No vayas a casa Capítulo 23: No dije nada




Había estado tanto tiempo mirando, tanto tiempo cerca, pero no lo suficiente como para poder hacer algo efectivo; pero sucedió algo que le dijo cómo actuar, que el modo era mucho más sencillo de lo que él creía. Sí, tenía que atacar durante el sueño, pero necesitaba un arma, un método que resultara infalible.

La mente de Vicente dio un vuelco, y durante un segundo, que le pareció una eternidad, no fue capaz de pensar nada. Después de un tiempo increíblemente largo, notó que Iris lo miraba con expresión extrañada. Había estado desconectado durante un instante. ¡Oh por Dios! ¿Había dicho algo, alguna exclamación?

Su mente era vulnerable cuando estaba durmiendo, pero también lo era cuando estaba alterado, o nervioso por algo. Que su esposa descubriera las mentiras que le había dicho lo ponía muy mal, hacía que toda la felicidad que ella le provocaba se trastocara en tristeza. En un momento de dificultad era débil, incluso más que en el sueño. Estuvo tentado de entrar.

Los medios eran poco importantes, lo que de verdad tenía relevancia era lo que iba a hacer al respecto, y las posibilidades que se planteaban no eran para nada buenas; llamar a Renata era lo mismo que abrir la caja de Pandora, quizás incluso ella había armado toda esa treta esperando que él la llamara, consiguiendo así que fuera a rogarle por su silencio, a cambio del cual estaría atrapado de forma indefinida. Pero esa reunión no podía llegar a ocurrir.

La mente se volvía un caos, con una idea sobreponiéndose a la otra. Necesitaba calmarse, hacer algo, no hacer nada y solucionar todo, al mismo tiempo, mientras las suposiciones ganaban más y más lugar; quería evitar de cualquier modo que esa reunión se llevara a cabo, porque aunque las mentiras eran suyas y era su culpa, no quería asumir las consecuencias, todo eso era demasiado perder para él. Su mayor debilidad era perder a la esposa y al hijo, a los dos seres que más amaba. Y la peor forma es que fuera por su culpa.

— ¿Entonces tienes esa reunión con tu nueva clienta en la tarde?
—No, en la mañana, a las ocho treinta en mi oficina, reservé unos minutos antes de empezar el día.

¿Qué podía hacer para detenerlo? Su mente estaba en blanco, no conseguía idear algo que sirviera para que esa reunión no tuviera lugar, y que al mismo tiempo no pusiera sobre aviso a Iris de algo fuera de orden o a Renata de que estaba enterado del asunto. Ni una llamada o mensaje de ella, eso le decía que el plan era atacar desde un costado, pero nada más ¿Y si lo llamaba por teléfono mientras estaban en la reunión, haciendo alguna exigencia solapada mientras su esposa estaba al frente, con una bomba a punto de estallarle en las manos?

Se llevó las manos a la cabeza, con la mente por completo revuelta por los acontecimientos que estaba a punto de suceder.
“Esto no puede estar pasando. Tengo que detener esto, necesito que esa reunión no ocurra, sea como sea.”

Pero él no podía impedir esa reunión. Por mucho mal que le hicieran las consecuencias, había barreras en su forma de ser que se lo impedían, que evitaban que hiciera determinadas cosas. Lo mismo que antes, cuando se sentía culpable de haber deseado que le ocurriera un accidente a alguien que le ocurriera algo desafortunado. Sin embargo, la angustia no era por esa persona, sino porque lo hacía culpable de algo que lo convertía en una persona peor ante sus propios ojos.

¿Era en realidad tan sencillo, quedaba su vida expuesta de forma tan simple por una llamada telefónica, hecha por una mujer a la que no sólo no conocía bien, sino que además no llegaba a imaginar por completo? “Que pase algo” se dijo. “Que se retrase, que tenga un malestar físico, que le cursen una infracción de tránsito, que pase cualquier cosa que le impida llegar.”

Pero finalmente, todo no era más que un malentendido, y él salía indemne de esa situación. Todo no había sido más que un alcance de nombres, un error que de un momento a otro había estado ahogándolo como una soga invisible. Se recostó en el asiento, notando sólo en ese momento que estaba sudando frío, pero ahora respirando con la misma sensación de relajo que provocaba detenerse a descansar después de una carrera; todo era un error, y si en la mañana hubiese ingresado el nombre en el buscador, habría llegado al mismo resultado sin pasar por todo eso, por lo que el temor y la angustia habría sido un golpe momentáneo y quizás una advertencia, en vez de una agonía larga y patética.

Estuvo en riesgo, sintió el temor y se volvió vulnerable.
Tuvo nuevamente la tentación de intervenir, pero un hecho nuevo lo detuvo; o en vez de eso, cambió sus planes hacia otro rumbo.

Todavía no lo llamaban del centro en donde Dana estaba internada, pero tampoco había pasado tanto tiempo, de hecho estaba sobre la hora en que se suponía que lo contactarían ¿Qué le estaría ocurriendo?

Ella era el nexo con el pasado, algo que había desechado porque, si bien tenía importancia, no era tan fuerte como la familia que tenía ahora. Pero quizás podría hacer una prueba.

¿Qué estará viendo Sergio en el ordenador?

Hizo que la pregunta surgiera de forma natural en su mente, producto del aburrimiento y la inactividad; hizo que se sintiera como un chiquillo, pensando con malicia acerca de las cosas que alguien más hacía en el ordenador. Pero la puerta de la oficina estaba cerrada, y no se escuchaba la alegre voz del hijo del dueño.

¿Qué mal puede hacer echar un vistazo?

Se puso de pie, mirando hacia la puerta de la oficina, como si alguien pudiese entrar de improviso para denunciar la infantil treta que estaba pensando hacer; pero en el lugar solo había silencio, y un suave olor a desodorante ambiental de lavanda que en esa empresa estaba por todas partes.
Rodeó el escritorio con paso sigiloso, sin hacer ningún movimiento, hasta que su vista estuvo en el ángulo perfecto para ver lo que había en la pantalla. La información puso en riesgo el control que estaba aplicando, y de hecho, lo hizo separarse; su mente pasó en un instante del aburrimiento a la actividad ¿por qué? Porque esos datos que figuraban en la pantalla eran importantes para su trabajo; supo que la preocupación era lo principal en aparecer.

Salió de la oficina sintiéndose ahogado por estar tanto tiempo ahí, luego de ver lo que estaba en la pantalla del ordenador de Sergio. Se metió en el baño y echó el pestillo, para poder ver con tranquilidad la información a través del navegador del móvil; en efecto, el hijo del dueño estaba a punto de volar con alas propias: en la página de registro empresarial, estaban todos los datos asociados a Sergio, a nombre de una sociedad comercial nueva, llamada Seri-prod. ¿Por qué esto era tan importante? Porque la empresa tenía el mismo rubro que la Tech-live, o que significaba que el hijo pretendía separarse de los negocios de su padre, pero no precisamente para ayudarlo. Se trataba de competencia, y en la ciudad ya habían algunas otras empresas dedicadas a la venta de artículos para la pequeña industria, aunque ninguna tan grande y bien asentada como esta; si comenzaba una nueva empresa, bien la familia quería montar un monopolio, o existía algún tipo de rencilla interna que él desconocía, y que estaba a punto de hacer que las aguas hasta entonces tranquilas se pusieran turbias. Su teléfono anunció una llamada que lo sobresaltó: Era del centro de tratamiento, y tan pronto como vio el número llamando, supo que las noticias no eran buenas.

— ¿Hola?
— ¿Señor Sarmiento? —la voz era la misma de la mujer mayor de más temprano. Estaba seria, hablando despacio y con cuidado—. Lamento informarle que Dana ha fallecido.

Al escucharlo, todo fue distinto a como esperaba que fuera. Si bien en todos esos años nunca había enfrentado de modo concreto la probable muerte de su amiga de la infancia, esa mañana, al hacer la llamada y mientras esperaba que lo llamaran de regreso, esperaba que si le daban una mala noticia, sería como perder a alguien con quien aún mantuviera contacto, una amiga importante. Imaginó conmoción y lágrimas, pero en ese momento, mientras la mujer del otro lado de la línea aguardaba con respetuosa cautela un tiempo prudente antes de preguntarle si seguía escuchando, sólo sintió vacío.
Por supuesto que lamentaba la muerte, y más aun que alguien que había sido tan importante terminara de ese modo, pero no era como imaginaba el dolor de la pérdida de alguien amado, al menos no en el presente. ¿Quién era en realidad la mujer que había muerto? Él conocía, él amó a la chica, a la adolescente, sufrió por su alejamiento, se preocupó por ella y lamentó no poder ayudarla a escapar de su madre y sus malas decisiones, pero dos o tres años después, a la mujer que encontró, la que encontró por casualidad del destino a través de una amiga de la universidad, la que estaba tan metida en las drogas que había perdido mucho de sí misma, no sabía quién era.
¿Lo recordaría Dana? Mientras estaba quizás en qué sitio, con quien o haciendo qué ¿Habrá pensado en él? Llevaba más de una década ayudando a su mantención y cuidado en ese centro, pero a esa mujer no la conocía, de igual forma que ella no lo había reconocido al volver a verlo; era duro, pero era la verdad, esa mujer que por desgracia vio truncada su existencia, se convirtió en alguien distinto a quien él recordaba, y ahora ambas estaban muertas.

