La última herida Capítulo 21: Nadie en quien confiar - Capítulo 22: Otro rostro




El tránsito desde el café en donde una nerviosa Eliana los esperaba hasta el depósito de chatarra del que habló Roberto Medel se hizo tan breve como intenso; Eliana estaba con los nervios de punta después de su experiencia anterior, y ver a Matilde y Patricia no hizo más que aumentar su angustia, pero de momento decidieron dejar las explicaciones para un momento más apropiado.

— Es ahí.

Romina estaba exhausta para el momento en que llegaron al lugar, que no era otra cosa que un gran sitio cercado dentro del cual había vehículos por partes en todas direcciones, siguiendo algún tipo de patrón que de seguro el dueño entendía a la perfección; el olor a aceite y a metal se sentía a distancia y formaba una atmósfera lejana a la ciudad, algo como un paisaje antiguo y cerrado, con un ritmo propio.

—Roberto, qué sorpresa.

Medel se bajó de la ambulancia y saludó a un hombre gordo y grande que avanzaba hacia él a paso lento mientras se limpiaba las manos con un trapo; el hombre sonrió ampliamente.

— ¿Y quién es la señorita?
—Necesitamos meter la ambulancia aquí.

El hombre no replicó y se dio la media vuelta; abrió el portón del lugar con un sonido metálico que no guardaba relación con el ambiente impregnado de aceite y se quedó a un costado mientras el vehículo entraba. Romina descendió del vehículo con las llaves en las manos intentando demostrar confianza en sí misma, aunque se sentía cada vez más cansada. Habían acordado dejar a las demás dentro de la ambulancia mientras consiguieran el vehículo en el que transportarse y hacer que salieran en el momento preciso, de modo que ella estaría el pendiente hasta que fuera necesario.

— ¿Que necesitan?
—Una camioneta grande de preferencia.
—Tengo una camioneta pero no es grande ¿Traen una carga?

Romina le dio a Roberto una mirada de advertencia, pero él se encogió de hombros sencillamente.

—Tenemos una camilla y tres personas.
—No es tan grande —repuso el hombre cruzando los brazos—, tendrían que llevarse la camilla en la camioneta y los demás en un auto, es pequeño pero les servirá.
—Está bien.
—Esperen un momento.

El hombre desapareció tras uno de los caminos formados entre los escombros, momento que aprovechó la mujer para acercarse al doctor.

— ¿Se supone que hay una forma de pagar o algo así?
—De momento no —dijo el hombre—, no es necesario, él sabe que puede confiar en mí y que le voy a devolver los vehículos, la ambulancia es una garantía mientras tanto.

Romina miró la ambulancia y las abolladuras en el morro. Ya encontraría la forma de restaurar eso después, en ese instante era importante solucionar lo más inmediato y sacar de allí a Patricia era primordial. Cuando dio la vuelta vio que el doctor tenía algo en las manos.

—Lo siento Romina, no voy a dejar que se la lleven.
—Que...

No pudo decir nada más. El golpe que recibió no fue con intención de hacer un daño grave, pero si con la fuerza suficiente para tirarla de espalda; la mujer chocó contra el morro de la ambulancia y se desplomó al suelo, aturdida por el golpe.

— ¿Qué fue eso?

Soraya reaccionó al escuchar el golpe y miró hacia adelante, pero  a través del vidrio del parabrisas no se veía nadie. Sin pensarlo fue a la parte trasera y abrió el cerrojo de la puerta, pero de inmediato algo jaló haciéndola salir atropelladamente.

— ¡Soraya!

La mujer trastabilló bajando del vehículo al perder el equilibrio, pero antes de poder recuperar el equilibrio, el hombre que había tirado de la puerta se abalanzó sobre ella.

— ¡No!
— ¡Soraya!
— ¡Auxilio!

Eliana entró en pánico y bajó de un salto de la ambulancia, mientras Matilde intentaba infructuosamente sujetarla; sin embargo la carrera de la mujer no fue muy larga, ya que otro hombre en el exterior la sujetó con un movimiento violento. Entre los gritos de ella y el forcejeo entre Soraya y el primer hombre, Matilde reaccionó instintivamente y se arrojó al exterior para tratar de liberarla, pero entonces un tercer hombre se hizo presente en la escena, y era el mismo que los había recibido en primer lugar.

— ¡Por qué están haciendo eso, déjennos en paz!

El hombre le dio una bofetada que la arrojó al suelo de golpe. Durante un eterno momento la joven solo vio oscuridad, sin saber muy bien en donde estaba, pero la adrenalina hizo efecto y la llevó a levantarse del suelo con más energía que claridad del espacio a su alrededor; esto tomó al hombre grande por sorpresa y le permitió ponerse de pie y tomar una vara de metal del suelo casi al mismo tiempo, pero ver a uno de los otros hombres acercarse a la cabina de la camioneta le hizo entender todo ¡Querían llevarse a Patricia!

—No lo hagas más difícil niñita.

El hombre la miró amenazadoramente pero no se acercó, consciente del peso de la improvisada arma que la mujer tenía en sus manos; Soraya en tanto intentaba liberarse sin éxito, mientras que Eliana solo lloraba y gemía bajo el abrazo forzoso de su captor. Por un momento la joven no supo qué hacer, no importaba lo que pretendiera, ella o una de sus amigas resultaría lastimada, pero dejar a su hermana a su suerte no era una opción. Sin pensarlo dos veces corrió hacia la parte delantera del vehículo, pero su carrera se vio interrumpida al ver a la doctora tirada en el suelo; el impacto la hizo perder el paso y dio tiempo suficiente para que el tipo que estaba subiendo al volante alcanzara a cerrar la puerta.

— ¡Deja en paz a mi hermana!

Llevada por la ira y la desesperación, Matilde solo atinó a lanzar un golpe con la vara metálica, y con ella destruyó el vidrio de la ventana, haciendo que el hombre se cubriera la cara con las manos.

— ¡Déjala, ya tenemos lo que queríamos!

Esa era la voz de Medel. Matilde volteó hacia atrás y vio que alguien estaba sacando la camilla con Patricia en ella, y como activada por un resorte volvió a correr en esa dirección.

— ¡Patricia!

Rugió con toda su fuerza mientras llegaba a la puerta trasera: el doctor Medel y el hombre gordo tenían la camilla abajo del vehículo mientras un poco más atrás Soraya seguía intentando soltarse, pero no se veía a Eliana por ninguna parte.

— ¡Deje a mi hermana!

Miró directamente a Medel alzando la vara metálica en las manos, pero alguien apareció de un costado y se arrojó sobre ella, derribándola.

— ¡Noo!

Cayó con todo el peso del hombre sobre ella y perdió la vara; sintió el golpe en la espalda y la cabeza y nuevamente su vista quedó ciega, solo que en esa ocasión no alcanzó a reaccionar cuando unas manos la tomaron por los hombros y la azotaron contra el suelo otra vez.

