La última herida capítulo 38: Fecha de caducidad




Matilde asintió hacia el viejo doctor, y este enfiló sus pasos hacia la única otra puerta de la oficina; abrió lentamente y dejó a la vista una pequeña oficina donde se veía un panorama realmente espeluznante: una galería de tubos de ensayo con líquido en su interior, manteniendo suspendidos eternamente diferentes seres de variadas formas, todos ellos del mismo color rojizo acuoso y con tentáculos o púas afiladas. Los había desde el porte de una araña pequeña, hasta otros de la mitad de la envergadura del que había encontrado Matilde en el departamento de Patricia.

– ¿Qué es esto?
–El paso que salió mal –explicó el hombre manteniéndose al lado del umbral de la puerta– cuando teníamos claro lo que podía hacer la célula, la regeneramos, y después de una serie de pruebas lo conseguimos, pero la réplica se mantenía viva por poco tiempo fuera del sujeto al que se estaba tratando; al principio pensamos que era por características medioambientales, pero al poco entendimos que lo que habíamos hecho estaba prohibido: la célula se alimentaba de las células defectuosas en el sujeto, pero si no tenía de qué alimentarse, mutaba en poco tiempo y comenzaba a atacar las células sanas, llegando a destruir al sujeto de prueba.

Matilde sentía náuseas de solo imaginar lo que significaban esas pruebas. Y además de eso, tener una nueva dimensión de conocimiento acerca del tratamiento empleado en su hermana, era aterrador; por un momento la miró, más allá de esa nueva apariencia, y vio qué tan herida estaba realmente. Nada de eso jamás podría repararse. El hombre herido había perdido el conocimiento en los últimos momentos. Mejor por él.

–Pero sin embargo siguieron las pruebas.
–Los buenos resultados eran demasiado abrumadores como para ignorarlos –explicó él– así que consideramos que era sólo un retraso. Hicimos más pruebas, luchamos para controlar el factor destructivo de la célula, pero nada funcionaba, siempre se las arreglaba para destruir y destruir. Entonces llegamos a la conclusión de mantenerla en el sujeto hasta que terminara su trabajo, pero entonces descubrimos algo peor.

Matilde tragó saliva.

–Dígalo.
–Si bien ya sabíamos que la célula evolucionaba, crecía dentro del cuerpo hasta cierto límite, no nos imaginamos lo que pasaría al separarla del sujeto de prueba: la célula mutágena había desarrollado una relación simbiótica con el sujeto, por lo que separarlos para destruirla provocaba la destrucción de ambos.

La célula perfecta para destruir, pero tenía tanta capacidad que se hacía parte de aquello en que se insertaba; si moría, el sujeto moría con ella. Después de escuchar eso, Matilde supo que a pesar de todo lo que había visto y oído hasta ese momento, aún podría elevar su capacidad de sorpresa un poco más.

–Esa cosa –intervino Aniara como si le leyera la mente– está viva. Explique cómo es eso posible.

Vicencio parecía haber envejecido durante los últimos minutos. Vera y Scarnia lucían tan bien como siempre, pero tras esa máscara de perfección se notaba con claridad el enojo y la preocupación.

–Ellos sugirieron investigar otra arista –respondió el doctor pesadamente– y en un inicio les hice caso; si la célula mutada podía establecer una relación simbiótica con el sujeto, tal vez se podría establecer con otro sujeto. Un sujeto al que traspasar los efectos adversos del tratamiento.
–No puede ser...
–El segundo sujeto –dijo fríamente– el receptáculo de la parte negativa. Una forma de traspasar el mal hacia otro ser.

Matilde contuvo la respiración. Ya lo sabía. De algún modo, a pesar de no tener conocimientos médicos, supo antes de escucharlo lo que había sucedido. La explicación del cambio de su hermana, su nueva vida, su nuevo rostro. No era otra mujer, era la segunda mujer.

