No vayas a casa Capítulo 26: Lo que yo quiera

Libro tres: En el túnel


Capítulo 26: Lo que yo quiera


Iris sintió que había pasado mucho tiempo ahí, de pie frente a Nadia, en el umbral de la puerta de su casa; se sintió cansada, vieja, como si a través de los últimos minutos hubiese perdido la vitalidad, y la juventud que hasta unos momentos antes tenía. Aún faltaban un par de años para cumplir los cuarenta, y sin embargo, su percepción de sí misma en esos momentos era la de una mujer mayor, cargada ya por suficientes años como para enfrentar esa situación.
Nadia no estaba cómoda a esos momentos, eso se notaba a simple vista; de todas formas, era por completo comprensible que lo estuviera, siendo ella el tipo de persona que era. Se trataba de una mujer de carácter fuerte, acostumbrada a enfrentar las más diversas emergencias de salud, Siempre dispuesta a poner al servicio de quien lo necesitara sus amplios conocimientos, mano firme y voz segura; de pronto, sucedió algo que interpretaba como un accidente, y lo enfrentaba con su habitual ánimo, evitando entrar en pánico y analizando el caso con la frialdad necesaria. Luego, ocurría algo sorpresivo, yunto con esa sorpresa venía también todo el cúmulo de sentimientos que antes no habían tenido lugar, por pensar y analizar las cosas con detenimiento; apareció, sin duda, el mismo temor que debe haber experimentado al momento de ser atacada, y de inmediato, a la luz de los recuerdos recuperados, la confusión, la inseguridad, y por supuesto, la rabia. ¿Cuántos sentimientos podía causar el descubrir que alguien en quien has confiado, que estuvo en tu casa y se preocupó por ti como un amigo, es en realidad alguien más peligroso de lo que jamás creíste? ¿Qué puede pasar por tu cabeza cuando alguien a quien ayudaste poco tiempo antes, y a quien estás tratando de ayudar, se vuelve en tu contra como movido por una fuerza sobrehumana? Pero Nadia no lo interpretaría fuera de los parámetros de la ciencia, que era su lugar de vida.

—Iris.
—Yo —se sintió débil, pero no se movió del sitio en el que estaba; la expresión de Nadia no era posible de interpretar en esos momentos, o acaso su impacto era demasiado grande para llegar hasta el significado—. Nadia, te juro que no sé qué decir, no sé lo que está sucediendo…

Volvió a quedarse sin palabras, y este nuevo acceso nervioso, sutil pero tan característico para alguien que ejercía la medicina, hizo tambalear la fuerte autodefensa que la otra mujer había preparado para sí misma; pero no cedió.

—Escucha Iris, como te dije, eres mi amiga y jamás quisiera que pasaras por esta situación. Pero estoy demasiado involucrada, no puedo… —hizo una pausa muy breve, suficiente para controlarse—. No puedo estar aquí. Tomé el auto y vine a decirte esto porque creo que es lo correcto, pero no puedo quedarme.
— ¿Qué vas a hacer?
—Lo siento, pero tengo que dar aviso a las autoridades.

La policía. Iris sintió Una nueva oleada de pánico, al imaginar que la policía se llevaría a Vicente; su vista se desplazó hacia un punto tras Nadia, en donde estaba su automóvil, un City car de color gris pálido. Pero no había alguien más en el vehículo.

— ¿Viniste sola?
—No es algo de lo que sorprenderse, me encuentro en perfecto estado —aclaró la otra—. Sebastián aún no sabe nada de esto, enloquecería si se lo lo contara, pero como te dije antes, Vicente es ahora una persona peligrosa, tanto para sí mismo como para quien sea fue esté cerca.
—No sé qué es lo que voy a hacer —murmuró con voz ahogada, sin tener más fuerzas—, es como si todo se hubiera convertido en un infierno y no sé cómo salir de él.
—Por desgracia, no puedo ayudarte —sentenció la mujer en voz baja—. Tendrás que enfrentar esta situación tú sola, y te recomiendo que seas fuerte y pienses de forma fría; no debes olvidar que Vicente es alguien peligroso, si pudo atacarme, también puede ponerte en peligro, o a Benjamín.

