No vayas a casa Capítulo 21: Esperé




Vicente sabía que llamar a su madre estaba descartado, al igual que intentar comunicarse con Iris. Sin embargo, a pesar de su firme decisión de permanecer desaparecido, resultaba evidente que tenía que hacer cosas que estaban más allá de lo que pudiese manejar a distancia, o desde las sombras.
Con mano temblorosa tomó el volante del auto, y enfiló el camino a alta velocidad por la carretera, rumbo a su destino; tal vez en su esclarecedor encuentro con Sofía Cabrales la apariencia habría sido irrelevante, pero para el resto, era vital aparentar ser la misma persona de siempre, no importaba si después salían a la luz situaciones inconexas y sin una explicación clara. Hizo una parada rápida en una tienda de ropa usada de nombre desconocido, compró algo rápido y en efectivo para pasar lo más desapercibido posible, y de inmediato fue al centro comercial ubicado en el extremo norte de la ciudad, donde ingresó a los baños con ducha; lo que podría haber sido relajante o agradable se convirtió en un simple trámite, donde se limpió de forma prolija, asegurándose de librarse de los malos olores, y se vistió con la ropa comprada poco antes, con la que se sintió cubierto pero con una extrañeza física, desconociendo la forma y las texturas. No importaba.
Se deshizo de su ropa a poco de salir del centro comercial, y tras dejar el entramado de calles que rodeaba el gigantesco complejo, tomó rumbo hacia el norte, hacia la zona de La campiña, en donde vivía una de las pocas personas que podía ayudarlo a conseguir información de primera mano; de camino pasó a una farmacia y compró lo necesario para disimular el golpe que se había dado en la frente, y algunas cosas que podía necesitar después.
Libertad Manrique era la madre de la señorita Santibáñez, quien hacía clases en la escuela a la que asistía Benjamín, y muchos años atrás fue maestra de Vicente, en la secundaria. Se trataba de una mujer amante de su profesión, que durante tres o cuatro décadas se dedicó en cuerpo y alma a enseñar y dar forma a los conocimientos que era necesario inculcar en los jóvenes; fue una mujer justa, clara, apasionada por el trabajo, de una inteligencia emocional muy desarrollada y un sentido común acertado y justo. En la actualidad, ya era una mujer octogenaria, que no enseñaba y tenía una vida tranquila en una casa adquirida gracias a su arduo trabajo, ubicada a no mucha distancia de las enormes zonas de cosecha de uva propiedad de una antigua familia viñatera; Vicente había estado allí sólo una vez, en compañía de Iris, cuando ambos estaban en busca de una escuela apropiada para su hijo. Sintió una puñalada de dolor al rememorar aquella ruta alegre y contrastarla con su oscuro presente, pero se obligó a mantener la calma, capacidad que sería vital en esta prueba en busca de información.

—Buenos días.

La mujer había encanecido, pero por lo demás se veía muy similar a la última vez: alta, fuerte, de estructura imponente, que ya en su edad la hacía inspirar respeto, junto a una mirada cansada pero sabia, de aun brillantes ojos oscuros.

—Señor Sarmiento, esto es en verdad una gran sorpresa.

La mujer sonrió al verlo, aunque sin disimular del todo la impresión al verlo, y la mirada no tan discreta al parche color piel que figuraba en su frente; Vicente se repitió lo mismo que había dicho antes, que era obligación mantener la calma, evitar cualquier respuesta comprometedora, conseguir la información, y sobre todas las cosas, salir de allí lo más pronto posible.

—Me da gusto verla señora Manrique.

La mujer hizo un asentimiento lento, mientras algo pasaba por su mente, idea o recuerdo que desechó para estrechar su mano de manera formal.

—Para mí también es un placer, aunque debo decir que es muy sorpresivo.

Hizo ademán para que entrase, ante lo que Vicente respondió entrando con una calma que sólo era exterior; se sentó sin pedir invitación en el sofá, mientras tragaba saliva, preparado para luchar por escucharse sereno y creíble.

—Lo lamento si la estoy interrumpiendo, no debí venir sin avisar.
—Tonterías —replicó ella con una débil aunque sincera sonrisa—, no es ninguna molestia, además a esta edad no tengo tantas ocupaciones; pero me sorprende esta visita.

Mientras viajaba en esa dirección, se había estado preguntando cómo decirlo, de forma que tomó la decisión de echar mano de un hecho muy cierto, y que, manejado de cierta forma, podría ser útil.

—Sé que es sorpresivo, lo que sucede es que necesito un tipo de información y creo que usted es la única persona que puede dármela.

Esa frase sonó convincente, puesto que ella se sentó frente a él, y asintió, atendiendo a cada una de sus palabras.

—Pues bien, escucho.

Pidió perdón por lo que estaba a punto de decir, pero era la única idea que tenía, y se estaba quedando sin tiempo.

— ¿Usted recuerda a Dana, la hija del mecánico?

Le tomó apenas un segundo, que parecía muy poco; pero en realidad, lo más probable es que su mete hubiese estado haciendo las conexiones y reuniendo la información desde el momento de saludarlo. Juntando datos, relacionando a unas personas con otras.

—Sí, la recuerdo, qué historia tan infortunada la de esa chica.
—Lamento decir que es así. Dana murió hace poco, fue una falla sistémica.

Al oírse decirlo, sonó frío e impersonal, como el diagnóstico de un profesional que no está involucrado con el asunto; pero era necesario no quebrarse. La mujer asintió con lentitud, con el rostro cambiando la expresión; fue un asomo de tristeza, pero en lo principal, de resignación. A su edad, de seguro ya había visto muchas muertes, y al ser maestra por años, lo más probable es que tampoco fuera la primera anticipada a la edad del afectado.

—Es una pena que haya ocurrido, espero que ahora esté en paz. Pero ¿por qué contarme esto ahora?

Era una pregunta obvia, dado el caso, pero revestía una importancia enorme; todo dependía de eso en ese instante.

—Dana fue una persona importante en mi juventud, y saber de su muerte fue un paso difícil de enfrentar —hizo una breve pausa; había ensayado eso, incluyendo las pausas y los tonos, bloqueando los sentimientos, concentrándose en la estrategia que le permitiría conseguir su objetivo. Sintió comezón en los adoloridos dedos, pero hizo caso omiso de ellos—. Ahora el pueblo en donde crecí, donde usted me enseñó, ya no es el mismo que cuando sucedió todo eso, y quise, intenté recuperar cosas y personas de esa época, pero me ha resultado muy difícil; hay alguien en particular a quien he tratado de encontrar, se trata de un amigo de mi infancia. Su nombre es Jacobo.

No pudo menos que advertir que el cuerpo de la mujer se envaraba, presa de una repentina sorpresa que a todas luces, no se esperaba; se aclaró la garganta al momento de responder.

—Jacobo, te refieres a un niño de...
—El chico que estaba inmovilizado. A él me refiero.

Ella hizo una pausa, de seguro recordando la compleja historia que rodeaba a ese niño, algo de lo que él tenía parte de la información, una parte que no quería que fuera realidad.

—No sabía que fueran, es decir, que tú lo conocieras.
—Cuando éramos pequeños estuve de visita en la casa de sus padres, durante bastante tiempo.

Podría haber sido más de un año, entre los siete y los ocho. Luego pasaron muchas cosas, pero Libertad ya era maestra en esos años, y su sentido social de seguro le hizo conocer a esa familia aunque su hijo jamás asistiría a la escuela.

—Entiendo. Bueno, como seguramente recuerdas, los padres decidieron irse del pueblo a la ciudad.

"Me abandonaste"

Las palabras aparecieron con un eco muy suave, pero se hicieron presentes; advirtió que la anciana notó su tensión y la forma en que apretaba las manos, y se quedó un instante pendiente de las marcas que tenía. Pero decidió no decir nada al respecto.

—Si mi memoria no falla, en el pueblo quedó viviendo un pariente de ellos, una prima.
—Sí, así es —replicó ella—, se trata de otra historia triste, por lo que parece.
— ¿Por qué lo dice?
—Los padres de Jacobo murieron.

Otra vez esa sensación, las ganas irrefrenables de salir corriendo de ahí, y no escuchar nada de lo que pudieran decirle. Como si la voz, ahora en silencio, en realidad estuviera ahí, aguardando con deleite a que todo lo dicho se volviera una realidad.

— ¿Murieron?
—Ocurrió pocos años después que se fueran del pueblo, seis si mal no recuerdo.

Seis años después de que se fueran del pueblo, es decir más de dos décadas atrás. Sintió escalofríos.

— ¿Sabe cómo murieron?
—A pesar de que siempre se dijo por parte de los profesionales que la enfermedad de Jacobo no era hereditaria, el tiempo demostró que sí había algo de eso, o mucho en realidad. Ambos comenzaron a experimentar trastornos, fallas mentales.

"Ya he estado fuera antes. Con ellos no funcionó tan bien, pero no importa. Nunca estuvieron, y luego nunca más"

—Fallas mentales, se refiere a alzheimer o algo parecido.
—No estoy informada de los detalles —dijo ella pausadamente—, pero sucedió algo parecido. Ella, me refiero a su prima Bernarda, me contó lo que estaba pasando. La madre fue la que más resistió, pero no podía hacerse cargo de su esposo y del hijo paralizado, y además de los problemas que ella misma estaba experimentando, así que no tuvo otra alternativa que dejar a su hijo en manos de una institución de salud pública, y aceptar la ayuda del estado para que a ella y a su esposo los internaran en un centro de tratamiento a personas con déficit mental moderado. Ambos fallecieron con muy poco tiempo de diferencia.

"Con ellos no funcionó tan bien"

Sintió un estremecimiento que nada tenía que ver con lo que antes le había provocado la voz. Como cualquier otra cosa en la vida, requería entrenamiento, y agredirlo de esa manera, meterse en su mente, no era una tarea sencilla; necesitó tiempo, pero también hacer pruebas, porque como él mismo se lo dijo con anterioridad, su plan original era hacer que él hiciera cosas sin saberlo, como en el caso de la muerte de Renata; había cometido un error al provocar la terrible pesadilla con su hijo, pero hasta antes de eso, su plan avanzaba de la forma correcta.
Porque había practicado con alguien antes.

"Y luego iré por tu esposa y tu hijo, y les haré a ellos lo mismo que a ti"

— ¿Sabe qué pasó con él? Es decir, me gustaría saber si es que también...

Ella negó con la cabeza; su expresión se había ido cansando con el relato de aquella historia, tal vez resultaba agotador recordar las tristezas por las que no se podía hacer nada.

—No, eso fue distinto; hasta donde sé, Jacobo fue, como comentaba, dejado en una institución de cuidado a pacientes inmovilizados, imagino que la Liga nacional para el cuidado. Después de la muerte de sus padres, no tuve nuevas noticias, ya que Bernarda también se fue del pueblo.

No estaba muerto; tuvo la seguridad de que, de los tres, él era el único que estaba vivo hasta el día de hoy. Tenía ganas de salir a toda velocidad de ahí, pero debía controlarse.

