Sten mor preludios Capítulo 05: Febo



Altocielo. Hace un mes.

—Vamos Febo, bebe algo.
—Gracias, pero estoy trabajando y no quiero arruinar mi concentración –replicó con una sonrisa–, pero si tienes algo sin alcohol te acepto de inmediato.
—Está bien.

La chica se perdió entre la gente, mientras él alistaba los últimos detalles para comenzar con el espectáculo de esa noche; trabajaba como D.J. de forma ocasional, y en ese momento el trabajo lo había llevado hasta una concurrida fiesta en Altocielo. Los ánimos estaban muy arriba en el contorno de la piscina, del que por suerte él estaba a prudente distancia sobre una tarima armada para tener las máquinas fuera de peligro.

—Señoras, señores… sólo déjense llevar…

Sus palabras, dichas a través del sintetizador especial, se esparcieron como un susurro por todo el lugar, al mismo tiempo que una cortina de luz púrpura se elevaba desde el suelo, por los bordes del recinto, formando una burbuja; por un momento el silencio y la atención fueron casi completos, y antes que ese delicado misticismo se rompiera, los primeros acordes de la música se esparcieron como lluvia por todo el lugar. Febo había comprado ese sistema combinado hacía poco, y era casi el único en el circuito que hacía sus propis propias programaciones, calibrando los emisores de luz y sonido y combinando la estética con los niveles de música; la idea era generar un efecto hipnótico, que si bien duraba muy poco, resultaba estupendo en la impresión que su actuar dejaba en el público. En esta ocasión se trataba de un evento de música minimal, por lo que los asistentes eran lo usual, jóvenes, por lo general adinerados y amantes de la moda; al estar cerca de una piscina, era evidente que la combinación de música relajante y alcohol desataba todas las inhibiciones. Al rato se le acercó una pareja, tanto él como ella muy tonificados, altos y esbeltos, apenas cubiertos con trajes de baño realmente reveladores: estaban de moda, y eran unas piezas modulares que se colocaban sobre las zonas íntimas, y tenían infinidad de diseños que daban la impresión de tatuajes; estas piezas tenían un brillo natural que hacía que, lo quisieras o no, dirigías la vista al brillo en ellas antes de que tu cerebro procesara si querías ver en esa dirección o no. Por suerte Febo ya llevaba lo suficiente en el mundo de las fiestas juveniles y no reaccionaba ante nada.

—Nos gusta mucho esta música –dijo ella casi arrastrando las palabras, inclinándose sobre la mesa de sonido—, eres muy talentoso.
—Gracias –dijo con una sonrisa cordial, sin dar nada a entender—, me hace sentir muy bien que les guste.
—Nos encanta –comentó el hombre pasándose innecesariamente una mano por el pecho, como si estuviera esparciendo algo—. Es muy estimulante, te hace pensar en muchas opciones.

Febo sonrió, sin dejar de manipular los controles sobre la sofisticada mesa de sonido; en algunas personas el responsable de la música, así como el del bar, tenían un aura especial, como si a través de ellos se pudiera llegar a experiencias nuevas. Pero él dejaba la pasión fuera del trabajo, nunca podías saber si alguien que se te acercaba con una copa o con poca ropa era menor de edad, o tenía un novio o novia enfadado en alguna parte.

—En ese caso no las pongan todas en práctica todavía, la noche es muy joven.

A ambos pareció hacerles mucha gracia la respuesta, y sonrieron de un modo entre divertido y seductor, tras lo cual se besaron y comenzaron a moverse lenta y sensualmente al ritmo de la música; muy bien, estoy a salvo, se dijo entre dientes.

—Su trago, señor.

La chica que había estado hablando con él le alcanzó una copa que contenía una fusión multicolor muy aromática. Febo sonrió al recibirla.

—Gracias.
—Por nada. Nos vemos al rato, no me olvides.
—Nunca podría.

A la mañana siguiente, el bus de traslado desde Altocielo a Ed—viri iba a capacidad completa, a la velocidad habitual que permitía un desplazamiento rápido y vista del paisaje que tanto gustaba a los turistas. La carretera que conducía desde Altocielo hacia Ed—Viri ofrecía una hermosa vista al amarecer; Febo iba en uno de los asientos del segundo piso del autobús urbano, con los audífonos manteniéndolo apartado del sonido de las conversaciones de los demás y la vista fija en el amarecer. Comenzaba una jornada de lunes y tendría que estudiar, pero de momento podía regocijarse en la contemplación y en escuchar crunk a un volumen medio; no era su estilo de música preferido, pero después de haber estado varias horas siguiendo el ritmo minimal necesitaba sacudir un poco las neuronas en vez de dormir. Le gustaba su trabajo ocasional como Dj, le permitió conocer sitios, y a muchas personas, aunque sabía que cuando entrara en el Instituto de ciencias del espacio tendría que dejarlo.

