La última herida Capítulo 37: Oficina sin espejos - Capítulo 38: Fecha de caducidad




Al despuntar el alba del día Lunes 14 de Diciembre Matilde conducía un automóvil negro hacia el edificio Ventisqueros donde su informante le había dicho que Samanta Vera se dirigió después del incendio. La joven suponía que para ese momento tanto ella como el doctor Scarnia estarían tratando de contener los daños causados por ellas, pero lo más importante es que estarían desprevenidos.
Ventisqueros era un antiguo edificio de oficinas, donde también tenían su centro de operaciones algunas empresas inmobiliarias de las más renombradas de la ciudad, por lo que era una excelente fachada para quien quisiera tener buenos contactos y un lugar discreto para operar. Y también permitiría que Matilde y Aniara entraran con relativa facilidad.

La seguridad del edificio era francamente deficiente para alguien que conociera lo suficiente de métodos, por lo que a Aniara no le fue difícil aplicar lo que había aprendido en el cuerpo de policía para que ambas pudieran entrar a través de las vías de emergencia, aunque por desgracia no tenían mayores datos del interior del lugar ni tiempo para conseguirlo. Matilde había tomado una excelente decisión al contactar a El ciego, que fue el seudónimo con el que desde un principio había querido ser identificado, seguro porque los ladrones y similares tenían un cierto respeto por sus nombres o la historia que había tras ellos. Sabía su nombre desde el momento en que fue a buscarlo a la cárcel en primer lugar, pero para todo tipo de efectos prácticos, lo mejor era mantener el trato según lo planeado; poco antes de entrar al edificio lo había llamado de nuevo para darle un par de instrucciones, y en cierto modo prepararlo para lo que vendría después: el hombre era rudo, y a cambio del dinero que ella le había ofrecido, no hacía preguntas y cumplía su trabajo sin problemas, desde el falso asalto para permitir que Gabriel escapara hasta seguir subrepticiamente a Samanta Vera en su salida del incendio de la clínica. Ahora solo tenía que esperar.


2


Una vez dentro del edificio y sabiendo que contaban con muy poco tiempo antes que las descubrieran o los cirujanos cambiaran de lugar, las dos mujeres se dedicaron a buscar la oficina y a las personas en su interior; Aniara llevaba a la espalda la mochila con la caja, y ambas armas aún escondidas.

–Mira.

Algunos minutos después dieron con un pasillo que daba a un sector inexplorado del sexto piso del edificio; rápidamente entraron por ahí, suponiendo que los cirujanos podrían estar ocultos en un lugar en donde no tuvieran molestias, y un hombre apostado fuera de la única puerta del lugar confirmó sus sospechas.

–Debe ser ahí.
–Tenemos que acercarnos.

No tenían tiempo que perder; usando el ancestral truco de generar ruido para atraer, consiguieron que el guardia se acercara a la esquina donde estaban escondidas, y Aniara se encargó de dejarlo inconsciente. Sin esperar más entraron en la oficina.

–Te digo que es mucho más grave de lo que parece, quemaron muchos equipos la noche anterior, hemos perdido muchísimo de lo que tenemos.

Samanta se puso rígida al ver, desde su escritorio, a Aniara y Matilde en el umbral de la puerta.
En la oficina había cuatro personas en total, los dos cirujanos a quienes estaban buscando, y dos hombres más, uno de los cuales levantó un arma hacia ellas al mismo tiempo que Aniara hacía lo propio.

–No se te ocurra disparar.

Rodolfo Scarnia volteó lentamente en su asiento hasta enfocar a las dos, y su expresión fue tan asombrada como la de la mujer. El tercer hombre en la habitación era mayor, de cabello cano y cuerpo voluminoso, y se quedó en su asiento semi volteado hacia ellas, mirando con expresión extrañamente ausente en el rostro.

–Doctora, doctor, creo que necesito que me atiendan ahora mismo.

Vera estiró la mano hacia el teléfono de escritorio, pero Aniara agitó hacia ella el arma de forma amenazante.

–No hagas eso. Ninguno de ustedes haga nada, o van a perder todo lo que tienen.

