Por ti, eternamente Capítulo 28: Cuento para dormir




El disparo que Víctor recibió en la pierna derecha no le hizo un gran daño, fue lo que se llamaría una herida superficial, pero en el estado en que se encontraba en ese momento, en descampado, débil y exhausto, el efecto fue inmediato. El joven dio un grito de espanto, encogiéndose en si mismo para cubrir a Ariel.

Después de eso, todo se volvió confuso y extremo. De alguna manera logró entender que estaba bajo amenaza, y a pesar del miedo, supo que no podía seguir allí; se puso de pie, y cojeando comenzó a correr lo más rápido que le rendía el cuerpo, directo al pequeño pueblo que se veía a algunos metros de distancia. Entre sus propios jadeos de dolor, Víctor siguió caminando, tratando de correr, pero sin poder avanzar más rápido; faltaba tanto, el pueblo parecía estar tan  tan lejos, y no podía ver a nadie que lo ayudara. En ese momento notó que el bebé había comenzado a llorar por sus gritos, y de forma automática comenzó a tratar de calmarse, y de calmar los llantos del pequeño como lo había hecho antes; pero el miedo estaba apoderándose de él, y el dolor de la pierna confabulaba cruelmente junto con la extraña sensación de vacío en la cabeza, haciendo que todo se viera más grande y abrumador.

—Tranquilo bebé, todo va a estar bien, todo va a estar bien...

Pero su propia voz sonaba quebrada, no podía detener sus quejidos, todo parecía nublarse cada vez más, como si la ceguera del ojo izquierdo estuviera nublando también el otro ojo ¿Cuánto tiempo había pasado desde que dejara a los periodistas?

—Tengo que irme, tengo que irme...

Estaba delirando. Pero aún en su desesperación, en ningún momento soltó al bebé, que aunque había dejado de llorar, gemía lastimeramente, asustado por el movimiento y los gritos del hombre.

— ¡Oye!

Una voz lo alarmó. A cierta distancia había un hombre, un lugareño, caminando hacia él con el rostro compungido, tal vez angustiado, señalando algo con las manos. Pero no importaba lo que estuviera pasando, su aparición resultó más aterradora, una nueva amenaza, alguien más tratando de llevarse a Ariel o de hacerle daño.
Al límite de sus fuerzas, Víctor torció hacia un costado, había una construcción o alguna casa, tal vez allí podría esconderse, necesitaba poner distancia, no podía permitir de ninguna manera que le quitaran a Ariel.


2


Armendáriz conducía a toda velocidad junto al automóvil de los periodistas que le habían entregado la cámara, que estaba guardada en la guantera en una discreta caja de seguridad adaptada para proteger cualquier tipo de prueba que llegara a sus manos; en cierto punto le indicaron con las luces el punto en donde se habían separado de Víctor y el niño. Ambos vehículos se detuvieron tan solo un instante, los motores en marcha.

—Quédense aquí, es muy peligroso que sigan avanzando. Si mi gente llega a aparecer es probable que se los lleven, vayan con ellos, estarán mucho más seguros.
—Por favor, protégelo.

La misión de volver a encontrar a Víctor Segovia nunca antes había sido tan desesperada. El policía asintió mientras arrancaba de nuevo.

—Haré todo lo que pueda.

Volvió a presionar el acelerador, a toda velocidad, y arrancó por la tierra, directo a la siguiente zona poblada, esperando que lo que temía, no estuviera a punto de suceder.



3


Fernando de la Torre volvió a marcar un número en su teléfono sin obtener respuesta, mientras su esposa lo miraba ansiosamente a su lado.

— ¡Maldito sea ese Claudio!
—Cálmate mi amor.

El hombre, en un nuevo arranque de furia lanzó el teléfono contra el suelo.

—Le dije a ese imbécil que tenía que terminar con ese asunto hace tiempo, pero solo consiguió complicar las cosas. Ahora ese maldito tipo volvió a aparecer, y tiene el valor de amenazarme ¡A mi!

La mujer se mantuvo a la misma distancia, entendiendo que a lo que se refería Fernando iba mucho más allá de la aparición en la televisión de ese sujeto y el niño, iba hasta un punto en que la estabilidad de esa familia estaba en juego.

— ¿Dónde está tu asistente?
—Dijo que se encargaría, que ahora tenía un contacto que lo llevaría a Segovia, para evitar que sucediera alguna catástrofe.

Durante unos momentos sucedió un silencio tenso entre los dos. De la Torre sabía muy bien que si todos sus temores eran ciertos, escapar de su casa no sería suficiente.

—Fernando ¿Dónde está?
—Estoy seguro de que fue a matar a Segovia para eliminar cualquier prueba en mi contra que ese tipo pudiera tener. Pero ahora que salió en la televisión, ahora que está ahí toda esa gente que cree que es una especie de ángel, cualquier cosa que salga mal...maldita sea, si Claudio mata a ese tipo...todo el mundo estará mirando lo que pueda pasar alrededor.