Resultaba muy interesante. En tan sólo algunos días había aprendido muchas cosas nuevas, la principal de ellas, a diferenciar entre lo que le importaba en el presente, y lo que importaba hacia adelante o atrás; tiempo, vida y muerte, eran factores determinantes, suficientes para hacer tambalear su estado, con un cambio brusco en cualquiera de ellos.
El peligro de perder el trabajo hacía que se sintiera inseguro, perder a una amiga del pasado lo hacía ponerse triste, pensar que podía perder a su esposa o que la pasara algo al hijo  era una alerta. Y de alguna forma, esos sentimientos lo acompañaban en el sueño.
Estaba cansado, golpeado por diversos sentimientos, que involucraban distintas etapas de su vida; decidió que era el momento de hacer algo, de dar un golpe mucho más fuerte de lo que antes había pensado. Más que manipulación, iba a meterse en sus sueños.
Se concentró al máximo, y se metió muy adentro, muy profundo, buscando algo que pudiera permitirle hacer lo que quería; necesitaba aprovecharse de su sueño, y volverlo más vulnerable que nunca, para que no fuera capaz de recordar de inmediato lo que iba a hacer.
El hijo.
El hijo era producto de ambos, y en forma especial, era parte de sí mismo; se veía en él, quería protegerlo de todo y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de lograr ese fin. El hijo era su mayor amor, y al mismo tiempo, su mayor debilidad.

Ponte de pie, Vicente. Vamos a dar un paseo.
Todo estaba en penumbras; no era la oscuridad real, pero logró hacer que pensara que así lo era. Que mientras se ponía de pie, mientras bajaba la escalera, pensara que estaba en otro sitio, quieto y aún tendido en la cama. No acostumbraba despertar en la noche sin un motivo concreto ¿Se debería quizás a un efecto posterior a la ceremonia fúnebre? En su llegada comentó el asunto con Iris, y se sorprendió al verse a sí mismo tan tranquilo, encontrando en su mente el lugar correcto para la situación que había ocurrido: Dana ahora descansaba en paz, su sufrimiento y enajenación habían terminado, y él había tenido una posibilidad que pocas veces tenía el ser humano, la de sanar algo del dolor de una persona que quiso, después de perder el contacto por tanto tiempo. No se sentía como un filántropo ni nada por el estilo, lo suyo iba por el lado de restaurar algo de lo perdido ¿Quién podría haber imaginado que el destino de Dana iba a ser ese? Incluso con el brutal cambio en su vida, no parecía posible, y sin embargo algo la había empujado hacia un sitio desde donde no pudo volver; por lo menos no pasó los últimos tiempos en la calle, abandonada y sola.
Un momento.
Algo se remeció en su interior; el sueño estaba siendo demasiado vívido, extrayendo más detalles de los necesarios ¿Qué podía hacer? Si se despertaba en ese momento, todo estaría en riesgo.
Hacerlo conducir por una determinada ruta no era sencillo, y le exigió utilizar todas sus fuerzas para mantener el delicado equilibrio entre la realidad y la fantasía; hizo que el tiempo transcurriera con mucha lentitud, que pareciera que nada sucedía, hasta que la mujer estuvo frente a sus ojos. Ven conmigo, acompáñame, le dijo, y aunque ella lo miró con extrañeza, sorprendiéndose de su voz y la forma en que hablaba, lo acompañó.
Seguía quieto, tendido de espaldas, sin moverse ni un solo centímetro, con la vista fija al frente. Esa no era su habitación.
Intentó moverse, pero se encontró con que estaba por completo inmóvil.

— ¿Qué sucede?

Escuchaba su voz en su mente, pero no podía verbalizar las palabras ¿Dónde estaba, qué estaba pasando? Sintió que apretaba los puños y todos los músculos de su cuerpo se tensaban, como intentando soltarse de amarras invisibles que lo mantenían prisionero, pero no funcionó, seguía atado, hasta con la cabeza sujeta, mirando fijo al techo que no reconocía, al que no era del blanco albino de su cuarto.

—Estoy soñando.

Sí, es un sueño; la mujer estaba preocupada, se sentía extraña, quizás comprendiendo algo de lo que estaba pasando; sus fuerzas estaban al límite, pero no podía ceder; hizo que el tiempo siguiera al mismo ritmo, a la misma vez que lo obligaba a moverse, a hacer que su cuerpo obedeciera las órdenes, paso a paso y sin cuestionar.
Escuchó dentro de su cabeza las palabras, como dichas por alguien más con su misma voz, y trató de calmarse; esto es como cuando te estás quedando dormido y sientes que caes profundo, como si te precipitaras a un abismo. Piensa, es un efecto que está haciendo tu mente, no puedes moverte porque estás durmiendo. Estás durmiendo en tu cuarto, junto a Iris; deja de preocuparte, cálmate y relaja el cuerpo, todo está bien.
Pasaron algunos segundos más de incertidumbre, hasta que al fin se soltó de las amarras invisibles, sintiendo cómo todo el cuerpo se relajaba; está bien, se dijo, sólo sigue durmiendo.
Se presentó entonces un dilema que no había previsto. Estaba junto a ella, de pie fuera del auto en medio de la noche, en el sitio que escogió para realizarlo, pero se dio cuenta de que para eso, necesitaba más fuerza de la que era capaz de utilizar al mismo tiempo que lo mantenía sumido en un profundo sueño; para terminar con eso, era absolutamente necesario dirigir toda su fuerza a ese punto, a hacer que los brazos obedecieran, que los músculos siguieran el signo ya determinado. Pero no podía mantener el falso y lento sueño dentro de él y las acciones fuera.
Ya desde antes, cuando consiguió entrar en la mente de esa mujer en aquel sitio, sintió lo que era la libertad de estar dentro de un cuerpo que pudiera moverse, y aunque no le pertenecía y era un pasajero, de todos modos pudo acariciare, aunque fuera por cortos momentos, la posibilidad cierta de salir de ahí. Al tomar posesión del cuerpo de ella, modificaba algo en su mente, de manera similar a lo que había hecho antes con sus padres, pero más sutil, sólo usando una parte de su capacidad, por lo que tomaba el control, generando un vacío, un momento que no existiría jamás en su mente.
Podía hacer algo usando su cuerpo, pero dejando apagada su mente.
¿De qué serviría entonces hacer eso, cómo esa acción quedaría al descubierto? Una vez hecho, era probable que se perdiera la conexión entre ambos, y eso daba pie a que Vicente escondiera cualquier prueba, y al mismo tiempo, sintiéndose en peligro, levantara de forma inconciente barreras que lo protegieran de una nueva intrusión.

— ¿Dónde estoy?

Al sentirse liberado, la tranquilidad física no se traspasó a su mente; recordando que estaba durmiendo, se dijo que era lo mismo que cuando una persona sentía que se caía, y que por lo tanto, sólo debía controlar esa sensación, hasta borrarla. Tenía que decirle a su cuerpo que se moviera ¡Eso es! Tenía que moverse, y al cambiar de posición, tomaría conciencia de que eso no era más que un sueño absurdo, y podría seguir descansando. Miró a la izquierda, y aun entre la penumbra, sus ojos encontraron un afiche enmarcado: un super héroe infantil, muy colorido, con un traje con luces de neón enfrentando a un enemigo.
Sólo había una alternativa. Seguir hasta el final.

— ¿Qué?

Volteó la cabeza en sentido contrario ¿Por qué estaba soñando de esa manera? Mientras giraba la cabeza, a una velocidad que a él mismo le parecía enloquecedora, por su lentitud, reconoció el techo más oscuro que el de su cuarto: por supuesto, en ese techo él pegó diferentes figuras, como parte de la decoración. Tenía que voltear a la derecha, saber de forma concreta que lo que estaba sucediendo era algo en específico, pero…

—No…

Otra vez tenía los miembros agarrotados, como si un calambre se extendiera por todo su cuerpo; intentó con angustia moverse, hacer algo para que el movimiento fuera más rápido, pero le resultaba imposible incluso girar los ojos, como si los tuviera fijos de algún modo que no llegaba a identificar.

—No…no, no…

Un instante después quiso, y al mismo tiempo no quiso moverse; deseó con un temor irrefrenable que su cabeza dejara de voltear a la derecha, que sus ojos, ya acostumbrados a la penumbra, no vieran lo que estaban a punto de ver.
Tenía los pies adormecidos.
La cama de Benjamín era más pequeña que la de un adulto; medía casi un metro y medio, por lo que, si alguien de su estatura se tendía en ella, los pies quedarían por fuera. Estar mucho tiempo quieto sobre una superficie, puede generar adormecimiento de zonas del cuerpo, ya que se produce una interrupción en el correcto flujo sanguíneo, sobre todo a las extremidades.

