Aquel día 27 de Junio estaba convirtiéndose en el día más largo de la vida de Matilde. Mientras
entraba en la oficina del oficial Mayorga miró la hora en el reloj de la pared y se
sorprendió de ver que daban las
cuatro de la tarde, aunque en realidad pareciera que habían pasado décadas desde que las cosas estuvieran en
orden. Estaba en un estado mental difícil
de identificar aún
por ella misma en esos momentos mientras las cosas se sucedían alrededor.
–Siéntese por favor ¿quiere un café o algo para beber?
Matilde le aceptó café principalmente porque por momentos las
fuerzas la abandonaban y sentía
que iba a desmayarse; sin importar lo que estuviera sucediendo, no podía quedarse quieta ni detenerse, no
mientras las cosas siguieran ese curso tan extraño. Mayorga consiguió sacarla de la urgencia a pesar de las
protestas del doctor, y aunque se lo ofreció, la joven prefirió ir a la unidad a decirle toda la
información que mantenía en su poder antes de ver a Eliana y
Soraya; solo sabía
que la segunda estaba en observación
y que a la primera la mantenían
sedada a la espera de alguna evolución
y la llegada de su esposo.
–De
camino me estaba diciendo que ese hombre llamado Vicente también podría estar involucrado de alguna manera, o
que al menos eso es lo que usted cree.
El viaje no había tomado más de quince minutos, pero tan pronto
subir a la patrulla y sentirse, de alguna manera, en un espacio protegido,
comenzó a relatar los hechos
desde el momento de la internación
en urgencias luego del accidente con el delincuente, por lo que al llegar a la
unidad estaba casi terminando el relato más
antiguo de todo. Se dio cuenta de estar por primera vez hablando con total
claridad, entregando todos los datos, de la misma manera que lo haría con alguien como sus padres o su
hermana en un momento común.
En pocos minutos ya había
terminado de contar toda la historia.
–En
éstos momentos mi
gente está revisando información acerca de Antonio Salgado y Roberto
Medel, las personas de quien me pudo entregar algún dato más completo, y envié a alguien a la urgencia a ver si hay
algún tipo de novedad,
aunque lo más
probable es que ya haya algún
tipo de denuncia por la forma en que ustedes sacaron de ahí a su hermana más que otra cosa.
Matilde se terminó el café con más decisión que ganas y miró al policía, que mientras hablaba con ella hacía una serie de apuntes en una libreta.
–También la modelo, a fin de cuentas ella
tiene que ver con que yo haya llegado a la clínica en primer lugar, y es importante
hablar con el abogado que me acompañó
en la firma del contrato, tendría
que haberlo contactado temprano pero con todo lo que sucedió me fue imposible. Oficial.
–Cristian
–dijo él amablemente.
–Cristian
–concedió ella– usted dijo que Antonio estaba detenido
¿No van a soltarlo?
–No
se preocupe por eso, apenas recibí
esa información
envié uno de los míos a vigilarlo, está en un centro de urgencias, además sería difícil que saliera ya que por lo que sé, tiene una herida profunda en una
extremidad.
Matilde no lograba
sentirse contenta de saber a Antonio herido, pero sí tranquila al tener un medio por el
cual confirmar que ese hombre no andaba por ahí tratando de matarla. Pero entonces las
preocupaciones se desplazaban a otra persona.
–Hay
que encontrar a Medel y a esa gente que lo ayudó, tengo mucho miedo por mi hermana.
Mayorga la miró fijamente, dejando de lado por un
momento sus notas.
–De
eso quería hablarle, creo que
hay algo más en todo esto.
–
¿Qué quiere decir?
–Que
su historia es rara –dijo
sinceramente–
quiero decir, no veo por qué
motivo él hizo las cosas de
la manera que las hizo.
Matilde levantó las manos en gesto de impotencia.
–
¡Pero agredió a la doctora, estaba ahí con ellos llevándose a mi hermana, lo escuché diciendo que ya tenían lo que querían!
El oficial puso las
palmas por delante en gesto pacificador.
–No
estoy diciendo que usted me mienta Matilde. Escuche, vamos a partir porque yo
creo en lo que me dice, no tendría
nada en éste caos si no le
creyera.
–Pero...
–A
lo que quiero llegar es a que usted piensa que él está involucrado con el asunto de la clínica al igual que Antonio, pero al
escuchar su relato no me da esa sensación.
–No
lo comprendo.
Mayorga se puso de
pie y se acercó
a un pequeño diario de pared
donde había una serie de imágenes. Despejó un espacio y se hizo de unos círculos de colores.
–Usted
me dijo que cuando llegó
a la urgencia con su hermana, ella fue derivada con el doctor, que en un
principio la acusó
de consumo de drogas.
–Sí.
–Si
él ya estaba
involucrado en el caso –puso
un círculo detrás de otro para explicar los pasos de la
parte de la historia que estaba relatando–
no tendría sentido que le
dijera a usted que fuera a buscar más
información, mucho menos que
dejara espacio para que pudiera regresar.
