No vayas a casa Capítulo 19: Comencé a oír




Cuando apagó el teléfono, sintió que había cortado una cuerda que hasta ese momento lo había mantenido atado y seguro a la tierra; Iris y Benjamín, su relación con ambos, era lo que lo mantenía con los pies en la tierra, pero al mismo tiempo se trataba de un camino conductor del riesgo, algo que no podía permitirse. Recordó cuando golpeó a su esposa en medio de jugueteos sexuales, y se preguntó si quizás eso también tenía que ver con la voz que amenazaba su tranquilidad ¿Quién era, por qué hacía eso, cuál era su fin último, dónde estaba? Eran demasiadas preguntas sin respuesta, y para las que no tenía el tiempo suficiente, porque estaba seguro de que volvería a escucharla, y en tal caso, volvería a ser asediado por los horribles dolores. Se sentó, agotado, en el asiento del conductor, y buscó en el compartimiento hasta que encontró una botella con un poco de agua, la que estaría tibia y con mal sabor, pero de todas formas sería mejor que lo que sus papilas gustativas sentían en ese momento; se enjuagó la boca, y luego bebió un poco del líquido transparente, dejando que pasara por la garganta lacerada por sus gritos y los vómitos, hasta asentarse. La situación era surrealista, increíble desde todo punto de vista, pero él sabía que era así, que no estaba siendo víctima de ningún tipo de locura; resultaba extraño, entonces, sentir un miedo tan atroz ante el hecho de saberse cuerdo, pero era explicable porque significaba que estaba bajo el influjo de algo mucho más grande que él.
Estaba pensando con demasiada lentitud, tenía que hacer un esfuerzo por sobreponerse al cansancio y los dolores y ponerse en acción; jamás había sido supersticioso, pero llegado a esa instancia, lo único que se le ocurría era recurrir a alguien que pudiera ver algo que él no, con otros ojos.
Cuando se miró en el espejo retrovisor, no pudo evitar una exclamación de sorpresa: si se viera a sí mismo en ese momento, de seguro pensaría que había sido golpeado por una pandilla de delincuentes, teniendo las ojeras muy marcadas, los labios resecos con una lesión en el inferior, además de los golpes en la frente, que habían causado un hematoma y algunos cortes superficiales menores. No importaba, su apariencia era lo menos relevante en ese momento. Haciendo memoria, recordó que había una persona a quien podía recurrir por esos asuntos; al poner las manos en el volante vio que sus dedos temblaban, pero apretó con fuerza y se dispuso a conducir.


2


Los secretos eran parte de la vida de las personas, pero no de la suya; su vida, en realidad era un secreto ya que no existía voz con la que expresar sus sentimientos. Para el resto, para quienes estaban alrededor, sólo era una especie de cascarón vacío, alguien de quien compadecerse, a quien dedicar algo del tiempo sobrante, con quien divertirse o incluso usar de experimento. Pero nada más.

Tanto tiempo dentro del encierro, y a la vez dentro de esas paredes, en ese sitio cerrado, confabularon para que el sentimiento fuera creciendo más y más. En un principio, mucho tiempo atrás, todo fue silencio, y esa horrible oscuridad; cuando los rayos de luz penetraron esa barrera intocable, supo lo que era la voz, el sonido y todas las cosas, conoció, escuchó y en su interior quiso reír, hablar y contar, pero no fue posible. Algo había en su interior que evitaba que eso sucediera pero ¿Qué hacía esa diferencia? Desde luego que existía algo, pero no resultaba fácil interpretarlo, porque quedaba en falta un elemento, algo más que la voz que ya tenía conocimiento de su inexistencia.

Pero descubrió que aun en la cárcel en la que se encontraba, era posible hacer algo. Transmitía mensajes a través de los ojos, ojos suyos que eran como los de las personas a las que veía a su alrededor, ojos como los de él. Entonces, tras tiempo de luchar por comprender, entendió qué era lo que pasaba: nunca se había visto, porque las personas, todas ellas quienes estaban afuera, podían ver su reflejo en un espejo, un sencillo pero poderoso artefacto que les decía cómo eran. Así como ya sabía que las personas eran, en apariencia, distintas,   también supo que no podían verse por completo a sí mismas, sólo las extremidades, y recurrían a los espejos para identificar el resto ¿Cómo era en apariencia? Sabía cómo era por dentro, pero no en el exterior, y eso fue, poco a poco, haciendo mella en su interior, en todo lo que era; los otros tenían voz, movimiento, y además, la posibilidad de saber cómo eran por fuera ¿Hasta eso se le negaba? ¿Era una especie de ser de segunda categoría, sin la dignidad suficiente para que alguien le prodigara aunque fuese un poco de atención real?


3


Sofía Tisnados era una experta en terapias alternativas; su rango de conocimiento iba desde la fluoroterapia, hasta el dominio del reiki a la hora de regular el orden dentro de una casa para promover el buen flujo de energías. En su juventud había sido habitual en charlas motivacionales, encuentros de personas que buscan salidas a enfermedades dolorosas, y al mismo tiempo una conocedora de la personalidad humana en profundidad; Vicente la conocía, al menos de forma superficial, desde la época de la universidad, cuando ella dictaba algunas clases de auto superación, y él tuvo que asistir para validar ciertos trabajos no tan bien realizados por él y su grupo de trabajo. Nunca había creído en supersticiones, pero Sofía era una mujer mucho menos mística de lo que sus créditos pudieran anticipar, ella creía con firmeza que todas las terapias no oficiales o aceptadas por la ciencia tenían una base lógica, algo que las sustentaba y podía explicarse, más allá de la fe. Vicente tomó un gran respeto por ella, y se enfrascó en una serie de largos debates extra académicos, en donde contrarrestaban conocimientos y experiencia adquirida, los cuales fueron de gran beneficio para él. En la actualidad, vivía en una casa alejada de la ciudad, hacia la salida poniente, justo a cinco kilómetros del gran casino Marquise, propiedad del extinto conde del mismo nombre; se trataba de una finca pequeña, entre dos más grandes, delimitada por unas sencillas vallas alambradas. La casa estaba en el centro, rodeada de un jardín muy bien cuidado, con docenas de pequeños lotes de flores multicolores y árboles en los extremos; Vicente estacionó el auto en el límite entre esa finca y la siguiente, procurando que pasara desapercibido, muy cerca de un árbol que con su sombra podría ayudar a que la abolladura en el capó se notara menos; de camino había hecho una parada muy breve junto a una llave rural, y se lavó la cara y los brazos, cosa que no cambiaría mucho su aspecto general, pero ayudaba a neutralizar en algo su desgraciada apariencia. Estaba buscando algún timbre o método para llamar, cuando la vio; lucía exactamente igual que hace más de diez años, una mujer robusta, saludable, de largo cabello castaño ceniciento y piel blanca, aunque no pálida; ella vio que alguien estaba en la puerta y volteó hacia él un poco el cuerpo, las manos ocupadas con algo que Vicente no atinó a saber qué era.

— ¿Señora Sofía?

Se trataba de una mujer que inspiraba respeto, no admiración, era probable que supiera mucho más que la mayoría de las personas de su edad, pero era sabia también en la utilización de sus conocimientos, por lo que nunca parecía demasiado satisfecha de saber, y en cambio a menudo sencilla en el trato.

—Disculpe, creo que no...

Mientras hablaba, se había acercado algunos pasos, el ceño un poco fruncido; entonces lo reconoció, y su expresión cambió a una de genuina sorpresa.

—Eres...creo que te he visto antes.
—Soy Vicente, nos conocimos en la universidad hace tiempo.

La mujer dejó aquello que tenía en las manos en un mesón, y avanzó por el camino demarcado por pequeñas piedras ovaladas, hacia la puerta.

— ¿Vicente?

Lo dijo más bien como una confirmación que como un reconocimiento; llegó hasta la reja que separaba el exterior de su terreno, mirándolo de un modo que podría ser escrutador, o crítico.

—En ocasiones no reconozco a las personas después de un tiempo.

No era un inicio de charla, era una afirmación; detenida del otro lado de la reja, resultaba casi cómico que el juego de sombras de los árboles la dejara a ella iluminada mientras que a él, en sombras.

—Tuvimos una serie de charlas en la universidad, tal vez no me recuerde.
—Te recuerdo, Vicente. Tuvimos una serie de conversaciones muy constructivas; esos fueron años muy intensos para mí, fue gratificante hablar con tantas personas, distintas a mí en muchos sentidos. Te recuerdo porque insistías en cuestionar todo lo que sucedía con lo que no puedes demostrar de forma científica.

Se trataba de un recuerdo muy específico; Vicente asintió ante la mirada de ella.

—Disculpe, sé que no nos hemos visto en años y que esto es extraño, pero necesito hablar con usted.
—Luces como si de verdad necesitaras hablar con alguien. Pasa.

Abrió la puerta e hizo ademán para que él entrara; recién en ese momento, al pasar el ficticio umbral del territorio de alguien más, es que el hombre se sintió como de seguro era visto por ella: maloliente, sucio, golpeado y cansado.

— ¿Por qué deja entrar a su propiedad a alguien a quien apenas conoce?

No supo por qué había hecho esa pregunta, pero sintió la necesidad de hacerlo, como si a través de la respuesta pudiera encontrar algo que hiciera que esa visita tuviera sentido. La respuesta de ella no se hizo esperar.

—Tal vez, aún después de todos estos años, no lo creas, pero hay cosas que se perciben más allá de lo que se ven. Siéntate ahí mientras sirvo un poco de agua, estoy segura de que te va a venir muy bien.

El lugar indicado era una sencilla mesa de madera rústica, rodeada por dos bancos del mismo material. Al sentarse, Vicente sintió el dolor en las articulaciones y los músculos, pero al mismo tiempo se percató del ambiente de paz que se vivía en ese sitio, a tan poco de la urbe, un ambiente del que se sentía por completo ajeno. Cuando recibió el vaso con agua, bebió con una cierta indiferencia, pero el líquido frío tenía algo en su interior, un sabor indefinible que hizo que se impregnara en su garganta al pasar y que generó una agradable sensación de tranquilidad. Esta pasó rápido, pero hizo cierto efecto.

—Ahora dime, qué es lo que necesitas de mí.
—Esperaba que usted pudiera decirme eso.

Lo dijo sin pensar, pero esas palabras no eran más que la verdad. Toda su vida se había ido por la borda ¿Qué es lo que esperaba salvar?

—Lo siento.
—No te disculpes —dijo ella sentándose frente a él—, es natural querer saber cosas, es parte de nuestra composición como seres pensantes.
—Es que... por un momento no supo qué decir. El riesgo de causar en otra persona algo que ya había sido hecho resultaba insoportable en esos momentos— Hay tantas cosas que quisiera resolver, pero estoy en el fondo de un pozo y no sé qué hacer.
—Tal vez podrías empezar por decir qué es lo que te está haciendo mal en este momento.

No podía decírselo; no podía seguir exponiendo a personas al influjo de ese agente.

— ¿Cómo puedo saber si hay algo malo en mí? Siento que hay algo horrible, una fuerza que me quiere destruir, y hacerle daño a los que más quiero, pero que no soy yo...
—Es alguien más.

La afirmación de ella, dicha con una voz calma pero segura, hizo que diera un respingo en el asiento. La miró, esperando encontrar una mirada de alerta, pero ella seguía impasible, como hace un instante.

— ¿Cómo...?
—Hay cosas que no son sencillas de explicar —repuso la mujer con tranquilidad; sus ojos oscuros se entornaron—, pero lo resumiré diciendo que la energía que emanamos como seres vivos puede sentirse, y en algunos casos verse. Estamos hechos de átomos, somos complejos sistemas nerviosos que transmiten energía, que funcionan con energía ¿recuerdas cuando estabas en la escuela y te llevaban al museo de ciencias? Todos alucinaban con esas esferas de plasma y cómo se veía la energía multicolor pegarse al borde del cristal cuando acercabas la mano ¿verdad? Pero que eso es algo fascinante para la mayoría es porque pueden verlo sin dificultad, no significa que sea lo único; y yo puedo ver algunas cosas, como la energía de las personas.

Sonaba al mismo tiempo tan místico y tan real; de labios de ella, la referencia a las energías que movían a las personas se escuchaba concreta, entendible. Era casi como lo que en su momento escuchó de Iris, cuando hablaban de cuánto era en verdad necesario desear algo para que se hiciera realidad.

—Los seres humanos generamos energía, no sólo con nuestro cuerpo al hacer cualquier tipo de actividad física, sino también con nuestra mente.
—Como cuando tienes tantos deseos de conseguir algo que te obligas a hacerlo —reflexionó él.
—Así es. La energía de las personas, lo que algunos llaman aura, es de ciertos colores, incluso inventaron unos anteojos que hacen que puedas verla con claridad, como un vapor alrededor de tu cuerpo. Puede ser de diferentes colores, pero siempre sigue un único patrón para cada persona.
—Disculpe, pero no entiendo adónde quiere llegar.
—Creo que sí lo sabes, pero no lo has entendido en toda su magnitud —sentenció ella serenamente—. Al verte parado fuera de mi finca, lo primero que noté, es que hay un quiebre en la energía que emana de ti, y no me refiero al estado en el que te encuentras; es que hay alguien más.

Era lo mismo a lo que había llegado él; resultaba aterrador vislumbrar la posibilidad de que, al fin, todo lo que pensó en término era la realidad.

—La pregunta es ¿quién?
—No soy la indicada para responder esa pregunta.
— ¿Entonces quién?
— ¿Cómo saberlo? —replicó ella de manera retórica— Si lo que esperas es que te diga quién está...ejerciendo una fuerza sobre ti, estás en el sitio incorrecto; y una bruja, déjame decirte que es improbable que te pueda prestar ayuda en este caso.

¿Por qué, no era un caso de tipo sobrenatural? La perspectiva de estar siendo acosado por algo que no podía comprobar resultaba tan amenazadora desde un punto de vista humano, como sobre humano.

