No vayas a casa Capítulo 25: Alguien cerca de ti




— ¿De qué manera me puedes ayudar?

“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”

Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.

“Nadie lo sabrá”

—No quiero herir a nadie.

“No lo harás”

— ¿Con tu ayuda?

“Con mi ayuda”

— ¿Qué tengo que hacer?

“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”

—Acepto que eres la voz de mi conciencia.

“No quiere herir a nadie”

—No quiero herir a nadie.

“No quieres hacer daño”

—No quiero hacer daño.

“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”

—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.

“Nadie lo sabrá”

—Nadie lo sabrá.

“Te ayudaré”

—Me ayudarás.

“Soy tu conciencia”

—Eres mi conciencia.

“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”

—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.

“Así será”


2


Iris bajó a paso lento y silencioso la escalera; jamás se había sentido tan nerviosa ante un hecho tan sencillo como que alguien tocara a la puerta de su casa.
Llegó abajo, cruzó la sala y se quedó un momento quieta, mirando la madera de la puerta, sin reaccionar.

—Vamos, vamos.

Respiró profundo y abrió. La sorpresa fue grande al encontrar a Nadia del otro lado del umbral. Estaba en una tenida casual poco habitual en ella, muy rígida, de brazos cruzados, mirándola con una expresión que no atinó a identificar.

—Nadia, qué sorpresa.
—Supongo que Vicente no ha aparecido.

Las palabras la descolocaron, pero lo que más lo hizo fue el tono; no estaba hablando como profesional ni como amiga, sino como una mujer enfadada, o quizás determinada.

—No, no ha llegado aún. Disculpa, pasa por favor.
—No es necesario —replicó la otra mujer con severidad—, no voy a entrar a tu casa.

De alguna forma sonó violento, incluso agresivo, aunque no había hablado con más dureza que un segundo antes; Iris frunció el ceño.

—Disculpa, no entiendo ¿ocurre algo?
—Ocurre algo.
—Nadia, disculpa pero no comprendo; sabes que estoy preocupada por Vicente y agradezco que hayas venido, pero…

La otra mujer hizo un gesto imperceptible, pero que fue suficiente para que Iris guardara silencio, a pesar de no saber muy bien por qué.

—Escucha, esto no es fácil para mí, espero que lo entiendas.
— ¿A qué te refieres?
—Pero sé que es mucho más difícil para ti, y es por nuestra amistad que estoy aquí.

Iris asintió de forma vaga, aunque no era necesario que diera el pie para que Nadia siguiera hablando; sin embargo, se sintió extrañamente asustada por su forma de expresarse, como si de alguna forma sus modos y la extraña presentación quisieran decir algo que ella no alcanzaba a comprender.

—No entiendo.
—Ayer en la noche, muy tarde —explicó la otra—, recordé qué fue lo que pasó cuando me golpearon.

Hasta el momento, en las conversaciones que tuvieron tras el ataque, Nadia se había referido a ese hecho como “accidente”

—Lo recordaste.
—Lo siento Iris, eres mi amiga y eres la última persona a quien quisiera hacer pasar este momento, pero no puedo guardar el secreto. La persona que me atacó, fue Vicente.

Iris sintió un temblor en la mandíbula, más reacción involuntaria que acción pensada. Porque no estaba pensando en lo que pasaba.

— ¿Qué?
—Vicente fue a mi casa esa noche —explicó la otra mujer, con intensidad que reflejaba que no era tampoco para ella un trago fácil de pasar—, quería ayuda de mi parte, como profesional, porque estaba preocupado, por lo que le estaba pasando. Dijo que estaba ocurriendo algo en su mente, que creía escuchar voces; también dijo que te había golpeado.

Iris se quedó un momento sin reaccionar; y luego, la imagen de Vicente esa misma noche, en la casa, actuando en lo que ella pensó en ese momento, era un poco extraño, quizás estresado.

—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante su sorprendida mirada. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

— ¿Vas a salir papá?

Miró a ambos de hito en hito, durante más tiempo del necesario para responder a una pregunta tan sencilla. Al final no contestó y se alejó de la mesa de la cocina.

—Vuelvo en muy poco tiempo.

Salió de la cocina, dejando a ambos sin responder a esa pregunta; Iris le dedicó a su hijo una mirada de cariño y le dijo que en seguida volvía, y apresuró el paso hacia la sala, para interceptarlo.

—Vicente.

Volteó y la miró a los ojos; la expresión de él en esos momentos era indescifrable.

—Vuelvo en un rato.
—Vicente, son casi las nueve treinta de la noche ¿Adónde vas?
—Te digo después ¿De acuerdo?

Iba a continuar caminando, pero ella se interpuso en su camino antes que superara el sofá.

—Mejor dime ahora. De repente te pusiste muy extraño ¿Qué es lo que ocurre?
—No está pasando nada ¿Qué podría pasar?

Ella frunció el ceño, mostrándose disgustada ante esa pregunta; era una actitud extraña en realidad, como si escondiera algo.

—Tal vez podrías decírmelo tú ¿Por qué estás así?

Él se revolvió un poco incómodo, como si le costara trabajo pensar en una respuesta apropiada. Pero al final lo hizo, con un tono de voz algo alterado, pero en general, normal. O eso fue lo que ella quiso escuchar en ese instante.

