La última herida Capítulo 39: Dos decisiones correctas






Matilde enfrentó a los dos cirujanos, quienes tras su apariencia perfecta escondían lo mejor que podían la frustración y el enojo de verse descubiertos, y además imposibilitados de hacer lo que querían; de seguro llevaban demasiados años manejando todo a su voluntad.

— ¿Qué le pasó a la otra mujer? Usted —le dijo a Scarnia—, se hizo pasar por un paciente de la clínica para pasar desapercibido igual que ella, pero lo de acercarse a mi hermana fue totalmente distinto. ¿Por qué organizar esa farsa?

Durante un momento ambos intercambiaron miradas de alarma; habían sido descubiertos, pero ambos amaban demasiado su integridad como para ponerla en riesgo si podían evitarlo. Finalmente se rindieron.

—La otra mujer está muerta. Murió antes que fallara el tratamiento.
— ¿Pero cómo es eso posible?
—No lo sabemos —intervino Samanta haciendo una mueca—, fue sorpresivo, la mujer murió en un accidente de tránsito muy poco después de iniciar el tratamiento, tan solo unas semanas después; pensamos lo peor, pero extrañamente no sucedió nada, y todo continuó como siempre, así que decidimos investigar mucho más de cerca en un ambiente protegido.
—La cita en la supuesta fiesta —dijo Aniara intentando disimular su sorpresa—, por eso me invitaste, querías llevarme a un sitio desconocido para poder experimentar conmigo.
—Era la fórmula más útil si queríamos saber algo. Además, si no había nada nuevo, simplemente quedaría como antes.
—En ese momento fue cuando por error dejé caer las píldoras —dijo Aniara rememorando—, y sin darme cuenta tomé la que había dejado fuera días antes. No tenía nada distinto en apariencia, pero me produjo una horrible sensación que me hizo perder el conocimiento; lo que tengo en esta caja es el contenido de esa píldora, el genoma mutante del que han hablado, que luego de expulsarlo durante el ataque, creció por sí solo escondido en una parte de mi departamento.
—Por eso Antonio estaba tan cerca investigando —intervino Matilde—, por eso usted reaccionó de esa manera cuando dije que ella tenía un ataque, por eso la intervención de la policía...
—Cuando dijiste lo del ataque supe que las cosas habían salido mal, por eso se aplicó el protocolo de contingencia, pero todo salió mal desde entonces.

Vicencio, el viejo doctor, volvió a alzar la voz, pero en esa ocasión había determinación en sus palabras en vez de la derrota anterior.

—Todo ha salido mal desde que tuve la desgracia de dar con ese genoma. Ustedes se han aprovechado demasiado tiempo de mi estupidez y mi ceguera, y de los afanes insaciables de los que tienen poder, no puedo permitirlo más.

La puerta se abrió en ese momento. Aniara giró apuntando el arma, pero no fue lo suficientemente rápida y el disparo la derribó.

— ¡No!

Matilde vio con horror como Elías Jordán, a quien creyera muerto o gravemente herido durante el ataque en la noche, aparecía en el umbral con un revólver con silenciador en las manos; la mirada fría como la piedra se clavó en ella el tiempo justo antes que ambos dispararan.

— ¡No lo haga!

Por gracia del destino, ambos fallaron por la mínima en sus tiros, y la joven hizo una rápida finta para acercarse a toda velocidad al hombre; este sonrió con villanía y preparó el siguiente tiro, pero Aniara reaccionó muy rápido luego de la caída y le arrojó la caja. Durante una milésima de segundo el hombre tuvo el horror en su mirada al ver el contenido, pero se movió con la suficiente rapidez como para escabullirse del repugnante contenido que se movía por sí solo. Matilde se aprestó a disparar, pero en ese momento Rodolfo Scarnia se arrojó contra ella, dispuesto a inmovilizarla.

— ¡No!

Ambos quedaron enzarzados en un violento forcejeo durante un momento. Al mismo tiempo Aniara volvió a enfrentar al jefe de seguridad. El disparo que realizó Jordán le desgarró la piel del torso a la altura de la cintura, mientras que el tiro de Aniara, que resonó en la oficina, dio de lleno en una pierna y lo hizo perder el equilibrio y caer.

— ¡Aléjese de ella!

La voz de Vicencio atronó en el lugar, y semi arrodillada en el suelo, Matilde pudo ver como el viejo doctor había tomado valientemente en sus manos el informe animal fruto del gen mutágeno, y lo agitaba hacia Scarnia, quien por temor tuvo que soltarla para ponerse de pie a toda prisa.

— ¡Tenemos que salir de aquí!

Samanta no había perdido el tiempo durante los escasos segundos que había durado el enfrentamiento, y rodeó la oficina para poder llegar a la puerta. El viejo doctor intentó sujetarla con una mano mientras con la otra luchaba por contener la fuerza del mutágeno, pero cuando ella quiso soltarse, la bestia se arrojó contra ella, haciéndola gritar de horror.

— ¡Ayúdenme!

Aniara había logrado arrebatarle el arma a Jordán, pero el doctor Scarnia se escabulló del resto y corrió a toda velocidad hacia la puerta abierta de la oficina.

— ¡Rodolfo, ayúdame!

La mujer había caído presa del horrendo animal de laboratorio que estaba aferrándose a su pecho, y gritó desesperadamente hacia el hombre, pero este no hizo ningún caso y corrió fuera de la oficina a toda carrera.

— ¡Cobarde!

Matilde intentó salir a perseguirlo, pero la herida que sabía que tenía su hermana y la presencia de los otros la hizo desistir. Sintió el dolor casi al mismo tiempo. Aniara golpeó en la cabeza a Jordán para asegurarse que no hiciera ninguna tontería, al tiempo que la mujer continuaba forcejeando con la imparable bestia que la atacaba, en medio de horrendos gritos de dolor; por un momento pensó en dejarla así, en hacer que pagara por todo lo que había causado, pero había cosas más importantes que hacer. Marcó un número.

—Pon atención, tienes que fijarte en el hombre que te había indicado antes, debes seguirlo como sea si es que lo ves.

Cortó inmediatamente; tomó en sus manos la caja metálica y con ella y la ayuda del propio Vicencio con un abrecartas, logró devolver al mutágeno al lugar en donde estaba encerrado. La mujer tenía sangre en varios puntos del pecho y en los antebrazos y manos, y aún continuaba gritando de dolor una vez liberada de la bestia. Matilde pensó que era extraño que, a diferencia del guardia, no hubiera perdido el conocimiento y en cambio permaneciera despierta, experimentando el dolor.

—Doctor Vicencio, dígame a donde puede haber ido Scarnia.

El hombre se había sentado, y solo en ese momento la joven notó que también estaba herido, aunque en su caso era solo en las manos y parecía menos grave que lo de ella; estaba rojo y con la respiración muy agitada, seguramente por el enorme esfuerzo que había hecho. Aniara asintió hacia ella cuando la miró, quitando importancia a la herida en su costado.

—Deben irse de aquí...

La voz del hombre era muy ahogada y dificultuosa; Matilde pensó que le iba a dar un ataque.

—Doctor.
—Deben irse —dijo él con un poco más de fuerza—, hicieron una tontería al venir hasta aquí, están en riesgo.

La había salvado, y ahora estaba demostrando valor para tratar de ayudarlas; Matilde sintió a la vez orgullo por haberse encontrado con él, y una infinita tristeza al ver que alguien como él había tardado tanto en ver lo que pasaba a su alrededor.

—Tiene que decirme dónde está Scarnia, él es un riesgo.
—Ustedes están en riesgo —sentenció él con voz ronca—, lo que han hecho es muy peligroso, el cuerpo de seguridad de la clínica es mucho más grande que eso, que los hayan tomado por sorpresa en este lugar es una excepción. Tienen que aprovechar de irse ahora.

Se arrodilló junto a Samanta y la sujetó de los brazos. Un momento después rodeó su cuello con una mano, ante lo que la mujer trató de gritar, sin poder hacerlo; estaba presionando los puntos adecuados para cortar la respiración.

—Tranquila —dijo él con voz suave, casi melodiosa—, tranquila, solo deja que pase. Igual que con todos ellos.