—No…por favor…

Cuando al fin su cabeza terminó de girar hacia la derecha, sus ojos lo vieron, y Vicente pudo sentir dentro de sí como si algo se rompiese.

—Por Dios, no…no…

Quería gritar o moverse, pero otra vez estaba presa de esa sensación, que en esos momentos actuaba como una verdadera tortura; no podía gritar, ni moverse, en esos momentos no era más que una cáscara vacía, desprovista de todo sentimiento y toda reacción: por eso es que su cuerpo estaba entumecido, porque se había enfriado junto con su mente al ver el espectáculo que sus ojos no podían asimilar, ni su cerebro entender.

—Por favor no…

Benjamín estaba junto a él.
Su pequeño cuerpo estaba tendido de espalda, la cobija de color azul con figuras de Jimmy K, uno de sus tantos dibujos animados de la televisión a los que admiraba, cubriendo hasta la cintura; el torso, cubierto con el pijama blanco, mostraba el brazo izquierdo muy pegado al cuerpo, mientras el derecho estaba doblado, con la mano llevada hacia la cara.

—Dios, no…por favor no, mi niño…

Sentía que la respiración se cortaba y regresaba en espasmos regulares, como una válvula que era manejada por alguien más; su vista se encontró entonces con la de él, y vio sus ojos muy abiertos, fijos en los suyos, traspasándole un terror indescriptible, el mismo que, sin duda, había experimentado poco antes ¿Cuánto tiempo había pasado?
Eso era algo que jamás podría saber. Tomó el cuerpo de ella, que no opuso resistencia al no advertir lo que estaba a punto de suceder, y la sacudió con violencia, haciendo que su cabeza se estrellara contra la barrera metálica que separaba la vía del pequeño barranco. Ella emitió un sonido gutural, parecido a un grito, mientras su expresión variaba de la sorpresa, al miedo, y finalmente a la inconciencia. Arrojarla tras la barrera, y ver su cuerpo caer a través de los ojos de Vicente, fue al mismo tiempo un gran sentimiento de satisfacción y de peligro, porque esa descarga de energía era mayor a la que había previsto. El nexo empezó a tambalearse, lo que significaba que en cualquier momento volvería a despertar, echando por tierra todas las opciones; ya había tomado la decisión de realizar esa acción sin que él lo supiera, ahora no podía retroceder.
Necesitaba tocarlo, necesitaba saber a ciencia cierta que…pero era un sueño, estaba durmiendo, se lo dijo en repetidas oportunidades cuando abrió los ojos.
El sueño estaba saliéndose de control; lo que al mismo tiempo era su cuerpo azotando el de ella contra la rígida superficie en la realidad, era él descubriendo el cadáver del hijo en su propio cuarto. Tendría que causarle miedo, pero no contó con que el amor que sentía hacia él generaba un sentimiento de negación, con el que se hacía necesario establecer contacto físico para comprobar que en realidad estaba pasando eso. Pero tocar el cuerpo de su hijo en el sueño era lo mismo que tocar el de esa mujer en la realidad, y eso lo devolvía al peligro de que despertara y, asustado, escondiera todas las pruebas. La verdad debía surgir de otra manera.

—No puede ser…

Por primera vez escuchó su propia voz, saliendo al fin de su garganta, articulada por sus adormecidas cuerdas vocales, como un ahogado gemido, ininteligible incluso para sus oídos; estaba hablando, estaba recuperando la capacidad de moverse y de hablar, sólo para encontrarse petrificado por la escena que estaba presenciando, solo en la noche.
Los ojos de Benjamín, muy abiertos, fijos al frente pero sin ver, despojados del brillo y la alegría que lo caracterizaba, desprovistos de la inteligencia que tanto lo hacía crecer a él como padre.
Lo obligó a dejar de ver esos ojos tan abiertos de ella, y volver al auto. El control estaba siendo demasiado inestable ¿podría llegar a la casa de regreso? Sentía como si estuviera quebrándose en el trayecto, como si la energía puesta en esa tarea fuera tanta, que no era capaz de mantenerse a salvo, sufriendo él mismo las consecuencias de algo que no tenía que dañarlo a él.
Pero resistió, lo suficiente para devolverlo a la casa, al cuarto, justo un momento antes de que perdiera por completo el control sobre él.
¿Padre? Una palabra horrenda en esos momentos ¿Qué clase de monstruo podía haber hecho algo como eso? Su vista entonces se hizo un poco más clara, y también pudo tenderse de costado, más como una forma de arrastrarse hacia él, necesitando tocarlo pero sin tener el coraje para hacerlo; tenía la boca entreabierta, con un hilo de sangre marcando su inmaculada piel, cayendo sobre la almohada hundida bajo su cabecita.

—No…por Dios, no, no, no, no, no…

La almohada estaba manchada de sangre bajo la cara, una mancha roja que se veía oscura y nítida sobre el blanco de la tela; Vicente estaba temblando, lo supo tan sólo un momento después de ver el rastro rojo extendido bajo su carita, mientras su cerebro procesaba los datos, mientras su cabeza comprendía la demencial situación y mutaba la imagen de su hijo, por la de un cuerpo inerte, a sólo centímetros de él.

—Hijo…

Cuando habló otra vez, su resoplido movió de forma tenue los cabellos de la frente del pequeño; el cuarto siempre había tenido un tipo de iluminación especial en que la oscuridad no era completa durante la noche, y ahora que aún no era de madrugada, esa luz hacía convertirse en espectros hasta los más pequeños pliegues de la tela. Vio su mano izquierda levantarse hacia el diminuto cuerpo, y por un interminable segundo contempló los pliegues de las articulaciones de los dedos, remarcados por la luz oscura, convirtiendo su extremidad en la de alguien más, algo que no podía reconocer; en ese momento sintió la tibieza en el pecho, y de pronto estaba llevando ambas manos hacia el centro, directo sobre el esternón, tocando la tela de su propia camiseta, empapada.
Pero no se trataba de sudor, su cuerpo estaba tan frío en ese instante, que no podía secretar ningún tipo de fluido; supo con una atroz claridad lo que estaba tocando y quiso cerrar los ojos, pero era imposible, parecía condenado a ver todo, con lujo de detalles: despegó las manos del pecho, y al contemplar las palmas, las vio manchadas, del mismo color de la tela de la almohada bajo la cabeza del pequeño.

—Oh por Dios… ¿Qué he hecho?

Las imágenes del cuerpo de ella, tendido en el suelo entre unas matas, era demasiado fuerte, había traspasado la barrera entre el sueño y la realidad, por lo que no tuvo otra opción que transferir ese miedo y repugnancia al sueño que había creado para él, sin saber a ciencia cierta cuáles serían los resultados reales de ese experimento.
Un cuerpo adulto podía pesar entre setenta y cinco y noventa y cinco kilos en promedio; él a sus treinta y siete años pesaba ochenta, muchos de los cuales eran masa muscular, debido al ejercicio. Los músculos son más fuertes que la grasa. Ochenta kilos de peso inmóvil son más de lo que el cuerpo de un niño de siete años, que pesa una cuarta parte de eso, puede soportar.
No, no era posible.
Durante un momento, su vista tuvo en frente a sus manos manchadas, con la muestra en ellas del camino recorrido por la sangre, mientras de fondo, el cuerpo inmóvil, tan frío y quieto como una figura de cera, seguía estando allí. Jamás volvería a moverse, nunca otra vez reiría ni correría por la casa, ni lo escucharía llamarlo o enfadarse; estaba tan quieto, que más que la sangre o la irreal expresión de su rostro, fue esa quietud lo que hizo que Vicente experimentara un terror sin límites. Por un motivo que no alcanzaba a comprender, había entrado  a la habitación de su hijo, junto a la suya, y se había acostado en su cama ¿Qué tan preocupante podría ser algo como eso? Un gesto de cariño propio de un padre, pero un verdadero padre, un auténtico padre, no haría eso. Un padre de verdad habría tomado una precaución, habría puesto una almohada entre ellos, o siquiera tenido el sentido común de acompañar a su hijo en el sueño a prudente distancia.
El peso de su cuerpo, dormido, había matado a su hijo.

—No… ¡Nooooo!

