No vayas a casa Capítulo 24: Realidad




“Hubo una vez silencio.
El silencio es parte de la vida y la creación, es el origen de todo. Se dice que en un principio no había nada, solo silencio; un silencio eterno e infinito, tan largo como el horizonte, tan lejano como la última estrella en el firmamento. Pero en el principio de todo no habían estrellas, porque todo no era más que un espacio vacío, de modo que el silencio era aún más grande, más inmenso e incomprensible.
No había nada.”

Ese cuento había sido, quizás, lo primero que hizo que supiera que las cosas no tenían por qué ser de la forma que habían sido hasta ese momento; se lo leyeron en el primer centro en que estuvo, cuando sus padres se deshicieron de él. Cuando lo abandonaron para siempre.
Pero el cuento tenía un hermoso significado, y de forma muy probable era lo primero bueno que conocía en esa oscuridad tras la partida de Vicente. Hacía tanto tiempo atrás ¿O era en realidad muy poco?
Para el sufrimiento vivido, era un tiempo muy largo, que se extendía más y más a cada segundo, mientras que para el paso de los días en su busca de más conocimiento y poder, parecía pasar muy poco ¿Cuánto era necesario saber para lograr hacer realidad su objetivo?
Tras el quiebre en la mente de Vicente, se sintió contento por haber solucionado el problema de una forma ingeniosa, pero lo cierto es que ayudarlo cono si se tratara de un consejero era agotador, y es apariencia no daba ningún resultado.
Un momento.
Se tardó un tiempo, pero entendió que lo que había hecho era lo indicado, que debía poner a su favor todo eso y volver a hacerlo, cuartas veces quisiera, hasta que los mismos hechos quedaran al descubierto. Mientras tanto, era necesario seguir con el mismo procedimiento, convenciéndolo poco a poco de que su voz no era algo ajeno, sino que parte de él.

“Lo lograste”

Se sintió contento en su nuevo trabajo, y eso se lo debía a él. Fue como si, de pronto, gracias a estar en ese sitio, aunque sin terminar, pudiera ya tener en su poder las ventajas y beneficios del nuevo trabajo, mucho más que cuando tenía firmado el contrato; al fin tenía lo que se había propuesto, un trabajo nuevo, proyección gracias a un empresario ambicioso y con metas altas, y el sueldo que le permitiría ayudar a Iris a cumplir un anhelo, que al mismo tiempo sería un deseo cumplido para ambos.

“Ya lo tienes en tus manos”

Pensándolo bien, esto era algo que debió haber pensado mucho antes. Benjamín ya tenía siete años, lo que significaba que en cinco más ya estaría a punto de entrar a secundaria, donde sería imprescindible tener para él todo lo necesario para que preparara el camino para los estudios superiores; por supuesto que querría estudiar, él amaba los estudios, de seguro se interesaría por algo, y eso pasaría de forma paulatina, pero ellos como padres debían estar preparados. La primaria en la que estaba no era más que el primer paso, tendrían que buscar una secundaria apropiada, y pensar en otras posibilidades, entre ellas aumentar el fondo para sus estudios.

“Lo has conseguido”

Por otro lado, Iris podría iniciar ya mismo su nuevo trabajo. Pensó que sería fabuloso que eso pasara, porque repercutía de forma inmediata en lo que pasaba con ella; sintió que ese leve instante de duda que se reflejó en el rostro de su esposa tenía que ver con sus aventuras extramaritales, con la sorpresa de verse obligada a dejar algo que era parte de su rutina.

“Ahora vas a empezar una nueva vida”

Pero, al ver su entrega y su amor, al entender que él en realidad estaba dispuesto, que no solo se trataba de palabras, ella dejó todo lo demás de lado. De algún modo, Iris tomó la misma decisión que él poco antes, y existía en eso algo mucho más relevante, que en su caso se debía a ver los resultados del amor de ambos a lo largo de todo ese tiempo.

“Es tu triunfo”

Si bien, en su caso, la realidad lo hizo extrellarse contra el peligro inminente, en el caso de su esposa, se trató de algo propiciado por los sentimientos; por verlo comprometido, dispuesto a correr un riesgo y jugar todo por ella, por su hijo y por lo de ambos. Él en verdad había logrado transmitir sus sentimientos, por lo que, a partir de ahora, no sería necesario depender de escapadas, ni siquiera de mirar a alguien más, porque juntos tendrían todo lo que necesitaban, tanto dentro del lecho como fuera de él.

“Lo conseguiste porque fuiste arriesgado”

Todo era tan distinto solo unos días atrás; ni siquiera pasó una semana, y ya las cosas eran por completo diferentes.

“Lo conseguiste porque seguiste un presentimiento”

Nada de eso habría pasado si no hubiera tenido ese infantil deseo de espiar en la pantalla del ordenador de Sergio. Resultaba casi cómico que, dado el caso, en ese instante habría estado golpeando la cabeza contra la pared al saber que quien creía su amigo se iba sin decir palabra, mientras que una oportunidad de trabajo excelente se escapaba sin saber por qué.

“Hiciste lo correcto”

Incluso entró a hurtadillas en la empresa para averiguar lo necesario; aunque esto último quedaría sepultado para siempre como un secreto, en su interior, sentía que esa seguidilla de hechos eran lo que en realidad era el detonante de ese gran y positivo cambio.

—Lo hice —dijo en voz alta—. Lo logré. Qué bueno que escuché ese presentimiento, y le hice caso.

Lo primera vez que lo verbalizó, fue el real primer triunfo, la ocasión en que supo que 7ª no era posible que se librara de él; a partir de eje momento, comenzaría a pensar que en efecto existía algo, una voz interna, sabia e intuitiva, que estaba dispuesta a ayudarlo y guiarlo por el camino correcto. La voz de su conciencia.

Cada día era un nuevo cada día era un nuevo paso, cada acción, entendida a través de un nuevo prisma; no se trataba sólo de aconsejarlo o darle alguna idea, también de hacerlo llevar a cabo una acción que estuviera fuera de sus márgenes, algo alegado de su realidad; así fue cono aprovechó un momento de excitación para intervenir, para Trastocar algo que lo satisfacía en una pesadilla.
Primero, provocarlo a ser arriesgado.

"Sabes lo que le gusta"

Permaneció en ese jugueteo un instante más, mientras ella comenzaba también el acercamiento, deslizando los dedos por la tela sintética sobre los muslos.
Segundo, llevarlo a la acción.

"Hazlo"

Al fin Vicente rompió la distancia, y apoyó las manos en las rodillas de ella, sin hacer presión; entonces sintió sus manos deslizándose a un costado, entrando en contacto con la piel pero todavía sin hacer más, limitando el roce a una caricia muy queda, casi inmóvil. Poco a poco avanzó hacia la cintura, tomó la cinta que ataba el delantal y jugueteó con ella, pero sin desatarla.

"Hazlo"

Ambos se pusieron de pie, sin abrazarse aún, como si de alguna manera el blanco delantal fuera una barrera fría y distante que mantuviera a los dos en lugares distintos; Vicente puso con lentitud las manos en las caderas de ellas, sintiendo el calor, mirándola de forma esquiva, fingiendo que no sabía qué o cómo hacerlo.
Y por fin, romper el esquema, hacer que fuera a contra de sus principios.

"Tú sabes lo que le gusta que hagas"

En ese momento, le dio una fuerte palmada en la nalga izquierda.

— ¡Vicente!

A Iris se le escapó un gritito ante el sorpresivo gesto, pero él intentó atraerla hacia sí, sonriendo.

—Vamos, esto te va a gustar.
—Suéltame.

"Hazlo"

—No te hagas...

Iris se separó con un movimiento más brusco; la expresión relajada e interesada había sido sustituida por una de asombrada molestia.

—Sabes que no me gustan esas cosas ¿Qué te pasa?

Ella lo miro’, ofendida, herido más en lo emocional que en lo físico; en un momento como ese, experimentó el inicio de una dicha nunca antes conocida.

"Seguro que se excita cuando lo hace él"

—Vamos, no fue nada.
—Sí, fue algo y no me agradó —Su voz era tensa, no estaba bromeando—. Sabes que no me gusta ese tipo de rudeza.