— ¡Ahhgg!

Se retorció en sí misma al sentir el golpe en la espalda. Su propio grito se oyó como un sonido gutural, con la garganta cerrada por el impacto, el cuerpo resguardando su propia integridad cerrando las vías. Luchó por ponerse de pie, escuchando con horror el sonido de un motor, pero no era la ambulancia a su lado ¡Patricia!

—No...

Hizo un esfuerzo supremo y consiguió arrodillarse, esforzándose en ese momento por enfocar la vista en lo que tenía delante; un furgón negro estaba echando marcha atrás ¡Se la estaban llevando!

— ¡Patricia no!

Se desgarró la garganta al gritar, pero esa expulsión de energía hizo que tuviera fuerzas para ponerse en pie. No se ocupó de lo que estaba pasando a su alrededor ni de la imagen en su mente de la doctora tendida en el suelo, solo reaccionó y corrió de vuelta a la cabina de la ambulancia, subió y trató de encender, pero las llaves no estaban.

— ¡No, no!

Miró en derredor tratando de encontrarlas, y las vio en el asiento del copiloto, seguramente abandonadas por el hombre que la iba a echar a andar en un principio. Con manos firmes encendió el vehículo, y sin esperar más retrocedió a toda velocidad mientras por el retrovisor veía desaparecer al furgón negro.
No iba a detenerse, tenía que sacarla de ahí, conseguir ponerla a salvo de nuevo, había pasado demasiado como para quedarse así nada más.

— ¡Patricia!

La ambulancia era un vehículo muy pesado y ella no tenía costumbre de conducir, de hecho solo en las vacaciones conducía una de las camionetas pequeñas de sus padres en el campo, pero sujetó el volante con todas sus fuerzas y giró en la misma dirección que el furgón. Con dificultad logró enderezar la marcha y presionó el acelerador con fuerza, ignorando los gritos de los músculos de su cuerpo que rogaban por descanso. Salió a la calle, aparentemente por otra salida, a poca distancia de quienes huían, pero aún estaba demasiado lejos de ellos; con la vista fija en su objetivo, Matilde le suplicó al motor  rindiera un poco más, y sin pensar en ninguna otra cosa, aceleró a fondo y consiguió ponerse por delante del furgón, tras lo cual frenó.

— ¡Ahh!

Sintió golpe del choque y trató de evitar el latigazo en el cuerpo, pero solo lo consiguió a medias. Aún llena de adrenalina volvió a tomar el volante entre las manos y giró, para atravesar la ambulancia y evitar que huyeran, pero otra vez se vio sorprendida cuando un sonido muy fuerte seguido de una especie de estallido remeció el vehículo en el que estaba. El sacudón la hizo comprender que la habían chocado, pero al presionar de nuevo el acelerador sintió un agudo chirrido metálico ¡Un neumático! La máquina se negó a moverse con la misma ligereza anterior, y solo se desplazó un par de metros entre el intenso sonido, hasta que la joven, presa de la desesperación, bajó a la carrera, aunque solo para ver como el furgón se alejaba a toda velocidad.


2


La unidad médica de urgencia en la que terminaron era bastante pequeña y se encontraba a cierta distancia de la chatarrería donde Patricia había sido secuestrada; estaba abarrotada de gente, pero la presencia de la policía hizo que les dieran atención primero que al resto. Eliana estaba sedada luego del shock que había sufrido antes, y tanto Soraya como Matilde estaban en observación. La doctora había sido derivada a otro centro. Matilde se había negado desde el principio a ser internada o detenida de cualquier manera, pero la aparición de la policía muy pronto luego de los hechos no le dejó muchas alternativas. Después de minutos de gritos y ruegos consiguió que una patrulla siguiera el rumbo aún desconocido del furgón y entregó los datos que tenía del doctor Medel, pero fue el nombre y cargo de su hermana lo que hizo que el oficial superior prestara más atención, diera las órdenes correctas y además la acompañara hasta la urgencia. Una vez que el doctor que la examinó descartó heridas graves, encargó que le curaran el corte en la pierna y los rasguños sufridos en el fallido intento de rescate y la dejó en observación. El policía a cargo de la investigación se identificó como Cristian Mayorga, era un hombre alto y de figura fuerte, de mirada sincera y voz ronca, que entró en el cubículo con un asentimiento de cabeza.

— Mi gente sigue buscando el furgón.
—Gracias oficial.
—Llámeme Cristian —replicó él con amabilidad— ¿Cómo está?
—Tranquila.

No era verdad. Matilde tenía los ojos secos al igual que el alma, en esos momentos no podía siquiera llorar, después de la experiencia vivida ¿Cómo había llegado hasta una situación como esa? Las cosas no solo estaban fuera de control, también había algo más peligroso y que probablemente estaba ahí desde el principio y que no quiso ver en su momento. El policía había escuchado atentamente sus palabras y enviado gente a buscar el furgón negro y averiguar acerca de Medel y Antonio sin mostrarse incrédulo frente a la historia del secuestro que siguió al intento de asesinato, o tal vez era algún tipo de respeto por el estado mental en que ella se encontraba.

—Matilde.
—Dígame.
—Matilde, sé que está pasando por una situación que resulta muy fuerte, pero necesito que hable conmigo, que me diga todo lo que sucedió, detalle por detalle, para poder ayudarla.

Antonio les había disparado después de utilizar a Eliana para llegar hasta ellas, y por una providencia del destino habían escapado con vida, solo para terminar perdiendo a su hermana nuevamente y ser testigo del shock por el que pasó una de sus amigas y la agresión de la otra, además de las heridas que sufriera la doctora Miranda.

—Matilde.

Estaba sentada en la camilla, contemplando el parche en la pierna y los diversos cortes en los brazos, que de seguro se los hizo al subir a la ambulancia con los vidrios rotos o cuando la golpearon después. Todo había salido horriblemente mal.

—Matilde.

El hombre usó un poco de su voz autoritaria, la misma entonación que ella escuchara esa ya lejana mañana de voz de su propia hermana. Parecía que entre ese día y el presente había años luz de distancia. Levantó la vista hacia él.

—Sí.

El hombre la miraba fijamente a una distancia prudente.

—Hable conmigo. Necesito información para poder ayudarla, a usted y a los demás.
—El único nombre que sé es el del doctor Roberto Medel, se lo dije antes.
—No hablo de eso. Hábleme de lo que pasó antes, necesito que me dé mayor información.

La joven no contestó. El policía pareció darse por vencido, pero no dejó de hablar.

