Por ti, eternamente Capítulo 1: Un nuevo inicio




—Tengo que aprovechar éste día, así que más vale que salga de una vez.

Víctor estaba en su cuarto terminando de vestirse cuando pasaba de las once de la mañana; era un hombre joven, de solo 24 años, de alrededor de 1.75 de estatura, atlético  y de cuerpo delgado.
Estaba consciente de no ser el prototipo clásico de belleza masculina, sobre todo en una época en que los músculos estaban de moda; a veces pensaba que en Europa sería una auténtica belleza, pero eso no lo deprimía. Era saludable, de cabello castaño corto que en ese día llevaba húmedo y desordenado, y brillantes y expresivos ojos color miel; sabía muy bien que, aunque físicamente no era nada espectacular, lo suyo iba por el lado de la seducción, en ser interesante, tener conversación, escuchar y por supuesto mirar. Mirar siempre era su principal arma.

— ¿Hola? Javi, ¿Ya están en el centro comercial? Genial, llego en un rato.

Cortó y se dio una última mirada al espejo; ese día tenía libre de su trabajo en la tienda de ropa, y después de dormir un poco hasta tarde, tenía cita con su grupo en el centro comercial, y si las cosas salían como esperaba, probablemente la tarde la tendría ocupada en algo mucho más personal.

—Muy bien Víctor —se dijo admirándose, divertido— y vas de blanco para parecer un palomito desamparado, es lo mejor para que Marina caiga rendida ante ti.

Tomó el celular, se lo guardó en el bolsillo junto con las llaves y salió inmediatamente.

Poco después, Víctor llegó al centro comercial y se reunió con sus amigos.

—Cómo estás Víctor?
—Maquinando algunas cositas Benjamín —sonrió saludando a todos— hoy quiero que sea un día muy especial.

El Boulevard del centro comercial Plaza Centenario era muy visitado por jóvenes en época primaveral, y desde hacía tiempo se había vuelto un sitio para conocer y buscar nuevas conquistas, exactamente a lo que iba Víctor ese día Miércoles.

— ¿Y cuál es tu idea?
—Marina mi querido Benjamín.

El otro dio un silbido.

— ¿La que trabaja en la tienda de electrónicos, la prima de Carlos?
—Sí.
—Estás tratando de volar bastante alto, esa chica es muy quisquillosa.

Pero Víctor no estaba preocupado.

—Es clienta en la tienda de ropa, así que he estado hablando con ella y logré que hablemos de fuera, tengo preparado el camino.

Selina  se acercó y lo saludó cariñosamente.

—Hola. Oye, te tengo malas noticias.
— ¿Qué pasó?
—La señora que tenía en arriendo los departamentos me dijo que sin aval no arrienda, ni aunque sea recomendado mío, y el depa que le queda lo estará arrendando ésta semana.

Víctor se encogió de hombros.

—No importa Selina, pero muchas gracias igual.
—Tendrás que seguir en tu cuarto.

Víctor arrendaba un cuarto en un pasaje interior hacía tiempo; era un lugar relativamente pequeño, tenía baño independiente y una cocina en donde literalmente cabía solo una persona de pie y sin moverse mucho, pero tenía un precio inmejorable y era un lugar bien ubicado. De cualquier manera ya era más grande, tenía algunos ahorros y quería irse a un lugar más grande, además que así podía llevarse a alguna conquista con más facilidad y sin cuidarse de mirones.
Compartir con su grupo de amigos de trabajo se había vuelto una costumbre, todos se conocían y habían trascendido lo estrictamente laboral.

—Si —comentó entre risas— con ésta tenida salgo inmediatamente para la iglesia. Oye pero...

En ese momento sonó su celular; se apartó un momento para escuchar mejor y contestó.

—Hola.
—Víctor, ¿eres tú? Soy Magdalena.

Tan pronto escuchó la voz la reconoció; no podía olvidar ese acento indefinible, esa voz suavemente rasposa, de Magdalena.

— ¿Eres tú Magdalena?

Era una pregunta tonta, ya sabía que era ella, y sonrió tontamente al hablar.

—Víctor, necesito verte.

