escuchada. Pero al pensar en esto, entendió que en realidad sí podía conseguir información, sólo que no sería a través de respuestas, sino de los pensamientos de ese ser.

—Ahora sé algo, algo que no sabía hace poco; quisiste hacer una conexión conmigo, y lo lograste, pero parece que no de la forma en que tú querías.

Durante un momento quiso ponerse de pie, y gritarle lo que estaba pensando, pero se dijo que eso no sólo no era viable, sino que además sería ridículo, y pondría en riesgo la débil intimidad que mantenía, y que no iba a durar mucho tiempo. Tenía que aprovechar cada segundo.

—Voy a averiguar todo por mí misma.
—Por favor no lo hagas.

Había aprendido en un instante a convertir los pensamientos en palabras, para que a pesar de no poder hablarle a su mente, ella leyera lo que pasaba en el interior de ese inexplicable ser, lo que quería decir sin duda, que ya lo había hecho antes.

— ¿Por qué razón no lo haría?
—Es lo único que tengo –rogó la voz—. No tengo nada más.

Antes creyó que nunca volvería a sonreír, pero ahora supo que sí podía hacerlo. Una sonrisa demencial, en cualquier caso, pero que se transmitía al interior de su mente, volviéndola feroz y violenta. Por primera vez desde que tuvo la seguridad de lo que había pasado, supo que esa historia, en realidad no había terminado para ella.

—Oh, pero tú sí pudiste estar en ellos ¿verdad? Te metiste en la cabeza de Vicente ¿Así fue como lo llevaste a la locura? ¿Así fue como lo usaste para llegar hasta mi hijo, y asesinarlo? Voy a saber toda la verdad ¿Querías hacer conexión conmigo? Ya la hiciste, ahora voy a entrar en ese pozo negro que eres, y lo voy a averiguar.
—No me hagas daño.

Iris ahogó una risa enloquecida.

—No puedo hacerte daño. Después de todo, eres sólo un producto de mi imaginación, proyectado en el cuerpo de mi hijo.
—No lo hagas.

Contuvo la respiración, y miró más allá del cuerpo inerte sobre las sábanas blancas. Y sintió que ahí, en algún sitio, en medio de la nada, se escuchaba un grito.