Prácticamente parecía un doctor calmando a un paciente, pero era muy claro lo que estaba sucediendo; Matilde sintió un estremecimiento al ver la escena, qué lamentable que alguien que había querido hacer un bien terminara asesinando para detener a otro asesino.

—Calma, calma.

La mujer intentó forcejear para liberarse, pero la presión que ejercía el hombre sobre ella fue más fuerte. Un momento después Samanta Vera se quedó muy quieta sobre el suelo, la sangre aún manando de las heridas, los ojos desorbitados mirando a ninguna parte. El viejo doctor estiró una mano hacia Aniara.

—Váyanse. Deme el arma de este hombre, es el único además de mí que sabe quiénes son; es cosa de tiempo para que la gente de seguridad del edificio aparezca, no se expongan más.

Matilde sintió el impulso de decirle que las acompañara, que él aún tenía una esperanza. Aún después de todo lo ocurrido, todavía creía que en alguna persona, aunque fuera una, podía haber algo bueno, y que ese hombre era tal vez dentro de la clínica la más clara excepción a la regla.

—Doctor.
—Soy tan culpable como ellos —dijo en voz baja apuntando a Jordán que seguía sujeto por Aniara y algo aturdido—, no hay nada para mí fuera de este lugar, pero ustedes ya pasaron por mucho como para pagar por crímenes ajenos. Váyanse.

El dolor estaba presente. Pero Matilde estaba en total control de sí misma.

— ¿Quién más sabe de la apariencia de ella?
—Solo Scarnia, y yo.

La joven se acercó más al hombre, que se había puesto de pie respirando aún con dificultad y con el arma ya apuntando a Jordán, que seguía atontado en el suelo. Por un instante se miraron a los ojos, y ella supo que el viejo doctor había leído en su mirada lo que iba a hacer.

—Va hacia el centro de seguridad de los encargados de la clínica.
—Los encargados son ustedes tres.
—Así es.
—Dígame donde está.
—A diez minutos de aquí —replicó en voz baja—, se trata del centro de oficiales en retiro del cuerpo de elite del ejército.

Un lugar protegido por oficiales en servicio, con sistema de cámaras y guardia permanente, además de todas las medidas de seguridad del caso. Era vital detenerlo antes que llegara allí.

—Debe desaparecer —le dijo en voz más baja, esperando que Aniara no lo escuchara—, si Scarnia ya no está, ella estará a salvo, porque no podrán encontrarla jamás.

Matilde asintió y siguió a Aniara fuera de la oficina. Un par de pasos más adelante se sintió un disparo.


2


El dolor seguía presente. Matilde iba al volante en el vehículo directo al punto que le había indicado Vicencio, mientras Aniara permanecía en silencio a su lado. Las revelaciones por parte del doctor y la muerte de Vera y Jordán no solucionaban los problemas ni aminoraban la carga que tenían, pero al menos cumplía con el objetivo de dejarlas más cerca de terminar con el trabajo. Matilde sabía que no podrían terminar con la existencia de la clínica, pero si podía poner definitivamente a salvo a su hermana, su misión estaría completa. Estaba tan agradecida de haber filmado los videos.

— ¿Qué ves?

El delincuente al que Matilde había contactado para que realizara determinadas acciones a cambio de cincuenta mil dólares estaba demostrando toda su capacidad en esos momentos. Su fingido asalto mientras se encontraban en compañía de Gabriel y la vigilancia que debía ejecutar sobre Scarnia en aquel momento de vital importancia estaban siendo profesionales, y aunque las cosas se habían complicado en el edificio, él igualmente había estado dispuesto y preparado para seguirlo, por lo que, al momento de salir subrepticiamente de las instalaciones, llevaban muy poca diferencia del auto negro donde escapaba Scarnia.

—Va en la moto detrás del auto, dice que Scarnia salió solo del edificio y conduce él mismo el auto. Seguramente dejó al chofer igual que la dejó a ella.

Matilde asintió con la vista fija en el camino. Por suerte no había mucho tránsito a esa hora, pero era necesario apresurarse más aún.

—Falta poco, falta poco.

Ambas supieron al instante que tenían que detener a Scarnia antes que llegara al refugio que les había explicado Vicencio, ya que una vez allí lo perderían de manera definitiva. Y si bien es cierto que le quitaron el teléfono celular, no dispusieron de tiempo para revisar el vehículo y existía una alta probabilidad que allí tuviera otro teléfono que le permitiera comunicarse con la gente de seguridad. Estaba claro que Jordán estaba en las inmediaciones desde antes que ellas llegaran en persecución de los científicos, pero con anularlo no se evitaba a los otros. Matilde frunció el ceño al recordar a los hombres de blanco que habían asesinado a Cristian.

—Sí, ya lo sé —dijo Aniara airadamente—, estamos de camino.
— ¿Qué pasa?
—Dice que aumentó la posibilidad, pero no sabe si lo vio.
—Dame el teléfono.

Prácticamente se lo arrebató de las manos; mantenía la vista muy fija en la vía, tratando de concentrarse al máximo. No podía ceder.

—Falta muy poco, hay que detenerlo.

La voz del otro hombre se escuchaba un poco ahogada dentro del casco, pero también se oía muy excitada. El hombre estaba dando todo por el trabajo que se comprometió a hacer.

— ¿De qué manera? El tipo va como un loco, acabamos de virar en la esquina de Rosal Mayor.

Les llevaban solo una cuadra de distancia, pero faltaba cada vez menos para el destino; Sintió el dolor otra vez y al mismo tiempo como su corazón se oprimía contra el pecho.

—Intercéptalo.
— ¡Qué! Está loca.
—Tienes que hacerlo, es la única manera, voy a llegar en un segundo.
— ¿Y qué quiere que haga?
—Arrójale la motocicleta al auto, es la única forma.

El hombre resopló, a todas luces sorprendido con la idea.

— ¿Está loca?

Probablemente lo estaba. Matilde aferró el volante y giró sin disminuir la velocidad; pudo ver la motocicleta tras el auto negro que les había descrito antes, a menos de una cuadra, pero faltaban dos y un poco más para llegar. No lo lograría sin una interferencia.

—No tengo más tiempo, acelera y lanza la motocicleta en el trayecto, es la única manera.
—Pero…
—Yo me haré cargo de todo —gritó fuera de sí—, tienes que hacerlo ahora.
—Pero…
— ¡Hazlo ya!

Su propio grito salió desgarrado. Durante una fracción de segundo creyó que la comunicación se había cortado, y se inclinó involuntariamente hacia adelante, presa de una desesperación sin límite. Un instante después vio cómo la moto hacía una especie de cabriola en la rueda de atrás, para adelantarse al auto negro. En seguida la moto desapareció de vista, y un sonido lejano y sordo de chirrido metálico atravesó el auricular del teléfono que llevaba al oído. El auto negro trató de girar o esquivar, y frenó bruscamente.

— ¡Lo hizo!

Aniara gritó con furia contenida al ver al automóvil frenar de esa manera. Matilde presionó el acelerador a tope, mientras los escasos autos en la calle pasaban hacia atrás como sombras a su lado. En el siguiente cruce esquivó por muy poco a un camión pequeño que estalló en bocinazos de protesta. Le pareció que llegaron increíblemente pronto al auto, y pudo ver que estaba detenido, con la motocicleta humeante enredada en las ruedas delanteras. Pero Scarnia no estaba en el lugar del conductor, lo mismo que el que llevaba la moto.

—Me largo.

Escuchó la voz ausente del hombre en el oído, mientras buscaba con la vista al científico. Ya no importaba, había hecho por ella todo lo que debía, ese dinero estaría bien utilizado en él. Fue Aniara quien advirtió.

— ¡Ahí!



Scarnia corría a toda velocidad por la acera, en la misma dirección que llevaba originalmente en el auto. Aniara se iba a bajar, pero la descarga eléctrica fue tan repentina e inesperada que no pudo hacer nada al respecto. Cayó de bruces sobre la guantera.


5


Cuando abrió los ojos, Aniara no supo dónde estaba; se sentía adormilada, algo extraño en ella, sobre todo después de todo lo que había ocurrido ¿Qué lugar era ese?
De golpe aparecieron en su mente todos los recuerdos de las últimas y frenéticas horas, e hizo un ademán de moverse, aunque un fuerte dolor en la cabeza la hizo detenerse; la intromisión en el edificio, las revelaciones por parte del doctor, la persecución, y de pronto todo se ponía oscuro, hasta llegar a ese punto.