Scarnia le hizo un gesto con la cabeza al guardia, y este bajó el arma; momentos después Matilde desconectó los cables de los dos teléfonos fijos, y con rapidez se apropió de los celulares de los bolsillos de todos. Ambos doctores estaban claramente sorprendidos por la situación en la que estaban, pero fuera de eso, se mostraban en control ¿Sería tal la frialdad de esas dos personas, o durante el último cuarto de siglo se habían desecho de muchas más cosas que las molestias físicas?

–Tú –dijo Matilde mirando directamente a la mujer– siempre fuiste tú, reconozco que fue inteligente de tu parte.
–No tienes idea de lo que has hecho Matilde –repuso la doctora con frialdad– has cometido una gran estupidez con ese ataque.

Matilde extrajo el arma y le apuntó a la cara, permaneciendo a solo un par de metros del escritorio; la mujer disimuló lo mejor que pudo su nerviosismo.

–No hay ningún error peor que haber entrado en contacto con la clínica en primer lugar –replicó la joven fulminándola con la mirada– ese sí que fue un error, ahora dime por qué es que han hecho todo esto.

La mujer la desafió poniéndose de pie, y casi al mismo tiempo lo hizo el doctor, como activado por un resorte; Aniara y Matilde mantuvieron las armas en alto.

– ¿Para eso viniste aquí? ¿Para eso quemar mis equipamientos, dispararle a mi gente? Solo eres una estúpida.

Las últimas palabras fueron un aviso implícito para el guardia, que se arrojó contra Aniara que estaba más cerca de él.

– ¡No!

Aniara consiguió esquivar un golpe, y con precisión asestó un puñetazo en la cara del guardia; Matilde trató de acercarse sin perder punto de vista a los otros, pero tuvo que voltearse hacia ellos cuando Scarnia corrió hacia un costado.

– ¡Detente!

EL cirujano se detuvo de golpe al ver el arma apuntando hacia él; en tanto, Aniara había caído en un forcejeo con el guardia y trataba de liberarse, pero la fuerza de los movimientos de ambos rompió las correas que sujetaban la mochila, y esta cayó a un costado, liberando la caja metálica que hasta entonces había mantenido oculta.

– ¡Cuidado!

Como activada por un resorte, la mujer se soltó de su oponente y giró por el suelo alejándose de la mochila y su contenido. El hombre, que sangraba por la boca luego del golpe, tomó en sus manos la caja, quizás creyendo algún tipo de ventaja en ello, pero repentinamente el objeto se abrió, y algo salió disparado hacia el hombre.
Se escuchó un aullido aterrador.

Lo que salió del interior de la caja era espantoso, y seguía provocando tanto en Aniara como en Matilde el mismo tipo de impacto que al principio, tanto por su apariencia como por lo que era capaz de hacer: se trataba de una especie de ser vivo invertebrado, de forma similar a un pulpo, con algunos tentáculos con extremos puntiagudos, y una aterradora boca con pequeños dientes afilados; la bestia que Matilde había encontrado en el departamento de Patricia, la cosa viva a la que antes Antonio había hecho referencia como parte del tratamiento que ejecutaba la gente de ese lugar. Todos se quedaron inmóviles, atónitos ante la escena donde el guardia luchaba por quitar de su cara al animal mientras se revolvía y gritaba desesperadamente; unos momentos después, Aniara usó un abrecartas para punzar al animal y poder devolverlo al interior de la caja, aunque la mantuvo en las manos. El guardia permanecía en el suelo, cubriéndose la cara con las manos mientras continuaba aullando de dolor.

– ¿Qué es lo que han hecho? –gritó el hombre mayor mirando con ojos desorbitados la escena– ¿Qué es esto? Samanta, Rodolfo, tienen que darme una explicación.

Rodolfo miró con asco al hombre en el suelo para luego desviar la mirada hacia su interlocutor. Pero el otro hombre se puso de pie, y con movimientos lentos se acercó al herido en el suelo; el otro seguía gimiendo de dolor, y al quitarle un poco las manos de la cara, vio que tenía destrozado el labio y parte de la mejilla derecha, obra de tan solo unos instantes cerca de la bestia que se había liberado.

–Tranquilícese, vamos a ayudarlo, pero tiene que calmarse.

