No vayas a casa Capítulo 29: Una simple sonrisa




Lo acunó en sus brazos, ignorando por completo la sangre en el suelo, y la que había manchado sus manos unos momentos antes; Iris se sentía fría, desprovista de calor humano físico tanto como mental, como si de un momento a otro todas las probables emociones, por causa de lo sucedido, hubieran pasado a un segundo plano, o quizás muerto de alguna forma, manteniéndose congeladas en una zona en donde, en esos momentos, resultaba imposible acceder. Era lo mejor en una situación como esa.

—Ven conmigo.

Ponerse de pie resultó una experiencia más difícil de lo que había imaginado, y no por el peso en sus brazos; tenía los miembros agarrotados, entumecidos por el mismo tipo de frío que había congelado todo dentro de ella, relegando al olvido, o a una zona muy lejana, todo lo demás en su vida. Sin embargo pudo ponerse de pie, y lo hizo con lentitud, dejando que el peso de su propio cuerpo se asentara, que tomara nuevamente la posición vertical.
En esos momentos, la sala de su casa era el lugar más inhóspito del planeta, y cada objeto, cada cosa que en el pasado tuvo significado, ahora era sólo parte de la de curación de un páramo desconocido, y por completo inhabitable.
¿Cuánto tiempo se demoraría en llegar la policía?
De seguro, Juan Miguel entendería, y se quedaría fuera al menos hasta el momento en que llegaran las autoridades; pero eso no tardaría en pasar, nunca había sido necesario a en esa propiedad, y después de esa jornada, ya nunca lo sería.
Por un momento, tuvo la extraña idea de ir hasta el mueble en donde estaba el teléfono fijo, que con una diminuta y brillante luz púrpura anunciaba una llamada perdida; luego reaccionó en que, en verdad, no importaba nada en ese momento, inclusive siendo aquella llamada el sonido que escuchó entre los gritos del atacante y sus propios alaridos y que en su instante no tuvo oportunidad de reconocer. ¿Habría cambiado algo, en cualquier caso, que lograra darse cuenta de que era una llamada, y tomado el teléfono para pedir ayuda? Se dijo que no, que aunque lo recién pasado era parte de una pesadilla, en tiempo real lo que había transcurrido era bastante poco, acaso un par de minutos en donde la acción de nadie habría podido ser efectiva más que la realizada por quien estuviera dentro de la casa.
Su casa.
Durante tanto tiempo fue el sitio en donde se sentía segura, donde sabía que su pequeño estaba a resguardo, el sitio al que le dedicó atención, cuidados y también amor; siendo una agente inmobiliaria, ella fue quien eligió cada característica del sitio, para que la luz diera de la forma correcta, proporcionando iluminación natural sin sofocar, y permitiendo al mismo tiempo disponer de un ambiente cómodo; ella escogió la mayor parte de la decoración y con el paso de los años la modificó paso a paso, agregando detalles, cambiando cuadros y adornos, solucionando pequeños problemas de espacio, reordenando para conseguir mejor adaptación. Cambiando las cosas de sitio para que Benjamín, en su crecimiento, no se lastimara ni pudiera causar un accidente.
Su casa.
La conocía tan bien, había dedicado tiempo y atención a un sitio que, en tan sólo algunos minutos, había dejado de tener sentido por completo para ella; nada en el interior de ese lugar le pertenecía, o acaso era ella quien había cambiado tanto que ya no podía estar allí. De pie a pocos centímetros de la puerta de la cocina, miró al suelo, y se extrañó de ver el cuerpo de él, inmóvil a centímetros de la puerta sobre la superficie, con la sangre ya no manando, pero vívida, de un color rojo tan intenso que parecía irreal. Estando de pie, al menos, no era posible ver su cara, de forma que podía engañarse a sí misma y pensar que al menos había muerto con los ojos cerrados; sin embargo sabía que no era así, que de alguna manera estaba viendo, que dentro de su cabeza estaría viéndola para siempre, con esa expresión terrorífica y amenazadora. Jamás se iría.

—Iremos arriba.

Había estado arriba unos momentos antes, se dijo, y ahora ir ahí era algo por completo distinto. No era su cuarto, nada de eso le pertenecía, desde el momento en que él entró por esa puerta. Hizo el rodeo lo más amplio que pudo, evitado tocar el cuerpo, sintiendo de forma casi irracional que existía el peligro, incluso entonces, de quedar otra vez a su merced como en la anterior. Por momentos el peso que llevaba en las manos parecía tan poco, tan ligero, pero al mismo tiempo su importancia era tan determinante, que podría pesar más que su propia vida.
Cuando al fin el cuerpo tendido en el suelo dejó de estar en su campo visual, quizás debió haberse sentido un poco menos presionada, pero resultó justo de la forma opuesta, porque no podía verlo, y por ende no podía ver el sitio en que se encontraba o lo que estuviera pensando hacer. ¿En eso consistía entonces, el terror? ¿No se trataba de qué tan horrenda podía ser la realidad a la que te estuvieras enfrentando, sino de las infinitas posibilidades que esa realidad podía dibujar es en tu interior? Pensó que, tal vez, nunca podría volver a estar en un sitio, completamente ignorante de lo que sucediera alrededor, ni distraída al punto de no prestar atención. No, y, nunca podría sentirse en total libertad, parque la sombra de ese ser demencial estaría por siempre tras ella, caminado en silencio, un cuerpo sin volumen ni personalidad que le sonreiría indefinidamente desde un sitio tan lejano que no podría alcanzarlo, y al mismo tiempo tan cercano, y perpetuo. Al llegar al pie de la escalera sintió una momentánea debilidad, no por la distancia a subir, ni siquiera por el recuerdo de la pelea que no pudo terminar de la forma correcta, sino por algo mucho más sencillo, aunque abstracto. El cuadro de sobremesa con el que dio el golpe estaba totalmente destruido, y sus partes desperdigadas por el suelo al pie de la escalera y en los escalones; la base de madera y la foto a él adherida también habían cedido a la presión, rompiéndose en tres partes: se trataba de una foto de ella, tomada en los años de universidad, incluso antes de que su padre enfermara. Al parecer, ese trozo de papel digitalizado, ahora roto, sería la última sonrisa que tendría en su vida.

— ¿Mamá?