—Lo siento hermana.

Era primera vez en todo ese tiempo que la llamaba hermana; ambas habían llegado a un trato implícito, a través del cual decidieron enterrar por completo la identidad de Patricia, con el fin de enfrentar todo lo que planeaban hacer de la mejor manera.
Aún estaba en la camioneta, sentada en el asiento del copiloto, cubierta con una frazada ligera; por un momento pensó que podía estar atada, pero no lo estaba: sobre la guantera vio la máquina de descarga de electricidad, lo que explicaba el dolor de cabeza que tenía en ese momento, y la forma en que todo se había ido a negro antes. Giró la cabeza, y vio a Matilde mirándola muy fijo.

—Lo siento por el dolor de cabeza. Pero era necesario.

Estaba muy pálida. ¿Dónde estaban? Miró por el parabrisas y vio que era de noche, pero no estaban en la ciudad; en ese momento llegó a sus oídos el sonido del radio.

—Las autoridades aún no se pronuncian a este respecto, pero parece ser algún tipo de crimen por venganza. Testigos indican que la camioneta llegó al lugar donde chocó el automóvil, y una mujer, hasta ahora identificada, se bajó, dando inicio a una persecución, tras la cual disparó en reiteradas oportunidades al hombre.

La noticia estaba en los medios ¿Qué diablos había pasado mientras estaba inconsciente?

—Lo que informan testigos del dramático hecho, es que tras derribar al hombre a tiros, la mujer se acercó a él y le disparó en la cabeza, lo que presumiblemente causó su muerte instantánea. De forma inmediata la mujer huyó en el mismo vehículo en que había llegado, sin que hasta este momento se tenga noticia de su paradero.

Muerto. Volvió a mirar a Matilde, quien seguía mirándola. ¿Por qué estaba tan pálida?

—La identidad del hombre no fue revelada, y la policía ha mantenido reserva de los acontecimientos, limitándose a informar que a su debido tiempo se dará cuenta de los detalles.

Scarnia estaba muerto. Matilde lo había asesinado, pero seguramente por los medios jamás se sabría quién era ese hombre, demasiados intereses lo impedirían.

— ¿Matilde?

Se incorporó un poco; le dolía el cuerpo, y todo daba vueltas por el efecto del shock eléctrico que recibiera poco antes. Entonces vio el rastro de sangre en el asiento del piloto, en las manos de Matilde sobre el regazo y en la puerta de la camioneta.

— ¡Matilde!

Su grito salió ahogado y ronco; apenas reconoció su voz. Se inclinó hacia su hermana, y vio que el rastro de sangre salía de su costado, poco más arriba de la última costilla. La sangre en la ropa y el asiento estaba secándose.

—Matilde ¿por qué?

Durante un eterno momento, la joven no reaccionó. Después enfocó la mirada en ella.

—Esto no estaba en los planes.
— ¿Cómo, en qué momento?
—Supongo que un doctor siempre tiene un bisturí a mano ¿o no?

Lo dijo con un hilo de voz, y a pesar de verse tan indefensa y débil, tuvo fuerza suficiente para sujetarla del brazo cuando ella hizo el ademán de moverse.

—Ya está. Está bien.

Estaba tan fría, que su piel parecía más suave y delicada que de costumbre. Su mirada era tan calma, que nada en ella hacía pensar que estaba herida, y de esa manera.

—Te hirió cuando forcejearon —dijo lentamente— ¿por qué no me lo dijiste?
—No podía permitir que escapara...

¿Qué tan grave podía ser la herida? No sabía dónde estaban, pero de seguro alcanzaría a llegar a algún centro de urgencia; tan pronto como ese pensamiento apareció en su mente, también lo hicieron los temores que anteriormente Matilde le había revelado con respecto a su estado cuando tuvo el colapso. La inseguridad de confiar en las instituciones, y cómo la policía o el cuerpo médico eran entonces una amenaza, al estar infestados por el mismo mal que las amenazaba a ellas.

—Matilde, voy a ayudarte, solo mantente despierta ¿Si?
— ¿Te acuerdas cuando éramos niñas?

Por un momento no dijo nada. Resultaba muy fuerte escucharla hablar de esa manera, con esa cercanía y nostalgia, después de todo ese tiempo; cuando pusieron en marcha el plan, habían sepultado entre ellas también a Patricia, con el objetivo de evitar cualquier tipo de fractura en la información. Durante esos meses, había pensado muy seguido en lo dura que era la vida encerrada en aquel departamento, juntando rabia mientras lograban articular algo que tuviera sentido, pero jamás interpretó correctamente lo que estaba viviendo Matilde. En esa ocasión entendía, demasiado tarde, que ella siempre había tenido el mismo objetivo, desde el principio.

—Sí, lo recuerdo.
—Siempre me gustó viajar, siempre quise viajar —dijo como en un ensueño—, es extraño, ya dije esto antes...

¿A qué se refería con eso?

—Matilde, escucha, solo tienes que ser fuerte.
—Mi corazón siempre será de ustedes... Patricia, mi hermanita...

No parecía estar mirándola. En ese momento, la mujer entendió que Matilde siempre había tenido ese plan de última hora ¿o habría sido ese en realidad su objetivo desde un principio? ¿Tomar la responsabilidad sobre sus hombros, para luego llevársela junto con ella, donde nadie pudiera hacer nada al respecto? La sola idea resultaba macabra.

—Matilde, dime qué fue lo que hiciste.
—Solo hice lo que tenía que hacer —dijo con un poco más de fuerza—, lo que era necesario, llegamos tan lejos, que ahora no hay nada más que hacer.
— ¿Por qué, por qué lo hiciste? —exclamó con los ojos llenos de lágrimas—, no debiste hacerlo, es un precio demasiado alto.
—No es un precio —dijo Matilde—, ya te dije que... esto no estaba en los planes... pero está bien, lo tenía considerado de todos modos, solo que no pensé llegar tan lejos, lo primero siempre fue tratar de mantenerte viva.

Patricia sintió como se quedaba sin aire en los pulmones; era demasiado tarde, demasiado para poder hacer algo al respecto ¿Por qué nunca antes había supuesto algo así, que su hermana había pasado por demasiado como para simplemente rendirse? Siempre entendió que se trataba de hacer justicia, de conseguir que los culpables de todo eso pagaran de alguna manera, pero jamás de otra cosa; incluso hablaron en muchas ocasiones acerca de lo que harían si alguna de las dos resultaba herida en el transcurso de la misión, y el acuerdo siempre fue que en tal caso, se abortaría todo. Pero Matilde tenía sus propios planes, y la mantuvo engañada durante todo ese tiempo.

—Por favor resiste.
—Nadie podrá reconocerte jamás —explicó la joven con voz más débil—, eso es lo que quería, que aunque fuera algo del mal que ellos te hicieron pudiera revertirse de alguna manera, a través de ti. Ahora que los que te vieron ya no están, no corres peligro. Estás a salvo.

Patricia la atrajo hacia su cuerpo, y la acunó igual que cuando eran niñas, y Matilde tenía pesadillas. Solo era una niña, su hermanita pequeña, que estaba asustada por los sonidos de la noche.

—Tienes que ir —continuó con voz apenas audible—, es lo que tienes que hacer... van a entender, yo sé que van a entender...

Nunca iba a poder perdonarse por no haber visto algo como eso, por no haber entendido las señales de manera correcta; la traición cometida por su hermana era el medio que había encontrado para lograr su objetivo. Más allá de todo, cumpliendo lo que esperaba conseguir; su generosidad y amor no habían conocido límites ¿Quién era ella para cuestionar eso? No podía controlarse, ni detener las lágrimas que brotaban de sus ojos; la justicia tan anhelada por ella y por Matilde en el pasado no era nada, en comparación con el dolor de perderla de esa manera.

—Recuerdo... cuando éramos niñas...

La voz de Matilde se apagaba más a cada segundo. Patricia la estrechó en sus brazos, rogando desde lo más profundo por mantenerla junto a ella, por evitar el destino aciago que estaba cayendo sobre ellas se hiciera una realidad.