Era doctor. Por un momento Matilde se preguntó si debía dejarlo actuar o no, pero la respuesta no estaba clara. Ambas mantenían firme punto de tiro sobre los otros dos.

– ¿Es que no van a hacer nada? –exclamó el hombre mayor– Este hombre tiene heridas graves, tengo que atenderlo.
–Si tiene un maletín aquí, hágalo –replicó Matilde fríamente– no va a salir de esta oficina.

El hombre meneó la cabeza con gesto preocupado y se puso de pie con dificultad; miró en ambas direcciones alternativamente, esperando que alguien reaccionara.

–No tengo mi maletín aquí; escuche señorita, lo que sea que esté pasando no es culpa de él, déjeme ayudarlo.
– ¡Nadie va a salir de aquí! –sentenció Matilde enérgicamente.

El otro hombre levantó un dedo acusando a los cirujanos.

– ¡Me mintieron! Dijeron que habían separado la célula que destruía los genes defectuosos, dijeron que esa cosa había sido destruida.
– ¡Si, te mentí! –gritó Scarnia fulminándolo con la mirada– te mentí porque jamás habríamos conseguido nada de seguir con tus absurdas investigaciones. Tenías en tus manos uno de los descubrimientos más importantes de la década, pero tu miedo fue más grande que tu capacidad.
– ¡Basta!

El grito de Matilde se escuchó por sobre las voces de ambos hombres; para ese momento ambos estaban enfrentados con tan solo una silla entre ellos, de modo que la joven apuntó a ambos a prudente distancia, la mirada acerada sobre ambos mientras Aniara mantenía en control a Samanta.

– ¿Quién es usted?
–Edgard Vicencio –replicó el otro en voz baja– el culpable de gran parte de lo que está sucediendo ahora mismo –y de vuelta a Scarnia– eres un monstruo, mantuviste ocultos tus verdaderos intereses durante todo este tiempo, no puedo imaginar toda la gente que ha sido dañada a lo largo de este tiempo.
–Hablas como un cobarde.
–Usted cállese –ordenó Matilde acompañando sus palabras con un movimiento de su revólver– Doctor Vicencio ¿Es doctor verdad?

Un momento de silencio, y el hombre se derrumbó en la silla contigua a la que había estado ocupando Scarnia antes.

–No debería usar ese título. No lo merezco, ni estos dos sujetos lo merecen.
–Dígame cómo es que sabe de la existencia de ese ser vivo, y no me mienta.

El hombre la miró profundamente durante unos instantes; se trataba de un factor que no tenía en cuenta, pero podía ser sumamente importante para dilucidar algunas de las inmensas dudas que mantenía.

–Esto ocurrió hace treinta años –explicó lentamente– los tres éramos tan jóvenes, solo teníamos que seguir con nuestros experimentos y atender a las nuevas tecnologías; hasta que un día descubrí una mutación de una célula cancerígena sumamente extraña, en el cuerpo de un sujeto de experimento.
–No sigas.

Vicencio le dedicó una mirada de desprecio.

–Anoche esta mujer destruyó más de la mitad de tus instalaciones, y ahora te tiene a ti y a mí en sus manos, a solo un disparo de terminar con esta pesadilla. No me des órdenes.

Scarnia enrojeció de rabia, pero no dijo nada. Vera se mantenía de pie tras el escritorio, completamente inmóvil, mirando fijamente el arma con la que Aniara le apuntaba constantemente.

–La mutación que descubrí estaba haciendo algo inusitado: atacaba únicamente células defectuosas en el organismo, dejando las otras sin afectar. Quise compartir este descubrimiento, pero Rodolfo me dijo que primero debíamos hacer más pruebas, lo que me pareció totalmente lógico; con el tiempo los tres hicimos nuevos experimentos, y descubrimos que la célula tenía no solo la capacidad de atacar y destruir las células defectuosas en un organismo, sino que además aceleraba el proceso de reconstrucción celular en un área dañada. En cosa de semanas una rata de laboratorio herida volvía a estar sana, y en mucho mejores condiciones que antes. ¡Creímos haber hecho el descubrimiento del siglo! Solo imaginar lo que estábamos haciendo, eso abría un campo infinito de posibilidades para la medicina, podría significar, en principio, el fin de las cicatrices, incluso ganar la guerra contra enfermedades inmunodeficientes...