Escuchar el nombre de su hizo la hizo dar un respingo, y estuvo a punto de decir, casi de forma automática, que no era posibles, que Vicente nunca haría algo malo en contra de su propio hijo. Pero el recuerdo tan reciente del pequeño en su cuarto, asustado como jamás lo había visto, pidiéndole con todos sus fuerzas que lo mantuviera a salvo, hizo que callara su voz. Definitivamente no estaba pensando con claridad, y lo supo cuando se escuchó a sí misma diciendo algo que no tenía ningún sustento.

—Nadia, por favor perdónalo, estoy segura de que él jamás habría querido hacer algo como eso.
—Si estuviera en sus cabales, yo concordaría contigo, pero no es así.
— ¿Podrías? ¿Podrías al menos…? Sé que es demasiado pero… Si sólo pudieras darme unas horas para encontrarlo, para evitar que la policía…

Nada la hizo callar con un gesto de la mano, muy similar al que habría hecho para hacer que un niño guardara silencio; estaba dando lo máximo de sí misma para mantener la calma, y al mismo tiempo para evitar que ella cayera aún más profundo.

—Iris, si supieras cómo encontrar a Vicente, ya lo habrías hecho, no te hagas esto. Escucha, lo mejor que puedes hacer ahora es ocuparte de Benjamín. Tal vez convenga que pase unos días fuera.
—Sí, había pasado en eso ayer por la noche.
—Es lo mejor en este caso.

Hizo ademán de irse, pero decidió decir algo más.

—Iris, escucha, espero que hagas lo correcto.
— ¿A qué te refieres?
—Sé que amas a Vicente y que quieres protegerlo, pero no te equivoques; no lo encubras por Favor.

Sin decir más, dio media vuelta y caminó rápido hacia el city car, al que subió tras un leve titube; Iris Se quedó mirando el vehiculo irse por la calle, de la misma manera a que su tranquilidad se iba para siempre de su ser.
Cerró la puerta y se quedó un momento de pie, inmóvil con la espalda apoyada en la madera y la vista perdida, sintiendo un estremecimiento. ¿Encubrirlo? Por supuesto, Nadia fue a hablar con ella para avisarle de cuáles serían sus pasos a seguir a partir de ese momento, pero al mismo tiempo para tomar el pulso de la situación y advertirle que no cometiera ninguna tontería; aunque haya estado tan tensa y sometida a una situación difícil de enfrentar, aun tuvo la humanidad de ir hasta ella, de intentar disminuir el mal trago y ser ella, alguien que la conocía, que le diera la mala noticia en vez de dejar eso a manos de la fría autoridad. Era una buena persona, pero nada podía hacer ya por ella.
En ese momento, nadie podría.
Fue extraño, porque pasada la sorpresa inicial, y la sucesión de golpes emocionales que recibió, una vez que Nadia se marchó, no sitio deseos de llorar, o una irrefrenable angustia que la oprimiera. No sentía nada de eso, Y no es que no le importara, porque de hecho era una situación demasiado grande y compleja. Pero en ese instante no había lugar para las lágrimas, sentía como si la acción de llorar fuera demasiado simple y vacía, algo por completo fuera de lugar en medio de un escenario tan complejo como el que estaba enfrentando. Apenas unas horas antes era su vida normal, con los avatares del trabajo, un proyecto nuevo por delante y una familia feliz, ahora se sentía horriblemente sola.
Tuvo deseos de sentarse y cerrar los ojos, cubrirse la cabeza y no querer oír, pero supo al instante que no había opción para eso, que tendría que ser más fuerte de lo que jamás antes había sido. Fue a la cocina, sintiendo sus propios pasos débiles y temblorosos, y tomó con mano insegura un vaso del aparador; mientras miraba sin ver el agua caer desde la llave, se preguntó qué tan ciega había sido en realidad hasta ese momento. Desde que su padre enfermó, y su deterioro mental se convirtió en una ruta descendente sin retorno, tuvo la seguridad en su interior, de que ya conocía todo lo necesario, que ya había escuchado los términos, conocido los potenciales diagnósticos y entendido todas las implicaciones. Pero ahora, enfrentada de la noche a la mañana a un hecho de tal magnitud, era como si todo lo que en su momento supo, no tuviera la más mínima utilidad, igual que los conocimientos desactualizados que se veía añejos e inútiles en comparación con lo nuevo.
Cuando se llevó el borde del vaso a la boca, y percibió la frialdad del cristalino líquido, notó lo secos que tenía los labios y la profunda sensación de desasosiego que la embargaba; tenía el estómago vacío, pero no era capaz de ingerir nada más fuerte o pesado que el agua, y quizá, fuera mejor así. Tenía que mantenerse serena y calmada, y evitar a toda costa que Benjamín la viera en ese estado, más aún después de las revelaciones hechas por él hacía tan sólo unas horas. Se ponía tensa sólo de recordar la forma en que se expresó y el miedo reflejado en su voz; a tan corta edad, su hijo había quedado expuesto a un tipo de agresión muy poco común, que no tenía nada que ver con violencia al interior de la familia, pero a la vez provenía de una de las dos personas en las que más confiaba en el mundo. Sin golpes ni gritos, él ya conocía el miedo.
Cuando dejó el vaso sobre la mesada, escuchó que alguien estaba en la puerta de entrada de la casa.