Próximo capítulo: Aunque no me veas

No vayas a casa Capítulo 30: No te sueltes



Algo no estaba funcionando bien. En un principio creyó que se trataba del efecto inicial, pero luego de determinado tiempo, no estaba seguro, y comenzaba a preocuparse.
Por supuesto que se trataba de algo sorpresivo, y esperó tener ciertas complicaciones al respecto; el plan original consistía en disponer de un espacio, en que nadie los interrumpiera, esa misma noche en el cuarto quizá, y hacer el mismo cambio que unas horas antes realizó con Vicente ¡Lo que podría lograr a partir de ahí era inimaginable! Cuando entró en la casa, vio que la mujer estaba alterada, y le pareció lógico por el tiempo que Vicente llevaba ausente, pero a poco andar comprendió que algo no estaba bien. ¿Por qué lo miraba de esa manera, que había de diferente en ese cuerpo? No se trataba sólo de las heridas, había algo más, como un tono de alarma en sus ojos, algo que no lograba identificar.
Y entonces ocurrió lo inesperado, y ella reaccionó como un animal rabioso, lanzándose contra él para atacarlo, para dañarlo ¿Qué clase de persona se atrevía a hacer algo como eso? Ella no era así, había visto a través de los ojos de Vicente que aunque era de carácter fuerte, no sería capaz de intentar dañar a alguien Y sin embargo, lo atacó de forma directa, dominada por una fuerza muy superior y que lo sorprendió. En ese momento comprendió que los planes tendrían que cambiar, y que era imprescindible apropiarse del pequeño antes que ella lo arruinara todo. Pero era él quien estaba en control de sí mismo, quien sabía lo que en realidad estaba pasando, y además tenía la fuerza necesaria para adelantarse los hechos. Hizo todo lo posible por librarse de ella, pero la mujer tenía una fuerza y determinación implacable; ese era un tipo de fuerza que él no conocía, y que hizo que las cosas fueran cuesta arriba. Cuando descubrió que ella lo que en realidad intentaba era apartar al niño de él, supo que era necesario poner fin a todo eso, antes que alguien más se interpusiera; de un momento a otro vio el cuchillo; y supo que el arma con que había sido atacado serviría también para dar término a una situación que se estaba volviendo en su contra. Gritó, y luchó por quitar del brazo el objeto, presa por un instante de un miedo que no podía explicar, y que iba más allá de lo que pasaba simplemente en el brazo: había una señal que se transmitía desde allí hacia la cabeza sin que pudiera hacer algo al respecto; luego, casi como de forma automática, se activó en él un nuevo sentimiento, algo que no había sentido jamás, pero que de alguna manera percibió en el propio Vicente cuando estuvo tan cerca de librarse de él. Se volvió todo de un color que no podía explicar, como si las cosas a su alrededor pasaran a segundo plano, y sólo pudo pensar en una cosa: que ella no podía llegar hasta el niño antes que él. Arrancó con furia el cuchillo del brazo, y sin tomar en cuenta el daño que pudiese hacerle esa herida, corrió tras ella, para disminuir la distancia; quería golpearla, quería hacerla sentir ese dolor y mucho más por atreverse a hacerle algo como eso, pero supo que si ella estaba dotada de esa energía tan desconocida, también sería un riesgo a tener en cuenta. Mientras subía las escaleras a toda velocidad, escuchó la voz del pequeño, y un instante después lo vio, pero no a tiempo para alcanzarlo antes que los brazos de esa mujer enloquecida ¡Pretendía quitárselo! Jamás iba a permitir eso, de forma que la golpeó y se lo arrebató, pero ella siguió luchando con él, lanzando golpes e interponiéndose, aunque solo hasta el momento en que pudo golpearla en la cara y quitarla del camino; estuvo tan cerca de lograrlo, faltó tan poco.
Y Sin embargo, ambos fallaron.
Por una milésima de segundo, a lo largo de una distancia casi imposible de estimar, lo tuvo al alcance de sus dedos, pero la caída y los descontrolados movimientos de ella confabularon para que el arma escapara de sus manos.
Después, vino un sentimiento de horror.
No había tenido oportunidad de conocer el dolor físico en el cuerpo de Vicente, y sabía que el suyo en el pasado era una dimensión diferente; pero pudo experimentar con las heridas que había en manos y piernas, palpando y reconociendo qué era lo que se producía en su ser al sentir algo como eso. No era agradable, y en realidad resultaba bastante molesto, pero era parte de las muchas cosas que tenía que saber para utilizar ese cuerpo al máximo. El ataque con el cuchillo fue otra cosa, algo que sintió como una explosión desde el centro mismo de ese cuerpo, una oleada que se expandió por el brazo, rodeando la herida con un mar de sensaciones críticas y confusas. Pero después, en el momento mismo de caer al suelo junto con ella, ambos con nada más en la mente y los sentidos que el arma que podía definir todo eso, fue él quien sintió la herida, y el dolor que experimentó fue mucho peor que el del brazo. Algo estaba saliendo terriblemente mal, porque sintió que el cuerpo dejaba de responder, y al mismo momento que la visión se le nublaba; su mente recordaba cosas acerca de las heridas, y supo que todo estaba en juego, que la apuesta mayor debía ser justo ahí, o jamás. Casi al límite de las fuerzas, logró tocar al pequeño, y se concentró al máximo, mirándolo con una intensidad inusitada y luchando por conseguir de forma repentina algo que lo era todo en ese momento ¡El cuerpo de Vicente estaba muriendo! Sintió la reacción física, la forma en que los miembros perdieron control, y el propio cuello se retorció intentando poner distancia en donde el niño clavaba con fuerza el cuchillo, casi con precisión quirúrgica; luchó y luchó, con más ahínco que la vez anterior, sabiendo que se trataba de la única oportunidad que tendría, que si el cuerpo de Vicente moría con él dentro, ya nunca podría escapar.
Perdió todo control y sentido de lo que estaba pasando, quiso gritar y escapar, pero no pudo hacer ninguna de estas cosas. Todo se volvió oscuro.