4


Cojeando mientras avanzaba, Víctor estaba cada vez más cerca de una construcción en la que esperaba protegerse, pero otras voces aparecieron en sus oídos, nuevas amenazas ¿gente que trabajaba para la Familia De la Torre? ¿Más policías?
De pronto otro golpe, no en el cuerpo, pero muy cerca, otro disparo, a muy poca distancia, la tierra azotada, el silbido sordo en sus oídos.

— ¡Aahh!

Dio otro grito de horror. Era un disparo, era otro disparo, parecido al que había sucedido tanto tiempo atrás cuando el policía lo apuntaba, pero distinto a la vez, mucho menos estruendoso, más suave, quizás por lo mismo más amenazador.
No podía recordar con claridad los últimos acontecimientos, solo sabía que tenía adormecida la pierna, el dolor se expandía de manera miserable junto con el miedo por ese nuevo disparo que había pasado tan cerca de su cuerpo, y las imágenes se volvían a la vez borrosas y dolorosamente nítidas ante su lado derecho; el sol iluminaba sin piedad, solo sabía que tenía que seguir adelante, que tal vez conseguiría un poco de tranquilidad si se escondía de la luz, si lograba callar esas voces que empezaban a perseguirlo.

— ¡Oye espera, adonde vas!

Todo a su alrededor se estaba volviendo terrorífico, como pasajes que hubiera olvidado de su tiempo inconsciente. Veía tan cerca de sí, a tan poca distancia esos árboles, las siluetas largas y quebradas que se mecían en frío silencio, las mismas de aquella vez en el barranco, cuando despertara entre dolor y sufrimiento, pero ahora no había languidez, ahora no se sentía desfallecer de agotamiento, sino que sentía cada fibra de su ser rogando porque se detuviera, cada parte de sus sistema exigiendo descanso, en el punto en donde llegara al límite de sus energías. La gente seguía ahí, esas voces continuaban acercándose ¿Acaso ese iba a ser su destino, no poder encontrar nunca la tranquilidad?

—Oye niño, deja de correr, ven acá.

Las voces resultaban inútiles. Víctor no quería detenerse, sabía que seguía en peligro, que en cualquier momento alguien, alguna persona trataría de arrebatarle a Ariel, que nuevamente dirían algo horrible, o de la nada se presentaría una nueva amenaza, pero en lo más profundo de su ser, necesitaba seguir, necesitaba continuar sintiendo los latidos de ese pequeño corazón junto al suyo, la otra parte de su alma que sin saber había empezado a compartir por fuerza del destino, pero que ahora entregaba por voluntad. No se lo llevarían, no perdería esa batalla, no tan simplemente, no sin dar antes el último aliento, no sin luchar más allá de lo que su cuerpo pudiera resistir, porque ya no importaba nada más, solo necesitaba mantenerse, solo necesitaba luchar un poco más, hasta que el motivo de su vida estuviera a salvo. Los minutos podían durar horas, el dolor y la angustia podían muy bien envolverlo como un manto pesado y asfixiante, pero el hombre continuó avanzando, logrando traspasar la puerta, cerrando tras sí. Adentro un golpe de oscuridad, un poco de silencio y quietud para decirle una vez más que estaba más allá de sus límites.

—Ariel...Ariel...

Sostuvo frente a si al bebé, que lo miraba inquieto, jadeando temeroso por la agitación vivida durante los últimos minutos. Seguía a salvo, en ese momento no podía saber ni entender nada, pero a la vez, sabía muy bien que ese pequeño ser entendía lo que estaba pasando, igual como antes se había mantenido a su lado para darle fuerzas.

—Todo va a estar bien...

Estaba temblando casi de forma compulsiva; con las manos sudorosas y la vista aún nublada en esa media oscuridad, volvió a sobresaltarse al escuchar voces en el exterior, alguien del otro lado de la puerta gritaba o hablaba a voces, alguien que quería entrar.

—No voy a dejar que te lleven...

En la oscuridad que se filtraba de rayos de sol por distintas hendiduras, el hombre dejó al pequeño recostado sobre una especie de baúl plano, y buscó casi a tientas algo que pudiera servirle como arma, algo con lo que pudiera defenderse.

Estaba perdido ¿Acaso ese iba a ser el final? ¿Por qué se había metido en un sitio cerrado, como iba a poder poner distancia, como saldría de ese sitio si seguramente la puerta estaría cercada por esas personas?

— ¡Váyanse! —gritó con toda la fuerza que le quedaba— ¡Déjenme en paz!

El mismo grito dañaba sus entrañas, era como si en ese momento todos los golpes y heridas antiguas salieran a flote, y exigieran su espacio en su cuerpo, presionando aún más, aumentando la tortura. No, no podía terminar así, no podía quedarse de brazos cruzados, aún había algo más que hacer, mientras pudiera sostenerse en pie, aún no estaría derrotado.