2


Juan Miguel estaba terminado de ordenar una maleta pequeña en el cuarto; tenía que  hacer un viaje corto a mediodía, pero prefería de gar todo preparado desde la primera hora de la mañana, antes de trotar. Lo mataba tener que ausentarse a tan sólo horas de la desaparición de Vicente, pero el compromiso había sido realizado tiempo atrás y resultaba ineludible. Su ánimo estaba bajo en comparación con lo habitual y era entendible, ya que tanto Vicente como Iris eran personas que le importaban mucho. Si bien no conocía muy en profundidad a lris, siempre la vio como una mujer fuerte, inteligente y excepcional en su trabajo, mientras que Vicente era su amigo desde hacía tiempo, y las cosas que los diferenciaban eran en definitiva su mayor fuente de admiración. Recordó la reunión que tuvieron, y que Vicente, si bien estaba algo estresado por los asuntos que lo aquejaban en el trabajo, pudo despejarse un poco de eso y relajarse, entregándose al agua y disfrutando de esos minutos Sin pensar en nada más. Y muy pocos días después, todo había cambiado.
Un momento.
Cuando habló con Iris la noche anterior, le dijo que lo único que le había llamado la atención de Vicente durante el tiempo que se vieron fue un golpe en una pierna; era una especie de deformación profesional fijarse en las lesiones de la personas, así como en la postura corporal, ya sea que fuera en un contexto deportivo o en la vida diaria.
Pero en realidad, sí había pasado algo que él no había considerado.
La noche anterior, cuando hablaron del asunto, le preguntó a ella si había considerado que pudiese estar pasado algo desde antes que Viente desapareciera, y ella sospechó que algo relacionado con el pequeño Benjamín podría tener vínculo con el estado en que se encontraba su pareja, pero no quiso profundizar en detalles. Él mismo, sin embargo, había dejado pasar un detalle sucedido la misma jornada en que estuvieron nadando, vale decir cuando ni siquiera había salido de su anterior trabajo: en un momento tuvo una reacción un tanto extraña, y le dijo que había sentido que alguien le hablaba.

—Oh cielos.