Próximo capítulo: Una visita desconocida

No vayas a casa Capítulo 2: Karma a pedido



Vicente estaba recostado en la cama, boca abajo, con el cuerpo torcido y los brazos bajo el mentón, esperando ver salir a Iris del cuarto de baño; la habitación del matrimonio estaba en el segundo piso de la casa, haciendo esquina con el cuarto de baño, cuya puerta quedaba en punto de vista desde la cama cuando la de la habitación estaba abierta. La idea por supuesto fue de ella y que resultó ser una excelente idea para ambos, ya que permitía privacidad l mismo tiempo que no los obligaba a ir más lejos. Daban las once y quince de la noche, y Vicente se preparaba para ver el enternecedor espectáculo que tanto le gustaba: Iris era una mujer alta, medía casi 1.79, y era lo que su madre definiría como fuerte, con sus hombros anchos y muslos torneados, y ese busto exquisito no demasiado prominente pero lo justo para ser balanceado. De día, en el trabajo, calzaba de forma invariable zapatos de tacón de ocho centímetros, ya fuera con un traje pantalón o con falda o vestido, el cabello castaño ceniciento muy bien peinado, liso cayendo a los costados del rostro; llevaba labial y un poco de color en los ojos, y siempre un prendedor en el lado izquierdo del pecho, haciendo un conjunto atractivo, pero al mismo tiempo funcional que servía tanto para estar vendiendo un edificio como tomando un café en cualquier parte. Tenía la maravillosa capacidad de adaptarse al entorno sólo con cambiar un poco la postura corporal: en un barrio residencial de alto valor sus movimientos eran escasos, hablaba con un frío tono impersonal y caminaba con estilo, como si estuviera en una pasarela ignorando a quien fuese que se le cruzara por delante. Pero en un sitio más popular se movía con más energía, se mostraba más habladora y cercana, transmitiendo simpatía en todo momento, y ese era uno de los factores de su éxito, que jamás estaba fuera de lugar ni actuando con los clientes como si no supiera de dónde vienen; cierto era que había un gran trabajo de investigación de ella y de Carmen, pero el ingrediente mágico era su capacidad de entender que cuando una persona quiere una propiedad, quiere que le vendan lo que le conviene a ella o él, y no a la empresa, por lo que Iris actuaba de acuerdo a eso. Sin embargo, muy pocos conocían a la Iris real, a la que estaba tras el traje y la actitud profesional, y ese deleite se lo llevaba él de forma invariable cada día que estaban en casa. Cuando Benjamín dormía en su cuarto a las nueve y Jacinta se había ido a su casa, distante una vivienda por medio de la suya, al fin tuvieron tiempo para ellos, y como lo suponía, el sexo fue salvaje, llevado por la emoción contenida de ella. Casi fue como tener sexo con una conocida de muy poco tiempo, y para su deleite, Iris no se guardó nada, estaba tan contenta que no paraba de acariciarlo y desearlo más y más; se aferraba a él, lo mordisqueaba, lo obligaba a cambiar de posición con brusquedad, actuando por instinto y gozando de la sumisión que Vicente demostró en todo momento. Una sumisión aparente en cualquier caso, ya que el espectáculo resultaba igual de satisfactorio para ambos sin dudas. Después del éxtasis y un rato de estar abrazados si moverse ni decir una sola palabra, volvieron a besarse, y ella fue al cuarto de baño a quitarse lo que quedaba del maquillaje y arreglarse un poco; Vicente amaba esa costumbre tan propia de ella, la de cuidar su cuerpo, aplicarse cremas en el rostro y cuello, lociones en el cuerpo, cepillar su cabello y mirarse en el espejo, aunque a ese ritual sólo tenía acceso de forma remota y tras ganárselo. Nunca habían hablado expresamente de ese asunto, pero cuando empezaron, incluso después de mucho tiempo, Iris se encerraba en el cuarto de baño y salía tras su operación de cuidado, por lo que eran todo elucubraciones; suponía que ella lo consideraba algo muy privado, y siendo franco, a él mismo le parecía de mal gusto esas parejas que hacen todo en frente del otro, pero al mismo tiempo sentía que había un aparte de ella, un micro mundo que quedaba oculto a sus ojos. Sin mediar palabras, un día ella dejó entreabierta la puerta del baño cuando salió a buscar algo al armario, y él pudo verla en el reflejo del espejo mientras se cepillaba el cabello y aplicaba un producto hidratante. Sintió que estaba viendo lo más hermoso del mundo: se trataba de sólo Iris, no de la mujer fuerte e independiente, ni de la madre o la esposa, era sólo ella, en su estado natural, preocupándose de sus propios asuntos y cuidando algo más que sólo su cuerpo. Con los años el ritual personal seguía siendo igual, pero no había puertas cerradas todo el tiempo, quizás de vez en cuando o a momentos, pero siempre podía verla en parte, no como un fisgón, sino como un invitado aceptado a cierta distancia. Iris salió del baño y cerró la puerta tras sí, caminando a paso lento envuelta en la bata de color rosa pálido y con el rostro sonrosado, los ojos entrecerrados en esa expresión de autocomplacencia y calma.

—Ni me doy cuenta de lo largo que fue este día.
—Más bien intenso —replicó él—, y muy satisfactorio.

Iris se sentó en el taburete que estaba a los pies de la cama, mientras sonreía quedamente.

— ¿Qué fue lo que pasó con el sujeto del accidente?

Tenían por costumbre no hablar de forma detallada de asuntos de trabajo a la hora de la cena o cuando compartían con Benjamín; más allá de las felicitaciones por el negocio y algunos detalles, todo se trataba de familia, y en ese caso, del diente de su hijo.

—Según lo que me dijo Sergio, consiguió que Abel dejara de insinuar amenazas mandándolo de vacaciones, a pesar de que no le corresponden aún; supongo que es pan para hoy y hambre para mañana, pero entiendo que no quiere problemas ni gastar en una indemnización ahora si lo despide sin motivos.
—Podrían hacer un cambio en el reglamento para que las infracciones fueran causa de despido, ya que están en un lugar donde hay diversos objetos que pueden ser peligrosos ¿No es legal eso ya?

Vicente había pensado en eso; de hecho, las leyes eran mucho más estrictas que cuando él entró al mercado laboral, tanto para exigir a los empleadores como para castigar a los trabajadores que no cumplieran con las medidas de seguridad necesarias.

—Hay una especie de vacío legal en cuanto a los precedentes; hablé con Sergio hace bastante tiempo de este asunto, y estuvimos revisando el reglamento: la empresa cumple con lo establecido por ley, pero en ninguna parte dice que si trabajas en cercanía de una bodega donde hay objetos no cortopunzantes ni electrificados, tengas que utilizar elementos de seguridad adicionales.
—Pero dijiste que Sergio estaba preocupado de que ese hombre pudiera armar algún lío de tipo legal por causa del accidente.

Vicente se estiró durante unos segundos antes de responder.

—Lo que ocurre es que para causar problemas no es necesario tener una base legal; este tipo puede ir a la Organización de defensa de los trabajadores, denunciar que tuvo el accidente por causa de la responsabilidad de la empresa, y con eso poner en marcha un operativo completo. Luego aparecen los de Registro y detienen nuestras labores, se retrasan los pedidos, pasa todo eso no importa cuál sea el resultado de su investigación.

Iris se puso de pie y fue hasta el mueble auxiliar en el costado derecho de la habitación; de un pequeño cofre tomó una liga para el cabello y lo ató en una sencilla cola a la altura de la nuca. Después regresó a la cama, a recostarse junto con él.

—Entonces no tienen salida de momento, más que esperar a que las cosas se calmen.
—Es cierto.

Iris colgó la bata en el perchero junto a su lado de la gran cama donde ambos dormían: un diseño especial ordenado por ella, que era más ancha y larga que una cama común matrimonial; resultaba fantástica para ambos, ya que les permitía compartir y al mismo tiempo tener espacio propio si lo querían, sin intervenir con lo que hiciera el otro. Ella usaba un sencillo pantaloncillo de algodón con una camiseta, de los que tenía infinitas unidades en diversos colores, los que cambiaba de acuerdo a la época del año, usando colores más encendidos en invierno y más claros en verano; finalizaba septiembre y el color de turno era una especie de púrpura.

— ¿Qué pasa?
—Nada.