—Febo, al fin te encuentro.
—Ylonda, qué gusto.

Ylonda era una de sus amigas en el la preparatoria; habían entrado a la sala el primer día de clases y desde entonces llevaban una gran amistad; su llamada siempre era signo de reunión con los amigos del grupo.

—Me gustaría saber si podemos hacer grupo de estudio en tu casa.

Febo hizo un dramático suspiro.

—Ylonda, ni siquiera he llegado a mi casa, recuerda que ayer te dije que tenía un evento como D.J.; de hecho, todavía no llego a Ed—Viri.

Ella hizo un sonido de suspiro que era evidentemente una parodia al suyo.

—Ya tengo solucionado eso. Compramos para preparar un delicioso almuerzo, y de postre: crema de frambuesa y bayas, tu favorito. Sólo tienes que estar ahí, ser atendido y privilegiarnos con ese cerebro.
—Te odio por conocerme tanto.
—A mí nadie puede odiarme. ¿A qué hora estarás por tu casa?
—Recién dan las ocho y diez, supongo que a mediodía estaré presentable.

Corto y volvió a escuchar música; por un momento quiso concentrarse en el paisaje, y miró por la ventana los largos prados de rodeaban la carretera. Esa zona no poblada entre Altocielo y Ed—viri era sencilla, y al mismo tiempo compleja en significado, si querías ver más allá: sorteando una curva, el vehículo enfiló hacia la ciudad y esta ocupó el horizonte frente a sus ojos: al ser un ciudad valle, desde la carretera y con la luz de la mañana, podías apreciar la zona más poblada al centro, resaltando el imponente edificio de la gobernación central, la zona comercial  a un costado, el palacio de artes resplandeciendo al otro, y las zonas de cultivo rodeando los pueblos de artesanos que se expandían hasta los faldeos de los cerros Farllón. Ed—viri era una ciudad hermosa, pero su futuro no estaba allí, sino en Altocielo, en el instituto de ciencias deI espacio; en ese lugar podría aprender todo lo necesario para, en un futuro, trabajar en el mismo instituto, o en la base espacial, aplicando los conocimientos al campo de la técnica y el desarrollo de maquinaria. Desde que era un niño, ansiaba con conocer y experimentar con el espacio, pero fue hasta la secundaria que tuvo la primera oportunidad de asistir a una exposición en el Centro de estudios espaciales en Altocielo, y cayó rendido ante todo lo que el mundo del espacio tenía para ofrecerle. Por desgracia, el estado financiero de la familia no era el óptimo, tras la quiebra de la empresa familiar y la necesidad de empezar de cero, por lo que sus opciones de terminar los dos últimos años de secundaria en la preparatoria de Altocielo se vieron frustrados y debió esperar a terminar los estudios. Cuando cumplió 18 decidió vivir por su cuenta, consiguió un empleo en una tienda y al cabo de un tiempo tenía los planes preparados para el futuro; para cuando cumplió 22, menos de un año atrás, ya estaba en la última etapa de la preparatoria para el instituto, lo que significaba que sólo debía prepararse al máximo para que al momento de dar las pruebas pertinentes fuese aceptado de inmediato, sin necesidad de pasar el proceso de inducción de cuatro meses. En la actualidad era solvente, tenía un trabajo de medio tiempo para disponer de lo necesario y otro que era casi por diversión, y las cosas iban realmente sobre ruedas; además, sus amigos eran un gran aporte, sabía que podía contar con ellos en cualquier caso y asimismo ellos contaban con él; el núcleo más fuerte lo formaba Ylonda, a todas luces la líder y quien daba las órdenes, Maxi, el divertido deportista, Orii, la entusiasta y curiosa, y él, que tenía las mejores calificaciones y por supuesto el centro de mando. Si bien todos estaban viviendo en Ed—viri, los demás se hospedaban en alojamientos comunes, los que a pesar de ser cómodos y baratos, no permitían la dinámica de un grupo cerrado como el de ellos, y mucho menos el nivel de concentración que muchas veces era necesario, a la hora de estudiar. En un principio le pareció extraño ser el anfitrión, pero Ylonda facilitó las cosas haciéndose cargo con su habitual naturalidad y eso resultó de maravillas, por lo que ya resultaba impensable que se reunieran en otro sitio.

Más tarde, Ylonda cumplió con su palabra y se ocupó de todo con su habitual gracia e ingenio; después de almorzar se trasladaron a la sala, en donde desplegaron todo lo que necesitaban en ese momento.