Él no era ningún experto, pero según lo que le dijo Iris, su temor era que Vicente en verdad estuviera experimentando una enfermedad mental, como su padre varios años antes. ¿Y Si en realidad todo eso sí pasaba, pero desde artes que pudieran advertirlo? Miró su reloj de pulsera y vio que eran las siete menos veinte, lo que significaba que Iris ya estaría en pie, como le dijo el día anterior, preparando la salida de casa de su hijo para continuar con su búsqueda. Decidió que, aunque se tratara sólo de un antecedente, lo mejor sería ponerla al corriente, además que quería recordarle que estaría disponible dentro de un par de horas para seguir apoyándola en la búsqueda de Vicente. Marcó el número de lris, pero al marcar el primer tono cambió de opinión y tomó la decisión de ir en persona a verla. En la motocicleta le tomaría diez minutos llegar.


3


Iris salió de la cocina justo a tiempo de ver la puerta abriéndose; sabía que sólo había una persona además de ella que tenía llaves, de modo que no era posible que se sorprendiera al momento de verlo entrar.

—Hola, querida.

Se quedó muy quieta, de pie a un costado del sofá, mientras él cerraba la puerta y permanecía en actitud despreocupada, con las manos en los bolsillos; llevaba una remera de color verde opaco que le quedaba grande con pantalones de un tono de gris, que tampoco era de su talla, y zapatos oscuros. Su cabello lucía desordenado, en apariencia algo sucio, lo que hacía más notorias las heridas que tenía: el parche en la cabeza, los moretones y rasmilladuras en los antebrazos, el labio inferior hinchado, la zona enrojecida en la frente, haciendo borde del ojo derecho. Sonreía.

—Es un placer estar aquí, haber podido venir a casa.

No habría sido siquiera necesario que hablara para que las cosas quedaran claras; en el preciso momento en que lo vio, Iris supo que ese hombre parado con total normalidad a sólo un par de metros de ella, bajo el techo que durante años la había cobijado, no era Vicente.

—Y dime cómo ha estado tu día.
—No muy agitado hasta el momento  —respondió ella.

Él hizo un asentimiento, sin percatarse de que esa pregunta e apariencia inocente, escondía algo tan significativo como que nadie preguntaba cómo había ido el día cuando ni siquiera daban las ocho de la mañana.

—Fantástico.

Benjamín estaba en el segundo piso ¿Qué hora era, en dónde estaba el teléfono celular? En la noche estaba en modo de bajo volumen, pero estaba segura de haberlo tomado del velador ¿podía realmente haber pasado tiempo suficiente como para que el despertador en el cuarto del pequeño lo despertara? Iris sintió un extraño frío en su interior, una sensación desagradable pero al mismo tiempo fortalecedora, que eliminó de un golpe todos los miedos e inseguridades que había hasta hace sólo un minuto atrás. En ese momento, por sobre todas las cosas, Benjamín tenía que salir de esa casa, y permanecer lejos de él.

—Iré a la cocina a tomar algo. Podrías venir.
— ¿Tomar algo? —respondió, divertido, con una amplia sonrisa iluminando su rostro— Creo que sería maravilloso.