No estaba bromeando. Y Vicente sabía eso con total claridad, pero en su interior ya existía esa pugna entre lo que creía desde siempre, y aquello que estaba comenzado a creer, por acción de él.

"Seguro que cuando él se lo hace, se excita"

Lo que siguió fue un largo lamento de su parte; al mismo tiempo, le permitió destruir otra parte de él, acercándose más y más a establecer una conexión que jamás podría romperse.

— ¿Necesitas ayuda?
—No lo sé, pero estoy dispuesto a ir con un especialista si crees que eso puede ayudar.
—Escucha, solo...solo deja que pase algo de tiempo ¿Está bien? piensa en esto, veamos qué es lo que sucede hoy, o mañana.

Una voz de alarma era una voz de alarma, viniese de donde viniese. Que ella sugiriera que él podía estar en riesgo mental, y peor aún, que él estuviera de acuerdo en esa posibilidad, abría la puerta para que alguien quisiera entrar también en su cabeza, y ponía en riesgo lo que durante tanto tiempo había estado planeando.
Vicente estaba considerando la posibilidad de dejar que alguien más interviniera en su mente, que lo analizaran, y eso iba en contra de lo que había estado pasando hasta ese momento.
Tenía que darle una lección, enseñarle que no podía poner en riesgo todo lo que estaba haciendo, así porque sí.

Al poner el pie derecho en el primer escalón, perdió el paso, resbaló y cayó de bruces.
Sintió internamente una enorme satisfacción; el golpe, fuerte y directo contra las escaleras, fue dentro de él como una oleada de calma. Los receptores de dolor en Vicente tradujeron ese mensaje en tranquilidad y sosiego para él, una forma de revertir la ofensa que significaba que tan siquiera hubiese pensado en alejarlo.
No alcanzó a reaccionar de ninguna manera, por lo que al estrellar la cara contra un peldaño, lo único que vio fue una repentina oscuridad, y sus oídos se cerraron como si de un interruptor se tratara. Sintió el golpe al mismo tiempo que adelantaba las manos, pero esto fue tarde, ya que solo consiguió golpearlas también contra la madera pulida de los escalones; el peso de su cuerpo lo hizo quedar tendido de bruces, en una extraña posición, tras lo cual se deslizó, dando un medio giro involuntario que lo dejó sobre el costado izquierdo, con la vista tan nublada que por varios segundos no sólo no escuchó, sino que tampoco pudo ver nada.

— ¡Vicente!

Escuchó la voz de Iris como si se encontrara del otro lado de un túnel angosto, y trató de reaccionar de algún modo, pero le resultó imposible durante lo que pareció un tiempo muy largo; de pronto, pudo ver con más claridad, aunque todo se movía y estaba borroso, de forma similar a cuando se despierta de forma abrupta en un momento inapropiado. Con mucha torpeza hizo un esfuerzo por sentarse en el suelo ¿O estaba sobre un escalón? Sintió una extraña debilidad, como si el golpe y la caída hubiesen sido en las piernas en vez de en la parte superior del cuerpo.

—Vicente, Vicente.

La voz de su esposa continuaba escuchándose lejos, pero sintió que estaba cerca, y como si estuviera despertando, forzó la vista hacia ella, para conseguir enfocarla; durante lo que le parecieron muchos segundos hubo un gran silencio alrededor, hasta que logró verla a la cara: estaba pálida, arrodillada frente a él, hablando algo que en el momento no podía identificar con claridad.

—Estoy bien…

No escuchó su propia voz, pero hizo un esfuerzo por sonar natural. Sólo era un golpe, no se trataba de nada grave, pero ella lo seguía mirando con los ojos muy abiertos, y tenía sus manos en él, al parecer en los hombros.

El dolor también era una forma de debilidad. Él no podía sentir esas cosas, al menos no de la misma forma, pero al estar dentro de la mente de Vicente, al poder establecer ese contacto, sabía de alguna manera lo que estaba sintiendo, y el golpe producía otro tipo de debilidad; el cuerpo no estaba al total de su capacidad, resultaba más difícil moverse y concentrarse.
Por supuesto, su cuerpo estaba dañado y sólo era una cáscara, pero el de Vicente tenía todas sus funciones activas. Funciones que se podían destruir.

Las cosas jamás eran tanto como las quería. Ya había logrado desconectarlo de la realidad, ya había podido vulnerar su tranquilidad, meterse en sus pensamientos y convencerlo de que era la voz de su conciencia, pero necesitaba más. Necesitaba tener todo el control.

“Vicente”

Cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza; tenía que hacer pausas como siempre lo había hecho con anterioridad, porque eso de estar pegado a la pantalla resultaba agotador para la vista, y de cierta manera hacía menos eficiente su propio trabajo. Se sorprendió de que en esa jornada no saliera del escritorio ni una sola vez, aunque esta era una costumbre aprendida y ejercida desde siempre.

“Vicente”

Soltó una risa ahogada mientras ponía el terminal en modo de espera y deslizaba el teclado bajo la pantalla.

—Siento como si alguien me hablara.

Y no le parecía raro después del día, sobre todo la mañana; se volvió casi vital durante las primeras horas del día, tanto para los otros trabajadores como para Sergio, que se apoyó mucho en él en esos momentos. Lo habían nombrado tantas veces y llamado por el número interno que a las cinco de la tarde ya creía que escuchaba su nombre a cada momento.
Pero cuando el nombre retumbó en su cabeza una vez más, levantó la vista.

—Cielos.

Estaba solo en la oficina; después de almuerzo, la tarde había sido tranquila en general. Esa voz no era más que un recuerdo de lo sucedido durante el día, igual que la factura de Edison & Hno que no encontró por dos horas cuando la necesitaba.

—Creo que voy a poner música —musitó con cierto cansancio—, nadie me está hablando, esto no es real.

¿Cómo podía atreverse a ignorarlo otra vez? ¿Cómo tenía el valor de dejarlo de nuevo tan lejos, relegado a una situación en donde no era posible ser quién era?
No importaba todo lo que había hecho, incluso que lo hubiera ayudado, que tratara de dirigirlo para su bien, aún así intentaba eliminarlo de nuevo; quería borrarlo de la existencia para siempre, igual que lo hizo cuando era un niño.
Dijo que no era real.

“Lo volveré real” Se dijo con todas sus fuerzas, concentrando su odio en él. “Lo volveré real, y nunca más podrás escapar de mí”

¿Cómo identificarla? Esa fue la primera pregunta que se hizo cuando tuvo conciencia de que existía en realidad, que no se trataba de imaginaciones. No era algo que pudiera describir, y al mismo tiempo sabía que no era su misma voz, que nunca antes la había escuchado de labios de ninguna persona, tan real y a la vez tan imposible de explicar.

— ¿Por qué haces esto?

"No he hecho nada"

No, en realidad no había hecho nada. Pero seguía sin ser normal que estuviera hablando solo ¿o estaba hablando con alguien más? En ese momento, empezó a generarse el miedo, el sentimiento de que las cosas estaban fuera de control, que no era tan sencillo como cerrar los ojos, suspirar profundo y olvidarse de todo; no lo supo con claridad, o quizás intentó negarse a sí mismo que le asustaba no estar en completo control de su mente, pero fue en ese instante en que germinó la duda, el espacio que hacía falta para iniciar la parte final de su plan.

—Esto es ridículo.

"La mayoría del tiempo, la gente no escucha la voz de su conciencia"

—Eso es porque la conciencia no habla.

"La conciencia siempre habla ¿Nunca has escuchado esa voz interior que te advierte de algo?"

Claro que sí; incluso era un dicho, o una expresión popular, hacer referencia a esa "vocecilla" que actuaba en momentos complejos. El Grillo que te hablaba en el oído, justo cuando estabas a punto de hacer algo fuera de la ley o de tus propios preceptos morales. "Escucha la voz de tu conciencia, y sabrás qué hacer" era una expresión común, hasta la decían en las películas, como una forma de explicar que la razón y el entendimiento venían del interior de cada uno. Pero entre eso y escuchar una voz de forma tan patente, existía distancia.

—Esto no es agradable, no sé por qué estoy hablando... así...