—Escuche, sé que está mal, pero cuando me dijo que su hermana era policía, que era Patricia Andrade... sabe, se supone que los policías tenemos que ser completamente imparciales, pero es inevitable que cuando le pasa algo a uno de los nuestros nos afecte de un modo mucho más personal. Y a mí en particular, escuchar que Patricia otra vez estaba en una situación complicada, me hizo mucho mal. No debería estar hablando de esto, pero aunque no la conozco mucho, Patricia tuvo una influencia muy grande en mi vida y en mi forma de enfrentar el trabajo.

Todo lo que había pasado hasta ese momento era como una bola de nieve que no hacía más que crecer. Ese policía le decía que hablara con ella, que le diera la información. Antes lo hizo, con Antonio, con el doctor Medel ¿Había logrado que el peligro llegara más rápido? Creyendo hacer lo mejor solo había causado desgracias.

—Hace tres años —dijo él hablando solo—, estaba recién salido de la escuela, creía que era el dueño del mundo y que iba a salvar a todos con mi gran poder. Era más ingenuo que autocomplaciente, gracias al cielo. Entonces vi  un carterista quitarle el bolso a una señora, y salí a perseguirlo; lo atrapé, pero fui descuidado y permití que el tipo me quitara el arma y saliera disparado con ella. Entonces —continuó con una risita nerviosa—, apareció Patricia, corriendo como una maratonista. Cielos, corrió y corrió y lo atrapó limpiamente; me reprendió como era de esperar, pero aunque debería haberme denunciado a mis superiores por mi pésima actitud, no lo hizo, aunque me obligó a prometer hacer horas extra de servicio durante un mes sin pedir remuneración. Lo que hizo en esa ocasión, su forma de resolver una situación y de, a la vez, enseñarme algo tan importante como a preservar el orden y guardar respeto por mi trabajo hizo que aprendiera una gran lección y decidiera hacer las cosas de la manera más eficiente, siempre pensando en los demás y en todas las posibilidades. Recuerdo que al mes le mandé una caja de chocolates carísimos como agradecimiento junto con una nota diciendo que jamás volvería a cometer el mismo error si podía evitarlo, y me envió de vuelta una nota diciendo que no parecía muy agradecido si pretendía que engordara comiendo esas cosas.

Matilde levantó la vista hacia él. Los chocolates. Lo recordaba porque un fin de semana su hermana le había dicho que hicieran un panorama de hermanas con películas y esas cosas, y llegó con una caja de bombones, de todos tipos. Y recordó cómo le dijo que eran un regalo de un policía nuevo al que le había salvado la vida. Era él.

—Cometí muchos errores —dijo sintiendo la garganta cerrada—, hice todo mal pensando que estaba ayudando a mi hermana, y ahora ella está desaparecida y hay muchas personas sufriendo. No quiero que nadie más sufra por mi culpa.

El policía le dedicó una mirada de comprensión, aunque decidió mantenerse a distancia de todas maneras.

—Solo quiero ayudarla Matilde. También quiero que esto termine.

¿Lo haría Patricia? ¿Confiaría ella en ese policía, al que una vez había ayudado?

—Ni siquiera sé por dónde empezar, han pasado tantas cosas y además de eso, hoy todo ha sido un infierno.

Mayorga iba a decir algo pero se interrumpió para hablar por el radio. Su rostro se contrajo mientras escuchaba, aunque se esforzó por sonar profesional mientras daba algunas instrucciones. Después la miró.

—Hay un hombre herido y detenido ahora mismo. Me informan que fue en el sector en que usted dice que le dispararon.
—Debe ser él —replicó ella ansiosamente—, no pueden dejar que se vaya.
—No se irá Matilde. Escuche, vamos a hacer lo siguiente: haré que alguien de sistemas investigue algo acerca de ese hombre y del doctor del que me habló, y usted va a decirme todo lo que sucedió. Le prometo que haré lo que esté en mis manos para encontrar a su hermana.



Capítulo 22: Otro rostro


Aquel 27 de Junio estaba convirtiéndose en el día más largo de la vida de Matilde. Mientras entraba en la oficina del oficial Mayorga miró la hora en el reloj de la pared y se sorprendió de ver que daban las cuatro de la tarde, aunque en realidad pareciera que habían pasado décadas desde que las cosas estuvieran en orden. Estaba en un estado mental difícil de identificar aún por ella misma en esos momentos mientras las cosas se sucedían alrededor.

—Siéntese por favor ¿quiere un café o algo para beber?

Matilde le aceptó café principalmente porque por momentos las fuerzas la abandonaban y sentía que iba a desmayarse; sin importar lo que estuviera sucediendo, no podía quedarse quieta ni detenerse, no mientras las cosas siguieran ese curso tan extraño. Mayorga consiguió sacarla de la urgencia a pesar de las protestas del doctor, y aunque se lo ofreció, la joven prefirió ir a la unidad a decirle toda la información que mantenía en su poder antes de ver a Eliana y Soraya; solo sabía que la segunda estaba en observación y que a la primera la mantenían sedada a la espera de alguna evolución y la llegada de su esposo.

—De camino me estaba diciendo que ese hombre llamado Vicente también podría estar involucrado de alguna manera, o que al menos eso es lo que usted cree.

El viaje no había tomado más de quince minutos, pero tan pronto subir a la patrulla y sentirse, de alguna manera, en un espacio protegido, comenzó a relatar los hechos desde el momento de la internación en urgencias luego del accidente con el delincuente, por lo que al llegar a la unidad estaba casi terminando el relato más antiguo de todo. Se dio cuenta de estar por primera vez hablando con total claridad, entregando todos los datos, de la misma manera que lo haría con alguien como sus padres o su hermana en un momento común. En pocos minutos ya había terminado de contar toda la historia.

—En éstos momentos mi gente está revisando información acerca de Antonio Salgado y Roberto Medel, las personas de quien me pudo entregar algún dato más completo, y envié a alguien a la urgencia a ver si hay algún tipo de novedad, aunque lo más probable es que ya haya algún tipo de denuncia por la forma en que ustedes sacaron de ahí a su hermana más que otra cosa.

Matilde se terminó el café con más decisión que ganas y miró al policía, que mientras hablaba con ella hacía una serie de apuntes en una libreta.

—También la modelo, a fin de cuentas ella tiene que ver con que yo haya llegado a la clínica en primer lugar, y es importante hablar con el abogado que me acompañó en la firma del contrato, tendría que haberlo contactado temprano pero con todo lo que sucedió me fue imposible. Oficial.
—Cristian —dijo él amablemente.
—Cristian —concedió ella—, usted dijo que Antonio estaba detenido ¿No van a soltarlo?
—No se preocupe por eso, apenas recibí esa información envié uno de los míos a vigilarlo, está en un centro de urgencias, además sería difícil que saliera ya que por lo que sé, tiene una herida profunda en una extremidad.

Matilde no lograba sentirse contenta de saber a Antonio herido, pero sí tranquila al tener un medio por el cual confirmar que ese hombre no andaba por ahí tratando de matarla. Pero entonces las preocupaciones se desplazaban a otra persona.