Y luego regresó a los sentidos y a ver, y vio el cuerpo de Vicente sobre el de la mujer, tendido boca abajo, y supo de inmediato que había muerto, de la misma manera que supo que el cuerpo en la casa de reposo, con Vicente dentro de él, lo había hecho en su momento; estaba otra vez en un nuevo sitio, y había salido victorioso de nuevo.
Pero no pudo moverse, ni reaccionar.
Su cuerpo, su nuevo cuerpo, estaba en la misma posición que lo recordaba de antes de realizar el cambio, con las manos sujetando el cuchillo cuya hoja casi no quedaba a la vista, penetrando en la piel y la carne del cuello. Aún existía algo que no podía definir, pero que podría ser un acto reflejo, en el que seguía presionando, de rodillas en el suelo, con la cabeza un poco ladeada, a tan sólo unos centímetros del cuerpo inerte, que ya jamás volvería a levantarse desde donde estaba. Si el cuchillo estaba en esas nuevas manos, no podía estar entonces clavado en la mujer, lo que significaba que seguía viva y siendo un peligro ¡Un momento! Todo eso se desencadenó, de seguro, porque ella sintió que su hijo estaba en peligro, porque percibió algo o tuvo un presentimiento acerca del regreso de Vicente, y decidió pasar a la acción. Pero ahora el Vicente que ella conocía estaba muerto de todas las formas posibles, y lo que le quedaba era, de hecho, la persona a quien había tratado de proteger y salvaguardar con todas sus fuerzas ¿Qué podía ser mejor que eso? Tendría la protección necesaria, y todas las sospechas caerían con fuerza sobre ese cuerpo inerte que había alcanzado a abandonar, dejándolo a él en un nuevo sitio de comodidad, bajo el mismo precepto indestructible del amor; porque eso era cierto, ella amaba a su hijo, al igual que Vicente en el pasado. Se dijo que seguramente, la dificultad para moverse tenía que ver con lo repentino del acto, y el nulo conocimiento de los recovecos de la mente de ese niño.
Pero el niño estaba acosado por un terror indescriptible, y al verse a riesgo, reaccionó como la mayoría de los seres en una situación similar, intentado defenderse de su agresor. ¿Quién podía decir en verdad que el amor era un sentimiento tan poderoso? Sólo se trataba de ideas con que las personas se engañaban de forma constante, usando sus palabras y sus habituales mentiras. No, el amor no era más que una palabra, cuyo significado era modificado según la conveniencia de cada quien; al final, en el momento decisivo, las personas siempre elegían defenderse a sí mismas cuando no les quedaba nada más, y en ese momento, lo más probable es que el hijo pensara que la madre estaba muerta, por lo que siguió el único camino que le quedaba. Nunca podría conocer con detalle el dolor y miedo experimentado por el niño, por lo que esa diversión le quedaría prohibida, pero se trataba de un precio justo a pagar a cambio de haber escapado de las garras de la muerte. Y el chiquillo, asustado y llorando, usó su fuerza para matar al que creía era su padre, cuando en realidad lo que hizo fue extinguir la llama de su vida la vida en el cuerpo que podría haberlo salvado. Mientras se concentraba de la forma apropiada para tomar control del nuevo cuerpo que tenía, se tomó un instante para divertirse ante la posibilidad de la escena que habría presenciado desde primera fila, viendo como la madre, presa de un ataque de histeria, intentaba alejarse de quien creía era su esposo completamente enloquecido, al tiempo que este sufrió una terrible conmoción. Se deleitó con la idea, de ver al chiquillo destruido desde el interior, enloquecido hasta el punto de no retorno; la cárcel para él, o una institución para enfermos mentales, la depresión total y el abandono para ella, dedicada a cuidar a un hijo impostor, a quien nunca podría atacar ni acusar de nada, porque ser su madre la ataría a él hasta el fin de sus días, condenándola a ser su guía y apoyo, su sirvienta, su amiga. ¿Qué respondería ella, cuál sería su expresión si él, su nuevo hijo, le solicitara un abrazo con los ojos brillosos? ¿Cómo reaccionaría si él le dijera, con voz temblorosa, que necesitaba del abrigo de su cuerpo, del tacto de su pecho como cuando era un bebé? Entonces ella lo miró; y empezó a hablarle, muy despacio y con cautela ¿Qué cosas pasarían por su mente al ver a su hijo sosteniendo el arma que había terminado con la vida del que creía su propio esposo? Jamás se libraría de esas pesadillas, pero aun así se mantendría junto con él, y haría todo lo posible por continuar su crianza, por hacerlo crecer libre de todo temor.
Entró ese hombre, al que reconoció por la voz, pero ella lo hizo salir con palabras determinantes ¿Acaso estaría pensando en quedarse a solas mientras llegaba la policía? Claro, de seguro tendría la intención de declarar en contra del hombre muerto, pero luego de permanecer el mayor tiempo posible escondida, a salvo de las miradas de lástima de cualquiera a su alrededor. El hombre salió, y ella se tomó un tiempo más, mientras él, divertido y más aliviado al poder controlar sus pensamientos y ver de forma clara, se dejó cuidar, como de seguro sería desde entonces.
En un principio pensó que ella lloraría, pero se sintió un poco decepcionado al ver que ella en realidad se ocupaba de separarse del cuerpo y luego tomarlo en brazos. Para ese instante ya había reaccionado mejor, y podía moverse, aunque con dificultad; tanto mejor, ella lo asociaría con el trauma de lo recién vivido y no se separaría de él.
Caminó con él en brazos hacia la escalera, sin mencionar palabra, y llegó junto con él hasta el segundo el piso, y hasta el baño, sin responder a sus preguntas.
Probablemente estaba muy golpeada por las emociones como para poder articular palabra con facilidad; de cualquier forma, no era difícil imaginar que estuviera atontada, ya que no sólo se trataba de lo que había vivido, sino también de lo experimentado en el cuerpo: el labio inferior tenía dos cortes con sangre, y además de zonas enrojecidas en la mejilla, tenía un par de cortes más en la frente, justo encima del ojo. Se veía realmente dañada, pero no era para tanto, después de todo seguía moviéndose.