Por fin la voz emergió de su garganta, desgarrando las vías e inundando sus propios oídos. Pero no fue un grito, fue una exhalación de aire que cubrió con sus manos, un gemido de dolor y de angustia sin precedentes que laceraba su boca y los tejidos internos, mientras con los dedos oprimía su cara, tapando la vía, clavando las uñas en la piel, sin sentir el gesto que hacía, pero siendo tan brutalmente consciente del calor de la sangre que impregnaba su rostro. El grito persistía, era como una fuerza que emanaba de su ser, algo que no podía controlar, así como no podía controlar nada en su cuerpo; al mismo tiempo sintió que presionaba con los brazos su torso, clavando los codos contra las costillas mientras los pulmones seguían expulsando aire. El sudor se extendía por su cuerpo, al mismo tiempo que sentía cómo los músculos del estómago, oprimidos por el esfuerzo del grito, se contracturaban más y más; pero nada de eso se igualaba a lo que estaba viendo, esa imagen lo perseguiría por siempre, hasta el fin de sus días.
En ese momento no pudo volver a establecer contacto, la mente de Vicente estaba muy contrariada como para hacerlo, de forma que sólo pudo esperar.
Había matado a su hijo.
Su hijo, ya no era más Benjamín, ahora sólo era un cuerpo, una masa tendida sobre una cama que ya no le pertenecía, empapado en sangre producto de la presión por intentar liberarse ¿Habría gritado? ¿Habría intentado, con sus pequeños pulmones, dar voces, pedir ayuda, habría suplicado a papá que lo dejara respirar? ¿Cuánto, en el nombre del cielo, habría durado esa agonía? Una de sus manos estaba llevada al cuello, lo que significaba sólo una cosa: había sentido el terror de quedarse sin aire. Ahí, en el sitio más acogedor para él de su casa, en el lugar en donde se sentía libre y a gusto, algo que era mucho más grande y fuerte había llegado a aplastarlo, a cubrir sus salidas y oscurecer de forma definitiva el cielo, borrando de su vista cualquier héroe de niñez, cualquier imagen gentil; no fue durante el sueño, ni siquiera existió para él ese mezquino consuelo, porque se despertó, y sin duda supo que estaba ocurriendo algo malo. De seguro intentó gritar, sin saber que, al hacerlo, se condenaba con más rapidez, sin comprender, en su infantil pero auténtica desesperación, que al gritar, al hacer esfuerzo por liberarse, y mover el cuerpo inmóvil sobre él, estaba gastando con más rapidez el escaso aire en sus pulmones, que a cada intento, a cada esfuerzo, agotaba con más rapidez la llama de su vida ¿Qué habrá dicho? ¿Lo habrá escuchado él, en sueños, sin comprender lo que estaba pasando, o sólo siguió tendido boca abajo, ignorante de todo suceso, sin percibir la desesperación? ¿No sintió nada, ni sus manitos forcejeando, ni sus gritos ahogados contra su pecho, ni siquiera los temblores convulsivos de su cuerpo cuando el final se sobrevenía?
¿Por qué? ¿Por qué había hecho algo como eso, cómo había sido capaz de trastocar un momento de amor y ternura en una pesadilla como esa?
No sabía si seguía gritando o se trataba del eco dentro de su cabeza, pero ese sonido, el de su propia voz desgarrándose, no se iría jamás, lo seguiría escuchando pasase lo que pasase; no estaba durmiendo, había despertado en el mismo momento en el que creyó hacerlo, y ante eso, nada era más real que la sangre que con sus manos había tocado y que ahora se mezclaba con el sudor de su rostro; la mandíbula seguía desencajada, como una mueca terrorífica, los dedos entumecidos, la palma izquierda sobre la boca, la derecha sobre ella, ambas cubriendo y a la vez presionando contra la cara, cada dedo marcando la piel.

De pronto pudo hacerlo, y sintió pánico de que todo hubiese terminado mal; por suerte, sin embargo, las cosas tomaron el curso que era más lógico para él; la mente de las personas a veces resultaba muy útil, como en ese caso en que asoció toda la experiencia, el cansancio y el miedo con lo más próximo que recordaba, el sueño que él le indujo a tener. Después de eso, pudo comprobar que, en efecto, algo se había roto en él, que la entrada a sus pensamientos era ahora más libre y al mismo tiempo, más frágil; ya no era sólo un visitante, ni alguien que lo controló en determinado momento, estaba ahí, en el mismo sitio que él, como una persona completa que estuviera parada junto a él, poniendo una mano sobre su hombro y diciéndole, a través de sutiles consejos, lo que era más conveniente hacer.
Pero estar ahí también era una fuente de riesgo, porque esa extrema cercanía podía hacer que se pusiera sobre aviso, que descubriera que las cosas ya no eran como antes; así, decidió hacer algo mucho más sutil de lo que jamás había intentado: ayudarlo.


3


El día había comenzado temprano, pero de ninguna manera tras un sueño reparador para Iris; durmió a saltos, preocupada a cada momento de que pudiera suceder algo, e incluso tuvo la idea, que puso en práctica, de dejar encendido el ya antiguo dispositivo de escucha a distancia, el que dejó de forma discreta en el cuarto de su hijo.

¿En qué se había convertido su vida?

No podía dejar de pensar en todas las conjeturas que estaba haciendo respecto de Vicente, su desaparición y la forma en que muchos hechos que no estaban conectados, y que parecían no tener relación alguna, terminaban encajando de una forma terrible en el panorama. Que su esposo, el hombre al que amaba, el padre de su hijo, estuviera afectado por una enfermedad mental que se desatara de forma inesperada, fulminante y repentina, era amenazador y al mismo tiempo un hecho que desestabilizaba todo lo que conocía. Pero estaba obligada a ser fuerte, y poner las cosas en orden; Juan Miguel había sido de ayuda la tarde anterior, pero en ese momento, quien tenía que tomar las riendas era ella, y tomar las decisiones que fueran necesarias para encontrar una salida, y mantener a su hijo lejos de cualquier tipo de peligro.
Mientras se arreglaba, no pudo evitar un estremecimiento al recordar otra vez el miedo en los ojos de su hijo ¿sería acaso que al ser un niño podía ver con más claridad cosas que ella, siendo adulta no? Independiente de los motivos, tuvo que tomar realmente en serio lo que estaba diciendo, ya que eso hacía cuadrar todas las cosas que antes no tenían sentido para ella; Vicente estaba pasando por algo que resultaba hasta ese momento inexplicable, y era vital hacer algo al respecto, para lo cual Benjamín tenía que estar fuera del radio de acción.
Seis cincuenta de la mañana, estaba preparada para lo que tuviera que hacer; entró de vuelta al cuarto, y tuvo un fugaz instante de debilidad al verlo vacío, tomando conciencia de que Vicente no había pasado la noche ahí, no por estar trabajando o en un viaje, sino por estar perdido. Se dejó llevar por ese sentimiento, y se acercó a su armario, el que abrió en un arranque de sentimentalismo que se criticó, pero que dejó que sucediera.
¿Dónde estaba?
Sabía que una persona con un trastorno mental podía tomar acciones inesperadas, entre las que se encontraba la evasión, pero al no tener claridad sobre lo que lo afectaba a él, el rango de posibilidades se hacía más amplio  y turbio. Necesitaba tener espacio y tiempo para encontrarlo y hallar la forma de ayudarlo. Jacinta le había dicho la noche anterior que no tenía problema en hacerse cargo de Benjamín y llevarlo a casa de su madre, quien también estaba al tanto –al menos de lo necesario- y dispuesta a pasar algo de tiempo de calidad con su nieto.
Entonces su vista se desplazó hacia algo que estaba en el suelo del armario empotrado en la pared, justo detrás de una caja que contenía algunas herramientas.

— ¿Qué es esto?

Se inclinó y movió la caja, encontrando lo que había llamado su atención: una remera blanca de media temporada, unos pantalones deportivos y unas zapatillas, sucios de tierra, la tela de ellos algo tiesa, por el sudor.

— ¿Por qué…?

La pregunta quedó vagando en el aire, mientras su mente viajaba más rápido. Ambos guardaban su ropa, o la sacaban para el lavado de forma independiente, haciéndose caro cada uno de su espacio, por lo que no resultaba necesario entrar al armario del otro; la última vez que ella había visto en ese armario fue cuando se acercó a mostrarle algo a Vicente en el móvil, exactamente el día antes que ella vendiera la galería de arte de la pintora. Vicente no había usado esa ropa desde entonces, ni mucho menos en el tiempo reciente; de hecho, esa ropa estaba colgada junto con otras prendas a la derecha, lista para el descarte.
Se levantó con la remera sucia en la mano izquierda, mientras con la derecha removía la ropa del otro extremo del armario; vio un gancho doble vacío.
¿Por qué habría ropa de Vicente sin lavar, tirada tantos días en el suelo, casi como si hubiese sido escondida ahí? ¿Por qué unas ropas que él no usaba desde hace mucho tiempo?

No tuvo tiempo de contestar ninguna de estas preguntas, el sonido de la puerta en el primer piso la interrumpió.



Próximo capítulo: Realidad

No vayas a casa Capítulo 22: Te busqué




Salió del centro tras una breve despedida, dejando el lugar sin mirar atrás; la mujer que lo atendió le dedicó una mirada benevolente, sonrió y le preguntó si iba a volver, a lo que él respondió que lo haría en algún momento, pronto.

—Le agradezco por su tiempo, estoy segura de que le ha hecho muy bien.
— Sí, yo también lo creo —replicó él con lentitud—, de hecho, estoy seguro de que me reconoció.