Iris no respondió. Lo llevaba en brazos pero sin abrazarlo, sólo sujeto, aunque su intención no era dar una segunda lectura a sus palabras. La imagen rota de ella misma varios años atrás era tan alegre, o así lo recordaba. ¿Dónde había sido tomada esa fotografía? Lo recordó entonces, fue a el viejo centro comercial plaza Centenario, un lugar que por esos años seguía siendo famoso y punto de encuentro de familias y amigos. Esa jornada iban a estar en clase, pero se suspendió por un motivo que no podía recordar bien ¿Qué habría pasado? Quizás el docente estaba enfermo, no podría especificarlo; el punto es que ambos fueron a tomar un helado, un panorama sencillo y económico cuando ninguno de los dos tenía muchos recursos: vainilla y fresa para ella, pistachos y frambuesa para él. Compraron en una tienda en donde los dependientes llevaban unos gorros ridículos, y todos se estaban riendo con los chistes que hacía uno de ellos. Los dos rieron también, y luego se dedicaron a caminar por los iluminados pasillos del lugar, conversando de diversos temas: para ella era muy estimulante estar es en compañía de alguien con quien pudiera hablar de cualquier cosa, y esa característica en Vicente fue una de las que llamó su atención. También estaba el aspecto más superficial, es decir que él era guapo, cuidaba de su apariencia y estado físico, sin que eso llegara a volverse un obstáculo para la relación; en una época en que los hombres excesivamente preocupados de su apariencia, obsesionados con el gimnasio y los resultados inmediatos, la actitud de él era casi algo fuera de lo habitual, pero para ella daba el resultado y equilibrio perfecto. Esa Jornada, su paseo por el centro comercial estuvo llena de temas de conversación pero también de risas, y así fue como terminaron en una de las terrazas al aire libre, bajo el brillarte sol del verano y sólo un poco de brisa alrededor; Vicente era pésimo para sacar fotos, siempre le quedaba con un mal encuadre, o tomando el punto de luz demasiado cerca o desde el ángulo incorrecto, y los dos se reían de esto. Entonces llegaron a un punto en donde había una pared de un color muy bonito, y ella le dijo que le tomara una instantánea con el móvil, aun sabiendo que la foto quedaría mal. Él le dijo que pusiera una cara sensual, que eso vendría bien con la luz y el entorno, pero verlo cada vez más concentrado, y frustrado por no poder tomar la foto correcta, hizo que ella empezara a reír; sin embargo, una de esas fotos sí quedó bien, él dijo que le encantaba y que quería un cuadro con ella, porque esa sonrisa espontánea era mucho más sensual que una pose. Había tantas cosas de ese tipo en la casa, recuerdos en apariencia insignificantes pero que escondían historia, evolución y amor de uno para el otro. Todo eso ahora parecía parte de una historia ajena, casi como si se tratara de una película antigua, cuyos colores son vívidos, pero de una u otra forma sabes que no es actual, que la imagen está congelada en un punto más allá del alcance, fuera de tiempo y espacio.
En el segundo piso, terminado el tramo de escaleras, la cantidad de trozos de vidrio era por mucho superior, esparcidos hacia la baranda que protegía de eventuales caídas; ahí, hace tan sólo unos minutos, el enfrentamiento había tenido lugar, entre él que intentaba apoderarse de su pequeño, y ella que trataba por todos los medios mantenerlo a salvo. El amor y deseo de protección de ella, contra la furia fuera de control de él. Y al final, nadie había ganado.

— ¿Mamá?

Se quedó detenida, al pie de las escaleras como poco antes ¿O en realidad el tiempo transcurrido era mucho más? Se dijo que quizás por la baja de la adrenalina, ahora pensaba que el lapso transcurrido era mucho menor, pero así como durante esos frenéticos momentos tuvo un instante de lucidez y pudo advertir hasta los detalles más insignificantes, ahora el efecto podría ser contrario, haciéndola vivir en cámara lenta cada segundo de lo que, sin duda, era el final de la vida que conocía.

— ¿Qué haces mamá?

Se quedó de pie junto a la puerta de su habitación, pero no fue capaz de mirar al interior, ni tan siquiera de ver de reojo. Se trataba de algo que involucraba mucho más de lo que parecía a simple vista; no sólo había sido el sitio de intimidad de ambos, también fue el lugar en donde tuvieron largas charlas, donde hicieron planes para el futuro y tomaron decisiones importantes. Mucho de su vida reciente estaba dentro de ese sitio ¿Cómo iba a entrar, ahora que todo había cambiado del cielo a la tierra? De pronto pensó que, por causa de la situación enfermiza en que se había visto inmersa, no sólo su tranquilidad y paz interior habían sido violentados hasta el punto de ser destruidos, sino que además, todos los sitios del interior de su casa habían sufrido el mismo destino. Recordó la ropa sucia y en apariencia oculta que encontró antes, y las preguntas que no se quiso contestar eran, ahora, mucho menos relevantes en comparación con la inevitable verdad. Intentó encontrar explicaciones y respuestas, trató de centrarse en las posibles soluciones, y se dijo que ante un caso como ese, lo primordial era mantener la calma, pasar y actuar conforme a pruebas y conclusiones que actuar por instinto. Recordaba de forma tan vívida la conversación, el momento en donde Vicente le dijo que creía estar sufriendo algún mal mental, y cómo ella misma se vio desde fuera, desconcertada, desvalida. De inmediato se agolparon en su mente todos los dolorosos recuerdos de lo sucedido con su padre, aunque de forma más intensa, los errores de juicio y auto engaño por los que pasó, tanto ella como su madre. Las veces que ambas dijeron “no, no hay nada extraño con él, es sólo cansancio, es sólo un poco de estrés.” Es cierto que la enfermedad de su padre fue de un final fulminante, pero siempre quedó la duda de si alguna de las cosas que vieron en retrospectiva podría haber sido una señal, algo que al menos les permitiera mitigar el dolor y el extravío producido; los especialistas fueron más bien generosos con el caso, descartando que cada probable olvido, o cada posible cambio de ánimo fuese en verdad una señal de que algo no estaba bien, diciendo que hacer ese camino sólo haría peores las cosas en un mundo en donde no había posibilidad de regreso. Pero su padre tenía sesenta y cinco años, no treinta y siete, al menos en su caso estaba dentro de un rango de edad en donde un deterioro era esperable aunque no por ello fuese menos doloroso. En esta nueva revelación, se dijo de forma casi automática que no iba a cometer los mismos errores del pasado, que en esta ocasión estaría atenta, y aprovecharía la lucidez de Vicente para advertirle, con el fin de evitar un desenlace como el que ya llevaba a cuestas. Con o sin conocimiento de ello, se dijo una y otra vez que no sucedería, que el factor edad en Vicente y su propio actuar harían la diferencia, y se lo repitió tantas veces que lo creyó así. Ahora, sin embargo, todo era una terrible tragedia, pero no estaba siquiera cerca de terminar.