—Es una pena, no sabía nada de esto.
—Sí, es una lástima ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
—No, creo que eso es todo. Le agradezco mucho por su tiempo.
—No hay nada que agradecer. ¿Tu hijo está bien, la escuela va bien?
—Sí, fantástico —sonó demasiado falso, de modo que recapituló al instante—, la escuela le hace muy bien, ayudan a desarrollar su ingenio.

Salió del lugar aparentando calma tras la despedida, y regresó a la vía rápida, de regreso a la ciudad; en esos momentos no era necesario escuchar la voz, porque las palabras dichas antes volvían una y otra vez a su mente.

"Con ellos no funcionó tan bien"

¿Qué es lo que quería hacer, por qué utilizarlos de esa manera? Mientras conducía, se dijo que tenía que volver a la idea principal, es decir que estaba tratando con la mente de un niño, no la de un adulto. Un niño aterrador y malvado, pero niño al fin, alguien cuyos comportamientos no tenían por qué ser lógicos desde el punto de vista adulto, pero sí lo eran en su mundo. Jacobo estaba encerrado en sí mismo, era prisionero de un cuerpo que no funcionaba, y tuvo toda la vida para acumular rencor en contra de él, porque él lo abandonó, o no se mantuvo cerca de él cuando las cosas cambiaban. ¿De eso se trataba? Tuvo miedo de enfrentar la respuesta, pero se obligó a hacerlo y pensar con claridad al respecto: Vicente fue, de alguna manera, su primer amigo, alguien que jugó con él y lo hizo parte de su mundo; un mundo que después quedó en ruinas cuando se separaron.
Para los niños una separación de una amistad o incluso un juguete era algo trágico, que en su universo personal significaba el fin de todo lo que le importaba; eran pequeñas tragedias que les enseñaban a vivir, que eran llevadas por sus padres y encauzadas por ellos para que aprendieran las dificultades, o la forma en que funciona el mundo. Pero eso sólo era enseñado cuando sucedía, y los padres acompañaban a sus hijos en esos trances para ayudarlos poco a poco, viendo que la experiencia vivida era la más útil a la hora de crecer. Como cuando Benjamín vio al perro de su amiguito morir; en ese momento lloró y estuvo triste durante varios días, pero gracias a Iris y él aprendió a asimilarlo y enfrentar esa situación, de forma que cuando tiempo después vieron una película de dibujos animados donde moría una mascota, se lo tomó como algo natural que le provocó tristeza, pero que entendía.
Nadie le había enseñado nunca a Jacobo.
No sabía lo que era la compasión, ni el miedo a perder a alguien amado, mucho menos el valor de proteger o respetar, por lo que era lógico que, desde su perspectiva, pensara que lo natural era querer destruir a alguien a quien culpaba de su desgracia. En su mundo, el que se remitía a estar encerrado dentro de su propio cuerpo, Vicente fue una luz, alguien con quien sintió una conexión. Alguien a quien perdió.

"Me abandonaste, y tuve que volver a esta horrible oscuridad"

Desde su punto de vista, que era más estrecho, Vicente era culpable de su dolor, porque el regreso a algo doloroso siempre es peor cuando se ha estado en una situación mejor. Estaba inmóvil, dependiente, sin familia y solo, así que empleó la capacidad que sin duda tenía para cobrar revancha. Primero se vengó de sus padres, a quienes sin duda culpaba de su estado, y se metió en sus mentes hasta enloquecerlos; después, comprobó que, en efecto, podía hacer todo eso, y como si se tratase de un juguete nuevo, decidió probarlo hasta encontrar nuevos usos para aquel poder.
La sede central de Liga nacional para el cuidado estaba ubicada en el extremo poniente de la ciudad, paradójicamente de camino con el terreno abandonado donde fue afectado de manera más fuerte por el poder ejercido por Jacobo sobre él. Daban las once de la mañana y se sentía vacío por dentro, pero aun con energías para hacer lo que se proponía, y que en ese momento tenía toda su atención. La mujer que lo atendió en la oficina era muy diligente, y por lo visto acostumbrada a ver personas con diversas capacidades o heridas, ya que no hizo ademán alguno al ver el parche en la frente o las evidentes marcas que tenía en los dedos. Vicente le dio los datos, y la búsqueda no tardó mucho.

—Lo siento, pero no está bajo nuestro cuidado.
— ¿Desde cuándo?
—Hace mucho tiempo —replicó la mujer—. Disculpe ¿Usted me dijo que era un familiar?
—No, mi familia fue amiga de la suya hace mucho tiempo; estamos tratando de localizarlo, pero supe hace muy poco que sus padres murieron, y la última información que tengo es que ellos lo habían traído aquí.

Esa información daba sustento a sus palabras; la mujer asintió, concordando con los datos.

—Efectivamente, sus padres murieron. Poco tiempo después, es decir después de la muerte de ellos, su tía hizo los trámites para hacerse cargo de él, pero no dio resultado, no estaban dadas las condiciones para que ella pudiera hacerlo, de modo que le fue denegada —conforme hablaba, la historia se volvía más oscura— De todos modos no volvió a insistir. Luego dejó de estar a nuestro cargo.
—Creo que no entiendo ¿Por qué no se hicieron cargo de él?
—Porque los reglamentos eran diferentes en esa época —explicó la mujer—. En esos años, si una persona no tenía sostenedores, el cuidado pasaba a manos del estado, quien decidía dónde era atendida, y así fue en este caso, lo trasladaron a una sede pública, que está ubicada en San Alfonso del mar.

La tía que se fue del pueblo había intentado retirarlo, y luego de fracasar, lo llevaron a una institución pública; La liga era una especie de organismo no gubernamental, que recibía recursos de privados y trabajaba en concordancia con el estado, lo que generaba una relación compleja donde ambas partes tomaban decisiones respecto de quiénes y cómo eran atendidos; en la actualidad se trataba de una labor más sencilla y directa.

— ¿Y tiene alguna noticia de ella, o dónde podría ubicarla?
—Tenemos la dirección que registró cuando hizo la solicitud, pero ha pasado tanto tiempo...

Ya estaba empezando a dudar; alguien que no es un familiar, pero aparentemente cercano, que maneja datos acerca del caso pero no conoce a uno de los miembros de la familia resultaba sospechoso; decidió utilizar un argumento falso, pero que podría hacer efecto.

—Escuche, es muy importante; mi madre está muy enferma, y este es uno de sus deseos porque ella amadrinó a Jacobo, pero por diversas razones la vida nos separó. Ella quiere hacer algo al respecto, y yo quiero ayudarla; saber en dónde está, y poder retomar ese contacto sería un gran alivio para nosotros.

Sus palabras parecieron ser suficientes para la mujer; asintió con lentitud y habló en voz más baja, con cierto tono de confidencialidad.

—Escuche, puedo darle la dirección y el teléfono, pero no dispongo de nada más; y debe ser no oficial.
—Le aseguro que nadie sabrá esto.

La mujer apuntó los datos en una pequeña hoja de taco de apuntes y se la entregó.

—Sobre la institución a la que fue trasladado...
—No sabemos nada, sólo que en ese tiempo fue trasladado a ese sitio; después de eso, desconozco si quedó ahí, o siquiera si la sede existe, recuerde que hace unos años hubo un incendio enorme cerca de ahí.

Salió de las instalaciones de la Liga con la información en su poder; al tener apagado el móvil no podía comunicarse con nadie, de modo que hizo la llamada desde un teléfono público, el que le permitió comprobar que no estaba operativo.
Le quedaba la dirección, pero fue una decepción que le llevó menos de treinta minutos en confirmar: la dirección ni siquiera existía, había sido cambiada por un edificio de departamentos. Sólo le quedaba ir a San Alfonso del mar.


2


El nuevo lugar duró un tiempo determinado, pero terminó también. Fue sacado de ahí, llevado como un mueble hacia otro sitio, sin que a nadie le importara lo que pudiera pasar, aunque en esa ocasión, llevaba consigo el conocimiento que adquirió en su estadía, y desde luego las experiencias anteriores.
Antes había tenido la oportunidad de entrar en sus mentes, y carcomerlas, horadar sus cimientos hasta que se volvió para ellos algo contra lo que no podían combatir; cada vez que iban a visitarlo, cuando ponían esas caras de preocupación por él sin entender lo que le estaba pasando, él entraba en sus mentes, y causaba dos cosas que serían indispensables: los hacía necesitar ir, y al mismo tiempo los volvía inseguros. Después de un tiempo comenzó a ver el interior de sus mentes como un punto de sombras, ya que con su acción, repetida y fragmentada, todo lo que eran se fue volviendo más negro y sin una forma clara; cuando lo trasladaron hacia el tercer sitio ya había destruido las mentes de ellos, y escuchado de una de las dos mujeres que lo cuidaba la noticia, de que tras su desaparición, él sería enviado hacia otro sitio.
El poder era algo delicioso, y de alguna manera enceguecedor; la acción, depurada con el paso de cada uno de los largos minutos, se transformó de destrucción en ellos a control en ellas, a avanzar un paso más allá, a controlar sus acciones, y empezar a hacer cosas que no estaban hasta antes en su conocimiento.
Cuando la controló a ella, pudo por primera vez salir, y fue maravilloso y al mismo tiempo aterrador; podía moverse fuera de su cascarón, y ver a través de otros ojos, pero todo lo bueno que significaba eso se terminó cuando, a través de los ojos de ella, pudo ver el cascarón, la cosa que desde un principio se le había negado por completo ¿Era por eso entonces que nunca antes había sido expuesto a un espejo?
No sabía hacerla gritar, pero hubiera deseado poder, para exteriorizar, por primera vez, el infame dolor que esa visión le provocó: su cuerpo era una masa informe, un conjunto de órganos que, como una bolsa con forma, reposaba sobre una silla de ruedas, conectada a tubos y cables que se internaban en su cuerpo, realizando por él las funciones que no era capaz de realizar. Era un prisionero de ese cuerpo, al que tuvo que regresar cuando se agotó de todo ese esfuerzo. En su interior gritó, gritó hasta esparcir su dolor por todo el infinito de su silencio y soledad, pero no se quedó con eso: haber conocido ese estado, en el que él mismo estaba, fue la fuerza que necesitaba para hacer lo correcto, y cobrar venganza por el terrible daño sufrido; si Vicente era el culpable de ese dolor y angustia, debería pagar por todo eso.
Lo destruiría a cualquier precio.


3


Vicente descubrió que el dolor representado de los familiares abría muchas puertas, y decidió volver a utilizar eso en el siguiente paso del camino que estaba realizando. Utilizó en ello la mayor parte de la tarde, dándose tiempo sólo para comer algo, más por obligación que por deseo, pero al dar las seis, ya tenía en su poder el dato que necesitaba.
En efecto, la casa de reposo en donde, según la funcionaria de la Liga, había sido trasladado, ya no existía, pero a través de una sede en la ciudad, supo que Jacobo se encontraba en otra casa, ubicada en las afueras; distante de San Alfonso del mar por más de cien kilómetros, la localidad de Puente árido era pequeña pero urbanizada, y ofrecía tan pronto llegado, una visión clara del lugar: la casa estaba al final de una de las tres calles principales del lugar, precedida por un muro bajo de color blanco.