—Bien, aquí es donde te necesitamos— dijo ella, dirigiendo la acción una vez que estuvieron instalados— El problema que nos tiene contra las cuerdas en primer lugar es que necesitamos calcular la distancia y fuerza específica a la que un objeto –una bombilla, agregó— se destruirá una vez lanzado desde una plataforma antes de tocar el suelo, pero este objeto es lanzado de forma horizontal, no hacia abajo.
—Sería más sencillo –opinó Orii—, si fuera hacia abajo, porque aplicaríamos el principio de gravedad estándar, pero en este caso tenemos diferencias de opinión; yo digo que el problema no tiene solución porque si el objeto fuese lanzado con suficiente fuerza como para ser destruido, se destruiría en la plataforma y sólo los pedazos saldrían disparados.
—Mientras que yo –comentó Ylonda—, digo que si utilizamos para el experimento esas ridículas bombillas que nos propusieron, es porque están diseñadas para romperse de otra forma y no sólo al estrellarse.

Febo recordaba vagamente las referencias a las bombillos: complicados artefactos que convertir la electricidad en luz; estaban hechos de una base de algún metal que no se viera afectado por la descarga eléctrica, un circuito de conversión y una burbuja de cristal.

—Supongo que si el objeto del proyecto es determinar algo es porque existe una forma de hacerlo y se me ocurre una: si en la plataforma disponemos de un sistema de aire comprimido para el lanzamiento y lo combinamos con colchones de aire dispuestos en torno a la estructura que vamos a lanzar, podemos asegurarnos de que el lanzamiento será exitoso y al mismo tiempo, que dicha acción destruirá la bombilla, esto porque la fuerza del disparo incluye un elemento inestable, lo que dispersará el colchón, dejando el objeto a merced de la fuerza de la velocidad.

Mientras hablaba, los demás habían estado realizando una serie de cálculos y mediciones, tanto numéricas como físicas, y parecieron sorprendidos con el resultado.

—Increíble, tienes razón de nuevo –comentó Maxi—, estuve haciendo unas mediciones y, si podemos establecer un margen de inestabilidad al aire comprimido, podríamos determinar el efecto que mencionaste con precisión.

Febo se tragó un puñado de bayas moradas mientras se ponía de pie.

—Todavía tengo algo de sueño ¿Alguien me recuerda si tenemos restricciones?
—Las tenemos –comentó Orii—; una de ellas es que no podemos usar más de dos elementos y un objeto: ya tenemos el dispositivo para el colchón de aire como objeto y el colchón y el aire comprimido como elementos ¿Cómo programamos el concepto de inestabilidad?

Por supuesto, el proyecto no se trataba de destruir el bombillo sino de encontrar una forma específica. Con los adminículos apropiados podrían montar un dispositivo que generara un colchón de aire, y al mismo tiempo el propicio para la aceleración, pero no disponían de una tercera opción. Eso significaba que toda su propuesta original estaba mal; era necesario re imaginar y pensar en una alternativa válida. Entonces se le pasó por la mente una idea extraña, pero que de alguna forma tenía sentido.

—Escuchen, creo que estoy equivocado.
—Equivocado no –comentó Ori—, sólo te faltó un detalle.

Pero Febo sentía cuanto no estaba en la línea correcta, y en esa ocasión también fue así.

—Quizás —titubeó un momento, pero no fue a causa de la duda, sino a que aún estaba trabajando a toda máquina en la idea final—. Quizás… esperen, el proyecto se trata de determinar unos parámetros específicos para una determinada acción, no cumplir con una ley establecida.
— ¿Adónde quieres llegar?
—Nuestro problema es cómo proteger el objeto para poder medir una distancia de disparo ¿Pero y si en vez de eso programamos la destrucción del objeto sin preocuparnos por los variables que puedan destruirlo?
—No entiendo.

El joven tomó entre sus manos una baya y se la enseñó al resto.

—Si dejo caer esta baya, es improbable que se rompa al golpearse contra el suelo porque al ser muy liviana la acción del aire en suspensión ayudará a amortiguar el golpe. Pero si la arrojo violentamente contra la pared, es mucho más probable que se rompa o la piel exterior se rasgue. Se me ocurre que si te lanzo esta baya a ti que estas a un metro y tú la golpeas con una vara metálica, sabremos de forma específica que se romperá al llegar a un metro.
— ¿Y cómo aplicas eso al bombillo?
—Lo lanzamos con un elemento que es el colchón de aire para protegerlo de la fuerza del lanzamiento, y el segundo elemento, que es aire comprimido, lo lanzamos a una velocidad mayor en trayectoria de choque.
—Lo que nos permite controlar –comentó Ylonda— con toda facilidad la distancia a la que va a producirse  el choque, es genial.
—Gracias.