— ¿Qué haces mamá?

Volteó ligeramente y miró con desasosiego la puerta del baño, recordando con una sensación indefinible lo que había sucedido en torno a su construcción; no se trataba del cuarto en sí, sino de la orientación, que lo hacía quedar en esquina con el cuarto matrimonial, y en punto de vista desde la puerta del pequeño, lo que daba intimidad en los cuartos pero al mismo tiempo permitía desplazarse con tranquilidad y ligereza entre los tres puntos en caso de ser necesario. Cuando el pequeño estaba recién nacido dormía con los dos, lo cual usualmente era cansador, pero les permitió llevarlo al baño de forma directa y sin tardanza si, por ejemplo, tenía fiebre o algún malestar. Con el paso del tiempo, la habitación independiente le dio autonomía al pequeño, y devolvió la intimidad a la pareja, algo que ambos extrañaban; ¿Cuántas veces estuvo en el baño frente al espejo, y advirtió la mirada embobada de él? Esa era una confianza que sólo había tenido con él, y no se trataba de algo común ni mucho menos; mientras que otras parejas tenían un especial sentido de la intimidad, en  donde compartían incluso los momentos más privados, ella pensaba que lo correcto era mantener un espacio propio independiente, más que por decoro, por un afán de conservar la esencia propia y compartir desde ese punto de vista. Por eso fue una especie de rito el generar un pequeño puente de comunicación, en donde Vicente podía ver parte de su rutina personal, pero con distancia, sin que ninguno de los dos se interpusiera en el camino del otro.

— ¿Mamá?

Volteó y entró al baño, cerrando la puerta tras sí; de seguro ya no faltaba mucho para que llegara la policía, y entonces pondrían cuerdas con logos de seguridad, y los expertos se encargarían de hacer el trabajo que les correspondía. Al menos tenía algo de tiempo, por subjetivo que este término fuese en ese preciso instante.

—El baño es un rito –dijo intentando sonar clara y sencilla, pero descubrió que sólo sonaba cansada. De todos modos siguió hablando—, es algo que no solamente trata de limpiar el cuerpo; de otra manera, también ayuda a despejar la mente, para entender mejor las cosas, calmarse y poder estar mejor. No podemos estar así.

Aunque el “así” al que ella misma había hecho referencia no era algo que tuviera claro en su mente, ya que no se había detenido a mirar a ninguno de los dos. De alguna forma, había, podido ver muchos detalles del entorno, pero verse, de seguro con manchas de sangre y con golpes, era algo que no estaba segura de querer enfrentar; por eso no se miró al espejo y lo evitó de forma deliberada. Hizo que se pusiera de pie junto a la tina, y accionó el control de agua, que como sabía, llenaría el espacio hasta el borde de forma silenciosa y en muy pocos segundos, aunque no sería para un relajarte baño, ni para esparcir flores de relajación. No, nada de eso tenía sentido en un momento como ese.

— ¿Nos vamos a bañar?

Pregunta sencilla, que parecía desentonar con el fondo de todo lo que estaba ocurriendo. Iris se quedó de pie durante unos segundos, esperando a que terminara de llenarse la tina y al mismo tiempo, esperando a que no pasara nada fuera de lo controlado por ella; nada de lágrimas Iris, se dijo con toda la intensidad que su golpeado sistema le permitió.

Se puso de cuclillas, mirándolo a los ojos, mientras por su mente pasaban también otras cosas, agolpándose una tras otra como un vendaval que al comenzar, daba los primeros signos de los estragos que iba a causar. Fue extraño, pero sintió unas inexplicables ganas de reírse, como si de alguna forma el pensamiento consciente de lo que se había dicho a sí misma fuera tan ridículo que sólo pudiera causa causar risa. Decirse a sí misma que los recuerdos podían aparecer para hacerle algún daño era por completo absurdo porque ¿Qué era entonces todo lo que había vivido en los últimos minutos, como podía definir lo que iba a pasar después? De seguro estaba comenzado a sentir histeria o algo por el estilo, pero el darse cuenta era también parte del estado es que se encontraba. Pero podía, y tenía que controlarlo.

—Vicente— dijo en voz muy baja, casi como un susurro— te amé con todas mis fuerzas.

Eso era vedad. En ese momento, aún como antes, no se cuestionó qué era lo bien o mal hecho, o cuáles eran los errores cometidos a el pasado por ambos. Nada de eso había podido cambiar su amor por él, y ese mutuo sentimiento era lo más honesto y real que jamás habría podido crecer entre ambos, al menos hasta antes que comenzara la espera del hijo de ambos.

—Vicente, te amé tanto…pero sabes que…

Fue extraño, pero por un momento tuvo miedo de verbalizarlo ¿Miedo de qué, contra qué podía temer ya a esas alturas?

—Pero a Benjamín lo amé más que a mi vida. Benjamín —añadió con la vista perdida, sin ver—, te amo más que a mi propia vida.

Entonces enfocó la vista, y vio al pequeño frente a ella, mirándola con una expresión que no era posible descifrar. Y vio su sonrisa, no inocente ni divertida, sino ligeramente decidida, del algún modo intensa, y casi seductora.

—Pero tú…no eres mi hijo.

No dio tiempo a nada más, y tomándolo por los hombros, lo sumergió de espalda en la tina, sintiéndose inmune a las salpicaduras; durante un eterno segundo no hizo nada más que mantenerlo en el fondo, ignorando los débiles forcejeos, pero no lo mantuvo así más que un instante, esperando que el impacto y la sorpresa fueran más efectivos que el objetivo real. Después lo levantó, manteniendo el cuerpo dentro del agua, pero con el torso por fuera; y lo que más la horrorizó, fue que su mirada no era asustada, ni confundida, sino inequívocamente alarmada.