Estuvo a punto de decir "contigo" pero se detuvo a tiempo; sin embargo, si no estaba hablando solo ¿cómo definir lo que pasaba en ese preciso momento?
No podía definirlo, y aunque no lo verbalizara, la forma ya existía en su interior, él mismo le había dado sustancia. Podía estarlo negando, pero ya se trataba de una nueva dimensión, ya era el “tú” en vez del “algo”

"No estás hablando solo"

Tuvo otro sobresalto; la voz no sólo estaba respondiendo lo que decía en voz alta, acababa de contestar algo oculto en sus pensamientos.

—Basta, esto no es normal.

"Es muy normal; soy la voz de tu conciencia, yo sé lo que piensas"

Se suponía que la conciencia era en realidad la voz del mismo sujeto siendo correcto, por lo que actuaba en momentos en que la persona estaba a punto de hacer algo que, de seguro, podría traer malas consecuencias.
No importaba cuánto tratara de demostrar que no era real, él mismo había abierto de forma definitiva la puerta que demostraba sin lugar a dudas, que sí lo era.

"En ocasiones no me escuchas"

¿Y cuando sí? Se dio cuenta de que llevaba varios segundos con el vaso blanco con agua en la mano izquierda, sin moverse ni hacer nada, incluso sin percibir la frialdad del líquido que debería ser refrescante. Levantó el brazo y se acercó el borde a la boca, notando recién en ese momento que tenía los labios secos, como si hubiese estado respirando de forma agitada; no supo si era así o no.

— ¿Me has aconsejado?

"Por supuesto, para eso existo"

En ese caso dame una prueba, estuvo a punto de decir, pero otra vez de contuvo; dejó el vaso en el recipiente para descartables y miró hacia el escritorio, que por un momento le pareció estar muy lejos de él, como si la caminata de tan sólo un par de pasos a la máquina hiciese puesto entre ambos puntos una distancia incomprensible.

"Hay veces en que no escuchas lo que intento decirte"

"Tenías que abrir los ojos, escuchar, ver y comprender. Yo te ayudé a que lo hicieras"

Desde un principio se había dicho que, de no ser por ese providencial accidente, no se habría enterado de todo ese asunto hasta que estallara delante de él; en cierto modo agradecía esa oportunidad, y al ver los resultados posteriores, de sentía contento, iniciando una nueva etapa en su vida. Todo se lo debía a esa extraña e inexplicable actitud.

— ¿Me ayudaste?

"En ese momento, hiciste caso de mis palabras, y gracias a eso es que ahora las cosas han cambiado"

Ya estaba hecho. El triunfo era suyo por derecho, y todo a partir de ese momento cambiaría para siempre.
Pero aún se resistía, todavía intentaba encontrar un modo de negarse a su existencia, a la realidad que representaba. Y se tomó de lo mismo que estaba pasando como justificación de su actuar.

—Esto no está pasando, estoy escuchando cosas.

“No estás escuchando cosas, sólo escuchas mi voz”

—Es que es eso lo que no puede suceder, debo parecer un loco hablando con mi reflejo mientras escucho una voz imaginaria que me dice cosas que no puedo comprender.

“Puedes entender, si te calmas y escuchas”

— ¿Escuchar qué?

Al instante se arrepintió de haber hecho esa pregunta. Esquizofrenia. Sintió otra vez, igual que en la oficina, ese escalofrío justo en el medio de la espina dorsal, una especie de corriente eléctrica que hizo que contrajera todos los músculos del cuerpo ¿No eran los esquizofrénicos los que escuchaban voces? No, no podía pensar eso, muy poco antes estaba entendiendo y aceptando ¿Cómo era posible que incluso con esas pruebas se negara a la verdad?

“No estás escuchando voces, solo es la voz de tu conciencia”

—Que no pueda controlarlo hace que parezca peor.

Soltó una risa nerviosa, que por suerte alcanzó a callar antes de que fuera a un volumen más alto; por algún motivo que no lograba identificar con total claridad, la posibilidad de que una voz interior actuara fuera de su propio control resultaba muy atemorizante.

“No has perdido el control de ti mismo”

—Deja de hacer eso maldita sea.

Se llevó las manos a la cabeza, respirando con dificultad mientras cerraba los ojos y se obligaba a pensar con claridad. Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando.

—Esto no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, no está pasando, esto no está pasando…

Tenía que detenerlo, tenía que conseguir que las cosas siguieran el curso que él tenía determinado. Pero Vicente estaba siendo invadido por el miedo.

—Tengo que salir.

Se puso de pie, ante la sorprendida mirada de Iris. Benjamín levantó la vista de la mesa y también lo miró, extrañado.

“No lo hagas Vicente”

—¿Por qué estás así?

¿Así cómo? Estuvo a punto de hacer la pregunta, pero de inmediato se dijo que eso no sería lo correcto, que él tendría que saber si estaba de un ánimo o de otro; pero no estaba nervioso, estaba distinto, o mejor dicho estaba como siempre, sólo necesitaba hacer algo.

“No lo hagas”

—No me pasa nada, sólo voy a salir un momento.
—Quiero que me digas qué es lo que está sucediendo.

La entonación fue definitiva para ella; no estaba bromeando, pero además de eso, estaba en verdad preocupada.

“Vicente, no debes hacerlo”

Estaba tomando por su cuenta la misma decisión que se suponía debía evitar; estaba yendo con ella, decidiendo ir a pedirle ayuda, a esa médico, a  decirle que se metiera en su cabeza, que identificara lo que estaba sucediendo con él.

No tuvo mucho tiempo para actuar.

—Hola Nadia.

La mujer se mostraba un poco sorprendida; después de todo, era de noche; pero él estaba muy nervioso, no dejaba de decirse en su interior que las cosas tenían que parar, que él quería, y debía recuperar el control sobre su vida, sin que nada más se interpusiera.
Y ella estaba interponiéndose en el camino de su vida.

—Disculpa por venir a esta hora, pero estoy muy preocupado.
—Pasa por favor.
—No, yo…tal vez podríamos caminar un poco; lo siento, no sé lo que estoy diciendo, te estoy molestando mientras estás en familia…

Él sabía que no estaba bien en ese momento, pero luchaba contra esa sensación; intentaba controlar el exterior mientras el interior era un caos. Pero eso mismo y las experiencias anteriores lo hacían vulnerable, por lo que actuar era indispensable, y muy posible.

—Luces preocupado Vicente.
—Es que yo…Nadia, estoy asustado, creo que me están pasando cosas extrañas.
— ¿A qué te refieres?

Un instante de duda; había recurrido a ella para pedirle ayuda, para que ella lo orientara acerca de lo que estaba pasando por su mente. Sabía que en algún lugar seguía la voz, pero estaba luchando con todas sus fuerzas por eliminarla. Lucha Vicente, pronto no sabrás nada.

—Dime, puedes confiar en mí.
—Lo que ocurre es… ¿Tiene algo de malo? Quiero decir ¿Debo preocuparme si está sucediendo algo con mis pensamientos?
—Creo que no te entiendo.
—Escucha, es que… esto es muy extraño para mí, pero…tengo la sensación de que estoy escuchando una voz.

Esta vez el silencio proviene de ella. Está analizando todo, comenzando a actuar como esos malditos médicos, que quieren controlar todo a su alrededor, que se sienten dioses entre hombres.

—Creo que escucho una voz.
—Me gustaría que te explicaras mejor, confía en mí, sabes que puedes hacerlo.
—Siento que hay una voz, que me habla y dice cosas que… que no son lo que yo estoy pensando, es decir que no tengo control sobre eso.
— ¿Desde cuándo te sucede?
—Hace un par de días.

Ella hace una nueva pausa; se está convirtiendo en una amenaza, porque sabe cosas que la pueden ayudar a saber lo que no debería. Vicente no tendría que estar ahí ¿por qué llevarlo a hacer eso?

— ¿Cómo sabes que esa voz que escuchas es algo que no puedes controlar?
—Porque la siento fuera de mi cuerpo, fuera de mi mente; y no sé lo que va a decir, me acosa…

Dejó de hablar; se puso nervioso, casi pudo palpar la tensión en las cuerdas vocales, al estar revelando más de lo necesario ¿o más de lo que quería? ¿Qué tenía que ocultar?

—Vicente, has estado sometido a estrés.
—No se trata de eso; no sé cómo explicarlo, pero hay algo extraño.
— ¿Hablaste con Iris de esto?
— ¡No! No puedo, es decir, no quiero preocuparla.
—Vicente, ella es tu esposa y te ama ¿Por qué no le vas a decir?