Iba a decir algo más, pero el móvil anunció una llamada; por el tono muy suave y en bajo volumen, supo de inmediato de quién se trataba; se alejó del grupo y contestó.

—Hola.
—Hola Febo. Ha pasado tiempo sin que llames.

¿Qué podría estar pasando? El pasar de toda la familia era muy tranquilo como para que les ocurriera algo que ameritara su presencia.

—No he tenido motivo para llamar.

Se hizo un incómodo silencio; el mismo que sucedía en casa cuando aún vivía con ellos.

—Estoy estudiando con mis amigos.
— ¿Y cómo ha ido eso?
—Papá ¿por qué llamaste?

No valía la pena irse con rodeos; decidió enfrentar la situación.

—Tu hermano ha estado con algunos problemas de salud y...
—Papá, no voy a volver para ayudarlos con el negocio de la familia.
—Pero tu hermano...
—Ha tenido problemas de salud desde que tengo memoria —replicó con tranquilidad—, recuerda que es por eso que estuve haciéndome cargo por tanto tiempo.

Había llegado a un momento en que toda esa historia pasada ya no le dolía; durante toda su adolescencia fue un bastón para la familia, pero llegó la ocasión en que se dio cuenta que estaba quedándose estancado en eso, y que de ninguna manera podría crecer o cumplir sus objetivos si seguía haciendo lo que ellos necesitaban; ahora sus amigos eran su familia y con eso bastaba para él.

—Hijo, si estás molesto por algo, podemos solucionarlo.
—No hay nada que solucionar; escucha, ustedes tienen una forma de vivir y yo otra, eso es todo. No tengo nada en contra de ustedes y de verdad espero que puedan arreglar lo que sea que les esté pasando, pero eso tendrá que ser sin mí. Y quiero que, por favor, se acostumbren a esto, no quiero que me llames de nuevo por algo como esto.

Se hizo una pausa, en la que Febo supo con exactitud lo que iba a pasar: ahora vendría el instante de la lástima, de apelar a los sentimientos.

—Como tú quieras. Te queremos hijo.

Febo no dijo nada al respecto, pero ya había sido suficiente.

—Buenos días, voy a seguir estudiando.

Cortó sin esperar; y se sorprendió, gratamente, de verse a sí mismo tranquilo, sin alterarse como en el pasado.



Próximo capítulo: Lena

Sten mor preludios Capítulo 03: Sebastián



Pristo. Hace seis meses.

Los gritos del público aún resonaban en sus oídos. Sebastián iba recostado en el asiento trasero del auto de traslado, con una botella de Emporio en una maro y el móvil en la otra, mirando con cierta avidez los mensajes en las redes sociales; la carrera había terminado hace más de dos horas, y él seguía siendo parte de lo más comentado de la jornada en Pristo. Incluso fuera de los fronteras de la ciudad; Sebastián era piloto de carreras en motocicleta en el circuito nacional medio en la categoría Precisión y velocidad, por lo que vivía de forma constante en medio de la adrenalina y la emoción de ganar mientras se aseguraba de tener los mejores estándares.

— ¿Me detengo aquí?

No había reconocido al conductor, pero en ese momento notó que era uno que antes lo había trasladado; estaban estacionados junto a un centro urbano, en donde su presencia causaría conmoción y muchachas gritando. Desechó la idea, esta vez.

—Gracias, pero ahora no, prefiero ir directo al hotel.
—Lo que usted diga.

Mientras el viaje continuaba en silencio, el joven miró el móvil con cierto desazón, pero sabía que no se trataba de eso solamente; era estar todo el tiempo en el ojo del huracán, de una u otra manera. Era estar pendiente del móvil cuando terminaba una carrera, y mirar con enfermiza atención las estadísticas de repercusión, y la cantidad de comentarios positivos. Las drogas estaban prohibidas para los menores de edad, y con doble razón para los deportistas, pero nadie hablaba del efecto de la fama, de la adicción a ese esquivo y distante amor de los fans, que te idolatraban por tu éxito, y se acostarían contigo sin pensarlo dos veces, pero que en realidad sólo amaban a una versión ficticia de ti.
Pero que no reconocerían en la calle a tu yo real; que no sabrían ver que en ese momento estaba nervioso porque hace tres días había tomado la primera decisión en su vida, por su cuenta, sin preguntar ni pedir permiso. Una decisión que tenía que comunicar, pero que había estado retrasando, amparado en la excusa de no haber tenido la oportunidad apropiada.
Cuando el vehículo se estacionó, vio el auto de Rogelio junto a la entrada, y tuvo la instintiva idea de decirle al conductor que continuaran en otra dirección. Pero se contuvo.