—No sé qué hacer, siento que soy un peligro para quien sea a quien me acerque.
—Haces bien en pensar de esa forma —explicó ella con calma—, porque lo que te está ocurriendo no es algo normal. Y es peligroso.
—Pero necesito saber de qué se trata —exclamó con angustia—, algo está actuando en mi contra y no puedo hacer nada ¿es eso? ¿Dejar que la gente crea que soy un demente peligroso, sin hacer nada?

La mujer, tan calmada como hasta ese momento, se puso de pie con calma; no estaba poniendo distancia con él, sólo cambiando de postura.

—La inacción ante la acción sólo sirve en determinados casos, y este no parece ser uno de ellos. Pero, es importante que pienses en esto ¿Quién puede entrar en tu vida?
—Creo que no entiendo.
—Las personas que no están cerca de nosotros no pueden entrar en nuestra vida.
—No puedo imaginar que todo esto sea culpa de alguien a quien conozco.
—No siempre conocemos a las personas; alguien está interfiriendo contigo, y puedo asegurar que no es con buenas intenciones. Escucha, esa persona, no tiene por qué estar a tu alrededor ahora mismo, pero tiene acceso a ti porque se lo has permitido, y porque te conoce. La mayoría del tiempo esperamos que nuestra relación con una persona, sea esta filial, romántica o amistosa, sea del mismo tipo del otro lado, que del nuestro; pero lo cierto es que construimos un ideal de relación, amoldamos la idea de la persona a nuestros propios deseos, dejando en tierra de nadie una porción de esa historia, la que corresponde a lo que el otro piensa o siente de uno como persona.

Vicente se llevó las manos a la cabeza; tuvo la absurda idea de preguntarle qué era lo que contenía el agua, pero en realidad eso carecía de importancia.

— ¿Cómo puede ser que alguien me odie tanto como para hacer esto?

Notó que la mujer, en ningún momento había preguntado el por qué de su estado, ni de los golpes o las manchas de sangre; levantó la vista muy despacio.

—Usted no me ha preguntado qué fue lo que me pasó.
 —No es importante lo que yo pueda preguntar, lo que sí es relevante es que tú te hagas las preguntas, que dejes de sentir miedo al respecto.
—Es que de verdad no sé quién puede haber sentido tanto odio hacia mí, no comprendo por qué es que está pasando todo esto.

La mujer le dedicó una larga mirada, que podría ser analítica, o tal vez comprensiva.

—Vicente, no eres una mala persona. Hay amor en ti, y sentimientos de protección hacia las personas que amas, pero eso no te exime de haber cometido errores en algún momento de tu vida. Hay algo, oculto en el interior de tu ser, que es la respuesta a esa pregunta que te estás haciendo.
— ¿Está tratando de decir que yo sé a quién le hice daño?
—No, digo que el hombre que eres ahora no es la misma persona que era hace, digamos cinco años. O diez, o veinte; los seres humanos cambiamos con el tiempo, no de forma absoluta, pero existen facetas de nosotros que van mutando, o desapareciendo conforme nos hacemos más experimentados. Y en ese tránsito, hay algo que debes encontrar, un suceso o un recuerdo que puede llevarte a descubrir cuál es la clave de lo que ocurre.

"Soy tu conciencia" "No soy tu conciencia" Dos expresiones, contradictorias entre sí, pero que hacían referencia a su propio ser; alguien que pretendió, y durante un tiempo indeterminado consiguió, controlarlo, y que al quedar al descubierto o perder el control, había decidido dar término a su vida de la peor manera, y con la mayor rapidez.

—No sé dónde buscar —admitió con sinceridad—, pero desde un principio pensé que todo esto era algo que estaba pasando en mi mente, una enfermedad o algún factor degenerativo que me hacía... diferente. Ahora sé que no es así, lo sabía desde antes de llegar aquí. Es real.
—Desde luego que lo es —repuso ella—. Entiendo que hayas tenido dudas al respecto, pero como te he dicho, tú puedes encontrar el camino para hallar la clave; es sólo que debes dejar de tener miedo a enfrentar esa parte de ti, la que permitió todo esto.
—No entiendo por qué permitiría que alguien me haga daño de esta manera.
— ¿Porque pensaste que no era alguien que pudiera dañarte en realidad, porque no dimensionaste el grado de tus actos, o de los suyos? Vicente, tienes que entender que la persona que eres ahora, no es la misma que eras hace determinada cantidad de tiempo. Si ves las cosas con tu óptica actual, es probable que no entiendas qué fue lo que pasó antes; tienes que abstraerte de tu juicio actual, y revisar lo que ha pasado con tu vida, a lo largo de tu vida, para poder descubrirlo.

"Siempre tuviste todo, y no te lo mereces" ¿Eran esas las palabras exactas? No lo recordaba bien, pero a eso se refería ¿quién podría haber sido perjudicado a tal nivel por su acción u omisión, como para querer vengarse de esa manera? Y lo más importante de todo ¿Por qué en ese momento y no antes?

Porque había tomado muchísimo tiempo conseguirlo.

3


Dos momentos marcaban toda la existencia. Al principio, todo era silencio y oscuridad, pero apareció el ruido a través de esa voz, y gracias a ella pudo aprender a escuchar, y a ver.

Había sido el mejor momento de todos.

Pero no duró para siempre, más bien se convirtió en una horrible agonía; fue como si, en su villanía, quisiera hacerle comprender lo hermoso de los sonidos, y lo valioso de los sentimientos, para luego destrozar todo con sus propias manos, ignorando el dolor que provocaba, la angustia infinita que causaba ¡Tendría que saberlo! No importaba que no pudiera escuchar su voz, se suponía que existía una conexión, un modo de entender que iba más allá de las palabras. Entonces comprendió que sí, que lo comprendía, que siempre lo había sabido muy bien, de modo que su actuar fue premeditado, pensado para tener determinados resultados. Lo hizo para hacerle daño. Lo hizo porque, más allá de lo que quisiera demostrar en el exterior, la verdad de su ser era que disfrutaba dañando al resto, destruyendo a quien pudiera.

—Pienso que hoy estás de muy buen humor.

Siempre estaba de buen humor, a juzgar por esas dos personas. Siempre pensaban lo mismo, porque en realidad no querían ver lo que sus ojos encarcelados expresaban; les resultaba cómodo tener un juguete ahí, algo que les reportaba un beneficio, que expresaba, a sus ciegos ojos, un interés por algo, pero que en realidad no era más que la excusa que se planteaban a sí mismas para que el pasar fuera más cómodo. La verdad de ellas es que no querían estar ahí, que habría otras personas, ruidos y acciones mucho más importantes, de forma que su honestidad quedaba en secreto, oculta tras las palabras falsas que decían día tras día.

— ¿Qué te gustaría hacer hoy?

"Encontrar a Vicente"

—Vamos a seguir leyendo ¿De acuerdo? Aquí tenemos nuevo material para revisar ¿Qué te parece si leemos algo de estos trastornos? Te gusta esto, se nota que te causa mucho interés, aunque a mí no me resulta tan llamativo, se enreda el texto. A fin de cuentas, no es como que yo vaya a necesitar saber de esto en el futuro, pero como ya se ve que te interesa, aquí vamos: Es sobre trastornos mentales, y el primero en este listado se llama trastorno de despersonalización. Mira, es cuando una persona pasa por determinados periodos en que siente que es alguien más, o como si estuviera fuera de su cuerpo ¿Te imaginas lo que sería poder salir de tu cuerpo, y entrar en el de alguien más?

"Sí"


4


La visita había sido de utilidad más de lo que parecía: tal vez se debía al estado en que estaba, pero tener una confirmación de parte de alguien neutral de que lo que pensaba era de esa manera, hizo que Vicente sintiera un poco más tranquilo, aunque no por eso más aliviado; se trataba de alguien, no era sólo una ilusión creada por su mente. Sin embargo, el peligro seguía ahí, incluso más presente que antes, como una cuenta regresiva constante, esperando el momento de volver a atacar. La decisión de desaparecer del mapa era, sin duda, muy difícil de llevar a cabo, pero no tenía otra alternativa ¿cómo si no iba a mantener a salvo a su familia? El recuerdo del sueño acerca de Benjamín estaba más presente que nunca, y la pregunta persistente ¿y si hubiera sucedido de verdad? Pensar en que la voz podría haber arruinado todo a través de él era insoportable, mucho más allá de lo que hasta ese momento estaba hecho.

"¿Adónde vas?"

La voz lo sorprendió, con su tono neutral y casi dulce, mientras conducía por la carretera, de regreso a la ciudad.

-Voy a descubrir quién eres.

"No puedes"

Apretó el volante hasta que sus nudillos ser pusieron blancos; tenía ganas de gritarle que no iba a poder con él, pero un instante antes de verbalizar, tomó conciencia de lo que estaba a punto de suceder: superaba los cien kilómetros por hora en una vía apta para ciento cincuenta era una sentencia de muerte, si la voz otra vez hacía que experimentara esos dolores. Saber que eso podía suceder de un momento a otro hizo que se asustara, pero se obligó a mantener el control de sí mismo y del auto. Según el indicador luminoso arriba, colgando de la estructura metálica, faltaban tres minutos para llegar a la siguiente salida. Presionó el acelerador.

"No sabrás quién soy, si yo no quiero"

Se obligó a callar. Tenía que mantener el silencio, hacer lo posible por lo provocar, al menos hasta que estuviera en una zona mejor riesgosa; de pronto los automóviles que pasaban a su lado parecían más amenazadores.

"No puedes hacer nada contra mí"

Se concentró en la pista: dos minutos, sólo eso y podría salir de la trampa mortal en la que estaba.

"No importa que hayas descubierto que estoy aquí. Es tarde"

Un camión pasó a su lado, y la vibración producida por el pesado vehículo resultó estremecedora; pero se mantuvo firme, en realidad no pasó demasiado cerca, sólo era él que tenía los sentidos muy sensibles en ese momento.

"Cuando aceptaste que querías mi ayuda, abriste la puerta, y permitiste que yo actuara en tu lugar. Me diste poder sobre ti"

Menos de un minuto; no pienses en nada, no escuches.

"Ahora que tengo poder sobre ti, puedo destruirte desde dentro"

Los dolores de la mañana, el dolor de la noche anterior. No escuches, sólo está tratando de hacerte enfadar.

"En un principio pensé que sería perder todo el que me descubrieras, pero no fue así. Cambié la estrategia y, si no podía controlarte, entonces te destruiría, desde el interior"

El dolor apareció por el costado derecho, como un aguijón traspasando las costillas.

— ¡No!

El sorpresivo dolor hizo que soltara el volante de la mano derecha, y la velocidad ayudó a que perdiera el control del vehículo; en una fracción de segundo, vio que el horizonte delante del auto se volvía borroso, y que el curso cambiaba hacia el carril derecho, directo a las barreras de contención. Hizo un esfuerzo por controlar el vehículo a pesar del dolor que le había quitado la movilidad y la respiración, y consiguió enderezar el torso; con un bocinazo de telón de fondo, logró devolver el auto a su curso, y de forma instintiva aceleró a fondo, para poder alcanzar la vía de salida.

"No puedes huir de mí"

El dolor se hizo más intenso; en el límite de las fuerzas, Vicente consiguió salir de la vía rápida y se internó en una de las laterales, pero perdió la energía para mantener aún más el volante, con lo que el auto fue a estrellarse de costado, aunque a baja velocidad, contra una de las barreras laterales. Casi sin poder respirar, con el cuerpo torcido hacia el asiento del copiloto, intentó relajarse ante la constante embestida de dolor, pero al instante recordó que si se quedaba ahí, después del estrépito causado, de seguro se acercaría un vehículo de asistencia en la ruta, o quizás incluso un civil sorprendido por el hecho. Se incorporó a duras penas, y volvió a tomar el volante, tras lo cual miró en todas direcciones: un par de vehículos estaban disminuyendo la velocidad, pero con la vista nublada como la tenía en ese momento, no podía identificar si los conductores lo miraban o no. Sujetó el volante firmemente con la izquierda e hizo apoyo con la derecha, tras lo cual volvió a la pista y siguió avanzando a alta velocidad; al fin reconoció el lugar en el que estaba, se trataba de una zona urbana en el sector poniente de la ciudad, a no mucha distancia de uno de los primeros trabajos que tuvo. Eso significaba que conocía bastante bien el sitio, y si era así, entonces había un terreno abandonado a no mucha distancia; al fin salió de la vía lateral y se internó en un sector residencial, conduciendo a más baja velocidad mientras el dolor persistía en clavarse entre las costillas, como si quisiera llegar al corazón.

"No hay sitio adónde ir"



Con la visión borrosa y el dolor obligándolo a torcerse, Vicente siguió conduciendo, hasta que llegó a la zona que recordaba, y que estaba casi igual que varios años atrás: la valla de alambre entre tejido con varias partes faltantes, los escombros y la basura en el contorno exterior, y los matorrales altos, además de las partes en donde la tierra desnuda era como parte de un paraje de otro mundo; detuvo el auto a tan sólo unos metros de haber sobrepasado el límite, ya sin energías, y se derrumbó de costado, entre el asiento del copiloto y el que estaba usando en ese momento. Sudaba de forma copiosa, ya no estaba sintiendo el brazo derecho, y aunque lo intentaba, no lograba fijar la vista, todo eran sombras de colores.

"Voy a hacer que supliques por tu muerte"

Una pequeña parte de él le dijo que tal vez era lo mejor, aprovechar el haber llegado hasta ese sitio, y dejar que la voz hiciera con él lo que se le antojara; pero, a la vez, la parte más combativa de él dijo que no, que no podía abandonar a su familia aún. Tal vez terminara en la cárcel por lo que hizo, y la imposibilidad de demostrar quién en realidad causaba todo eso, pero aún estaría ahí, aún podría pedirle perdón a Iris, y ver crecer a su hijo, al menos en la lejanía.