Al escucharla hablar de nuevo, notó dos cosas: una, que su voz no era lo fresca y natural de antes, y lo otro, algo que nunca había escuchado de ella, miedo.

—Que sorpresa —dijo sin mucha convicción— ha pasado bastante tiempo.
—Víctor, necesito verte —insistió ella pasándose por alto el comentario de él— necesito verte ahora mismo.

Había un tono de urgencia, una desesperación en su hablar, que de inmediatamente lo hizo sentir angustia.

— ¿Qué sucede Magdalena?
—No puedo decírtelo por teléfono, por favor.

Que Magdalena lo llamara ya era extraño, pero que hablara de esa manera volvía todo mucho más complejo; frunció el ceño. Nunca podía decirle que no a una mujer atractiva, y ella estaba entre las primeras cinco.

—Está bien, si es tan urgente, podríamos vernos a la tarde.
—Tiene que ser ahora.

De acuerdo, eso era más raro aún, pero optó por saltarse esa insistencia.

— ¿Dónde estás?
— ¿Te acuerdas de esa plaza donde íbamos a veces?
—Claro, la plaza...
—No lo digas —lo interrumpió súbitamente— no tienes que decirlo por teléfono.
— ¿Pero por qué no?

La voz de ella tomó una nota más apremiante, que lo hizo cortar sus palabras.

—Solo necesito que llegues. Desde esa plaza a veces íbamos a comprar bizcochos a una pastelería, ¿lo recuerdas?
—Sí.
—Ve a ese lugar, y llámame otra vez.
—Está bien pero...

La llamada se cortó. Víctor había conocido a Magdalena hacía un año y cuatro meses en una fiesta, y la química fue instantánea; Magdalena era una mujer de mundo, inteligente, sumamente atractiva y decidida, el tipo de mujer que a él en particular le atraía muchísimo, y si a eso le agregaba que dentro de un grupo de tipos atractivos se había fijado justo en él, el panorama era completo; por desgracia ella tenía una serie de conflictos familiares sobre los que no le gustaba hablar, y terminó por desaparecer de todas partes; inicialmente se sintió bastante ofendido por lo que estaba pasando, pero optó por olvidarse y quedarse con el buen recuerdo. Y ahora lo llamaba con ese tono de urgencia, ¿por qué así, por qué en ese momento?

— ¿Oye a dónde vas?
—Vuelvo al rato —comentó mientras se alejaba— tengo que ver un asunto, después nos vemos.

A él mismo le parecía todo muy extraño, pero mientras la curiosidad crecía, decidió ir para descubrir de qué se trataba, a fin de cuentas era su día de descanso y por lo demás no iba a quedarse con miles de ideas en la cabeza ante una llamada de ese tipo de alguien como ella.

                2

Siguiendo las instrucciones de Magdalena, Víctor llegó a la calle Asturias, y caminó hacia donde Magdalena le había indicado; mientras caminaba, recordó como hace un tiempo, cuando estaban saliendo, se juntaban en la plaza  de ahí caminaban hacia la pastelería, y compraban bizcochos con crema y chocolate. Era la parte inocente, lo más cercano a un noviazgo que tenían, a pesar de que la mayor parte del tiempo estaban en fiestas y desde luego jugueteando en algún motel. Todo eso era muy raro, incluso que de pronto ella decidiera contactarlo por alguna pasión antigua, no tenía sentido, más aún porque ella no era ese tipo de chica; marcó de vuelta el número.

— ¿Magdalena?
— ¿Ya llegaste?
—Sí.
— ¿Puedes ver una antena con el extremo rojo?

Víctor se sintió jugando a las escondidas.

—Este... si, la veo.
—Es en la casa de junto, donde no hay plantas. Solo entra.

Cortó nuevamente, sin esperar respuesta; ya era extraño, no podía evadir el tema, ella realmente se escuchaba extraña, como asustada, ¿qué era lo que estaba sucediendo?  Sin esperar más, el joven avanzó casi cinco cuadras, hasta que se encontró frente a una descuidada casa sin jardín. La puerta estaba entreabierta.

— ¿Magdalena?