En más de una ocasión ella se lo quedaba mirando con extrañeza, cuando él la observaba de esa forma; estaba recostado sobre el lado derecho, el brazo de ese lado bajo la cabeza, observando sus movimientos, la forma desmañada en que se recostaba con la cabeza contra el respaldo.

—Te quiero.

Iris sonrió.

—Yo también te quiero.
—No, en serio —dijo Vicente con expresión seria—. Te quiero de veras, no estoy hablando por hablar.

Los ojos de Iris se iluminaron, aunque su expresión siguió siendo medio adormilada, medio divertida; en la intimidad de su habitación, las cosas funcionaban de una forma distinta al resto del mundo, y ambos lo sabían.

—Lo sé, yo tampoco lo digo porque sí.
—Es sólo que…no sé cómo explicarlo, pero después de todos estos años, no quiero que nuestra relación se vuelva un compromiso, que estemos juntos porque ya hay algo armado; quiero que siga siendo real y que sepas que es real para mí.

Él mismo no sabía muy bien lo que estaba diciendo. De alguna forma, un hecho tan sencillo como recibir una llamada de ella diciendo que necesitaba su ayuda en un asunto familiar, más la experiencia de la noche pasada, habían causado un efecto que ahora, sólo por la noche, comenzaba a sentir. Iris era una mujer independiente y capaz, que de no tener a un hombre con ella, habría hecho las mismas cosas; en un caso como ese habría logrado hacer la venta de la galería y encargarse del pequeño accidente de su hijo sin desatender ninguna de las dos cosas, pero al saber que contaba con él, decidió de forma natural recurrir a su ayuda. No se trataba de delegar funciones, sino de apoyarse en alguien en quien podía confiar. Iris podía confiarle su hijo a él, sin cuestionarse nada al respecto, asumiendo que Vicente no sólo era un padre amante, sino un hombre capacitado para enfrentar situaciones familiares sin mayores inconvenientes. Eso hablaba del amor que le tenía, y por otra parte, sentir apretado el corazón al escuchar que podría pasarle algo a su hijo, y al mismo tiempo tener la imperiosa necesidad de quitarle a ella ese peso de encima decían mucho acerca de sus sentimientos: lo que le había comentado a Joaquín acerca de terminar sus correrías con aquella mujer era cierto, pero quizás, al menos de momento, se trataba de algo más, de mantener las cosas en un punto sin riesgo ¿Se estaba poniendo viejo? Tal vez, pero por otro lado, esa necesidad de mantener su vida en la zona de confort que conocía y con la que se sentía a gusto era un símbolo aún mayor de amor por ella.

—Amor, sé que es real. Primero —explicó con falso tono académico—, ninguno de los dos es el tipo de persona que mantendría una farsa. Segundo, te amo, tercero, si algún día llego a sentir que no me amas, vas a ser el primero en saberlo.

Esa sinceridad resultaba a la vez sencilla y demoledora; muy lejos de la sagacidad de la vendedora de propiedades, lo que ofrecía en esa intimidad era su yo real, la mujer que no temía decirle a su hombre lo que sentía por él, y advertir que no se conformaría con menos que lo que merecía. Le dio un beso en los labios.

“Sé que debería hacer algo, pero no puedo sentirme interesada. Mamá ha cambiado tanto en este tiempo que yo…no lo sé, no importa”
“¿Qué vas a hacer entonces?”
“Quedarme con las cosas buenas supongo”
“Eso significa que vas a ir con ellos”
“No es una película, no puedo irme a otra parte; o sí, supongo que sí, pero no soy así. Esa capacidad que tienen otros de hacer las cosas que quieren, que no les importe nada, ni su propia seguridad. Yo…yo no soy así. Además, en el fondo no es que las cosas estén mal para mí, están mal para ella.”
“¿Y no crees que en algún momento pueda afectarte a ti también, que te pase algo?”
“No lo sé. Supongo que no, son cosas diferentes así que no debería preocuparme ¿no es así? Además, no será mucho tiempo, sólo un par de años hasta que esté en edad de entrar en una escuela privada, mi madre ya lo ha mencionado, imagino que es una forma de deshacerse de mí, cree que me estoy convirtiendo en un estorbo desde que todo pasó.”
“Pero sabes que no es así, nada de esto es tu culpa.”
Sí, lo sé. No importa, haré lo que pueda por salir de ahí lo más pronto posible, entraré en una escuela y después de eso sólo será necesario mantener buenas calificaciones. Me convertiré en una mujer exitosa y no voy a necesitar de nadie que me mantenga ni nada por el estilo.”
“Voy a extrañarte.”
“Yo también Vicente.”

Abrió los ojos con el recuerdo vívido, casi frente a él; un recuerdo de la infancia, de la adolescencia, que se convirtió, a la larga, en la primera decepción que tuvo en su vida. Después de unos instantes de inmovilidad sobre el lecho, miró la hora en el despertador de su velador: Tres quince. Se decía que el motivo por el que recordaba a menudo aquella época no era por el sentimiento de enamoramiento que lo invadió con Dana, sino por las cosas que experimentó después; su niñez y adolescencia habían sido más que hermosas, pero a través de ella conoció el lado malo de la juventud, una juventud que debería haber sido hermosa, pero que por una tragedia y una serie de malas decisiones ajenas a ella, había terminado por convertirse en un desastre. Un desastre del que nadie la pudo sacar.
Volteó hacia la derecha, y se encontró con la mirada de Dana, clavada en la suya, sus grandes ojos desprovistos de vida al mismo tiempo mirando en el fondo de él, como si buscaran algo, como si desearan alcanzarlo.

—Rayos.

Dio un salto, pero alcanzó a contener una exclamación de sorpresa; estaba soñando. Al ver la hora en el despertador, vio que daban las seis quince, y estaba a cinco minutos de sonar. Esos sueños a veces eran raros, otras veces divertidos; hace un par de semanas, Benjamín había tenido gripe y ambos durmieron muy mal dos noches seguidas. Vicente estaba tan cansado que en un momento, pasada la fiebre, se encontró a sí mismo arrodillándose junto a la cama de su hijo para tomarlo en brazos y calmar su llanto, cuando el pequeño en ningún momento había llorado, y descansaba en paz; se quedó como idiota mirando la cama y a su hijo durante varios minutos sin reaccionar, escuchando el llanto de las noches anteriores como si fuera en ese momento y sin entender que era un recuerdo en un sueño. Al voltear se encontró con Iris en una de sus clásicas posturas para dormir: tendida de espaldas, con los brazos reposando a los costados y las manos sobre el vientre, y el rostro orientado hacia el techo, como si estuviera muy concentrada en algo; se dijo que el sentimentalismo le había pegado muy fuerte en la jornada anterior, tanto como para hacerlo pensar seriamente en dejar para siempre las aventuras de un rato, para dedicarse a lo que de verdad le importaba en la vida. Pero ¿en serio sería tan difícil? Si bien era cierto que no lo hacía por maldad expresamente, el componente culpable siempre se encontraba de forma latente, sobre todo porque al saber las consecuencias de sus actos entendía la gravedad del futuro en caso de sucederse. Tal vez podía dejar de tentar al destino durante un tiempo, y después retomar esas actividades pero de forma sólo casual, sin generar habitualidad; quizás en el fondo se había sentido atemorizado acerca de la cercanía, el pensar que estar a menudo con la misma mujer pudiese provocar algún tipo de contratiempo adicional a los que ya se le aparecían como fantasmas cada vez que alguna cita de diversión terminaba con insinuaciones poco alentadoras. Mientras apagaba el despertador, Iris despertó con su habitual energía, y le dio un rápido beso en los labios antes de levantarse.

— ¿Dormiste bien?
—En completa calma —replicó ella—, lo que me viene perfecto porque tengo un día ajetreado, y una reunión a primera hora de la mañana.
—Nueva venta, eso es seguro ¿Qué es —comentó él, divertido— qué edificio venderá hoy la mejor negociadora de la ciudad?

Iris tomó un pequeño neceser desde el mueble de la derecha y volteó, sonriendo.

—No es un edificio, más bien es una asesoría para la compra de un departamento.

La clase de trabajo con la que comienza un vendedor de propiedades; Iris lo había dejado de hacer hace varios años.

— ¿Compra de un departamento? Ah, ya sé, un famosillo quiere un departamento en un sitio lujoso pero discreto.
—No —Iris desechó la idea con un movimiento de la mano—, nada de eso; la verdad ni debería estar haciéndolo, pero la mujer insistió tanto ayer por la tarde y yo estaba tan contenta con lo de la galería que no pude negarme.