—Buenas tardes.

La mujer que lo recibió era una de las encargadas, pero eso no evitó que se creyera los cuentos que le dijo; Jacobo nunca había recibido visitas de nadie en todos esos años, ya que no tenía familia, de modo que era considerado como un gran antecedente y motivo de alegría que alguien se interesara por él. Vicente dio un nombre falso y motivos creíbles, sacados de la mentira dicha con anterioridad, y gracias a eso y una buena cuota de paciencia, pudo al fin llegar hasta su objetivo; mientras lo conducían a una pequeña habitación, ubicada al final del pasillo de la primera planta, entendió cuál era el motivo por el que Jacobo no estaba siempre presente, por qué incluso sus ataques habían sido parcelados: no se trataba de parte de su plan, sino de que no podía usar su poder cuando estaba en frente de alguien más. La mujer le había explicado que estuvo con un doctor que le realizó una serie de exámenes desde antes del mediodía, tiempo que concordaba con el transcurrido sin ser afectado por sus poderes.

—Le agradezco mucho esta posibilidad.
—Nosotros lo agradecemos en verdad, señor Gómez; que se haya tomado todas estas molestias, sólo por un amigo de su niñez, es loable.
—No merezco ningún halago —replicó él—, lo que estoy haciendo es sólo lo que debo.

La mujer le dedicó una mirada inquisitiva mientras ambos avanzaban por el pasillo, pero él optó por evitar dar mayor información; su nerviosismo había ido en aumento conforme se acercaba al edificio, y desapareciendo a medida que se acercaba a la habitación.

—Aquí estamos. Le ruego que no demuestre sorpresa al verlo, es muy probable que sea diferente a como usted lo recuerda.

Él asintió, y la mujer abrió la puerta.

—Hola, Jacobo.

EL saludo fue dicho con tranquilidad, sin incluir ningún sentimiento en él. Lo cierto es que en ese momento se sentía despojado de todo, más allá incluso de las cosas que estaban sucediendo en su vida; era el momento decisivo, todo terminaba ahí, sin importar de qué forma.

“No debiste venir”

Jacobo tenía la misma edad que él, pero el tiempo sin duda habría hecho cambios en su fisonomía, los que se veían aumentados por la enfermedad causante de su inmovilidad. Sobre la silla de ruedas reposaba el cuerpo inerte, en una posición que aparentaba ser normal, es decir la de una persona sentada, pero que no conseguía lograrlo del todo, resultaba difícil explicarlo.
Después de tantos años. De toda una vida, estaba parado frente a la persona que había destruido toda su vida, guiado por una venganza que seguía la lógica de un niño pequeño. Los ojos negros lo miraban fijo, con una intensidad que sólo él podía ver con claridad.

— ¿Le importaría dejarnos solos un tiempo?
—No hay problema con eso; de todos modos siempre está solo, le hará bien algo de compañía.
—Gracias.

La mujer cerró la puerta con suavidad al salir.

—Ha pasado mucho tiempo.

Dijo por Fin en voz alta; se trataba más bien de toda una vida, de que en los últimos 30 años no había pensado en él. El curso de su destino había sido distinto: conoció amigos, amores, gente con la que entró en contacto y también otros a los que dejó de ver; aquella época de juegos en el patio trasero de una casa estaba tan paradojalmente lejos como él estaba cerca de Jacobo.

“Así que viniste.”

Por primera vez la voz de Jacobo no estaba en su mente como todas las veces anteriores. Ahora era como si de un modo invisible surgiera de él, expandiéndose por la habitación como una suave brisa; al mismo tiempo, supo que de todas maneras nadie podría escuchar esa voz.

—Es necesario que hablemos.

“Ahora quieres hablar, ahora te importa”

—Ahora sé lo que está sucediendo, lo que sucede contigo... Y conmigo.

Ubicó la silla de madera a metro y medio de la que ocupaba el hombre postrado. Estaba casi en medio de la habitación, la puerta a la derecha, un pequeño rectángulo de ventana a la izquierda, y la cama inmaculada detrás de la silla eléctrica, junto a un mueble en donde, de seguro, estaban los medicamentos, suministros y mudas de ropa, entre otras cosas para hacer mis fácil su atención; a diferencia de las instalaciones de La liga, aquí todo era funcional. Ahora sentía una extraña calma, pero no pudo interpretar si se trataba de la previa a la tormenta, o algo mucho más grande que eso.

“Te odio”

—No creo que me odies —replicó en voz baja—, estás enfadado, y tienes motivos para estarlo, ya que tu vida ha sido mucho más difícil que la de la mayoría de las personas.

“Sólo hablas para tratar de confundirme”

Debió admitir en su yo interior; que era una dura prueba enfrentarse a él. A estar viéndolo todo con detalle, desde el mobiliario hasta el cuerpo de ese hombre: la musculatura desaparecida, el cuerpo delgado, dispuesto como un muñeco, sin movimiento propio, tan sólo el corazón latiendo a un ritmo lento, nada de vigor en él. La enfermedad que lo aquejaba había hecho estragos en su cuerpo por lo que ahora era la representación física del deterioro calculaba que serían aproximadamente de la misma estatura pero en su caso la musculatura y masa corporal eran prácticamente inexistentes lo habían vestido con camiseta y pantalones holgados lo que acentuaba su delgadez marcando los escuálidos muslos y las rodillas huesudas el torso habías ido acomodando de forma que pareciera estar sentado de manera natural lo que quizás influye influir en qué el efecto conseguido era justo el opuesto ya que estaba demasiado estático demasiado fijo y la ropa en este caso Tampoco conseguía ocultar la forma un poco hundida del pecho

—Hablo contigo porque es necesario que todo esto termine. Te estás destruyendo a ti mismo en el proceso. Y lo sabes.

Sin embargo, la voz tomó un curso de acción diferente a lo que él había estado hablando. En ese momento entendió que había cometido un gran error al entrar en ese cuarto.

—Jacobo...

"Viniste a mí, y ahora quieres marcharte. Yo digo que no'"

— ¿Qué es Yo que pretendes hacer?

Con horror vio que las cosas comenzaban a cambiar como nunca. Volvió a sentir el calor abrasador; pero en esa ocasión no fue algo que viniera del interior de su cuerpo. Era algo que provenía de él.

— ¿Qué estás haciendo?

Había procurado mostrarse sereno incluso cuando las cosas comenzaron a salirse de control, pero no pudo evitar cierta nota de pánico en la voz.

“Llegaste a mi lugar, a esta cárcel en la que me encuentro ¿Y crees que eso no tendrá ninguna consecuencia?"

No tuvo tiempo de ponerse de pie, ya que una fuerza invisible lo sujetó a la silla; el dolor del dedo estaba aumentando mucho también.

—Jacobo, esto tiene que parar.

El aire empezó a enrarecerse ¿De verdad podía tener semejante poder dentro de esa habitación?

—Si haces esto en este Sitio, te descubrirán.

Decir lo fue lo mismo que darle a Jacobo una pista sobre qué era lo que tenía que  hacer; pudo ver como surgía una corriente de aire desde el cuerpo inmóvil del otro hombre, y cómo ésta se expandía por toda la habitación. La puerta, ya cerrada, sufrió un leve estremecimiento, acompañado por un sonido similar a un silbido; esta acción se repitió en la vínica ventana del cuarto, un pequeño rectángulo por el que no entraba más que un poco de luz.

¿Qué estás haciendo?

Fue tarde para esa pregunta; la habitación estaba inundada por una especie de vapor invisible, que tan pronto apareció; se convirtió en algo más denso y difícil de respirar. Intentó ponerse de pie, pero descubrió que el mismo viento que remeció puerta y ventana había inmovilizado su cuerpo. Y la temperatura iba en aumento.

—Vas a conseguir que alguien te descubra.

Pero a él mismo sus palabras le sonaron vacías. La voz le contestó con autosuficiencia.

"Tal vez afuera no pueda hacerlo todavía, pero aquí soy el amo y señor. Aquí, todo va a quedar oculto porque he sellado cada hendija. Nadie va a escuchar tus gritos”

Los antebrazos de Vicente estaban sobre los apoya brazos de la silla, y por acción de esa fuerza invisible, sintió que el calor evaporaba la humedad propia de la piel, con lo que esta quedaba adherida, a la superficie; de forma automática recordó la profunda quemadura que tenía en la pierna desde el inicio de esa fatídica jornada.

“En este sitio, eres nadie ¡Yo soy el rey!”

El calor aumentó de golpe, asemejándose a la primera sensación experimentada al respecto; pero de alguna forma, haber sentido eso antes permitió que estuviera prevenido al respecto, por lo que contuvo la respiración lo suficiente para no perder la calma.

"¿Sabes cuánto he sufrido aquí?"

Los dedos se aferraron casi por inercia al borde del apoyabrazos, lo que hizo que la piel  frágil, resquebrajada por la acción anterior, se tensara sobre el músculo, casi llegando al límite de la resistencia.

"Yo solo… —la voz volvió a escucharse dolida, sufriendo por lo que estaba a punto de relatar— solo quería que alguien se preocupara por mí, que se interesaran, pero nadie nunca llegaba hasta donde yo estaba, y después, a nadie le importó."

— ¿A qué te refieres? ¿Qué fue lo que paso?
“Al principio, en el otro lugar, había personas, pero luego me trajeron aquí, y me olvidaron ¿sabes lo que es ser abandonado de nuevo, dejado sólo en este lugar?”

Se refería, sin duda,  al cambio sucedido entre el primer centro y este, donde había pasado la mayor parte de su vida; eso significaba que el odio y el resentimiento en su interior tenía dos fuentes, una de ellas causada por él, y otra por las políticas internas del sitio en el que se encontraba; lo más probable era que, por la continua escasez de recursos de las instituciones públicas, la atención en un sitio como ese quedara restringida a lo estrictamente necesario, es decir otorgarle los cuidados básicos ya que no podía realizar las funciones corporales por sí mismo, pero nada más. Es decir que las personas que, en el centro de atención de la liga, de seguro se ocupaban de hacer terapia corporal o acompañarlo, aquí no eran más que un recuerdo. Las mujeres a las que utilizó cuando comprendió el verdadero potencial de su mente habían escapado sin saberlo, del poderoso influjo, lo que de forma paradójica dio espacio para que el rencor creciera más y más dentro de él.

—Jacobo, sé que has estado solo, pero matar no va a ayudarte en nada.

"No trates de hacer parecer que esto te importa"

—Te lo dije antes, y lo vuelvo a decir ahora: estoy tratando de salvarte.

La nueva oleada de color fue mucho más intensa que la anterior; el aire se había vuelto muy pesado, y la temperatura continuaba subiendo; sintió cómo las grietas en los nudillos se resentían, al mismo tiempo que podía notar el vapor emanando de su cuerpo, a través de los poros. Lo que antes había sido como un rayo disparado contra su pierna, y luego como una ola sobre las manos, ahora era igual a estar en una sala de vapor con la temperatura al máximo, con la diferencia de que no podía levantarse y salir. ¿Acaso ese era su destino, en realidad el plan de Jacobo siempre fue obligarlo a ir hacia él, porque en ese sitio era en donde tenía real poder? Comprendió que el cuarto estaba cerrado, y que por obra de ese poder no solo las entradas estarían cerradas, sino que también el sonido quedaría circunscrito a esas paredes. Con la garganta secándose con rapidez, supo que no disponía de mucho tiempo, y si iba a tratar de terminar con todo eso, debía aplicar todo su ingenio.