—Quieres hacerme daño, pero no puedes hacerlo para siempre. En algún momento tienes que parar.

"¿Por qué pararía? Rogar no te servirá"

En ese momento pensó que, a pesar de todo, quizás sí tenía un arma en contra de los efectos de la voz; hacerlo hablar. Recordó cómo se escuchó con ese tono de satisfacción al hablar antes de las cosas que hacía, y se dijo que tendría que soportar, pero enfrentarse a eso, para descubrir lo que le faltaba en esa historia.

—Ya no tienes el poder que tenías antes.

"Tengo todo el poder contra ti"

—No —logró incorporarse, hasta quedar sentado en el asiento del piloto, jadeó por el esfuerzo, pero siguió presionando para lograr luchar contra esa fuerza invisible—. Me obligaste. Me usaste para —sintió la garganta apretada, tuvo temor de verbalizarlo, pero si pretendía llegar hasta el fondo de eso, era necesario desprenderse de todo. Ya lo había hecho de su familia, al menos hasta que fuera posible, ahora no tenía sentido negar hechos que eran indesmentibles—, para asesinar a Renata, para atacar a Nadia ¿qué vas a hacer ahora? Reconociste que no puedes hacer más eso.

"Puedo destruirte desde dentro"

— ¿Y después qué? —de pronto, lo embargó una furia y determinación que lo sorprendió. Quizás en ese momento tomó conciencia total de que, en realidad, no tenía nada que perder—. Quieres hacerme daño, entonces hazlo, tu juguete no te va a durar mucho.



No pudo contener un grito cuando el dolor arreció; se revolvió en el asiento, gimiendo pero al mismo tiempo tratando de soltar una carcajada; le había dolido a él en el cuerpo, pero al parecer también a la voz, en sus intenciones.

— ¿Qué vas a hacer, me vas a matar?

El grito salió despedido, ronco a través de la garganta cerrada y seca, pero sintió una morbosa satisfacción en todo eso; parecía como si las costillas fueran a quebrarse en cualquier momento, pero no se detuvo, iba a pelear con la única arma que tenía, hasta donde resistiera.

"Pídeme perdón"

No lo hizo. Volvió a revolverse en sí mismo, empujó la puerta y salió a tropezones, estrellándose contra el suelo; su cara se arrastró por el suelo terroso, llenando de tierra otra vez las vías respiratorias.

— ¡No puedes hacer nada más, ya no me puedes obligar!

Estaba gritando, casi aullando, entre la euforia demente que lo apresaba y el dolor que estaba traspasando su torso; con los músculos del cuerpo apretados, sintió que estaba quedando inmóvil durante unos segundos, congelado por la falta de aire y la presión interna. Sin embargo, después de angustiantes segundos, el dolor comenzó a decrecer.

"Te enseñaré lo que es el verdadero dolor"

Estaba provocando un efecto; tal vez no con la suficiente fuerza, pero lo estaba causando. Tenía que hacerlo hablar, confesar algo más.

—Sé lo que es el dolor —murmuró. Esperó un momento, y continuó con más fuerza—. Estoy sintiendo el dolor de perder a mi familia, de haber sido el medio por el que mataste a una mujer inocente ¿Sabes tú lo que es el miedo?

El dolor desapareció, dejándolo con una nueva sensación de agotamiento interno; tendido en el suelo, abrazado a sí mismo por el dolor, aún tuvo algo de energía para hablar.

—No sabes lo que es el miedo, ni el dolor, por eso quieres que alguien más lo sienta.

"¡Nooo!"

El grito resonó en su cabeza como una fuerte descarga eléctrica; pero en esta ocasión no hubo un nuevo acceso de dolor.

—No lo sabes ¿Qué eres?

"Yo sé lo que es el dolor. Lo he vivido mil veces, cada día ¡Y es tu culpa! ¡Es por ti que he sufrido el infierno desde siempre, pero te haré pagar por cada sufrimiento!"

Esta vez, el dolor apareció en una nueva forma: sintió que la temperatura de su cuerpo subía de forma brusca, igual que cuando entraba a la sala de vapor; la respiración, agitada hasta entonces, se volvió pesada, y todo el sudor que había corrido por su piel se vio incrementado, mientras el vapor de este mismo emanaba por cada centímetro de su piel. En cuestión de segundos, sintió un horrible calor, que quemaba desde dentro hacia afuera; con los ojos desorbitados se miró las palmas de las manos, y contempló horrorizado cómo la piel se volvía a cada segundo más roja, resaltando las venas y los vasos capilares.

"Vas a quemarte"

La sentencia estaba haciéndose realidad en ese preciso instante. Vicente intentó hablar, pero se había quedado sin aire en los pulmones, lo que convirtió su voz en un ahogado e ininteligible gemido, apenas audible; los oídos se taparon y en seguida cambiaron de estado, haciendo que escuchara sólo un sonido similar a la interferencia de los aparatos electrónicos, como telón de fondo para la tortura que estaba viviendo. Siendo presa de terribles estertores, intentó con la escasa fuerza que tenía moverse, y se arrastró por el suelo, sintiendo que la piel de las piernas y las manos era lastimada con el solo toque de la superficie, debido a la extrema temperatura emanada por él mismo; de forma repentina, todo el calor fue arrancado de su cuerpo, dejándolo semi sentado en el suelo, seco, con los ojos desorbitados e incapaz de reaccionar. El efecto del inexplicable calor había convertido su mente en una masa que no era capaz de decidir ni pensar con claridad. De pronto, el calor volvió a aparecer, pero se concentró en la pierna izquierda, justo por encima de la rodilla; se desgarró la garganta en un nuevo y desesperado grito, al tiempo que jaló de la tela del pantalón hacia arriba, presa de la misma quemazón que produciría el contacto con el metal a alta temperatura.

La piel de la pierna estaba carcomiéndose por sí misma; pudo ver cómo se producían ampollas que estallaban en carne quemada, que dejaba una cicatriz de bordes humeantes. Las cenizas de la piel se arremolinaban con el viento, que hizo llegar el olor hasta su nariz.



Próximo capítulo: Comencé a oír

No vayas a casa Capítulo 18: No explicaste




—Vengo aquí cada dos días por una hora o dos. La paga es buena, pero también hay algo más que me impulsa. ¿Sabes? Se trata de los avances que veo cada visita que hago; sé que nunca será de otra forma, es como es, pero hay algo en su interior que es diferente. Sí, como te decía hace unos días, son esos pequeños cambios, ya sabes que dicen que los ojos son la ventana del alma, y nunca lo vi con tanta claridad como ahora; ¿Revisaste el cuaderno de mis notas? Ah, veo que estuviste revisando eso. ¿En serio? Sabía que ibas a poder notarlo ¿Le leíste un cuento?
—Sí —dijo la otra voz—, pero se me ocurrió probar algo diferente esta vez. Aquí hay tantos libros, que pensé que podría hacer alguna diferencia, tratar a ver si es que notaba cambios, no me era tan sencillo como a ti cuando le hablas.
— ¿Y qué idea fue esa?
—Busqué unos libros distintos; en el ático encontré unos libros de sicología.
—Pero ibas a aburrirlo con ellos.
—Pensé lo mismo pero fue diferente; quizás sea porque en su estado, la mente es el campo que más se utiliza, pero en verdad que se interesó.
— ¡Eso es maravilloso! Nunca se me habría ocurrido ¿Y qué cambios notaste?
— ¿Recuerdas que me dijiste que aunque no puede regular el movimiento de los ojos, de todos modos hay un leve desplazamiento? Pues es eso, me puse justo en frente y comencé a leer, y luego de un rato me moví hacia un costado ¡Y siguió mi movimiento! Fue sólo un poco, pero se quedó fijo; y cuando repetí la acción volvió a hacerlo ¡Le gusta la sicología!
—Eso es fantástico. Tenemos una mente maravillosa por aquí ¿Cuánto te gustaría aprender?


2


El sol de la mañana era frío para él; hacía una mañana calurosa, probablemente, pero el calor había huido del cuerpo de Vicente, dejando un frío seco y amargo. No sabía cuánto llevaba ahí, pero era necesario volver a moverse y poner en práctica la decisión ya tomada.

"Tócala"

Había vuelto, después de un breve periodo de no escucharla; necesitaba que eso terminara ¿y si fuera parte de aquello que hizo? Quizás ahora, que tenía una conciencia real de los hechos y tenía claro lo que iba a hacer, no sería necesario seguir escuchándola, tal vez se apagara por sí sola.

"¡Tócala!"

El grito resonó en sus oídos al mismo tiempo que sentía un fuerte dolor en las piernas; en un principio no reaccionó, pero se encogió en sí mismo al percibir que el dolor iba en aumento.

— ¡Maldición!

Punzante y penetrante, el dolor en ambas piernas era el mismo que sintió en el baño de su casa un par de horas antes; resopló mientras trataba de controlar las piernas, o masajear de alguna manera para recuperar la movilidad. Sin embargo, el dolor persistió, haciéndose mucho más fuerte que la última vez.

"Vas a hacer lo que yo te diga"

—Maldición, maldición.

El dolor se elevó a un tipo de sacudida, como si los músculos se contrajeran por una descarga eléctrica muy potente; sintió un espasmo de desesperación, atenazado por un dolor que no parecía tener explicación y por el sentimiento de que eso no era algo normal dentro de su cuerpo.

—Maldito dolor...

"¿Sabes tú lo que es el dolor?"

Se detuvo por un momento, dejándolo en el suelo en una indigna posición, casi en posición fetal, respirando sin compás sobre la tierra que entraba en sus fosas nasales.

"No sabes nada del dolor. Te enseñaré lo que es el dolor"

Esta vez la voz tenía una personalidad. Más allá de lo que escuchó antes, de la voz monótona e hipnotizante, más allá de los atisbos de carácter y rasgos de furia, esta vez, la voz tenía un carácter, era como la de un ser humano. Un ser humano que no era él.

"Te enseñaré el dolor como nunca lo has conocido. Te daré dolor más allá de lo que puedes imaginar"

Las palabras, escupidas con furia, el tono determinado, humillante, poderoso sobre él. El dolor regresó, pero esta vez se internó en el torso, ubicándose en el bajo vientre, precisamente en la base de los genitales. Vicente dio un aullido de dolor, mientras se retorcía, llevándose las manos a la entrepierna pero sin poder alcanzar o tomar entre los dedos una zona específica afectada, ya que lo que fuera que estaba sucediendo, venía desde dentro de su cuerpo; tuvo movimientos reflejos en las piernas, que como controladas por un agente externo se sacudieron, azotándose contra el guardafangos del vehículo. Al cabo de unos segundos, la sensación desapareció, dejándolo exhausto y con una fuerte carga de resentimiento físico; de igual manera que al recibir un golpe fuerte, la huella dejada por la punzante sensación permanecía, aumentando el agotamiento. Intentó estirar un poco el torso, pero le resultó imposible con los músculos agarrotados y cansados; apoyó las manos en el suelo, viendo la piel de los dedos blanca, las yemas con raspaduras por la caída y los movimientos involuntarios. Respiraba rápido, tragaba polvo y tenía la vista empañada, y sin fuerzas se sintió como un despojo sobre la tierra.

"Hay muchos sitios en donde sentir dolor. Hay muchas partes de ti que puedo atacar. Toqué un punto sensible de ti, tu hombría ¿Qué pasará si cambio un poco, tan sólo un poco, mi objetivo?"

Sintió una nueva puntada de dolor, más interna, pero que nacía en una zona más externa del cuerpo; esta vez se trasladó hacia el recto, y se adentró, arrancando un nuevo grito de dolor al tiempo que sufría un estiramiento involuntario, fruto de la nueva oleada interna. En esta ocasión perdió el control de los brazos, mientras su espalda se arqueaba. Sintió el golpe de la cabeza contra la tapa metálica de la llanta delantera, todo tierra en suspensión y sus propios gritos como marco.
Cuando el dolor se esfumó, descubrió que los espasmos lo llevaron hasta un costado del auto; estaba agotado, intentando ponerse de pie en circunstancias en que no tenía fuerzas para ello; estaba tendido de espaldas, las piernas un poco flectadas, los brazos a los costados del cuerpo con los dedos clavándose en la tierra y respirando de forma entrecortada.

"He esperado tanto por esto"

Sin poder regular el ritmo de la respiración, con el corazón azotando el pecho y una creciente sensación de dolor expandido por el cuerpo, Vicente trató de ponerse de pie con brazos y piernas como de papel, temblorosas extremidades que no lo soportaban. A duras penas pudo sentarse otra vez en el suelo, comprobando en el acto que ponerse de pie resultaba por completo imposible, de momento.

"Tú, exitoso, amante, bueno —dijo la voz—, qué mentira para ti mismo y para el mundo, qué recompensa tenerlo todo. Pero eso se terminó, todo se terminó para ti"

El odio que estaba escuchando se ponía en el mismo plano que el dolor, acorralando su mente en un espacio reducido, como si a través de las palabras que lo hacía escuchar contribuyera a que las energías escaparan de su cuerpo y se disolvieran segundo a segundo.

"Has sentido dolor, y haré que sientas más"

—Basta —consiguió articular Vicente—, basta, basta, esto tiene que terminar. No sé lo que está pasándome, pero tiene que terminar, tengo que hablar, tengo que librarme de esto y decir todo lo que pasó...

"¡Tú no tienes nada que decir! No has hecho nada, sólo has sido un juguete bajo mi control"

Inspiró con fuerza, a pesar del polvo alojado en la garganta, y trató de calmarse, aunque el eco de la voz en la cabeza era cada vez más fuerte.

"Te he estado controlando desde hace mucho tiempo, pero algo salió mal en algún momento. Empezaste a notar que estoy aquí, y eso puso en peligro todo lo que he hecho. Así que tenía que doblegarte"

¿Doblegarlo? A cada segundo tenía un poco más de claridad mental, y lo que estaba escuchando dentro de su ser no tenía sentido.