Era una muy buena pregunta con una respuesta que no conocía; no podría decir a ciencia cierta por qué no iba a comentarle a Iris de esta situación ¿Acaso tendría temor de lo que eso pudiera significar?

—Temo por ella.
—No entiendo a qué te refieres.
—Hace unos días golpeé a Iris.

Se hizo un silencio entre ambos. Ya había llegado el momento, tenía que desconectarlo de la realidad otra vez, y comenzar a actuar en su lugar, para poner todo otra vez en su sitio.

—La golpeaste ¿la golpeaste?

Ella se había alarmado ¿cuánto de él se revelaba con sólo esas palabras? El nerviosismo de Vicente iba en aumento, tenía que tomar el control de una vez por todas.

—Estábamos… estábamos en la habitación, era un momento íntimo y… no sé por qué lo hice, pero al momento…estábamos jugueteando ¿entiendes? Y de pronto yo pensé que había dado una nalgada, pero en realidad le di un golpe, fue con fuerza, como si lo hubiera hecho a propósito.

Ella no dijo nada; estaba dejándolo expresarse ¿Qué expresión habría tenido en esos momentos?

—No sé por qué lo hice, sólo que resultó obviamente un desastre, Iris se enfadó y lo entiendo, lo que no puedo entender, lo que nunca supe en ese momento es por qué lo hice, quiero decir que esas no son costumbres mías, no es algo que me guste hacer, no me gusta la violencia de ninguna manera y…
— ¿Fuiste a una terapia o algo por el estilo?
—No.
— ¿Qué sucedió después?
—Hablamos mucho con Iris; las cosas se fueron arreglando de a poco, hasta que al cabo de unos días todo volvió a la normalidad.
— ¿Y desde cuándo que escuchas esta voz de la que me hablas?
—Desde hoy en la mañana.
—Dijiste que desde hace un par de días.
—No lo sé, es que…es como si hubiera pasado más tiempo.
— ¿Qué te dice?

Al fin pudo hacer que sucediera. La vio de cerca, casi como si fueran sus ojos, y vio en los de ella la preocupación, pero ya era tarde; la atrajo hacia sí con el mismo movimiento que había realizado con la otra mujer, y trató de golpearla, pero algo fue mal. Ella era fuerte, se defendió de él y trató de liberarse, al mismo tiempo que la conexión comenzó a debilitarse. Luchó y luchó por mantener toda la acción, pero no fue capaz, y sólo pudo darle un golpe suficiente para aturdirla.
Ella cayó de espalda, Vicente, arrodillado frente al cuerpo inconciente.

“Mátala”

Pero no lo hizo. La conexión se estaba perdiendo de forma definitiva.

Lo único que le quedaba era borrar todo nuevamente, y usar eso como arma en su contra. Si la unión se estaba debilitando tendría que fortalecerla por la fuerza.

“No debiste”

—Déjame en paz.

“No debiste”

Estaba nervioso. Algo no estaba bien, el nexo no era el mismo ¿por qué era diferente esta vez? Debería estar en blanco, no simplemente estar a punto de recordar, casi rozando los recuerdos.

“No debiste”

— ¿No debí qué?

“Ella no quería hacerte ningún daño”

¿Ella?

“No debiste”

— ¿De qué hablas?

“Eso tú ya lo sabes”

Pero no lo sabía. La voz seguía molestándolo ¿Cómo podía estar pensando en eso cuando una amiga estaba…?

—Dime de qué hablas.

La voz no contestó de inmediato; su tono seguía siendo neutro y claro, tan irreal y tan estremecedor al mismo tiempo, por la pulcra falta de sentimientos.

“¿Dónde está tu reloj?”

De forma instintiva se miró la muñeca derecha, pero desde luego, no dormía con reloj.

“¿Dónde está tu reloj?”

El reloj quedaba siempre en el velador junto a su cama, se lo quitaba antes de acostarse.

“¿Dónde está tu reloj?”

Siguiendo un impulso inexplicable, salió de la cocina y subió las escaleras, los peldaños de dos en dos; entró al cuarto con la mayor tranquilidad posible, pero tan sólo al cruzar el umbral vio que el reloj no estaba en el velador.

— ¿Ocurre algo?
—Nada, un segundo.

Se inclinó junto al velador y revisó, comprobando que no estaba. Sin decir más, salió de nuevo del cuarto, yendo a la sala, sitio en donde podría haber estado; pero no era así.

“¿Dónde está?”

—Tal vez podrías decirlo.

“Tú ya lo sabes”

No, no lo sabía ¿Cómo iba a saberlo? Se sintió extrañamente.
Era el momento de volver a dirigir las cosas en el sentido que quería.
De pronto, las imágenes comenzaron a aparecer en su mente: él caminando, cerca de una zona en donde había árboles y vegetación; conocía ese sitio ¿Dónde era? Vio sus pasos desde arriba, y escuchó una voz, pero no era la suya, estaba hablando con alguien. Era una voz fuerte, con carácter, que hablaba de forma pausada pero impregnando cada palabra de su sabiduría y experiencia. Era una voz de mujer.
“No debiste”

— ¿Dónde está el reloj?

“Ella no quería hacerte daño. Pero tú no te controlabas, y no me escuchabas”

Oh por Dios. Había salido a caminar la noche anterior. No, no, salió en el auto, recordaba…en algún momento estacionó el auto, y luego caminó ¿En qué dirección fue?

— ¿Qué fue lo que pasó?

“Intenté hacerte entender”

En ese momento, la imagen de la persona a su lado, caminando, se hizo clara en su mente: era Nadia.

—Oh por Dios; tengo que estar soñando.




Próximo capítulo: Alguien cerca de ti








No vayas a casa Capítulo 23: No dije nada




Había estado tanto tiempo mirando, tanto tiempo cerca, pero no lo suficiente como para poder hacer algo efectivo; pero sucedió algo que le dijo cómo actuar, que el modo era mucho más sencillo de lo que él creía. Sí, tenía que atacar durante el sueño, pero necesitaba un arma, un método que resultara infalible.

La mente de Vicente dio un vuelco, y durante un segundo, que le pareció una eternidad, no fue capaz de pensar nada. Después de un tiempo increíblemente largo, notó que Iris lo miraba con expresión extrañada. Había estado desconectado durante un instante. ¡Oh por Dios! ¿Había dicho algo, alguna exclamación?

Su mente era vulnerable cuando estaba durmiendo, pero también lo era cuando estaba alterado, o nervioso por algo. Que su esposa descubriera las mentiras que le había dicho lo ponía muy mal, hacía que toda la felicidad que ella le provocaba se trastocara en tristeza. En un momento de dificultad era débil, incluso más que en el sueño. Estuvo tentado de entrar.

Los medios eran poco importantes, lo que de verdad tenía relevancia era lo que iba a hacer al respecto, y las posibilidades que se planteaban no eran para nada buenas; llamar a Renata era lo mismo que abrir la caja de Pandora, quizás incluso ella había armado toda esa treta esperando que él la llamara, consiguiendo así que fuera a rogarle por su silencio, a cambio del cual estaría atrapado de forma indefinida. Pero esa reunión no podía llegar a ocurrir.

La mente se volvía un caos, con una idea sobreponiéndose a la otra. Necesitaba calmarse, hacer algo, no hacer nada y solucionar todo, al mismo tiempo, mientras las suposiciones ganaban más y más lugar; quería evitar de cualquier modo que esa reunión se llevara a cabo, porque aunque las mentiras eran suyas y era su culpa, no quería asumir las consecuencias, todo eso era demasiado perder para él. Su mayor debilidad era perder a la esposa y al hijo, a los dos seres que más amaba. Y la peor forma es que fuera por su culpa.

— ¿Entonces tienes esa reunión con tu nueva clienta en la tarde?
—No, en la mañana, a las ocho treinta en mi oficina, reservé unos minutos antes de empezar el día.