—Mamá, soy yo.

Sin esperar más, volvió a sumergirlo en el agua. Y sintió la contradicción de estar con las manos entre el líquido y al mismo tiempo sentirse tan vacío de emociones; todo de ella se había evaporado, rápido y sin advertirlo en su real dimensión, como si en realidad no quedara siquiera la capacidad de sorprenderse por algo. El agua estaba tan cristalina, que la débil y borrosa imagen en el fondo parecía irreal, casi una maniobra traicionera de sus ojos.
Cuando lo volvió y sacar, lo vio en verdad preocupado.

—Mami, soy yo, soy tu hijo.

Escuchar esa blasfemia saliendo de esa boca hizo que sintiera un fugaz deseo de abofetearlo, pero se controló por la fuerza, apretando todos los músculos del cuerpo. No era el momento de hacer algo como eso.

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

Su rostro se volvió una máscara de miedo, pero ella pudo ver al instante que se trataba de una farsa. En eso no podía equivocarse. El pequeño cuerpo intentó soltarse de su agarre.

—Quiero que me digas a este momento qué fue lo que hiciste con mi hijo.

Hubo un momento de inmovilidad y silencio, y el pequeño trató de soltarse con más fuerza, pero Iris reaccionó primero y volvió a sumergirlo. Ya no quedaba casi nada de la mujer que ella misma había conocido, ahora era sustituida por una persona dueña de una determinación implacable, y que sólo conocía un objetivo.

—Responde.
—Mami.

Esta vez no se contuvo, y lo abofeteó, aunque con fuerza controlada; siguió mirando fijo, y pudo comprobar que, aunque los ojos se inundaban de lágrimas por reacción automática por el golpe, la verdadera expresión era la misma de un momento atrás.

—Mami, tengo miedo.
—Mírame a los ojos.

¿Quién había dicho eso? Era una voz extraña, ajena, no la voz que escuchaba al hablar de forma corriente: se trataba de alguien más, una versión de ella misma que no conocía, pero que era la única que quedaba por ese entonces.

—No sé si lo entiendes, pero yo tuve a Benjamín dentro de mí. Es mi hijo, y sé qué cosas hace, sé cómo habla, y sé cómo me mira. No trates de engañarme porque no puedes hacerlo.

Advirtió entonces la misma alarma a los ojos, el asomo de la duda un poco más allá del resto de los emociones. El intento de liberarse había cesado de momento, pero ella no lo soltó.

— ¿Qué hiciste con mi hijo?

La sonrisa que se dibujó en el rostro fue un intento de inocencia, que no consiguió dar el efecto que de seguro pretendía.
Las manos se sujetaron de sus antebrazos, y sintió al contacto la piel fría como si no tuviera nada de vida en las células.



Próximo capítulo: No te sueltes

No vayas a casa Capítulo 28: Hasta que no respires



Vicente estaba comenzando a sentir una desesperación que iba más allá de lo que estaba escuchando, y que lo devolvía al primer hecho que se cuestionó ¿Dónde estaba en realidad?

—En determinado momento comprendí que para para lograr mi objetivo final, no podía hacer algo tan directo como todo lo demás.
—¿Por qué?
—Porque no podía controlarte durante periodos de tiempo demasiado largos, y lo que era más importante, no podía hacerlo en sitios qué tú no conocías.

El departamento de Renata. La ruta que siguió hacia la carretera. Su antiguo trabajo, el interior de su auto, el lugar en donde atacó a Nadia. Nunca se le ocurrió pensar que todas las situaciones en donde perdió el control de sí mismo sucedieron a que él ya conocía, y que lo que sucedió en su nuevo trabajo fue a partir de haberse instalado en ese lugar, no desde el mismo inicio.

—¿Sabes qué es en realidad lo que más amas en el mundo?

Vicente casi esperaba algún insulto, pero oír algo por completo diferente hizo un efecto mucho peor en él.

—Lo que más amas, es a tu hijo. Casi te entregaste a las heridas que te hice y al recuerdo de la muerte de esa mujer, estuviste tan cerca de rendirte que incluso me preocupé; pero cuando amenacé con hacerle lo mismo a tu hijo, reaccionaste y cambiaste por completo tu forma de actuar.

Sí, Vicente lo recordaba con claridad. Algo se activó en él, y fue lo que lo decidió; de alguna forma, el primer paso para iniciar la carrera por descubrir la identidad de su agresor.

—Ya podía controlarte, engañarte y herirte, de forma que sólo quedó un paso más, que fue darte un motivo para actuar, y encontré uno más poderoso que todo. ¿Te das cuenta? El mismo tipo de fuerza que me permitió llegar hasta ti, es el que te hizo tener las energías para llegar a mí.

Tenía que salir de ahí. No importaba nada más, tenía que recuperar la conciencia y salir de ese sombrío y horrible sitio, en donde el peligro era inconmensurable.

Al final —explicó la voz con satisfacción–, las cosas salieron tal como las había previsto, porque impulsado por el deseo de mantener a salvo a tu hijo, tomaste todos los riesgos y lograste llegar hasta aquí.

Y a pesar de que lo había tenido en frente, que estuvo a solas con él a ese cuarto, en ningún momento tomó la decisión de matarlo, aunque para ello sólo tendría que haber obstruido por unos segundos la manguerilla que llevaba el oxígeno. En ningún momento pensó hacer algo como eso, porque la muerte de Renata ya era algo demasiado abominable como para cometerlo otra vez.

—Estabas dispuesto a sacrificarte por tu hijo, y a luchar contra mí de la forma más honesta que existe: me viste como un niño que necesitaba tu comprensión y un abrazo, y decidiste restaurar el dolor que me habías hecho de forma inconsciente, dándome el cariño y la atención que me había sido negada. Y puedo decir que lo hiciste con real honestidad, porque una vez que estableciste contacto conmigo, pude cumplir la parte que me faltaba de mi plan.
— ¿Y qué parte es esa?
—Tenerte aquí. Ahora estás en mi mente Vicente, tu cuerpo no es más que una cáscara vacía, un cuerpo detenido en la pose de abrazar a otro cuerpo inmóvil, pero incapaz de hacer cualquier otra cosa.