— ¡Segovia!

El grito imponente se escuchó de nuevo, y de alguna manera logró reconocerlo. Era la misma voz que había oído antes, la misma amenaza, solo que en ese momento precedida por esas otras voces que lo acosaban, que lo llamaban con insistencia.

— ¡No se acerquen!

Su voz casi no salía por la boca, todo parecía un balbuceo gimoteante, mezcla de dolor y miedo, ahora la fiebre estaba entrando en todas partes de su cuerpo.

En ese momento la puerta se abrió, y junto con la luz, se dejó ver una sombra, poco a poco dibujada en el umbral, un hombre grande y fuerte, muy quieto, ese hombre otra vez, mirándolo.

—Segovia. Víctor.

Ignacio Armendáriz luchaba por calmar su respiración agitada en esos momentos, por aplicar los conocimientos que tenía y volver a su centro. Había visto el revuelo en el pequeño pueblo, pero antes de poder acercarse, tuvo que actuar sin pensarlo dos veces y disparar, antes que el hombre al servicio de Fernando de la Torre lograra asesinar a Víctor. El tipo tenía una puntería profesional, y el efecto del disparo logró, apenas por unos milímetros, desviar su curso mortal y evitar un impacto, aunque la forma en que cojeaba el joven demostraba que había recibido un impacto en una pierna. Y al fin, ahí estaba, el hombre al que había buscado por motivos tan diferentes, temblando de pies a cabeza a tan solo un par de metros de él, sosteniendo débilmente una vara en las manos, ofreciéndose como escudo vital ante el niño, demostrando con eso, quizás más que con las pruebas que tenía en el automóvil, que en realidad siempre se le había acusado de manera injusta. Pero también tenía la mirada perdida, el pobre apenas podía mantenerse de pie para enfrentarlo, pero si de él dependía, esa sería la última vez.

—Víctor.

Avanzó decididamente, solo un paso, y el otro lo atacó, golpeándolo con la vara en el pecho. El oficial no se movió, solo recibió el golpe, frunciendo el ceño para evitar un quejido; era lo menos que se merecía.

—Víctor. Escúchame por favor. No quiero hacerte daño, ni a ti, ni al bebé.

Por primera vez desde que tomara ese caso, el policía sentía que todas las piezas encajaban a la perfección, o al menos casi todas.

—Víctor...perdóname.

La sincera confesión del oficial consiguió alertar a Víctor, que retrocedió otra vez junto al bebé, aunque todavía mantenía la vara en alto. En ese momento, para el oficial, saber que había sido manipulado, como muchos otros, para inculpar a un inocente carecía de importancia, lo realmente importante no era su carrera ni su placa, en la vida nunca le había importado eso, lo que necesitaba era que las verdad siempre estuviera por delante, y que los inocentes, así fueran niños indefensos o adultos, estuvieran a resguardo.

—Sé que no tengo excusa. Sé que fui el primero en condenarte y perseguirte, y por lo mismo es que quiero...no, necesito ser el primero que te pida perdón.

Víctor escuchaba, y de un modo lejano entendía, pero nada de eso tenía sentido ¿Qué clase de artimaña era esa?

—Las denuncias en tu contra, todo era...—se detuvo, no estaba diciendo lo que sentía, debía ser, en ese momento más que en ningún otro, ser honesto—, todo apuntaba en tu contra, y ese es un error del que no tengo disculpa; sé que estás asustado, y que has sufrido mucho en el último tiempo, pero estoy aquí, pidiéndote humildemente que me perdones. Baja esa vara Víctor, nadie más va a hacerte daño.

El joven volteó, mirando a Ariel y de nuevo al policía, manteniendo la débil actitud defensiva. Seguía sin comprender.

—Mírame Víctor —dijo el policía en voz baja, rogando desde el interior porque sus sentimientos se tradujeran en palabras que ese muchacho herido y asustado pudiera entender. Dejó caer el arma al suelo—, no hay más armas, el hombre que te disparó en la pierna ya no volverá a hacerlo. Se terminó Víctor.

Sus palabras sonaban tan sinceras, parecía tan cierto, pero le habían mentido, lo habían traicionado antes...

—Entiendo, o creo entender por lo que estás pasando —prosiguió el oficial avanzando un paso más—, y puedo ver que estás sufriendo, pero se terminó. Tengo la información que me entregaron tus amigos, un juez revisará éstas pruebas, y el proceso en tu contra quedará anulado; desde ahora nadie va a perseguirte, y ni yo, ni Fernando de la Torre ni nadie en el mundo va a poder quitarte a tu hijo, eres su padre, ahora lo sé con toda claridad.

Mientras hablaba se desplazó un paso al costado, para dejar que pudiera ver el exterior.