La mujer disimuló una mirada de incredulidad, pero guiada por el sentimiento que tenía con todos los internos, asintió levemente y respondió con naturalidad.

— Estuvo un largo rato ahí ¿Habló con él?
—Eso era lo más importante en todo esto —replicó de forma enigmática—. Necesitaba hablar con él, comunicarme de frente, sin disimular ni mentir.
—Comunicarse.

La expresión de ella no fue escéptica, pero se permitió la posibilidad de pedir algo de claridad sobre un asunto que en cualquier caso dejaba margen de especulación.

— ¿Nunca se ha preguntado qué es lo que están pensando? Me refiero a que ellos son personas como nosotros, aunque estén inmovilizadas.
—Eso lo sabemos con claridad —replicó la mujer con calma—, tenemos la experiencia, el testimonio si quiere, de que ese estado muchas veces anula las capacidades del afectado, pero esto no siempre es así. Personas que han despertado de un coma pueden haber percibido mucho de lo que pasa a su alrededor.
— ¿Y en este caso en especial?
— Creo que el caso de Jacobo no es más que la muestra de muchos otros casos como él.
—Debe estar muy solo, sin nadie de qué preocuparse, nadie con quien compartir sus penas y alegrías.
—Por desgracia —señaló ella—, la ciencia no ha avanzado lo suficiente aún como para permitirnos saber estos respuestas. Nos queda la tranquilidad de saber que aquí los cuidamos lo mejor que es posible, dándoles dignidad y un espacio que sea útil.
—Lo roté —dijo él—, hay una preocupación por cuidarlo, no es sólo tenerlo ahí como si fuera un mueble. Hay una pregunta que necesito hacerle antes de irme.
—Lo escucho.
— ¿Es normal que alguien en su condición viva tanto tiempo? Me refiero a que las personas que sufren una parálisis total, con todo ese deterioro —dudó antes de seguir—, pensé qué no vivían mucho.
—No, no lo hacen —replicó ella con calma—. La mayor parte de las personas con inmovilidad total comienzan a experimentar fallos de sistema mucho antes de los treinta, pero su caso es algo diferente.
— ¿Alguna razón en especial?
—Sería maravilloso poder saberlo —reflexionó la mujer—, pero lo cierto es que no hay un motivo especifico. A lo largo de los años, los exámenes han demostrado que más allá del deterioro propio de la enfermedad que lo dejó postrado, su cuerpo resiste muy bien el paso del tiempo.
—Tal vez tiene muchas ganas de vivir.
—Es posible.

2


— ¿De qué estás hablando hijo?

El niño se incorporó en la cama, Sentándose vuelto hacia ella, con los pies colgando. En su rostro había una inconfundible expresión de miedo, aunque también había confusión, una batalla que se libraba en su interior; sus ojos vagaban., erráticos de un punto a otro, como si de alguna forma temiese que ellos no fueran los únicos ahí. Ver esa expresión en el rostro de su hizo fue de un impacto atroz para ella.

—Hijo, quiero que me expliques de qué hablas.
—No quiero que te enfades conmigo.

Por un motivo que no supo identificar, Iris no pudo moverse del umbral de la puerta; debería avanzar unos cuantos pasos, pero no fue capaz de hacerlo ¿En qué clase de locura se había convertido su vida?

—No me voy a enfadar contigo, sólo quiero que me digas de qué se trata esto.

Su cuarto seguía siendo el mismo, con el tipo de iluminación que no admitía oscuridad total, y daba cierto realce a las figuras que estaban pegadas al techo; la luz permitía un descanso reparador, y en esas circunstancias, también ver todo con detalle. No había nada aterrador en ese cuarto, pero la expresión del niño le hizo entender que sucedía algo macabro a su alrededor.

—Cariño, tienes que decirle a mami.

¿Por qué se debatía tanto entre hablar y guardar silencio? Nunca había tenido problemas para expresarse, y de hecho su comportamiento ante distintos hechos siempre era directo, reflexivo y con opinión. Iris sonrió; sabiendo en el instante que eso no ocultaba por completo la verdad de sus convulsionados sentimientos.

—No quiero que venga.
— ¿De quién estás hablando?
—Me dio miedo verlo.

¿Por qué resultaba tan difícil hacer la pregunta que estaba en su mente desde un principio? Sintió terror de que cualquiera de las ideas que en los últimos segundo hubiera pasado por su cabeza, no fuera nada en comparación con lo que en realidad estaba sucediendo.

—Hijo, aquí solo estamos tú y yo. Y papá; ahora está un amigo. Es todo.

La expresión en el rostro de su hijo le hizo ver que estaba equivocada; tenía que acercarse a él, o después sería imposible salvar esa distancia.

—Escucha —dijo forzándose a sonar tranquila—, creo que no estoy comprendiendo ¿Me podrías explicar? Por favor.

El pequeño frunció el ceño, luchando por encontrar el modo de expresar algo que a todas luces era muy complejo. De pronto, una horrible idea pasó por la mente de la mujer. ¿Estaba hablando de alguien más? Nunca estaba solo en casa pero... Oh no, se dijo, en el nombre del cielo, no.
Avanzó temblorosa hacia él; el miedo a escuchar algo que le parecía inconcebible fue mayor a ese extraño sentimiento de lejanía que un segundo artes sentía en su interior, y eso la hizo llegar junto a lo cama y ponerse de cuclillas, mirándolo a sus ojos más abiertos de lo normal.

—Cuéntale a mami ¿Sí? Nadie más lo va a saber, será nuestro secreto.
— ¿Me lo prometes?

Benjamín  nunca pedía promesas a sus padres; Iris sintió que se le oprimía el corazón; todo lo que tenía en su poder en ese instante era su voz, y la fuerza que tuviera para hacerse convincente, para llegar a su hijo, que como nunca era una criatura pequeña, indefensa y sola.

—Claro que sí cariño. Por el meñique.

Al hacer ese leve contacto, sintió la piel fría junto a la suya, reacción que le dijo mucho más sobre el estado en el que se encontraba el pequeño que sus palabras hasta ese momento.

—Ayer por la tarde.
—De acuerdo, ayer por la tarde. Estábamos  tú y yo; llegó papá.

El niño hizo un gesto de negativa con la cabeza, tan leve, que casi pareció un estremecimiento.

— ¿Había alguien más?

El niño volvió a negar, aunque de forma. Imperceptible; Iris estuvo a punto de hacer una exclamación, pero se detuvo a tiempo, entendiendo que la débil energía que estaba impulsado a su hijo a hablar podía quebrarse. Aun que desde lo mas profundo del sentimiento se negaba tan siquiera a la posibilidad de que su hijo hubiese sito violentado de forma alguna, supo que ese era un piso que Tenia que dar, y que si era necesario, tendría que hacer las preguntas que fueran necesarias. Aguardó un momento, luchando por controlarse y ordenar sus ideas, y habló con la mayor serenidad de la que fue capaz.


— Bien, por favor dime a qué te refieres con eso.

El niño estaba sentado en el borde de la ama, ambos manos entrelazadas, estrujando los dedos en un acto que demostraba, una vez mis, lo difícil que era aquello para él; pero también era posible que no sólo fuera difícil de expresar, sino también de entender.

— Tranquilo hijo. Hace un momento dijiste que los ojos de papá eran muy oscuros.
— ¡No era papá!

El grito la tomó por sorpresa; el pequeño tenía los ojos llenos de lágrimas. Y un temblor en la mandíbula, el que poco a poco se extendía por su cuerpo.

— Está bien, no era papá – replicó con lentitud— ¿Podrías decirme por qué no era papá?
— Sus ojos –dijo él con un hilo de voz– los ojos de papá son …Son claros…
—Y en ese momento no lo eran.

Negó con la cabeza; otra vez su mirada se desenfocó, y movió la cabeza a los lados, buscando quizás en su entorno en las cosas que conocía un medio para graficar lo que estaba fuera de su campo de comprensión; pero no había nada fue lo pudiera ayudar.

— Eran muy oscuros –volvió a decir–. Eran oscuros, y malos. No era él, no quiero que me vuelva a mirar así.