–Pero
se llevó a mi hermana –dijo ella a la defensiva.
–Sí, pero a lo que quiero llegar es a que
no por ocurrir algo relacionado con la misma persona quiere decir que tiene la
misma motivación.
Medel pudo llevarse a su hermana cuando usted salió de la urgencia en las dos ocasiones en
que lo hizo, de hecho pudo borrarla de los registros, pero no lo hizo.
Matilde se cruzó de brazos sin estar convencida de
nada.
–No
lo sé, tal vez estaba
simplemente esperando el momento oportuno, y le resultó más
fácil salir de la
urgencia con ayuda que por sus propios medios.
–Porque
tal vez no tenía
pensado llevarla a otra parte desde un principio.
–No
sé a dónde quiere llegar.
El hombre se encogió de hombros.
–Yo
tampoco. Pero sí
puedo decirle que existe una posibilidad de dos móviles relacionados en vez de solo uno.
Piense en esto, si Antonio intentó
matarla, dos veces ¿Por
qué él no? En términos comparativos, Medel tuvo
infinitas oportunidades más
de matarla, tan solo tuvo que administrarle una dosis letal de cualquier
medicamento con un vaso de agua diciendo que era un calmante para sus nervios.
Y otra cosa más,
usted dijo que cuando llegaron a la chatarrería, fueron atacadas por al menos tres
hombres, lo que es casi igual a lo que dijo su amiga, pero por la forma en que
sucedió, no parece haber
sido planeado con anticipación,
o de lo contrario, por ejemplo, habrían
usado contra ustedes el arma que usaron después. Hay demasiadas cosas que no calzan
Matilde.
Visto de esa manera
tenía bastante sentido,
pero al mismo tiempo significaba agregar una serie de incertidumbres más.
–
¿Entonces qué?
–Lo
que creo –dijo él arriesgando mucho– es que el doctor vio que tenía en las manos algo que podía serle útil, y después de mucho pensarlo, tomó la decisión de hacer algo al respecto.
–La
doctora lo conoce –reflexionó ella– en teoría ella debería poder darnos alguna luz al respecto.
–Mientras
siga en cuidados intensivos no nos es de utilidad, de modo que tenemos que
concentrarnos. Usted dijo que él
le hizo muchas preguntas acerca del tratamiento ¿No es así?
–Sí. Supuse que era obvio ya que lo de la
clínica era algo fuera
de lo común.
–No
quiere decir que no lo sea. No sé
nada de medicina, pero sí
sé que las personas
pueden dejarse llevar por la ambición
y que usted y su hermana estaban involucradas con una clínica fantasma en la que le
administraron un tratamiento tan poderoso, que mientras fue aplicado hizo
cambios increíbles
en su piel. Tal vez pensó
que tenía un gran negocio en
las manos.
Sonaba bastante
sensato.
–La
verdad es que no puedo decir si es así
o no, siempre se mostró
tan ocupado del caso, que no creí
que...
–No
creyó que la traicionara –dijo él terminando la oración–
pero debe recordar que el caso es diferente a Antonio porque él era su amigo.
Iba a decir algo más, pero recibió una llamada en el teléfono de su escritorio.
–
¿Hola? Sí. No, te escucho. Muy bien, voy a pasar
por ahí tan pronto como
pueda, mientras tanto deben seguir con eso. ¿Cómo?
Si, algo escuché
de eso, pero no veo que tiene que ver con...
Se quedó muy quieto mientras escuchaba lo que
estaban diciéndole.
Algo malo, porque su expresión
cambió totalmente.
–
¿Estás completamente seguro de lo que me estás diciendo?
Por un momento miró a Matilde, pero desvió la vista de inmediato, aunque solo ese
instante bastó
para arrebatarle la poca calma que tenía.
–Está bien, entiendo. Escucha, de ahora en
adelante cualquier dato adicional de lo que les pedí, me avisas. No, a mi celular,
directamente. Gracias.
Cortó y se quedó un momento quieto, evaluando la forma
de decirlo, pero ya desde antes sabía
que no existía
forma de hacerlo bien, o siquiera menos impactante.
–Matilde,
tenemos que salir de aquí
inmediatamente, surgió
algo inesperado.
La joven se puso de
pie casi al mismo tiempo que él.
–
¿Qué pasó?
–La modelo Miranda Arévalo –dijo en voz baja, aun sabiendo que eso no cambiaría nada– su
verdadero nombre es Ariana De Rebecco. La encontraron muerta en su departamento
ésta mañana.
2
Sin
mediar mayores explicaciones ni preguntas, Matilde acompañó al policía fuera
de la estación y subió con él a su auto de servicio. El corto trayecto hasta el asiento del
automóvil fue pesado y vago, como si cualquier energía que
estuviera acumulando desde la conversación con Mayorga se hubiera mezclado nuevamente con miedo. La modelo
había sido siempre su última esperanza desde que la clínica desapareció, la
persona que podía darle alguna luz o método para encontrar a esa gente cuando más los
necesitaba. Y estaba muerta.