—Sé que tienes miedo, y probablemente en éste momento te resulte confuso o increíble lo que te estoy diciendo, pero es la verdad, ya no tienes que huir ni esconderte. Tienes derecho a no confiar en mí, pero si no crees en lo que te digo, créeme cuando te digo que tienes a un ejército para protegerte.

Entre las personas que miraban con angustia y atención la escena, estaban Romina y Álvaro, pero fue una niña quien se desprendió del resto y se acercó unos pasos, sonriéndole y haciendo señas.

—Oye...todo está bien...ven, mi mamá te va a sanar...ven...

La mirada sincera y la sonrisa de la niña lograron al fin traspasar el mensaje, y la vara cayó de las manos de Víctor. Por fin la energía que estaba contenida en su cuerpo emergió, y después de tantas veces que se había obligado a ser fuerte y continuar avanzando, Víctor se quebró en llanto, un llanto desgarrador que conmovió a todos. Ignacio Armendáriz, desprovisto de armas, emocionado hasta las lágrimas por la demostración de valor del muchacho, lo contuvo en sus brazos, entregándole un abrazo para servirle de apoyo y de consuelo. El joven lloraba constantemente, por todo lo que no pudiera llorar antes, por la tan esquiva sensación de libertad que al fin, y en el momento más crítico, llegaba a su ser con fuerza devastadora, llevándose las últimas fuerzas a las que había requerido. Por primera vez en mucho tiempo no importó ser débil, y por primera vez, desde su interior supo que podía confiar en alguien, que el abrazo de ese policía, de ese hombre, no era una amenaza, sino un bastón en el que reposar su cuerpo cansado y dolorido. El policía cargó al pequeño en un brazo, llevándose casi en andas con el otro al muchacho, extenuado hasta el límite.

Dicen que la gente lloró.

Dicen que llegó prensa de todas partes, y que la noticia de la aparición y la reveladora verdad recorrió todo el país, con cada vez más gente aplaudiendo que la verdad se impusiera por sobre las mentiras.

Fernando de la Torre fue juzgado por diversos delitos, al igual que su asistente luego de salir de urgencias, y varios de sus aliados, en medio de juicios que siguieron captando la atención de mucha gente, que veía en el castigo de esas personas un modo de retribuir la injusticia que estuviese a un paso de cometerse.

—El oficial Armendáriz escoltó personalmente a Víctor y al pequeño Ariel Segovia hacia un centro de urgencias, y junto con Romina y Álvaro se mantuvieron a su lado en las siguientes horas en que fue necesario realizar los primeros tratamientos y curas. Poco después los cargos presentados en contra de Víctor, los periodistas y Tomás por encubrimiento fueron retirados, y el caso se cerró con una de las audiencias más grandes de la década. El pequeño Ariel Segovia estaba a seguro junto a su padre.
Aunque era necesario realizar una serie de tratamientos más profundos para enfrentar las heridas que había sufrido, el propio Víctor pidió permanecer la primera noche junto a su hijo, en paz, y aunque no tenía un lugar donde quedarse, le fue cedida una habitación de hotel custodiada por policías para que pudiera reposar en paz. Los días siguientes la prensa se mantuvo muy atenta de todo lo que sucediera, y el favor de la población se mostraba en innumerables formas de apoyo, en las redes sociales, a través de llamados telefónicos a los noticieros, celebrando que la verdad de un padre y su hijo fuera dada a conocer; Víctor fue recuperando la salud con el paso de las semanas, y aunque no pudo recuperar la vista del ojo izquierdo que resultara herido, se contentó de sobra con tener vista para contemplar la inquisitiva mirada de su pequeño hijo.
Con el pasar de las semanas el ardor noticioso fue decreciendo, y las cosas volvieron a quedarse en un sitio más tranquilo; sobraban muestras de apoyo, ofrecimientos de trabajo y hospedaje, pero con la salud en franca recuperación y la tranquilidad de saberse a salvo con su hijo a su lado, el hombre escogió con calma. Fue a vivir a una casa en un sector muy tranquilo, de vuelta en la ciudad, y encontró un trabajo que le permitía hacerse cargo del niño sin ningún tipo de complicaciones. Arturo, Gladys, Tomás, Ignacio, Romina, Álvaro y hasta Eva lo visitaron para felicitarlo, y con el paso del tiempo estableció fuertes lazos de amistad con ellos, pudiendo decir con confianza que se habían convertido en una familia inesperada pero muy apropiada para sentirse a gusto y acogido.

Víctor apagó la luz de la habitación. Era tarde, Ariel estaba quedándose dormido, pero el relato que estaba contándole tenía toda su atención. A su edad aún no podía comprender en toda su magnitud que la historia que se le estaba contando, era la suya propia, pero de cualquier manera miraba a su padre, desde la cama y bajo las cobijas, con la misma imperturbable atención que desde el primer día había demostrado por él.