—El baño es un rito.

 Su voz se escuchaba muy ronca, incluso ahora más que cuando intentaba, según ella, hacerlo reaccionar. Lo había dejado a en el suelo, y se quedó de pie, con la vista perdida, cansada y destrozada.

—Es algo que no solamente trata de limpiar el cuerpo; de otra manera, también ayuda a despejar la mente, para entender mejor las cosas, calmarse y poder estar mejor. No podemos estar así.

Accionó el control de agua, y mientras esperaba a que el espacio hasta el borde de forma silenciosa se llenara, se quedó muy quieta, sólo con un ligero temblor en los labios ¿Iría a llorar entonces? Sabía que todas las personas reaccionaban diferente, que algunas tardaban más en llorar o desesperarse, y ella de seguro era una de ellas. Recordó las veces en que escuchó con tanta atención lo que esas mujeres le decían, los libros sobre sicología y comportamiento humano que leían después de los cuentos, y la forma en que memorizaba cada palabra, hasta entender la mente humana mucho más allá de lo que jamás había esperado; todo eso servía de mucho, tanto como sirvió para confundir y manipular a Vicente, como serviría para controlarla y quizás, si quería, volverla loca a ella.

— ¿Nos vamos a bañar?

Se tardó en responder, pero él no hizo nada; se dijo a sí mismo que era muy importante mantener el papel, y un niño en esas circunstancias, en las que se supone que había pasado por un trauma, no hablaría, ni se pondría a correr o jugar. No, estaría muy quieto, asustado, esperando a que mamá se hiciera cargo y lo pusiera a salvo; quizás sería más divertido hacer alguna cosa, pero de momento, no tenía otra opción más que esperar.
Ella se puso de cuclillas, mirándolo a los ojos, mientras por su mente de seguro pasaban una y otra vez las imágenes de lo sucedido hace tan poco; de cerca, los golpes y la hinchazón en determinadas zonas de la cara eran mucho más evidentes, de forma que se dijo que quizás también quería poner algo de control en eso, mojarse la cara o tomar un analgésico ¿Y si le decía, con su tono más amoroso, que se recostara a dormir? No, era muy pronto para hacer algo así, tenía que controlarse y esperar, ya tendría muchas oportunidades de hacer todo lo que quisiera ¡Tenía toda la vida por delante! Lo que había pensado en un inicio como un plan a futuro, por acción de ella y del chiquillo se había precipitado, dejando todo bajo su control; podía tener lo que siempre había sido  su derecho: ser un niño, crecer y conocer todo lo que debía, no como un espectador, sino como el que lo viviría, muy de a poco. La diferencia con los niños es que él ya sabía todo lo que era necesario, el resto sería experimentar en cuerpo propio, poder sentir la libertad de correr, de saborear, de perseguir o torturar a los niños con su intelecto superior. De conocer el cuerpo de las mujeres, de entrar en ellas, de acosarlas y perseguirlas incluso siendo un niño, o convertirse en una víctima por el sólo gusto de tener el poder de otra forma. No había límites.

—Vicente —dijo en voz muy baja, casi como un susurro—, te amé con todas mis fuerzas.

Entonces era eso, iba a hacer reflexiones acerca de la vida. Estaba tratando de canalizar su impacto y tristeza a través de las palabras, expresando lo que no podía solucionar o asimilar para evitar enloquecer. Si es que no estaba enloqueciendo ya.

—Vicente, te amé tanto…pero sabes que…

Ahora que ya estaba muerto, Jacobo sintió una inexplicable satisfacción, viéndola a ella convertida prácticamente en un despojo, que aun así intentaba servir de algo, hacer algo que tuviera utilidad. Había hablado del baño, lo que significaba que intentaría limpiarse, quitar de su cuerpo la sangre de él, y a él mismo limpiarlo. Sería entonces, mucho más pronto de lo que pensaba, tendría en sus manos, al alcance de esos nuevos dedos que podía mover y a través de los que podía sentir, que la tendría a ella. Sería la forma más inmediata de verla, de apropiarse de esa imagen para siempre. Se quedó muy quieto, mirándola mientras forzaba una expresión de indefensión ¿Quién más que él sabría la forma perfecta de hacer esos gestos?

—Pero a Benjamín lo amé más que a mi vida. Benjamín —añadió con la vista perdida, sin ver—, te amo más que a mi propia vida.

Entonces enfocó la vista, y lo miró de forma directa. Jacobo sentía que estaba a punto de suceder, que en cualquier momento ella se desnudaría, y podría verla de forma real, completamente real. No era como las mujeres con las que había estado Vicente en el pasado, esto se trataba de verlo en primera persona, de tenerla a tan sólo un aliento de distancia. La mirada de ella era directa, pero escondía una expresión que en su emoción no alcanzaba a identificar.

—Pero tú…no eres mi hijo.