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva, no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

—Escucha, es sólo que me siento un poco estresado, el día no fue tan bueno en realidad, tuve mucha carga de trabajo.

Lo cual contradecía todo lo que él mismo le había dicho al momento de llegar cuando le preguntó por su primer día en el nuevo empleo; todo eso era extraño, tanto la actuación de él como las circunstancias en que se daba. Ahora era como una espectadora con muy buena visual de lo que en ese momento no era tan importante.

—Eso no fue lo que me dijiste antes.
—Lo sé, es que estoy emocionado, supongo que la emoción me ganó —estaba hablando muy rápido—, todo está bien con el trabajo, nada más algo de cansancio, fue un día largo, incluso no me di cuenta de la hora que era y salí más tarde; saldré un rato, volveré en seguida, en serio.

Ella cedió, apartándose del camino pero sin dejar de mirarlo.

—No te tardes.
—No, claro que no.

Esbozó una sonrisa torpe y fue hacia la puerta, tomando las llaves con un gesto poco controlado; Iris pensó en ese momento, lo recordaba con claridad, que no era para ponerse tan preocupada, que sólo era un poco de estrés y nada más. Que Vicente estaba recién entrando en un nuevo empleo del que no tenía queja, pero sí una cierta carga desde el anterior. Que eso era todo.

En la madrugada, la despertó el sonido del teléfono. Era Sebastián, muy preocupado y nervioso, contándole a tropezones lo que había sucedido, casi al borde de las lágrimas.
—Comprendo —dijo con tono tranquilizador cuando él hizo una pausa—; Sebastián, hasta este momento no hemos sabido nada. Los é, vamos a estar al pendiente ¿De acuerdo? Por favor llámame tan pronto sepas algo.

Iris colgó y dejó el teléfono en el pedestal cristalino del velador, y volteó hacia él con la misma expresión de preocupación en el rostro.

— ¿Qué pasa?
—Al parecer Nadia desapareció.

Vicente frunció el ceño, sin comprender.

— ¿A qué te refieres con desaparecer? ¿Pelearon?

Iris negó con la cabeza. Dios, lo estaba recordando todo con tanta nitidez y tan rápido, que sintió ganas de gritar.

—No, Sebastián dice que todo estaba como de costumbre, además sabes que ellos dos nunca pelean; anoche él salió a comprar algo, y cuando volvió, Nadia no estaba, salió como si hubiese ido a la tienda de la esquina, pero sin el móvil ni nada. Sebastián no ha sabido nada de ella hasta ahora, llamó a todo el mundo y nadie ha tenido noticias suyas.

—Es muy extraño pero ¿No habrá ido a atender a algún paciente? A lo mejor se trataba de una emergencia.
— ¿Hace más de diez horas? —replicó ella con escepticismo— De cualquier manera, él pensó lo mismo, pero su maletín está en la casa al igual que el móvil, y está preocupado, dice que por lo que vio de su ropa, salió con la tenida que estaba en casa ¿Qué puede haber pasado?

— ¿Te dijo algo más, lo notaste muy…nervioso?
—Claro que está nervioso ¿Cómo estarías tú si yo me esfumara y no llegara a dormir ni avisara?

Era una pregunta retórica, y Vicente trató de evadir la pregunta hecha por él mismo y lo inoportuno del comentario.

—Lo que quiero decir es, qué está haciendo él en estos momentos.
—Llamó a la policía, pero ya sabes que tienen esa normativa en que si una persona no lleva desaparecida más de 24 horas, no puedes hacer la denuncia por desgracia presunta; es una tontería, uno sabe cuando está pasando algo con una persona del entorno cercano, es una tontería…

—Cariño, tienes que estar tranquila, no hay mucho que podamos hacer, creo. Voy a buscar un vaso de agua ¿Quieres algo?
—Nada, gracias.

Se mostró preocupado. Estaba nervioso, pero se mostró asombrado, confundido, preocupado…

—Vicente fue quien ¿te atacó?

Sintió que su expresión debía ser la imagen misma del patetismo, parada en el umbral de su puerta mientras su familia se despedazaba por una verdad que no había podido siquiera sospechar.

—Lo lamento Iris, pero es así.

Sintió un intenso frío en su interior ¿Qué es lo que se supone que iba a hacer? No era sólo que estuviera desaparecido, ni que a su hijo le causara miedo, era algo más, era que ya había pasado a la acción, que había atacado a Nadia, a una amiga que ambos conocían desde hacía mucho tiempo.

—Yo… —se quedó sin palabras, por un momento muda ante la enormidad de lo que estaba descubriendo— Yo no sé qué decir…

Nadia suavizó un poco la expresión de su rostro.

—No pensé ni por un momento que lo supieras; si hubieses sabido, me lo habrías dicho.

Sonaba casi como una acusación.

— ¡Desde luego que sí! Nadia, no puedes llegar ni a pensar que…
—En este momento no estoy proyectando nada, sólo estoy remitiéndome a los hechos, a lo que puedo recordar con claridad —hizo una breve pausa en la que suspiró—. Escucha, esto tampoco es fácil para mí, y entiendo que Vicente, que es probable que él en verdad tenga una enfermedad mental, tal como te lo dijo a ti antes de desaparecer, y como me lo dijo a mí antes de atacarme. Si yo no hubiera sufrido ese periodo de amnesia, quizás podría haber ayudado a que no desapareciera ahora.