—Magdalena no estuvo ausente de toda esa parte de la historia. Su ángel había protegido al pequeño cada día, manteniendo a raya el peligro, evitando que algo grave le pasara, y cuando por fin las cosas volvieron a su cauce, su presencia se mantuvo viva entre Víctor y su hijo. Ambos vivían solos en apariencia, pero con la permanente compañía de la madre de Ariel, que con su amor los mantendría unidos por siempre.
¿Y sabes qué? pasaron algunas cosas más después, pero lo importante es que aprendas desde ya cual es la enseñanza que todo esto deja. Lo importante aquí, hijo, no es el valor de enfrentar las adversidades ni cuántas veces la vida puede ponernos contra la pared. Siempre puede haber algo más allá de lo que crees ver, y a veces, cuando no sabes muy bien qué creer debes escuchar a tu corazón y ser honesto con lo que sientes y luchar por eso. La verdadera enseñanza de ésta historia es que para llegar a ser quien realmente eres hay muchos caminos, y como ves, aquí la forma fue que un tipo común y corriente se convirtiera en hombre, al ser padre. Buenas noches hijo, que duermas bien.



Fin



Agradecimientos del autor.


Quiero agradecer a todas y todos quienes han seguido esta novela a lo largo de todas sus emisiones. Ha sido un camino largo, difícil y en ocasiones complejo, pero a través de sus comentarios y lecturas, han hecho que valga la pena; espero haber podido hacerlos entrar en este mundo, y vivir junto a mí la historia de amor fraternal que evolucionó y dio muestras de tener un buen final.
Quiero invitaros además para conocer mis otras novelas, disponibles en este mismo blog a través del clásico formato de publicación semanal, y los nuevos formatos bisemanal y doble semanal. También pueden llevar estas letras a todas partes gracias a la aplicación Wattpad, en el siguiente link wattpad

Una vez más, gracias a todos y todas.



No traiciones a las hienas Capítulo 8: Con la ventaja en las manos



Cuando abrió los ojos, Steve ya se encontraba al interior del furgón blanco que lo había sacado de forma abrupta de la calle, a muy poca distancia de la casa de sus padres.

— ¿Cómo resultó todo?

Se incorporó del suelo. Le dolía el pecho, pero el chaleco antibalas que tan bien estaba disimulado bajo el suéter lo había protegido de forma efectiva; Marcus lo miraba con una expresión muy poco común en él: estaba serio.

—A la perfección, tal como lo ideaste.
—Excelente.
—Así que por eso no querías saber cuando sería, para que pareciera natural.

Steve se mantuvo sentado sobre el suelo del furgón, mientras este avanzaba a velocidad moderada, rumbo a las afueras de Gotham.

—Estupendo, entonces todo salió de acuerdo al plan. ¿Viste si alguien estaba mirando de cerca?
—Sí, bastante gente, esto debería correr como la pólvora, o al menos saberse pronto.

El vehículo estaba siendo conducido por un sujeto contratado por Steve, un don nadie de la periferia de la ciudad, lo suficientemente drogadicto para estar en un punto medio en donde su versión de cualquier hecho sería desestimada, pero aún podía conducir. El segundo, que estaba sentado a un costado y que ayudó a Marcus, de las mismas características.

—Escucha Steve…

Habían estado hablando esa tarde, en cuanto él tomó la decisión; Marcus no sólo no recordaba haber hecho esa llamada, su mente estaba borrada desde antes que se separaran la noche anterior a esa fallida comunicación.

—No es necesario que digas nada amigo.
—No puedo evitar sentirme responsable por eso.
—Es absurdo que pienses eso —replicó Steve con firmeza—. En primer lugar, esta es mi batalla, no la tuya, y en segundo, ninguno de los dos sabía con claridad qué era lo que podíamos encontrarnos, pero estoy seguro de que se trataba de algo dirigido a mí, no a ti. Alguien quiere eliminarme porque soy una molestia, porque estoy muy cerca de descubrir algo más grande que sólo el robo del dinero de mi padre.
—Por lo mismo es que…
—No, ni lo menciones; tu lugar no está aquí, no tiene sentido que te arriesgues, y además, con esto hiciste todo lo que necesitaba. Ahora que piensan que he muerto o me encuentro herido, puedo investigar por mi cuenta, y se supone que tú regresaste a tu vida habitual en Metrópolis hace poco, tu billete de avión dice eso.

El otro asintió.

—Sigo sin estar seguro de esto.

Steve estaba muy seguro de que tenía que deshacerse de Marcus; después de los últimos acontecimientos, era de vital importancia quitar de en medio a alguien que pudiese convertirse en un obstáculo en su camino, y Marcus lo sería si descubría todas las mentiras en las que estaba envuelto. Podía ser un vividor, pero tenía un sentido muy elevado de la honestidad y la familia; además, para que su “desaparición” resultara efectiva, era imprescindible que el amigo con quien probablemente lo hubiesen visto ya no estuviera en la ciudad, tal como lo indicaba su vuelo algunas horas antes. Más tarde cualquiera podría comprobar que estaba de llegada en la ciudad del hombre de la capa roja.