–Utilizamos dos sujetos de prueba –explicó el doctor– uno al que se le implantó la célula, es decir la mutación, excepto una parte menor de él que sería implantado en el segundo sujeto. Después de una serie de pruebas, y de realizar sucesivos traspasos de un cuerpo a otro, se consiguió aislar a cuerpo mutante en un cuerpo, utilizando su acción simbiótica para traspasar los daños al otro sujeto.
–Destruían a uno para curar al otro.
–En términos sencillos sí. Y resultaba, pero no lo admití, fue en ese momento en que me di cuenta que habíamos llegado demasiado lejos y decidí terminar con todo.
–Pero no fue así.
–Sucedió algo inesperado. Enfermé por un virus muy potente que andaba dando vueltas por la universidad y no pude seguir trabajando, pero les dije –continuó mirando a los otros dos– que no podían seguir, que el objetivo de la ciencia y la medicina era curar, no destruir, y me prometieron que no seguirían. Me lo prometiste Rodolfo. Cuando me reintegré tenían una gran noticia para mí, dijeron que habían podido separar el genoma de la célula mutante original, y replicado a través de ella el mismo efecto, pero sin destrucción de por medio. Vi las pruebas, incluso yo mismo hice otras y comprobé que funcionaba, que no había daños colaterales.

A Matilde la cabeza le daba vueltas. Treinta años atrás alguien había podido hacer algo como eso ¿Qué cosas se harían en los tiempos actuales?

–Pero luego sucedió lo del accidente automovilístico –dijo lúgubremente– y al pensarlo ahora, parece que todo hubiera sido orquestado por ellos. De pronto estaban gravemente heridos, y Rodolfo me dijo en la Unidad de cuidados intensivos que usara la célula para salvarlos, a lo que yo accedí.
–Pero en los reportes de prensa dice que murieron en ese accidente.
– ¡No podía operar de otra manera! –se excusó lastimeramente– Samanta y Rodolfo son...eran mis amigos, y para salvarlos tenía que sacarlos de donde estaban, la única vía fue mentir.

Tan parecido a lo que Matilde hizo cuando Patricia, o mejor dicho Aniara, volvió de la muerte.

–Entonces hizo que pasaran por muertos.
–Dejé las cosas así cuando vi que el tratamiento funcionaba. Las píldoras que introduje en sus cuerpos dieron resultado, y aunque no fue tan rápido, al cabo de unos meses estaban mucho más recuperados, y poco después los tratamientos dieron frutos mucho más esperanzadores.

Pero en eso había algo que no cuadraba bien.

–Espere, usted dijo que le mintieron al decir que separaron el gen del mutágeno ¿Cómo no lo notó?
–Supongo que debí notarlo entonces –replicó él– pero no tenía evidencia científica de eso. Mis amigos se habían salvado de la muerte y eso era lo que más me preocupaba. Lo que no sabía es que para el momento en que ellos tuvieron ese accidente, ya habían hecho simbiosis con el cuerpo en mutación.

Matilde contuvo la respiración. Entonces ellos lo habían planeado todo, desde un principio tuvieron en mente llegar mucho más allá, y ante la negativa de su colega, aprovecharon de experimentar consigo mismos para lograr mucho más.

– ¿A qué se refiere con que ya habían hecho simbiosis?
–Eso solo lo entiendo ahora –dijo Vicencio– en su momento me pareció una afortunada consecuencia de un tratamiento más poderoso de lo que me había imaginado.

Avanzó hacia el escritorio acusando a los otros dos.

– ¿Porque eso fue lo que hicieron verdad? Nunca separaron el gen del mutágeno original, solo lo modificaron para dejarlo en conservación dentro de las píldoras.
–Por eso tenían que mantener las píldoras refrigeradas.
–No se trataba del gen, se trataba del mutágeno original. No puedo entender cómo hicieron eso, cómo fueron capaces.

Samanta sonrió malévolamente.