Pero ese episodio de amnesia era el mejor escenario luego de haber sido atacada por alguien de la contextura de Vicente. Y después de eso, ambos habían salido a buscarla ¡Oh por Dios! El propio Vicente la había encontrado.

—Yo…Nadia, no sabes cuánto lo siento, esto… es algo que no puedo entender, que haya sucedido…

Se volvió a quedar sin palabras cuando, a lo lejos, escuchó el sonido del despertador en el cuarto, que había olvidado apagar. Ese sonido la transportó al cuarto, a una parte en el armario en donde, tan sólo minutos antes, había encontrado ropa de Vicente, sucia y escondida.
Que no era la misma ropa que llevaba el día en que atacó a Nadia.

Sintió nuevamente deseos de gritar.




Fin del libro dos.



No vayas a casa Capítulo 24: Realidad




“Hubo una vez silencio.
El silencio es parte de la vida y la creación, es el origen de todo. Se dice que en un principio no había nada, solo silencio; un silencio eterno e infinito, tan largo como el horizonte, tan lejano como la última estrella en el firmamento. Pero en el principio de todo no habían estrellas, porque todo no era más que un espacio vacío, de modo que el silencio era aún más grande, más inmenso e incomprensible.
No había nada.”

Ese cuento había sido, quizás, lo primero que hizo que supiera que las cosas no tenían por qué ser de la forma que habían sido hasta ese momento; se lo leyeron en el primer centro en que estuvo, cuando sus padres se deshicieron de él. Cuando lo abandonaron para siempre.
Pero el cuento tenía un hermoso significado, y de forma muy probable era lo primero bueno que conocía en esa oscuridad tras la partida de Vicente. Hacía tanto tiempo atrás ¿O era en realidad muy poco?
Para el sufrimiento vivido, era un tiempo muy largo, que se extendía más y más a cada segundo, mientras que para el paso de los días en su busca de más conocimiento y poder, parecía pasar muy poco ¿Cuánto era necesario saber para lograr hacer realidad su objetivo?
Tras el quiebre en la mente de Vicente, se sintió contento por haber solucionado el problema de una forma ingeniosa, pero lo cierto es que ayudarlo cono si se tratara de un consejero era agotador, y es apariencia no daba ningún resultado.
Un momento.
Se tardó un tiempo, pero entendió que lo que había hecho era lo indicado, que debía poner a su favor todo eso y volver a hacerlo, cuartas veces quisiera, hasta que los mismos hechos quedaran al descubierto. Mientras tanto, era necesario seguir con el mismo procedimiento, convenciéndolo poco a poco de que su voz no era algo ajeno, sino que parte de él.

“Lo lograste”

Se sintió contento en su nuevo trabajo, y eso se lo debía a él. Fue como si, de pronto, gracias a estar en ese sitio, aunque sin terminar, pudiera ya tener en su poder las ventajas y beneficios del nuevo trabajo, mucho más que cuando tenía firmado el contrato; al fin tenía lo que se había propuesto, un trabajo nuevo, proyección gracias a un empresario ambicioso y con metas altas, y el sueldo que le permitiría ayudar a Iris a cumplir un anhelo, que al mismo tiempo sería un deseo cumplido para ambos.

“Ya lo tienes en tus manos”

Pensándolo bien, esto era algo que debió haber pensado mucho antes. Benjamín ya tenía siete años, lo que significaba que en cinco más ya estaría a punto de entrar a secundaria, donde sería imprescindible tener para él todo lo necesario para que preparara el camino para los estudios superiores; por supuesto que querría estudiar, él amaba los estudios, de seguro se interesaría por algo, y eso pasaría de forma paulatina, pero ellos como padres debían estar preparados. La primaria en la que estaba no era más que el primer paso, tendrían que buscar una secundaria apropiada, y pensar en otras posibilidades, entre ellas aumentar el fondo para sus estudios.

“Lo has conseguido”

Por otro lado, Iris podría iniciar ya mismo su nuevo trabajo. Pensó que sería fabuloso que eso pasara, porque repercutía de forma inmediata en lo que pasaba con ella; sintió que ese leve instante de duda que se reflejó en el rostro de su esposa tenía que ver con sus aventuras extramaritales, con la sorpresa de verse obligada a dejar algo que era parte de su rutina.

“Ahora vas a empezar una nueva vida”

Pero, al ver su entrega y su amor, al entender que él en realidad estaba dispuesto, que no solo se trataba de palabras, ella dejó todo lo demás de lado. De algún modo, Iris tomó la misma decisión que él poco antes, y existía en eso algo mucho más relevante, que en su caso se debía a ver los resultados del amor de ambos a lo largo de todo ese tiempo.

“Es tu triunfo”

Si bien, en su caso, la realidad lo hizo extrellarse contra el peligro inminente, en el caso de su esposa, se trató de algo propiciado por los sentimientos; por verlo comprometido, dispuesto a correr un riesgo y jugar todo por ella, por su hijo y por lo de ambos. Él en verdad había logrado transmitir sus sentimientos, por lo que, a partir de ahora, no sería necesario depender de escapadas, ni siquiera de mirar a alguien más, porque juntos tendrían todo lo que necesitaban, tanto dentro del lecho como fuera de él.