No hubo respuesta; siguiendo la instrucción, Víctor entró al lugar, entendiendo cada vez menos, sin comprender cómo es que precisamente alguien como ella estaba en un lugar así, en una casa a maltraer y que a la vista no estaba siendo mantenida. Una vez dentro de la casa se encontró con una sala desprovista de muebles, sin iluminación, aunque por contra de cómo se veía el exterior, estaba limpio, y la única mesa y silla estaban justo en el centro, y a pesar de no haber papel tapiz ni alfombra o suelo, las paredes desnudas y el cemento estaban limpios. Era como un lugar pobre pero decente, pensó con algo de vergüenza por sentirlo de esa manera, sobre todo porque le recordaba al hogar en donde había estado de adolescente.

—No sé qué estoy haciendo aquí...

Se sentía progresivamente más nervioso, aunque claro, ahí no había nada para asustar, solo era un sitio vacío, casi como una casa antes de ser ocupada por primera vez; por supuesto ahí había alguien. Avanzó unos pasos más, y se encontró con un pasillo muy corto, que conducía a dos puertas, una blanca que era evidentemente del baño, y otra oscura de madera que estaba entreabierta.

—Magdalena, soy Víctor...

No dijo nada más, era absurdo sentirse angustiado, de hecho era ridículo estar ahí, pero aunque racionalmente lo sentía, no se detuvo, y entró en la habitación.

—No... no puede ser...

Tan pronto entró en el lugar, fue como si hubiera sido transportado a una escena de una película. Con los sentidos azotados por lo que estaba viendo, el joven retrocedió un paso, sintiendo las piernas frágiles y temblorosas, y tuvo que sujetarse de la puerta para no caerse.

Solo en ese momento, al ver, entendió por qué la voz de ella se escuchaba tan trastornada por teléfono, y de alguna manera comprendió el motivo de su llamada, la razón de su presencia ahí.

— ¿Magdalena... qué te ocurrió?

La escena escapaba por lejos a todo lo que hubiera imaginado en algún momento desde la llamada o en el trayecto; en la habitación, sobre la cama, estaba Magdalena, aunque a decir verdad la persona que estaba viendo no parecía realmente ella, era como un fantasma de la exuberante mujer que tenía en su memoria.

—Oh, no...

Se sentía completamente idiota, no lograba reaccionar ni articular palabra, solo estaba allí mirando a esa mujer, a esa que era y al mismo tiempo no era Magdalena. A pesar de su juventud, se veía extremadamente delgada, su rostro contraído por la delgadez, los ojos hundidos en las cuencas, la piel pálida y sin color, el cabello antes abundante cayendo opaco y sin vida sobre los hombros; tenía sobre el cuerpo un sencillo vestido largo tejido de color blanco piedra, y permanecía muy quieta recostada sobre una cama de una plaza con cobijas en distintos tonos de castaño y violeta.

—Creo que esto no te lo esperabas. Hola Víctor.

Su voz era débil, y no tenía que preguntarse por qué, aunque a partir de ese momento empezaban a surgir nuevas incógnitas en su mente.

— ¿Que... qué te ocurrió?
—Estoy condenada a muerte.

No lo dijo con una inflexión especial en la voz, más bien parecía simplemente respondiendo una pregunta; Víctor sintió nuevamente el cuerpo lívido, y se mantuvo sujeto de la puerta, evitando caerse, sin comprender del todo lo que estaba escuchando o viendo. Nada tenía sentido, estar ahí, verla en ese estado, escucharla hablar de ese modo, ¿por qué él mismo estaba ahí, por qué en ese momento?

— ¿De qué estás hablando Magdalena?  Yo... yo no entiendo nada...

Ella se incorporó un poco para quedar semi sentada en la cama, aunque se notaba que hacerlo le llevaba un gran esfuerzo; lo miró directamente, y por un instante pareció que sus ojos estaban llenándose de lágrimas, pero el instante pasó y ella suspiró antes de continuar.

—Víctor, no sabes por lo que he pasado...