¿Qué podía hacer para detenerlo? Su mente estaba en blanco, no conseguía idear algo que sirviera para que esa reunión no tuviera lugar, y que al mismo tiempo no pusiera sobre aviso a Iris de algo fuera de orden o a Renata de que estaba enterado del asunto. Ni una llamada o mensaje de ella, eso le decía que el plan era atacar desde un costado, pero nada más ¿Y si lo llamaba por teléfono mientras estaban en la reunión, haciendo alguna exigencia solapada mientras su esposa estaba al frente, con una bomba a punto de estallarle en las manos?

Se llevó las manos a la cabeza, con la mente por completo revuelta por los acontecimientos que estaba a punto de suceder.
“Esto no puede estar pasando. Tengo que detener esto, necesito que esa reunión no ocurra, sea como sea.”

Pero él no podía impedir esa reunión. Por mucho mal que le hicieran las consecuencias, había barreras en su forma de ser que se lo impedían, que evitaban que hiciera determinadas cosas. Lo mismo que antes, cuando se sentía culpable de haber deseado que le ocurriera un accidente a alguien que le ocurriera algo desafortunado. Sin embargo, la angustia no era por esa persona, sino porque lo hacía culpable de algo que lo convertía en una persona peor ante sus propios ojos.

¿Era en realidad tan sencillo, quedaba su vida expuesta de forma tan simple por una llamada telefónica, hecha por una mujer a la que no sólo no conocía bien, sino que además no llegaba a imaginar por completo? “Que pase algo” se dijo. “Que se retrase, que tenga un malestar físico, que le cursen una infracción de tránsito, que pase cualquier cosa que le impida llegar.”

Pero finalmente, todo no era más que un malentendido, y él salía indemne de esa situación. Todo no había sido más que un alcance de nombres, un error que de un momento a otro había estado ahogándolo como una soga invisible. Se recostó en el asiento, notando sólo en ese momento que estaba sudando frío, pero ahora respirando con la misma sensación de relajo que provocaba detenerse a descansar después de una carrera; todo era un error, y si en la mañana hubiese ingresado el nombre en el buscador, habría llegado al mismo resultado sin pasar por todo eso, por lo que el temor y la angustia habría sido un golpe momentáneo y quizás una advertencia, en vez de una agonía larga y patética.

Estuvo en riesgo, sintió el temor y se volvió vulnerable.
Tuvo nuevamente la tentación de intervenir, pero un hecho nuevo lo detuvo; o en vez de eso, cambió sus planes hacia otro rumbo.

Todavía no lo llamaban del centro en donde Dana estaba internada, pero tampoco había pasado tanto tiempo, de hecho estaba sobre la hora en que se suponía que lo contactarían ¿Qué le estaría ocurriendo?

Ella era el nexo con el pasado, algo que había desechado porque, si bien tenía importancia, no era tan fuerte como la familia que tenía ahora. Pero quizás podría hacer una prueba.

¿Qué estará viendo Sergio en el ordenador?

Hizo que la pregunta surgiera de forma natural en su mente, producto del aburrimiento y la inactividad; hizo que se sintiera como un chiquillo, pensando con malicia acerca de las cosas que alguien más hacía en el ordenador. Pero la puerta de la oficina estaba cerrada, y no se escuchaba la alegre voz del hijo del dueño.

¿Qué mal puede hacer echar un vistazo?

Se puso de pie, mirando hacia la puerta de la oficina, como si alguien pudiese entrar de improviso para denunciar la infantil treta que estaba pensando hacer; pero en el lugar solo había silencio, y un suave olor a desodorante ambiental de lavanda que en esa empresa estaba por todas partes.
Rodeó el escritorio con paso sigiloso, sin hacer ningún movimiento, hasta que su vista estuvo en el ángulo perfecto para ver lo que había en la pantalla. La información puso en riesgo el control que estaba aplicando, y de hecho, lo hizo separarse; su mente pasó en un instante del aburrimiento a la actividad ¿por qué? Porque esos datos que figuraban en la pantalla eran importantes para su trabajo; supo que la preocupación era lo principal en aparecer.

Salió de la oficina sintiéndose ahogado por estar tanto tiempo ahí, luego de ver lo que estaba en la pantalla del ordenador de Sergio. Se metió en el baño y echó el pestillo, para poder ver con tranquilidad la información a través del navegador del móvil; en efecto, el hijo del dueño estaba a punto de volar con alas propias: en la página de registro empresarial, estaban todos los datos asociados a Sergio, a nombre de una sociedad comercial nueva, llamada Seri-prod. ¿Por qué esto era tan importante? Porque la empresa tenía el mismo rubro que la Tech-live, o que significaba que el hijo pretendía separarse de los negocios de su padre, pero no precisamente para ayudarlo. Se trataba de competencia, y en la ciudad ya habían algunas otras empresas dedicadas a la venta de artículos para la pequeña industria, aunque ninguna tan grande y bien asentada como esta; si comenzaba una nueva empresa, bien la familia quería montar un monopolio, o existía algún tipo de rencilla interna que él desconocía, y que estaba a punto de hacer que las aguas hasta entonces tranquilas se pusieran turbias. Su teléfono anunció una llamada que lo sobresaltó: Era del centro de tratamiento, y tan pronto como vio el número llamando, supo que las noticias no eran buenas.

— ¿Hola?
— ¿Señor Sarmiento? —la voz era la misma de la mujer mayor de más temprano. Estaba seria, hablando despacio y con cuidado—. Lamento informarle que Dana ha fallecido.

Al escucharlo, todo fue distinto a como esperaba que fuera. Si bien en todos esos años nunca había enfrentado de modo concreto la probable muerte de su amiga de la infancia, esa mañana, al hacer la llamada y mientras esperaba que lo llamaran de regreso, esperaba que si le daban una mala noticia, sería como perder a alguien con quien aún mantuviera contacto, una amiga importante. Imaginó conmoción y lágrimas, pero en ese momento, mientras la mujer del otro lado de la línea aguardaba con respetuosa cautela un tiempo prudente antes de preguntarle si seguía escuchando, sólo sintió vacío.
Por supuesto que lamentaba la muerte, y más aun que alguien que había sido tan importante terminara de ese modo, pero no era como imaginaba el dolor de la pérdida de alguien amado, al menos no en el presente. ¿Quién era en realidad la mujer que había muerto? Él conocía, él amó a la chica, a la adolescente, sufrió por su alejamiento, se preocupó por ella y lamentó no poder ayudarla a escapar de su madre y sus malas decisiones, pero dos o tres años después, a la mujer que encontró, la que encontró por casualidad del destino a través de una amiga de la universidad, la que estaba tan metida en las drogas que había perdido mucho de sí misma, no sabía quién era.
¿Lo recordaría Dana? Mientras estaba quizás en qué sitio, con quien o haciendo qué ¿Habrá pensado en él? Llevaba más de una década ayudando a su mantención y cuidado en ese centro, pero a esa mujer no la conocía, de igual forma que ella no lo había reconocido al volver a verlo; era duro, pero era la verdad, esa mujer que por desgracia vio truncada su existencia, se convirtió en alguien distinto a quien él recordaba, y ahora ambas estaban muertas.

Resultaba muy interesante. En tan sólo algunos días había aprendido muchas cosas nuevas, la principal de ellas, a diferenciar entre lo que le importaba en el presente, y lo que importaba hacia adelante o atrás; tiempo, vida y muerte, eran factores determinantes, suficientes para hacer tambalear su estado, con un cambio brusco en cualquiera de ellos.
El peligro de perder el trabajo hacía que se sintiera inseguro, perder a una amiga del pasado lo hacía ponerse triste, pensar que podía perder a su esposa o que la pasara algo al hijo  era una alerta. Y de alguna forma, esos sentimientos lo acompañaban en el sueño.
Estaba cansado, golpeado por diversos sentimientos, que involucraban distintas etapas de su vida; decidió que era el momento de hacer algo, de dar un golpe mucho más fuerte de lo que antes había pensado. Más que manipulación, iba a meterse en sus sueños.
Se concentró al máximo, y se metió muy adentro, muy profundo, buscando algo que pudiera permitirle hacer lo que quería; necesitaba aprovecharse de su sueño, y volverlo más vulnerable que nunca, para que no fuera capaz de recordar de inmediato lo que iba a hacer.
El hijo.
El hijo era producto de ambos, y en forma especial, era parte de sí mismo; se veía en él, quería protegerlo de todo y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de lograr ese fin. El hijo era su mayor amor, y al mismo tiempo, su mayor debilidad.