—Jacobo, no puedes seguir de esta manera ¿No ves que no te lleva a nada?

"No importa lo que digas, nada hará que cambie de opinión”

—Estas destruyéndote, quiero ayudarte; sé que nunca vas a poder perdonarme por lo que sucedió cuando éramos niños… lo siento, de verdad.

El calor disminuyó de forma repentina; resultaba increíble la diferencia entre lo que Jacobo podía hacer sólo con el poder de su mente y lo incapaz que era de realizar hasta las más mínimas funciones corporales. Esa mezcla de extremos tan disímiles resultaba abrumadora.

“Tú no puedes imaginar por lo que he pasado”

La voz volvía a ser dolida; en ese momento, más allá de la fragilidad externa, lo que pudo ver fue el atormentado interior de ese hombre. Hasta el momento, había estado envuelto en una vorágine de sentimientos encontrados, pero cuando supo quién estaba en realidad detrás de todo eso, lo que se antepuso a todo fue el instinto de auto preservación, considerando a Jacobo como el enemigo al que había que plantar cara, y enfrentar. Sin embargo, ahora estaba presenciando algo por completo distinto, similar a lo escuchado antes, pero mucho más honesto y real. Si Jacobo funcionaba como un niño pequeño ¿No sería entonces un medio para llegar a él, identificar sus miedos más que sus rabias? Él ya sabía que tenía una gran capacidad, algo fuera de lo normal, y sabia también que era malvado, pero esa maldad fue originada por su sufrimiento. Tenía que pensar con más rapidez.

—Nunca se lo has dicho a nadie.

“¿Que?”

—Nunca has podido hablar con nadie, porque nadie puede oírte.

“Cállate”

—Dime ¿Pensaste alguna vez en liberarte de eso, en decirle a alguien que era lo que te estaba pasando?

“Cállate”

—Aprendiste a entrar en la mente de otras personas, pero aun así seguiste solo y aislado, porque de todas formas nadie te preguntó jamás qué es lo que sucedía contigo. Dime qué es lo que sentiste.

“¡Ya basta!”

La energía, que hasta entonces parecía haberse detenido, emanó como una explosión de viento que surgía del cuerpo inmóvil sobre la silla electrónica; Vicente fue arrojado al suelo en medio del revuelo de las ropas de la cama. Al menos eso le demostró que la fuerza que lo había estado sujetando ya no ejercía control sobre él; la pregunta entonces era ¿cuánto tiempo duraría?

— ¿Nunca has llorado verdad?

No, de seguro no sabría cómo se sentía eso.

“No puedo llorar. Aquí, en el lugar en el que estoy, solo puedo gritar, pero nadie nunca me escucha.”

— ¿Me gritabas a mí cuando éramos niños?

“Grité con tanta fuerza, tantas veces —la voz era ahora lastimera. Por primera vez se mostraba vulnerable—. Yo sólo quería que me escucharas, pero aunque estabas ahí, era como si yo estuviera en un abismo muy profundo, donde sólo había frío y sombras”

Vicente se puso de pie con mucho cuidado, lentamente, sin dejar de hacer contacto visual; por extraño que a él mismo le pareciera, dentro de ese cuarto la voz de Jacobo no estaba en su mente, daba la sensación de no ser necesario entrar en su cabeza, o quizás solo se trataba de que estaba usado su capacidad para controlar el aislamiento en esa habitación, por lo que no podía además hacer la otro.

—Me habría gustado poder escucharte.

“¡Pero no lo hiciste! Y seguiste ahí, fingiendo que te importaba, siendo feliz cuando todo para mí era un infierno”

—No podía escucharte —replicó Vicente, avanzando un tímido paso hacia él—. Ni yo ni nadie más podía.

“No querías”

—No podía. Debes comprender que lo que tú puedes hacer es especial, la mayoría del resto de nosotros no tiene esa capacidad. No fue por una mala intención.

“Siempre estuve solo. Siempre fui un objeto, una cosa en la que introducían mangueras, algo que se cambiaba de lugar, jamás algo con vida ¡Pero yo soy real!”

La energía volvió a brotar de él, pero fue una ráfaga, breve e inestable. Vicente sentía el corazón oprimido, latiendo con dificultad, pero se contuvo de hacer cualquier movimiento brusco; tenía que seguir hablando.

— ¿Extrañas a tus padres?

“Ellos nunca fueron nada; nunca les importé, por eso hice que se volvieran locos. Por eso los maté”

Ya había supuesto que se trataba de eso, pero escucharlo de forma directa, como una afirmación, fue mucho más fuerte de lo que esperaba. Sobre ellos, no dijo sólo de haberlos controlado, fue mucho más allá, especificando que los había asesinado. Cuando descubrió que sus padres habían muerto con muy poco tiempo de diferencia, se preguntó lo mismo que en ese momento ¿Por qué a ellos los enloqueció y a él no? ¿Por qué su poder con él se volvía irregular?
Porque ellos lo amaban, y ese lazo era mucho más fuerte, por lo que le daba más poder.

—Tus padres te amaban.

“No es cierto”

—Te amaban, y te cuidaron lo mejor que pudieron.

“¡Pero ellos nunca me escucharon!”

Vicente avanzó otro paso, con dificultad, luchando con la fuerza que, otra vez, emanaba de Jacobo; pero ahora era irregular, lo mismo que los sentimientos que estaba expresando. Tenía que hacer algo para mantener esa inestabilidad, aunque con eso estuviera cada ver más en peligro.

—Ellos te amaban Jacobo. Pero lo que tú puedes hacer, es algo fuera de todo lo que los demás conocieron ¿No te das cuenta de que ellos trataron de seguir contigo hasta el final?

—Te equivocas. Ellos me temían”

De pronto, fue como si pudiera ver como él, a través de los ojos negros de él; de la misma forma en que recordó el ataque a Nadia, entendió que lo que estaba pasando en ese momento era producido por la mente de Jacobo, y se quedó quieto, aguardando lo que pudiera suceder.
Todo se nubló, de forma similar a una película muy antigua, en donde podía ver sombras y tonos opacos, pero no ver con detalle lo que estaba sucediendo. El sonido, sin embargo, llegó con pasmosa claridad.

—No puedo hacerme cargo de él.
— ¿No tiene algún familiar que pueda ayudarla, señora?
—No.... no hay nadie. Y con mi esposo enfermo, yo... lo siento.

¿A quién le decía lo siento, a su interlocutora?

—Entiendo que esta es una situación complicada. Haremos lo posible por atenderlo aquí, pero debe tener en cuenta que si a usted la sucede algo... no podemos hacernos cargo si no hay familiar como sostenedor.
—Claro... tenemos la asignación del estado por su enfermedad, ahora  lo de mi esposo... pero entiendo, cuando yo no esté, él va a quedar solo.
—Los pacientes nunca quedan desamparados; quizás si no puede seguir internado aquí haya un cambio, pero no quedará desprotegido.

Una voz era anciana, o así lo parecía, cansada y sin fuerzas. La otra era joven pero experimentada, atenta aunque sin llegar  involucrarse.

—Estaría en una institución pública.
—Así es.
—Comprendo. Quizás sea lo mejor. Señorita, yo sólo...
—Tranquilícese, cuitaremos de él de la mejor forma.
—No es eso, es... sólo tenga cuidado con él.
—Lo cuidaremos.
—No, no es eso... sé que es una locura pero... tienen que atenderlo, sé que lo harán ahora que yo ya no puedo pero... es mi hijo y lo amo, he estado toda su vida cuidando de él pero... hay algo en él que... me da miedo.

El recuerdo o visión se disipó de golpe, devolviéndolo a la realidad; era la madre de Jacobo, la última que había estado con él, a todas luces, la primera que había descubierto lo peligroso que podía llegar a ser.

“Ellos nunca me escucharon”

—Estás equivocado —sentenció Vicente. No estaba siendo agresivo, pero era importante ser determinante en esos momentos—. Escucha, ellos te amaban, pero no conocían la capacidad que tienes; empezaron a enfermar y tú lo sabías, pero no pudiste ver el otro lado de la situación que se estaba dando.

"¡Ella me temía!”

—Porque supo lo que estabas haciéndole a tu padre, y a ella. Ella lo sabía y aun así no te dejó, hasta que la abandonaron las fuerzas.

“Me temía —repitió como un niño obstinado”

—Te temía y aun así no te abandonó mientras pudo.

Avanzó otro paso hacia él, sabiendo que ya no había vuelta atrás; todo iba a terminar muy pronto.

—Sé que has sufrido, y nada de lo que yo pueda decir es suficiente para mitigar tu dolor; pero tienes que saber que yo en verdad lo siento.

“Basta”

Se estaba desestabilizando, pero al mismo tiempo aumentaba el riesgo de que comenzara a notar que se estaba acercando; definitivamente no podía actuar de forma brusca, aun cuando en su interior todo se precipitaba.

—Has estado tanto tiempo solo —dijo en voz baja —, y sintiendo odio hacia los demás, que incluso perdiste la intención de buscar algo más.

“¿Qué estás haciendo?”

La voz se escuchó preocupada y confundida; el poder que fluía de su interior se volvió más denso, acaso una forma de protegerse, pero Vicente a estaba a menos de un paso de él.

— ¿Alguna ver sentiste amor?

“Aléjate de mí”

—No puedo. Jacobo, esto tiene que terminar. La energía que tienes, esta gran capacidad es algo fuera de lo común. Pero te está destruyendo.

“No me toques”

Nunca pensó que podría resolverse de esa manera; respiró profundo, dio el último paso.

—Déjame abrazarte.

Lo siguiente que escuchó fue una especie de gemido, un sonido gutural espantoso, que percibió hasta lo más profundo de su ser; mientras abrazaba ese cuerpo que no reaccionaba ante nada, descubrió que la estructura física no sólo era diferente a la vista, sino también en el tacto: no había resistencia, ni ningún movimiento muscular, y el latito del corazón resultaba un sonido lejano y monótono, al igual que la respiración, inducida por la casi invisible manguerilla transparente que iba desde el sistema ubicado tras la silla y que recorría un camino oculto hasta llegar a una de las fosas nasales. De pronto, todo el movimiento de energía cesó, como si se hubiese terminado la fuerza que causaba todo eso. Vicente siguió abrazando al hombre inmóvil, sin hablar.


4


Las luces de la casa habían estado apagadas durante todo el día, y probablemente lo estarían también durante la noche; Iris llevaba una tenida de estar en casa, compuesta por un pantalón semi deportivo con remera y zapatos bajos, y el cabello atado a la altura de la nuca. Cuando abrió la puerta, se encontró con Juan Miguel, serio pero con actitud serena.

—Hola.
—Disculpa por venir sin avisar —dijo él con lentitud—, pero creí que necesitabas algo de apoyo.