—Hay que encontrar a Medel y a esa gente que lo ayudó, tengo mucho miedo por mi hermana.

Mayorga la miró fijamente, dejando de lado por un momento sus notas.

—De eso quería hablarle, creo que hay algo más en todo esto.
— ¿Qué quiere decir?
—Que su historia es rara —dijo con sinceridad—, quiero decir, no veo por qué motivo él hizo las cosas de la manera que las hizo.

Matilde levantó las manos en gesto de impotencia.

— ¡Pero agredió a la doctora, estaba ahí con ellos llevándose a mi hermana, lo escuché diciendo que ya tenían lo que querían!

El oficial puso las palmas por delante en gesto pacificador.

—No estoy diciendo que usted me mienta Matilde. Escuche, vamos a partir porque yo creo en lo que me dice, no tendría nada en éste caos si no le creyera.
—Pero...
—A lo que quiero llegar es a que usted piensa que él está involucrado con el asunto de la clínica al igual que Antonio, pero al escuchar su relato no me da esa sensación.
—No lo comprendo.

Mayorga se puso de pie y se acercó a un pequeño diario de pared donde había una serie de imágenes. Despejó un espacio y se hizo de unos círculos de colores.

—Usted me dijo que cuando llegó a la urgencia con su hermana, ella fue derivada con el doctor, que en un principio la acusó de consumo de drogas.
—Sí.
—Si él ya estaba involucrado en el caso —puso un círculo detrás de otro para explicar los pasos de la parte de la historia que estaba relatando—, no tendría sentido que le dijera a usted que fuera a buscar más información, mucho menos que dejara espacio para que pudiera regresar.
—Pero se llevó a mi hermana —dijo ella a la defensiva.
—Sí, pero a lo que quiero llegar es a que no por ocurrir algo relacionado con la misma persona quiere decir que tiene la misma motivación. Medel pudo llevarse a su hermana cuando usted salió de la urgencia en las dos ocasiones en que lo hizo, de hecho pudo borrarla de los registros, pero no lo hizo.

Matilde se cruzó de brazos sin estar convencida de nada.

—No lo sé, tal vez estaba simplemente esperando el momento oportuno, y le resultó más fácil salir de la urgencia con ayuda que por sus propios medios.
—Porque tal vez no tenía pensado llevarla a otra parte desde un principio.
—No sé a dónde quiere llegar.

El hombre se encogió de hombros.

—Yo tampoco. Pero sí puedo decirle que existe una posibilidad de dos móviles relacionados en vez de solo uno. Piense en esto, si Antonio intentó matarla, dos veces ¿Por qué él no? En términos comparativos, Medel tuvo infinitas oportunidades más de matarla, tan solo tuvo que administrarle una dosis letal de cualquier medicamento con un vaso de agua diciendo que era un calmante para sus nervios. Y otra cosa más, usted dijo que cuando llegaron a la chatarrería, fueron atacadas por al menos tres hombres, lo que es casi igual a lo que dijo su amiga, pero por la forma en que sucedió, no parece haber sido planeado con anticipación, o de lo contrario, por ejemplo, habrían usado contra ustedes el arma que usaron después. Hay demasiadas cosas que no calzan Matilde.

Visto de esa manera tenía bastante sentido, pero al mismo tiempo significaba agregar una serie de incertidumbres más.

— ¿Entonces qué?
—Lo que creo —dijo él arriesgando mucho—, es que el doctor vio que tenía en las manos algo que podía serle útil, y después de mucho pensarlo, tomó la decisión de hacer algo al respecto.
—La doctora lo conoce —reflexionó ella—, en teoría ella debería poder darnos alguna luz al respecto.
—Mientras siga en cuidados intensivos no nos es de utilidad, de modo que tenemos que concentrarnos. Usted dijo que él le hizo muchas preguntas acerca del tratamiento ¿No es así?
—Sí. Supuse que era obvio ya que lo de la clínica era algo fuera de lo común.
—No quiere decir que no lo sea. No sé nada de medicina, pero sí sé que las personas pueden dejarse llevar por la ambición y que usted y su hermana estaban involucradas con una clínica fantasma en la que le administraron un tratamiento tan poderoso, que mientras fue aplicado hizo cambios increíbles en su piel. Tal vez pensó que tenía un gran negocio en las manos.

Sonaba bastante sensato.

—La verdad es que no puedo decir si es así o no, siempre se mostró tan ocupado del caso, que no creí que...
—No creyó que la traicionara —dijo él terminando la oración—, pero debe recordar que el caso es diferente a Antonio porque él era su amigo.

Iba a decir algo más, pero recibió una llamada en el teléfono de su escritorio.

— ¿Hola? Sí. No, te escucho. Muy bien, voy a pasar por ahí tan pronto como pueda, mientras tanto deben seguir con eso. ¿Cómo? Sí, algo escuché de eso, pero no veo que tiene que ver con...

Se quedó muy quieto mientras escuchaba lo que estaban diciéndole. Algo malo, porque su expresión cambió por completo.

— ¿Estás completamente seguro de lo que me estás diciendo?

Por un momento miró a Matilde, pero desvió la vista de inmediato, aunque solo ese instante bastó para arrebatarle la poca calma que tenía.

—Está bien, entiendo. Escucha, de ahora en adelante cualquier dato adicional de lo que les pedí, me avisas. No, a mi celular, directamente. Gracias.

Cortó y se quedó un momento quieto, evaluando la forma de decirlo, pero ya desde antes sabía que no existía forma de hacerlo bien, o siquiera menos impactante.

—Matilde, tenemos que salir de aquí ahora mismo, surgió algo inesperado.

La joven se puso de pie casi al mismo tiempo que él.

— ¿Qué pasó?
—La modelo Miranda Arévalo —dijo en voz baja, aun sabiendo que eso no cambiaría nada—, su verdadero nombre es Ariana De Rebecco. La encontraron muerta en su departamento ésta mañana.


2


Sin mediar mayores explicaciones ni preguntas, Matilde acompañó al policía fuera de la estación y subió con él a su auto de servicio. El corto trayecto hasta el asiento del automóvil fue pesado y vago, como si cualquier energía que estuviera acumulando desde la conversación con Mayorga se hubiera mezclado nuevamente con miedo. La modelo había sido siempre su última esperanza desde que la clínica desapareció, la persona que podía darle alguna luz o método para encontrar a esa gente cuando más los necesitaba. Y estaba muerta.

—Fue Antonio.
—Es improbable que haya sido él Matilde, estaba siguiéndola a usted, pero sí creo que todo está relacionado y que debo moverme rápido.
— ¿Por qué?

Porque las personas alrededor de las hermanas estaban en riesgo latente, pensó el policía. Pero no podía decírselo, al menos no de esa manera.