Se quedó un momento sin palabras. Matilde, dentro de todo su nerviosismo, y la rabia creciente que experimentaba por lo que estaba descubriendo, no pudo menos que notar el apasionamiento con el que hablaba el doctor Vicencio, el mismo que en teoría debería impulsar a cualquier científico ¿En qué momento eso se había trastocado tanto?

–Pero algo salió mal –intervino Aniara lúgubremente– algo que no se esperaban.
–Si –replicó el otro abriendo mucho los ojos– mal, muy mal...
– ¿Qué fue lo que pasó?

El hombre se puso de pie pesadamente. Al parecer para él había cosas peores que un arma apuntando a su cara.

–En la habitación de junto se los puedo explicar. O al menos explicar la parte que creí cierta hasta ahora. Ahora entiendo por qué mantuvieron intacta la oficina sin espejos.

Aniara miró fugazmente a Matilde, incitándola a entrar.





Capítulo 38: Fecha de caducidad


Matilde asintió hacia el viejo doctor, y este enfiló sus pasos hacia la única otra puerta de la oficina; abrió lentamente y dejó a la vista una pequeña oficina donde se veía un panorama realmente espeluznante: una galería de tubos de ensayo con líquido en su interior, manteniendo suspendidos eternamente diferentes seres de variadas formas, todos ellos del mismo color rojizo acuoso y con tentáculos o púas afiladas. Los había desde el porte de una araña pequeña, hasta otros de la mitad de la envergadura del que había encontrado Matilde en el departamento de Patricia.

– ¿Qué es esto?
–El paso que salió mal –explicó el hombre manteniéndose al lado del umbral de la puerta– cuando teníamos claro lo que podía hacer la célula, la regeneramos, y después de una serie de pruebas lo conseguimos, pero la réplica se mantenía viva por poco tiempo fuera del sujeto al que se estaba tratando; al principio pensamos que era por características medioambientales, pero al poco entendimos que lo que habíamos hecho estaba prohibido: la célula se alimentaba de las células defectuosas en el sujeto, pero si no tenía de qué alimentarse, mutaba en poco tiempo y comenzaba a atacar las células sanas, llegando a destruir al sujeto de prueba.

Matilde sentía náuseas de solo imaginar lo que significaban esas pruebas. Y además de eso, tener una nueva dimensión de conocimiento acerca del tratamiento empleado en su hermana, era aterrador; por un momento la miró, más allá de esa nueva apariencia, y vio qué tan herida estaba realmente. Nada de eso jamás podría repararse. El hombre herido había perdido el conocimiento en los últimos momentos. Mejor por él.

–Pero sin embargo siguieron las pruebas.
–Los buenos resultados eran demasiado abrumadores como para ignorarlos –explicó él– así que consideramos que era sólo un retraso. Hicimos más pruebas, luchamos para controlar el factor destructivo de la célula, pero nada funcionaba, siempre se las arreglaba para destruir y destruir. Entonces llegamos a la conclusión de mantenerla en el sujeto hasta que terminara su trabajo, pero entonces descubrimos algo peor.

Matilde tragó saliva.

–Dígalo.
–Si bien ya sabíamos que la célula evolucionaba, crecía dentro del cuerpo hasta cierto límite, no nos imaginamos lo que pasaría al separarla del sujeto de prueba: la célula mutágena había desarrollado una relación simbiótica con el sujeto, por lo que separarlos para destruirla provocaba la destrucción de ambos.

La célula perfecta para destruir, pero tenía tanta capacidad que se hacía parte de aquello en que se insertaba; si moría, el sujeto moría con ella. Después de escuchar eso, Matilde supo que a pesar de todo lo que había visto y oído hasta ese momento, aún podría elevar su capacidad de sorpresa un poco más.

–Esa cosa –intervino Aniara como si le leyera la mente– está viva. Explique cómo es eso posible.

Vicencio parecía haber envejecido durante los últimos minutos. Vera y Scarnia lucían tan bien como siempre, pero tras esa máscara de perfección se notaba con claridad el enojo y la preocupación.