“No, no esta vez.”

Bajó del vehículo y tiró la Emporio a un cubo para la basura. La habitación del hotel estaba en el segundo piso, de forma que decidió subir por las escaleras, esperando que esos segundos de anticipación le permitieran tener el temple que necesitaba.
Cuando deslizó la tarjeta de identificación por el lector junto a la puerta y no escuchó nada dentro, pensó que las cosas tal vez irían mejor de lo que esperaba. Quizás sólo había visto los resultados y estaba ahí para darle una escueta felicitación; al fin y al cabo, Rogelio se preocupaba de él en cuanto sus resultados eran los más satisfactorios en las competencias. Tendría que estar satisfecho de que Sebastián ganara ese día.

—Es un poco tarde para que vengas llegando.

Estaba serio, pero nada más. Sentado en el sofá daba la impresión de ser un auténtico padre preocupado por la ausencia de su hijo, y eso amenazó con ablandar a Sebastián.

—Estaba festejando un poco, fue una carrera intensa, pero gané.
—Sí, vi los resultados; ganaste otra competencia.

Esbozó una leve sonrisa, mientras se ponía de pie; Sebastián también sonrió, algo nervioso, poco acostumbrado a las felicitaciones de su padre.

—Hice una gran presentación —dijo con más confianza—, y estoy seguro de que el último giro estará entre los diez mejores del mes.
—Merecería estar entre los mejores diez.

Ambos quedaron en silencio; Sebastián olvidó por un momento las ideas que había tenido al llegar al hotel, y se dijo que quizás esa era una oportunidad de cambiar en algo las cosas. Se dijo, una vez más, que todo lo que hacía él era para que consiguiera mejores resultados, quizás no de la forma apropiada, pero igualmente por su bien; una vez más, se dijo en su interior que se entenderían, y que quizás la decisión que había tomado por su propia cuenta haría que pudieran conversar y entenderse.
Por lo mismo, no pudo reaccionar a tiempo cuando Rogelio le dio una bofetada.

— ¡Ahh!

Cayó de rodillas, más por la sorpresa que por el golpe, aunque este de todos modos había sido dado con fuerza; cerró los ojos, impotente.

—Un excelente movimiento sobre la motocicleta —dijo Rogelio con sorna—, eso es todo para lo que te alcanza tu tan comentado talento.
—Papá; espera.
— ¿Que espere qué? ¿En serio eso es lo mejor que puedes hacer?

Sebastián se puso de pie, con la diestra llevada a la mejilla en donde recibió el golpe. Había sido un tonto, igual que las otras veces.

—Gané la carrera.
—Con estadísticas promedio —replicó el otro— ¿Acaso no ves que te estás estancando? En cualquier momento otro que sí se esfuerce te va a alcanzar.
— ¡Hice una buena carrera!
— ¡No vuelvas a gritarme!

Levantó la mano, pero Sebastián retrocedió de un paso, poniendo distancia entre ambos. Y por primera vez se sintió contento de haber tomado una decisión que desde hacía tres días lo tenía con un gran sentimiento de culpa.

—Escucha, esto no va a continuar.
—No me interesan tus disculpas.

Esa era la historia de su vida; desde que tenía recuerdos, siempre presionado por Rogelio, amenazado, oprimido para extraer de él los resultados necesarios, como un animal de carga o de tiro, nada más que eso, sin remordimientos.

—No es una disculpa —repuso con fuerza—. Se acabó.
— ¿De qué estás hablando?
—Ya no voy a seguir en esto, y tú no vas a volver a tocarme.
— ¡Soy tu padre y haré lo que sea mejor para ti!

El joven lo miró por un momento con cierta distancia, como si todo lo que había vivido hasta entonces se condensara en esos gritos en la impersonal habitación de un hotel.

—No has hecho nada por mi beneficio; lo hiciste por ti, para tener todos los meses dinero fresco en la cuenta, y supongo que también porque querías proyectar lo que no pudiste hacer desde que te lesionaste la pierna.

Rogelio no pudo evitar un gesto de ofensa por la alusión a la herida que muchos años antes, en su adolescencia, lo obligó a abandonar las competiciones. Sebastián sabía que era un golpe bajo, pero ya no había vuelta atrás.

—No te voy a permitir otra falta de respeto.
— ¿Y qué es lo que vas a hacer, golpearme? —dijo desafiante— eso no lo vas a volver a hacer; estoy seguro de que no te has dado cuenta; pero desde hace tres días que soy mayor de edad.