Él seguía ahí, en el umbral de la puerta, sujeto al pomo para evitar caer de la impresión, tratando de procesar algo de todo lo que lo estaba bombardeando sin cesar, porque a medida que los instantes pasaban, las preguntas no hacían más que aumentar.

— ¿Qué te pasó?
—Lo que estás viendo de mi —replicó lentamente— es el resultado del cáncer; ésta enfermedad se ha llevado casi toda mi vida.

Cáncer. En su diccionario, la palabra cáncer era sinónimo instantáneo de muerte, y la apariencia de ella cuadraba dramáticamente con ese concepto; pero aún con esa respuesta inicial no ayudaba en nada a entender todo lo demás.

—Cáncer —repitió estúpidamente— pero tú, es decir...

Ella levantó levemente una mano para hacerlo callar.

—Entiendo que debes estar haciéndote muchas preguntas ahora, pero estoy demasiado débil como para contestarlas todas, prefiero contarte las cosas de la forma más clara que pueda.

Víctor guardó silencio, aún sin procesar correctamente lo que estaba presenciando.

—No sé cuándo comenzó exactamente, pero debe haber sido hace tiempo, solo que jamás tuve ningún síntoma, te lo aseguro; quizás algo de cansancio, pero todos nos cansamos alguna vez, eso no era motivo para sentirme preocupada. Las cosas cambiaron cuando descubrí que estaba embarazada.

¿Embarazada? Víctor sintió que la habitación le daba vueltas, solo ellos dos ahí, a lados opuestos, una ampolleta pendiendo solitaria del techo, silencio alrededor.

—Supongo que por lo mismo las cosas se complicaron desde el principio. Cuando comencé a sentirme mal fui a revisarme, y descubrí que tenía  poco más de tres meses de embarazo, pero lo grave vino cuando la doctora me dijo que mis exámenes estaban complicados y me pidió otros más; nunca había tenido problemas de salud, pero sabía que unas tías habían tenido embarazos complicados y en el fondo no le di mayor importancia. En cierto tiempo me notificaron la terrible noticia, un cáncer estaba alojado en mi cuerpo y el diagnóstico era muy malo, tanto así que la doctora dejó todo en mis manos; para cuando tuve el diagnóstico tenía más de cinco meses de concepción, pero lo principal es que el cáncer estaba tan avanzado que ya no se podía realizar ningún tratamiento invasivo sin matarme en el intento, y el embarazo ponía en riesgo tanto mi vida como la de mi bebé. Los dos estábamos condenados.

Entonces eso quería decir que el embarazo había terminado en...

—Y entonces...
—Ninguno de los dos tenía esperanza —explicó ella débilmente— aunque había una posibilidad de prolongar mi vida si detenía el embarazo, pero ni siquiera eso era seguro porque mi enfermedad estaba muy avanzada. Ahí empecé a deteriorarme más rápido, pero no fue el único problema. ¿Recuerdas que te hablé de mi familia?

La familia, claro, esa era otra de las interminables preguntas que se agolpaban en su cabeza.

—Dijiste que no querías tener ningún tipo de contacto con ellos. Pero nunca me dijiste muy bien por qué.

Magdalena tuvo que hacer una pausa por un acceso de dolor; un momento después siguió hablando, pero más débilmente que antes.

—Lo que te dije es cierto, lo que nunca te dije es cuál era la razón principal; mi apellido no es Torre, es De la Torre. El mismo apellido de la familia De la Torre.

Aunque creía que no podía estar más sorprendido, descubrió que sí era posible; el apellido De la Torre era sumamente conocido en el país y sobretodo en la Ciudad. Una familia que desde hacía años gobernaba varios sectores peligrosos, financiando grupos armados, delincuentes y ladrones, sin que nunca se le hubiera probado nada; era casi un mito urbano, una especie de mafia tan bien llevada a cabo, que las autoridades y la policía nunca lograban probar nada de lo que se les acusara.



Próximo capítulo: Todo o nada

La traición de Adán capítulo 15: Confusión



–Adán.

El aludido estaba en la recepción de la galería cuando escuchó la voz de Carmen el Lunes por la mañana. Extraño, pero decidió ir de inmediato.

–Permiso.
–Acércate.