No daba crédito a lo que estaba escuchando, pero al mismo tiempo daba total sentido a la extraña situación en la que estaba, sometido a un estado en que no podía controlar su cuerpo, sabiendo lo que ocurría pero sin poder hacer nada al respecto, estático espectador del macabro espectáculo que se daba frente a sus inmóviles ojos. No fue capaz de hacer la siguiente pregunta, pero supo que de todas maneras iba a escuchar la respuesta como parte del discurso que Jacobo estaba dando; todo iba a llegar a ese punto, más pronto de lo que se atrevía a pensar.

—Lo que estás sintiendo ahora es lo que yo he vivido durante mucho, mucho tiempo. Esa sensación de estar inmóvil, de que todo a tu alrededor no es más que sombras, a las que puedes ver pero no tocar ¿Cuánto puedes extrañar cerrar los ojos? Eso es algo que nunca pasará, porque estarás encerrado en este sitio por la eternidad. Ahora que hay una conexión entre tú y yo, y que optaste por decisión propia venir hasta mí y establecer un lazo, ya nada puede romperlo; eres mi prisionero.

Vicente sabía que su voz se había ido convirtiendo en una masa informe, pero de todos modos se esforzó por aparentar que el miedo no lo estaba paralizando.

— ¿Ese es tu plan, encerrarme aquí contigo?
—No Vicente, mi plan es no estar encerrado nunca más.

De pronto, los tubos de origen desconocido que se internaban en el destrozado cuerpo que estaba frente a sus ojos, fueron arrancados producto de una fuerza invisible, y avanzaron hacia él con abrumadora rapidez. Esto no está pasado, no está pasando, se repitió con intensidad, pero no sirvió de nada para evitar que los objetos, como mortíferas serpientes, avanzaran hacia él dispuestas a causar los mismas espantosas consecuencias que había visto con asombrosa claridad poco tiempo antes. Se sintió inmovilizado, desnudo y frío, y sólo pudo quedarse ahí a una atroz espera por algo que, aunque de forma racional se dijera que no estaba pasando en realidad, causaba el mismo miedo y desesperación.
Y además un horrible dolor.
Las mangueras localizaron los puntos en donde podían realizar la misma acción que antes, y con sus extremos aún humeantes del calor de las carnes rotas y viscosos de las sustancias de las que se habían impregnado, se prepararon para realizar los movimientos adecuados; sintió un dolor extremo, que horadó su resistencia mental con la misma brutalidad que el cuerpo, y que se vio callado por la fuerza cuando el tercer tubo ingresó directamente por la boca, rasgando las comisuras de los labios, rompiendo las mucosas y penetrando en la garganta. Tuvo la sensación de retorcerse por el extremo dolor, pero la inmovilidad era poderosa a partes iguales con el asedio al que estaba siendo sometido.
De pronto, se hizo una total oscuridad, que lo mantuvo suspendido por una incalculable cantidad de tiempo, hasta que de forma repentina, como si hubiese sido abierta una ventana, vio frente a sus ojos una nueva imagen que lo aterrorizó.
Su propio rostro mirándolo de frente.


2


Iris abrió los ojos de golpe, tras el reflejo automático de acerrarlos ante la arremetida del atacante que caía sobre ella como un ariete; el peso que a otro tiempo habría reposado sobre el suyo, esta vez estaba caído, sin fuerza y sin movimiento, causándole una sensación de repugnancia equivalente al terror que experimentó al verlo por primera vez traspasar el umbral de la puerta.
Cuando vio sus ojos, no pudo evitar lanzar un grito de horror.
Estaban muy fijos al frente, no en ella ni en nada más, sólo fijos, como si de pronto hubiesen dejado de funcionar; hizo el intento de quitarse de encima ese peso, y al tratar de moverse, descubrió que tenía las manos vacías, desprovistas de aquel objeto que una milésima de segundo antes era tobo lo que podía ver y necesitar.

— ¿Benjamín?

No obtuvo respuesta. ¿Por qué estaba tan quieto, de qué clase de truco o artimaña se trataba en esa ocasión? Los ojos estaban tan abiertos, tan fijos al frente, que por un instante daban la impresión de estar mirando con frenética intensidad un objetivo que estaba más allá de ella y al cual podía seguir visualizando a pesar del obstáculo físico de ella.

— ¿Benjamín?

Volvió a nombrarlo, y sintió que su voz surgía débil e inestable por el cansancio, la baja de la adrenalina y la presión del peso inmóvil sobre ella; al mismo tiempo sintió pánico de no escuchar la voz, y conforme se despejaron sus sentidos, notó que a su alrededor reinaba un silencio sepulcral.

— ¿Benjamín? Contéstame por…

Su garganta se cerró durante un momento ¿Qué podía haber pasado que ella no alcanzara aún a distinguir? ¿Era posible que algo que en ese momento no llegaba a imaginar, o no se atrevía a construir en su mente, hubiese pasado en esa fracción de segundo?
Entonces sintió un líquido cálido tocando su antebrazo izquierdo, que quedaba fuera de su visual por causa del peso sobre ella, y sintió una opresión terrible en el pecho.


3


Haber perdido la capacidad de escuchar lo que Vicente pensaba era un poco decepcionante, pero un precio a pagar a cambio de todo lo que había conseguido; sin embargo, sí tenía la misma habilidad de antes para hablarle, y escuchar lo que le dijera. O tal vez, interpretar sus palabras.
A pesar de que ya lo había manipulado anteriormente, no era lo mismo, se trataba de algo por completo diferente; tan pronto como supo que ya estaba hecho, el cuerpo se derrumbó sobre la silla de ruedas, y se deslizó con suavidad aunque sin gracia hacia el suelo. Estuvo un cierto tiempo así, tendido sobre la superficie, mientras intentaba dar control a los movimientos. Vamos, se dijo, sé lo que es, tengo que poder hacerlo.
De pronto, entendió el funcionamiento real, y comenzó a aplicarlo; las funciones básicas del cuerpo eran algo que, por suerte, funcionaban de manera automática, de forma que no tenía que aprender a respirar o a mirar; pero poner en movimiento las extremidades fue algo confuso, y requirió de toda su concentración, pese a lo cual pudo hacerlo.