–Nuestros planes iban mucho más allá de lo que te imaginabas en esa época ¿Creías que íbamos a dejar que arruinaras uno de los descubrimientos más grandes de todos los tiempos?
– ¿Y lo quisieron mantener a costa de muertes? Mírate, solo eres una cáscara hecha con la sangre de tus víctimas.

Samanta abrió mucho los ojos, conteniendo a la vez una exclamación de ofensa y otra de repulsión por lo que estaba escuchando.

–No eres mejor que nosotros –intervino Scarnia– hiciste los experimentos junto con nosotros, estabas tan ansioso como nosotros de conseguir el mismo resultado.
– ¡Pero no pretendía que asesinaran a nadie! –gritó agitando los brazos con impotencia– les dije que detuvieran todo, pero se las arreglaron para mentirme, y no solo eso, también utilizaron el gen mutado en ustedes mismos, dime a quiénes utilizaron para traspasar los daños.

Durante un momento nadie dijo nada. Matilde no se había esperado algo como eso llegados a una situación así, con una revelación atroz por parte de alguien a quien no contaba en sus planes; pero la pregunta que había hecho era perfecta, necesitaban saber quiénes habían sido utilizados para esos perversos planes.

–Utilizamos a sujetos que no pudieran hacer nada al respecto ¿qué más?
– ¿A quiénes?
–Gente pobre, personas sin hogar, qué más da. Gracias a ese primer paso –continuó Rodolfo– y gracias a nuestro modo visionario, pudimos concretar lo que tú no te atreviste, y ahora tenemos un imperio que jamás sospechaste.
– ¡Un imperio! –gritó Vicencio– cómo puedes decir eso, llevan veinticinco años asesinando personas inocentes para mantenerse jóvenes, para ganar dinero con los políticos y los artistas.
–Por favor, has vivido de ese dinero durante el mismo tiempo que nosotros –replicó Samanta despectivamente– y tú, muchachita, no tienes idea de lo que has hecho, solo viniste aquí a hacer un espectáculo sobre moral por lo que ocurrió con el tratamiento de ella ¿Acaso te importó de qué se trataba el tratamiento cuando fuiste casi llorando a buscarnos?

Matilde se acercó a ella y le dio una bofetada que la arrojó al suelo.

–Samanta.
– ¡No te muevas!
–El principal error de la gente como tú –escupió Matilde llena de rabia– es que piensan que todo el resto del mundo está embarrado de la misma inmundicia que ustedes.

Se agachó sobre la mujer y la levantó por la fuerza, zarandeándola por los hombros.

–Dime qué ha pasado con la gente que han utilizado. ¡Dímelo!
– ¡Suéltame!

Scarnia hizo un movimiento hacia ellas, pero Aniara se acercó un poco más para recordarle que no debía moverse; el hombre se contuvo, rojo de impotencia.

– ¡Dime toda la verdad!
–Están muertos, todos están muertos –replicó la mujer a gritos– Vicencio tiene razón, utilizamos sujetos de prueba como la segunda persona involucrada, usamos la simbiosis del gen mutágeno para traspasarles a ellos las heridas que le quitábamos a los pacientes.
– ¿Qué ocurrió con esas personas?
–Lo mismo que ocurre con todos los que no tienen recursos –dijo la mujer con una mirada de desprecio– se mueren sin poder hacer nada; todos los días fallan los tratamientos en la salud pública, o la gente se muere esperando una cirugía ¿A quién le parecería extraño que desapareciera uno o dos más?

Vicencio se acercó a Scarnia y lo sujetó violentamente por las solapas de la chaqueta de su traje.

– ¡Son unos monstruos! ¡Han asesinado a gente inocente por veinticinco años!

Aniara sacudió la pistola enérgicamente mientras alzaba la voz; no podían seguir en esa situación mucho tiempo más, o todo se saldría de control. Además había cada vez más posibilidades de que alguien apareciera en ese lugar y estropeara sus planes.