Parecía haber recuperado algo de su aplomo habitual, aunque no del  todo. Junto a ella estaban los dos cuadros cubiertos, entonces quería decir que la espera había terminado.

– ¿Lo lograste verdad?
–Desde luego –replicó ella orgullosa– solo necesitaba encontrar la frecuencia, y ahora lo terminé. Observa.

Descubrió los dos cuadros y Adán se quedó atónito ante ellos; Carmen había conseguido replicar el efecto del segundo cuadro, dándole otra vez al Regreso al paraíso un aspecto irreal. Nuevamente las texturas se mecían suavemente ante  los ojos, otra vez el lienzo se veía igual que una imagen viva, donde la piel del humano parecía respirar y el cielo mismo moverse de manera constante.

–No puedo creerlo...

Pero no era lo mismo. De alguna manera, la artista había conseguido terminar una pintura con la que el efecto era el mismo que el de su predecesora, pero el resultado era completamente diferente; Regreso al paraíso era un festival para la vista, una imagen mágica que despertaba la sensibilidad de quien la viera, y producía calma y armonía interior, mientras que esta nueva segunda pintura hacía que el producto fuese convulso, y que las emociones que despertara fueran la confusión y la angustia. Bello como un cielo cubierto de nubes y relámpagos, tormentoso como estar a merced de aquellas descargas.
¿Qué es lo que había hecho?

– ¿Lo ves? –dijo Carmen llena de entusiasmo– lo conseguí, tengo al fin la fórmula y pude rehacerlo, ¿te das cuenta? Es como si nunca hubiera pasado, como si estuvieras viendo otra vez el mismo resultado.

Adán  desvió un momento del cuadro la mirada y la miró. No estaba bromeando, realmente estaba convencida de que era lo mismo. ¿Acaso no se daba cuenta de lo que estaba pasando? Cerró los ojos y volvió a mirar, pero sucedió lo mismo, otra vez el efecto fue tan atormentado como antes, es decir que la artista si había logrado replicar el estilo y el fondo del cuadro, pero, usando sus propias palabras, plasmándolo en otra frecuencia totalmente distinta de la otra pintura. No terminaba de entender cómo es que lo había hecho, pero si tenía que definir lo que estaba pasando frente a sus ojos, podría decir que el segundo cuadro original había sido hecho por alguien que sentía el más profundo amor, y este que tenía frente a si por alguien que sentía odio o dolor.

–Estoy sorprendido Carmen.
– ¿Creíste que  no podría?

Si le decía lo que estaba pensando, había una gran posibilidad de que ella se lo tomara mal o que entrara en trance nuevamente, y dadas las circunstancias no podía arriesgarse a algo como eso; en esa situación el silencio sería su mejor aliado.

–Pensé que te tomaría mucho más tiempo.
–Estuve  preocupada al principio –replicó ella– supongo que influyó la forma en que sucedió todo en esa inauguración y lo de antes, pero tan pronto como me tranquilicé el pincel y los colores se movieron por si solos; quiero que la inauguración sea mañana a las diez de la noche.
– ¿Mañana? Tal vez deberías esperar un poco.
– ¿Y para qué? Los medios no estarán interesados para siempre, ahora que aun todos están preguntándose qué diablos pasó, les entregaré la exposición y tendrán muchísimo de que hablar.

Claro que tendrán de que hablar, pensó él, pero no lo dijo.

–De acuerdo, entonces me retiro, tengo que programar todo en tiempo record.
–Confío en ti.

Salió del taller dejando a una orgullosísima Carmen, y fue directo a la recepción; justo cuando menos lo necesitaba, se daba esta situación, y no podía sacarse de la cabeza la misteriosa nota. ¿Quién podía haber descubierto algo? No lo creía posible, sabía que había sepultado todo por completo, pero también existía  la posibilidad de que alguien quisiera tender un caza bobos, pero sea como fuere necesitaba investigarlo con delicadeza y con la inauguración otra vez encima, se vería obligado a posponerlo. Tomó el teléfono para comenzar  nuevamente a gestionar al personal  y a los medios.