–Ellos sugirieron investigar otra arista –respondió el doctor pesadamente– y en un inicio les hice caso; si la célula mutada podía establecer una relación simbiótica con el sujeto, tal vez se podría establecer con otro sujeto. Un sujeto al que traspasar los efectos adversos del tratamiento.
–No puede ser...
–El segundo sujeto –dijo fríamente– el receptáculo de la parte negativa. Una forma de traspasar el mal hacia otro ser.

Matilde contuvo la respiración. Ya lo sabía. De algún modo, a pesar de no tener conocimientos médicos, supo antes de escucharlo lo que había sucedido. La explicación del cambio de su hermana, su nueva vida, su nuevo rostro. No era otra mujer, era la segunda mujer.

–Utilizamos dos sujetos de prueba –explicó el doctor– uno al que se le implantó la célula, es decir la mutación, excepto una parte menor de él que sería implantado en el segundo sujeto. Después de una serie de pruebas, y de realizar sucesivos traspasos de un cuerpo a otro, se consiguió aislar a cuerpo mutante en un cuerpo, utilizando su acción simbiótica para traspasar los daños al otro sujeto.
–Destruían a uno para curar al otro.
–En términos sencillos sí. Y resultaba, pero no lo admití, fue en ese momento en que me di cuenta que habíamos llegado demasiado lejos y decidí terminar con todo.
–Pero no fue así.
–Sucedió algo inesperado. Enfermé por un virus muy potente que andaba dando vueltas por la universidad y no pude seguir trabajando, pero les dije –continuó mirando a los otros dos– que no podían seguir, que el objetivo de la ciencia y la medicina era curar, no destruir, y me prometieron que no seguirían. Me lo prometiste Rodolfo. Cuando me reintegré tenían una gran noticia para mí, dijeron que habían podido separar el genoma de la célula mutante original, y replicado a través de ella el mismo efecto, pero sin destrucción de por medio. Vi las pruebas, incluso yo mismo hice otras y comprobé que funcionaba, que no había daños colaterales.

A Matilde la cabeza le daba vueltas. Treinta años atrás alguien había podido hacer algo como eso ¿Qué cosas se harían en los tiempos actuales?

–Pero luego sucedió lo del accidente automovilístico –dijo lúgubremente– y al pensarlo ahora, parece que todo hubiera sido orquestado por ellos. De pronto estaban gravemente heridos, y Rodolfo me dijo en la Unidad de cuidados intensivos que usara la célula para salvarlos, a lo que yo accedí.
–Pero en los reportes de prensa dice que murieron en ese accidente.
– ¡No podía operar de otra manera! –se excusó lastimeramente– Samanta y Rodolfo son...eran mis amigos, y para salvarlos tenía que sacarlos de donde estaban, la única vía fue mentir.

Tan parecido a lo que Matilde hizo cuando Patricia, o mejor dicho Aniara, volvió de la muerte.

–Entonces hizo que pasaran por muertos.
–Dejé las cosas así cuando vi que el tratamiento funcionaba. Las píldoras que introduje en sus cuerpos dieron resultado, y aunque no fue tan rápido, al cabo de unos meses estaban mucho más recuperados, y poco después los tratamientos dieron frutos mucho más esperanzadores.

Pero en eso había algo que no cuadraba bien.

–Espere, usted dijo que le mintieron al decir que separaron el gen del mutágeno ¿Cómo no lo notó?
–Supongo que debí notarlo entonces –replicó él– pero no tenía evidencia científica de eso. Mis amigos se habían salvado de la muerte y eso era lo que más me preocupaba. Lo que no sabía es que para el momento en que ellos tuvieron ese accidente, ya habían hecho simbiosis con el cuerpo en mutación.

Matilde contuvo la respiración. Entonces ellos lo habían planeado todo, desde un principio tuvieron en mente llegar mucho más allá, y ante la negativa de su colega, aprovecharon de experimentar consigo mismos para lograr mucho más.

– ¿A qué se refiere con que ya habían hecho simbiosis?
–Eso solo lo entiendo ahora –dijo Vicencio– en su momento me pareció una afortunada consecuencia de un tratamiento más poderoso de lo que me había imaginado.