No dio tiempo a nada más, y tomándolo por los hombros, lo sumergió de espalda en la tina, sintiéndose inmune a las salpicaduras; durante un eterno segundo no hizo nada más que mantenerlo en el fondo, ignorando los débiles forcejeos, pero no lo mantuvo así más que un instante ¿Qué estaba sucediendo? Intentó moverse, pero al estar dentro del agua, fue como si no tuviera control de lo que su cuerpo era capaz de hacer ¿Por qué estaba debajo del agua, por qué no se había desprendido de la ropa? Después lo levantó, manteniendo el cuerpo dentro del agua, pero con el torso por fuera. La miró de nuevo, y vio que la expresión antes indescifrable era ahora dura y casi violenta. ¿Acaso lo había descubierto?

—Mamá, soy yo.

Sin esperar más, volvió a sumergirlo en el agua. En ese momento, sintió pánico por lo que estaba ocurriendo ¿Cómo podía saberlo? Era imposible, ella no podía saber algo como eso con sólo mirarlo, nadie jamás lo sabría; no había aire, no podía respirar, y el cristalino líquido a su alrededor se volvió una cárcel, un sitio suave y que no podía sujetar, pero que al mismo tiempo lo estaba presionando. Las manos de ella sobre él, y el agua tocando los ojos, filtrándose por las ventanas de la nariz, y esa sensación de ahogo, de no poder hacer nada ¡Era un niño! Se dio cuenta con pánico que ya no tenía la fuerza de antes, que no podía sólo golpearla como antes en la escalera, que no podía librarse; ella era la dueña de la situación en ese momento, y él estaba por completo desvalido. Cuando volvió a sacarlo, sentir otra vez que podía respirar se hizo al mismo tiempo agradable y terrible, porque hizo que tuviera pleno entendimiento de lo que estaba pasando. Una acción tan sencilla como moverlo tan sólo unos centímetros, podía poner en riesgo todo lo que tenía, y todo lo que era. El agarre de las manos de ella en él era como garras de las que no sabía cómo librarse.

—Mami, soy yo, soy tu hijo.

La mirada de ella hizo que se sintiera auténticamente asustado; no era dolor, tristeza ni angustia, sino una decisión que iba más allá de saber o querer algo. La mirada lo fulminaba, y sintió por primera vez como si esos ojos, tan fijos en los suyos, pudieran traspasar las barreras del iris y entrar en él ¡Pero ella no podía entrar en su mente!

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

Estaba asustándose, pero tenía que mantener el control de la situación ¡Un momento! Recordaba que algunos estados de miedo causaban agresividad, lo que significaba que ella podía estar en uno de esos estados: destrozada por la muerte de su hombre, aterrorizada por saber que lo había hecho su propio hijo, ahora no sabía cómo reaccionar. Lo que tenía que hacer era quebrarla, llegar hasta ella y provocar el momento específico en que ya no volvería a ser la misma, en que el dolor de ella sería demasiado. Intentó soltarse de su agarre.

—Quiero que me digas en este momento qué fue lo que hiciste con mi hijo.

Hubo un momento de inmovilidad y silencio, y trató de soltarse con más fuerza, pero ella reaccionó primero y volvió a sumergirlo. Sin pensar, abrió la boca para intentar decir su nombre, pero el agua entró a raudales, llenando todo de una forma mucho más violenta que antes; cerró los ojos, poseído por una sensación de alarma que estaba un paso más allá de lo sucedido tan sólo un momento antes. No se trataba de un estado de miedo, estaba perdiendo el control de sí misma, estaba enloqueciendo a más velocidad de la que él mismo habría creído. Necesitaba mantener la calma, y liberarse de ella.

—Responde.
—Mami.

Ella cortó sus palabras con una bofetada. El golpe hizo que se quedara sin voz, y sin el poco aire que había recuperado desde que botara el agua; se le llenaron los ojos de lágrimas, y por primera vez sintió lo que era el llanto, que venía a él sin llamarlo, como una sensación abrumadora, algo que no podía controlar. Pero era mejor así, apelaría a su amor de madre, a ese sentimiento que minutos atrás la hizo poner en riesgo su vida para protegerlo, y la controlaría a través de ello. Lloraría lo que fuera necesario.

—Mami, tengo miedo.
—Mírame a los ojos.

Lo apretó más; no podía soltarse, estaba por completo prisionero de sus manos, y en ese momento echó de menos la fuerza de Vicente, de ese cuerpo adulto que le habría permitido alejarla tan sólo con un bofetón. Cuando ella trató de sujetarlo en la escalera, debió haber seguido golpeándola, hasta que la sangre inundara su garganta, hasta que los ojos se salieran de las órbitas, hasta que no respirara más.

—No sé si lo entiendes, pero yo tuve a Benjamín dentro de mí. Es mi hijo, y sé qué cosas hace, sé cómo habla, y sé cómo me mira. No trates de engañarme porque no puedes hacerlo.