Mientras, Pilar había ido a la casa de su amiga Margarita a tomar desayuno, pero ya estaban en el ordenador dedicadas a las labores detectivescas que ella se había propuesto.

–Empecemos por aquí –comentó Margarita– dime exactamente qué fue lo que pasó, palabra por palabra.

Pilar ya sabía que no tenía alternativa, así que comenzó resignada.

–De pronto recibí la llamada de un desconocido – comenzó lentamente – eso fue en la tarde, mientras estaba en el centro comercial. No pude identificar la voz del hombre, pero me dijo con mucha seguridad  que me felicitaba por el excelente negocio que había cerrado y que a partir del día siguiente tendría ya acceso al dinero en mi cuenta personal. Le dije que estaba equivocado de persona porque no sabía de qué me hablaba, y me respondió que estaba todo correcto, recitó mi nombre y el nombre de mi  banco, la referencia de mi cuenta y me repitió que el dinero que se me había pagado estaba depositado y podría disponer de el  a partir del día siguiente.
–Y te cortó.
–Exacto. Mi primera reacción fue pensar que era una pitanza, pero me llamó la atención que tenía muchos datos míos, y por las dudas llamé a mi banco; ahí empezó la pesadilla.

Lo recordaba como si hubiera sido ayer, los ocho meses no habían cambiado nada. Se estremeció.

–Desde el banco me confirmaron el depósito en mi cuenta: sentí mareos al escuchar la cifra, eran muchos millones así de golpe. Pregunté de dónde provenía el depósito, y me dijeron que había sido ingresado en efectivo por un particular, Sergio Carmona, con el motivo de pago por venta realizada. No comprendía que era lo que estaba pasando, así que desde luego llamé a Micaela, pero no me contestó, tenía apagado el teléfono.

Margarita tomaba nota de cada detalle en una bitácora.

– ¿Qué hiciste entonces?
–Fui al antiguo taller de mi madre porque pensé que tal vez ella había hecho algún negocio a mi nombre o algo por el estilo, que quizás era por la cuenta que había puesto a disposición de ella por cualquier cosa o que se hubiera confundido algo, que se yo. Cuando me la encontré –prosiguió con angustia– fue tremendo, estaba enfurecida, jamás la había visto así, parecía que de un momento a otro iba a echarme las manos al cuello; ni siquiera estaba hablando con claridad, pero me gritó que era una traidora, que no quería volver a verme en su vida... me trató de mala hija, incluso dijo que maldecía el día en que me había dado a luz. Le supliqué que me explicara que estaba hablando, y entre sus gritos y sus maldiciones, dijo que jamás me perdonaría por haberla traicionado y vender la colección Cielo a Bernarda Solar.
–Cosa que por supuesto no hiciste. Continúa.
–Yo no sabía nada de eso y se lo dije, pero no me creyó y continuo gritándome que era la peor persona del mundo, y me dijo que no podía ser tan falsa de hablar con ella cuando en ese momento ya tenía el dinero en las manos. Intenté razonar y explicarle que no sabía nada de Cielo y mucho menos del origen del dinero, pero fue inútil. Al final la vi tan enfurecida que opté por irme de allí, y fui al departamento, estaba completamente confundida y no sabía qué hacer.

Las cosas solo empeoraban al recordarlas. Que inocente, que  estúpida.

–Si quieres nos tomamos un descanso.
–No – replicó respirando profundo – ya empecé, no cambia nada que lo diga todo de una vez o por partes. Como te decía, fui al departamento esperando que Micaela me ayudara en algo, estaba al borde de un ataque de nervios, pero eso fue solo para peor, porque ella si estaba allí, solo que ya estaba enterada y además estaba más furiosa que mi madre si eso era posible. De entrada me gritó que era una traidora.