—Es la mejor solución, y ya te lo dije, no sabes cuánto me has ayudado.

Se dieron un abrazo; momentos después ya estaban en la periferia de la ciudad, y Steve descendió del vehículo con total sigilo y un bolso al hombro, en donde escondía el traje y las armas que recolectó con anterioridad.
Librarse de Marcus era un alivio, y le permitiría actuar con libertad. En otras circunstancias, podría iniciar con él un negocio propio, seguro que juntos elevarían el negocio nocturno en Metrópolis hasta niveles nunca antes vistos, pero en esos momentos, Steve no podía dejar que el traidor se quedara con el dinero que le pertenecía por derecho, esa era una posibilidad del todo fuera de sus planes. Cuando comenzó a caer la noche, se puso el traje entregado por Carnagge, dispuesto a utilizarlo en su máxima potencia. Esta vez, estaba decidido a dejar de ser una presa, tras la cual una hiena camina amenazante, esperando el momento de la caída; había una sola posibilidad en su mente, y esta era ganar, dar un golpe definitivo, y si no era de forma directa, provocaría el suficiente daño colateral como para que se removieran los nervios de los indicados.
El traidor era alguien cercano a Kronenberg, era la única explicación para que se tomara tantas molestias en ocultar sus rastros, y deshacerse de personas que pudiesen estar cerca de la verdad; en esto había logrado engañar incluso a otros delincuentes como el propio Carnagge, lo que aumentaba su importancia; podía ser un traidor y estar quedándose con sumas de dinero del negocio de otros, pero al mismo tiempo se estaba jugando algo muy grande, su sitio de seguridad en el bando de un criminal que trabajaba para máscara negra. ¿Por qué la urgencia, por qué el interés tan grande? Porque ahora que la batalla entre Red Hood, el murciélago y Máscara negra estaba en su apogeo, dejando noticias en la prensa como las explosiones de las que él había sido testigo, era cuando más podía tomar para su beneficio, eso lo supo cuando tomó las armas luego del enfrentamiento. El momento de actuar era precisamente ese, cuando quien fuese que lo estuviese siguiendo por orden del traidor, estaría pasando un informe errado, creyendo que era real.
Por la noche avanzó a paso sigiloso entre los edificios, traspasando portales y corriendo por sobre las casas; antes de medianoche ya se encontraba en el sitio al que había ido a buscar su destino, uno de los barrios rojos controlados por Kronenberg.

—Hola muchacho.

Descendió sobre un guardia en la parte trasera de una discoteque. Sin mediar más de treinta segundos, consiguió someterlo  tenerlo a su merced.

—Ahora, no grites ni hagas algo estúpido, creo que podrías necesitar este brazo —dijo en voz susurrante, aplicando más presión—. Encárgate de decirle a Kronenberg que hay un traidor en sus filas, que alguien muy cercano a él muerde la ano que le da de comer.
—Maldito hijo de…
—No sigas con eso —lo cortó aplicando más presión en el brazo que estaba torciendo—. No eres importante, sólo eres un perro faldero, haz algo bien y dale mi mensaje.

El otro hombre emitió un gruñido, pero de forma inesperada, un disparo silbó en el aire y pasó rozando el hombro de Steve.

—Diablos.

En el breve lapso de ataque, dos guardias habían salido del lugar y se aprestaban a disparar de nuevo; Steve dio un salto hacia atrás y sacó de uno de los bolsillos laterales una pistola.

— ¿No es una linda noche para disparar un poco?

El primer disparo vino del otro lado; con gran habilidad, Steve saltó hacia la escalera de incendios por la que había descendido a la trastienda, y subió por ella a toda velocidad. A media distancia hizo un certero disparo, que derribó a uno de ellos. Sin más tiempo para tomar posición, saltó de la escalera entre los sonidos de los disparos, y volvió a atacar, aunque falló; sin embargo, su enemigo tuvo que retroceder ante la sorpresa de la forma de actuar de su enemigo, lo que le dejó un instante de ventaja y le dio tiempo de terminar la pelea. Cuando el silencio se hizo, los tres delincuentes estaban en el suelo, heridos, uno atontado, los otros dos inconscientes; tomando un guante auxiliar, se inclinó por sobre uno de ellos y con la sangre de la herida que manaba por su costado, escribió en la pared: “Hay un traidor cerca de ti Kronenberg”
Dejó pasar más de una hora, a fin de que los guardias del mafioso en otros sitios ya hubieran recibido la noticia, y decidió ir a en otro sitio, con dos guardias y menos problemas; dio cuenta de ellos con relativa facilidad, y volvió a escribir en la pared tras de sus cuerpos heridos el mensaje que esperaba, llegara a oídos, o mejor aún, a ojos, del mismo Kronenberg a la brevedad. Después de un segundo descanso, estaba punto de ir en busca de un tercer sitio, casi a las cuatro de la mañana, cuando se percató que tenía una alerta repetida en el teléfono móvil.