Iris sintió una enorme confusión al escuchar esas palabras ¿Cómo podía ser y no ser la misma persona? Entonces recordó algo que ya había estado rondando en su mente desde antes, incluso desde la madrugada en que encontró a Vicente en la sala, ido y angustiado. La diferencia es que no lo vio de esa forma, no puso el énfasis en los mismos puntos; cuando su padre estaba en una etapa avanzada de la enfermedad, en determinado momento sucedió algo que le hizo entender que las cosas jamás iban a volver a ser como antes. Fue una tarde, en el jardín de la casa, en un instante de aparente tranquilidad; no fue ningún arrebato violento como otros, en esa ocasión no vio ese dolor o rabia en su interior, pero fue algo mucho más fuerte, con un significado enorme y desolador. Vio a su padre, al hombre que la tomó en sus brazos, al que la acompañó en su graduación, el mismo que se puso celoso y enfadado por su primer novio, y no pudo reconocerlo. Sus rasgos eran los mismos, pero la persona que había sido durante toda su vida ya no estaba ahí, había sido borrada por una enfermedad maldita, dejando en su lugar a un hombre que casi no podía valerse por sí mismo, y que a la vez era poseedor de un fuerza y agresividad que era inexplicable e imprevisible.
¿Era algo como eso lo que había visto su hijo? ¿Acaso las preguntas que planteó Vicente no eran más que una suerte de premonición ante algo que de verdad estaba pasado dentro de su mente?
El golpe.
Por un momento, tomó distancia de lo que estaba sucediendo dentro del cuarto de su hijo, y se obligó a pensar de forma más fría, considerando más opciones que las que estaban a la vista; cuando, algunos días atrás Vicente la golpeó, fue sorprendente, molesto y definitivamente una situación violenta, pero ella no lo tomó de otra forma. Y a juzgar por lo que él mismo le dijo después, haciendo conjeturas sobre lo que podía estarle pasando, tampoco hizo otro tipo de conexión. Se puso de pie con lentitud, mientras su mente salía del embotamiento en el que hasta ese momento estaba. Todo iba perfecto esa roche, y él se arriesgó con un juego íntimo, que de un momento a otro…

— Oh por Dios…

Mirando la situación en retrospectiva, lo primero que pensó cuando sucedió, cuando él pasó de las caricias a un golpe, fue que esa actitud, además de agresiva, no tenía nada que ver con él. Incluso, cuando hablaron después, ella le dijo que era como si en ese momento no lo conociera.
Como si no fuera él.
Y su mente viajó otra vez al pasado, cuando él le contó que había firmado el contrato para la nueva empresa; una acción llevada a cabo de golpe, sin tiempo para meditar o evaluar todas las opciones posibles, antes de poner en riesgo un trabajo seguro y con muchos años de estabilidad. Y antes, cuando tuvo esa pesadilla… aquel incidente en el que ya había estado pensando un par de minutos antes. ¿Cuántos otros podía haber? ¿Desde cuándo Vicente estaba viviendo esos cambios sin que ella lo supiera, sin si quiera saberlo él? Giró y volvió a mirar a su hijo, en una nueva dimensión que no había esperado vivenciar jamás.

— ¿Te hizo algo?
—No mamá.
—No me mientas.

El niño volvió a negar, aunque esta vez sólo con un movimiento de cabeza; Iris notó  áspera que había sonado su voz al hablar, y volvió a mirar a su hijo, poniéndose de cuclillas frente a él.

— Escucha cariño, no estoy enfadada ¿De acuerdo? Es sólo que recesito saber todo lo que ocurrió.

El niño seguía mirándola muy fijo, los ojos abiertos en la misma expresión de angustia de antes.

— ¿Podrías… podrías decirme si esto había pasado antes?

Negó otra vez de un modo casi imperceptible.

—De acuerdo.

Quiso decir algo más, pero se quedó por un momento sin palabras. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? La respuesta apareció clara en su mente, representando algo que sin duda sería un quiebre más; pensó que podía ser el principio del fin de su matrimonio, pero quedó en evidencia que las cosas se estaban destruyendo, al menos para Vicente, desde mucho antes que se lo dijera. Y quizás jamás lo supiera con exactitud.

—Escucha hijo, vamos a estar tranquilos ¿Está bien?

Él la miró con un dejo de ansiedad.

— No va a venir de nuevo –lo dijo con muy poca convicción, sintiéndose incapaz de verbalizar la conexión entre Vicente y Benjamín. De alguna marera sentía que, al no haber un una forma de referirse a la persona a quien su hijo se refería exactamente, decir de modo claro que ere su padre iba a crear una imagen definitiva en la mente del niño, con la que no podría luchar después para revertirla—. No va a volver a molestarte, ni a mirarte de esa forma.


3


—Vicente ¿dónde estás?

No todas las voces eran iguales. Al principio le costó entender que no se trataba solamente del tono que podían expresar, sino que en la mente de él, las voces tenían un significado diferente unas en relación con otras.

—Estoy a minutos de la casa —el vehículo comenzó a tomar otra ruta, distinta de la que tenía en un principio; los pensamientos también cambiaron de destino—. Si veo otro número antes de ver la fachada de mi casa al menos, me volveré loco.
—Acaban de llamarme de la escuela —a pesar de estar escuchando a través de un aparato mecánico, la voz tenía un significado para él. Era importante—, Benjamín se cayó, parece que se rompió un diente.

Eso significaba que las voces, aquello que sucedía en el exterior y que le estaba vetado, no sólo eran sonidos; de alguna manera se grababan en el interior de la persona, y adquirían un poder.

— ¿Por qué no me llamaron a mí? Les he dicho que no pueden molestarte porque podrías estar en un negocio muy importante.
—No lo sé ¿podrías ir? Estoy frente a la vieja galería de arte de la pintora de la que te hablé, y mis clientes están a treinta segundos de aquí.
—Ya voy en camino, despreocúpate, tan pronto sepa qué fue lo que pasó te dejo un mensaje en el chat directo, ahora ve por ellos y vende ese elefante blanco.
—Dios te escuche.
—Dios te compraría el edén si se lo ofrecieras.
—Gracias.
—A ti por hacerlo realidad. Un beso.
—Otro para ti.

Benjamín era el hijo de ambos; era el resultado de su unión, tanto como de la fornicación, ambas cosas que él sólo conocía desde lejos; era importante para ambos ¿Sería más importante que ella? La mujer a la que dejó poco antes no era importante, era nada más una diversión. En la entrada de la escuela se estacionó y fue directo a la entrada; lo que había pasado lo alteraba, y eso se anteponía a los otros sentimientos.

—Buenos días.
—Buenos días, necesito hablar con la directora Méndez en este momento.

El asistente que vigilaba la puerta lo miró, sin reconocerlo.

—Señor, para hablar con la señorita Méndez necesita una cita, si desea…
—No necesito una cita, mi hijo está en este establecimiento y acaba de tener un accidente, tengo que entrar ahora a ver qué ocurre con él, y tengo que hablar con la directora ahora mismo. Maestra Santibáñez. Maestra.

Se dirigió a una mujer mayor que estaba dentro del lugar; ella era alguien a quien él reconocía, pero no era importante, al menos no de la misma manera. Durante una milésima de segundo ella no se movió, al final se acercó a la puerta, asintiendo con la cabeza.

—Señor Sarmiento, buenos días.
—Lamento molestarla, pero acabo de enterarme que mi hijo sufrió un accidente.
—Debe estar en la enfermería, lo acompañaré.

Existían diferentes niveles de importancia para las personas que lo rodeaban ¿Cómo identificar cuál era el realmente más importante de todos? Necesitaba saber más.

— ¿Puede anotar al señor Sarmiento por favor? Se lo agradezco mucho.

Vicente la conocía, pero muy poco; en realidad ella le resultaba útil en esos momentos ¿por qué a ella no le importaba que él la utilizara? No le estaba sonriendo por otromotivo más que conseguir algo.

—Ya llegamos, al parecer está en la sala del.
—Se lo agradezco mucho.
—Recuerde tomarlo con calma —ella tenía un tono de voz que inspiraba autoridad. Era como la voz de las enfermeras en jefe—, no olvide que si su hijo sufrió un accidente, va a estar muy sensible a sus reacciones.
—Lo sé, es sólo que me preocupé, además que dejé instrucciones de que me avisaran a mí por cualquier situación y en lugar de eso llamaron a mi esposa; ya sabe que por su trabajo, ella puede perder un negocio que lleva semanas en realizar sólo por el hecho de que la interrumpan con una llamada. De hecho había pedido hablar con la directora.

La mujer le dedicó una mirada condescendiente; el tipo de mirada de la enfermera cuando lo miraba, en esas escasas ocasiones.

—Entiendo a qué se refiere, pero ya sabe que aquí algunos procedimientos aún son algo anticuados. Si habla con la directora no conseguirá mucho, pero vamos a hacer el siguiente trato: usted va a mantener la calma ahí dentro, y tan pronto como yo esté en la sala de notas, corregiré el orden de los números de teléfono almacenados; de esa forma, en el caso de que sea necesario, la secretaria que esté a cargo llamará a su número aunque no lo pretenda, y el objetivo se cumplirá de todas formas.

Entonces ella era un medio para entrar a la escuela sin tener que cumplir con lo que los otros hacían para hacerlo; la preocupación de él por el hijo era el motivo por el cual estaba alterado. Y ella lo ayudaba porque ¿por qué? Tal vez porque era su trabajo.

— ¿De verdad me ayudaría con este asunto?
—Por supuesto, no se diga más del asunto. Sólo necesito que se comprometa a mantenerse en su centro.
—Es una promesa.

La maestra se alejó, y Vicente entró en la enfermería; esos lugares eran todos iguales entonces, no se trataba sólo de los que había visto él en esos años. Esas paredes blancas, el techo iluminado, esa apariencia de que todo estaba bien. Ver al niño hizo que una oleada de sensaciones invadieran su mente, pero no eran del mismo tipo que otras que había visto antes. Era una fuerza, algo que lo relajaba, que hacía que la alteración de hace tan sólo unos segundos atrás remitiera.