–Fue Antonio.
–Es improbable que haya sido él Matilde, estaba siguiéndola a usted, pero sí creo que todo está relacionado y que debo moverme rápido.
– ¿Por qué?
Porque
las personas alrededor de las hermanas estaban en riesgo latente, pensó el policía. Pero
no podía decírselo, al menos no de esa manera.
–Porque creo que su amigo debe darnos varias explicaciones, ya que
de todos los involucrados es el primero al que tenemos en nuestras manos. Tengo
una persona que está yendo ahora mismo al despacho del abogado que me nombró antes,
para que podamos realizar algún tipo de análisis al contrato. Usted se va a quedar en el auto mientras yo
interrogo a Antonio.
–Quiero estar presente.
Mayorga
negó con la cabeza. Qué parecidas eran en algunas cosas.
–De ninguna manera, es innecesario.
–Pero quiero estar –replicó ella con más fuerza– quiero mirarlo los ojos,
que me diga en mi cara por qué intentó matarme, quiero que me mire con la misma frialdad que fuera de
ese ascensor y me diga qué es lo que pretende.
Estaba
ahogada, con los ojos inundados en lágrimas, pero se contuvo. Antonio vio que era mala idea haberla
llevado con él, pero viendo las cosas como estaban era lo único que
se le ocurría. Patricia había sido secuestrada por un doctor después de
sufrir un ataque presumiblemente provocado por una falla en un tratamiento invisible
de parte de una clínica fantasma, un amigo de Matilde había tratado
de matarla en dos ocasiones y la modelo que le dio el dato de la clínica en
primer lugar estaba muerta. Era demasiado peligro como para dejarla por las
suyas o en la unidad policial, y lo peor era que la doctora Miranda y las
amigas de la joven estaban en sitios distintos, lo que dividía sus
fuerzas. Necesitaba armar un grupo de los más confiables, y no tenía tiempo
para lidiar con ella, de modo que optó por confiar en que la bomba lo le explotara en las manos.
–Escuche, no estamos en una situación de rutina ni mucho menos,
pero temo que si mis sospechas son ciertas, no sea solo ese hombre el que esté tramando
algo, no puede simplemente pedirle explicaciones, además no creo
que se las de tan fácilmente.
–Quiero verlo, por favor, no me deje fuera.
–Está bien, está bien –repuso él mientras giraba en una esquina– entrará conmigo,
pero bajo mis condiciones o la dejaré fuera.
Matilde
asintió.
–Está bien.
–Esto es lo que haremos –dijo tratando de sonar convencido, aunque no lo estaba–
entraremos a esa urgencia y usted entrará conmigo, pero no dirá ni una palabra.
–Pero...
–Ni una –recalcó él– quiero ver cuál es la reacción de él al verla viva y entera, no una escena de recriminaciones; verla
serena podría servir mucho más como efecto en él, además recuerde que está herido y detenido, es decir que no tiene el poder como antes. Le
aseguro que le preguntaré por qué lo hizo, qué tiene que ver con Patricia y con la clínica,
pero necesito que me ayude con eso.
La joven
asintió resignada. No sería fácil callar lo que pensaba de Antonio, pero seguiría las
instrucciones de Mayorga, se lo debía después de confiar en ella.
–Estoy de acuerdo.
Minutos
después llegaron a una urgencia diminuta y cuyo estacionamiento ya
anunciaba que no era un día común: un par de patrullas estacionadas vigilaban todo. El oficial
intercambió algunas palabras con los otros y entró delante
de ella, tras lo cual los dos siguieron hacia el interior. Fuera del pequeño cuarto
un oficial saludó escuetamente.
–Pase.
–Gracias.
Al
entrar, Matilde se encontró con un Antonio en un estado que no se habría
esperado. Despojado de la ropa, cubierto por la sabanilla blanca, tendido
impotente sobre la camilla con la pierna derecha con vendas y apósitos,
pero sonriente ante la visita.
–Matilde.
Al
escucharlo sintió ganas de echarle las manos al cuello ¿Por qué se reía de esa
manera? ¿Acaso no entendía lo que había provocado?
–Soy el oficial Mayorga –dijo Cristian con un asentimiento de cabeza– Antonio
Salgado, usted se encuentra bajo arresto por intento de homicidio.
–Qué gusto ver que estás bien –dijo el hombre de la camilla ignorando las palabras del policía– pero eso
no te va a durar mucho.
–Estoy hablando con usted –intervino el policía con más fuerza– no haga como que no me escucha.
Antonio
desvió lentamente la mirada hacia él.
–No quise ser descortés.
– ¿Por qué motivo trató de matar a Matilde?
–Para salvar mi vida.
– ¿De quién?
El hombre
se encogió de hombros.
–De la gente de la clínica ¿De quién más?
Próximo capítulo:
Palabras muertas