— ¿Doblegarme?

"Estabas escapando de mí, descubriendo sin darte cuenta lo que estoy haciendo, y no podía permitirlo ¿entiendes? Después de todo el tiempo, de lograr hacerlo, no podía simplemente perder, así que cambié mis planes"

—Tú no eres real, eres sólo un producto de mi imaginación.

"¡Soy real!"

Junto con el grito que apareció en su mente, una nueva ola de dolor de extendió por su espina dorsal, haciéndolo retorcerse, atenazado por la descarga mientras su cabeza, con un movimiento de látigo, se golpeaba dos, tres veces contra la puerta del auto; al fin cayó sobre el costado derecho, quizás un poco atontado por los golpes, pero consciente como para entender lo que estaba escuchando.

"Soy real —gritó otra vez—, soy real como tú, soy real"

—No eres real; estoy imaginando esto, es una pesadilla.

"No, no es una pesadilla. Sé que estás despierto, y que estás sintiendo cada cosa que estoy haciendo, escuchando lo que digo. He estado en ti desde hace mucho, más de lo que sabes"

En un inútil gesto de auto protección, Vicente se tapó los oídos, sin intentar levantarse del suelo, sólo tratando de dejar de oír.

—No puedes estar aquí. Voy a terminar con esto, alguien podrá ayudarme.

"Nadie puede ayudarte"

¿Qué? mientras se secaba restos de saliva que había expelido sin darse cuenta, con el dorso sucio de la mano, tomó conciencia del nuevo cambio en la voz. Seguía siendo furiosa y poderosa contra su mente, pero estaba demostrando frustración al relatar aquella situación.

"Nunca debiste saber lo que yo hacía, lo que yo era, pero de alguna forma empezaste a saber, y eso te hizo fuerte en mi contra. Así que para ganar, tenía que doblegarte"

— ¿Qué?

"Eres mi juguete ahora. Harás todo lo que yo quiera"

¿Era o no real? Llegado a ese momento, caído sobre el suelo terroso, con múltiples dolores que seguían latiendo, no supo qué era, en realidad, lo que estaba pasando. Todo comenzó como una suposición, una especie de susurro incesante que le hizo creer que escuchaba a alguien más, que fue evolucionando hasta aconsejarlo, acosarlo, y al fin torturarlo. El hallazgo y la existencia de esa voz le decían que todo no era más que una creación sórdida de su sub conciente, pero la misma voz le decía lo contrario.

—No eres...real...

"Siempre he sido real, desde el primer momento. Pretendía hacer que no supieras nada, destruir todo lo que tienes a través de ti, manipulando tu mente y borrando partes de ella, para poder actuar a mi antojo. Pero para poder controlarte por completo tenía que quebrarte, sólo que cuando lo hice, me excedí. Ese sueño que te hice tener sobre tu hijo fue demasiado"

Durante un instante, todo lo demás desapareció. Su mente volvió a la pesadilla que tuvo un par de semanas antes, justo después que creyera que su relación ocasional con Renata iba a quedar al descubierto. Despertó en la madrugada, acurrucado en el suelo, sollozando por un sueño que había sido demasiado real, que durante una cantidad de tiempo durante el sueño, vivió ese temor, el dolor de la pérdida y el castigo impuesto por la fantasía creada por su mente ¿Cómo era posible?

— ¿Tú?

"Tenía que quebrarte —explicó la voz—. La única forma de llegar a tener el control total sobre ti era quebrar tu espíritu. Superar la primera barrera de quién eres ante los demás fue fácil, alcanzar la segunda barrera de ti, encontrar tus miedos más básicos, fue un largo trabajo, pero lo hice. Sólo faltaba quebrar tu ser, usando la energía de tus miedos reales, pero fue mucho, y de alguna manera te las ingeniaste para descubrirme"

— ¿Para descubrirte?

El término de la pesadilla. Recordaba que, en el horror que vivió dentro de su ser durante esa pesadilla, llegó a sentir que lo peor que podía suceder no era el futuro que le deparaba estar en la cárcel por haber sido el causante de la muerte de su hijo, ni los castigos a los que pudiera ser sometido; lo verdaderamente terrible para él era destruir la vida de su hijo, ese era un miedo contra el que no podía luchar. Y cuando sintió eso, cuando algo en su interior se rompió, se entregó al sufrimiento y la tristeza sin límites.
Se abandonó a sí mismo.

Haciendo un esfuerzo casi inconsciente, consiguió ponerse de costado, y luego quedar semi sentado, apoyado otra vez en el costado del auto; se miró las manos, sucias de tierra y con pequeños rasmillones ensangrentados en el borde de las uñas, los dedos temblorosos, muestra tal vez sutil pero potente a la vez de estado en el que se encontraba.

— ¿Qué es lo que me está pasando?

"Cuando despertaste, cortaste una parte de mi conexión contigo. Y de forma inconsciente entendiste que yo estaba ahí, en tu mente, así que tuve que pensar rápido y actuar de otra manera; supe que, para recuperar el control sobre ti, primero tenía que ganarme tu confianza, y hacer que quisieras que yo estuviera presente"

¿Qué significa? La pegunta había aparecido en su mente, el sábado siguiente a la horrible pesadilla que tuvo; para ese momento estaba tranquilo, sentía que era un gran día, hasta que por su mente comenzaron a pasar todas esas preguntas,  cuestionarse cuál era el papel que él jugaría en la nueva empresa de Sergio. Y esas dudas persistieron hasta que hizo algo al respecto.

"Convencerte de querer tener mi ayuda era más complicado de lo que creí. Después de tanto tiempo de estar entre tus pensamientos, de ocultarme en las zonas oscuras de ti mientras fornicabas con tu esposa, mientras te llevabas a la cama a esas mujeres, resultaba más difícil hacerlo sin causar nada, como un espectador mudo ante una película que no podía controlar. Tuve que convertirme en la voz de tu conciencia, susurrando a cada segundo, insistiendo en que hicieras algo, en que demostraras interés"

Recordó también lo que buscó, la información acerca del sueño que lo aquejó: el verse a sí mismo matar por accidente no era un reflejo de querer hacerlo en realidad, sino que era una respuesta inconsciente a una situación de estrés, en donde se perdía el control de lo que lo rodeaba. Como cuando existía un peligro fuera del control de la persona, que pudiera amenazar a las personas más importantes para él.
Sintió que los músculos de la garganta se contraían y relajaban de forma involuntaria; comenzó a salivar espasmódicamente, sintiendo cómo las gotas saladas caían por las comisuras de la boca, abierta en un inútil acto de inspiración de aire. El sabor ácido llenó las papilas gustativas, sólo una milésima de segundo antes que por acto natural se comprimieran los órganos, y el vómito saliera despedido como un chorro a través de la boca; sintió que el líquido viscoso salía por la boca, como extraído por fuerza desde el exterior, mientras su cuerpo se doblaba hacia adelante por el esfuerzo realizado. Escuchó su voz, ahogada, como un rugido siendo expelida de la misma forma que el chorro de contenido intestinal, que fue a caer sobre la tierra como una imagen borrosa mientras su vista se nublaba; se llevó una mano al vientre, mientras con la otra hacía resistencia para no caer de bruces al suelo, pero el vómito no se detuvo. Como si se tratara de un respiro, la acción corporal se repitió, haciendo corvar su torso, salpicando las rodillas y el brazo de apoyo, llenando las fosas nasales del olor acre de los fluidos internos, sin embargo de lo cual no se detuvo, y un tercer impulso hizo que junto a la postura, llegara líquido a la nariz, convirtiendo todo en una escena oscura, agria y siniestra.
Después de unos segundos, tosió con fuerza, liberando las fosas nasales de los restos que las habían impregnado, y pudo volver a respirar, cayendo el cuerpo hacia atrás con un sonido sordo contra el frío metal del auto; exhausto, cerró los ojos por un momento, abriéndolos después a la luminosidad del día, que nada tenía que ver con los olores que también lo cubrían ahora y que estaban esparcidos alrededor.

—Esto...en verdad está pasando...

Su voz era un murmullo ahogado, sin fuerza ni carácter, pero de todos modos sirvió para identificar con claridad en su mente lo que estaba pasando; el haber llegado a la conclusión, al entendimiento definitivo, de que lo que decía la voz era la verdad, en contra de todas las confusiones y contradicciones anteriores, hizo que se sintiera ultrajado y vulnerado en lo más profundo de su ser, y que los inexplicables dolores cobraran un sentido nuevo, y aterrador. Sintió la ropa adherida al cuerpo por el sudor que brotó por sus poros, y que mezclado con la tierra del lugar ayudaban a aumentar su sensación de indignidad. Pero en todo eso, algo sí tenía sentido, algo era a lo menos, gratificante.
No estaba loco.

"Ya no importa lo que pienses"

—Tú sí eres real —no le importó su estado, ni que su voz sonara como un eco patético de lo que en verdad era—, no eres un producto de mi imaginación... eres algo real, algo que se metió en mí.

"¡Sí! —gruñó la voz—, soy real, mucho más real que tú"

—Si eres real —replicó Vicente, jadeando—, entonces te puedo eliminar.

Se pasó el antebrazo por la cara, intentando despejar un poco más la vista y quitar algo de la transpiración; sus ojos se irritaron con la salinidad del sudor, pero pestañeó y los mantuvo abiertos. Algo, o alguien, estaba jugando con él, alguien estaba detrás de todos esos hechos incomprensibles, tramando en su contra a través de mensajes inexplicables y acciones que parecían fuera de la realidad, pero que al fin y al cabo, no lo estaban.

"Tú no puedes eliminarme. ¿No te das cuenta? Tú permitiste que yo llegara hasta este punto"

Hizo un nuevo esfuerzo, pasando por alto el dolor y agotamiento en las extremidades, y logró ponerse de pie, apoyadas las manos en el capó del automóvil; gotas de sudor caían sobre la pintura gris brillante, en donde no se veía reflejado de forma concreta, nada más una sombra opuesta al sol.

— ¿En qué momento pasó esto, cuándo dejé que me hicieras esto?

"Mi control sobre ti iba en baja —explicó la voz. Sonaba como si estuviera disfrutando cada palabra que decía—. Desde que tuviste ese sueño, provocado por mí, creado por mí, se quebró el equilibrio que yo había construido, y empezaste a pensar por ti mismo, ignorando lo que yo decía. No escuchaste, y eso empezó a dejarme fuera"

—Pero Renata...

El miedo afloró de nuevo al mencionar su nombre; entre el efecto de los dolores, las náuseas y lo que estaba comprendiendo, había dejado eso en segundo plano, pero era tan real como todo lo demás.

"El sueño que te induje a tener fue el causante. Te sumergí en el sueño más profundo, alejándote de la realidad que te rodeaba, y así pude hacer que salieras de tu casa, llevándotela a ella hacia el lugar en donde iba a darle fin"

Esa misma noche. Eso quería decir que habían pasado veintiún días exactos desde que había sido hecho; no tenía nada en el estómago, pero aún así sintió una arcada nueva al comprobar cuánto, en días, era el tiempo pasado. Renata, una mujer un tanto superficial, pero una buena persona, no la indicada para él, y ahora para nadie más. La realidad de su muerte fue más intensa al tener claridad del tiempo pasado, y cómo la acción sobre ella cometida había degenerado no sólo su cuerpo, sino también sus sueños y esperanzas ¿cuánto supo de ella en el tiempo que compartieron? No hablaron mucho, pero aún cuando se tratara de encuentros sexuales, siempre había algo, un atisbo de la persona que era en un contexto más amplio. Se trataba de una mujer profesional, independiente, de carácter fuerte, que no temía decir lo que pensaba y luchaba por conseguir lo que quería; no era, sin embargo, una romántica, más bien una enamorada de las cosas buenas de la vida. Eso le dijo una vez.
Renata estaba muerta, había sido asesinada por sus manos, pero no por él; esto es algo que nadie nunca creería, pero pasaba, estaba pasando en ese mismo instante. La mitad de la cara visible bajo los matorrales y el ojo inexistente dirigido a él estarían mirándolo desde las sombras de la muerte, hasta que pudiera hacer algo al respecto.

— ¿Por qué, por qué ella?

Lo que le había pasado a ella era por mucho peor a lo que le estaba pasando a él; solo en la mitad de la nada, sucio, vomitado, con los sentidos aturdidos y una serie de inexplicables dolores internos, aún estaba vivo, aún podía hacer algo por él o por alguien más. Pero, ahí, también se dijo que estar vivo, y haber tomado conciencia de lo que sucedía tenía que ser por algo, y el primer motivo que tenía era saber. Tenía que saber toda la verdad.

— ¿Por qué hacerle esto a Renata?

"No se trata de ella en particular, tenía que ser alguien a quien pudieras acercarte. Alguien para eliminar"

— ¿Y Nadia?

Necesitaba hacer preguntas, entender y hacer encajar las piezas que todavía seguían moviéndose. Tragó una desagradable mezcla de polvo, ácidos remanentes de sus propios fluidos y sudor, y se forzó a seguir concentrándose.

"Ella se volvió un peligro"

— ¿Querías que ella muriera al igual que Renata?

"Sí"

— ¿Por qué?

"Porque ella estaba averiguando. Ella quería saber"

Su mente se trasladó entonces hacia el pasado más reciente. La teoría que tenía, acerca de que recurrió a ella en busca de ayuda sobre un problema mental era correcta, excepto por un detalle, y es que no era la preocupación genuina de él, sino una treta de ese agente externo.

—Yo fui donde ella porque estaba asustado, y tú me hiciste atacarla para que no te descubriera.

Decirlo hizo que las cosas fueran más sencillas de comprender; la voz que durante varios días entendió como la de la conciencia, la que lo instaba y supuestamente entendía, en realidad estaba ahí vigilando sus pasos. Como le dijo un instante antes, estaba perdiendo el control sobre él, de modo que dejó que se asustara, para luego ejercer de nuevo el control y hacer que la atacara.