—Hola papá.

El niño tenía un problema; y él pensaba que no era algo en verdad grave, pero se comportaba como si lo fuera ¿Para engañarlo?

— ¿Qué sucede, por qué esa cara?
—El diente se cayó —explicó con tono muy serio—, me caí, me pegué en la boca y el diente se salió.
— ¿Te duele?

Negó con la cabeza, pero su expresión decía lo contrario.

—Y si no te dolió, dime por qué tienes esa cara de tristeza.
—Porque tenía que salirse en casa, el ratón tiene un distrito y este no es su distrito, después ¿cómo va a saber que este diente es de su distrito y no lo robé?

En su mente, la respuesta sonaba a algo sin mucha sustancia, parecido a lo que escuchaba de personas que apenas conocía, pero en este caso quedaba ahí, y era importante para él.

—Creo que olvidaste algo muy importante sobre el ratón.

Benjamín lo miró sin demostrar estar de acuerdo con esa afirmación.

—Sé cómo funciona la corporación, el maestro Bigotes lo dijo todo muy claro.
—Y no dudo que lo sepas, pero no hablo de eso. ¿Recuerdas que el ratón viene a buscar tu diente cuando el radar recibe una alerta?
—Sí.
—Esa alerta es por un diente caído, y el ratón asignado debe ir por él esa misma noche; él no llega hasta tu habitación porque sí, llega porque tu diente activó esa señal al caerse, y seguirá emitiéndola hasta que lo recupere. Las señales de cada diente son únicas, por eso es que el ratón puede ir hasta el correcto, no importa lo que pase.

La cara del niño se iluminó; todo se trataba entonces de una película, un juego de niños, el que él seguía por el niño. Pero no pensaba estarlo engañando; se trataba de algo más, de una forma de entendimiento distinta.

— ¿Lo dices en serio?
— ¿Y cómo crees que recibí mis obsequios del ratón cuando tenía tu edad? La corporación existe desde siempre, sé cómo solucionan esos pequeños inconvenientes.

El niño sonrió, y se bajó de la camilla en la que estaba sentado, pero aunque estaba más animado gracias a la explicación que solucionaba su problema, aún tenía algo más en mente.

—Papá.
—Dime hijo.
—Si se me rompe un diente ¿me va a doler más que se haya salido este?

Entonces vio en la mente de él la respuesta; lo que esa mentira aparente provocaba era lo mismo que la generaba: amor. ¿Era entonces el amor una fuerza tan poderosa como para hacer que todo en él cambiara de un segundo a otro?

—Sí, te va a doler más, pero es como cuando te caes y te golpeas ¿recuerdas que se pasa luego?
—Sí. Soy valiente.
—Lo sé, confío en ti.

Salieron de la enfermería y caminaron por el pasillo hacia el patio. Durante esos breves segundos, esa sensación amorosa se intensificó; el contacto físico también ayudaba con eso, otra cosa más que él no tenía.

— ¿Vas a ser más cuidadoso?
—Sí papá.
—Eso me gusta mucho. Ahora papá debe seguir en el trabajo. Nos veremos más tarde ¿de acuerdo?
—Sí papá.

En efecto, se trataba de una fuerza muy poderosa, que residía en su interior.

—Vicente, tan temprano por aquí.
—Vengo a darme una ducha y salgo para el trabajo; apenas terminé lo de ayer.
—Parece que hay mucho trabajo.
—Si todo lo que ordené anoche quedó como quiero, entonces no debería haber tanto. Me llamaron de la escuela.

Llegó entonces a casa, a un sitio que provocaba otro tipo de sentimientos similares, pero no iguales ¿cuál era la diferencia central en eso? No podía amar una construcción que no era más que un sitio, pero al mismo tiempo, entendió que tenía un significado más concreto que eso. En ese momento estaba cansado, pero se sentía bien.

—Oh Dios ¿qué le sucedió a Benjamín?
—Nada grave, sólo es un golpe; vengo de allá, y por suerte está todo bien, excepto el asunto ese de los dientes para el ratón, pero creo que lo tengo controlado.

Esa mujer mayor sí era alguien a quien él apreciaba. Aprecio. Esa era una gran diferencia; había personas a las que amaba, y otras a las que sólo tenía simpatía, mientras que algunas estaban entre eso, seres a quienes consideraba pero no amaba. Ella era importante en la vida, pero no de forma tan directa, por lo tanto no servía.

—Qué alivio, por un momento pensé que podía ser algo grave.
—De todas maneras quiero ser un poco flexible con él por hoy, se portó muy bien y no lloró según la enfermera.
—No diga más, tengo unas frutas, haré su postre preferido para la tarde.
—Fantástico, se lo agradezco.

Entró a la casa y dejó la chaqueta del traje sobre el sofá. Se sentó, cerrando los ojos durante un momento.
Ahora las cosas tenían que ser diferentes, tenía que aprender las sutilezas que antes habían escapado a su control. Es sólo que era muy difícil hacerlo, la magnitud de sus actos no siempre quedaba en evidencia desde el primer momento; pero había aprendido con ellos que no podía simplemente actuar, porque después no podía revertir las cosas que hiciera de forma definitiva. A ellos, en cualquier caso, no le importó volverlos locos, porque no eran nada importante para él; sólo querían deshacerse de él desde un principio, y cuando él enfermó, ella se deshizo de él con toda rapidez, aunque de todos modos era tarde, y el daño hecho no podría ser salvado por nadie.
Pero Vicente era un caso diferente.
En este caso, no se trataba sólo de destruir por destruir, quería llegar mucho más lejos, y convencerlo de hacer algo que odiara, de hacerlo culpable de sus propios crímenes. Que pagara por lo que le había hecho. Pero tenía que hacer una prueba, así que buscó entre los recuerdos, y encontró uno que no era reciente, pero que de alguna forma siempre estaba ahí, casi siendo posible tocarlo.
La puerta de entrada se abrió, y en la sala entró el sol de la tarde, iluminando la estancia; estaba sentado en el viejo sofá, mirando sin demasiada atención hacia adelante, hasta que su visión fue inundada por Dana, que caminaba hacia él con esa gracia simple que la caracterizaba. No había en el mundo una mujer que pudiese parecerle más hermosa que ella, metida en esos jeans recortados hasta la mitad de los muslos y esa polera blanca ancha que ocultaba su silueta; le gustaba que no quisiera esforzarse por ser atractiva, y en cambio estaba segura de serlo. Los demás decían que era un poco marimacho, pero en realidad hablaban de esa forma porque Dana los intimidaba ¿quién más en el lugar sabía de mecánica sino ella? Ninguna otra mujer. Había crecido en un garaje con su padre y su tío, quienes la dejaron deambular entre juegos y preguntas curiosas; a menudo hablaban de esa época, la más feliz de su vida, cuando jugaba con las llaves y las tuercas en las tardes y se probaba el maquillaje y los vestidos de su madre los fines de semana. Cuando, como ella decía, la vida era perfecta; ahora era menos perfecta, pero no se dejaba apabullar por los cambios que habían ocurrido en su vida. Lo mejor de lo que había entre ellos y que no tenía nombre, era que podían hablar con un nivel de confianza que rayaba en lo infantil; con Dana no sentía vergüenza de nada, ni de ser inexperto, porque ella también lo era, y quería experimentar con él pero sin compromisos, sin hacer algo sólo por complacerlo. A diferencia de los otros, que buscaban a las chicas sólo por satisfacer su instinto de momento; en una ocasión, Vicente le dijo que eso lo había aprendido de su padre, la lección acerca de que cuando eres entregado en el sexo, lo que más recibes son beneficios. Pocos en el sector sabían lo de ellos, y menos aún alguien podía suponer que aún no habían llegado demasiado lejos; por las noches se torturaba y a la vez descargaba pensando en ella, recordando las cosas que hacían a veces, y al mismo tiempo ansiando llegar a más, pero se mantenía fiel a su postulado original, esperar a que ella quisiera hacer lo que se le diera la gana. Sus amigos decían que para iniciarse con todas las de la ley, tenía que salir de ahí y visitar la ciudad, que en ese pueblo alejado y con pocos habitantes resultaba muy difícil, pero Vicente no estaba en realidad preocupado por eso: sucedería de la mejor manera, no por una aventura de una noche.
El recuerdo comenzó a desvanecerse; estaba cansado, no era fácil hacer eso, invocar un recuerdo y hacer que lo viviera de forma vívida, casi como si estuviera pasando en ese momento. Además, la voz de la mujer mayor se interpuso, llamándolo a la conciencia.

—Te estabas quedando dormido.
—Eso parece.

El teléfono móvil estaba anunciando una llamada: miró en la pantalla y vio que se trataba de Joaquín, alguien cuyo nombre significaba amistad para él.