—Ya puedo moverme.

La voz era algo extraña; siempre había tenido una imagen de su voz, pero ahora tendría que acostumbrarse a la que venía junto con el cuerpo. Se irguió cuan alto era, y dirigió una mirada alrededor, comprobando la forma de ver, de sentir estar ahí.
Vivo.
Real.
Su mente, él, Jacobo, en el cuerpo de Vicente.
Levantó las manos y las observó, maravillándose por un segundo de lo increíblemente satisfactorio que resultaba hacer algo que debería ser tan sencillo; el daño que había infringido antes era profundo en los dedos, pero sabía que el cuerpo humano se restauraba, por lo que no era un problema. Estaría bien. Quería hacer tantas cosas, comenzando por conocer ese cuerpo, descubriendo en primer lugar las funciones que durante toda su vida supo que existían, pero que eran manejadas a distancia por aparatos y controles. Por fin podía ser él quien tomara todas las decisiones, desde los fisiológicas hasta los más trascendentales, y eso era exactamente lo que iba a hacer; el cúmulo de emociones que sintió al poder ponerse de pie eran ya una gran recompensa por todo su esfuerzo, y por el dolor experimentado a lo largo de toda su existencia, pero sabía que existía más, un mundo, un universo completo por descubrir, y aprender a controlar.
Tuvo el impulso, casi incontrolable, de comenzar a conocer los más interesantes aspectos de la construcción de ese cuerpo; quiso saber lo que era comer, palpar cosas con las manos, reírse, beber agua, dejar su cuerpo bajo el agua de la ducha, y tantas otras cosas, pero no era momento para esto. Tenía algo mucho más importante que hacer justo en ese momento.

—Jacobo.

En efecto, escuchar el pensamiento de Vicente dentro de su cabeza era algo un poco perturbador, y entendió en una magnitud más completa lo que había logrado dentro de su mente durante ese tiempo; la diferencia radicaba en que, a diferencia de Vicente, él sabía a la perfección lo que estaba ocurriendo.

—Jacobo.

Ahora la voz de Vicente sonaba como un eco lejano en su cabeza, justo de la misma manera en que él se hizo escuchar con anterioridad; un sonido interpretable, comprensible, pero que no era parte de él, lo que permitía crear la principal diferencia entre los dos: Jacobo sabía lo que pasaba, y con lujo de detalles.

—Jacobo ¿Qué me has hecho?

Fue la primera oportunidad que tuvo de reír; lo había escuchado tantas veces, que quiso hacer lo mismo, pero por sus propios medios; dejándose llevar por el sentimiento de alegría y satisfacción que lo embargaba: rio con fuerza, sintiendo la voz surgir del cuerpo, como una gratificarte exhalación, como un impulso que aunque requería fuerzas, daba como recompensa algo mucho mejor a cambio.

—He cambiado de lugar contigo, Vicente.

Se dio el tiempo para que sus palabras hicieron efecto, para que doliera todo lo posible, antes de dar el siguiente paso.

—Te dije que habido organizado todo para que creyeras que las cosas eran de determinada forma, y es verdad. Desde un principio me propuse quebrar tu voluntad, destruir todo lo que eres, hasta dejar de ti sólo la esencia, la base desnuda con la que podría trabajar. Te hice creer, te hice matar, y te hice entender que, a pesar de todo, existía una esperanza, que a pesar de lo que habías pasado, todavía era posible alcanzar la salvación. Que volverías ante tu hijo con la frente en alto, que él, por sobre todas las cosas, estaría a salvo. Y te hice creer que podías cambiarme, apelando a tu culpa y a tu sentido paternal, para que me vieras como un niño enojado y desvalido a quien podías proteger.
—Jacobo, yo intentaba salvarte.
—Lo sé Vicente –replicó con una gran sonrisa en los labios—. Sé que querías salvarme, pero desde tu zona cómoda, desde el sitio de privilegio que siempre ocupaste. Pero tu intención era real, y destrozado por lo que sabías en que se convirtió tu vida, quisiste ayudarme de la misma forma que a un niño en problemas. Como habrías ayudado a tu propio hijo. Y fue en ese momento en que diste el último paso, entregando todo de ti para que yo entendiera que esto estaba mal, queriendo que a través del contacto físico se transmitiera tu sentimiento. Tu culpa. Tu arrepentimiento. Mi victoria, el punto de enlace que nunca antes pude establecer.

Pudo sentir una especie de gimoteo. Miró el cuerpo sobre la silla de ruedas y se dio un tiempo prudente para observarlo de forma directa. Inmóvil, como una masa informe que no tiene fuerza ni peso; de inmediato miró sus nuevos brazos, y palpó los músculos, sintiendo la fuerza y la definición física, con una sensación de placer que lo llenaba por completo. Tuvo la intención de tocar ese cuerpo, acaso como una burla por la diferencia entre lo que era en el presente y lo que había sido, o como medio para profundizar la humillación sobre Vicente. Pero no, ese riesgo no era posible de correr, porque aunque hubieran pasado solo algunos segundos, existía el riesgo de que de alguna forma el contacto físico revirtiera el proceso que le habido dado un cuerpo y una vida nueva.

—Cuando hiciste contacto, cuando me tocaste en el estado en que estabas, ya no tenías ninguna defensa, por lo que tuve la oportunidad de salir de aquí, y dejarte en mi lugar.

— ¡No!

Se deleitó durante algunos segundos en ese grito. Había tantas cosas que quería hacer y conocer, pero aún con esas ganas bullendo desde el interior, tenía que apegarse al plan y hacer todo de la forma en que lo había planeado. Durante todo su vida deseó poder expresar lo que sentía, y sin embargo, ver ese cuerpo inútil como una deforme estatua de cera resultaba lo más divertido del mundo.

— ¿Sabes algo? Pensé en dejarte ahí, en condenarte a una existencia vacía, a estar encerrado en ese silencio y oscuridad, gritando sin voz. Tantas veces te rogué que no me dejaras solo, que no te marcharas, y ahora podrías quedarte para siempre en el sitio que yo decidiera. Pero no, no puedo arriesgarme a que, en algún momento, descubras la forma en que esto es posible.
Pero tienes que saber algo más, algo que de verdad es muy importante: en una ocasión te dije que, una vez establecido el contacto contigo, podría también llegar hasta las personas que amas, y es cierto. La persona que más amas en el mundo es tu hijo, y cuando lo tenga a él, viviré en su cuerpo, dejando este también atrás.