“Lo conseguiste porque fuiste arriesgado”

Todo era tan distinto solo unos días atrás; ni siquiera pasó una semana, y ya las cosas eran por completo diferentes.

“Lo conseguiste porque seguiste un presentimiento”

Nada de eso habría pasado si no hubiera tenido ese infantil deseo de espiar en la pantalla del ordenador de Sergio. Resultaba casi cómico que, dado el caso, en ese instante habría estado golpeando la cabeza contra la pared al saber que quien creía su amigo se iba sin decir palabra, mientras que una oportunidad de trabajo excelente se escapaba sin saber por qué.

“Hiciste lo correcto”

Incluso entró a hurtadillas en la empresa para averiguar lo necesario; aunque esto último quedaría sepultado para siempre como un secreto, en su interior, sentía que esa seguidilla de hechos eran lo que en realidad era el detonante de ese gran y positivo cambio.

—Lo hice —dijo en voz alta—. Lo logré. Qué bueno que escuché ese presentimiento, y le hice caso.

Lo primera vez que lo verbalizó, fue el real primer triunfo, la ocasión en que supo que 7ª no era posible que se librara de él; a partir de eje momento, comenzaría a pensar que en efecto existía algo, una voz interna, sabia e intuitiva, que estaba dispuesta a ayudarlo y guiarlo por el camino correcto. La voz de su conciencia.

Cada día era un nuevo cada día era un nuevo paso, cada acción, entendida a través de un nuevo prisma; no se trataba sólo de aconsejarlo o darle alguna idea, también de hacerlo llevar a cabo una acción que estuviera fuera de sus márgenes, algo alegado de su realidad; así fue cono aprovechó un momento de excitación para intervenir, para Trastocar algo que lo satisfacía en una pesadilla.
Primero, provocarlo a ser arriesgado.

"Sabes lo que le gusta"

Permaneció en ese jugueteo un instante más, mientras ella comenzaba también el acercamiento, deslizando los dedos por la tela sintética sobre los muslos.
Segundo, llevarlo a la acción.

"Hazlo"

Al fin Vicente rompió la distancia, y apoyó las manos en las rodillas de ella, sin hacer presión; entonces sintió sus manos deslizándose a un costado, entrando en contacto con la piel pero todavía sin hacer más, limitando el roce a una caricia muy queda, casi inmóvil. Poco a poco avanzó hacia la cintura, tomó la cinta que ataba el delantal y jugueteó con ella, pero sin desatarla.

"Hazlo"

Ambos se pusieron de pie, sin abrazarse aún, como si de alguna manera el blanco delantal fuera una barrera fría y distante que mantuviera a los dos en lugares distintos; Vicente puso con lentitud las manos en las caderas de ellas, sintiendo el calor, mirándola de forma esquiva, fingiendo que no sabía qué o cómo hacerlo.
Y por fin, romper el esquema, hacer que fuera a contra de sus principios.

"Tú sabes lo que le gusta que hagas"

En ese momento, le dio una fuerte palmada en la nalga izquierda.

— ¡Vicente!

A Iris se le escapó un gritito ante el sorpresivo gesto, pero él intentó atraerla hacia sí, sonriendo.

—Vamos, esto te va a gustar.
—Suéltame.

"Hazlo"

—No te hagas...

Iris se separó con un movimiento más brusco; la expresión relajada e interesada había sido sustituida por una de asombrada molestia.

—Sabes que no me gustan esas cosas ¿Qué te pasa?

Ella lo miro’, ofendida, herido más en lo emocional que en lo físico; en un momento como ese, experimentó el inicio de una dicha nunca antes conocida.

"Seguro que se excita cuando lo hace él"

—Vamos, no fue nada.
—Sí, fue algo y no me agradó —Su voz era tensa, no estaba bromeando—. Sabes que no me gusta ese tipo de rudeza.

No estaba bromeando. Y Vicente sabía eso con total claridad, pero en su interior ya existía esa pugna entre lo que creía desde siempre, y aquello que estaba comenzado a creer, por acción de él.

"Seguro que cuando él se lo hace, se excita"

Lo que siguió fue un largo lamento de su parte; al mismo tiempo, le permitió destruir otra parte de él, acercándose más y más a establecer una conexión que jamás podría romperse.

— ¿Necesitas ayuda?
—No lo sé, pero estoy dispuesto a ir con un especialista si crees que eso puede ayudar.
—Escucha, solo...solo deja que pase algo de tiempo ¿Está bien? piensa en esto, veamos qué es lo que sucede hoy, o mañana.

Una voz de alarma era una voz de alarma, viniese de donde viniese. Que ella sugiriera que él podía estar en riesgo mental, y peor aún, que él estuviera de acuerdo en esa posibilidad, abría la puerta para que alguien quisiera entrar también en su cabeza, y ponía en riesgo lo que durante tanto tiempo había estado planeando.
Vicente estaba considerando la posibilidad de dejar que alguien más interviniera en su mente, que lo analizaran, y eso iba en contra de lo que había estado pasando hasta ese momento.
Tenía que darle una lección, enseñarle que no podía poner en riesgo todo lo que estaba haciendo, así porque sí.