No estaba enloqueciendo ¡Lo sabía! Sintió una oleada de miedo al comprobar, mirándola a los ojos, que ella en realidad no derramaba ni una lágrima, y que no estaba ya tiritando, ni dudando con respecto a nada. Lo sabía, sabía toda la verdad, y en ese preciso momento, esa mujer que debería cuidarlo y protegerlo como su hijo, sabía que él no lo era.

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

Ambos quedaron enfrentados, ella mirando con un una determinación superior a cualquier otra cosa, él aparentando sorpresa y desamparo aun cuando veía en claridad que eso no estaba dado resultado.

— No voy a darte otra oportunidad.

Estaba hablando es serio. Pero incluso llegados a ese momento, ella no podía saber toda la verdad; tal vez la intuía, o creía entender algo, pero nunca podría saber con claridad lo que estaba pasando.

—No me hagas daño.

Ella no mostró reacción alguna, y siguió mirándolo muy fijo; se sintió acosado por un sentimiento que no sabía cómo definir, algo profundo y que venía desde dentro. Era como hace un momento ¿Cómo podía ella entrar en su mente? Era imposible, las personas no hacían eso; recordó las veces que estuvo ahí, dentro de la mente de Vicente como un visitante silencioso, y vio a través de sus ojos cómo éstos se enfocaban en los de ella ¡Él  habría descubierto si ella fuera capaz de algo así! No, eso no sucedió, estaba seguro de eso y, sin embargo, sentía que esa mirada penetraba en su ser, que se adentraba más y más allá de donde debería, como un cuerpo sólido que era capaz de ir incluso del otro lado de los ojos, adentrándose en la oscuridad y en el territorio que era sólo de sus pensamientos, sólo de su propiedad. Quiso gritar, y se dio cuenta de que no podía ¿Qué era ese dolor camuflado de otra sensación en su interior?

—Responde.

¡No debía caer en la desesperación! Más allá de lo que estuviera haciendo, y de lo inexplicable que pudiese parecer, él tenía la ventaja. Quizás ahora no podía entrar en la mente de ella como antes lo hizo con Vicente, pero mantenía la rapidez, y el control sobre las emociones; sabía qué decir y qué no, y lo más importante de todo, aunque el chiquillo no estuviera ya más, eso era algo que sólo él podía saber, de forma que era un arma en verdad poderosa. Puso las manos sobre los antebrazos de ella, y se percató de cómo la mujer experimentaba un ligero estremecimiento, pese a lo cual se mantenía firme en su acto de sujetarlo por la fuerza. Pero eso no duraría mucho.

— ¿Lo extrañas?
—No juegues conmigo. Te he dicho que es tu última oportunidad.

Por un instante quiso hablar y no pudo, atenazado por la presión en los hombros que de alguna forma era más que sólo eso; aún sentía los ojos llenos de lágrimas ¿Cómo se hacía para llorar? Era algo que no había pensado aprender, pero saber que era posible, sentir que estaba a un momento de pasar y hacerlo de forma consciente eran tres cosas diferentes, y no sabía cómo manejarlas. Pero el llanto era una forma de expresar dolor, tristeza, soledad, cualquier sentimiento que resultara en un daño para la persona, lo que significaba que tenía que potenciar esos sentimientos para que las lágrimas fluyeran; estaba entonces en medio de un conflicto, ya que se hacía necesario sentirse débil y vulnerable para poder llamar a la acción a esa capacidad, mientras que lo que necesitaba era ser fuerte y concentrarse más que nunca.
Decidió por lo segundo; en ese momento ya estaba establecido el contacto con ella, y sabiendo que ella amaba a su hijo con tanta fuerza como para ponerse en riesgo, sólo debía empujarla un poco más hacia el abismo en donde él tomaría nuevamente el control.

—Puedo traerlo de vuelta, si tú me lo pides.

El agarre de las manos de ella se aflojó, pero sólo por un instante que pasó tan rápido que casi creyó que se trataba de una percepción; seguía sujeto por ella de la misma forma que antes, preso tanto de sus manos como de sus ojos; pero, a en contraposición, ella no había dicho nada, estaba como petrificada, una estatua de piedra que, por muy fuerte y resistente que pareciera, no tenía la voluntad de moverse. Y además, podría quebrarse.

—Si tú me lo pides, puedo traerlo, y se quedará contigo para siempre. Nunca lo perderás.
—Nunca lo perderé.

La voz tuvo un ligero tinte de duda: perfecto, estaba tocando justo el punto que tenía que tocar, atacando de la forma correcta para hacerla quebrarse. Nada había cambiado, y el cuerpo que tenía ahora era la mejor arma visual para conseguir sus objetivos de forma definitiva.

—Lo traeré de vuelta, si me dejas ir.