Vicente se levantó y se estiró mientras ahogaba un bostezo.

—Ese sentimentalismo es extraño en el trabajo ¿No crees?
—Puede ser, pero tan pronto colgué, me puse a pensar en eso y me die “¿Hace cuánto que no me ocupo de algo así? Quizás ayudar en la venta de un departamento es una buena forma de poner los pies en la tierra, ya sabes, no olvidar mis orígenes.

Era un punto de vista lógico y muy esperable de ella, pero a Vicente todavía le picaba la curiosidad; en su mente figuraba la imagen de una chica de la farándula, montada en grandes tacones y luciendo joyas.

—No te creo eso de que no es famosa ¿Cómo si no te habría contactado? No estás en el directorio de corredores de propiedades de casas y departamentos.

Iris rió, divertida por el juego de policía y ladrón.

—Ya te dije que no es famosa; o al menos, ahora que lo pienso, no creo que sea famosa ¿Será una de estas chicas que salen en los realitys? Hay tantas que tal vez no me di cuenta.

Vicente alcanzó el celular y entró al navegador, poniendo cara muy seria, como si estuviera a cargo de algo muy importante.

—Ajá, mi querida esposa podría estar a punto de ser perseguida por la prensa sin saberlo, tengo que protegerla.
—No seas ridículo.
—Vamos, no te quedes con la duda, además si es realmente famosa, puedes aumentar tu comisión. Dame el nombre y saldremos de dudas ahora mismo.

En la habitación contigua, hacia la izquierda, se sintió el sonido alegre del despertador de juguete de Benjamín; la melodía jamás lo despertaba en realidad, pero al pertenecer a una de sus series de televisión favoritas, lograba un efecto mágico, algo parecido a mantenerlo dormitando y que no causara problemas a la hora de despertarlo en serio.

—No te voy a dar el nombre, es absurdo.
—Si no lo haces lo vas a olvidar y luego estarás rodeada de cámaras ¿Te imaginas? —exclamó con tono de alarma— Hace un tiempo había una loca de uno de esos programas, incluso podrías estar en peligro.

Iris dio un largo suspiro.

—Me siento completamente ridícula con esto, pero no me vas a dejar en paz; si es famosa, no quiero saber con quién se acuesta, a menos que sea extremadamente guapo.
—Trato hecho, me dejaré los chismes para mí.
—Se llama Renata Foschin.

La mente de Vicente dio un vuelco, y durante un segundo, que le pareció una eternidad, no fue capaz de pensar nada. Después de un tiempo increíblemente largo, notó que Iris lo miraba con expresión extrañada. Había estado desconectado durante un instante. ¡Oh por Dios! ¿Había dicho algo, alguna exclamación?

— ¿Qué pasa, por qué tienes esa cara? No me digas que es la loca esa de la que hablas.

Ni tan cerca; sonrió con la mayor naturalidad de la que fue capaz, escondiendo del rostro lo que estaba pasando por su mente; era Renata, la mujer con la que había estado acostándose, con la que había decidido la mañana del día anterior terminar el contacto. No era posible, no era posible.

—No, la loca no se llama así, al menos que yo recuerde.

Se dio un tiempo prudente para aparentar que buscaba en internet, alejando su mirada de Iris mientras recuperaba la compostura; aunque en realidad no hizo ninguna búsqueda porque no era necesario. Resultaba imposible pensar en un alcance de nombres, lo que sólo hacía que todo fuera mucho más angustiante: Renata, la simpática y agradable Renata, con la que hizo conexión en un bar antes de irse a la cama, la que tenía una vida relajada en un departamento rentado, que trabajaba y era independiente, la misma con la que pretendía no volver a verse. Iris iba a empezar a notar que pasaba algo extraño, así que se obligó a poner cara de pesar falso y mirarla a los ojos, sin culpa, sin alerta.

—No, no es famosa, creo que no saldrás en los programas de prensa rosa el día de hoy.

Iris se encogió de hombros, como restándole importancia a un triunfo moral que en realidad la satisfacía.

—Parece que el olfato de divas de mi querido esposo no acertó esta vez, así que estoy a salvo. Pero tu preocupación es encantadora; voy a la ducha.

Gracias al cielo que iba a la ducha; Vicente se sentó en la cama, con el celular entre las manos. Nunca le había resultado tan duro mentir, porque en términos sencillos, nunca había sido necesario hasta ese momento. La situación antes siempre estaba controlada, siempre tenía a mano un plan trazado desde antes, la coartada con Joaquín de respaldo, el trabajo en la empresa…y ahora una mujer a la que apenas conocía estaba a punto de reunirse con su esposa. Suponer que se trataba de una casualidad era absurdo ¿por qué si no una persona iba a…
Un momento.
En ningún momento Iris le había dicho cómo había conocido a esa mujer, porque la conversación se fue hacia otro lado y en ese momento, desde luego, le parecía irrelevante. Pero dijo que la llamó ayer por la tarde ¡Dios santo! La sola idea de que Renata estuviera planeando algo resultaba insoportable ¿Qué iba a hacer? Miró en dirección al velador de Iris, al teléfono celular. Pero ella dijo que la llamó, y ver el registro de llamadas no serviría de nada, la única opción era obtener más información; se armó de valor y se acercó a la puerta del baño, aunque sin entrar.

—Y entonces cariño ¿cómo dices que te contactó esa mujer?
—Me llamó por teléfono —replicó ella desde dentro—. Deja de investigar, no es famosa.
—No, pero estoy aburrido, cuéntame más, es mucho más interesante que quedarme viendo Showpicture.

Ella soltó una risita, divertida; la aplicación a la que él se refería era la sensación entre los jóvenes, y también entre una porción de los adultos.

—Sólo es eso, me llamó y dijo que sabía que yo era una gran vendedora, que mi experiencia era muy amplia; dijo que no sabía nada de compra de propiedades y que el departamento era muy importante para ella.
— ¿Y no te dijo cómo encontró tu número?
—Lo creas o no, no se me ocurrió preguntarle; pero no es mala idea hacerlo, quizás en esa respuesta encuentre algo más.

Vicente tenía ganas de gritar.

— ¿Algo como qué?
—Una oportunidad de negocio —dijo como si fuera obvio—, quizás hay un mercado particular distinto al que conocemos y puedo sacar un buen provecho de ahí.
—Eso sería genial.

La perspectiva de Iris preguntándole a Renata de qué manera la había localizado sólo empeoraba las cosas. Vicente siempre había tenido la precaución de tener el móvil con una clave de bloqueo para las ocasiones en que se salía de la rutina pública, y además de eso, lo dejaba a buen resguardo para que no fuera fácil hallarlo si la chica en cuestión estaba de curiosa; además tenía el sueño ligero por Benjamín, de modo que no resultaba plausible que esa mujer hubiese podido registrar la agenda con mucha facilidad ¿Pero en qué estaba pensando? Los medios eran poco importantes, lo que de verdad tenía relevancia era lo que iba a hacer al respecto, y las posibilidades que se planteaban no eran para nada buenas; llamar a Renata era lo mismo que abrir la caja de Pandora, quizás incluso ella había armado toda esa treta esperando que él la llamara, consiguiendo así que fuera a rogarle por su silencio, a cambio del cual estaría atrapado de forma indefinida. Pero esa reunión no podía llegar a ocurrir.

— ¿Entonces tienes esa reunión en la tarde?
—No, en la mañana, a las ocho treinta en mi oficina, reservé unos minutos antes de empezar el día.

A su vida le quedaban dos horas. Volvió a la habitación, con una sensación indescriptible en el cuerpo, que quizás sólo describiría como vacío. No existía ninguna forma de que esa reunión fuera una inocente cita de negocios; de pronto pasaron por su mente varias escenas de telenovelas en donde la amante se presentaba ante la esposa con algún plan, inclusive hacerse su amiga, con el objetivo de arruinar la vida del hombre infiel. Y arruinar su vida era exactamente lo que estaba a punto de pasar pero ¿Qué podía hacer para detenerlo? Su mente estaba en blanco, no conseguía idear algo que sirviera para que esa reunión no tuviera lugar, y que al mismo tiempo no pusiera sobre aviso a Iris de algo fuera de orden o a Renata de que estaba enterado del asunto. Ni una llamada o mensaje de ella, eso le decía que el plan era atacar desde un costado, pero nada más ¿Y si lo llamaba por teléfono mientras estaban en la reunión, haciendo alguna exigencia solapada mientras su esposa estaba al frente, con una bomba a punto de estallarle en las manos?