Al poner el pie derecho en el primer escalón, perdió el paso, resbaló y cayó de bruces.
Sintió internamente una enorme satisfacción; el golpe, fuerte y directo contra las escaleras, fue dentro de él como una oleada de calma. Los receptores de dolor en Vicente tradujeron ese mensaje en tranquilidad y sosiego para él, una forma de revertir la ofensa que significaba que tan siquiera hubiese pensado en alejarlo.
No alcanzó a reaccionar de ninguna manera, por lo que al estrellar la cara contra un peldaño, lo único que vio fue una repentina oscuridad, y sus oídos se cerraron como si de un interruptor se tratara. Sintió el golpe al mismo tiempo que adelantaba las manos, pero esto fue tarde, ya que solo consiguió golpearlas también contra la madera pulida de los escalones; el peso de su cuerpo lo hizo quedar tendido de bruces, en una extraña posición, tras lo cual se deslizó, dando un medio giro involuntario que lo dejó sobre el costado izquierdo, con la vista tan nublada que por varios segundos no sólo no escuchó, sino que tampoco pudo ver nada.

— ¡Vicente!

Escuchó la voz de Iris como si se encontrara del otro lado de un túnel angosto, y trató de reaccionar de algún modo, pero le resultó imposible durante lo que pareció un tiempo muy largo; de pronto, pudo ver con más claridad, aunque todo se movía y estaba borroso, de forma similar a cuando se despierta de forma abrupta en un momento inapropiado. Con mucha torpeza hizo un esfuerzo por sentarse en el suelo ¿O estaba sobre un escalón? Sintió una extraña debilidad, como si el golpe y la caída hubiesen sido en las piernas en vez de en la parte superior del cuerpo.

—Vicente, Vicente.

La voz de su esposa continuaba escuchándose lejos, pero sintió que estaba cerca, y como si estuviera despertando, forzó la vista hacia ella, para conseguir enfocarla; durante lo que le parecieron muchos segundos hubo un gran silencio alrededor, hasta que logró verla a la cara: estaba pálida, arrodillada frente a él, hablando algo que en el momento no podía identificar con claridad.

—Estoy bien…

No escuchó su propia voz, pero hizo un esfuerzo por sonar natural. Sólo era un golpe, no se trataba de nada grave, pero ella lo seguía mirando con los ojos muy abiertos, y tenía sus manos en él, al parecer en los hombros.

El dolor también era una forma de debilidad. Él no podía sentir esas cosas, al menos no de la misma forma, pero al estar dentro de la mente de Vicente, al poder establecer ese contacto, sabía de alguna manera lo que estaba sintiendo, y el golpe producía otro tipo de debilidad; el cuerpo no estaba al total de su capacidad, resultaba más difícil moverse y concentrarse.
Por supuesto, su cuerpo estaba dañado y sólo era una cáscara, pero el de Vicente tenía todas sus funciones activas. Funciones que se podían destruir.

Las cosas jamás eran tanto como las quería. Ya había logrado desconectarlo de la realidad, ya había podido vulnerar su tranquilidad, meterse en sus pensamientos y convencerlo de que era la voz de su conciencia, pero necesitaba más. Necesitaba tener todo el control.

“Vicente”

Cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza; tenía que hacer pausas como siempre lo había hecho con anterioridad, porque eso de estar pegado a la pantalla resultaba agotador para la vista, y de cierta manera hacía menos eficiente su propio trabajo. Se sorprendió de que en esa jornada no saliera del escritorio ni una sola vez, aunque esta era una costumbre aprendida y ejercida desde siempre.

“Vicente”

Soltó una risa ahogada mientras ponía el terminal en modo de espera y deslizaba el teclado bajo la pantalla.

—Siento como si alguien me hablara.

Y no le parecía raro después del día, sobre todo la mañana; se volvió casi vital durante las primeras horas del día, tanto para los otros trabajadores como para Sergio, que se apoyó mucho en él en esos momentos. Lo habían nombrado tantas veces y llamado por el número interno que a las cinco de la tarde ya creía que escuchaba su nombre a cada momento.
Pero cuando el nombre retumbó en su cabeza una vez más, levantó la vista.

—Cielos.

Estaba solo en la oficina; después de almuerzo, la tarde había sido tranquila en general. Esa voz no era más que un recuerdo de lo sucedido durante el día, igual que la factura de Edison & Hno que no encontró por dos horas cuando la necesitaba.

—Creo que voy a poner música —musitó con cierto cansancio—, nadie me está hablando, esto no es real.

¿Cómo podía atreverse a ignorarlo otra vez? ¿Cómo tenía el valor de dejarlo de nuevo tan lejos, relegado a una situación en donde no era posible ser quién era?
No importaba todo lo que había hecho, incluso que lo hubiera ayudado, que tratara de dirigirlo para su bien, aún así intentaba eliminarlo de nuevo; quería borrarlo de la existencia para siempre, igual que lo hizo cuando era un niño.
Dijo que no era real.