Iris contuvo la respiración por un momento, pero no hizo mayor aspaviento; recordó cierto día en que salieron de la ciudad y fueron juntos al campo, o para ser más precisa, a un centro de relajación natural a las afueras de la ciudad; se trataba de un hermoso sitio ubicado junto a un espeso bosque, algo parecido a un hotel pero sin las costumbres y métodos clásicos de uno: allí era como estar en casa, siguiendo las fórmulas propias, compartiendo y colaborando con los deberes de la cosa, aunque desde luego en menor medida que quieres trabajaba allí. Podías ayudar en la cocina, cortar leña o sacar la ropa sucia, todo dependiendo de tus capacidades y tiempo, pero también podías estar sólo el tiempo justo y necesario y dedicar el resto a hacer caminatas, ir al lago o tomar sol; Benjamín tenía cinco años, y fue para él su primera experiencia rodeado de la naturaleza, por lo que pudo pasar del conocimiento de los animales del zoológico a verlos de forma directa. En un momento, los tres se quedaron inmóviles en medio de un camino entre plantas, mirando una lagartija que estaba posada sobre el tronco de un árbol; fue algo muy sencillo y a la vez maravilloso, el hecho de ver como el hijo de ambos era capaz de sorprenderse y dedicar tiempo y atención a un pequeño ser vivo que no solo era llamativo, sino que además estaba a un ambiente propio. A ambos les llamó mucho la atención que no quiso acercarse al animal, y cundo cuando más tarde estaban conversado al respecto, su explicación fue breve pero muy concreta, explicando que la lagartija estaba muy quieta porque tenía frío y por eso debía asolearse; ninguno recordaba de manera específica si alguna vez le habían hablado de los animales de sangre fría, o si se trataba de algo aprendido en un documental, pero lo cierto es que el alcance de su razonamiento era enternecedor al tiempo que hablaba de lo mucho que le interesaban los demás. Miró por el rabillo del ojo, no para asegurarse de que no hubiera nadie cerca, sino como una forma de mirar más allá, y desplazarse hasta el primer piso, en donde había una escena, aun sucediendo, que no había terminado.

—Entonces eso es lo que hiciste.

Su mirada entonces fue distinta otra vez, y Jacobo vio con claridad que, en los ojos de ella, asomaba una terrible verdad.

—Tú eras  él.

No, no era posible; ella estaba mucho más cerca, en un instante, de lo que Vicente jamás había estado de descubrir nada acerca de él y sus intenciones, incluso conociendo su identidad y recordando desde el pasado. ¿Qué era lo que permitía que esa mujer llegara tan lejos?
Pero no importaba, tenía que concentrarse en lo importante, en entrar en ella, e incluso a ese respecto podía servir la conexión que sin sospechar realizaba, al querer entrar tan profundo en la mente de él.

No podía decir cómo, pero Iris había entendido todo. Por un momento fue como si, más allá del dolor físico, el miedo y la angustia, algo la llamara a ver los cosas con más claridad, como si de alguna forma el pasar por aquellas experiencias, una tras otra y sin descanso, hubieran hecho un espacio distinto en su mente, causando un cambio de enfoque, o quizás, una apertura visual. Quizás jamás podría explicarlo de una forma correcta, pero supo que el hombre que entró en su casa unos minutos atrás con aquellas perversas intenciones, no era Vicente más que en cáscara, que en el interior se trataba de alguien más, un ser con un apetito destructivo incontrolable y la suficiente sangre fría para tratar de hacerle daño a un niño inocente. No era un mal mental, no era un desorden que tuviera lugar en la mente de Vicente, porque ese ser no era Vicente, en ninguna forma. Así fue como concluyó que, cuando ambos se abalanzaron sobre el cuchillo, ella intentando poner fin a esa pesadilla y él luchando por acabar con ellos, de alguna manera esa fuerza malvada y tremenda se trasladó a Benjamín, metiéndose en su cuerpo, destrozando su mente y ocupado su lugar. ¡Oh por Dios, el cuchillo! Vicente, o quien hubiera sido en ese momento, estaba muerto, y la fuerza sobrehumana que lo destruyó hasta convertirlo en aquello que amenazó a ambos, se traspasó a Benjamín. Sintió que en el interior de su ser se abría un vacío muy grande, una especie de oscuridad profunda, que iba más allá del dolor porque allí no había nada. Había perdido a Vicente, y ahora entendía que también a Benjamín.

—Lo mataste.

Sintió la voz vacía, sin un ápice de sentimiento en ella, y se dijo que en ese preciso momento, algo había muerto también en su interior. Más allá de lo que nadie pudiera explicar, de lo que incluso alguna vez alguien pudiera entender, algo murió en ese mismo instante, y nada podría recuperarlo; había muerto su vida, su alegría, el amor y la compañía que conocía desde hacía tanto tiempo, incluyendo junto con ello las esperanzas y las posibilidades de futuro ¿Qué era lo que tenía sujeto entre sus manos? ¿Podía llamarse persona, podía ser considerado un ser humano a pesar de esconder en su interior la aberración que ella ya sabía era, al haber visto la verdad en sus ojos?
Pero eso era algo que sólo sabría ella en su interior porque ¿Quién podría creer algo como eso? ¿No la tildarían de loca al escuchar de sus labios semejante atrocidad?