Ponte de pie, Vicente. Vamos a dar un paseo.
Todo estaba en penumbras; no era la oscuridad real, pero logró hacer que pensara que así lo era. Que mientras se ponía de pie, mientras bajaba la escalera, pensara que estaba en otro sitio, quieto y aún tendido en la cama. No acostumbraba despertar en la noche sin un motivo concreto ¿Se debería quizás a un efecto posterior a la ceremonia fúnebre? En su llegada comentó el asunto con Iris, y se sorprendió al verse a sí mismo tan tranquilo, encontrando en su mente el lugar correcto para la situación que había ocurrido: Dana ahora descansaba en paz, su sufrimiento y enajenación habían terminado, y él había tenido una posibilidad que pocas veces tenía el ser humano, la de sanar algo del dolor de una persona que quiso, después de perder el contacto por tanto tiempo. No se sentía como un filántropo ni nada por el estilo, lo suyo iba por el lado de restaurar algo de lo perdido ¿Quién podría haber imaginado que el destino de Dana iba a ser ese? Incluso con el brutal cambio en su vida, no parecía posible, y sin embargo algo la había empujado hacia un sitio desde donde no pudo volver; por lo menos no pasó los últimos tiempos en la calle, abandonada y sola.
Un momento.
Algo se remeció en su interior; el sueño estaba siendo demasiado vívido, extrayendo más detalles de los necesarios ¿Qué podía hacer? Si se despertaba en ese momento, todo estaría en riesgo.
Hacerlo conducir por una determinada ruta no era sencillo, y le exigió utilizar todas sus fuerzas para mantener el delicado equilibrio entre la realidad y la fantasía; hizo que el tiempo transcurriera con mucha lentitud, que pareciera que nada sucedía, hasta que la mujer estuvo frente a sus ojos. Ven conmigo, acompáñame, le dijo, y aunque ella lo miró con extrañeza, sorprendiéndose de su voz y la forma en que hablaba, lo acompañó.
Seguía quieto, tendido de espaldas, sin moverse ni un solo centímetro, con la vista fija al frente. Esa no era su habitación.
Intentó moverse, pero se encontró con que estaba por completo inmóvil.

— ¿Qué sucede?

Escuchaba su voz en su mente, pero no podía verbalizar las palabras ¿Dónde estaba, qué estaba pasando? Sintió que apretaba los puños y todos los músculos de su cuerpo se tensaban, como intentando soltarse de amarras invisibles que lo mantenían prisionero, pero no funcionó, seguía atado, hasta con la cabeza sujeta, mirando fijo al techo que no reconocía, al que no era del blanco albino de su cuarto.

—Estoy soñando.

Sí, es un sueño; la mujer estaba preocupada, se sentía extraña, quizás comprendiendo algo de lo que estaba pasando; sus fuerzas estaban al límite, pero no podía ceder; hizo que el tiempo siguiera al mismo ritmo, a la misma vez que lo obligaba a moverse, a hacer que su cuerpo obedeciera las órdenes, paso a paso y sin cuestionar.
Escuchó dentro de su cabeza las palabras, como dichas por alguien más con su misma voz, y trató de calmarse; esto es como cuando te estás quedando dormido y sientes que caes profundo, como si te precipitaras a un abismo. Piensa, es un efecto que está haciendo tu mente, no puedes moverte porque estás durmiendo. Estás durmiendo en tu cuarto, junto a Iris; deja de preocuparte, cálmate y relaja el cuerpo, todo está bien.
Pasaron algunos segundos más de incertidumbre, hasta que al fin se soltó de las amarras invisibles, sintiendo cómo todo el cuerpo se relajaba; está bien, se dijo, sólo sigue durmiendo.
Se presentó entonces un dilema que no había previsto. Estaba junto a ella, de pie fuera del auto en medio de la noche, en el sitio que escogió para realizarlo, pero se dio cuenta de que para eso, necesitaba más fuerza de la que era capaz de utilizar al mismo tiempo que lo mantenía sumido en un profundo sueño; para terminar con eso, era absolutamente necesario dirigir toda su fuerza a ese punto, a hacer que los brazos obedecieran, que los músculos siguieran el signo ya determinado. Pero no podía mantener el falso y lento sueño dentro de él y las acciones fuera.
Ya desde antes, cuando consiguió entrar en la mente de esa mujer en aquel sitio, sintió lo que era la libertad de estar dentro de un cuerpo que pudiera moverse, y aunque no le pertenecía y era un pasajero, de todos modos pudo acariciare, aunque fuera por cortos momentos, la posibilidad cierta de salir de ahí. Al tomar posesión del cuerpo de ella, modificaba algo en su mente, de manera similar a lo que había hecho antes con sus padres, pero más sutil, sólo usando una parte de su capacidad, por lo que tomaba el control, generando un vacío, un momento que no existiría jamás en su mente.
Podía hacer algo usando su cuerpo, pero dejando apagada su mente.
¿De qué serviría entonces hacer eso, cómo esa acción quedaría al descubierto? Una vez hecho, era probable que se perdiera la conexión entre ambos, y eso daba pie a que Vicente escondiera cualquier prueba, y al mismo tiempo, sintiéndose en peligro, levantara de forma inconciente barreras que lo protegieran de una nueva intrusión.

— ¿Dónde estoy?

Al sentirse liberado, la tranquilidad física no se traspasó a su mente; recordando que estaba durmiendo, se dijo que era lo mismo que cuando una persona sentía que se caía, y que por lo tanto, sólo debía controlar esa sensación, hasta borrarla. Tenía que decirle a su cuerpo que se moviera ¡Eso es! Tenía que moverse, y al cambiar de posición, tomaría conciencia de que eso no era más que un sueño absurdo, y podría seguir descansando. Miró a la izquierda, y aun entre la penumbra, sus ojos encontraron un afiche enmarcado: un super héroe infantil, muy colorido, con un traje con luces de neón enfrentando a un enemigo.
Sólo había una alternativa. Seguir hasta el final.

— ¿Qué?

Volteó la cabeza en sentido contrario ¿Por qué estaba soñando de esa manera? Mientras giraba la cabeza, a una velocidad que a él mismo le parecía enloquecedora, por su lentitud, reconoció el techo más oscuro que el de su cuarto: por supuesto, en ese techo él pegó diferentes figuras, como parte de la decoración. Tenía que voltear a la derecha, saber de forma concreta que lo que estaba sucediendo era algo en específico, pero…

—No…

Otra vez tenía los miembros agarrotados, como si un calambre se extendiera por todo su cuerpo; intentó con angustia moverse, hacer algo para que el movimiento fuera más rápido, pero le resultaba imposible incluso girar los ojos, como si los tuviera fijos de algún modo que no llegaba a identificar.

—No…no, no…

Un instante después quiso, y al mismo tiempo no quiso moverse; deseó con un temor irrefrenable que su cabeza dejara de voltear a la derecha, que sus ojos, ya acostumbrados a la penumbra, no vieran lo que estaban a punto de ver.
Tenía los pies adormecidos.
La cama de Benjamín era más pequeña que la de un adulto; medía casi un metro y medio, por lo que, si alguien de su estatura se tendía en ella, los pies quedarían por fuera. Estar mucho tiempo quieto sobre una superficie, puede generar adormecimiento de zonas del cuerpo, ya que se produce una interrupción en el correcto flujo sanguíneo, sobre todo a las extremidades.

—No…por favor…

Cuando al fin su cabeza terminó de girar hacia la derecha, sus ojos lo vieron, y Vicente pudo sentir dentro de sí como si algo se rompiese.

—Por Dios, no…no…

Quería gritar o moverse, pero otra vez estaba presa de esa sensación, que en esos momentos actuaba como una verdadera tortura; no podía gritar, ni moverse, en esos momentos no era más que una cáscara vacía, desprovista de todo sentimiento y toda reacción: por eso es que su cuerpo estaba entumecido, porque se había enfriado junto con su mente al ver el espectáculo que sus ojos no podían asimilar, ni su cerebro entender.