La expresión enfurecida de Rogelio cambió, por una mueca de confusión; sus palabras también demostraron este sentimiento.

— ¿Qué?
—Estoy seguro de que estabas en alguna fiesta, bebiendo; pues yo pasé ese día entrenando, solo. Pero no fue lo único que hice, también firmé un contrato, y me voy a ir de aquí, muy lejos.

Escuchar algo sobre un contrato reactivó la furia de su padre, pero no se dejó intimidar.

—No puedes firmar ningún contrato, yo soy tu tutor legal.
—Lo fuiste mientras yo era menor de edad —replicó Sebastián, imparable—. Ahora no tienes poder sobre mí y ni siquiera pienses en volver a ponerme una mano encima, porque te denunciaré por agresión.

Quedaron enfrentados, a tan poca distancia y al mismo tiempo tan separados. El joven destellaba fuerza y decisión, y aunque nada de eso había sido planeado, sabía muy bien qué decir.

—No puedes ir a ninguna parte ¿A dónde piensas ir? Tienes una carrera, hay contratos que cumplir.

No pudo dejar de notar el cambio entre decirle que “había contratos que cumplir” y lo que siempre le dijo en el pasado, que era “su” responsabilidad.

—Estás equivocado, no hay contratos, eres tú el que los tiene ¿recuerdas esos documentos que me hiciste firmar cuando cumplí quince? En ellos te otorgo los beneficios económicos de mis presentaciones y la potestad de gestionar los contratos por mí. Así que ahora me iré y no tengo que preocuparme por nada, tú tendrás que arreglártelas con los abogados de las marcas que pagaron por verme.

Era una declaración de guerra, y Rogelio así lo sintió; de un momento a otro, y de un modo inesperado, estaba viendo que la persona a quien había controlado con mano de hierro durante años estaba escapando, y que al mismo tiempo planteaba un escenario por completo inesperado: el de no contar con las ganancias fijas que mes a mes reportaban los contratos con auspiciadores.

— ¡No puedes hacer esto! ¿Qué crees que va a pasar con tu carrera?
— ¡Deja de mentir! Nunca te ha importado mi carrera, lo que te importa es el dinero, pues tendrás que hacer algo para variar, busca un trabajo, soluciónalo de alguna manera.
— ¿Adónde piensas ir?

Sebastián sonrió. Se preguntó por un mínimo instante de dónde estaba sacando esa fuerza, pero no importaba; ya estaba hecho, ahora nada lo detendría.

—No te lo voy a decir. Escucha, no debería hacerlo, pero en la cuenta hay algo de dinero, te debería servir para un par de meses mientras haces algo útil por ti mismo; yo no tengo nada que hacer aquí, no quiero la ropa que está en este cuarto, ni quiero verte a ti.

Rodeó a Rogelio, manteniendo cierta distancia, y se dirigió rápido hacia la puerta; se estaba quebrando, y no quería mostrar esa debilidad. Pero la voz del otro hombre se elevó, obligándolo a detenerse.

—Sebastián, no puedes hacerme esto.

Se suponía que eso era una recriminación, que debía llegar hasta su corazón y quebrarlo. Pues no, no después de todo lo vivido.

—No te estoy haciendo nada —respondió, lentamente—. Y después de cómo me has tratado no esperes que me importe; tú no me criaste, lo que hiciste fue entrenarme. Tenía que ser el mejor y triunfar sobre todos ¿Recuerdas? Sin perder tiempo en sentimentalismos. Y a golpes y humillaciones, nunca con un estímulo, nunca reconociendo ni apreciando nada de lo que hice. Yo sólo quería tu amor —sintió la voz temblorosa, pero se repuso—, pero ya no lo tuve, ahora es demasiado tarde. No me busques Rogelio, porque no me vas a encontrar.

Salió de la habitación del hotel, luchando por no escuchar los gritos que traspasaban las murallas; no supo cómo bajó por las escaleras, pero de pronto se encontró parado en la calle, en medio de la noche; era un famoso deportista, era mayor de edad, tenía mucho dinero, y se sintió completamente desprotegido en el mundo. Una voz a su espalda lo hizo sobresaltarse.

— ¿Estás bien muchacho?

Se volteó sorprendido; era un hombre de poco más de cuarenta, vestido de forma sencilla con unos pantalones oscuros y una camisa. Asistió aclarándose la garganta.

—Sí, estoy bien.
—No es eso lo que parece —repuso con seriedad— ¿Necesitas ayuda?