—Qué tal amigo.
—Vicente, escucha, deja lo que estés haciendo y ven a la oficina.

La llamada significaba algún tipo de problema en el trabajo; y quien llamaba, era alguien, un amigo, pero no tan relevante en su vida. Tampoco era relevante.

—Es posible que se haya roto una pierna además de los golpes, pero no parece nada más; sin contar todo esto por supuesto.
—Maldición, en diez minutos tiene que llegar el camión de Jorge.
—Esperemos que no pase nada grave, Abel estaba dando voces cuando se lo llevaron.
—Pero si fue su culpa.
—Por eso llamé a Sergio, porque me pareció que Abel podría querer aprovecharse del asunto, ya sabes cómo es.

Una situación extraña entre lo que antes había pasado con el niño, y lo que ahora pasaba con el hombre del que hablaban. Él no le importaba, su accidente tampoco.

—Oh cielos.
— ¿Qué pasa?
—Nada, es sólo que…

En ese momento recordó algo que se le había pasado por la mente poco después de aquel desagradable incidente: estaba revisando unas notas en la bodega principal sentado ante una mesita, cuando Abel pasó a su lado y le dio una patada accidental a su silla. Se disculpó de inmediato y sonaba sincero, pero no pudo evitar pensar, aunque no lo verbalizó, que si tenía por costumbre patear el mobiliario por no prestar atención a dónde ponía los pies, entonces le vendría bien quebrarse una pierna o caer por una escalera para aprender, antes que le causara un accidente a alguien más.

—Vas a pensar que es una tontería, pero hace tiempo deseaba que Abel tuviera un accidente.
—Casi la mayoría lo hemos pensado en algún momento, no tiene importancia.
—Te entiendo, es sólo que…no lo sé, tal vez es que funcionamos en frecuencias diferentes; sea como sea, tendré que tomar algunos días de descanso y abandonar las pistas, dejar que todo se calme; tendré que tomar algunos días de descanso y abandonar las pistas, dejar que todo se calme y luego ver qué hacer.

Entonces, en efecto esa  mujer no era relevante para él; había sido un divertimento, como otras a las que recordaba, pero nada más.
Una nueva llamada, de la esposa.

— ¿Vendiste la galería de arte?
—Sí, lo logré, fui brillante.
—Siempre eres brillante cariño ¿y a quien se la vendiste?
—A una sociedad sin fines de lucro dedicada a la preservación de los inmuebles dedicados al fomento del arte y la cultura.
—Por Dios, ese sí que es un nombre largo. Pero no entiendo, dijiste que esa galería estaba desvalorizada desde hace tiempo y que las obras perdieron mucho de su valor desde que la pintora desapareció del mapa para siempre después de esos escándalos con la prensa.

La noticia que ella le daba resultaba de inmediato en alegría para Vicente; entonces se sentía mejor con que las personas a las que amaba estuvieran mejor, y se angustiaba si ellas tenían alguna clase de problema.

—Sí, el tema es que en realidad sólo van a conservar el edificio, le cambiarán el nombre, rematarán los cuadros y pondrán en el interior algunas muestras de artistas de menos renombre y harán eventos como lanzamientos de libros o cócteles de la sociedad hípster; es decir que la galería les viene de lujo porque ya sabes que todos esos esnobs aman los edificios con historias macabras pero que hayan sido convenientemente redecorados y tengan mucha luz.

Mientras ella hablaba, él recordaba en parte el nerviosismo anterior; eso quería decir que cuando alguien que le importaba estaba mal, eso se transmitía a él, pero le costaba entender si era por asociación o por naturaleza. No, no podía ser algo natural, por fuerza debía ser algo aprendido, algo que nunca hizo con respecto a él en el pasado.

—Muy inteligente de tu parte, apuesto a que los atacaste con lo del rediseño.
—Cayeron rendidos a mis pies cuando les mostré lo versátil del interior del lugar y cité, por pura casualidad, algunas muestras de arte poco conocidas pero de gran valoración en el norte de Escocia.
—Eres brillante, te amo.
—Yo también te amo. Tengo que colgar, llegaré más temprano hoy, espero que puedas también.
—Me jugaré la vida porque así sea, tenemos mucho de qué hablar y no puedo esperar para darte un abrazo y beber un poco de esa cerveza especial para celebrar.
—Es un excelente momento para eso. Estaba pensando, de verdad esta vez tuve que poner mucha energía de mi parte, casi podría decir que lo conseguí sólo a punta de fuerza de voluntad.
—Por favor, eso sería subestimar tu talento.
—Para nada, nunca he sido supersticiosa y lo sabes, pero en un caso como este, con tanto en contra, en alguna parte de mi cabeza pienso que tal vez si no es la intervención de algo sobrenatural, los deseos que tienes porque algo se haga realidad producen un tipo de energía.
— ¿Te refieres a que produces ondas que le dicen al mundo “voy a lograrlo?”
—Exacto, justo algo como eso. Si no lo hubiera deseado tanto, si no hubiese querido con tanta fuerza no fracasar, no habría llegado a encontrar esos informes perdidos en internet con los que armé mi argumento de venta. Como cuando éramos niños ¿Cuánto tienes que desear que Santa te haga un regalo fabuloso para que esté en el árbol a la mañana siguiente? Tengo que colgar, te veo más tarde.
—Te veo más tarde.

Sí, los deseos más íntimos lograban cosas que resultaban increíbles. Él lo sabía, lo había puesto en práctica con ellos, cuando entendió que el silencio en el que estaba era mucho menos absoluto, y si bien un cárcel, jamás un encierro definitivo.

No siempre podía estar al pendiente; a veces, las cosas se diluían, por su propio cansancio, o porque alguien estaba cerca, interviniendo en su tranquilidad. Por suerte en el sitio en el que estaba esas personas no estaban siempre ahí, y podía actuar con más tranquilidad.

—Después de todos estos años, no quiero que nuestra relación se vuelva un compromiso, que estemos juntos porque ya hay algo armado; quiero que siga siendo real y que sepas que es real para mí.

Él mismo no sabía muy bien lo que estaba diciendo. De alguna forma, un hecho tan sencillo como recibir una llamada de ella diciendo que necesitaba su ayuda en un asunto familiar, más la experiencia de la noche pasada, habían causado un efecto que ahora, sólo por la noche, comenzaba a sentir. Sabía que ella era una mujer independiente y capaz, que de no tener a un hombre con ella, habría hecho las mismas cosas; en un caso como ese habría logrado hacer la venta de la galería y encargarse del pequeño accidente de su hijo sin desatender ninguna de las dos cosas, pero al saber que contaba con él, decidió de forma natural recurrir a su ayuda. No se trataba de delegar funciones, sino de apoyarse en alguien en quien podía confiar. Iris podía confiarle su hijo a él, sin cuestionarse nada al respecto, asumiendo que Vicente no sólo era un padre amante, sino un hombre capacitado para enfrentar situaciones familiares sin mayores inconvenientes. Eso hablaba del amor que le tenía, y por otra parte, sentir apretado el corazón al escuchar que podría pasarle algo a su hijo, y al mismo tiempo tener la imperiosa necesidad de quitarle a ella ese peso de encima decían mucho acerca de sus sentimientos: lo que le había comentado a Joaquín acerca de terminar sus correrías con aquella mujer era cierto, pero quizás, al menos de momento, se trataba de algo más, de mantener las cosas en un punto sin riesgo. Amor, nuevamente el nexo que lo unía; entonces se trataba de eso, cuando él amaba a alguien, formaba un lazo con esa persona, de un modo similar al que sus padres establecieron, o debieron establecer con él desde siempre, si no hubieran querido alejarlo y deshacerse de él. Cuando ese lazo estaba formado, pasaba a tener la necesidad de esa persona, y al mismo tiempo obtenía como recompensa el alivio y los sentimientos de calma y júbilo al ver sus logros o que estaba en buenas condiciones. Vicente era Vicente, pero en esos momentos también era la suma de las personas a las que amaba. Ella y el niño.

Abrió los ojos con el recuerdo vívido, casi frente a él; un recuerdo de la infancia, de la adolescencia, que se convirtió, a la larga, en la primera decepción que tuvo en su vida. Después de unos instantes de inmovilidad sobre el lecho, miró la hora en el despertador de su velador: Tres quince. Volteó hacia la derecha, y se encontró con la mirada de Dana, clavada en la suya, sus grandes ojos desprovistos de vida al mismo tiempo mirando en el fondo de él, como si buscaran algo, como si desearan alcanzarlo.

—Rayos.

¿Era entonces más simple de lo que parecía? ¿Se trataba sólo de buscar en sus recuerdos el que fuera el correcto, y utilizar ese poder en su beneficio? El amor pasado también existía, estaba arraigado en su interior aunque no pensaba en ello de común; pero cuando se despertó y tomó conciencia de todo, se disipó la posibilidad de manipularlo. Se resistía sin saber, evitaba el ataque sólo con estar conciente.
En ese caso, tendría que atacar durante el sueño.



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