Iris valoró internamente que él no hiciera ningún gesto ni comentario sobre su aspecto; en esos momentos era lo que menos le preocupaba, pero estaba consciente de los ojos hinchados, y la descuidada imagen general que distaba tanto de lo usual en ella. Hizo un gesto para que entrara.

—Pasa.

Cerró la puerta y se sentó en la silla alta que tenía vista a la calle; esa casi obsesión por mirar al exterior, esperando, era algo que convertía todo eso en algo mucho más enfermizo.

— ¿Cómo está Benjamín?

Siempre le había agradado Juan Miguel. Tras esa montaña de músculos  e hiperactividad había un hombre inteligente, sensible, y que los quería mucho como familia. Y era también muy directo cuando era necesario.

—Sigue igual.
— ¿Los doctores no dijeron nada nuevo?

Iris hizo un gesto vago con las manos, que era a la vez de impotencia y de respuesta.

—No saben qué es lo que le sucede: a nivel físico está en las condiciones habitudes, no hay nada fuera de lo normal, pero. .

Por un momento se quedó sin palabras, ante un hecho que era más grande de lo que ella podía controlar.

—lris...
—Es como si estuviera —ahogó una risa que sonó por completo demencial—, es como si estuviera apagado ¿entiendes? No hay nada... quiero decir que es como un estado depresivo fulminante, pero no puede ser porque Vicente no aparece, aún no han pasado 24 horas, Benjamín no sabe nada de eso.

Juan Miguel se puso de pie mientras ella hablaba, y fue hasta el equipo de sonido ubicado cerca de una pared, donde apagó la música. Volvió a sentarse frente a ella.

—Cuanto hablamos a la hora de almuerzo me dijiste que estaba así desde ayer, pero no lo llevaste a un doctor.
—No lo supe identificar —replicó ella con impotencia—. Sólo pensé que era cansancio, nada en especial. Se fue a la cama más temprano, eso es todo. Hoy me levanté más temprano para llamar por una hora para atención y... Vicente ya no estaba; luego fui al cuarto, y pensé que sólo tenía un poco más de sueño de lo habitual pero... Juan Miguel, si tú lo hubieras visto, parecía que había perdido las ganas de vivir.

Tenía los ojos inundados en lágrimas, siendo esta la más clara evidencia de su nerviosismo, pero no lloró. Tenía que ser fuerte en ese momento.
Iris ya le había contado todo eso por teléfono alrededor del mediodía, cuando ya estaba buscando desesperadamente a su esposo; hablaron con detalle, y luego él fue a su casa, y salió de inmediato a buscar a Vicente en todos los lugares que pensó que podía estar, incluyendo su antiguo trabajo y haciendo contacto con sus ex compañeros. Pero nada dio resultado.

—Escucha Iris, tienes que entender que esto no es tu culpa.

Ella recobró algo de su serenidad, y respondió, más hablando sola que con él.

—Lo sé. Sé que no debo culparme, pero sabes que esto es difícil por mí, con la historia que tengo; siento como si toda la historia de mi padre estuviera regresando, pero de una forma más rapida, y más brutal.

Juan Miguel había estado retrasando la pregunta, sabiendo que no era un tema sencillo para ella; pero no tenía más alternativa.

—Hay algo que quiero preguntarte.
— ¿Qué es?
—Desde un principio me dijiste que Vicente no demostró ningún comportamiento extraño antes de que ocurriera todo esto pero ¿Estás completamente segura de eso?
—Claro que estoy segura.
—Iris, no estoy tratando de hacer que dudes de lo que recuerdos, pero tú misma dijiste que tienes una historia personal; es como si a mí me hablaran de accidentes de personas mayores en la bañera de su casa, puede haber elementos que te confundan, porque ya los has visto antes.
—Pero tú hablaste con él, me dijo que fueron a nadar —protestó ella con debilidad—. Si hubiera algo raro con él, tú lo habrías visto.
—No estuvimos tanto tiempo —reflexionó él—, y se veía como de costumbre, algo preocupado por lo del trabajo, pero nada más. Lo único que me llamó la atención fue el golpe en la pierna, pero no le pregunté nada.

Iris  levantó la vista hacia él.

— ¿Qué golpe?

En una pierna, justo detrás de la rodilla, de esos moratones que tienen algunas horas, pero según él no hacía ejercicio desde hace un tiempo; además es una manía mía por lo del deporte.

No, hace tiempo que no hacía deporte.

— Tal ver se hizo eso cuando saltó de la cama luego de...

Se quedó sin palabras cuando hizo las conexiones; Juan Miguel supo que estaba pasando algo.

— ¿Qué pasa?
—Tuvo esa pesadilla —murmuró mientras se ponía de pie casi por inercia—. Era de madrugada y yo tenía mucho sueño, así que me desperté cuando sentí el alboroto. Pero en ese momento... él estaba en ese estado cuando despiertas de una pesadilla, y me dijo que se sintió asustado.
— Pero...
— Pero esa no era su expresión. Su cara era de culpa.
— ¿Culpa con respecto a qué?
— No lo sé, pero... oh por Dios... Benjamín  se empezó a comportar de una forma extraña después de haber estado hablando con él…

No siguió hablando, y fue cono si algo se activara dentro de ella; subió con prisa las escaleras, llegando hasta el cuarto de su hijo en unos segundos, olvidándose de Juan Miguel.

—Benjamín.
—No quiero que venga mamá.

Era como si él supiera que ella iba a preguntarle eso; después de haber estado todo el día callado, sin querer hacer nada, ahora que estaba en su cuarto, encerrado por decisión propia, tenía algo que decir.

— ¿De qué estás hablando hijo?
—No quiero que venga.
— ¿Quién? —tuvo miedo de preguntar, pero tragó saliva y lo hizo— ¿no quieres que venga papá?
—No él —corrigió el niño, con un hilo de voz que demostraba el esfuerzo que hacía por hablar. Estaba recostado en la cama, dando la espalda a la puerta—. Me da miedo, me dan miedo sus ojos porque son muy oscuros, muy negros.



Próximo capítulo: Te busqué




No vayas a casa Capítulo 20: Comencé a ver




— ¿Qué ocurrió?
—No lo sé. Es decir, creo que me quedé dormida.

Las voces estaban ahí. Todo seguía, en apariencia, como siempre; pero a partir de ese momento, todo había cambiado para siempre.

—No te ves cansada.
—Es que no estoy cansada —replicó la otra voz—, estuve de descanso. No sé, fue raro, sólo empecé a leerle y de pronto, ya no recuerdo más.

Y jamás lo recordaría.

— ¿Te sientes bien? Tal vez fue una baja en las defensas, estamos empezando la primavera.
—No, para nada. Nunca me había pasado algo así, es como si mi cerebro se hubiera desactivado así, de pronto.
—Como por un interruptor.
—Exacto. Bueno, no importa, no es como que haya pasado nada grave ¿Verdad?
—Sólo dormiste casi dos horas, no hay nada de qué preocuparse.

Claro que no. Ese día, a través de un experimento, quizás solamente por curiosidad, exploró más allá de sí; necesitaba más, descubrir qué había más allá de su propio entendimiento. Tanto tiempo de escuchar, de ser parte del paisaje mientras recibía información, tenían que servir para algo. Dentro de esa prisión, presenciaba el ruido, escuchaba las voces, y veía el exterior a su alrededor, pero seguía dentro del maldito encierro, en esa condena. Conocía muchas cosas, era una esponja que absorbía y entendía todo lo que se le decía, y poco a poco entendió que la mente de los otros era compleja también, pero que la diferencia radicaba en que ellos no se dedicaban a entenderla, lo que los hacía limitarse; entender el funcionamiento propio, conocer los traumas, el origen de las obsesiones, las causantes de los trastornos y la conexión entre las más intrincadas formas de pensamiento, daba como resultado una comprensión mayor de la forma, y del ser. Así como había entendido el silencio que lo rodeaba y aplastó su existencia desde el inicio, así como supo comprender que las personas decían unas cosas que no eran en realidad lo que estaban pensando, con el fin de aparentar, supo también que había algo mucho más grande, negado en el exterior, pero no por ello inalcanzable.
Ella nunca sabría, lo que a través de su repentino sueño, había permitido que él hiciera.


2


Ver su piel quemándose por una acción desconocida y por completo inexplicable hizo que el dolor de aquella laceración fuera aún más intenso; o tal vez no más intenso, pero sí que tuviera un nivel de realidad que los anteriores hechos no tenían. Hizo un instintivo intento de cubrir la zona afectada con las manos, pero se reprimió, obligándose a ver lo que estaba pasando: La carne se abrió de igual forma que un cráter del porte de una moneda, convirtiéndose en piel quemada el borde exterior, y reduciéndose a cenizas la parte central, mientras quedaba a la vista la segunda capa de piel, sonrosada y más frágil que la exterior. Los temblores en la extremidad, y en todo su cuerpo, se hicieron más intensos, a medida que la quemazón se extendía, pero no hacia el borde, sino hacia las capas inferiores de la piel. Por un momento pudo ver la diferencia entre las capas, y cómo las inferiores adquirían un color rojo intenso, antes que las células que las componían se desintegraran, dando paso al nivel directamente inferior; en ese momento el dolor se hizo más intenso, y de inmediato se produjo una especie de corto circuito, por causa del efecto de la destrucción de las terminales nerviosas; en seguida, quedó a la vista una capa pulposa de un color menos sonrosado, que ante la acción invisible del calor emitió un líquido que comenzó a esparcirse por los bordes. Pasada esa barrera, la quemazón llegó hasta los vasos sanguíneos, que explotaron por la presión del calor, liberando pequeñas cantidades de sangre que se mezclaron con los fluidos emanados por el cuerpo. La piel, entonces, se ennegreció, y el olor acre de la materia quemada se hizo más persistente; al fin, el diámetro de la quemadura terminó siendo de unos dos centímetros, de la forma casi perfecta de un círculo. Vicente jadeaba de manera incesante, llevadas las manos a la pierna lacerada, rodeando la herida que, aun habiendo terminado el efecto invisible sobre ella, latía con fuerza por el daño recibido.

"Vas a aprender a respetarme"

Vicente tosió, expulsando junto con saliva algo de sangre, probablemente por el esfuerzo del grito al sentir la nueva oleada de dolor; estaba mirando aún la herida, víctima de una fascinación inexplicable que le impedía dejar de mirar en tétrico espectáculo creado frente a él; con los músculos apretados  hizo un nuevo esfuerzo, y se impulsó desde el suelo en donde estaba acurrucado, sintiendo que era una necesidad tan vital como descubrir quién estaba detrás de todo eso, lograr oponerse a la quietud, evitar que el sufrimiento lo congelara, y mantenerse en movimiento. Las piernas no respondían con rapidez ni fuerza, sentía los estertores en las cuatro extremidades junto a un cansancio que nunca había conocido, pero aún no se rindió, levantando la cabeza y poniéndose a cuatro patas, mirando hacia el auto que sería el único objeto al que podría recurrir como apoyo a la hora de ponerse de pie. Avanzó, arrastrando manos y pies, confirmando en el acto el terrible esfuerzo que suponía, casi como si jamás antes de hubiera movido con libertad.