—Por eso es que Nadia ahora se encuentra bien —dijo con voz entrecortada—, trataste de hacer lo mismo de la vez anterior, pero no pudiste, por eso los recuerdos volvieron.

La voz no se dejó oír. Entonces de verdad era así, realmente la voz estaba perdiendo fuerza en él.

—Estás perdiendo tu control sobre mí.

"No"

Una nueva puntada se sintió en la mitad de la espalda, pero Vicente la contuvo; el impulso era como una fuerza aguijoneando la espina dorsal, pero se negó a dejarse vencer. El dolor continuó, como una corriente dirigida a un punto específico, más intenso que los anteriores; resopló, gruñó, presa de una sensación  que se extendía por los nervios, traspasándose de un disco a otro, y presionó los débiles brazos contra el capó del vehículo, mientras las piernas apenas lo sujetaban. Tuvo un acceso de furia, una energía desatada desde su interior, producto de la frustración, el miedo y la rabia, y gritando como un poseso, azotó la cabeza contra el metal, una, dos, tres veces.

— ¡Sal de mi cabeza!

Escuchó el sonido sordo de su cráneo estrellarse contra el metal y fue, por un momento, más rápido su movimiento que las sensaciones de dolor causadas por el daño auto infligido. Su vista se nubló, y luchó con todas sus fuerzas por no caer y continuar con lo que pretendía, pero la punzada en la espalda fue más fuerte, y lo hizo derrumbarse; cayó de bruces sobre el auto, teniendo una breve vista de la abolladura que había causado, y luego se desplomó, cayendo de espalda al suelo. Ambos, el dolor de la espalda y el causado por él mismo se esfumaban.

— ¿Por qué?

"Quiero destruirte"

— ¿Pero por qué? —hizo un nuevo esfuerzo y se sentó otra vez en el suelo. Lo que estuviera pasando, no podía permitir que lo derrotara, no todavía—, tiene que haber algún motivo.

La voz, otra vez no contestó. La muerte de Renata, el ataque a Nadia, la voz que lo asediaba ahora, y que antes había tratado con éxito de hacerse oír como un agente que lo apoyaba, todo estaba conectado, y si bien el nudo era querer destruirlo a través de la manipulación, tenía que haber algo más. Tenía que saber.

—No puede ser porque sí —murmuró con torpeza mientras ponía una rodilla en tierra, esforzándose para controlar la debilidad que amenazaba con tirarlo otra vez—, debe ser por un motivo...

Y entonces lo entendió. Por un momento tuvo una claridad mayor a la que esperaba de sí mismo en una situación como esa, y pudo olvidar los dolores y la avalancha de sensaciones que inundaban su cuerpo. Se puso de pie, con dificultad, pero incluso en ese momento, haciendo acopio de parte de sus fuerzas.

—Yo... —se corrigió. La realidad era otra— Tú me conoces...

Nunca en su vida había tenido tanta claridad con respecto a algo intangible; se trataba de alguien, no de una simple voz o un ente indefinible, era la voz de alguien que, en algún sitio, ansiaba con todas sus fuerzas destruirlo, y que tenía los medios para hacerlo.

"Sí"

Una nueva confirmación. Miró al cielo, no en busca de respuestas, sino tratando de que la luz de esa mañana entrara por sus ojos, que iluminara algo de la oscuridad que se estaba apoderando de él.

— ¿Quién eres?

"No lo sabrás"

—Dime quién eres, dime por qué quieres hacerme todo esto.

Sin embargo, la respuesta vino a través de una nueva oleada de dolor, en vez de por una palabra; arrancó un nuevo grito, al aparecer esta vez en el centro del pecho, poco más arriba del esternón. Se encorvó, cayendo con una rodilla en tierra, las manos llevadas al pecho en una fútil acción de protección. Pero, otra vez, el dolor desapareció, y al mismo tiempo sintió que la voz se alejaba, al igual que en una ocasión anterior; es decir que no sólo estaba perdiendo capacidades contra él, sino que no podía permanecer de modo constante.

—Estás en alguna parte —dijo con voz ronca—. Me obligaste a hacer esto, pero no te voy a dejar ganar.

Sentía como si hubiera sido duramente golpeado; estaba agotado, sucio tanto en el cuerpo como en la mente, pero al menos de momento, libre de la voz y de la tortura a la que había estado sometido. Enfocó la vista en el auto, quedando durante un instante detenido en la abolladura que hizo en el capó, una hendidura que perfectamente podría haber sido hecha por un ariete y que sin embargo, era producto de su propio actuar. Llevándose las manos a la cabeza, miró en todas direcciones, percatándose de que, en realidad, nada había cambiado desde que llegó, nadie se percató de su presencia y los automóviles, de momento lejanos, seguían su curso sin prestar atención a lo que sucedía en un punto insignificante de la carretera. Se miró a sí mismo con un sentimiento de irrealidad, como si fuera imposible que el sujeto torturado por dolores sin explicación, humillado y patético, fuera la misma persona que ahora estaba parada ahí; su ropa estaba sucia al igual que él, tenía inclusive algunas desgarraduras en la tela de los pantalones producto de las caídas, además de rasmillones en las manos y antebrazos, pero en ese instante estaba mejor que unos momentos antes. El día estaba claro, tratándose de una mañana luminosa y en apariencia cálida, aunque él no sentía ninguna tibieza, estaba dominado por una insensibilidad general que por suerte excluía a los pensamientos.

Esa voz era alguien, una persona que, desde algún sitio que no podía identificar, estaba haciendo uso de un arte que él no comprendía, pero que tenía el poder de controlarlo; lo llevó a matar a una mujer inocente y atacar a otra, la primera sólo como un absurdo acto de destrucción, la segunda como un intento de defensa ante el peligro de ser descubierta.

La pregunta que quedaba sin contestar era ¿por qué? ¿Por qué alguien querría utilizarlo de esa forma, destruir su seguridad y obligarlo a hacer cosas que como persona jamás habría hecho? Pretender destruirlo no era suficiente, así que entendió que se trataba de alguien a quien él conocía, o en su defecto una persona que tenía conocimiento de él ¿A quién podría haber dañado tanto como para que usara esas misteriosas formas para vengarse? Se acercó al auto, y su mirada cayó en primer lugar, a través del vidrio de la ventana, en donde el teléfono, dejado sin cuidado sobre el asiento del copiloto, anunciaba en la pantalla bloqueada, con un mensaje en púrpura brillante, la hora que era en ese momento y las notificaciones; eran más de las ocho quince de la mañana, es decir mucho más tarde de lo que él había supuesto en un principio que pasó: en ese mismo instante había una llamada de Iris, de seguro una de tantas entre tanto tiempo pasado. Se preguntó, parado junto a la puerta del automóvil, que de momento no quiso abrir por el extremo cansancio al que estaba sometido, qué estaría pasando por la mente de su esposa; la noche anterior, él le dijo que tenía miedo de estar perdiendo sus capacidades mentales, a lo que ella reaccionó con un natural temor debido a su historia personal, pero al mismo tiempo con la entrega y la dedicación propia de su carácter y su amor por él. Muy poco después, Vicente salió de la casa sin dar aviso, tomó el auto, y desapareció del mapa, encontrándose más de dos horas después inubicable, con el móvil encendido pero sin dar respuesta de sus constantes llamadas. Luego de unos toques, la llamada se cortó, dejando paso a la pantalla en reposo donde se acumulaban las notificaciones de mensajes en el chat directo y las llamadas perdidas. Tuvo el instinto de abrir la puerta y contestar los mensajes, de llamarla y decirle todo lo que estaba pasando, pero tan pronto como apareció ese sentimiento, se quedó quieto, y ni siquiera tocó la puerta. Renata estaba muerta, por su propia mano, y así también hirió a Nadia, y aunque en su interior sabía que no era algo causado por sus propios deseos, eso no cambiaba el hecho de que de todas formas era un peligro para cualquiera que estuviera cerca: la voz no estaba en ese momento, pero nada aseguraba que no volviera a suceder, y poner en peligro a su esposa e hijo era lo último que quería. Cuando abrió la puerta del auto, le sorprendió la tibieza que emanaba de su interior, junto sonido del móvil que otra vez anunciaba una llamada; por primera vez sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, ante el escenario que se dibujaba en su vida. Podría volver a casa, decirle todo a Iris, pero eso sólo aumentaría el nivel de peligro sobre su cabeza, como una espada de Damocles cuyo hilo pudiese cortarse en cualquier momento; por otro lado, desaparecer por completo significaría sacrificar más que nunca antes, y poner en riesgo el amor de Iris. Se contraponían dos opciones: la inseguridad de su familia teniéndolo cerca un minuto más, o su tranquilidad sin saber nada de él.


3


Había sido mucho tiempo en sumersión, bajo ese silencio; pero cuando aprendió a escuchar, poco a poco aprendió también a ver, y eso hizo que tuviera una imagen más completa del mundo. No solo de su mundo, sino de lo que significaba en general, el saber que era algo mucho más grande de lo que pensaba.

Pero las limitaciones eran muchas. No se trataba sólo de ver y oír, sino de desplazarse, y eso estaba negado por completo, de forma que las cosas seguían siendo lejanas y, en muchos casos, inalcanzables, poco a poco comprendió que lo que oía, esas palabras, eran moduladas por las personas a las que veía, y comprendió que existían las expresiones, que todo iba de la mano en una cadena incesante. No podía expresarse de esa manera, pero podía entender ¿Por qué estar dentro de esa prisión? Eventualmente, se hizo patente que había algo más que le faltaba, que no solamente se trataba de expresar las emociones que se traducían de las palabras escuchadas, sino que le faltaba la voz. Una diferencia entre la voz de su mente y la que se podía hacer sonar. Dentro de su prisión, escuchar su propia voz era lo mismo que oír las que aparecían desde el exterior, pero con el tiempo entendió que existía una diferencia fundamental: la voz interior era un secreto para los demás, mientras que la hablada era sonido, que rasgaba el aire y llegaba hasta alguien más.



— ¿Sabes qué me pregunto? Me pregunto qué es lo que estarás pensando, ahí. Estoy segura de que hay muchas cosas, que los cuentos y los libros que te leo te hacen vivir y reflexionar muchas cosas; hace tiempo que te leemos libros, y te contamos cuentos ¿Quién iba a imaginar que te iba a interesar la sicología, las ciencias? Supongo que es porque tienes la posibilidad de pensar en muchas cosas, y el tiempo para hacerlo, pero también he pensado, es decir estábamos pensando en eso, que de seguro tienes una capacidad superior a la de otras personas, para entender y para pensar en muchas cosas. ¿Qué es lo que más te gustaría hacer?

"Hablar"

—Qué extraño.
—Hola ¿Qué sucede, por qué tienes esa cara?
—No es nada, sólo creo que...no importa.
—Te ves un poco cansada.
—Sí, debe ser eso; creí escuchar que alguien me hablaba.

Risas. La risa era un reflejo de la alegría interna; pero jamás la había expresado, sólo oído en labios de los otros, en particular de él.

—Sí, definitivamente es cansancio; además de nosotras, en este cuarto no hay nadie más.
—Bueno, en realidad sí hay alguien más.
—Lo sé, sabes a lo que me refiero, a alguien que pueda hablar en voz alta.

Ambas estaban riendo, pero no se trataba de risa de alegría; era una especie de burla. Otra vez, por no ser igual, por estar dentro de ese encierro horrible. No, no eran en realidad buenas personas, sólo trataban de aparentar, de mantener sus verdaderos pensamientos en secreto y decirle con palabras al mundo que eran personas distintas a lo que las demás eran; ya lo había presenciado antes, ya había sido testigo de la cercanía, las promesas y la falsa verdad, proveniente de alguien a quien creyó conocer, de quien creyó ser una parte, pero que al final no era nada.

— ¿Y qué le has estado leyendo hoy?
—Esto, es sobre los estados de la personalidad.
—Interesante.
—Es bastante complicado en realidad; habla de que las personas son como estratos, es decir que lo que uno es se forma de varios niveles, desde el más básico hasta la personalidad que tenemos. No me ha despegado la vista en un momento, casi esperaba que en un momento, cuando fui por un vaso con agua, me dijera ¡No, sigue leyendo!
—Fue un gran descubrimiento ese que hiciste.
—Sí, y nos permite salir de los cuentos. Después del tiempo que ha pasado, es interesante pensar en esto, creo que dentro de poco va a saber más de estas cosas que un sicólogo licenciado.
—Apuesto que analizas todo ¿Verdad? ¿Qué es lo que estarás pensando en este preciso momento?

"Vicente...no vayas a casa"



Próximo capítulo: Comencé a oír

No vayas a casa Capítulo 17: Te marchaste




El dolor punzante en el muslo aumentó de golpe; sintió una especie de corriente de energía, como una sacudida que llegó hasta la cadera. Perdió el equilibrio y cayó sentado en el suelo.

—Rayos.

No fue un golpe fuerte, de hecho no era nada del otro mundo, pero caerse por un simple calambre resultaba algo molesto en ese momento. Un simple calambre.
Que no tenía nada de simple.

"No vas a dejarme"

¿Qué significaba eso? Mientras seguía sobándose la pierna, sintió algo distinto, aunque no era la primera vez: la voz ya no era la misma de siempre. Unos momentos antes había percibido ese cambio, en que la voz monótona y ausente sentimientos adquiría un tono más real, aún imposible de identificar, pero más humana, expresando un sentimiento.

— ¿Dejarme? —repitió tontamente.

El dolor se esfumó con la misma rapidez con que había aparecido; quedó una sensación de adormecimiento, que venía desde el interior del muslo, similar a lo que producía el frío intenso. Lo suficiente como para que todavía no pudiera levantarse.

"¿Por qué me desprecias?"

—No eres real.

"¡Soy real!"