Se llevó las manos a la cabeza, con la mente por completo revuelta por los acontecimientos que estaba a punto de suceder.
“Esto no puede estar pasando. Tengo que detener esto, necesito que esa reunión no ocurra, sea como sea.”
No supo cuánto tiempo estuvo así, pero cuando levantó la vista, Iris estaba saliendo del baño envuelta en la bata, con el cabello dentro de una toalla y mirándolo con el ceño fruncido.

— ¿Te sientes bien? De pronto te ves muy pálido.

Vicente intentó sonreír, pero por un instante sólo pudo mirarla con los ojos muy abiertos. Por favor no, que nada de esto pase, se dijo. He entendido, entiendo que cometí una falta, pero no puede pasar esto, no puede pasar.

—Sólo es… nada.
— ¿Estás seguro?
—Claro —dijo poniéndose de pie—. Debe ser hambre, ahora que lo pienso estoy hambriento. Iré a la ducha.
—Está bien.

La excusa del hambre resultaba práctica en un caso como ese, e Iris lo creyó sin dificultad. Mientras el agua caía por su cuerpo, Vicente seguía sin poder dar crédito a lo que estaba pasando. Había sido tan prepotente al creer que sus planes nunca iban a salir de la vía por él demarcada, que podría salirse siempre con la suya y evitar el factor de riesgo que siempre existía en situaciones como esa. Salió de la ducha aún sin tener nada claro, pero no iba a quedarse de brazos cruzados; saldría a escondidas de Iris y adelantaría el camino hacia su oficina. Si encontraba a Renata, la sacaría de allí en persona aunque con eso se atara a ella de forma permanente, y si no la encontraba, haría guardia, no sabía para qué, pero la haría. Cuando salió de la ducha y regresó al cuarto, Iris estaba con el móvil en las manos y lo miraba algo contrariada.

—Amor, hubo un contratiempo, Jacinta acaba de llamar, dice que no se siente muy bien, viene pero más tarde, así que queda Benjamín de nuestra cuenta. Como tengo la reunión a primera hora ¿Te parece si lo llevas tú a la escuela?

Vicente asintió con lentitud, a la misma velocidad que estaba pensando. Diablos, si Jacinta hubiera llamado tres minutos antes, podría haber usado eso en su beneficio, inventar cualquier excusa y dejar a Iris a cargo, obligando a la cancelación de la reunión. Quedar a cargo de Benjamín implicaba que tendría que dejarlo en la puerta de la escuela a las ocho treinta, misma hora de la reunión, pero con más de cincuenta minutos de viaje en automóvil a alta velocidad de distancia. Se acercó a su armario y simuló estar buscando ropa con sumo cuidado ¡Estaba acorralado! No se le ocurría ninguna idea, nada para conseguir quitar del camino a esa mujer sin delatarse, y al mismo tiempo sentía que lo que fuera que hiciese lo conducía de forma irreparable a quedar en una situación comprometedora. ¿Era en realidad tan sencillo, quedaba su vida expuesta de forma tan simple por una llamada telefónica, hecha por una mujer a la que no sólo no conocía bien, sino que además no llegaba a imaginar por completo? “Que pase algo” se dijo. “Que se retrase, que tenga un malestar físico, que le cursen una infracción de tránsito, que pase cualquier cosa que le impida llegar.”

Se vistió rápido y salió hacia la habitación de Benjamín, para despertarlo; necesitaba calmarse, dejar de estar tan nervioso, o su esposa comenzaría a notar que no tenía un simple apetito, sino que sucedía algo más.

2

El viaje hacia la escuela había sido una auténtica tortura, y no por culpa de Benjamín; ambos podían decir que tenían la suerte de que su hijo tenía por lo general buen humor en la mañana, de modo que con un buen respaldo de música infantil en el automóvil y buenas intenciones, todo funcionaba de maravillas. Esa jornada era de una de las interminables canciones sobre los números, esta en particular obedecía a uno de los ritmos de disco que siempre volvían renovados, con sonidos de tambores o guitarras y tarros de fondo, rápidos y livianos, que hacía contar de diferentes formas. De momento el pequeño la repetía sin tomar en cuenta demasiado a qué se refería, pero de seguir así las matemáticas no serían un problema. Lo que de verdad resultaba desesperante era esa espera, el estar en un sitio de forma física, mientras dentro de su cabeza, lo único que quería era estar en otro, deteniendo la catástrofe que estaba punto de causar; había estado pensando en qué era lo que podía querer esa mujer en esos instantes. Provocarlo, asustarlo, retenerlo, o simplemente destruir su vida, por despecho o para conseguirlo a futuro ¿Acaso eso no pasaba en las películas? ¿Cómo podía ser que una mujer quisiera perjudicar a un hombre por un hecho tan superfluo como no tenerlo? Se había planteado en varias ocasiones que, de ser las cosas diferentes y descubriera a Iris en una infidelidad, no podría odiarla, ni siquiera pensar en atacarla o ponerla de manifiesto en alguna parte ¿a la mujer con la que había vivido tantas cosas hermosas, a la madre de su hijo? La idea era retrógrada, de una época en que las esposas eran propiedad del marido, y  él no pensaba ni de lejos de esa manera. Pensaba que, llegado el caso, quizás gritaría o se volvería loco de rabia, pero de ninguna manera destruiría los años de recuerdos y momentos felices que tuvieron. A menos que descubriera que ella en realidad nunca lo había amado, que todo no era más que una farsa, y siendo honesto, la posibilidad de algo parecido era ridícula, ya que en primer lugar exigiría una sangre fría y planificación digna de un agente del servicio secreto, y en segundo ¿para qué? Pero ninguna de esas conjeturas lo llevaba a ninguna parte, es sólo que lo aterraba lo que pudiese estar pasando en otro sitio al mismo tiempo, mientras él estaba atado de manos y pies, como un animal antes de llegar al matadero. A las ocho veinticinco de la mañana ya estaba de pie en la puerta de la escuela de su hijo, despidiéndolo con una sonrisa, mientras el pequeño corría hacia el interior; resultaba llamativo que la dependencia a los padres fuera tan relativa, que un niño que no podía estar sin su madre o que clamaba por su padre en muchas circunstancias, llegando a un lugar en donde se sentía cómodo, se olvidaba por completo de las aprensiones y se internaba sin dar vuelta atrás. Vicente regresó al automóvil y se sentó al volante, sin mirar a ninguna parte en especial, intentando pensar qué hacer para salir de esa situación, pero al mismo tiempo sin tener nada claro en mente; como un lago vacío.
En ese momento su celular anunció una llamada de Iris.
Miró el aparato sobre la consola como si se tratara de un ser vivo que pudiera amenazarlo; era la hora en que se suponía que empezaba la reunión con Renata ¿qué podía estar pasando? ¿Se encontraría con una Iris furiosa, con su voz quebrada por el llanto, fría y distante? Era absurdo no contestar, de modo que se armó de valor, y tomó en la diestra el móvil, contestando con un tono de voz casual, rogando que sonara tan natural como debía.

—Vicente, tendremos una charla bastante seria más tarde —dijo ella entre susurros—; no me parece divertido.

Pero su voz no sonaba a ninguna de las alternativas que habían pasado por su mente ¿por qué estaba hablando en susurros? Se alejó un momento el móvil de la cara y volvió a hablar, dejando que la sorpresa que sentía se transmitiera con toda claridad.

—No entiendo de qué hablas.
—Esa mujer —susurró ella con prisa—. Dijiste que no era famosa y Carmen me acaba de decir que sí, es la del programa de cocina.

¿Programa de cocina, famosa? La mente de Vicente dio vueltas ¿se había estado acostando con una mujer famosa sin conocerla? Eso sólo aumentaba a niveles inimaginables el nivel de peligro al que estaba expuesto, pero si Iris lo estaba llamando con esa forma de hablar, sonaba a que estuviera escondida antes de la reunión, o incluso mientras la famosa estaba en la recepción de la oficina ¿firmando autógrafos?