"Ruega"

Esta vez, la misma sensación de calor insoportable la sintió en la espalda, a través de la espina dorsal, aunque no fue tan fuerte como para hacerlo perder el control.

"Vas a quemarte por completo, haré tantas heridas en ti como quiera, porque yo soy tu amo"

Vicente apretó los dientes, haciéndolos rechinar, mientras combatía con la sensación de calor atroz que se expandía como una corriente a través de cada vértebra, subiendo hasta volverse un remolino en torno al cuello.

—No eres nada, no... no serás nada sin mí.

Se arrastró unos dolorosos pasos más, estando ya a punto de tocar el costado del automóvil. Luchó contra la fuerza que quebraba la resistencia de cada disco en su espina dorsal y presionaba el cuello y la base del cráneo hacia el suelo, y se apoyó en la puerta del auto, prácticamente escalando por ella, hasta ponerse de pie. El dolor quemante iba desde la nuca hasta la espalda baja, causando movimientos espasmódicos en él, junto con la percepción interna de que los órganos estaban comprimiéndose a ritmo continuo. La voz, dominante por completo, se elevó una vez más, más poderosa que antes, evidenciando su dominación absoluta.

"Esas manos han sido el puente para que tengas tantas cosas, y no las mereces. Las perderás"

El hombre vio con horror que la acción de calor antes sentida en la pierna, se replicó de forma idéntica en las manos, a partir de las yemas de los dedos y extendiéndose por las falanges; sus dedos se crisparon en un gesto de dolor puro, y un instante después la piel comenzó a cambiar de color, enrojeciéndose más y más. Intentó liberar las manos de la posición en la que estaban, pero fue como si por acción del calor, los miembros hubiesen quedado adheridos al metal, que sin embargo estaba frío por contraposición; no quedaba en sus pulmones aire, ni en sus cuerdas vocales fuerza para emitir un grito, de modo que lo que ocurrió fue una exclamación muda, con la cabeza irrealmente echada hacia atrás y la espalda arqueada. Una sacudida lo hizo torcerse hacia el auto, lo que permitió que viera la forma en que la piel de los dedos comenzaba a escamarse; en el borde de las uñas las células estallaron, dejando espacio para que el calor invisible entrara y levantara la superficie: los cientos de pequeños nervios se volvieron de color gris oscuro, transmitiendo una nueva oleada de dolor, que al tiempo le hizo sentir pánico de separar las manos del metal ante la amenaza de que parte de la carne quedara adherida sin remedio. Sus brazos temblaron sin control, y pocos momentos después, el doloroso tormento llegó a su punto más fuerte, que fue cuando se abrieron surcos a lo largo de los dedos, los que dejaron por completo al descubierto el hueso, rodeado de los nervios y los despojos de músculos que habían sido destrozados, mientras la sangre era expulsada de las venas ahora abiertas, y se carbonizaba al instante, cayendo sobre el dorso convertida en cenizas oscuras.

"Yo mando en ti ahora. Vas a sentir lo que yo quiera, porque soy tu amo. En tu mundo, yo soy tu rey"

Dentro de la vorágine de sensaciones, y el terror que estaba sintiendo al ver que sus manos comenzaban a estragarse, como paso previo a la desintegración, las últimas palabras llegaron a la mente de Vicente con demasiada claridad.

— ¿Qué?

La voz no contestó, y por un instante, fue como si todo lo demás pasara a un segundo plano, incluso el terrible dolor que estaba sintiendo desde el interior de los huesos. En tu mundo, yo soy tu rey.

—No...no puede ser...

El dolor arreció en una oleada más, pero de inmediato remitió un poco. La mirada de Vicente se desplazó hacia arriba, y luego hizo un esfuerzo por concentrarla en las manos, aún pegadas al techo del auto: las heridas, como grandes tajos a lo largo de los dedos, estaban presentes, pero no eran tan profundas como las había visto un segundo antes; lucían como marcas de resequedad, enrojecidas, pero manteniendo la capa de piel protegiendo los órganos todavía. Lo que había visto era una anticipación de lo que estaba a punto de suceder. Respirando con dificultad, con el corazón azotando con extrema violencia el pecho, se inclinó con torpeza, y verificó que la pierna sí tenía la grave herida, que enviaba a su sistema nervioso una constante señal de dolor; tenía los dedos acalambrados y le dolían mucho, pero el tiempo pasado en esta ocasión era en realidad menor que la vez anterior, por lo que el acceso de esa fuerza no alcanzó a hacer el mismo efecto.

—En tu mundo, yo soy tu rey...

Lo dijo con voz apenas audible por el desgaste de la garganta, pero para él tuvo un significado enorme.

—Tú me conoces, tú me has visto...

De todos modos, le costó concentrar las ideas y tener claridad de lo que estaba pasando; esa era la explicación, ese era el motivo por el que no entendía lo que estaba pasando, porque, tal como dijo Sofía, lo que le ocurría era provocado por alguien más, alguien a quien él podría haber dañado sin saberlo. Jamás podría haberlo sabido.

—Yo te conozco. Yo sé quién eres.

"¡Tú no sabes nada!"

La voz emitió un nuevo grito, impregnado de furia, pero esta vez, a pesar incluso de los dolores y de la pesadez mental, pudo identificar algo más: duda.

—Sí, lo sé. Sé quién eres...Jacobo...

"¡Nooooo!"

El grito esta vez fue inconfundiblemente de miedo; a la vez, sintió como si miles de agujas penetraran por los poros, y se cubrió la cara al tiempo que antebrazos y piernas resultaban los más afectados; extenuado, se derrumbó de rodillas en el suelo, resistiendo cada pequeño pero poderoso impacto sin moverse; detectó que, a  pesar de ser fuerte y estar en miles de puntos, ese ataque era menos poderoso que los otros dos, porque no era concentrado. Obedecía más a la desesperación que a la cuidada planeación anterior, y eso le restaba poder. Poco después el dolor desapareció, y Vicente quedó arrodillado otra vez en el suelo, cubriendo el rostro con las manos, intentando recuperar el ritmo de la respiración.

—Jacobo... Es imposible pero... Pero eres tú...

La voz no respondió, sin embargo Vicente supo que seguía ahí, igual que lo había sabido las veces anteriores. Estaba ahí, al mismo tiempo en su cabeza, y en otro sitio que no podía identificar.

—Después de todos estos años, eres tú.

Esta vez no dudó, hizo la afirmación con seguridad, sabiendo que esa era, por fin, la verdad detrás de todo lo que no podía explicar. La voz pertenecía a Jacobo, y aunque resultara imposible a la razón, era por completo cierto que se trataba de él. Nadie más en el mundo podría haber conocido la expresión "En tu mundo, yo soy tu rey"

—Sé que me oyes, Jacobo. Sé que estás escuchando cada palabra, cada maldita palabra que estoy diciendo.

Siguió sin hablar, pero a la vez, sin hacer nada más en su contra. El poder que tenía en su contra estaba tambaleándose, sólo con el reconocimiento de por medio.
¿Cómo podría haber sabido? Era imposible, nunca habría imaginado que una historia tan antigua, y con esas características en particular, pudiera hacerlo terminar en esas condiciones, y expuesto a tal clase de sufrimiento.


3


Durante muchos días, mucho tiempo, no hubo nada; todo quedó en silencio, y sus ojos, prisioneros de la cárcel en la que se encontraba, vieron de forma continua sólo las deslucidas paredes, y a una persona que entraba para lo necesario, pero sin hablar, sin considerar siquiera aparentar que le importaba su existencia. De pronto, las voces volvieron, al mismo tiempo que los cambios en el lugar se hicieron evidentes, junto con el movimiento.

— ¿Alguien dijo qué va a pasar ahora con él?
—Van a enviarlo a otra parte, a otro centro —dijo la otra voz, de forma impersonal—, ya sabes que existen los programas del estado que se hacen cargo de las personas en su situación.

Hubo movimiento, lo estaban moviendo a él.

—Este tiempo leyendo cuentos y libros fue extraño, si lo piensas bien.
—Vamos, nos pagan por hacer estos turnos de cuidar a estas personas, se supone que hagamos algo de interacción, no como otros que vienen y se quedan hablando por teléfono.
—Puede ser que tengas razón.
—A otros se les puede hacer terapia kinesiológica, lo que en este caso no tiene ningún sentido, así que leerle fue buena opción.
—Aunque te confieso que con el tiempo empecé a perder el interés; hablar tanto era un poco cansador, y los libros del depósito son muy técnicos, con todo ese lenguaje complicado.
—A mí también me pasó. Pero en fin, ahora saldrán otros empleos para nosotras, y este termina. Tenemos que dejarlo en la entrada para que lo trasladen a la ambulancia.


4


Se vio en la obligación de descansar; después de la experiencia vivida y el impacto del descubrimiento realizado, Vicente estaba agotado en mente al igual que en cuerpo. Se sentó en el asiento del piloto, con las piernas por fuera, dejando reposar el dolorido cuerpo en la suave cubierta e ignorando la desagradable mezcla de sudor, tierra y asco que lo embargaba físicamente. Quedó contemplando sus manos durante largo rato, como si de alguna forma las heridas que tenía no coincidieran con lo que en un momento vio como algo tan real; los surcos estaban resecos y dolía al articular, y al tacto parecía que si tensaba la piel, está cedería sin mucho esfuerzo, rompiéndose por el agotamiento de las fibras y dejando al descubierto las capas inferiores, más delicadas y no aptas para la exposición. En tanto, la herida de la rodilla, se había mantenido con el dolor latente, pero al parecer la destrucción de muchas terminales nerviosas alrededor disminuyeron la sensación de dolor: era una herida más profunda y de cuidado, pero resultaba menos importante, dado caso.

Jacobo.

Después de lo ocurrido, de las lesiones sufridas, del miedo que lo embargó, el silencio de la voz en esos momentos no era aterrador, pero el panorama que se extendía frente a él sí, de una nueva e inesperada forma. Se sintió descorazonado, vacío, como si con ese conocimiento hubiera llegado a la conclusión de que en realidad no podía ganar nada, que se trataba de una batalla en la que nadie podría salir beneficiado. No quiso cerrar los ojos, se obligó a mantenerse despierto, y enfrentar no sólo las consecuencias de lo que estaba sintiendo en el cuerpo, sino además lo que todo eso causaba en su vida. No le había dado un beso a Benjamín antes de salir de casa, ni abrazado a su esposa, a quien en ese momento necesitaba más que nunca; necesitaba su cobijo, sus caricias tiernas y la forma en que, como muchas otras veces en el pasado, su solo presencia tranquilizaba sus males. Pero eso estaba prohibido, y supo que, más que antes, la decisión tomada no tenía vuelta atrás. Tenía que enfrentar todo lo que estaba pasando, tomar las riendas y arrojarse a ello, sin saber el resultado, pero al menos teniendo la tranquilidad de que su familia estaba a salvo; Iris jamás le perdonaría la ausencia sin explicación, y ella y Benjamín sufrirían mucho, pero estaban a salvo.


5


— ¿Adónde vas Vicente?
—Voy donde los Salinas.
—Está bien, pero no llegues muy tarde.
—No mamá.