—Porque creo que su amigo debe darnos varias explicaciones, ya que de todos los involucrados es el primero al que tenemos en nuestras manos. Tengo una persona que está yendo ahora mismo al despacho del abogado que me nombró antes, para que podamos realizar algún tipo de análisis al contrato. Usted se va a quedar en el auto mientras yo interrogo a Antonio.
—Quiero estar presente.

Mayorga negó con la cabeza. Qué parecidas eran en algunas cosas.

—De ninguna manera, es innecesario.
—Pero quiero estar —replicó ella con más fuerza—, quiero mirarlo  los ojos, que me diga en mi cara por qué intentó matarme, quiero que me mire con la misma frialdad que fuera de ese ascensor y me diga qué es lo que pretende.

Estaba ahogada, con los ojos inundados en lágrimas, pero se contuvo. Antonio vio que era mala idea haberla llevado con él, pero viendo las cosas como estaban era lo único que se le ocurría. Patricia había sido secuestrada por un doctor después de sufrir un ataque presumiblemente provocado por una falla en un tratamiento invisible de parte de una clínica fantasma, un amigo de Matilde había tratado de matarla en dos ocasiones y la modelo que le dio el dato de la clínica en primer lugar estaba muerta. Era demasiado peligro como para dejarla por las suyas o en la unidad policial, y lo peor era que la doctora Miranda y las amigas de la joven estaban en sitios distintos, lo que dividía sus fuerzas. Necesitaba armar un grupo de los más confiables, y no tenía tiempo para lidiar con ella, de modo que optó por confiar en que la bomba no le explotara en las manos.

—Escuche, no estamos en una situación de rutina ni mucho menos, pero temo que si mis sospechas son ciertas, no sea solo ese hombre el que esté tramando algo, no puede simplemente pedirle explicaciones, además no creo que se las de con facilidad.
—Quiero verlo, por favor, no me deje fuera.
—Está bien, está bien —repuso él mientras giraba en una esquina—, entrará conmigo, pero bajo mis condiciones o la dejaré fuera.

Matilde asintió.

—Está bien.
—Esto es lo que haremos —dijo tratando de sonar convencido, aunque no lo estaba—, entraremos a esa urgencia y usted entrará conmigo, pero no dirá ni una palabra.
—Pero...
—Ni una —recalcó él—, quiero ver cuál es la reacción de él al verla viva y entera, no una escena de recriminaciones; verla serena podría servir mucho más como efecto en él, además recuerde que está herido y detenido, es decir que no tiene el poder como antes. Le aseguro que le preguntaré por qué lo hizo, qué tiene que ver con Patricia y con la clínica, pero necesito que me ayude con eso.

La joven asintió resignada. No sería fácil callar lo que pensaba de Antonio, pero seguiría las instrucciones de Mayorga, se lo debía después de confiar en ella.

—Estoy de acuerdo.

Minutos después llegaron a una urgencia diminuta y cuyo estacionamiento ya anunciaba que no era un día común: un par de patrullas estacionadas vigilaban todo. El oficial intercambió algunas palabras con los otros y entró delante de ella, tras lo cual los dos siguieron hacia el interior. Fuera del pequeño cuarto un oficial saludó escuetamente.

—Pase.
—Gracias.

Al entrar, Matilde se encontró con un Antonio en un estado que no se habría esperado. Despojado de la ropa, cubierto por la sabanilla blanca, tendido impotente sobre la camilla con la pierna derecha con vendas y apósitos, pero sonriente ante la visita.

—Matilde.

Al escucharlo sintió ganas de echarle las manos al cuello ¿Por qué se reía de esa manera? ¿Acaso no entendía lo que había provocado?

—Soy el oficial Mayorga —dijo Cristian con un asentimiento de cabeza—, Antonio Salgado, usted se encuentra bajo arresto por intento de homicidio.
—Qué gusto ver que estás bien —dijo el hombre de la camilla ignorando las palabras del policía—, pero eso no te va a durar mucho.
—Estoy hablando con usted —intervino el policía con más fuerza—, no haga como que no me escucha.

Antonio desvió lentamente la mirada hacia él.

—No quise ser descortés.
— ¿Por qué motivo trató de matar a Matilde?
—Para salvar mi vida.
— ¿De quién?

El hombre se encogió de hombros.

—De la gente de la clínica ¿De quién más?



Próximo capítulo: Palabras muertas

Broken spark Capítulo 9: El fin de la guerra




El vapor estaba terminando de disiparse en el aire para cuando Optimus y Rattrap recuperaron la conciencia de lo que estaba sucediendo allí.

—Por todas las estrellas —murmuró Rattrap levándose las manos a la cabeza—, siento como si una manada de predacons elefantes me hubieran pasado por encima ¿qué diablos es lo que está sucediendo?

Sus pensamientos eran algo confuso y nebuloso en esos momentos; a primer juicio, no podía decir con seguridad en dónde estaba ni lo que había sucedido con su existencia, sólo sabía con seguridad que estaba mal, que todo estaba mal.

—Rattrap ¿puedes oírme?
—Sí, pero no estoy seguro de que eso sea algo bueno.
—Quítate las manos de la cara, tienes que ver esto.

Pero no lo hizo. De pronto sintió un terror irracional de comprobar que las retorcidas imágenes que estaban pasando por su cabeza se comprobaran nada más al mirar alrededor.

—Rattrap…
—No, espera, yo…

Optimus no esperó más, y lo obligó a mirar alrededor. Tal como él mismo lo estaba experimentando, la verdad que se formaba al unir lo que veían sus ojos con lo que recordaba su mente resultaba escalofriante.

—No puede ser, no puede ser, no puede ser….

Optimus estaba tranquilo en apariencia, pero horrorizado por dentro. Pero demostrarlo mientras Rattrap estaba teniendo un shock no iba a servir de nada, de modo que se armó de valor y habló con determinación.

—Tienes que calmarte ahora.
— ¿Calrmarme? —exclamó mucho más alto de lo necesario— ¿Acaso no has visto en dónde estamos, no recuerdas lo que hemos hecho? Soy un asesino, soy un maldito asesino!

Optimus le dio una bofetada que lo arrojó contra la pared humeante del interior de la nave predacon, pero que sirvió para el objetivo de cortar el ataque del que estaba siendo víctima.

—Es suficiente. Sé lo que pasó, estaba ahí igual que tú. Pero ahora eso no es importante, hay muchas dudas que aclarar.

Rattrap se sentó en el suelo, destrozado.