Aún recordaba con claridad los gritos de Micaela por el departamento ¨eres lo peor, no sé cómo pude enamorarme de ti¨  ¨eres una ladrona, eres lo más bajo que he conocido¨

–Yo seguía sin saber qué pasaba y comencé a llorar, le dije que no sabía que pasaba y le expliqué lo de mi madre, esa extraña llamada y todo lo demás, pero fue inútil, Micaela no me escuchaba; le rogué, le supliqué que me escuchara, que me creyera, pero todo fue inútil, ni siquiera escucho mis palabras de amor, había tanta rabia y tanto desprecio que no parecía la misma persona que horas antes me amaba como siempre. Entonces intenté convencerla con argumentos, pero en ese momento me arrojó a la cara la copia de un contrato en donde se acordaba la venta de la colección Cielo a cambio de un enorme monto de dinero, a la propiedad de Galería Cielo, propiedad de Bernarda Solar.

Margarita frunció el ceño.

–Después vas a tener que mostrarme ese documento, pero ahora sigue, sigue.
–Me quedé sin palabras cuando vi mi firma en el contrato, y entonces entendí porque es que ella estaba en ese estado; nuevamente le supliqué que me creyera, que todo eso debía ser un error o algo hecho por un malintencionado, pero no funcionó, Micaela estaba cerrada  en las pruebas que tenía y no podía escuchar nada más; me quitó las llaves y me echó del departamento, me arrojó a la calle y me dijo que no volviera o me arrepentiría, y por cómo se veía, la creí capaz de hacerme algo. No sabía qué hacer ni adonde ir, estaba desesperada y ni mi madre ni Micaela  me querían entender. Creí hacer algo bueno y llamé al abogado de mamá.
–A Izurieta.
–Sí, lo llamé para pedirle consejo, pero él ya estaba enterado y  me dijo que no importaba lo que dijera porque los hechos eran irrefutables, y que si quería podía tomar acciones legales, pero eso pondría en todos los medios lo sucedido, con lo que destruiría la carrera de mi madre.
– Y te aconsejó salir del país.
–En realidad no fue eso –respondió Pilar– me dijo que mientras hablábamos, él estaba cumpliendo órdenes de mi madre y bloqueando mis contactos públicos, para impedir que pudiera trabajar, me estaban destruyendo la vida. Y no me quedó alternativa, saqué algo de dinero de la cuenta que me dejó papá y compré pasajes para salir del país.
–No debiste hacer eso, era como reconocer culpas, pero tampoco tenías a nadie y yo no estaba aquí.

La mujer se quedó muy seria, tratando de  controlar todo lo que quería decir; a su modo de ver las cosas, las personas que no confían en tus palabras no merecían tu atención, pero sabía que su amiga seguía esperando la aprobación de su madre aún con todo lo pasado, y  la ayudaría en lo que pudiera, aunque por dentro esperaba el momento de ver a esas personas aplastadas por la verdad. Como detestaba la injusticia.

–Ya, mira, tengo todo apuntado, así que nos vamos a poner a investigar. Lo primero, es como se enteró Micaela y tu madre de lo que supuestamente hiciste.
– ¿Y eso por qué?
–Ay mujer, porque alguien tuvo que decírselo, si ellas no estaban enteradas no iban a estar siguiendo tus negocios ni tus cuentas; la persona que les dijo es muy importante, también el tipo que hizo el depósito en tu cuenta.
–Pero esa persona podía ni existir, o podría ser un mandado.
–Eso no importa, más todavía si lo enviaron quiero saber  quién fue. ¿Sabes qué? Tengo la sensación de que Micaela es la clave de esto.

Pilar contuvo la respiración. Aún con la forma en que la había despreciado, no podía creer que ella tuviera tan siquiera algo de culpa.

– ¿Por qué lo dices?
–Por qué ella tenía el contrato. ¿A todo esto, lo tienes?
–Tengo una copia, pero está mecanografiada.
–Da igual. Mira, haremos esto, me das el contrato, yo hago unas investigaciones y tú vas a ir al banco de la dichosa cuenta. Por cierto, el dinero sigue ahí, ¿verdad?
–Jamás lo toqué.
–Eres un ángel. Como te decía, te vas al banco y preguntas por las grabaciones de las cámaras de seguridad del día del depósito, seguro que las tienen, y si no te las quieren mostrar les dices que vas a llamar a tu abogado o lo que sea, deja que crean que hay un delito detrás de todo esto y vas a ver cómo te ayudan.

Pilar suspiró hondó. Ya no iba a echar pie atrás.