—Pero es que no aparecía su nombre.
— ¿Cómo lo escribiste?
— ¿Cómo se escribe? —retrucó él de inmediato.
—Phoschin —replicó Iris—, p-h-o-s-c-h-i-n —deletreó como si estuviera hablando con Benjamín—, así se escribe.

Vicente había puesto el móvil en altavoz, y mientras ella hablaba, ingresó a toda velocidad al navegador, e ingresó la búsqueda indicada; no tenía de quién era la pelirroja alta de la fotografía, pero evidentemente no era Renata, y las recomendaciones de búsqueda dirigían de forma inequívoca a un programa concurso de cocina que emitían hasta hace poco tiempo. Corrigió la búsqueda al apellido de la Renata que él conocía, y no apareció nada relevante, excepto el enlace al perfil público de alguna red social y una sugerencia de escribir de otra forma para que coincidiera con el nombre de la famosilla. No sabía qué sentir.

—Lo busqué con pf en la inicial —explicó escuchando su propia voz con un matiz de estupidez que iba a quedar genial como condimento a la respuesta—, cuando lo mencionaste creí que era nórdica o algo así.

Iris ahogó una risilla.

— ¿Nórdica? Quizás sus bisabuelos sean europeos, pero nada más que eso. Te dejo, trataré de evitar las cámaras ya que no estás aquí para protegerme.

Sin decir más colgó, aunque una milésima de segundo antes se alcanzó a escuchar una alegre y juvenil voz femenina que saludaba; entonces todo no había sido más que un alcance de nombres, un error que de un momento a otro había estado ahogándolo como una soga invisible. Se recostó en el asiento, notando sólo en ese momento que estaba sudando frío, pero ahora respirando con la misma sensación de relajo que provocaba detenerse a descansar después de una carrera; todo era un error, y si en la mañana hubiese ingresado el nombre en el buscador, habría llegado al mismo resultado sin pasar por todo eso, por lo que el temor y la angustia habría sido un golpe momentáneo y quizás una advertencia, en vez de una agonía larga y patética.

—Cielos…

Todo no había sido más que un estúpido error.
Necesitaba decirlo, convencerse de que su matrimonio y toda su vida no estaban en un peligro absoluto, que la estabilidad seguía en el mismo punto que la jornada anterior; al mismo tiempo se sentía un completo idiota, y el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra. Pero eso no podía pasar por alto. Que ya la jornada anterior estuviera pensando no sólo en dejar de verse con Renata, sino además en dejar las aventuras por un tiempo, coincidiera con esta situación, no podía simplemente quedar como una anécdota, era mucho más. No era supersticioso, pero si no era capaz de ver una señal tan grande, brillando en el horizonte frente a él, de verdad merecía que su matrimonio se hiciera pedazos; iba a empezar a comportarse otra vez como un hombre completo, sin dobleces, es decir como un esposo que tiene una esposa a la que ama y a la que le promete y cumple fidelidad porque quiere, no porque lo obligue alguna ley ni mandato. Saberse tan frágil al destino, o pensando según su propia interpretación, a las consecuencias de sus propios actos, resultaba demoledor en algunos aspectos, como en el físico, dado que se sentía como si acabara de subir al auto después de correr cuadras y cuadras de forma desesperada, pero mucho más en lo mental ¿cómo podía haber sido tan arrogante? Ninguna mujer en el mundo justificaba poner en riesgo su matrimonio, pero más allá de eso, no existía un motivo sensato por el cual alguien pudiera decir que una infidelidad, o una serie de ellas, pudiesen quedar por siempre ocultas y a resguardo.
Porque sólo los secretos de uno pueden ser de verdad secretos.
Había llegado el momento de dejar de creer que era un casanova de película de los sesenta, y comportarse como el hombre que era; Joaquín le diría, con una sonrisa en los labios, que le daba una semana de plazo, como se lo había dicho el día anterior, pero aunque resultaba cínico de su parte, en esta ocasión las cosas habían ido demasiado lejos, y quizás por primera vez sintió el auténtico temor de perder lo que tenía entre las manos, no sólo un fantasma o la amenaza pintada en los rostros de otras personas. Si a otros la bomba le había explotado en la cara, a él eso no podía sucederle, no después de aquella gran lección. Mientras pensaba en esto, su móvil volvió a anunciar una llamada, y al igual que el día anterior, se trataba de Joaquín.

—Joaquín, si me dices que ocurrió otra desgracia en la empresa te prometo que…
—No es eso —lo interrumpió el otro; estaba a todas luces emocionado—, escucha, no vas a creer lo que acaba de ocurrir.
—Debe ser importante si me lo dices veinte minutos antes que llegue a que me veas en persona.
—Detuvieron a Abel.

Veinte minutos después, Vicente y Joaquín estaban en la pequeña cafetería que se ubicaba  a tres números de la empresa; ante ellos tenían café negro, fuerte y aromático como era la marca de ese sitio.

—Como ya sabes, los fiscalizadores del servicio de salud eligen personas al azar para ir a sus casas a verificar que todo se encuentre bien —estaba diciendo su amigo—, y ayer a última hora apareció uno en el departamento de Abel; él intentó evitar que entrara y atenderlo en la puerta, pero como está lesionado no se podía mantener en pie, de modo que una cosa llevó a la otra, el sujeto del servicio de salud entró en la casa y se encontró con una serie de sobres con contenido blanco, y llamó tan rápido a la policía que Abel no alcanzó a esconder ni deshacerse de ninguna prueba. Micro tráfico de estupefacientes.

Vicente casi no daba crédito a lo que estaba escuchando.

—Entonces se lo llevaron.
—Llamaron hoy a primera hora para pedir referencias de él, contestó Sergio ¡Hubieras escuchado lo que decía! Juró que jamás había visto nada en las instalaciones de la empresa, pero que por el comportamiento de Abel en el último tiempo no le extrañaría que él consumiera también, y que no estaba dispuesto a proporcionarle ninguna ayuda excepto darle a la policía todas las referencias y datos asociados, y que desde luego esto lo excluía de forma instantánea de las filas de la empresa.

Se habían librado del sujeto que la jornada anterior estaba insinuando amenazas en contra de la empresa, y de un modo de lo más extravagante; Vicente comenzaba a creer que de verdad existía un agente energético que, bien podía hacer realidad los deseos como en el caso de la venta de Iris, o devolver el daño hecho como en el caso de Abel.

—Lo escucho y no lo creo —dijo en voz baja, aún pensativo—. Lo que no entiendo muy bien es para qué tenía este trabajo, seguramente ganaba mucho más con lo otro.
—Apariencias supongo —meditó Joaquín mientras bebía un poco de café—. O quizás era una pantalla para que no pareciera extraño que tuviera dinero, qué sé yo.
—De todas formas, aunque no debiéramos decirlo, es una buena noticia para nosotros, nos libramos de dos problemas a la vez ¿Te imaginas a este tipo traficando en la empresa?
—Si es que no lo hizo.

En eso tenía razón; que no hubieran visto algo no significaba que no pudiera ocurrir.

—Eso es verdad. Y Sergio qué dijo después, pensó en esto.
—Sí, estaba hablando con Lorena, escuché que le pedía que redactara un documento interno, supongo que nos va a enviar una circular de advertencia o algo parecido.
—Sería una buena idea, es menos invasivo que empezar con exámenes pero de todos modos ayuda a que las personas se queden tranquilas; en verdad esto es una buena noticia.
—Oye, y a todo esto ¿qué te pasó? Te ves fatal.

Vicente hizo un ademán con las manos, quitando importancia al asunto; de momento prefería guardarse la estrambótica historia para cuando fuera una anécdota y no un recuerdo tan vívido.

—Jacinta estaba un poco enferma y tuve que ocuparme de llevar a mi hijo a la escuela, eso es todo —replicó con naturalidad— y bueno, anoche fue una de esas noches con Iris así que tampoco es que me pueda quejar si ahora me veo un poco desmejorado.

Ambos rieron, cómplices.
“Te extrañé, Vicente. ¿Dónde estuviste todos estos años?”

Dio un respingo, mirando en todas direcciones.
Pero aparte de su amigo, mirándolo extrañado, cerca de ellos no había nadie.



Próximo capítulo: ¿Me oyes?