—Por favor no…

Benjamín estaba junto a él.
Su pequeño cuerpo estaba tendido de espalda, la cobija de color azul con figuras de Jimmy K, uno de sus tantos dibujos animados de la televisión a los que admiraba, cubriendo hasta la cintura; el torso, cubierto con el pijama blanco, mostraba el brazo izquierdo muy pegado al cuerpo, mientras el derecho estaba doblado, con la mano llevada hacia la cara.

—Dios, no…por favor no, mi niño…

Sentía que la respiración se cortaba y regresaba en espasmos regulares, como una válvula que era manejada por alguien más; su vista se encontró entonces con la de él, y vio sus ojos muy abiertos, fijos en los suyos, traspasándole un terror indescriptible, el mismo que, sin duda, había experimentado poco antes ¿Cuánto tiempo había pasado?
Eso era algo que jamás podría saber. Tomó el cuerpo de ella, que no opuso resistencia al no advertir lo que estaba a punto de suceder, y la sacudió con violencia, haciendo que su cabeza se estrellara contra la barrera metálica que separaba la vía del pequeño barranco. Ella emitió un sonido gutural, parecido a un grito, mientras su expresión variaba de la sorpresa, al miedo, y finalmente a la inconciencia. Arrojarla tras la barrera, y ver su cuerpo caer a través de los ojos de Vicente, fue al mismo tiempo un gran sentimiento de satisfacción y de peligro, porque esa descarga de energía era mayor a la que había previsto. El nexo empezó a tambalearse, lo que significaba que en cualquier momento volvería a despertar, echando por tierra todas las opciones; ya había tomado la decisión de realizar esa acción sin que él lo supiera, ahora no podía retroceder.
Necesitaba tocarlo, necesitaba saber a ciencia cierta que…pero era un sueño, estaba durmiendo, se lo dijo en repetidas oportunidades cuando abrió los ojos.
El sueño estaba saliéndose de control; lo que al mismo tiempo era su cuerpo azotando el de ella contra la rígida superficie en la realidad, era él descubriendo el cadáver del hijo en su propio cuarto. Tendría que causarle miedo, pero no contó con que el amor que sentía hacia él generaba un sentimiento de negación, con el que se hacía necesario establecer contacto físico para comprobar que en realidad estaba pasando eso. Pero tocar el cuerpo de su hijo en el sueño era lo mismo que tocar el de esa mujer en la realidad, y eso lo devolvía al peligro de que despertara y, asustado, escondiera todas las pruebas. La verdad debía surgir de otra manera.

—No puede ser…

Por primera vez escuchó su propia voz, saliendo al fin de su garganta, articulada por sus adormecidas cuerdas vocales, como un ahogado gemido, ininteligible incluso para sus oídos; estaba hablando, estaba recuperando la capacidad de moverse y de hablar, sólo para encontrarse petrificado por la escena que estaba presenciando, solo en la noche.
Los ojos de Benjamín, muy abiertos, fijos al frente pero sin ver, despojados del brillo y la alegría que lo caracterizaba, desprovistos de la inteligencia que tanto lo hacía crecer a él como padre.
Lo obligó a dejar de ver esos ojos tan abiertos de ella, y volver al auto. El control estaba siendo demasiado inestable ¿podría llegar a la casa de regreso? Sentía como si estuviera quebrándose en el trayecto, como si la energía puesta en esa tarea fuera tanta, que no era capaz de mantenerse a salvo, sufriendo él mismo las consecuencias de algo que no tenía que dañarlo a él.
Pero resistió, lo suficiente para devolverlo a la casa, al cuarto, justo un momento antes de que perdiera por completo el control sobre él.
¿Padre? Una palabra horrenda en esos momentos ¿Qué clase de monstruo podía haber hecho algo como eso? Su vista entonces se hizo un poco más clara, y también pudo tenderse de costado, más como una forma de arrastrarse hacia él, necesitando tocarlo pero sin tener el coraje para hacerlo; tenía la boca entreabierta, con un hilo de sangre marcando su inmaculada piel, cayendo sobre la almohada hundida bajo su cabecita.

—No…por Dios, no, no, no, no, no…

La almohada estaba manchada de sangre bajo la cara, una mancha roja que se veía oscura y nítida sobre el blanco de la tela; Vicente estaba temblando, lo supo tan sólo un momento después de ver el rastro rojo extendido bajo su carita, mientras su cerebro procesaba los datos, mientras su cabeza comprendía la demencial situación y mutaba la imagen de su hijo, por la de un cuerpo inerte, a sólo centímetros de él.

—Hijo…

Cuando habló otra vez, su resoplido movió de forma tenue los cabellos de la frente del pequeño; el cuarto siempre había tenido un tipo de iluminación especial en que la oscuridad no era completa durante la noche, y ahora que aún no era de madrugada, esa luz hacía convertirse en espectros hasta los más pequeños pliegues de la tela. Vio su mano izquierda levantarse hacia el diminuto cuerpo, y por un interminable segundo contempló los pliegues de las articulaciones de los dedos, remarcados por la luz oscura, convirtiendo su extremidad en la de alguien más, algo que no podía reconocer; en ese momento sintió la tibieza en el pecho, y de pronto estaba llevando ambas manos hacia el centro, directo sobre el esternón, tocando la tela de su propia camiseta, empapada.
Pero no se trataba de sudor, su cuerpo estaba tan frío en ese instante, que no podía secretar ningún tipo de fluido; supo con una atroz claridad lo que estaba tocando y quiso cerrar los ojos, pero era imposible, parecía condenado a ver todo, con lujo de detalles: despegó las manos del pecho, y al contemplar las palmas, las vio manchadas, del mismo color de la tela de la almohada bajo la cabeza del pequeño.

—Oh por Dios… ¿Qué he hecho?

Las imágenes del cuerpo de ella, tendido en el suelo entre unas matas, era demasiado fuerte, había traspasado la barrera entre el sueño y la realidad, por lo que no tuvo otra opción que transferir ese miedo y repugnancia al sueño que había creado para él, sin saber a ciencia cierta cuáles serían los resultados reales de ese experimento.
Un cuerpo adulto podía pesar entre setenta y cinco y noventa y cinco kilos en promedio; él a sus treinta y siete años pesaba ochenta, muchos de los cuales eran masa muscular, debido al ejercicio. Los músculos son más fuertes que la grasa. Ochenta kilos de peso inmóvil son más de lo que el cuerpo de un niño de siete años, que pesa una cuarta parte de eso, puede soportar.
No, no era posible.
Durante un momento, su vista tuvo en frente a sus manos manchadas, con la muestra en ellas del camino recorrido por la sangre, mientras de fondo, el cuerpo inmóvil, tan frío y quieto como una figura de cera, seguía estando allí. Jamás volvería a moverse, nunca otra vez reiría ni correría por la casa, ni lo escucharía llamarlo o enfadarse; estaba tan quieto, que más que la sangre o la irreal expresión de su rostro, fue esa quietud lo que hizo que Vicente experimentara un terror sin límites. Por un motivo que no alcanzaba a comprender, había entrado  a la habitación de su hijo, junto a la suya, y se había acostado en su cama ¿Qué tan preocupante podría ser algo como eso? Un gesto de cariño propio de un padre, pero un verdadero padre, un auténtico padre, no haría eso. Un padre de verdad habría tomado una precaución, habría puesto una almohada entre ellos, o siquiera tenido el sentido común de acompañar a su hijo en el sueño a prudente distancia.
El peso de su cuerpo, dormido, había matado a su hijo.

—No… ¡Nooooo!