Avanzó hacia el escritorio acusando a los otros dos.

– ¿Porque eso fue lo que hicieron verdad? Nunca separaron el gen del mutágeno original, solo lo modificaron para dejarlo en conservación dentro de las píldoras.
–Por eso tenían que mantener las píldoras refrigeradas.
–No se trataba del gen, se trataba del mutágeno original. No puedo entender cómo hicieron eso, cómo fueron capaces.

Samanta sonrió malévolamente.

–Nuestros planes iban mucho más allá de lo que te imaginabas en esa época ¿Creías que íbamos a dejar que arruinaras uno de los descubrimientos más grandes de todos los tiempos?
– ¿Y lo quisieron mantener a costa de muertes? Mírate, solo eres una cáscara hecha con la sangre de tus víctimas.

Samanta abrió mucho los ojos, conteniendo a la vez una exclamación de ofensa y otra de repulsión por lo que estaba escuchando.

–No eres mejor que nosotros –intervino Scarnia– hiciste los experimentos junto con nosotros, estabas tan ansioso como nosotros de conseguir el mismo resultado.
– ¡Pero no pretendía que asesinaran a nadie! –gritó agitando los brazos con impotencia– les dije que detuvieran todo, pero se las arreglaron para mentirme, y no solo eso, también utilizaron el gen mutado en ustedes mismos, dime a quiénes utilizaron para traspasar los daños.

Durante un momento nadie dijo nada. Matilde no se había esperado algo como eso llegados a una situación así, con una revelación atroz por parte de alguien a quien no contaba en sus planes; pero la pregunta que había hecho era perfecta, necesitaban saber quiénes habían sido utilizados para esos perversos planes.

–Utilizamos a sujetos que no pudieran hacer nada al respecto ¿qué más?
– ¿A quiénes?
–Gente pobre, personas sin hogar, qué más da. Gracias a ese primer paso –continuó Rodolfo– y gracias a nuestro modo visionario, pudimos concretar lo que tú no te atreviste, y ahora tenemos un imperio que jamás sospechaste.
– ¡Un imperio! –gritó Vicencio– cómo puedes decir eso, llevan veinticinco años asesinando personas inocentes para mantenerse jóvenes, para ganar dinero con los políticos y los artistas.
–Por favor, has vivido de ese dinero durante el mismo tiempo que nosotros –replicó Samanta despectivamente– y tú, muchachita, no tienes idea de lo que has hecho, solo viniste aquí a hacer un espectáculo sobre moral por lo que ocurrió con el tratamiento de ella ¿Acaso te importó de qué se trataba el tratamiento cuando fuiste casi llorando a buscarnos?

Matilde se acercó a ella y le dio una bofetada que la arrojó al suelo.

–Samanta.
– ¡No te muevas!
–El principal error de la gente como tú –escupió Matilde llena de rabia– es que piensan que todo el resto del mundo está embarrado de la misma inmundicia que ustedes.

Se agachó sobre la mujer y la levantó por la fuerza, zarandeándola por los hombros.

–Dime qué ha pasado con la gente que han utilizado. ¡Dímelo!
– ¡Suéltame!

Scarnia hizo un movimiento hacia ellas, pero Aniara se acercó un poco más para recordarle que no debía moverse; el hombre se contuvo, rojo de impotencia.

– ¡Dime toda la verdad!
–Están muertos, todos están muertos –replicó la mujer a gritos– Vicencio tiene razón, utilizamos sujetos de prueba como la segunda persona involucrada, usamos la simbiosis del gen mutágeno para traspasarles a ellos las heridas que le quitábamos a los pacientes.
– ¿Qué ocurrió con esas personas?
–Lo mismo que ocurre con todos los que no tienen recursos –dijo la mujer con una mirada de desprecio– se mueren sin poder hacer nada; todos los días fallan los tratamientos en la salud pública, o la gente se muere esperando una cirugía ¿A quién le parecería extraño que desapareciera uno o dos más?

Vicencio se acercó a Scarnia y lo sujetó violentamente por las solapas de la chaqueta de su traje.

– ¡Son unos monstruos! ¡Han asesinado a gente inocente por veinticinco años!