—No, no hay nada que aclarar. Nos volvimos en contra de nuestros propios amigos, intentamos matar a Rhinox y a Cheetah, vinimos a ofrecer pleitesía a Megatron y nos encontramos con una nave destruida, que de seguro fue obra de ellos dos.
—Eso no lo sabemos.
—Por favor ¿crees que Megatron iba a destruir su propia nave? En este planeta somos la única forma de vida avanzada que puede manipular explosivos, es obvio que eso fue lo que sucedió.
—Rattrap…

Pero el roedor seguía hablando sin parar, sin escuchar o atender a sus palabras; quizás por primera vez en su vida, estaba viendo frente a sus ópticos la real magnitud de una guerra como esa, y su intensidad lo abrumaba al punto de la desesperación.

—Rhinox hizo lo que tú habrías hecho en una situación extrema ¿no es así? Tú resististe la acción de ese veneno que Dinobot te arrojó por más tiempo que yo, por eso no activaste tu jetpack para ir tras ellos es la misma que te habría llevado a inmolarte si fuese necesario, con tal de evitar la destrucción de nuestros objetivos. Y Rhinox es el único de nosotros que conoce la tecnología y tiene las agallas para hacerlo: vio que todo estaba perdido, que no habían más que predacons alrededor, y decidió pasar a la historia junto con ellos, volándolos junto consigo mismo por los aires. Casi puedo verlo, con su mirada serena y sabia, enfrentando la muerte, el fuego alrededor. No es la clase de vida que él quería.

Calló por un momento. Optimus estaba abrumado por la certeza de sus palabras, tan alejado de su charlatanería habitual, pero más de lo cerca que estaba de la realidad más posible. Sí, Rhinox se habría sacrificado al estar expuesto a una presión insostenible, usando su ingenio para burlar la mente retorcida de Megatron hasta que fuera demasiado tarde, y la bomba le explotara en las manos.

—Escucha, sé que resulta difícil de asumir, pero estuvimos bajo una especie de control mental; el mismo que se disipó cuando Dinobot nos arrojó hace unos momentos ese líquido tan extraño. Pero debes entender que no es tu culpa.
— ¡Sí que lo es! —gritó fuera de sí—. Es mi culpa, y la tuya también. Cuando sucedió, hubo un momento en que el sistema interno avisaba de una amenaza intracorporal peligrosa ¡pude haber activado un mecanismo de autodestrucción! Pero no lo hice, me quedé, y ahora todos están muertos, sólo queda ese maniático de Dinobot dando vueltas por ahí.

Rattrap no era ni de lejos la mejor alternativa de compañía, pero Optimus necesitaba de quien fuese a su lado; no podía seguir perdiendo oficiales.

—Tienes que levantarte. Necesitamos seguir en movimiento, salir de aquí y averiguar qué es exactamente lo que ocurrió. Que sea probable que Rhinox y Cheetah estén muertos no significa que lo estén, tenemos que continuar.

La respuesta de Rattrap, sin embargo, fue desprovista de toda la fuerza efusiva de antes.

—No. Ya no hay nada por qué continuar —declaró quedándose sentado en el suelo—. No puedo hacer más esto; antes estaba seguro de que íbamos a morir, ahora sólo quisiera estar muerto. Adiós Optimus, ve a buscar tu muerte heroica como tu nombre lo vaticina, cuando te des cuenta de que no tiene sentido, de que no queda nada, quizás regreses a esperar el final.

No dijo nada más, inmóvil en el suelo, como si su energía se hubiera extinguido de pronto.
Optimus lo observó un rato en silencio, intentando encontrar un argumento que a él mismo no le pareciera absurdo o sin fundamento. No lo encontró.

2

Megatron abrió los ópticos lentamente y los puso a funcionar en modo nocturno; lo primero que detectó es que estaba en un sitio que no era la nave predacon, pero tampoco el exterior. Recordaba a la perfección cómo Rhinox había entrado a la nave junto con Tarantula, y cuando él mismo estaba en los pasillos interiores, la explosión se sobrevino. Resultaba frustrante haber sido engañado por ese científico, pero en su rapidez de movimientos, Megatron pudo alcanzar una de las escotillas inferiores para ponerse a salvo.
Sin embargo la explosión había causado una serie de reacciones en cadena y detonaciones posteriores, una de las cuales lo arrojó a través del suelo, por una grieta grande que conducía a una serie de conductos subterráneos.

—Un interesante lugar, si…

Lo que sucedió en la superficie era sencillo de identificar: Rhinox había aprovechado la distracción que generó Tigreton con su aparición y, haciendo uso de un valor y descaro poco usual en los maximales, consiguió convencerlo provisionalmente de que se había convertido a los predacons; a pesar de esto lo envió junto a Tarantula para averiguar de una vez por todas lo que sucedía, pero el grandulón se apresuró y voló el interior de la nave con un explosivo de gran potencia.
En ese momento no importaba, porque lo que de verdad era valioso de entre las cosas de la nave, es decir, el disco dorado, seguía en su poder. Su plan de aumentar su ejército a costa de sus enemigos podían verse retrasados, pero aún quedaban vainas stasis con futuros seguidores, y en cuanto a Dinobot y los demás…tenía la impresión de que el saurio falló en su misión, lo que de por sí no era tan sorprendente como interesante. Si el grandulón se presentó ante él, las opciones eran dos: Optimus había muerto, o el veneno surtió efecto y lo volvió su seguidor ciego, en cualquiera de los dos casos contaba con el principal problema erradicado de raíz.
Continuó descendiendo a través de los túneles y pasadizos subterráneos, hasta que algo llamó su atención, a lo lejos: sonido de agua ¿un manantial escondido? Tal vez fuera cuna de mucho más, inclusive de alguna forma de energon primitiva o en abundancia, y de forma clara, un medio para salir a la superficie y terminar con todo eso de una vez por todas.

3


El tiempo que corría era valioso en cada segundo; Dinobot aprovechó la providencial circunstancia y lanzó contra los maximales el antídoto del veneno, y corrió con todas sus fuerzas, confiando en que, de la misma manera que con el veneno, su contraparte los mantendría unos instantes aturdidos antes de saber lo que había sucedido. Aún quedaba lo suficiente para él, pero todavía se encontraba muy cerca y era primordial esquivar el peligro.

—Vamos, vamos…

Salió de los restos de la nave en modo alterno, corriendo sin mirar atrás; en esos momentos los objetivos estaban muy claros, y el primero de ellos era mantenerse con vida a toda costa: el segundo, volver a tener el control total de sí mismo, cosa que en esos instantes le estaba costando muchísimo hacer. Sentía que todo su organismo le decía que lo que estaba haciendo era incorrecto, que debía volver y buscar los restos del líder predacon, en vez de seguir su propio instinto.

—Ya cállate.