Sólo en ese momento lo reconoció: era el conductor del vehículo en el que había llegado unos minutos antes, y quizás también de ocasiones anteriores. Se dio cuenta de que no tenía ningún plan de respaldo; iba a decirle lo del contrato, y en determinado momento presumió que eso causaría problemas, pero fue tan ingenuo que nunca pensó en qué hacer si se daba una situación como esa.

—Yo… —replicó con voz angustiada—. Por favor sácame de aquí.

Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, se encontró en un sofá algo duro pero cómodo; estaba cubierto con unas cobijas, pero fue sólo después de unos momentos que recordó que la noche anterior, luego del altercado con su padre, subió al vehículo, y se derrumbó. El hombre se hizo cargo de él, y sin hacer preguntas, le dijo que podía quedarse en su departamento hasta que se sintiera mejor; ya era de mañana, y el joven, con el cuerpo algo adolorido, se sentó en el sofá mientras dejaba las cobijas a un lado. El hombre apareció en la sala y le dedicó una sonrisa.

—Parece que te sientes mejor.
—Estoy mejor, gracias.
—Voy a hacer desayuno; la puerta del costado es el baño, no sabía qué talla de ropa serías pero creo que acerté. Deja la ropa en el cesto, y ven a la cocina en cinco minutos.

Sebastián sintió algo muy extraño al escucharlo; no se trataba de una orden, ni fue dicha de modo imperativo o con violencia, pero al escuchar, fue como si no hubiera otra alternativa más que obedecer la instrucción. Entró a un baño que a pesar de no ser tan espacioso como los de los hoteles que visitaba de forma regular, tenía algo distintivo, y es que no era igual a todos los otros; había un aroma refrescante en el ambiente, y un tubo de gel para dientes a medio usar, como en una casa. Mientras se duchaba, se preguntó por qué ese conductor habría tomado la decisión de actuar de esa forma, y se lo preguntó unos momentos después al entrar en la cocina.

—Era evidente que te estaba pasando algo, chico —dijo con naturalidad—. No podía dejarte así en la calle.
—Pero no me conoces y aun así me trajiste a tu casa.
— ¿Y qué ibas a hacer, robar algo?

Mientras hablaba, le tendió un plato en donde sirvió un trozo de un budín artesanal; el aroma hizo que se distrajera de lo que pretendía decir, pero probar un bocado lo hizo perder el hilo de la conversación. El sabor no sólo era exquisito, también tenía un ingrediente especial, algo que no podía identificar bien, pero que lo hacía fascinante. Había probado platillos de primera calidad en Ciudad capital y otros exóticos en One—garui, pero nada de eso tenía este condimento especial; hizo que sintiera un estremecimiento, aunque sin saber por qué.

—Es…es delicioso.
—Me alegra que te guste.
—Pero todavía no entiendo por qué me ayudó.
— ¿Piensas que todo en esta vida tiene que ser por un motivo concreto, como estar en una competencia?

Sebastián no supo qué decir.

—Eres muy joven ¿Qué edad tienes?
—18
—Un año menos que Sofía, mi hija. Si quieres un motivo, ahí hay uno; no la veo casi nunca, ella no quiere porque siente que soy muy poca cosa en comparación con la gran vida que tiene su madre, y tiene razón. O quizás, te ayudé sólo porque vi a un niño asustado en la calle, y no quise dejarlo solo.
—No soy un niño.
— ¿Porque tienes dinero y ya cumpliste la mayoría de edad? —replicó el hombre sonriendo— No te han enseñado nada sobre crecer ¿Verdad?

De pronto, Sebastián se encontró contándole a grandes rasgos casi toda su vida; sintió que era como un vendaval de palabras que sin saberlo a ciencia cierta, había estado detenido en él, y cuando tocó la vena correcta, explotó. Se sorprendió a la vez de ver al conductor tan concentrado, prestando atención a sus palabras, con real interés.

—Lo siento, estoy hablando demasiado.
—Parece que no lo haces a menudo —dijo el hombre retirando los platos— ¿Y qué es lo que piensas hacer ahora?
—No lo sé, dije que había firmado un contrato, y es cierto, pero no es para trabajar. Me contactaron de Sten mor.

El hombre asintió.

— ¿Y quieres ir?
—No estoy muy seguro; se supone que ahí podrían darme una educación, herramientas para convertirme en el mejor en lo que hago.

La comida había estado realmente deliciosa; lo principal era que no se trataba solo de sabor e ingredientes, también era algo más, ese esquivo condimento que no conseguía determinar, pero que estaba ahí, presente y dejando un exquisito sabor de boca.