Fue un grito. Un grito dentro de su cabeza, que lo hizo quedar sin respiración, impactado y sorprendido por lo que estaba sucediendo. Y, por primera vez desde que todo eso comenzó, se preguntó algo que cambiaba todo, la pregunta que movía el foco de la inquietud hacia un sitio en donde las cosas para él quedaban en un punto más inestable y definitivamente más riesgoso.

— ¿Quién eres tú?

Se sorprendió a sí mismo hablando en voz muy baja, temeroso de que alguien más escuchara sus palabras, murmurando sin poder poner más fuerza a las cuerdas vocales. Pero no sólo era eso, también fue que, al exteriorizarlo, descubrió por primera vez que el hecho de que el factor determinante en todo eso no fuera el cómo, sino el por qué, hacía que cualquier cosa pensada, dicha y hecha por él en los últimos días quedaba sumergida en un pantano del que, en ese instante, no veía la orilla.

"Soy real"

La voz cambió su tono de la sorpresiva furia a otro ¿cuál era? Las dos palabras quedaron flotando en su mente durante unas milésimas de segundo, permitiendo que entendiera cuál era el tono con el que habían sido dichas. Rencor.

"Soy real"

Lo repitió, pero esta vez cobró fuerza y volvió a ser furiosa, sólo que más contenida. Vicente seguía sentado en el suelo con la pierna flectada hacia el pecho, rodeándola con las manos.

—Tú...

Por un momento no pudo seguir; notó que la mandíbula inferior experimentaba un ligero temblor, y que la voz estaba a punto de quebrarse; con la garganta seca, cerrada, sintió al mismo tiempo un deseo irrefrenable de escapar, y una necesidad imperiosa de expresar lo que estaba pensando. La pugna entre ambas sensaciones hizo que olvidara el dolor en la pierna, y que su vista se perdiera en un vacío que no era capaz de identificar.

—Tú... No eres la voz de mi conciencia.

De nuevo el mismo enfrentamiento entre ambas sensaciones, queriendo oír y al tiempo ensordecer. No hizo una pregunta, fue una afirmación, con una seguridad pasmosa en esas circunstancias, seguridad que contrastaba con el nerviosismo creciente en su organismo.

"No"

La respuesta fue entregada con el tono de voz propio de una verdad descarnada, dicha sin mayor intención que confirmar algo que ya es sabido por el interlocutor. Al escuchar esa respuesta, quiso reír de alegría y gritar de terror al mismo tiempo, pero no hizo ninguna de ellas. No estaba loco como para escuchar voces dentro de su cabeza ¿o lo estaba lo suficiente como para escuchar los pensamientos alguien que no era él?

— ¿Quién eres? ¿Qué eres?

No obtuvo respuesta. Por primera vez desde que comenzó a ocurrir todo eso, pudo experimentar la diferencia entre saber que iba a escuchar la voz, y saber que iba a mantenerse en silencio; fue como si escuchara que una respiración se hacía más y más lejana, aunque en realidad no estaba pasando nada. Y quiso hablar, exigir o rogar que no dejara de hablarle, que le respondiera más preguntas, pero se quedó sin energías como para poder formular estas palabras, al mismo tiempo que nacía en él un enorme miedo a saber cualquier tipo de respuesta.


2


El paso de la noche fue en vela. Fingió estar durmiendo el tiempo suficiente como para que Iris se durmiera profundo, y luego de levantó a hurtadillas, bajando al primer piso.
De pronto fue como si todo lo que lo rodeaba, la casa y lo que había en su interior, hubiese tomado un significado distinto por completo al que tenía antes para él. Mientras estaba en su lado de la cama se preguntó ¿por qué resultaba tan relevante ese nuevo conocimiento? Y no le costó encontrar la respuesta: desde que toda esa absurda y loca situación comenzó, todo se remitía a su interior, a cosas que podían o no estar pasando dentro de su mente; se engañó de distintas formas, pero al final de cada día, cuando estaba en casa, sabiendo que su hijo estaba a salvo y su esposa junto con él, entendía que el mundo, su mundo, seguía siendo el mismo. Quizás estaba bajo presión, o comenzando a experimentar un síndrome, pero aún así, eso le pasaba a él, era algo que existía sólo dentro de su ser. Pero al oír esa voz de aquella manera, al tener esa confirmación clara, significaba que ese "algo" que antes asoció a un estado mental, era algo que estaba fuera de su control, y eso lo aterraba.

"No puedes borrarme"

Tan claro como lo volvía a escuchar en esos momentos. Pero esta vez la voz estaba más serena ¿por qué lo alteraba más escucharla ahora que demostraba sentimientos que antes, cuando era una especie de eco sin vida?
Porque ahora tenía una vida que parecía propia.

— ¿Qué eres?

No contestó, pero esa respuesta silenciosa decía tanto como las otras.

— ¿Qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres?

Sin respuesta. Pero estaba ahí. ¿Qué quería decirse a sí mismo con "ahí"? ¿Cómo podía estar en alguna parte si no era nada?

— ¿Qué eres?

"Yo soy... Real"

— ¿Real como qué? ¿Quién eres, dónde estás?

"Estoy en ti"

Sin quererlo, miró en todas direcciones, como si con eso pudiera descartar la posibilidad de que, en realidad, hubiera algún ahí. La sala estaba en semi oscuridad, sólo encendida una luz tenue en el centro del techo, programada para dar un aspecto cálido; sin embargo, en ese momento las sombras alrededor parecían tan tétricas como antes lo eran las luces brillantes en el cuarto de baño.

—No puedes estar en mí. Tú no eres la voz de mi conciencia como quisiste que creyera.

"No soy la voz de tu conciencia"

—Acabo de decir eso maldita sea.

Inspiró profundo para evitar gritar. Al hacerlo, apretó los músculos del cuerpo, como si estuviera sintiendo un escalofrío, aunque en realidad no podía saber si estaba en un ambiente cálido o no, sus sentidos estaban demasiado golpeados como para poder saber eso. Ahora había paz en la voz ¿por qué? ¿Cuál era el cambio desde la vez anterior, sólo un par de horas antes?

—Dime quién eres.

"No puedes borrarme"

— ¿Por qué estás haciendo esto?

"No deberías querer borrarme, yo quise ayudarte pero no escuchas"

—Quisiste ayudarme —masculló con rabia—. Todo esto es ridículo.

"No quieres mi ayuda. Por eso lo hice"

Por su mente pasó el fuerte calambre en la pierna; sucedido al mismo tiempo que la voz demostraba por primera vez algún tipo de sentimiento. Una reacción natural ¿Qué podría tener de extraño sufrir un calambre? Pero en ese momento se dijo que no era un simple malestar, que algo distinto era lo que estaba pasando, sólo que se lo dijo en segundo plano, sin prestar realmente atención a eso, porque la voz y sus palabras recientes resultaban mucho más importantes.

— ¿Qué hiciste?

"No puedes borrarme, no puedes"

No era obstinación, más bien sonaba a que estaba explicando una y otra vez algo que ya estaba claro; como cuando él mismo le repetía a Benjamín que no podía tener algo con lo que insistía una y otra vez. Sintió escalofríos.

—Dime por qué.

"Intenté ayudarte, porque estás pasando por algo que no puedes controlar"

Entonces lo recordó. Cuando los recuerdos volvieron a él la jornada pasada, y se vio a sí mismo junto a Nadia, atacando a Nadia, era como si todo eso no hubiera pasado; recuerdos propios, desde su punto de vista, y al mismo tiempo ajenos, como si de alguna manera fuesen implantados en su memoria.

"Algo que no puedes controlar"

Él atacó a Nadia. La dejó inconsciente, abandonada a su suerte en plena calle; sólo la fortuna había impedido que pasara algo más grave pero ¿por qué no recordaba lo sucedido? Los recuerdos aparecieron después, pero nunca parecieron suyos.

—Yo no hice eso. Yo no ataqué a Nadia.

La voz no contestó.

— ¿Qué has hecho?

Otro silencio; en ese momento, algunos hechos inconexos comenzaron a tener sentido, como si de un rompecabezas tratara. La razón por la que no recordaba haber agredido a Nadia tenía directa relación con el ataque mismo, y esa voz que de pronto apareció, estaba relacionada con aquellos momentos que no podía recordar con claridad. Ahora lo veía desde el presente hacia el pasado, pero era como si, de a poco, hubiese comenzado a perder el control de sí mismo; no sabía con claridad si lo que estuvo perdiendo fue el control de su propia persona, o la capacidad de saber lo que estaba pasando.

—Dime qué fue lo que hiciste.

"No escuchas mis consejos"

Necesitaba aclarar sus ideas. Hasta ese momento, todo tenía que ver con el interior de su mente; el ataque a Nadia era un asunto demasiado complejo, algo que no podía enfrentar, para lo que terminó ocultando todo al momento de ir a verla. Ocultó toda esa información, pero si se trataba de algo complejo, había ocultado lo demás, lo que significaba que, escarbando un poco, podía dar con el origen de otras interrogantes. Entonces se hizo una pregunta más crucial aún ¿desde cuándo estaba sucediendo todo eso?

—Dime... ¿desde cuándo estás...aquí?

Quiso correr, salir de la casa a toda velocidad aunque estuviera en boxers, aunque fueran las dos de la mañana, y escapar de alguna manera de lo que estaba sucediendo, pero supo que eso no sólo no tenía sentido, sino que no resolvería nada en lo inmediato.

"Llevo mucho tiempo aquí"

—Dime qué es lo que quieres.

"No quisiste escucharme"

—No quiero escucharte —replicó entre dientes—, no quiero que existas, quiero que desaparezcas para siempre.

"Quise ayudarte"

— ¡No!

No le importó que su voz saliera más fuerte. Estaba en la planta baja, Iris no lo escucharía y Benjamín seguro dormía con tranquilidad; pero al menos en ese momento, necesitaba expresar, aunque fuera un poco, la frustración que estaba sintiendo. No es la voz de la conciencia, no es algo que está pasando dentro; se trata de algo que viene de fuera.

"No"

Algo le decía que las cosas eran de determinada forma. Algo le dijo que estaba involucrado con el asunto de Nadia, que debía investigar; algo le dijo que tenía que intentar...

—Oh no... tú... tú no quieres ayudarme, nunca quisiste.

"No"

—Dime qué es lo que quieres.

"Quiero destruirte"


3


— ¿Sucede algo cariño?

Vicente volteó hacia la escalera, y vio a su esposa al borde de ella, mirándolo con una expresión en la que se conjugaba la preocupación y el sueño, aunque la primera prevalecía. Estaba muy erguida, como solía pararse cuando algo la sacaba de su zona de tranquilidad, envuelta en la bata y con los brazos cruzados a la altura del estómago.

—Estoy bien.
—Son casi las cuatro de la mañana y estás aquí en la sala. Y tu cara no es de que todo esté bien.

¿En verdad había pasado tanto? Al escuchar la voz de su esposa, notó que estaba sudado, y experimentando un cansancio muy alto. Tuvo la intención, casi instintiva, de mirar en todas direcciones, como parta comprobar si estaba sucediendo algo extraño que pudiera delatar su conversación con una voz invisible.

—Estoy bien, en serio.
— ¿Por qué estás aquí?

No estaba escuchando nada en esos momentos; la voz parecía haberse esfumado otra vez, dejando la inquietante sensación de vacío en su interior. No estaba, pero su no estadía confirmaba una vez más que se trataba de algo, porque lo que no existe, no puede dejar de estar.

—No podía dormir, bajé para no molestarte.

¿Cómo se había dado cuenta? ¿Tal vez habló algo sin darse cuenta del real volumen de su voz?

—Vicente, me preocupa que estés así.

Era una afirmación, pero al mismo tiempo un paso a la comunicación, una forma de hacerle ver que no se trataba una crítica, sino de la oportunidad de hablar, sincerarse y decir las cosas tal como eran. El problema es que no tenía nada claro en la mente, no se percató ni siquiera del paso del tiempo, por lo que no disponía de una excusa. Y en esos momentos revelar lo que estaba pasando era más impensable aún que hablar del asunto de Nadia ocurrido anteriormente. La expresión de Iris, en el potencial caso de revelar lo que estaba pasando, sería una mueca difícil de olvidar.

—No me siento muy bien, pero te prometo que no es nada grave.

Iris descendió las escaleras a paso lento; ahora estaba envuelta en la bata color rosa pálido, con los brazos cruzados en actitud de auto protección, o tal vez como si sintiera frío. ¿Estaba haciendo frío en ese instante? De pronto se preguntó si ella habría percibido, en las horas o días anteriores, algo que la hiciera sospechar, y pasar de la preocupación a sentirse amenazada por algo; algún suceso o comportamiento además del incidente del cuarto, que ya estaba superado.

—Vicente, mírame.

Percibió en su interior un extraño sentimiento de rechazo, pero no hacia ella, sino con respecto a él mismo, como si de alguna manera el tocarla en ese momento pudiese contaminarla, o afectarla de un modo todavía indescifrable. Sintió la opresión en el pecho y quiso decirle que se alejara, que no quería lastimarla pero ¿cómo decir algo así sin que significara otra cosa?

—Iris.

Dijo su nombre en voz muy baja, conteniendo la emoción, de súbito presionado por un peligro que no era físico, y quizás, tampoco mental.

"Quiero destruirte"

En esa ocasión no lo escuchó, pero el eco de la voz llegó a su mente casi con la misma intensidad. Era una declaración, la afirmación de algo que hasta entonces permanecía oculto tras un velo de misterio. No había vuelto a repetirlo, pero esa afirmación era más que suficiente.