El pueblo era un lugar pequeño, con una calle central que concentraba todos los servicios existentes. Ahí, las costumbres eran más bien antiguas, y se mantenía un espíritu que comunidad que en lugares más grandes sería imposible; todos se conocían, las familias tenían conexiones entre ellas de forma sutil pero explícita, y los habitantes sabían en quien confiar o en quien apoyarse. Los niños podían deambular por el día, corriendo por las calles del pueblo, o incluso entrando sin llamar a otras casa, porque siempre alrededor había alguien que los cuidaba y estaba pendiente, sin pedir nada a cambio, porque esa era la fórmula de ellos. Los padres de Jacobo eran personas muy amables, pero no recibían a menudo visitas en su casa porque tenían muy poco tiempo disponible, entre los trabajos de ambos en el pueblo y las atenciones que debían dedicarle a su hijo; la madre de Vicente le había explicado, durante una visita a esa familia, la enfermedad que afectaba a Jacobo, pero él no recordaba las palabras, porque no eran sencillas. Al principio, los adultos se mostraron un poco tensos por la reacción que pudiera tener Vicente ante el hijo de los Salinas, pero después de muy poco, quedó claro que el lenguaje de los niños era apropiado para esa situación.

En el patio de atrás de la casa, cuidadosamente techado pero con unas entradas de luz lateral que permitían tener siempre claridad, estaba la silla de ruedas eléctrica; era un modelo un poco antiguo, pero funcionaba bien, y de todos modos no se usaba más que para trasladarlo desde el cuarto a esa zona de relajación, o cuando tenían que llevarlo al hospital. El niño, de siete años al igual que Vicente, permanecía sentado en la silla, el cuerpo sujeto por correas bien disimuladas bajo la ropa que lo cubría; la primera vez que fueron, la madre de Vicente le explicó que la enfermedad que tenía era grave y no tenía cura, ante lo cual el niño preguntó si era por eso que estaba tan quieto; su madre lo miró con cautela, pero decidió decir la verdad ante la aceptación muda de los padres del pequeño. Le explicó que sí, que por eso estaba quieto, que nunca podría moverse, por lo que estaba en la silla; sin embargo, le dijo que podría escucharlo, que a pesar de estar quieto, pensaba y escuchaba como todas las personas. El pequeño Vicente en ese momento no percibió la expresión de agradecimiento de los padres del pequeño, quienes de forma silenciosa esperaban que esas palabras fueran la realidad; a poco pasar, no fue necesario hacer más preguntas, ya que Vicente se encargó de jugar frente a la silla como si tuviera púbico ante él, y a los adultos les pareció que eso era sano, una forma de compartir y entretenerse para uno, y de estar integrado de alguna forma, para el otro. Las primeras visitas fueron breves, luego se dieron cuenta que no necesitaba supervisión, y que había entendido que no tenía que tocarlo, sólo hablarle si quería, y con eso todo estaría bien. Poco tiempo después, quizás un par de semanas o algo más, el pequeño Vicente iba por decisión propia a esa casa, y pasaba hacia el patio de atrás a jugar.

—Hola Jacobo.

Los juegos eran de distinto tipo, pero Vicente tenía en mente entonces algo más. Dijo que estarían en un reino, al que había que defender de los horribles dragones que los amenazaban; se le ocurrió decir entonces que Jacobo estaría en un trono, que sería un visitante de un reino muy lejano viviendo en ese palacio mientras estaban bajo ataque.

—Nos quieren atrapar —había dicho el niño en medio de sus juegos—, pero pelearemos contra ellos, no nos podrán derrotar. Tú no tienes que preocuparte ¡Yo pelearé contra ellos, porque soy el poderoso!

Una rama o una varilla era en su mente una espada, con la que enfrentaría a los mortíferos dragones; hacía movimientos exagerados, y sonidos que representaban al ataque de los enemigos, mientras saltaba y corría en todas direcciones, hablando entre jadeos y respiraciones entrecortadas. Si bien en lo físico, sólo estaba él en el patio trasero de una casa, dentro de su mente existía todo un mundo, enorme, con parajes hermosos y bestias amenazantes, las que eran combatidas por su poder y sus armas, aquellas que era posible coger sin esfuerzo, y manipularse con gracia y precisión aun sin haber recibido clase alguna de entrenamiento; el juego era constante, relatado a momentos por él, explicando una parte de lo que el otro no podía ver, y al mismo tiempo representando la otra, estando vivo en la otra.

—Yo derrotaré a todos los dragones; tú sólo tienes que ver cómo lo hago, no es necesario que te muevas, porque en tu mundo, yo soy el rey ¡Y puedo hacer lo que sea!

De alguna manera, la compañía de alguien que estaba ahí pero que no intervenía en sus juegos resultó estimulante a su edad, ya que le daba libertad de creación. Se sentía divertido, y también, de una manera extraña, observado.


6


Por primera vez, habló de igual a igual, porque al fin sabía con quién estaba hablando. Sentado en el asiento del piloto de su auto, con las piernas por fuera, deshecho de cansancio, Vicente habló con una inusitada calma, aparentemente a la nada.

—Sé que me estás escuchando. Jacobo, esto no puede continuar.

"Continuará si yo lo quiero"

Por primera vez, también, sintió deseos de llorar; su vida en esos momentos, hecha añicos por una fuerza ahora conocida pero aun no entendida, se trasladó a una era en donde todo era más sencillo, donde podía lograr lo que quisiera con sólo imaginarlo, sin pensar en nada más. Sintió un estremecimiento al comprender qué tan grande podía ser el significado de eso.

—Fuiste mi primer amigo de la infancia —rememoró, en voz baja—. Ha pasado tanto tiempo, y sin embargo, de verdad estás aquí.

"Me olvidaste"

—No Jacobo, no te olvidé, no se trata de eso.

"¡Claro que sí!"

La voz emitió un grito que resonó en sus oídos; Vicente cerró los ojos un momento, apretando los párpados, pero no se sintió temeroso, al menos no de escuchar esa voz. Jamás habría podido reconocer o identificar tan siquiera esa voz, porque Jacobo no hablaba, de la misma manera que no se movía.

—Jacobo, tienes que escucharme.

"No hay nada en ti para mí"

Inspiró y expulsó el aire, a un ritmo lento, pausado; no estaba tranquilo y quizás nunca lo estaría, pero el descubrimiento, más allá incluso de la muerte a la que estaba expuesto desde que descubriera el cuerpo de Renata al costado de la carretera, resultaba tan poderoso como para captar todos sus sentidos. Claro que se habían distanciado, de eso hacían casi treinta años.

—Quiero ayudarte.

"No puedes ayudarme, no quieres ayudarme —exclamó la voz, con rabia otra vez—. Tú sólo viniste a hacerme daño"

Las cosas se salieron de control cuando tuvo esa pesadilla en que veía a su hijo muerto por su causa, pero comenzaron mucho antes; se trataba de algo más antiguo, de una historia que, quizás, jamás podría conocer del todo. Jacobo llevaba con él mucho más tiempo del que jamás podría haber imaginado.

—Entiendo que estés enfadado conmigo.

"No —gritó la voz. Su tono volvió a mutar, de la rabia anterior a una furia desgarrada, dolorida por lo que iba a decir. Y de algún modo, Vicente supo de qué se trataba—. No lo sabes, no puedes saberlo ¿Cómo puedes saber lo que es estar en esta oscuridad?

Jacobo había sufrido un tipo de accidente cerebral pocos días después de nacer; el resultado fue que, de sobrevivir, nunca podría valerse por sí mismo, ni hablar o realizar las más básicas funciones humanas. Sobrevivió, pero a partir de entonces quedó a merced de la silla de ruedas, y de sus padres para que se hicieran cargo de él. Vivían en el pueblo al igual que su familia, de ahí que en determinado momento lo conoció; sin embargo, nunca como hasta ahora había tomado real conciencia de cuánto tiempo había pasado, ni del atroz significado del estado en el que se encontraba. Lo sabía como cualquier persona que está al tanto de las enfermedades que puede sufrir un ser humano, pero lo que hacía diferente ese caso es que no era una noticia o un reportaje en el periódico, era algo concreto, respecto de alguien a quien él conoció.

—Jacobo, tienes que escucharme.

"Sólo tienes maldad —la voz era dura, pero al mismo tiempo estaba demostrando sufrimiento. ¿De eso se trataba, de dolor y no de intención de hacer daño?—. Sólo viniste a hacerme daño ¿Qué sabes tú lo que es estar en esta oscuridad?"

—Tienes razón, no lo sé porque no lo he vivido —replicó Vicente en voz baja, admitiendo el error de la palabra que significaba mucho más—. Pero puedo imaginar lo que has sufrido.

"No, no puedes. Yo estaba en la oscuridad, crecí en esta horrible oscuridad, en donde no había nada. Nunca hubo nada, hasta que un día apareciste, y rompiste ese silencio y esa oscuridad ¡Lo hiciste! Hiciste que conociera el mundo, que supiera lo que existía ¡Fue por ti!"

Era una recriminación, no un agradecimiento; Vicente tragó saliva, incapaz de momento de contestar, aunque suponiendo la dirección que iba a tomar todo eso.

—Nunca quise hacerte daño.

"¡Pero lo hiciste! Abriste el mundo para mí, me hiciste entender que fuera de esta cárcel había algo más, un mundo enorme y lleno de cosas para conocer; pero te fuiste, me abandonaste y con eso volviste a cerrar la cárcel. Me condenaste a entrar de nuevo en este infierno"

Sintió un estremecimiento, y esta vez no fue por acción de lo que estuviera haciendo la voz, sino por lo que significaba cada una de esas palabras; recordó que, cuando era un niño, su madre le había explicado que las personas que sufrían algún tipo de parálisis no podían expresarse, pero eso no quería decir que no sintieran. En los casos más leves, las personas podían demostrar respuesta a través de patrones de movimiento, pero en el caso de Jacobo, esto no era posible. Sólo él sabía lo que pasaba en su interior.

—No quise hacerte daño. Pensaba que jugar junto a ti era bueno, nunca creí que te estuviera haciendo un daño.

"Ese fue el único momento bueno, lo único —replicó la voz, agria de rencor—. Viniste a hacerme ver el mundo, a conocer sus sonidos, y luego te marchaste"

—No me marché. Jacobo, tus padres se fueron del pueblo, te llevaron junto con ellos. No había nada que yo pudiera hacer.

"No debiste dejarme"

— ¡Éramos niños! —exclamó, con voz temblorosa por la emoción— Éramos niños, no había nada que yo pudiera hacer, no podía decidir simplemente seguir en contacto contigo. Tus padres decidieron irse del pueblo, esa fue su decisión.

"Pero me abandonaste"

—No te abandoné, la vida siguió cursos distintos para los dos —se dijo que estaba hablando de la forma incorrecta; la obstinación en las palabras era como hablar con un niño, y si era así, tenía que intentar razonar de la misma manera, más lineal, pero por completo sincera—. Escucha, esto no se trata de si yo quise o no, es que era algo que no estaba en mi control.