Mientras decía estas palabras, se acercó a la cama desde un costado de la silla, procurando no tocarla, y tomó uno de los cojines blancos que reposaban impolutos sobre una superficie que nunca era usada; era blando, pero ofrecía la resistencia y el bloqueo necesarios. Hizo caso omiso a los desesperados gritos que estaba escuchando, y empuñó el cojín con ambos manos, las que no temblaron al ponerlo en la cara, pero sí de forma leve cuando los gritos en el interior se convirtieron en una sinfonía de dolor y desesperación sin límite.
Y unos momentos después, el sonido cesó, y quedó solo él esa habitación, de pie, sonriente, victorioso, sin nada en el universo que pudiera interponerse en su camino.

—En este mundo, yo soy el rey.

Fue sencillo salir del lugar y embaucar a la mujer de la entrada, diciéndole prácticamente las cosas que quería oír; después de todo, sólo necesitaba el tiempo suficiente para cruzar el umbral de la puerta de esa cárcel, y ya nada importaría después ¿Qué más daba si la gente sospechaba, o incluso denunciaba algo? La juventud y fuerza del cuerpo de Vicente eran algo estimulante y que deseaba disfrutar, pero él cargaba con culpas que haría que su apariencia fuera un gran peso en contra, mientras que el niño…

—Será mío –dijo para sus adentros, dándose el gusto de pensar en voz alta—. Será mío por completo, y podré tener todo lo que me merezco.

Eso no había sido parte del plan inicial, pero cuando descubrió que el amor de Vicente por el niño era en verdad tan grande y sincero, supo que ese era el camino perfecto para conseguir todos sus objetivos. El cuerpo de Vicente era lo que tenía, siendo fuerte, sano y lleno de energía, pero al mismo tiempo estaba envejeciendo, acercándose a la mitad de la vida ¿Qué podría ser mejor que usar entonces esa alternativa? Usando el cuerpo del niño no sólo tendría toda una vida para él, también tendría lo que por derecho le correspondió: juventud, un arma mucho más poderosa que la fuerza física de ese cuerpo adulto y que podría moldear a su gusto, y con total libertad.
Utilizar el automóvil fue todo un desafío, a pesar deI conocimiento dado por la observación y el manejo que, de forma remota, le había dado a través de la manipulación de Vicente. Pero hacerlo por propia mano era muy distinto, requería esfuerzo y concentración que no manejaba en profundidad; sin embargo, tenía toda la noche disponible para aprender a hacerlo bien, y la seguridad de que, al despuntar el alba, todo estaría bajo control. No se equivocó, y de hecho pudo dedicar las horas de la noche a la intemperie para dominar por completo el vehículo y poner distancia, además de dar un conocimiento más completo a su nuevo cuerpo; mientras se observaba con detenimiento en el espejo retrovisor, con la luz interna al máximo, no pudo menos que alegrarse del estado en el que estaba, y lo que ya estaba consiguiendo. Vicente estuvo tan cerca de librarse de su presencia, y fue un momento de gran confusión cuando atentó contra su propio cuerpo, teniendo en su interior el tipo de determinación correcto para enfrentarlo; levantó los cimientos de nuevas barreras protectoras, y estas habrían dado un resultado positivo, si no fuera porque se rindió, porque dejó de pensar en sí mismo, y antepuso a alguien más en el trayecto. Sabía, por lo que conocía del mundo a través de otros, que el sentimiento de amor de unas persones hacia otros era un motor sumamente poderoso, que incluso lograba anteponer la seguridad y estabilidad personal de otro, en vez de lo propia. Tuvo ganas de preguntarle a Vicente ¿Serías capaz de morir por tu hijo? Pero Vicente ya se había ido para siempre, junto con ese cuerpo asqueroso en el que él estuvo encerrado durante tanto tiempo; y muy pronto, cuando tuviera en sus manos a ese niño, podría hacer el traspaso de la misma forma, quedándose ahí para siempre, con el tiempo suficiente para moldear esa estructura a su antojo. Quizás es el futuro crearía un hijo, alguien con quien tuviera un lazo, y el tiempo para repetir la acción ¡Podría vivir para siempre! Y en cuanto a ese niño, la principal razón del amor que Vicente sentía por él, es que sabía que era débil, por lo que la misma situación que provocó una angustia sin límites en un adulto, conseguiría quebrarlo por completo, currado se viera a sí mismo encerrado en otro ser. ¿Qué podría ser mejor que eso? Cargaría con la culpa de dos muertes, y la locura sería la Justificación perfecta para explicar todo el daño hecho. “Eres malo papa”’, tienen que encerrarte. Soltó una carcajada en medio de la noche.


4


Iris hizo un esfuerzo más, y logró remover el peso del cuerpo sobre ella, pero se quedó paralizada al comprender por qué es que reinaba en ese sitio tanto silencio y quietud, y supo que nada en su vida iba a ser jamás como antes, que la calma y la alegría que conoció, se habían ido para siempre.

—Benjamín…

Aún estaba ahí, casi junto a ella, a tan sólo unos centímetros de poder tocarlo.

—Hijo…

Pero no lo tocó ¿Qué iba a hacer? Esa pregunta, en otras ocasiones tan sencilla, pero en esta, revestía una importancia tan fundamental, se convirtió en algo más allá de su comprensión y control. El qué y el cómo habían dejado de tener sentido, y jamás podría cambiar eso.
Aún estaba de rodillas, a muy poca distancia de ella, con el afilado cuchillo sostenido entre sus manitos, aun ejerciendo presión contra el cuello del hombre que permanecía inmóvil, boca abajo; por un momento desvió la vista hacia él, y sintió una nueva oleada de miedo al comprobar que incluso después de muerto, su mirada seguía teniendo el mismo tinte demencial y obsesivo que durante los últimos minutos de horror dentro de su casa. Ni siquiera la muerte lo había despojado de eso, por ese motivo es que, al abrir los ojos, ella pensó que él estaba vivo, que seguía tratando de hacer algo en su contra, sólo que a través de medios distintos. El pequeño seguía presionando el cuchillo contra el cuello, desde cuya herida brotaba la misma sangre que ella había sentido en el antebrazo, y su expresión no era otra que la del dolor y terror más puro que Iris jamás podría haber llegado a imaginar; en el momento de mayor peligro, presionado hasta el límite, él había empuñado el arma antes que ella, para salvarlos a ambos.