—No me siento bien —dudó un momento, pero llegado a esa instancia, no tenía mayor alternativa. A pesar del desvelo, y del estado en el que se encontraba, tuvo la claridad suficiente para entender la oportunidad que se daba: Iris sabía, gracias a su gran percepción y capacidad empática, que algo no estaba bien en él, y que no se trataba de un simple dolor de cabeza o insomnio. Si no aprovechaba ese momento para decir algo contundente, generaría en ella una desconfianza que luego sería difícil de borrar—. No me siento nada bien.
—Explícate.
—Siento —hizo una pausa. No, no podía arriesgar tanto, al menos no hasta saber más—, siento que estoy perdiendo mis capacidades; creo que podría estar presentando algún tipo de cuadro de deterioro mental.

La mirada de Iris había estado fija en la de él durante todo ese tiempo, con una calma y atención que daban a entender que sólo podía tener ojos para él. Ahora, al escuchar esa declaración, su ceño ser fruncía ligeramente, y los músculos de la cara de tensaban. Vicente supo que escuchar eso era violento para ella, después de haber vivido con la enfermedad de su padre; pero no dio esa versión para agredirla, sino porque, llegado el momento, sería la única salida aún válida para justificar lo que pudiera suceder.

— ¿En qué te basas para decir eso?

Hubo una cierta violencia en la voz, como si le costara referirse a ese asunto después de tantos años; Vicente sabía que costaba.

—Han estado pasando cosas extrañas conmigo.
—Podría ser estrés.

Lo dijo de forma un poco apresurada; aún a la moderada distancia que los separaba, él pudo notar la sequedad en la garganta, y cómo el hablar estaba significando un esfuerzo mayor al habitual.

—No es eso. Iris, algo no está bien conmigo.

Ella había estado avanzando para tocarlo, pero un sentimiento superior la hizo detenerse. Estaban a un costado del sofá, separados por un metro y medio, que en ese momento era como una vida completa, tristezas pasadas y miedos.

—Hay cosas que no han estado funcionando bien los últimos días; tengo lagunas mentales, son momentos que no puedo recordar, no puedo saber lo que pasó o lo que hice.

Los ojos de ella se empequeñecieron; ese era el primer síntoma, muchas veces desapercibido, que comenzaba el camino. Asociado a cansancio, falta de sueño, estrés o distintos factores, siempre ignorado, de alguna manera despreciado en pro de mantener la estabilidad; no tomado en cuenta por la persona afectada, y de alguna manera tampoco por quienes estaban a su alrededor, ciegos por una malentendida conveniencia. Sin embargo mantuvo la calma, de seguro diciéndose en su interior que no era posible, que era todavía muy pronto; Iris era una persona que no se dejaba apabullar con facilidad, no sin haber completado la información que necesitaba.

— ¿Desde cuándo es que estás sintiendo esto?

Por un momento creyó ver en sus ojos un asomo de censura, como si la potencial respuesta fuese algo a criticar, pero contuvo también ese sentimiento; su estómago se comprimió de la culpa por estarla haciendo pasar por esa situación ¿Cómo explicarle que lo que decía era en realidad el mejor de los escenarios posibles y no el peor?

—No estoy seguro.
—Pero tiene que haber pasado algo que te haga pensar en esto.
—Ahora es un ejemplo; me levanté, pero no sé lo que pasó en estas horas, son casi dos horas y no sé lo que ocurrió.
—Pero podrías estar un poco dormido...

Su voz casi se quebró, sujetándose con debilidad a una súplica que sabía por adelantado no tendría buen destino. La veía con tanta claridad, de una forma en que parecía que la débil luz de la sala que estaba encendida se estuviera concentrando sólo en ella, en ella en su aspecto más real y al mismo tiempo más vulnerable, con los brazos cruzados protegiendo el corazón, y los dedos de la mano que quedaba oculta apretados, haciendo que la fuerza descargara la presión contra la palma. Vicente negó con la cabeza mientras contestaba.

—No estaba durmiendo; no me dormí en ningún momento, es sólo que... No lo recuerdo. Y ha pasado antes, me he encontrado a mí mismo mirándome en el espejo del baño, o sentado ante el volante en el auto, y no sé cuánto tiempo luego ahí, ni si hablé o hice algo ¿Entiendes? No hay nada en mi memoria. Si se tratara de un acontecimiento aislado, podría creerlo, pero no es así.

Guardó silencio al ver una nota de pánico en los ojos de ella; pero aún estuvo tranquila, hizo un esfuerzo por apartar de sí lo que la afectaba, y concentrarse en el presente; pero también existía un conflicto, que enfrentaba lo que él decía con sus propios recuerdos del pasado reciente; su mirada vagó por unos segundos, de seguro haciendo conexión entre lo que él decía y los hechos pasados. ¿Cuánto de lo que recordaba sería lo mismo a lo que él se refería? Supo entonces que ella comenzaba a sentir lo que sucedía, a relacionar quizás cosas sencillas de la vida diaria que en otras circunstancias no tendrían importancia, pero que ahora cobraban una, y descomunal.

—Está bien, escucha —se interrumpió a sí misma, probablemente sintió su propia voz más aguda de lo necesario—, entiendo que es complicado, pero también puede ser un cuadro de estrés agudo.

"No"

—Lo primero aquí es mantener la calma, no preocuparse. Puede ser un cuadro de estrés agudo, lo principal es saber exactamente qué es lo que ha estado pasando. Pero cuando te golpeaste la cabeza, los exámenes salieron bien, no había nada que...

Volvió a interrumpirse; de seguro había notado que, tocando ese punto, estaba dando más realce a las palabras de Vicente, en vez de rechazarlas; Iris siempre sabía lo que decía, pero esa madrugada las cosas no eran como siempre.

—Ahora tenemos que descansar; voy a llamar al Centro de análisis y tratamiento mental para pedir una hora para un especialista, tienes que hacerte una serie de exámenes para que sepamos con claridad de qué se trata ¿está bien?

La actitud de Iris, y su fuerza ante un evento como ese, con todo lo que implicaba, hizo que su sentimiento de amor hacia ella fuera más grande y más sólido. Y el terror que sentía ante la existencia de la voz, mucho más visceral.

—Lo siento.
— ¿Por qué te estás disculpando? —la pregunta de ella sonó un tanto alterada, pero hizo otra vez un esfuerzo. No iba a llorar.
—Por hacerte pasar por esto. Es sólo que no quiero que tú y Benjamín estén en riesgo.

No quiso continuar, pero ambos sabían muy bien de qué hablaban; el padre de Iris comenzó a sufrir los síntomas propios de una enfermedad mental degenerativa, y el final de sobrevino con bastante rapidez. Pero primero estuvo el amargo trance, de verlo ido, sin reconocer a nadie, siendo agresivo sin querer serlo; ese periodo, a muy poco de salir de la Universidad, había sido duro para todos.

—No tienes que sacar conclusiones apresuradas —dijo ella con énfasis, aunque con poca fuerza—, no conseguimos nada preocupándonos más de la cuenta. Escucha, mañana veremos lo de la hora con un especialista, todo lo demás lo vemos después ¿de acuerdo?

En muchas ocasiones, Vicente se había sentido siendo egoísta, como si la mayor parte de las cosas que hacía en la vida fueran por interés propio; pero en eso era distinto, y si existía aunque fuera la más mínima posibilidad de poner en riesgo a su familia, estaba obligado a hacer algo al respecto. Sentía miedo acerca de lo que pudiera pasar, o significar la existencia de esa voz, pero resultaba mucho más importante proteger a los suyos.
Se dijo que no iba a permitir que algo, sea lo que fuere, amenazara con controlarlo.

"Pero ya lo hiciste"

Abrió mucho los ojos, retrocediendo un paso; Iris captó ese movimiento y, como activada por un resorte, se puso tensa.

— ¿Qué?

Ella trató de encontrar su mirada, pero él volteó hacia la ventana, la mirada perdida en un punto indefinible.

"Ya lo hiciste. Y si pude hacerlo una vez, puedo hacerlo de nuevo"

— ¿Vicente?

Escuchó la voz de ella, impregnada de un tono de alarma propio de la situación que acababa de ocurrir; aún sin mirarla supo que su expresión habría mutado al miedo, y que su reacción anterior de no acercarse estaría en pugna con la de sí hacerlo, de abrazarlo y decirle “Estoy aquí, escúchame” de la misma forma en que lo había hecho con su padre años antes. Pero eso fue algo que percibió con distancia, ya que lo que pasaba con la voz estaba ocupando todo el espacio de su atención. No, no era posible, no había llegado tan lejos.

—No.

"Has estado viviendo un engaño hasta ahora"

— ¿Por qué?

Sabía que no tenía que hablar en voz alta, pero la amenaza dentro de la sutil y suave voz lo impulsaban a seguir preguntando; era un momento en que tendría que saber.

"Ya está hecho. Se lo hiciste a ella. ¿Podrás mirar su rostro otra vez cuando sepas lo que hiciste?"

¿Cuando sepas lo que hiciste? No lo dijo, en ese momento calló pero la expresión se grabó a fuego en su recuerdo. ¿De quién estaba hablando? Nadia estaba recuperándose.

"Hasta ahora has vivido en una ilusión"

—Vicente.

La voz ahora era dulce, amigable, casi se podría decir que divertida. Estaba disfrutando de esa incógnita, de hacerlo saber algo a partes, de tenerlo prisionero de una duda que debía resolver.

"¿Sabes lo que le hiciste?"

No estaba hablando de Nadia; perdida su mirada en la nada, de espalda a su esposa, pero internamente en otro sitio muy lejos de allí, intentó encontrar en su memoria y dar con un resultado, encontrándolo imposible.

"Crees que se olvidó de ti cuando te olvidaste de ella. Pero no fue así"

¿De quién podría olvidarse?

—Oh, no...

"Ella no te olvidó. La enviaste al olvido"



4


A partir de ese momento, cualquier expectativa de conciliar el sueño de convirtió en una utopía que no tendría lugar; convenció a Iris de quedarse en el cuarto de alojados en la primera planta para dejarla dormir, y aunque ella insistió en que no estaba de acuerdo, aceptó por la perspectiva de seguir la intención de él. Odiaba quedarse fuera del cuarto, pero la alternativa era más riesgosa. ¿Cómo podría haber supuesto que ese nuevo escollo se interpondría entre él y la tranquilidad?
Una vez que estuvo encerrado en el cuarto de alojados, se encontró insomne y solo, pero a la vez, acompañado.

"La enviaste al olvido"

La voz había callado otra vez, como descubriendo en la práctica que esos intervalos estaban volviéndose más amenazadores cada vez que sucedían. Tuvo temor de hacerlo, y se quedó sentado en la cama, mirando el número en el teléfono móvil, esperando reunir la fuerza y decisión necesarias para enfrentar la decisión y el paso a dar. Se preguntó mil veces si sería lo correcto, si quizás sería un error, o estaría poniendo en riesgo algo más, como la tranquilidad que esperaba haber conseguido luego de dar aquel paso. Al final se decidió, y aunque era de madrugada, hizo la llamada.
Renata no contestó. Su móvil figuraba fuera de servicio.

—No puede ser.

El móvil de Renata nunca estaba fuera de servicio. Trabajaba en una clínica estética para la alta sociedad, en donde en cualquier momento podían recibir la llamada urgente de una modelo o señora enemiga del tiempo que necesitaba de forma desesperada un cambio en su anatomía. Y cada llamada era dinero. Ni siquiera enviaba al buzón voz.

—No puede ser, no puede ser...

"Has estado viviendo en una ilusión"

¿Hasta dónde podía llegar lo que estaba pasando? ¿Se trataba de un tipo de enajenación, algo no sólo fuera de su entendimiento, sino de su control, e incluso de su memoria?

"¿Podrás mirar su rostro?"

Sabía que algunos episodios eran confusos, pero al fin recordó lo sucedido con Nadia ¿acaso no era el primer incidente?

"¿Sabes lo que le hiciste?"

También existía la posibilidad de que su teléfono móvil estuviera descompuesto, o la hubieran asaltado. O que simplemente no quisiera contestar. Pero habían pasado más de dos semanas desde la última vez que supo de ella, no era posible que después de todo ese tiempo aún tuviera la precaución de apagar el móvil ante una probable llamada de él. Miró la hora: cinco cincuenta; no podía simplemente ignorar esa situación, por muy paradójico que fuera estar pensando en saber de ella cuando fue él quien hizo lo necesario para apartarse. Ahora todo ese rollo de estar buscando aventuras parecía algo tan ajeno y lejano, los juegos infantiles de alguien más, a quien no reconocía. Iris, era casi seguro, despertaría alrededor de las seis en modo operativo, dispuesta a hacerse cargo de todo y acompañarlo a realizar cualquier examen que fuera necesario.

Se vistió y salió en silencio, tomó el auto y salió a toda velocidad.
Al llegar al edificio en donde estaba el departamento rentado de Renata, tuvo un instante de vacilación mientras bajaba del vehículo, pero al fin decidió que ya no podía dar pie atrás. Al menos hasta esa hora podía decirle a Iris que fue a dar un paseo, y nada más.

—Buenos días.

A diferencia de las otras veces en que estuvo ahí, el conserje lo saludó, ya que desde luego no iba acompañado por alguien que él conociera.

—Buen día. Necesito saber si se encuentra la señorita Fosquin está, es el departamento 601.
—No está señor —replicó el conserje de forma automática—. No hay noticias de la señorita Renata desde hace muchos días.

No. Eso no podía estar pasando. Tragó saliva casi de forma compulsiva.

— ¿A qué se refiere con que no hay noticias?
— ¿Usted es amigo de ella?
—Claro que soy su amigo —notó la violencia en su voz, y se controló—. Lo siento, es sólo que he tratado de saber de ella y no contesta el móvil...
—No, no lo contesta —dijo el hombre como pasando por alto lo que él decía—. La verdad es extraño, nunca había pasado en cuarenta años que alguien desapareciera de un día para otro de un departamento.
— ¿Desaparecer?
—El día seis —explicó el hombre como si eso diera forma a sus palabras—, salió en la mañana y no ha vuelto; la hemos llamado al número del que tenemos la referencia pero no contesta.

No era posible que una persona estuviera tanto tiempo desaparecida y nadie hiciera nada.