"Me abandonaste —insistió la voz, con más dolor que antes—. Yo nunca habría sentido este dolor, pero lo sentí por tu culpa. Cuando me abandonaste, perdí todo lo que tenía, y volví a caer en este infierno ¿Sabes el dolor que sentí, sabes la angustia, el terror que experimenté cuando tú te marchaste? Fue como caer mil veces en el dolor, y quedar encerrado otra vez en el silencio, con la diferencia que entonces ya podía hablar. Pero nadie nunca iba a escuchar mis gritos"

Se llevó las manos a la cabeza; era cierto, no podía imaginar el dolor que sintió, de la misma manera que jamás se le pasó por la mente que sus acciones inocentes de niño eran en realidad atendidas por él; al final, sólo se trataba de un niño asustado, al que nadie excepto él podía oír. Decidió que la única forma de enfrentar eso era ser sincero por completo, volcar sus sentimientos y decirle la verdad de lo que estaba pasando por su mente, más allá de la muerte y de los dolores que sentía en ese momento. Sus ojos se inundaron en lágrimas.

—Lo siento. Lo lamento Jacobo, nunca pensé que ibas a sufrir de esa manera. Te decepcioné y lo lamento, en verdad lo siento.

"No te creo"

—Es la verdad; lamento que hayas sufrido, pero debes entender que no era algo que yo pudiera controlar.

"Vine para hacerte pagar por todo el dolor que sentí"

—No te hagas esto.

"Sólo quieres protegerte, sólo te importa tu propia persona"

El sueño con Dana. Había tenido un extraño sueño con ella, poco antes que sucediera la pesadilla de Benjamín; en él, todo parecía una evocación del pasado, del tiempo que compartieron juntos cuando eran adolescentes, Fue en ese sueño en que todo comenzó, cuando se despertó viendo en Iris el rostro de Dana, y lo asoció a que estaba extendiendo el sueño a la realidad, lo que de verdad estaba pasando, es que la presencia de Jacobo ya estaba haciendo efecto en él; ya estaba ahí, interviniendo en el flujo de sus pensamientos para conseguir que pensara de determinada manera, sin darse cuenta.

—Esto no se trata de mí. Nada conseguirás de esta manera, sólo hacer más desgraciada tu existencia.

"Quiero destruir la tuya"

—Eso ya está hecho —dijo sin fuerza en la voz—, ya está... hecho. Tendré que enfrentar a las autoridades, me encerrarán por el ataque a Nadia y la muerte de Renata, perderé mi familia y todo lo que tengo. Pero no lo estoy diciendo por mí, es por ti. Jacobo, ahora entiendo que no pude ayudarte en el pasado pero... pero ahora estoy tratando de salvarte.

La voz volvió a oírse; pero, por primera vez, la determinación en ella fue superior a cualquier sentimiento. Con el paso del tiempo, la voz incorpórea se había convertido en personalidad, el eco en sentimiento, y ahora la rabia y el dolor, en decisión.

"No"

—Jacobo, ya terminó, no hay nada más que se pueda hacer; si lo que querías era desquitarte, ya está hecho, mi vida está arruinada y no haré nada por ocultarlo.

"No dejaré que ganes"

—No hay nada que ganar; nadie puede ganar nada. Siento tu sufrimiento, y me gustaría poder hacer algo, pero no puedo devolverte la salud que perdiste cuando eras un bebé. Deja de hacerte daño, no puedes querer estar así, y además lleno de odio.

"No vas a ganar; te destruiré de todas maneras"

—Ya no tienes el mismo poder sobre mí —replicó con lentitud. Esa pérdida de fuerza sobre él era consecuente con el conocimiento de su existencia, con el entendimiento de lo que pasaba en torno a él—. Esto está terminado, sólo quiero que comprendas que este odio no te va a ayudar, hará más infeliz tu existencia.

"No importa si no tengo el mismo poder sobre ti —replicó la voz, rebosante de júbilo—, porque no eres la única opción"

Sintió que su corazón se oprimía, más por un presentimiento que por un hecho concreto; con la respiración nuevamente agitada, rogó que no se hiciera realidad.

— ¿De qué estás hablando?

"No es la primera vez que salgo —explicó con un tono divertido que sonaba terrorífico—; antes no funcionó tan bien, pero de todas maneras ellos nunca se involucraron, nunca les importó tanto lo que pudiera pasar conmigo.

— ¿A qué te refieres?

"Ellos también estuvieron a mi alcance, pero aunque no fue lo mismo, sucedió igualmente. Nunca fueron los mismos después de eso, tan extraños antes como después"

Los padres de Jacobo se fueron junto con él del pueblo. Sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal ¿Qué había pasado con ellos en los últimos treinta años?

— ¿Qué fue lo que hiciste?

"Creo que tú ya lo has comprendido"

¿Fueron su primer experimento? ¿Cuántas personas antes que él habían estado expuestas a la misma situación, qué podía significar que esa misma acción "no había salido tan bien" como esperaba?

— ¿Los mataste?

"Eso no importa ahora. Lo que importa es que no puedes detenerme, ni escapar de mí"

—Pero ya conseguiste lo que querías, no hay nada más para mí. Cuando vuelva, tendré que asumir lo que pasó ¡Ya destruiste mi vida!

"No es suficiente. Y no importa si no puedo hacerte daño a ti, porque de todas maneras ya estableciste una conexión"

—Oh no...

"Y la próxima vez, iré tras tu esposa, o tu hijo. Ahora ellos están a mi alcance, y les haré lo mismo que a ti"

No se dio cuenta de cuándo se puso de pie. O tal vez sí, pero sus sentidos en ese momento estaban en otro punto, dirigidos todos a algo que recién acababa de comprender. Sintió el temblor de la mandíbula, el corazón ya no oprimido, sino revolucionado, golpeando con fuerza para demostrar, desde aquel acto físico interno, lo que estaba ocurriendo con él a nivel emocional.

—No puedes tocarlos a ellos.

"Claro que puedo. Tú fuiste la conexión con el exterior, la forma de salir de esta cárcel, y a través de ti, puedo conectar con quien sea a quien ames; la amas a ella, lo amas a él, eso ya estableció un puente hacia mí; y lo usaré para destruirlos a ambos"

—Tu odio no puede llegar a tanto.

"Voy a destruirte, y si no puedo hacerlo contigo, a través de ti lo haré en los demás"

Se sintió extrañamente engañado, como si de alguna forma lo hubiera hecho consigo mismo; hasta ese momento, tras la revelación, lo embargó un profundo sentimiento de tristeza y culpa, por las cosas que no supo, y por las que no pudo hacer; pero, llegado a ese momento, tuvo que reconocer que se trataba de algo más, que ahí había un poder y motivación distintos a lo que estaba entendiendo desde un principio. Sí, podía ser que existiera tristeza y abandono, pero en Jacobo, después de todos esos años, había algo más, algo que resultaba ya innegable, señalado antes en las heridas que tenía en el cuerpo, pero ya de forma incontrovertible en sus más recientes palabras.

—No sabes lo que estás diciendo.

"No me detendré"

—Si te atreves a hacerle algo a mi familia...no me importa lo que  me pase, mi vida podrá estar arruinada, pero no vas a tocarlos.

De forma repentina, sintió una presión muy fuerte en el centro del pecho, que lo hizo dar un paso atrás; así que en realidad aún  podía hacerle eso, pero aunque estaba doliendo, el calor que nacía en ese mismo sitio lo hizo resistir.



7



Estaba ahí. Era parte de su todo, era su todo. Ver a Vicente significó empezar a oír, a ver, y a saber que el mundo era mucho más que esa terrible oscuridad en la que había nacido. Poco a poco entendió que los tiempos de las personas eran de determinada forma, distinta a la suya, porque ellos podía ir donde quisiesen. Las personas tenían piernas y la capacidad de caminar, y de hablar con el resto, pero todo eso estaba prohibido para él; sólo podía estar ahí, encerrado en ese silencio y frío, pero con la presencia de él pudo acceder a cosas que jamás antes imaginó.

A los otros no los escuchaba.

Vicente era su conexión con el mundo y eso lo hizo sentir felicidad por primera vez; a través de él supo lo que era el sonido, y las risas, y quiso compartir con él las cosas que estaban pasando alrededor, pero no podía. Necesitaba que lo escuchara.

"Vicente"

Repetía su nombre de forma incesante, tratando de llegar a él; se preguntaba cuál era al malvado arte que lo mantenía separado y mudo cuando él estaba a tan sólo un paso de distancia, y quería tocarlo o  hacerse oír. Después de entender que los gritos en esa oscuridad e inmovilidad sólo pasaban en su interior, y que la vida fuera de ellos tenía un tipo de sonido distinto, comenzó a comprender que no tener el poder de expresarse era mucho peor de lo que parecía; él no podía oírlo, y eso significaba que tampoco podía saber lo que quería, o las cosas que le pasaban. ¿Por qué estaba tan contento, por qué jugaba y corría, cuando su vida era un infierno?

"Vicente"

Quería que estuviera ahí, que lo entendiera, no que se comportara de ese modo. Era feliz, se divertía, hablaba de historias fabulosas pero ¿Qué hay de él? ¿Cuándo alguien se preocuparía de lo que le estaba pasando? La felicidad que demostraba era demasiada, y ajena ¿Por qué no le preguntaba lo que le estaba sucediendo, por qué nadie trataba de abrir esa muralla de oscuridad y salvarlo?

Cada día era un infierno, apaciguado en parte por su aparición; su alegría lograba contagiarlo, llegar hasta él, y hacerlo partícipe de ese mundo lleno de energía y fantasía, pero también se volvió una tortura cuando comprendió que cada jornada tenía un término, que al marcharse, volvería a sumergirse en el frío silencio, durante muchas horas. Y esa tortura era peor que el mismo silencio, porque convertía cada risa y juego en un paso más hacia el desastre.

"No me dejes aquí. No te vayas. Deberías quedarte aquí para siempre"

Pero cada vez se iba; cada vez se convirtió en un martirio, la pregunta constante de si quería que apareciese para atormentarlo con su felicidad y su indiferente partida, o si quería que no volviera más, para que dejara de ilusionarlo con una felicidad que jamás sería suya.

"No te vayas, no me dejes solo. Vicente, no vayas a casa"

Llegó un momento en que todo cambió. En que se lo llevaron a él, y Vicente no hizo nada por detenerlo. No le importó, sólo se despidió de él y le deseó suerte ¿Qué clase de suerte iba a tener luego de eso? Supo que todo había terminado, que esa felicidad pasajera no había sido más que una ilusión, una mentira dicha como los secretos que ocultaban las personas, para la autocomplacencia. Dejado otra vez en el silencio, esta vez fue mucho peor, fue ahogarse en una profundidad sin límites; pero lo soportó, porque en su existencia no había posibilidad de darse por vencido, no porque quisiera, sino porque para hacerlo necesitaba  usar el cascarón en el que estaba, y que era por completo inmóvil.

Pero, dentro de ese encierro, se prometió dos cosas, la primera de ellas que volvería a salir por sus propios medios, y la segunda, que encontraría a Vicente, sin importar cuán difícil fuera.



Próximo capítulo: Esperé