“Lo volveré real” Se dijo con todas sus fuerzas, concentrando su odio en él. “Lo volveré real, y nunca más podrás escapar de mí”

¿Cómo identificarla? Esa fue la primera pregunta que se hizo cuando tuvo conciencia de que existía en realidad, que no se trataba de imaginaciones. No era algo que pudiera describir, y al mismo tiempo sabía que no era su misma voz, que nunca antes la había escuchado de labios de ninguna persona, tan real y a la vez tan imposible de explicar.

— ¿Por qué haces esto?

"No he hecho nada"

No, en realidad no había hecho nada. Pero seguía sin ser normal que estuviera hablando solo ¿o estaba hablando con alguien más? En ese momento, empezó a generarse el miedo, el sentimiento de que las cosas estaban fuera de control, que no era tan sencillo como cerrar los ojos, suspirar profundo y olvidarse de todo; no lo supo con claridad, o quizás intentó negarse a sí mismo que le asustaba no estar en completo control de su mente, pero fue en ese instante en que germinó la duda, el espacio que hacía falta para iniciar la parte final de su plan.

—Esto es ridículo.

"La mayoría del tiempo, la gente no escucha la voz de su conciencia"

—Eso es porque la conciencia no habla.

"La conciencia siempre habla ¿Nunca has escuchado esa voz interior que te advierte de algo?"

Claro que sí; incluso era un dicho, o una expresión popular, hacer referencia a esa "vocecilla" que actuaba en momentos complejos. El Grillo que te hablaba en el oído, justo cuando estabas a punto de hacer algo fuera de la ley o de tus propios preceptos morales. "Escucha la voz de tu conciencia, y sabrás qué hacer" era una expresión común, hasta la decían en las películas, como una forma de explicar que la razón y el entendimiento venían del interior de cada uno. Pero entre eso y escuchar una voz de forma tan patente, existía distancia.

—Esto no es agradable, no sé por qué estoy hablando... así...

Estuvo a punto de decir "contigo" pero se detuvo a tiempo; sin embargo, si no estaba hablando solo ¿cómo definir lo que pasaba en ese preciso momento?
No podía definirlo, y aunque no lo verbalizara, la forma ya existía en su interior, él mismo le había dado sustancia. Podía estarlo negando, pero ya se trataba de una nueva dimensión, ya era el “tú” en vez del “algo”

"No estás hablando solo"

Tuvo otro sobresalto; la voz no sólo estaba respondiendo lo que decía en voz alta, acababa de contestar algo oculto en sus pensamientos.

—Basta, esto no es normal.

"Es muy normal; soy la voz de tu conciencia, yo sé lo que piensas"

Se suponía que la conciencia era en realidad la voz del mismo sujeto siendo correcto, por lo que actuaba en momentos en que la persona estaba a punto de hacer algo que, de seguro, podría traer malas consecuencias.
No importaba cuánto tratara de demostrar que no era real, él mismo había abierto de forma definitiva la puerta que demostraba sin lugar a dudas, que sí lo era.

"En ocasiones no me escuchas"

¿Y cuando sí? Se dio cuenta de que llevaba varios segundos con el vaso blanco con agua en la mano izquierda, sin moverse ni hacer nada, incluso sin percibir la frialdad del líquido que debería ser refrescante. Levantó el brazo y se acercó el borde a la boca, notando recién en ese momento que tenía los labios secos, como si hubiese estado respirando de forma agitada; no supo si era así o no.

— ¿Me has aconsejado?

"Por supuesto, para eso existo"

En ese caso dame una prueba, estuvo a punto de decir, pero otra vez de contuvo; dejó el vaso en el recipiente para descartables y miró hacia el escritorio, que por un momento le pareció estar muy lejos de él, como si la caminata de tan sólo un par de pasos a la máquina hiciese puesto entre ambos puntos una distancia incomprensible.

"Hay veces en que no escuchas lo que intento decirte"

"Tenías que abrir los ojos, escuchar, ver y comprender. Yo te ayudé a que lo hicieras"

Desde un principio se había dicho que, de no ser por ese providencial accidente, no se habría enterado de todo ese asunto hasta que estallara delante de él; en cierto modo agradecía esa oportunidad, y al ver los resultados posteriores, de sentía contento, iniciando una nueva etapa en su vida. Todo se lo debía a esa extraña e inexplicable actitud.

— ¿Me ayudaste?

"En ese momento, hiciste caso de mis palabras, y gracias a eso es que ahora las cosas han cambiado"

Ya estaba hecho. El triunfo era suyo por derecho, y todo a partir de ese momento cambiaría para siempre.
Pero aún se resistía, todavía intentaba encontrar un modo de negarse a su existencia, a la realidad que representaba. Y se tomó de lo mismo que estaba pasando como justificación de su actuar.

—Esto no está pasando, estoy escuchando cosas.

“No estás escuchando cosas, sólo escuchas mi voz”

—Es que es eso lo que no puede suceder, debo parecer un loco hablando con mi reflejo mientras escucho una voz imaginaria que me dice cosas que no puedo comprender.

“Puedes entender, si te calmas y escuchas”

— ¿Escuchar qué?

Al instante se arrepintió de haber hecho esa pregunta. Esquizofrenia. Sintió otra vez, igual que en la oficina, ese escalofrío justo en el medio de la espina dorsal, una especie de corriente eléctrica que hizo que contrajera todos los músculos del cuerpo ¿No eran los esquizofrénicos los que escuchaban voces? No, no podía pensar eso, muy poco antes estaba entendiendo y aceptando ¿Cómo era posible que incluso con esas pruebas se negara a la verdad?