—Lo extrañas ¿Verdad? Lo traeré para ti, sólo déjame ir, y todo volverá a ser como antes, lo tendrás de nuevo, sólo para ti.

El contacto estaba establecido, y se sintió pleno de fuerzas y de concentración, listo para proceder; ella, presa del miedo y la indignación, acaso de la ofensa, no lo soltaba, y no lo soltaría hasta que fuera necesario. Estaba convencida de que manteniéndolo sujeto ejercía control,  y al escucharlo pedirle que lo soltara, más se aferraría a esa necesidad. No me sueltes, se dijo en su interior. Cuando todo termine, tú serás el niño en mis brazos.


2


Juan Miguel asintió de forma severa en cuanto el primer carro de policía llegó; de él descendió una pareja de oficiales que avanzaron hacia él con aire tenso, pero controlado.

— ¿Usted hizo la llamada?
—Sí, yo la hice.
— ¿Entró en la propiedad?

Al menos se trataba de oficiales con experiencia en situaciones violentas; los últimos minutos, si bien no habían sido muchos, resultaron tensos y agotadores. La visión que tuvo del interior era algo que de seguro no borraría de su ser en mucho tiempo.

—Entré, pero volví a salir, creí que era lo mejor no intervenir en el lugar; ya no hay nada que se pueda hacer de todas maneras.

La mujer asintió sin decir palabra, y poniéndose unos guantes con gesto profesional, abrió la puerta; el otro oficial y Juan Miguel entraron después de ella.

— ¿Dónde está ella?

La voz de la mujer era fuerte, inspiraba respeto, pero aún detrás de ella había un toque de nerviosismo; él reconoció la voz con la que habló por teléfono, a la que le contó lo sucedido, cuando tuvo que usar un lenguaje frío y decir que en la dirección citada había al menos una persona fallecida, pero probablemente dos. Eso significaba que, al menos de momento, no era necesario repetir toda la historia.
No estaba Iris, ni el niño. Juan Miguel no respondió, y de pronto se vio a sí mismo avanzando un paso, dos, tres, hacia el cuerpo de Vicente, que permanecía en el suelo, tendido boca abajo, en una posición que delataba lo que había sucedido, incluso más que la sangre que de forma inevitable era lo primero en llamar la atención en él. El policía lo sujetó de un brazo.

—No puede acercarse.

El cuchillo sobresalía del cuello inmóvil, pero lo que, desde un poco más cerca llamó su atención, fue la violenta expresión del rostro, y los ojos muy abiertos que parecían seguir mirando sin ver.

—Tiene los ojos abiertos, yo solo…

No pudo decir más, pero el hombre se compadeció y se inclinó junto al cuerpo, haciendo un delicado y calculado movimiento con el que bajó los parpados, hasta cerrar los ojos por completo; en tanto, la mujer se estaba acercando al pie de la escalera, e hizo un gesto imperceptible a su compañero, señalado unas diminutas manchas rojas en el suelo. Juan Miguel siguió los controlados movimientos de ambos y descubrió que había un inconstante pero notorio rastro de sangre. Entonces, en efecto, cuando él llegó, Iris le pidió que se quedara por fuera porque había sucedido.

—Arriba está el cuarto de Benjamín —dijo en voz baja. Se sorprendió de notar lo frágil que se escuchaba—, lo más seguro es que haya querido dejar…que descansara ahí.

No había pasado casi el tiempo, desde que se levantó y decidió llamar a Iris, hasta que llegó de forma atropellada a la casa y entró forzando la puerta de un empujón, y todo había cambiado del cielo a la tierra. Se dijo que la petición, casi la exigencia de Iris, había sido la correcta aún cuando se tratara de una exclamación en una situación desesperada: ninguno de ellos pertenecía ahí.

—Déjeme ir con ustedes, creo que puedo ayudar.
—Está bien, pero no toque nada y manténgase junto a nosotros en todo momento.

Mientras subía la escalera, precedido por la oficial, pudo dar un breve vistazo a los detalles que cambiaron el entorno y que habían pasado desapercibidos por la adrenalina: un cuadro roto en el suelo, unas marcas de sangre en la baranda de la escalera, y vidrio desperdigado por todos partes. Entonces el ataque tuvo un desplazamiento entre las dos plantas. Cuando llegaron al segundo piso, el hombre se fijó en que las puertas de los cuartos estaban abiertas, y el cuarto matrimonial asomaba, en el umbral, un pequeño mueble caído, probablemente durante lo que a todas luces fue un enfrentamiento.

Desvió la mirada hacia la puerta del baño, y la vio.

Iris.

Estaba sentada en el suelo, con el pequeño recostado junto a ella.



Próximo capítulo: Sé que me escuchas