Sentía como si una voz en su interior le gritara una y otra vez, con la estridencia del metal rasguñando acero, que tenía que volver, que la causa predacon era lo más importante. Pero no existía tal causa predacon, todo se trataba de los planes megalómanos de Megatron, para los que no sólo tenía la ventaja táctica, sino tiempo y conocimiento.
Y el disco dorado.
El mismo disco que él robó al caer en ese planeta, y que dejó atrás sin saber muy bien por qué. Megatron lo tenía, y si, tenía las intenciones que mencionó, de lo cual no le quedaba ninguna duda, su objetivo era seguir aquellas antiguas instrucciones, para apoderarse del universo. Una vez que estuvo internado en el bosque y desvió la ruta que siguió con los otros dos, se aplicó el antídoto; por largos instantes estuvo desprotegido, consciente de lo que pasaba pero en un estado que era similar a  estasis, sólo que con conocimiento real de que lo que estaba pasando no era un sueño. Por eternos segundos pasaron por su mente las ideas anteriores, la forma en que sus planes mutaban hasta ser los de Megatron, y la forma en que comenzaba a olvidar quién era en realidad. Al final, se vio enfrentado a una especie de vacío, como si llegase al final de un túnel muy oscuro y se encontrara sólo con luz, pero nada físico a lo que asirse, y sintió pánico de que el antídoto de Tarantula fuera en realidad una trampa, una nueva jugarreta de Megatron para castigar a quien quisiese apoderarse de esa fórmula, una manera de destruirlo en vida, dejándolo como una cáscara vacía. Pero pasaron los segundos, y amaneció para él; se encontró a sí mismo en su interior, siendo el mismo Dinobot por dentro y por fuera, en esencia y espíritu, sólo él y nadie más. Nada más.


4

Airazor planeaba con gracia sobre los terrenos que custodiaba; resultaba muy interesante observar a las formas de vida de ese planeta y cómo, en concordancia con lo que dictaba su espíritu, vivían y construían su destino día a día, segundo a segundo. Estaba aprendiendo a un ritmo feroz, devorando en su mente cada movimiento, cada gesto y también los ruidos que invadían sus sentidos, sabiendo que aquello era lo que la hacía cada segundo más fuerte y decidida que el anterior. Mientras volaba, su mirada captó algo que llamó su atención.

— ¿Qué es eso?

Creía estar familiarizada con todo lo que vivía en las planicies, pero determinado objeto hacia unos roqueríos la alertó ¿De qué podría tratarse? Apresuró el vuelo dando unos poderosos aleteos, y, grácil, avanzó dejando tras de sí una estela de aire revolucionado por su poder. Unos segundos después descendía con cautelosa lentitud, sorprendida de que su mirada aguda no pudiese identificar el objeto aún a corta distancia.

—Pero he visto esto antes.

Se trataba de un objeto metálico, como una cápsula cromada con varios paneles y luces a los costados; lo reconocía de un modo lejano, como si se tratara de algo muy antiguo, que conociera pero que al mismo tiempo hubiese olvidado. El objeto no emitía ningún sonido, ni hacía movimientos ¿tendría que hacerlos? No tenía claro si se trataba de un objeto animado o no, pero le intrigaba al mismo tiempo que le causaba una cierta desconfianza, un tipo de alerta como la que provoca el fuego, y el mismo tipo de fascinación.
Sintió un tipo de temor básico, que no tenía que ver con un peligro en sí, sino con la forma en que vivía, y en cómo todo lo que la rodeaba funcionaba y podía estar en peligro ¿Qué objeto o suceso tenía tal poder, que a la vez la admiraba y la dejaba en un estado de total indefensión? Se trataba de algo más fuerte que el viento, o el fuego y las marejadas, porque hasta el incendio más devastador deja algo sin destruir, y eso que veía, esta cosa no viva, pero que al mismo tiempo parecía latir, significaba el origen de los peligros, más allá del cielo y de la tierra. Lo que pasaba por su mente en esos momentos, era que aquello, debía ser destruido, antes que la crisálida se abriera y el ser que anidaba en su interior, se convirtiera en la desolación de toda la faz que dominaba, y con respecto a la cual se sentía impotente y débil. Por primera vez lamentó que su vista fuera tan aguda y precisa, como para captar incluso las moléculas de agua en suspensión, provenientes de un arroyo cercano.

5

Optimus había entendido que, en esos momentos, no podía contar con Rattrap para nada; estaba solo, y así es como debería intentar poner fin a los malvados planes de Megatron.
Ya no importaban los motivos de Dinobot para infiltrarlos y luego envenenarlos, ni siquiera por qué había cambiado de actitud devolviéndolos a su estado original, porque, de todo, lo que de verdad importaba era que Megatron estaba vivo y, con toda seguridad, en posesión del disco dorado; resultaba evidente que su plan principal era utilizarlo para conseguir revivir la guerra que tanto tiempo atrás amenazó de forma clara con extinguir su raza para siempre.
Pero ese planeta era tan grande ¿dónde podría estar?

—Por supuesto…

Recién estaba saliendo de los restos aún humeantes de la nave predacon, cuando comprendió cuál fue el método de escape del saurio: hacia abajo. Lo más seguro era que, ante la explosión que destruyó las instalaciones, el líder predacon se viera rodeado por las llamas, y optó por ir hasta lo más bajo, sólo con el disco en su poder. A primera vista parecía una medida arriesgada, pero sin poder volar, se trataba de la estratagema más viable. Regresó al interior de la nave y comenzó a explorar, buscando una salida subterránea o los rastros de que alguien hubiese cavado; no lo encontró, pero sí halló un túnel natural, cuyos bordes resquebrajados y manchados de ceniza indicaban que se había generado a propósito de las ondas expansivas en la nave. Activando los propulsores, descendió por el túnel, sumergiéndose en la oscuridad.

6

Megatron continuó por un túnel horizontal, en espera de encontrar el origen del susurrante sonido que había llamado su atención poco antes. Con sus ópticos como única luz a su alrededor, el saurio continuó avanzando a paso firme aunque silencioso, esperando dar con algún manantial subterráneo que condujera a las zonas oceánicas y, desde ahí, hacia el punto en donde se encontraba con anterioridad y al que no podía acceder por la misma ruta de descenso por causa de lo liso y resistente de los muros natrales de piedra. Pero se encontró con algo que le llamó mucho más la atención.