“No estás escuchando voces, solo es la voz de tu conciencia”

—Que no pueda controlarlo hace que parezca peor.

Soltó una risa nerviosa, que por suerte alcanzó a callar antes de que fuera a un volumen más alto; por algún motivo que no lograba identificar con total claridad, la posibilidad de que una voz interior actuara fuera de su propio control resultaba muy atemorizante.

“No has perdido el control de ti mismo”

—Deja de hacer eso maldita sea.

Se llevó las manos a la cabeza, respirando con dificultad mientras cerraba los ojos y se obligaba a pensar con claridad. Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando.

—Esto no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, esto no está pasando…

Tenía que detenerlo, tenía que conseguir que las cosas siguieran el curso que él tenía determinado. Pero Vicente estaba siendo invadido por el miedo.

—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante la sorprendida mirada de Iris. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

“No lo hagas Vicente”

—¿Por qué estás así?

¿Así cómo? Estuvo a punto de hacer la pregunta, pero de inmediato se dijo que eso no sería lo correcto, que él tendría que saber si estaba de un ánimo o de otro; pero no estaba nervioso, estaba distinto, o mejor dicho estaba como siempre, sólo necesitaba hacer algo.

“No lo hagas”

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva para ella; no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

“Vicente, no debes hacerlo”

Estaba tomando por su cuenta la misma decisión que se suponía debía evitar; estaba yendo con ella, decidiendo ir a pedirle ayuda, a esa médico, a  decirle que se metiera en su cabeza, que identificara lo que estaba sucediendo con él.

No tuvo mucho tiempo para actuar.

—Hola Nadia.

La mujer se mostraba un poco sorprendida; después de todo, era de noche; pero él estaba muy nervioso, no dejaba de decirse en su interior que las cosas tenían que parar, que él quería, y debía recuperar el control sobre su vida, sin que nada más se interpusiera.
Y ella estaba interponiéndose en el camino de su vida.

—Disculpa por venir a esta hora, pero estoy muy preocupado.
—Pasa por favor.
—No, yo…tal vez podríamos caminar un poco; lo siento, no sé lo que estoy diciendo, te estoy molestando mientras estás en familia…

Él sabía que no estaba bien en ese momento, pero luchaba contra esa sensación; intentaba controlar el exterior mientras el interior era un caos. Pero eso mismo y las experiencias anteriores lo hacían vulnerable, por lo que actuar era indispensable, y muy posible.

—Luces preocupado Vicente.
—Es que yo…Nadia, estoy asustado, creo que me están pasando cosas extrañas.
— ¿A qué te refieres?

Un instante de duda; había recurrido a ella para pedirle ayuda, para que ella lo orientara acerca de lo que estaba pasando por su mente. Sabía que en algún lugar seguía la voz, pero estaba luchando con todas sus fuerzas por eliminarla. Lucha Vicente, pronto no sabrás nada.

—Dime, puedes confiar en mí.
—Lo que ocurre es… ¿Tiene algo de malo? Quiero decir ¿Debo preocuparme si está sucediendo algo con mis pensamientos?
—Creo que no te entiendo.
—Escucha, es que… esto es muy extraño para mí, pero…tengo la sensación de que estoy escuchando una voz.

Esta vez el silencio proviene de ella. Está analizando todo, comenzando a actuar como esos malditos médicos, que quieren controlar todo a su alrededor, que se sienten dioses entre hombres.

—Creo que escucho una voz.
—Me gustaría que te explicaras mejor, confía en mí, sabes que puedes hacerlo.
—Siento que hay una voz, que me habla y dice cosas que… que no son lo que yo estoy pensando, es decir que no tengo control sobre eso.
— ¿Desde cuándo te sucede?
—Hace un par de días.

Ella hace una nueva pausa; se está convirtiendo en una amenaza, porque sabe cosas que la pueden ayudar a saber lo que no debería. Vicente no tendría que estar ahí ¿por qué llevarlo a hacer eso?

— ¿Cómo sabes que esa voz que escuchas es algo que no puedes controlar?
—Porque la siento fuera de mi cuerpo, fuera de mi mente; y no sé lo que va a decir, me acosa…

Dejó de hablar; se puso nervioso, casi pudo palpar la tensión en las cuerdas vocales, al estar revelando más de lo necesario ¿o más de lo que quería? ¿Qué tenía que ocultar?

—Vicente, has estado sometido a estrés.
—No se trata de eso; no sé cómo explicarlo, pero hay algo extraño.
— ¿Hablaste con Iris de esto?
— ¡No! No puedo, es decir, no quiero preocuparla.
—Vicente, ella es tu esposa y te ama ¿Por qué no le vas a decir?

Era una muy buena pregunta con una respuesta que no conocía; no podría decir a ciencia cierta por qué no iba a comentarle a Iris de esta situación ¿Acaso tendría temor de lo que eso pudiera significar?

—Temo por ella.
—No entiendo a qué te refieres.
—Hace unos días golpeé a Iris.

Se hizo un silencio entre ambos. Ya había llegado el momento, tenía que desconectarlo de la realidad otra vez, y comenzar a actuar en su lugar, para poner todo otra vez en su sitio.