– ¡Suéltelo!
– ¡Cómo pudieron, cómo!
–Hicimos lo que era necesario, nuestro método es perfecto, puedes ver en nosotros que hemos conseguido todo lo que queremos.
– ¡Pero no de esa manera! No así, jamás debió ser así...

El hombre mayor perdió fuerzas, y se derrumbó sobre una de las sillas; un poco más controlada, Matilde hizo que los otros dos se quedaran de pie a poca distancia, a un par de metros del escritorio; sintió pena por el otro doctor, tan miserable y ciego durante tanto tiempo, y a la vez aún con conciencia en su interior como para sentirse culpable por lo que había ayudado a crear.

–Quiero que me digan por qué era tan importante mantener el tratamiento que aplicaban hasta el final, y por qué es que todo se revertía si no se usaba correctamente.
–Ella tiene razón –intervino el hombre mayor con voz ahogada– el tratamiento no funciona tan bien como aseguras.
–Fue una coincidencia inesperada de la inclusión del segundo sujeto –explicó Scarnia a regañadientes– Cuando lo hicimos, descubrimos que era necesario que el gen mutágeno completara el ciclo en el segundo sujeto para poder eliminarlo del primero.
–Las píldoras contenían ese gen.
–Era necesario –dijo Vera– el gen original era implantado al principio, desde ese momento vivía en el cuerpo del primer sujeto mientras se realizaba el tratamiento, pero teníamos que ayudarlo a multiplicarse y mantenerse con vida para que no lo hiciera a través del cuerpo del sujeto primario.

Vicencio pareció recuperar algo de energía al escuchar eso.

–Ahora entiendo. Es defectuoso.
–No lo es.
– ¡Si, lo es! –replicó enérgicamente– por eso es que a medida que ha pasado el tiempo han aumentado los recursos de la clínica en investigación, con la excusa de mejorar otro tipo de tratamientos. Encontraron la forma de extraer las fallas físicas de un cuerpo, pero no pudieron eliminar el factor simbiótico original del gen mutágeno, por eso tuvieron que realizar el tratamiento hasta matar al segundo sujeto. Ambos sujetos no pueden vivir demasiado tiempo enlazados al mismo gen, por eso es que no puede dejarse.
–Pero el tratamiento funciona, míreme –intervino Aniara ácidamente– funciona y mucho más de lo que estos dos han querido reconocer. Hubo una falla en ese tratamiento por dos causas: la primera es que estoy viva, la segunda, que mi cuerpo cambió su apariencia, estos rasgos corresponden a otra mujer.
–La segunda mujer –concluyó Vicencio horrorizado– seguramente... seguramente el tratamiento se vio interrumpido y el gen cambió su dirección, se salió de control.
–Dime lo que sucedió con Patricia –amenazó Matilde nuevamente con el arma– dime todo.
–Es cierto, el tratamiento no debe ser interrumpido –concedió Vera– con el paso del tiempo se volvió inestable, aparecían más fallas en determinados sujetos y ella... lo que le pasó a ella es un accidente dentro de la falla.
– ¿Por qué no morí cuando se interrumpió el tratamiento –dijo Aniara– y en vez de eso cambió mi apariencia?
–Seguramente algo falló en la otra mujer, no en ti –intervino el hombre mayor– ¿Eso es, no? La otra mujer debe haber presentado una falla, y de alguna manera las heridas que habían sido trasladadas se intercambiaron por su rostro.

Eso quería decir que todas las especulaciones acerca de las filtraciones de información que mencionó Antonio, la intervención de Céspedes y la persecución encarnizada de la gente de la clínica no se debía a una simple casualidad. Solo en ese momento, Matilde creyó entender que eran solo un eslabón en una cadena mucho más compleja de lo que imaginó en sus fantasías más aterradoras.

– ¿Qué le sucedió a la otra mujer?



Próximo capítulo: Dos decisiones correctas

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