—No entiendo, si ella no está y no saben nada ¿Por qué no llamaron a la policía?
— ¿Porque la persona que habita un departamento que ya está pagado no llega en unos días? —replicó el hombre con cierto escepticismo—. La señorita Fosquin ha pagado el semestre por adelantado, por lo tanto no hay nada de qué preocuparse; hay muchas personas que pagan por adelantado.
—Pero usted dijo que habían intentado comunicarse con ella.
—Eso es porque habitualmente las personas que no van a estar en varios días dejan un aviso al respecto, o una instrucción sobre si puede ir alguna persona de parte de ellos, o peticiones de que alguien del personal del edificio se encargue de alguna labor; pero no lo hizo, la hemos llamado tres veces a lo largo de estos días y no contesta, es un poco extraño porque siempre dejaba aviso si se iba a ausentar por uno o dos días.

Veinte días. La cantidad de tiempo pasada era mucho más de lo que en cualquier caso habría podido imaginar, y abría un horizonte de dudas tan enorme como el que se presentaba con respecto a su propia situación.

—Gracias.
— ¿Quiere dejarle algún recado?

Por un momento temió que su mirada reflejara el pánico que esa pregunta le producía, pero por suerte ese sentimiento pasó desapercibido; en cambio, asintió mientras comenzaba a despedirse.

—No es necesario, intentaré contactarla por otros medios.

Cuando volvió al automóvil, notó que estaba temblando ¿por qué esa maldita voz no le decía qué era lo que pasaba, si es que de verdad pasaba algo?
Pero saber que no estaba no disminuía la incertidumbre, y en cambio la aumentaba hasta niveles que no era capaz de entender bien; Renata tenía veinte días de no volver a su departamento, y él no conocía a nadie más cercano a ella. En el móvil, entró a redes sociales y la buscó, con lo que su nivel de alarma subió de forma considerable al ver que su perfil llevaba ausente el mismo tiempo que ella de su departamento.
¿Dónde estaba?
Pero tampoco podía tener una respuesta así como así, por fuerza debía existir algo que lo ayudara, aunque no imaginaba qué. La voz insistió en que se trataba de algo que él había hecho, pero a diferencia de lo sucedido con Nadia, ahora no había ningún recuerdo que apareciera de pronto en su mente.
"Pero ya lo hice" había dicho la voz.
Esa parte, esas palabras en particular hicieron sentido de un modo distinto; decía que ya lo había hecho, luego de que él pensara en que debía evitar que lo controlara algo que estuviera fuera de su ser. ¿Entonces era eso, algo lo controló de una forma en que ahora no recordaba nada? ¿No recordaba porque no había nada que recordar?
No tenía adónde ir, ni tiempo o siquiera un plan para poner en práctica. La voz no estaba, daba la impresión de haber aprendido a incitar su descontento a través del silencio, entregar sólo una parte de las pistas y dejar el resto en duda. Tenía que volver a casa antes que Iris se preocupara más de la cuenta. Si es que no estaba ya preocupada; pero en ese caso lo habría llamado por teléfono en primer lugar.
¿Cómo descubrir algo, si ese algo no era parte de sus recuerdos? ¿Qué tan mal podían estar las cosas con él como para dejarse dominar por algo que ni siquiera podía explicar con claridad?

—Hay una posibilidad...

Siguiendo un presentimiento, se dijo que era lo único que podía hacer era enfrentarlo, de la misma manera que enfrentó el camino hacia ese edificio; saliendo de la zona de pequeñas calles, enfiló el automóvil hacia el único otro lugar en donde existía una conexión entre ambos: el bar en donde se conocieron.
Se trataba de un sitio sencillo pero con estilo propio, inspirado en la década de los setenta, en el extremo norte de la ciudad; Vicente entró allí una tarde durante una escapada, se miraron, y al cabo de poco rato estaban coqueteando, tomando un trago y, por supuesto, seduciéndose. El motel más cercano estaba a veinte minutos, los que parecieron largos mientras él conducía y ella le acariciaba los muslos; de forma increíble, rememorar eso no le producía ningún tipo de satisfacción ni interés, quizás por el cambio que había experimentado con respecto a su relación de pareja, o tal vez por algo más profundo.
Detuvo el auto en la calle con la que hacía esquina con la del bar, pero antes de bajar se quedó pensando en lo que había pasado esa tarde, tratando de reconstruir los hechos tal como habían sucedido. Después de salir del bar, él le dijo que lo acompañara en su auto, a lo que ella respondió que quería beber algo; Vicente tenía lista una lata de cerveza en el auto para beber un poco y justificar el aliento a alcohol, pero de ninguna manera podía beber otra cosa, así que ella dijo que no le importaba beber sola mientras ambos se divirtieran. Salieron por la calle Norte, que llevaba a la carretera urbana y a través de ella al motel. No, ella mencionó lo de beber algo cuando ya iban en camino, de forma que él le dijo que tendrían que parar si en una salida veían una botillería funcionando. La vieron.
E hicieron una parada en la mitad del camino.

"¿Cómo vas a mirarla a la cara?"

Salió de la carretera. Se trataba de una salida que conducía a un conjunto de casas bastante antiguas, una zona residencial bastante típica que se había quedado al margen de las modificaciones hechas por la empresa vial. Los había atendido una persona que les pidió que esperaran unos minutos, ya que tenía que buscar la botella específica que Renata quería, un trago no muy caro pero poco usual. Vicente le dijo que se tomara el tiempo necesario, y ambos caminaron sin rumbo fijo. La botillería estaba en el inicio del conjunto de casas, el que a su vez estaba distante de la salida de la carretera por unos cientos de metros de terreno vacío.
Estaban divagando mientras esperaban a que el dependiente buscaba el trago que ella quería. A tan sólo unos metros del borde la carretera urbana, y a unos cuantos cientos de esas villas pobladas por gente de esfuerzo, como de común se denominaban por la prensa, había una zona desierta, un extraño paraje con pasto seco y piedras alrededor que muy bien podría estar junto a una carretera rumbo al campo.
Un lugar para perderse.
Resultaba extraño, pero las carreteras urbanas tendían a establecer un límite social entre las personas. Muchas veces de un lado, como en ese, había edificios de oficinas y grandes empresas, y del otro casas antiguas, habitadas por personas que a menudo eran parte del rechazo al avance científico y de obras, pero que de manera irremediable quedaban aislados, sujetos a una forma de vida fuera de época, rodeados incluso por una porción tierra con errores que nunca serían tapados por los avances del otro extremo.
Un terreno baldío, un lugar para desaparecer.
Hizo el viaje en el límite de la velocidad, ignorando los primeros y tímidos rayos del sol que anunciaban el inicio del día; pasaba poco de las seis, pero aunque sabía que Iris iba a llamarlo, puso el teléfono en silencio cuando estaba a poco de llegar a su destino.
La salida de una carretera, hacia ningún sitio importante para alguien ajeno, un lugar para morir.


6


—...y así fue como todo comenzó.
Te gusta este cuento ¿verdad? Puedo verlo en tus ojos cuando te lo leo. Oh, disculpa.

La voz de alejaba poco a poco, interactuando con la de alguien más. Pero aún era posible escucharla.

— ¿Cansada? Para nada, es muy estimulante hacerlo. No, te equivocas, tiene reacciones; al principio, cuando empecé a cuidarlo, pensaba lo mismo, que no había nada, pero aprendes a entender ciertas variaciones. Hay cambios en sus ojos, no es como en las películas eso de los pestañeos, se trata de algo mucho más sutil. Puedes ver que su mirada se pierde cuando es algo que no le interesa, y cómo sus ojos están fijos en ti cuando le hablas de algo que les gusta; hacer ese cambio es dedicarle tiempo y atención.
Le estaba leyendo este cuento, es su favorito, puedes ver el brillo en sus ojos. ¿No lo has oído? Se llama "El manto del silencio" pienso que le gusta porque habla sobre la historia, es como contar la historia del mundo y de la humanidad, es muy bonito en realidad.
¿Qué? Claro que sí. Yo sé que la gusta, sé que es su favorito.


7


Estacionó el auto a un costado de la salida de la carretera; no tuvo mayor dificultad en encontrar el punto en donde había sucedido.
La voz no estaba, nada había en ese lugar más que él.
Estaba sobre el suelo, en una cavidad en la tierra lo suficientemente grande para que una persona pudiera estar recostada a su largo, y tan cubierta de matorrales por los bordes como para que no fuera posible verla, a menos que quien llegara se acercara a mínima distancia. La cavidad en el suelo era, con toda probabilidad, producto de los movimientos de tierra hechos por los trabajos de la empresa constructora, que en su desdén por determinados sitios generaba montículos, los que en muchos casos quedaban hundidos o quebrados, dispuestos a que en ellos naciera la vegetación. Miró por un momento arriba, y se encontró con que, por casualidad, si alguien asomara por el borde de la reja protectora de la carretera, no podría ver la cavidad, ya que el ángulo era demasiado cerrado; por otra parte, la calle asfaltada que conducía a la salida de la vía rápida tomaba una curva, que hacía innecesario acercarse hasta ese punto.
De pronto fue como si toda la luminosidad de la mañana que comenzaba permitiera que su vista fuese mucho más nítida, apreciando los detalles de la macabra escena como si, en vez de separarlo un par de metros, fueran tan sólo algunos centímetros. Estaba tendida de espalda, el abundante cabello negro enmarañado, cubriendo parte del rostro, dejando a la vista la mejilla izquierda y parte del mentón; la piel era de un color ceniciento, donde las grietas habían formado caminos incontables sin dirección ninguna. Siguiendo la curva del pómulo hacia el rabillo del ojo, había un largo surco negro, contiguo al ojo que ya no existía: en su lugar, el párpado estaba muy abierto, sellado al contacto con la piel por una membrana y una sustancia gelatinosa de un color indefinible; por el borde del lacrimal se extendía un camino de color negro verdoso, que se veía solidificado con el paso del tiempo; otro camino se marcaba desde la comisura de la boca, perdiéndose hacia el cuello donde el cabello se mezclaba con la tierra y los hierbajos propios del terreno. Sobre el tallo de un solitario diente de león que se mecía, una mariposa de color anaranjado con unas diminutas pintas amarillas, permanecía inmóvil, con tanta vida en su pequeño y frágil cuerpo como jamás volvería a haber en el que, ignorado por esta, permanecía a una muy escasa distancia. El cuerpo había perdido sustancia, por lo que las ropas sobre él, ya de un color difícil de especificar por causa de los líquidos emanados, estaban adheridas como si de papel mojado se tratase, sobre una superficie rugosa; el brazo izquierdo, descubierto desde poco más abajo del hombro, mostraba un color de piel más pálido que el de la cara, aunque los efectos del paso del tiempo sobre él eran, por contradicción, más evidentes: los dedos de la mano estaban anormalmente quietos, detenidos en forma de garfios cada uno de ellos, separados más de lo que de manera natural estarían, ya que en ellos el paso del tiempo había secado la piel, convirtiendo cada uno de ellos en vestigios como ramas secas, con las uñas sobresalidas y el dorso de la mano, expuesto a la luz del sol, en un mapa por el cual deambulaban unos pequeños insectos oscuros. Se dirigían al centro de la mano, donde la piel abierta y seca era una especie de grieta, y los bordes mismos de esta eran pequeñas puntas salientes, resquebrajadas y resecas. El volumen del cuerpo era amorfo, resaltando más el lado que quedaba cubierto por los matorrales del borde, como si de alguna forma algo abajo mantuviera una porción más erguida, en tanto el lado izquierdo perdió su forma, desdibujando las curvas para volverlas una masa, contenida en parte por los tejidos de la tela que, humedecidos y vueltos a secar por los efluvios corporales, eran una especie de cascarón sin definición clara. Lo que, a primera vista parecía parte de la vegetación, se mostró entonces como una serie de vaporoso moho de color blanco verdusco, surgido desde el interior de la piel y expandido con los días hasta encontrar en el terreno una forma de mantenerse. Si bien en un principio había visto que corría una hilera de insectos diminutos hacia la mano tendida sobre el suelo, con el pasar de los segundos entendió que había muchos más, la mayoría de ellos mimetizados en su tránsito con el color oscuro de la ropa o con las piedrecillas propias del lugar.
No sintió náuseas ni mareo, sólo una larga sensación de vacío, como si al mirar esa escena que jamás esperó, todo lo que había pasado antes se convirtiera en una sola cosa, sin lugar a dudas ni preguntas.
No estaba escuchando voces, nadie lo controlaba desde ningún sitio. Había algo en él, una faceta de su propia personalidad que lo llevó a matar, mucho antes incluso de que comenzara a sospechar de sí mismo.
Se alejó del pequeño promontorio de tierra y matorrales, y caminó a paso lento hacia el automóvil, ignorante de la luz matutina que inundaba todo y del sonido en eco de los automóviles pasando a alta velocidad, se sentó en el suelo, apoyando la espalda en el guardafangos delantero, derrotado, solitario.

—Tengo que decidir cómo hablar de esto.

Su voz sonó ronca a sus propios oídos; garganta cerrada, ojos secos, miembros temblorosos. Ya no había nada más que dar vueltas a ese asunto, estaba más allá del punto en donde debía detenerse, y si no pudo o no supo de sus propios actos, entonces debía usar lo que le quedaba de cordura para entregarse a la policía, antes de destrozar la vida de alguien más.

"Tócala"

Por extraño que a él mismo le pareciera, volver a oír la voz no tuvo el mismo efecto de las veces anteriores; ya nada importaba, su mente y el destino de esta eran nada en comparación con el horrendo daño causado.

"Tócala"

—Tengo que...tengo que llamar a la policía. Lo mejor será que llame a Iris, que le diga... que le diga que ha ocurrido una desgracia y que debe dejar a Benjamín con Jacinta. Que mi niño no se entere...

Su voz se secó.



Próximo capítulo: No explicaste