—Pero no estás seguro si las competiciones en motocicleta son lo que amas en realidad.
— ¿Cómo…?
—Porque soy más viejo que tú —replicó con sencillez—. Escucha, has estado toda tu vida haciendo lo mismo, quizás es momento de que te tomes un tiempo antes de tomar una decisión ¿dijeron cuando te iban a llamar?
—No lo sé, no dijeron nada en especial.
—Entonces no te preocupes por eso en este momento —sonó su móvil, miró rápidamente la pantalla y siguió hablando—. Acabas de tomar una decisión muy importante, es natural que estés un poco confundido. Tengo que salir, me llaman para un trabajo.

Haber dormido en un lugar seguro, en compañía de un hombre al que no conocía, pero con el que había sentido más confianza que con su propio padre ¿acaso eso era lo que se sentía tener un padre de verdad? Pero se dijo que ya era suficiente y se puso de pie.

—Sí, voy por mi ropa, muchas gracias por todo.

El hombre le dedicó una mirada condescendiente.

—No he dicho que tengas que irte.
—Pero…
—Pero ¿Qué? ¿Tienes alguna idea mejor? Escucha muchacho, puede que mi departamento no sea lujoso ni grande, pero será tu residencia mientras decidas qué hacer con tu vida.

El joven no pudo evitar una expresión de sorpresa.

— ¿Es en serio? Yo… no sé qué decir, no sé cómo…
—No tienes que decir nada; sólo lava lo del desayuno y la ropa. El control de la Tv está en esa mesa.
—De acuerdo, yo… gracias. Lo siento, no te pregunté tu nombre.
—Mick. Ahora tengo que salir. Nos vemos más tarde.

Cuando salió, Sebastián sintió algo que no pudo describir bien; se sintió como en casa.

Más tarde, el joven estaba tendido en el sofá viendo un programa sobre naturaleza; nunca antes los había visto, y le resultó fascinante cómo mostraban las vidas de los animales como si fuera una película. En eso llegó Mick.

—Baja los pies de la mesa.

Sebastián lo hizo en el acto, y de hecho se puso de pie mientras el hombre entraba; venía con una gran bolsa de papel en las manos.

—Lo siento.
—Está bien, sólo no lo vuelvas a hacer —replicó mientras cerraba—, toma esto, deja las cosas en su lugar.

El joven recibió la bolsa mientras el mayor se quitaba el jacket negro.

—Necesito una ducha; ¿quieres poner una cerveza arriba?

Sebastián se llevó la bolsa a la cocina, y comenzó a sacar las cosas de la compra; tuvo que abrir varias puertas en los muebles para comprender en dónde dejar cada cosa. Se trataba casi por completo de artículos comestibles y unos cuantos útiles de aseo, los que dejó en la compuerta bajo el lavamanos; casi al fondo de la bolsa encontró otra, sintética, en donde figuraban algunas botellas, de una marca de cerveza que no conocía, y un par de Emporio. Mick apareció en tenida deportiva.

—Gracias.
—Por nada, aunque me costó encontrarlas, no sabía qué eran.

Sebastián Sonrió. Emporio era una bebida de fantasía para deportistas, que no correspondía a las hidratantes comunes, por lo que sólo estaba disponible en el apartado de productos específicos dentro de un mercado; que lo hubiera notado y buscado era un gran gesto.

—Gracias, de verdad. Y ¿Cómo estuvo tu día?

Esta vez fue su turno de escuchar, y por primera vez se sintió interesado y absorto en lo que sucedía con la vida de alguien más. Ser piloto de motocicleta desde tan joven le había reportado dinero y beneficios, pero lo convirtió en alguien muy solitario; en el centro de entrenamiento intercambiabas trucos, o hablabas con los otros acerca de suplementos alimenticios y técnicas de relajación, en las previas a las competencias el nerviosismo y la concentración hacían a todos muy silenciosos, y si triunfabas, había gritos y celebraciones, notas de prensa y saludos al público, pero sin tener a alguien cerca, era todo lo que tenías. Él siempre estuvo solo, con Rogelio presente de vez en cuando, aparentando ser el representante perfecto ante los demás, pero siendo frío o agresivo cuanto nadie más prestaba atención. Se vio a sí mismo atento a los detalles, queriendo saber más cosas de la vida de Mick y preguntando acerca de ellos no por cortesía, sino por verdadero interés. Y esa sensación resultó tan gratificante como haber sido corregido por él en un asunto tan trivial cono estar viendo televisión con los pies sobre la mesa de la salita, aunque no supo explicarse con claridad el porqué de la conexión entre ambos hechos; sin embargo, en esa ocasión esas preguntas resultaban irrelevantes en comparación con lo que estaba viviendo, porque de alguna manera, esa conversación sencilla llenaba un espacio dentro de él que nunca antes había conocido, algo que la adrenalina del deporte jamás había podido llenar.