Aniara sacudió la pistola enérgicamente mientras alzaba la voz; no podían seguir en esa situación mucho tiempo más, o todo se saldría de control. Además había cada vez más posibilidades de que alguien apareciera en ese lugar y estropeara sus planes.

– ¡Suéltelo!
– ¡Cómo pudieron, cómo!
–Hicimos lo que era necesario, nuestro método es perfecto, puedes ver en nosotros que hemos conseguido todo lo que queremos.
– ¡Pero no de esa manera! No así, jamás debió ser así...

El hombre mayor perdió fuerzas, y se derrumbó sobre una de las sillas; un poco más controlada, Matilde hizo que los otros dos se quedaran de pie a poca distancia, a un par de metros del escritorio; sintió pena por el otro doctor, tan miserable y ciego durante tanto tiempo, y a la vez aún con conciencia en su interior como para sentirse culpable por lo que había ayudado a crear.

–Quiero que me digan por qué era tan importante mantener el tratamiento que aplicaban hasta el final, y por qué es que todo se revertía si no se usaba correctamente.
–Ella tiene razón –intervino el hombre mayor con voz ahogada– el tratamiento no funciona tan bien como aseguras.
–Fue una coincidencia inesperada de la inclusión del segundo sujeto –explicó Scarnia a regañadientes– Cuando lo hicimos, descubrimos que era necesario que el gen mutágeno completara el ciclo en el segundo sujeto para poder eliminarlo del primero.
–Las píldoras contenían ese gen.
–Era necesario –dijo Vera– el gen original era implantado al principio, desde ese momento vivía en el cuerpo del primer sujeto mientras se realizaba el tratamiento, pero teníamos que ayudarlo a multiplicarse y mantenerse con vida para que no lo hiciera a través del cuerpo del sujeto primario.

Vicencio pareció recuperar algo de energía al escuchar eso.

–Ahora entiendo. Es defectuoso.
–No lo es.
– ¡Si, lo es! –replicó enérgicamente– por eso es que a medida que ha pasado el tiempo han aumentado los recursos de la clínica en investigación, con la excusa de mejorar otro tipo de tratamientos. Encontraron la forma de extraer las fallas físicas de un cuerpo, pero no pudieron eliminar el factor simbiótico original del gen mutágeno, por eso tuvieron que realizar el tratamiento hasta matar al segundo sujeto. Ambos sujetos no pueden vivir demasiado tiempo enlazados al mismo gen, por eso es que no puede dejarse.
–Pero el tratamiento funciona, míreme –intervino Aniara ácidamente– funciona y mucho más de lo que estos dos han querido reconocer. Hubo una falla en ese tratamiento por dos causas: la primera es que estoy viva, la segunda, que mi cuerpo cambió su apariencia, estos rasgos corresponden a otra mujer.
–La segunda mujer –concluyó Vicencio horrorizado– seguramente... seguramente el tratamiento se vio interrumpido y el gen cambió su dirección, se salió de control.
–Dime lo que sucedió con Patricia –amenazó Matilde nuevamente con el arma– dime todo.
–Es cierto, el tratamiento no debe ser interrumpido –concedió Vera– con el paso del tiempo se volvió inestable, aparecían más fallas en determinados sujetos y ella... lo que le pasó a ella es un accidente dentro de la falla.
– ¿Por qué no morí cuando se interrumpió el tratamiento –dijo Aniara– y en vez de eso cambió mi apariencia?
–Seguramente algo falló en la otra mujer, no en ti –intervino el hombre mayor– ¿Eso es, no? La otra mujer debe haber presentado una falla, y de alguna manera las heridas que habían sido trasladadas se intercambiaron por su rostro.

Eso quería decir que todas las especulaciones acerca de las filtraciones de información que mencionó Antonio, la intervención de Céspedes y la persecución encarnizada de la gente de la clínica no se debía a una simple casualidad. Solo en ese momento, Matilde creyó entender que eran solo un eslabón en una cadena mucho más compleja de lo que imaginó en sus fantasías más aterradoras.

– ¿Qué le sucedió a la otra mujer?



Próximo capítulo: Dos decisiones correctas



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