—La golpeaste ¿la golpeaste?

Ella se había alarmado ¿cuánto de él se revelaba con sólo esas palabras? El nerviosismo de Vicente iba en aumento, tenía que tomar el control de una vez por todas.

—Estábamos… estábamos en la habitación, era un momento íntimo y… no sé por qué lo hice, pero al momento…estábamos jugueteando ¿entiendes? Y de pronto yo pensé que había dado una nalgada, pero en realidad le di un golpe, fue con fuerza, como si lo hubiera hecho a propósito.

Ella no dijo nada; estaba dejándolo expresarse ¿Qué expresión habría tenido en esos momentos?

—No sé por qué lo hice, sólo que resultó obviamente un desastre, Iris se enfadó y lo entiendo, lo que no puedo entender, lo que nunca supe en ese momento es por qué lo hice, quiero decir que esas no son costumbres mías, no es algo que me guste hacer, no me gusta la violencia de ninguna manera y…
— ¿Fuiste a una terapia o algo por el estilo?
—No.
— ¿Qué sucedió después?
—Hablamos mucho con Iris; las cosas se fueron arreglando de a poco, hasta que al cabo de unos días todo volvió a la normalidad.
— ¿Y desde cuándo que escuchas esta voz de la que me hablas?
—Desde hoy en la mañana.
—Dijiste que desde hace un par de días.
—No lo sé, es que…es como si hubiera pasado más tiempo.
— ¿Qué te dice?

Al fin pudo hacer que sucediera. La vio de cerca, casi como si fueran sus ojos, y vio en los de ella la preocupación, pero ya era tarde; la atrajo hacia sí con el mismo movimiento que había realizado con la otra mujer, y trató de golpearla, pero algo fue mal. Ella era fuerte, se defendió de él y trató de liberarse, al mismo tiempo que la conexión comenzó a debilitarse. Luchó y luchó por mantener toda la acción, pero no fue capaz, y sólo pudo darle un golpe suficiente para aturdirla.
Ella cayó de espalda, Vicente, arrodillado frente al cuerpo inconciente.

“Mátala”

Pero no lo hizo. La conexión se estaba perdiendo de forma definitiva.

Lo único que le quedaba era borrar todo nuevamente, y usar eso como arma en su contra. Si la unión se estaba debilitando tendría que fortalecerla por la fuerza.

“No debiste”

—Déjame en paz.

“No debiste”

Estaba nervioso. Algo no estaba bien, el nexo no era el mismo ¿por qué era diferente esta vez? Debería estar en blanco, no simplemente estar a punto de recordar, casi rozando los recuerdos.

“No debiste”

— ¿No debí qué?

“Ella no quería hacerte ningún daño”

¿Ella?

“No debiste”

— ¿De qué hablas?

“Eso tú ya lo sabes”

Pero no lo sabía. La voz seguía molestándolo ¿Cómo podía estar pensando en eso cuando una amiga estaba…?

—Dime de qué hablas.

La voz no contestó de inmediato; su tono seguía siendo neutro y claro, tan irreal y tan estremecedor al mismo tiempo, por la pulcra falta de sentimientos.

“¿Dónde está tu reloj?”

De forma instintiva se miró la muñeca derecha, pero desde luego, no dormía con reloj.

“¿Dónde está tu reloj?”

El reloj quedaba siempre en el velador junto a su cama, se lo quitaba antes de acostarse.

“¿Dónde está tu reloj?”

Siguiendo un impulso inexplicable, salió de la cocina y subió las escaleras, los peldaños de dos en dos; entró al cuarto con la mayor tranquilidad posible, pero tan sólo al cruzar el umbral vio que el reloj no estaba en el velador.

— ¿Ocurre algo?
—Nada, un segundo.

Se inclinó junto al velador y revisó, comprobando que no estaba. Sin decir más, salió de nuevo del cuarto, yendo a la sala, sitio en donde podría haber estado; pero no era así.

“¿Dónde está?”

—Tal vez podrías decirlo.

“Tú ya lo sabes”

No, no lo sabía ¿Cómo iba a saberlo? Se sintió extrañamente.
Era el momento de volver a dirigir las cosas en el sentido que quería.
De pronto, las imágenes comenzaron a aparecer en su mente: él caminando, cerca de una zona en donde había árboles y vegetación; conocía ese sitio ¿Dónde era? Vio sus pasos desde arriba, y escuchó una voz, pero no era la suya, estaba hablando con alguien. Era una voz fuerte, con carácter, que hablaba de forma pausada pero impregnando cada palabra de su sabiduría y experiencia. Era una voz de mujer.
“No debiste”

— ¿Dónde está el reloj?

“Ella no quería hacerte daño. Pero tú no te controlabas, y no me escuchabas”

Oh por Dios. Había salido a caminar la noche anterior. No, no, salió en el auto, recordaba…en algún momento estacionó el auto, y luego caminó ¿En qué dirección fue?

— ¿Qué fue lo que pasó?

“Intenté hacerte entender”

En ese momento, la imagen de la persona a su lado, caminando, se hizo clara en su mente: era Nadia.

—Oh por Dios; tengo que estar soñando.




Próximo capítulo: Alguien cerca de ti