—Eso sí que es interesante… si…

Convirtió su caminar en un lento desplazamiento, primero apagando la luz de los ópticos, luego avanzando sin necesidad de ellos a causa de la extraña luz natural que existía en aquella bóveda natural. Se trataba de una gran bóveda, muy alta, de paredes lisas al igual que los túneles que conducían allí, se imaginó por el paso constante de agua, ya fuera por la ruta evidente o por cavidades ocasionales formadas por causa de la presión del agua. Lo más probable es que en un sitio como ese el agua surgiera de vez en cuando en torrentes desde la superficie, abriendo su camino hasta que llegaba a ese punto, desde donde era dirigida a aquel cauce. El centro de la alta bóveda era traspasado por un túnel de agua que corría como un aparente riachuelo; en medio de un silencio sobrecogedor, y junto con la extraña luz negra que iluminaba de forma las paredes, parecía que el sitio tuviese un tipo único, intocable e incontenible de energía, aunque esta fluía en paz según algún tipo de reloj natural que controlaba cualquier tipo de impulso más fuerte que lo necesario. Megatron se quedó a prudente distancia durante unos segundos, apreciando el interior del sitio, y la forma en que, aparentemente, la luz negra surgía de la nada y al mismo tiempo se mezclaba con todo, dando al agua y las paredes unas tonalidades específicas que de seguro jamás podrían reproducirse o captarse en otro sitio. En el centro de la cueva con forma de cúpula, una serie de piedras con forma de bloques rectangulares estaban dispuestas en crómlech, rodeando el seno del lago; por lo visto, el terreno estaba mucho más hundido en esa zona, de modo que el río que cruzaba la cueva formaba un lago, desde donde el agua seguía su curso en lentitud, casi como si el líquido no se desplazara, como si fuera una masa compacta que  en vez de fluir, se transporta sin sufrir modificaciones.
Se acercó desde un ángulo provechoso al felino que estaba inmóvil frente al círculo de piedras, pero al instante descubrió que estaba en una especie de trance, y por ende no significaba ningún peligro para nadie. Quizás ni para sí mismo, pero ¿por qué estaba en ese estado?
Megatron supuso que el felino habría eliminado al inútil de terrorsaur poco después de ser enviado a la misión, pero eso no resolvía el misterio de su extraño estado; entonces notó que el felino estaba ahí, inmóvil, con la cabeza asomada al interior del perímetro de piedras que formaban el crómlech, y desvió la vista hacia arria, enfocando el centro del techo con sus ópticos, luchando por encontrar algo que tuviera significado en la aparente naturalidad del flujo de la luz negra.
Y lo encontró.
La luz se movía en círculos concéntricos y excéntricos, tomando como punto central el lago, que estaba rodeado por las piedras de gran tamaño, dispuestas en esa formación, desde luego, no de forma natural ni accidental; tomando distancia, Megatron miró hacia el conjunto de piedras y se dedicó a observar, pero se encontró con la sorpresa de que no podía ver el otro extremo de la cueva a través de las piedras, porque los haces de luz, más arriba tenues y transparentes, abajo eran barras de luz dura y negra, sin embargo de lo cual el centro del lago parecía iluminado de la misma forma que el resto del lugar. Resultaba evidente entonces que en el centro del agua había un tipo de energía con el poder suficiente como para suspender la actividad de un transformer, y para moldear el interior del lugar, quizás con el paso de los siglos. Pasando a modo robot, Megatron tomó el disco dorado y lo expuso a la luz del lugar, descubriendo un nuevo hecho sorprendente: la luz era atraída por el disco, que parecía absorverla y convertirla en haces más brillantes, los que se unían a la extraña danza que circulaba por todo el sitio.

—Excelente, he encontrado el sitio que esperaba, sin más búsqueda que unos pocos pasos…

Mientras esto sucedía, Optimus llegó al lugar a través de un túnel lateral, desde donde tenía vista del líder predacon y sus acciones; Cheetah estaba detenido en una especie de trance ¿le habría hecho algo el saurio? No resultaba imposible pero sí improbable, dado que Megatron estaba a tan sólo unos metros y no lucía interesado en su compañero de batalla. Optimus observó en silencio cómo Megatron observaba el techo, y pocos instantes después, en modo robot, extraía el disco dorado, que para su sorpresa iniciaba un extraño incordio con los haces de luz que circulaban por todo el sitio; le recordó la forma en que las plantas absorben el aire contaminado y lo transforman en aire puro, pero en un ambiente en donde el elemento contaminado era muy superior.

—No comprendo que…

Pero sí lo comprendió. El disco dorado contenía información muy valiosa, pero al mismo tiempo se trataba de un dispositivo que permaneció por siglos oculto y expuesto a diversas variaciones de energía, lo que significaba que, con el tiempo, había adquirido alguna clase de poder, mientras que el sitio en el que se encontraba estaba cargado de una poderosa energía que circulaba en todas direcciones, impregnando el agua y los muros, a los que no sólo otorgaba un tipo de color único, sino que al parecer los manipulaba de cierto modo. El sitio era una cueva con la forma de una bóveda, con un lago al centro ¡Había algo en el fondo del lago! La única explicación posible era que en el centro del lago, punto opuesto al alto techo, se encontrara alguna forma de energía o fuente tan poderosa pero primitiva, que al mismo tiempo estuviera moldeando el sitio a su alrededor, y no pudiera conducirse con facilidad al exterior; y sin embargo lo hacía, porque de alguna manera eso explicaba las grandes cantidades de energon puro que existía en la superficie y que los obligó a adquirir formas alternas. Era como si el planeta estuviera siendo infiltrado, desde dentro, por esa energía misteriosa que era capaz de absorber la luz y transformarla en otra forma menos transparente, igualmente poco controlable, pero con un nivel de poder insondable. Vio cómo Megatron se acercaba al borde del lago que se encontraba cercado por unas piedras rectangulares altas y de bordes tallados, pero no miraba adelante, sino que avanzaba inclinado, la vista fija al suelo, como si avanzara a tientas.

— ¿Qué está haciendo?

¡Megatron había descubierto que la fuente de origen de esa energía había inmovilizado a Cheetah! ¿Por qué entonces se acercaba con tanta determinación a esa fuente de peligro?
El disco.
Optimus supuso que el líder predacon había descubierto algo que él no, al estar en posesión de ese preciado instrumento que estaba en pugna con la luz negra del lugar, incapaz de contrarrestar la energía, pero emitiendo su brillo dorado de todas maneras.
El lago.
Optimus pasó a modo robot, y salió del lugar en donde estaba escondido, accionando los disparadores de los brazos.

— ¡No sigas avanzando Megatron!

El otro se volteó y quedó mirando en dirección de la voz, su mirada distante, su voz fría y decidida.

—No hay nada que puedas hacer.
—No des un paso más.

Pero Megatron sonrió, satisfecho.

— ¿Y qué vas a hacer para detenerme? ¿Disparar? ¿Acaso no has notado que la luz negra absorbe todo tipo de energía?

Optimus hizo un disparo, pero la energía producida se evaporó al instante.

—No sabes lo que puedes desencadenar.
—El disco dorado es un catalizador de energía, claro que lo sé. Lo siento Optimus, la guerra de las bestias ha terminado, yo gano.

Arrojó el disco hacia el centro del lago riendo de forma desquiciada mientras Optimus corría intentando detenerlo, tratando de salvar una distancia desde todo punto de vista imposible.

— ¡Noo! ¡Megatron!


Termina la serie Broken spark, y la próxima semana comienza la nueva era: Broken spark Transmetals.



Próximo capítulo: Energon metálico