Pero no se movió del sitio en el que estaba; Iris sentía que el tiempo pasaba a un ritmo excepcionalmente lento en algunos aspectos, de forma que podía apreciar con detalle cada pavorosa diferencia entre el sujeto que estaba ahí, todavía con las llaves en la mano, y Vicente. Estaba de pie, dejando la mayor parte del peso en la pierna izquierda, con lo que producía un ligero quiebre en la cadera; las manos en tanto, estaban a la altura del abdomen sosteniendo las llaves con dedos como garfios y el mentón alzado, dando una apariencia altanera al rostro; Vicente, en tanto, siempre que estaba de pie lo hacía apoyándose en ambos pies, separados casi en línea con los hombros; las manos nunca estaban en los bolsillos del pastalón más que un instante, y cuando sostenía algún objeto en las manos, lo hacía utilizando poca fuerza en ello, no con agitación ni tensando las articulaciones. Su mentón jamás estaba tan elevado, ni siquiera si estaba molesto por algo
Vicente nunca, en todos los años que se conocían, le habría dicho “Querida”
Pero por supuesto, era muchísimo más que eso, no se trataba de gestos, posturas corporales y palabras solamente. Era algo más, algo que sólo ella, que había dormido con él, que lo había visto reposar en la cama, pensando en nada, que lo había mirado mientras comía distraídamente, o tomaba el jugo directo del cartón, podía saber. Ese hombre que estaba ahí, dentro de su casa, bajo la apariencia de Vicente, no era él, y el peligro que representaba eso llegaba a límites que en ese momento no alcanzaba a imaginar. Pero no tenía tiempo para eso, estaba obligada a hacer algo de inmediato, lo primordial era marcar sus pasos, controlar la situación y sacar a Benjamín de la casa. Caminó con lentitud hacia la puerta de la cocina, y recién en ese momento él la siguió, a paso lento y a cierta distancia.
“Que mantenga la distancia, que no se me acerque”
¿En dónde diablos estaba el teléfono celular? Necesitaba recordarlo, y mientras alargaba un paso tras otro, sin perder de vista a quien la seguía a cierta distancia, se esforzó por expandir la misma concentración que le permitió ver cada detalle de su apariencia, y localizar en su memoria la ubicación del teléfono; cuando se levantó, tono el móvil y apagó la alarma, ya que su sueño había sido de verdad muy ligero; entonces recordó que lo había dejado en el segundo piso, dentro del cuarto, antes de bajar ante la devastadora llamada de Nadia…
En el silencio de la mañana, podría escuchar el despertador musical de Benjamín. Por todos los cielos, estaba programado para cinco minutos antes de las siete, lo que quería decir que podría sonar y despertarlo en cualquier momento.
Entró a la cocina y rodeó la mesa donde almorzaban, sintiendo otra vez esa lejanía de los objetos y el lugar que la rodeaba, de igual forma que si ahora estuviera en una propiedad que fuese a vender; quizás era mejor así, que desapareciera el sentimentalismo en pro de algo mucho más grande.
Tomó dos vasos desde el mueble y puso ambos sobre la mesa, tras lo cual levantó la vista y se encontró con él, de pie tras la puerta; oh Dios ¿Había tratado de cerrarla? Por suerte eso no era posible, ya que se trataba de un pestillo que sólo funcionaba oprimiendo un mando en la pared. Calculó que estaban a dos metros de distancia, sólo con dos potenciales salidas, una de ellas que daba al patio trasero, y la otra que la devolvería a la sala, dejando la línea directa hacia la escalera del segundo piso. Lo más aterrador en ese momento era que la escalera era la única vía para llegar y salir del segundo piso ¿Cómo podría sacar a Benjamín si él estaba obstaculizando el paso desde abajo? Sacó con lentitud del refrigerador un jarro con limonada dulce, que sirvió hasta la mitad del vaso, de forma lenta y pausada, alargó la mano sobre la mesa y dejó el cristalino objeto del otro extremo, mientras notaba que, de momento, no iba a ser capaz de hablar. Le dedicó una mirada que intentó fuera desprovista de la ola de sentimientos que la embargaba y, sin ser capaz de sonreír, asintió, dando consentimiento a la acción. Él se quedó mirando el objeto sobre la mesa durante unos segundos, como si no comprendiera del to do lo que estaba sucediendo; al fin, se inclinó un poco y alargó el brazo, tomando entre los dedos con una mirada que podría ser de discreta sorpresa. Pero no se acercó el vaso a los labios para beber.
En ese momento, mientras Iris estaba en esa tensa espera, se escuchó una voz desde el segundo piso.

—Mamá.