Por fin la voz emergió de su garganta, desgarrando las vías e inundando sus propios oídos. Pero no fue un grito, fue una exhalación de aire que cubrió con sus manos, un gemido de dolor y de angustia sin precedentes que laceraba su boca y los tejidos internos, mientras con los dedos oprimía su cara, tapando la vía, clavando las uñas en la piel, sin sentir el gesto que hacía, pero siendo tan brutalmente consciente del calor de la sangre que impregnaba su rostro. El grito persistía, era como una fuerza que emanaba de su ser, algo que no podía controlar, así como no podía controlar nada en su cuerpo; al mismo tiempo sintió que presionaba con los brazos su torso, clavando los codos contra las costillas mientras los pulmones seguían expulsando aire. El sudor se extendía por su cuerpo, al mismo tiempo que sentía cómo los músculos del estómago, oprimidos por el esfuerzo del grito, se contracturaban más y más; pero nada de eso se igualaba a lo que estaba viendo, esa imagen lo perseguiría por siempre, hasta el fin de sus días.
En ese momento no pudo volver a establecer contacto, la mente de Vicente estaba muy contrariada como para hacerlo, de forma que sólo pudo esperar.
Había matado a su hijo.
Su hijo, ya no era más Benjamín, ahora sólo era un cuerpo, una masa tendida sobre una cama que ya no le pertenecía, empapado en sangre producto de la presión por intentar liberarse ¿Habría gritado? ¿Habría intentado, con sus pequeños pulmones, dar voces, pedir ayuda, habría suplicado a papá que lo dejara respirar? ¿Cuánto, en el nombre del cielo, habría durado esa agonía? Una de sus manos estaba llevada al cuello, lo que significaba sólo una cosa: había sentido el terror de quedarse sin aire. Ahí, en el sitio más acogedor para él de su casa, en el lugar en donde se sentía libre y a gusto, algo que era mucho más grande y fuerte había llegado a aplastarlo, a cubrir sus salidas y oscurecer de forma definitiva el cielo, borrando de su vista cualquier héroe de niñez, cualquier imagen gentil; no fue durante el sueño, ni siquiera existió para él ese mezquino consuelo, porque se despertó, y sin duda supo que estaba ocurriendo algo malo. De seguro intentó gritar, sin saber que, al hacerlo, se condenaba con más rapidez, sin comprender, en su infantil pero auténtica desesperación, que al gritar, al hacer esfuerzo por liberarse, y mover el cuerpo inmóvil sobre él, estaba gastando con más rapidez el escaso aire en sus pulmones, que a cada intento, a cada esfuerzo, agotaba con más rapidez la llama de su vida ¿Qué habrá dicho? ¿Lo habrá escuchado él, en sueños, sin comprender lo que estaba pasando, o sólo siguió tendido boca abajo, ignorante de todo suceso, sin percibir la desesperación? ¿No sintió nada, ni sus manitos forcejeando, ni sus gritos ahogados contra su pecho, ni siquiera los temblores convulsivos de su cuerpo cuando el final se sobrevenía?
¿Por qué? ¿Por qué había hecho algo como eso, cómo había sido capaz de trastocar un momento de amor y ternura en una pesadilla como esa?
No sabía si seguía gritando o se trataba del eco dentro de su cabeza, pero ese sonido, el de su propia voz desgarrándose, no se iría jamás, lo seguiría escuchando pasase lo que pasase; no estaba durmiendo, había despertado en el mismo momento en el que creyó hacerlo, y ante eso, nada era más real que la sangre que con sus manos había tocado y que ahora se mezclaba con el sudor de su rostro; la mandíbula seguía desencajada, como una mueca terrorífica, los dedos entumecidos, la palma izquierda sobre la boca, la derecha sobre ella, ambas cubriendo y a la vez presionando contra la cara, cada dedo marcando la piel.

De pronto pudo hacerlo, y sintió pánico de que todo hubiese terminado mal; por suerte, sin embargo, las cosas tomaron el curso que era más lógico para él; la mente de las personas a veces resultaba muy útil, como en ese caso en que asoció toda la experiencia, el cansancio y el miedo con lo más próximo que recordaba, el sueño que él le indujo a tener. Después de eso, pudo comprobar que, en efecto, algo se había roto en él, que la entrada a sus pensamientos era ahora más libre y al mismo tiempo, más frágil; ya no era sólo un visitante, ni alguien que lo controló en determinado momento, estaba ahí, en el mismo sitio que él, como una persona completa que estuviera parada junto a él, poniendo una mano sobre su hombro y diciéndole, a través de sutiles consejos, lo que era más conveniente hacer.
Pero estar ahí también era una fuente de riesgo, porque esa extrema cercanía podía hacer que se pusiera sobre aviso, que descubriera que las cosas ya no eran como antes; así, decidió hacer algo mucho más sutil de lo que jamás había intentado: ayudarlo.


3


El día había comenzado temprano, pero de ninguna manera tras un sueño reparador para Iris; durmió a saltos, preocupada a cada momento de que pudiera suceder algo, e incluso tuvo la idea, que puso en práctica, de dejar encendido el ya antiguo dispositivo de escucha a distancia, el que dejó de forma discreta en el cuarto de su hijo.

¿En qué se había convertido su vida?

No podía dejar de pensar en todas las conjeturas que estaba haciendo respecto de Vicente, su desaparición y la forma en que muchos hechos que no estaban conectados, y que parecían no tener relación alguna, terminaban encajando de una forma terrible en el panorama. Que su esposo, el hombre al que amaba, el padre de su hijo, estuviera afectado por una enfermedad mental que se desatara de forma inesperada, fulminante y repentina, era amenazador y al mismo tiempo un hecho que desestabilizaba todo lo que conocía. Pero estaba obligada a ser fuerte, y poner las cosas en orden; Juan Miguel había sido de ayuda la tarde anterior, pero en ese momento, quien tenía que tomar las riendas era ella, y tomar las decisiones que fueran necesarias para encontrar una salida, y mantener a su hijo lejos de cualquier tipo de peligro.
Mientras se arreglaba, no pudo evitar un estremecimiento al recordar otra vez el miedo en los ojos de su hijo ¿sería acaso que al ser un niño podía ver con más claridad cosas que ella, siendo adulta no? Independiente de los motivos, tuvo que tomar realmente en serio lo que estaba diciendo, ya que eso hacía cuadrar todas las cosas que antes no tenían sentido para ella; Vicente estaba pasando por algo que resultaba hasta ese momento inexplicable, y era vital hacer algo al respecto, para lo cual Benjamín tenía que estar fuera del radio de acción.
Seis cincuenta de la mañana, estaba preparada para lo que tuviera que hacer; entró de vuelta al cuarto, y tuvo un fugaz instante de debilidad al verlo vacío, tomando conciencia de que Vicente no había pasado la noche ahí, no por estar trabajando o en un viaje, sino por estar perdido. Se dejó llevar por ese sentimiento, y se acercó a su armario, el que abrió en un arranque de sentimentalismo que se criticó, pero que dejó que sucediera.
¿Dónde estaba?
Sabía que una persona con un trastorno mental podía tomar acciones inesperadas, entre las que se encontraba la evasión, pero al no tener claridad sobre lo que lo afectaba a él, el rango de posibilidades se hacía más amplio  y turbio. Necesitaba tener espacio y tiempo para encontrarlo y hallar la forma de ayudarlo. Jacinta le había dicho la noche anterior que no tenía problema en hacerse cargo de Benjamín y llevarlo a casa de su madre, quien también estaba al tanto –al menos de lo necesario- y dispuesta a pasar algo de tiempo de calidad con su nieto.
Entonces su vista se desplazó hacia algo que estaba en el suelo del armario empotrado en la pared, justo detrás de una caja que contenía algunas herramientas.

— ¿Qué es esto?

Se inclinó y movió la caja, encontrando lo que había llamado su atención: una remera blanca de media temporada, unos pantalones deportivos y unas zapatillas, sucios de tierra, la tela de ellos algo tiesa, por el sudor.

— ¿Por qué…?

La pregunta quedó vagando en el aire, mientras su mente viajaba más rápido. Ambos guardaban su ropa, o la sacaban para el lavado de forma independiente, haciéndose caro cada uno de su espacio, por lo que no resultaba necesario entrar al armario del otro; la última vez que ella había visto en ese armario fue cuando se acercó a mostrarle algo a Vicente en el móvil, exactamente el día antes que ella vendiera la galería de arte de la pintora. Vicente no había usado esa ropa desde entonces, ni mucho menos en el tiempo reciente; de hecho, esa ropa estaba colgada junto con otras prendas a la derecha, lista para el descarte.
Se levantó con la remera sucia en la mano izquierda, mientras con la derecha removía la ropa del otro extremo del armario; vio un gancho doble vacío.
¿Por qué habría ropa de Vicente sin lavar, tirada tantos días en el suelo, casi como si hubiese sido escondida ahí? ¿Por qué unas ropas que él no usaba desde hace mucho tiempo?

No tuvo tiempo de contestar ninguna de estas preguntas, el sonido de la puerta en el primer piso la interrumpió.



Próximo capítulo: Realidad