— ¿Qué?

Se trataba de un mensaje de correo directo. El texto, como los anteriores, era muy sencillo y breve, pero en esta ocasión el sentido era por completo opuesto.
“Ganaste. Ya no es necesario que continúes.”
Adjunto al mensaje escrito, figuraba un número de cuenta en un banco; incomodado por la extrañeza del mensaje, Steve se refugió en un callejón abandonado y revisó la referencia del número de cuenta: se trataba de un banco de New York, y el número correspondía a una cuenta a su nombre, en donde figuraba como saldo el total del avalúo de la empresa de su padre según las estimaciones de la cámara de comercio de la ciudad: casi ochenta mil dólares.

2

New York. Ocho horas después.

La mañana había sido ajetreada para Steve; después de acudir a la entidad bancaria a retirar el total del dinero que había sido puesto a su nombre, dedicó algo de tiempo a dividirlo entre varias cuentas seguras en Suiza, dejando una importante suma resguardada de otro modo. Sin tiempo que perder, adquirió un departamento en una zona residencial alejada de donde tenía su antiguo hogar, y ordenó que instalaran en él las pertenencias que poseía y que quedaron guardadas poco después de ser expulsado de su trabajo. Instalado y con un poco más de tranquilidad, se dio el tiempo de servir en un vaso alto un poco de licor y analizar los hechos que estaban sucediéndose tan rápido: era obvio que el primer ataque perpretado por él la noche anterior había surtido el efecto deseado, e incluso más del esperado. Entonces su visión de los hechos era la correcta, el traidor estaba al servicio de Kronenberg, y al ver el mensaje escrito de forma tan explícita, decidió dar por terminado el asunto. Bien decían que quien traicionaba a su jefe en Gotham, no la contaba dos veces.
Lo que lo llevaba de manera directa a otro hecho: ¿cuánto dinero estaría en juego en realidad? Si el traidor se había tomado la molestia de devolver esa suma nada despreciable, quería decir que en su poder, o quizás al alcance de sus manos, había algo mucho mayor, muchos más ceros de los que se atrevía a poner en riesgo. Cualquier otro habría aprovechado esa oportunidad para presionar y conseguir más y más pero ¿acaso él iba a demostrar esa clase de temeridad inocente? Si el traidor había asesinado a El amuleto, atacado a su padre y logrado drogar a Marcus, el hecho de no intentar matarlo a él no se debía a falta de intención, sino más bien a que él se había adelantado a los hechos, convirtiéndose en un fantasma que no podría ver notas escritas sobre los cuerpos de animales y reaccionar de acuerdo a ello. Había creído que bastaba con dar una impresión de normalidad mientras se cubría el rostro por las noches, pero así como él subestimó a su enemigo, el contrincante hizo lo mismo, y de los dos, el traidor era el que más tenía que perder.

—Hola.
—Soy yo —dijo a través del teléfono la enérgica voz de Marcus—, no entendí ese mensaje ¿cómo es eso que las cosas se están resolviendo?

Era importante sellar esa amistad con algo más de sinceridad, aunque aún debería callar varias cosas; poner a Marcus al tanto de la parte que le interesaba era primordial para sus objetivos futuros.

—Hasta este momento te puedo decir que la situación está mejorando: por lo que se ve, el responsable del ataque a mi padre es, tal como dijiste, un mediocre, y también un cobarde.
— ¿A qué te refieres?
—Envió a alguien a dejar una nota en la casa de mis padres —replicó mientras caminaba con tranquilidad por su nuevo departamento—, diciendo que quiere hacer un trato para que lo deje en paz; está asustado de no poder localizarme.

La voz de otro lado de la línea aún no parecía convencida.
—Amigo, ¿estás seguro de eso? Podría ser una trampa.
—No lo será, puse una amenaza muy clara en su territorio, estoy seguro de que prefiere vérselas conmigo que enfrentar a su líder. Confía en mí, te aseguro que pronto todo estará resuelto.
—Está bien, voy a confiar en ti, sólo mantenme informado de lo que pase ¿de acuerdo?
— ¿Informado? —dijo Steve con una risa—No me hables como un viejo. Escucha, lo primero que quiero hacer cuando todo esto se resuelva es volar a Metrópolis, y espero que de verdad conozcas los lugares donde van las mejores mujeres.

El otro soltó una risa también.

—Está bien, ya sabes dónde estoy, así que sólo date prisa.