Próximo capítulo: Reacciona

No vayas a casa Capítulo 25: Alguien cerca de ti




— ¿De qué manera me puedes ayudar?

“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”

Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.

“Nadie lo sabrá”

—No quiero herir a nadie.

“No lo harás”

— ¿Con tu ayuda?

“Con mi ayuda”

— ¿Qué tengo que hacer?

“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”

—Acepto que eres la voz de mi conciencia.

“No quiere herir a nadie”

—No quiero herir a nadie.

“No quieres hacer daño”

—No quiero hacer daño.

“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”

—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.

“Nadie lo sabrá”

—Nadie lo sabrá.

“Te ayudaré”

—Me ayudarás.

“Soy tu conciencia”

—Eres mi conciencia.

“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”

—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.

“Así será”


2


Iris bajó a paso lento y silencioso la escalera; jamás se había sentido tan nerviosa ante un hecho tan sencillo como que alguien tocara a la puerta de su casa.
Llegó abajo, cruzó la sala y se quedó un momento quieta, mirando la madera de la puerta, sin reaccionar.

—Vamos, vamos.

Respiró profundo y abrió. La sorpresa fue grande al encontrar a Nadia del otro lado del umbral. Estaba en una tenida casual poco habitual en ella, muy rígida, de brazos cruzados, mirándola con una expresión que no atinó a identificar.

—Nadia, qué sorpresa.
—Supongo que Vicente no ha aparecido.

Las palabras la descolocaron, pero lo que más lo hizo fue el tono; no estaba hablando como profesional ni como amiga, sino como una mujer enfadada, o quizás determinada.

—No, no ha llegado aún. Disculpa, pasa por favor.
—No es necesario —replicó la otra mujer con severidad—, no voy a entrar a tu casa.

De alguna forma sonó violento, incluso agresivo, aunque no había hablado con más dureza que un segundo antes; Iris frunció el ceño.

—Disculpa, no entiendo ¿ocurre algo?
—Ocurre algo.
—Nadia, disculpa pero no comprendo; sabes que estoy preocupada por Vicente y agradezco que hayas venido, pero…

La otra mujer hizo un gesto imperceptible, pero que fue suficiente para que Iris guardara silencio, a pesar de no saber muy bien por qué.

—Escucha, esto no es fácil para mí, espero que lo entiendas.
— ¿A qué te refieres?
—Pero sé que es mucho más difícil para ti, y es por nuestra amistad que estoy aquí.

Iris asintió de forma vaga, aunque no era necesario que diera el pie para que Nadia siguiera hablando; sin embargo, se sintió extrañamente asustada por su forma de expresarse, como si de alguna forma sus modos y la extraña presentación quisieran decir algo que ella no alcanzaba a comprender.

—No entiendo.
—Ayer en la noche, muy tarde —explicó la otra—, recordé qué fue lo que pasó cuando me golpearon.

Hasta el momento, en las conversaciones que tuvieron tras el ataque, Nadia se había referido a ese hecho como “accidente”

—Lo recordaste.
—Lo siento Iris, eres mi amiga y eres la última persona a quien quisiera hacer pasar este momento, pero no puedo guardar el secreto. La persona que me atacó, fue Vicente.

Iris sintió un temblor en la mandíbula, más reacción involuntaria que acción pensada. Porque no estaba pensando en lo que pasaba.

— ¿Qué?
—Vicente fue a mi casa esa noche —explicó la otra mujer, con intensidad que reflejaba que no era tampoco para ella un trago fácil de pasar—, quería ayuda de mi parte, como profesional, porque estaba preocupado, por lo que le estaba pasando. Dijo que estaba ocurriendo algo en su mente, que creía escuchar voces; también dijo que te había golpeado.

Iris se quedó un momento sin reaccionar; y luego, la imagen de Vicente esa misma noche, en la casa, actuando en lo que ella pensó en ese momento, era un poco extraño, quizás estresado.