Micaela estaba con algo de insomnio, así que sin mucho que hacer por la mañana se fue a la oficina de Esteban para hablar con él. Cuando llego al edificio vió a uno de los trabajadores de la obra saliendo por una puerta lateral.

–Qué extraño...

Sin saber muy bien por qué, quizás guiada por un presentimiento, decidió seguirlo, pero la voz de Esteban la distrajo.

– ¿Oye y tú qué haces aquí?
–Yo –respondió algo turbada– nada, me vine a molestar porque estoy con insomnio.
–Buena idea, así me ayudas con lo que estábamos hablando ayer. Además tenemos que hacer muchas llamadas, por lo menos yo voy a darle algunas instrucciones a mi banco.
–Tienes razón, creo que voy a hacer lo mismo, además que una de las primeras cosas que tuve que hacer al volver fue ir a mi banco porque tenían algunos problemas con mis datos.
– ¿Lo ves? Es mejor prevenir, vamos, necesito un café.

Entraron al edificio conversando, pero la imagen del trabajador le seguía pareciendo extraña; por ahora no diría nada, pretendía aclarar algo por las suyas para luego ver que hacer.

–Tenemos visitas.
– ¿Quién?
–Bernardo Céspedes, el hijo del dueño, ¿te acuerdas?
–Sí. Ay, estaba en la balacera baboseando por tu jefa, quizás viene a despedirnos.
–No lo creo, no hace ese tipo de cosas si no es con altos mandos, creo que Eva es lo más bajo que caerá, pero si está aquí seguro hay reunión de directorio, y estará ella también.
–Diablos, debí haber venido de traje.

Estaban atravesando la recepción directo a uno de los ascensores, cuando Micaela vió como entraba una mujer al edificio y la reconoció de inmediato; alta, de figura imponente, de cabello claro, actitud dominante y segura, caminando por ahí como si fuera su edificio.

– ¿Quién será esa mujer?
–Es Bernarda Solar –respondió Micaela sombríamente– lo que me pregunto es que hace aquí.

Vió como Bernarda saludaba amigablemente a Céspedes y este le devolvía el saludo. Al verlos subir juntos a un ascensor dedujo el resto.

–No puede ser.
– ¿Qué?
–Ella –replicó lentamente– está aquí porque es accionista de esta constructora.

Esteban sonrió incrédulo.

– ¿Qué? No, eso es absurdo Micaela, hace tiempo que no hay acciones a la venta, seguro tiene algún proyecto con nosotros.

Pero Micaela sabía muy bien como actuaba Bernarda Solar.

–No Esteban, ella es accionista o algo peor. Ella no sale de su palacio si no es para apropiarse de algo importante, eso quiere decir que la vamos a ver muy seguido de ahora en adelante.
–Espera, ¿tú la conoces?
–Es una empresaria conocida por absorber todo lo que  quiere para ella. Es dueña de una serie de empresas, y te aseguro que si  está aquí es porque ésta es la próxima.

Esteban no dijo nada, se limitó a ir directo a una secretaria de las antiguas y le hizo las preguntas correctas. Momentos después volvió cargado de noticias.

–Es increíble, acertaste a todo lo que dijiste, esa mujer va a estar en reunión de directorio, pero no pude averiguar más.
– ¿Puedes colarte en la reunión?
–No soy tan importante como para eso, pero ¿Por qué te parece tan importante?
–Me parece más bien preocupante. Pero que esté aquí y no sepamos nada no nos ayuda, tendríamos que encontrar alguna forma de saber más detalles.

A él ya le había picado la curiosidad.

–Espera, creo que puede haber una forma, hay una asistente que me debe un favor, haré que investigue por nosotros mientras entra a llevarles café o algo. ¿Hay algo en particular que queremos saber?

Micaela lo miró fijo.

– ¿Por qué estás haciendo esto?
–Porque es interesante y ya  no tengo mucha confianza en nada después de lo de ayer; confío en tu olfato. Entonces dime.
–Siendo así, solo queremos saber una cosa: que tan grande es la tajada que tomará de esta constructora




Próximo episodio: Errores en cadena