Cortó y se terminó el trago. ¿Qué estaría pasando con Miranda? Si bien era cierto que ahora no le preocupaba lo que pudieran pensar de él en esa ciudad a la que no pensaba regresar, aún seguía pensando en ella, en la forma tan extraña en la que se había comportado desde que se volvieron a ver. Pero no, era demasiado riesgo regresar a cara descubierta cuando existía la posibilidad de que el traidor estuviera al acecho, esperando la más mínima posibilidad de vengarse en contra de quien lo había puesto contra las cuerdas. Tenía dinero suficiente para hacer las cosas que quisiera, inclusive comenzar un negocio ¿qué tal si se aliaba con Marcus? Tal vez no se trataba del estilo de vida que le gustaba para ocuparse de manera permanente, pero no por eso iba a dejar la oportunidad: esos ochenta mil dólares debía aprovecharse, invertirse de modo de rendir numerosos frutos, y si en el camino tenía que hacer un alto para luego, por ejemplo, instaurar su propia agencia de diseño, bien podía esperar.

3

Steve se quitó la bata y entró desnudo en el jacuzzi; la chica de largo cabello castaño oscuro estaba ya sentada en el otro extremo, sus pechos asomaban al nivel del agua, meciéndose al compás de las burbujas que subían de forma acompasada.

—Estás hermosa.
—Y tú no estás nada de mal —replicó ella dando una mirada apreciativa—. Parece que vamos a entretenernos bastante por aquí.
—No espero menos de esta situación.

Se acercó a la chica y la abrazó, mientras se besaban apasionadamente; las manos de ella recorrieron su espalda y lo sujetaron con firmeza por las nalgas “entonces a esta chica le gusta jugar fuerte” se dijo mientras acariciaba los pechos con suavidad, dedicando cada gesto con el máximo de atención. Poco a poco pasó los besos de los carnosos labios al cuello, y desde ahí fue bajando, dejándose llevar por la pasión y el sentimiento de libertad que ahora lo embargaba; perder todo o que tenía había sido un golpe, pero recuperarlo, y más aún tener más que antes, era un golpe de adrenalina, y estaba procurando que en esa reunión pudiese descargar todas las energías que tenía resguardadas. La chica lo tomó del cuello mientras hablaba con un susurro ahogado, intenso como el sentimiento que a él lo embargaba.

—Deja esas sutilezas para más tarde.

Lo empujó hacia abajo, obligándolo a sumergirse del todo. Buceó y se concentró en la ingle de ella, produciendo espasmos de placer que confirmaron que ella estaba por completo dispuesta a entregar el máximo de placer; mientras se deleitaba con el juego bajo el agua, sentía las manos de la mujer acariciando su espalda, y decidió emerger y tomarla con fuerza controlada, haciendo que se montara a horcajadas sobre él.
En ese momento sonó su teléfono móvil.

—Contesta.
—No es importante —replicó besando su cuello.
—Pero es molesto —dijo ella apartándolo un poco— ¿quieres que me concentre o no? No voy a estar con ese tipo de música de fondo.
—Está bien, está bien.

Salió del jacuzzi y se envolvió en la bata; al alcanzar el móvil, notó que era una llamada de un número que no conocía, que había alcanzado a cortar tres veces en los escasos segundos. Contestó sin mucho ánimo.

— ¿Hola?
— ¿Steve?

Era Marcus.

—Escucha Marcus, no es buen momento en realidad.
—No tengo tiempo de explicarlo —dijo el otro sin un ápice de alegría en la voz—. Sucedió algo y no sé qué hacer.
— ¿Por qué me llamas de este número?
—Escucha, La señora Miscoe acaba de llamarme desde Gotham, dice que todo es un caos allá.
—Marcus…
—La noticia de tu desaparición ya corrió por los alrededores de la casa de tus padres; no sé cómo me contactó, tal vez como tiene alma de periodista terminó por enterarse que yo estaba en la ciudad, no lo sé. Pero me acaba de decir que tu padre falleció.

Se quedó un momento sin contestar ¿por qué tenía que ser justo en un momento como ese? Debió haber borrado su número tan pronto como regresó a New york, pero ahora que habían dado con él, tendría que mantener la farsa hasta el final.

—Steve ¿estás ahí?
—Sí. ¿Sabes qué sucedió?
—Lo único que sé es que fue un infarto —replicó el otro—. Le dije a la señora Miscoe que no sabía nada de ti, e hice toda la farsa de sorprenderme por lo del rumor de tu ataque; no puedes seguir desaparecido.

Suspiró. Un problema menor si lo consideraba en términos generales, ya tenía tomada la decisión de no regresar, ahora tendría que volver a terminar con el papeleo. Pero quizás resultara mejor así, de paso podría averiguar qué pasaba con Miranda sin llamar mucho la atención, y al mismo tiempo dejar todo sellado para siempre.

—Tienes razón amigo. Escucha, no digas nada si esa mujer vuelve a llamar, iré para allá.
—Escucha, yo…lo siento.
—Lo sé, gracias.



Próximo capítulo: En el principio, está el final