—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante su sorprendida mirada. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, dejando a ambos sin responder a esa pregunta; Iris le dedicó a su hijo una mirada de cariño y le dijo que en seguida volvía, y apresuró el paso hacia la sala, para interceptarlo.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de él en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?
—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Ella frunció el ceño, mostrándose disgustada ante esa pregunta; era una actitud extraña en realidad, como si escondiera algo.

—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

Él se revolvió un poco incómodo, como si le costara trabajo pensar en una respuesta apropiada. Pero al final lo hizo, con un tono de voz algo alterado, pero en general, normal. O eso fue lo que ella quiso escuchar en ese instante.

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva, no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; todo eso era extraño, tanto la actuación de él como las circunstancias en que se daba. Ahora era como una espectadora con muy buena visual de lo que en ese momento no era tan importante.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; Iris pensó en ese momento, lo recordaba con claridad, que no era para ponerse tan preocupada, que sólo era un poco de estrés y nada más. Que Vicente estaba recién entrando en un nuevo empleo del que no tenía queja, pero sí una cierta carga desde el anterior. Que eso era todo.

En la madrugada, la despertó el sonido del teléfono. Era Sebastián, muy preocupado y nervioso, contándole a tropezones lo que había sucedido, casi al borde de las lágrimas.
—Comprendo —dijo con tono tranquilizador cuando él hizo una pausa—; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza. Dios, lo estaba recordando todo con tanta nitidez y tan rápido, que sintió ganas de gritar.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Se mostró preocupado. Estaba nervioso, pero se mostró asombrado, confundido, preocupado…

—Vicente fue quien ¿te atacó?

Sintió que su expresión debía ser la imagen misma del patetismo, parada en el umbral de su puerta mientras su familia se despedazaba por una verdad que no había podido siquiera sospechar.

—Lo lamento Iris, pero es así.

Sintió un intenso frío en su interior ¿Qué es lo que se supone que iba a hacer? No era sólo que estuviera desaparecido, ni que a su hijo le causara miedo, era algo más, era que ya había pasado a la acción, que había atacado a Nadia, a una amiga que ambos conocían desde hacía mucho tiempo.

—Yo… —se quedó sin palabras, por un momento muda ante la enormidad de lo que estaba descubriendo— Yo no sé qué decir…

Nadia suavizó un poco la expresión de su rostro.

—No pensé ni por un momento que lo supieras; si hubieses sabido, me lo habrías dicho.

Sonaba casi como una acusación.

— ¡Desde luego que sí! Nadia, no puedes llegar ni a pensar que…
—En este momento no estoy proyectando nada, sólo estoy remitiéndome a los hechos, a lo que puedo recordar con claridad —hizo una breve pausa en la que suspiró—. Escucha, esto tampoco es fácil para mí, y entiendo que Vicente, que es probable que él en verdad tenga una enfermedad mental, tal como te lo dijo a ti antes de desaparecer, y como me lo dijo a mí antes de atacarme. Si yo no hubiera sufrido ese periodo de amnesia, quizás podría haber ayudado a que no desapareciera ahora.

Pero ese episodio de amnesia era el mejor escenario luego de haber sido atacada por alguien de la contextura de Vicente. Y después de eso, ambos habían salido a buscarla ¡Oh por Dios! El propio Vicente la había encontrado.

—Yo…Nadia, no sabes cuánto lo siento, esto… es algo que no puedo entender, que haya sucedido…

Se volvió a quedar sin palabras cuando, a lo lejos, escuchó el sonido del despertador en el cuarto, que había olvidado apagar. Ese sonido la transportó al cuarto, a una parte en el armario en donde, tan sólo minutos antes, había encontrado ropa de Vicente, sucia y escondida.
Que no era la misma ropa que llevaba el día en que atacó a Nadia.

Sintió nuevamente deseos de gritar.




Fin del libro dos.