—Benjamín… suelta eso…ya terminó.

Su voz ahora era ronca, como si hubiese gritado mucho más tiempo del que realmente había pasado, o acaso era la histeria que se había apoderado de ella durante los frenéticos segundos previos al horror que estaba presenciando. El pequeño, con el rostro reseco y tenso hasta el punto máximo, estaba ahí quizás sólo en parte, siendo testigo de la acción cometida por sus propias manos pero al mismo tiempo sin querer dejar de realizarla, como si una parte de él le dijera que en ese movimiento estaba la única opción en el mundo de mantenerse a salvo. Como si a partir de ese momento supiera que nada en la vida iba a volver a ser seguro otra vez.
Levantó la mano izquierda, con lentitud, y la acercó al niño, pero a medio camino cambió de opinión, y enfocó el movimiento en las manos que aún sostenían el mango del cuchillo; no se negó a soltarlo, aunque la visión del arma ensangrentada, suspendida por la penetración en la carne del cuello fue más abrumadora que lo que había contemplado un momento antes, porque en esa inmovilidad pudo comprobar que, en efecto, el hombre estaba muerto. Hizo acopio de fuerzas y pudo salir de debajo del cuerpo, el que quedó tendido boca abajo, en medio de un charco de sangre que de todas formas no podría disimular la tétrica expresión en el rostro, que se había quedado marcada a fuego, incluso más allá de la muerte; se sintió cansada, con un dolor y agotamiento expandiéndose por todas las articulaciones y nervios. Arrodillada es el suelo, inspiró aire a la fuerza, y miró a dirección al niño, que a la distancia de un brazo de ella, permanecía en una posición muy similar, de rodillas, aunque en su caso, su expresión era la que decía mucho más que la posición en la que se encontraba su cuerpo, como si el terror y la angustia se hubieran mezclado con el dolor, convirtiendo su rostro en una amalgama de sufrimiento mucho más marcada que las lágrimas ahora tan secas sobre la piel como los ojos en las cuencas.
¿Sería prudente tocarlo? Todavía estaba ofuscada por la baja de adrenalina, por lo que no estaba teniendo la rapidez mental necesaria que unos momentos antes para procesar la información; tenía ganas de abrazarlo, de cobijarlo entre sus brazos y decirle de alguna manera que él pudiera entender, que eso se había terminado, que ella con su amor lo protegería de todo cuando llegara el momento apropiado. Que aunque ambos hubiesen estado sometidos a ese horror, ella lograría alejarlo de él. Sin embargo, al mismo tiempo otra parte de ella le decía que esto no era posible, que si el niño había comprendido, o sido capaz de actuar por instinto de preservación en esa situación crítica, eso abriría una puerta que jamás debería tocarse a tan corta edad, haciendo saber a su joven mente que las hadas y los héroes no existían, y que se encontraba en un mundo cruel donde las heridas del alma jamás pasaban, y hasta las personas que más amabas podrían tratar de destruirte. En su interior, también, pensó ella, estaba un dolor que era real pero que no saldría del todo hasta que las cosas se hubieran calmado un poco, y ese dolor tenía que ver con lo que, como mujer, había perdido, de forma concreta en ese instante, pero desde antes sin saberlo a ciencia cierta, porque por mucho que quien la hubiera atacado fuera una especie de monstruo sediento de sangre, que se atrevió a tratar de dañar incluso a su propio hijo, en resumen de cuentas, era Vicente, el hombre al que amó por tantos años. Tuvo un instante, muy breve por suerte, en el que la realidad de esa pérdida, tanto personal como humana, se convirtió en algo real y de una importancia aplastante, significando al mismo tiempo cosas tan enormes como la desaparición total de alguien a quien amaba con todo su corazón, como otras mucho más sutiles, como la pérdida del tacto, y el conocimiento concreto de que nunca más iba a poder ver al hombre que le sonreía de esa forma, que cuando estaba recostado junto a ella la miraba con ojos soñolientos y rozaba su costado con los nudillos. Sintió por un momento unos enormes deseos de llorar, pero por suerte ese cúmulo de sensaciones no siguieron el curso, y pudo saber a ciencia cierta que podría concentrar sus escasas fuerzas en lo que era necesario hacer. ¿Alguien diría algo respecto a que ella lo abrazara? ¿Alguien podría, dentro del escaso tiempo que pasaría, decir que el pequeño era es realidad culpable de algo?

—Benjamín, hijo. Ver con mamá.

El niño no levantó la vista, ni dio señas de haber escuchado las palabras de ella, sumergido en un abismo más profundo quizás, incluso, que la mortífera realidad que lo rodeaba. Al fin Iris rompió la distancia entre ambos, y alargó el brazo hacia él, tonándolo de la barbilla con extrema suavidad.

—Mírame por favor.

Lo dijo con la mayor delicadeza de la que fue capaz, pero el pequeño no dio muestras de reaccionar de ninguna forma; por primera vez pudo mirarlo directo a la cara.

La puerta de la casa se abrió producto de un golpe o algo similar, y aunque en efecto debería ser algo que llamara su atención de forma poderosa, no lo hizo; el rostro y los ojos del niño ocupaban todo su rango visual.

—Iris.

Fue la voz de Juan Miguel. No estaba demasiado cerca, por lo que, de seguro, sólo la vería a ella de espalda, y a su izquierda, la sangre y el cuerpo inmóvil.

—Sal –dijo con una voz que le sonó irreal—. Llama a la policía.
—Iris…
—Sal –repitió con más fuerza—. No debes estar aquí.

Él tuvo un instante de vacilación, pero luego ello escuchó que los pasos, hasta ese momento detenidos en el umbral, devolverse, y la puerta cerrarse tras ellos. Más apagada, sintió la voz de su amigo, de seguro hablando con la policía.
Pronto vendrían.



Próximo capítulo: Una simple sonrisa