No vayas a casa Capítulo 20: Comencé a ver




— ¿Qué ocurrió?
—No lo sé. Es decir, creo que me quedé dormida.

Las voces estaban ahí. Todo seguía, en apariencia, como siempre; pero a partir de ese momento, todo había cambiado para siempre.

—No te ves cansada.
—Es que no estoy cansada —replicó la otra voz—, estuve de descanso. No sé, fue raro, sólo empecé a leerle y de pronto, ya no recuerdo más.

Y jamás lo recordaría.

— ¿Te sientes bien? Tal vez fue una baja en las defensas, estamos empezando la primavera.
—No, para nada. Nunca me había pasado algo así, es como si mi cerebro se hubiera desactivado así, de pronto.
—Como por un interruptor.
—Exacto. Bueno, no importa, no es como que haya pasado nada grave ¿Verdad?
—Sólo dormiste casi dos horas, no hay nada de qué preocuparse.

Claro que no. Ese día, a través de un experimento, quizás solamente por curiosidad, exploró más allá de sí; necesitaba más, descubrir qué había más allá de su propio entendimiento. Tanto tiempo de escuchar, de ser parte del paisaje mientras recibía información, tenían que servir para algo. Dentro de esa prisión, presenciaba el ruido, escuchaba las voces, y veía el exterior a su alrededor, pero seguía dentro del maldito encierro, en esa condena. Conocía muchas cosas, era una esponja que absorbía y entendía todo lo que se le decía, y poco a poco entendió que la mente de los otros era compleja también, pero que la diferencia radicaba en que ellos no se dedicaban a entenderla, lo que los hacía limitarse; entender el funcionamiento propio, conocer los traumas, el origen de las obsesiones, las causantes de los trastornos y la conexión entre las más intrincadas formas de pensamiento, daba como resultado una comprensión mayor de la forma, y del ser. Así como había entendido el silencio que lo rodeaba y aplastó su existencia desde el inicio, así como supo comprender que las personas decían unas cosas que no eran en realidad lo que estaban pensando, con el fin de aparentar, supo también que había algo mucho más grande, negado en el exterior, pero no por ello inalcanzable.
Ella nunca sabría, lo que a través de su repentino sueño, había permitido que él hiciera.


2


Ver su piel quemándose por una acción desconocida y por completo inexplicable hizo que el dolor de aquella laceración fuera aún más intenso; o tal vez no más intenso, pero sí que tuviera un nivel de realidad que los anteriores hechos no tenían. Hizo un instintivo intento de cubrir la zona afectada con las manos, pero se reprimió, obligándose a ver lo que estaba pasando: La carne se abrió de igual forma que un cráter del porte de una moneda, convirtiéndose en piel quemada el borde exterior, y reduciéndose a cenizas la parte central, mientras quedaba a la vista la segunda capa de piel, sonrosada y más frágil que la exterior. Los temblores en la extremidad, y en todo su cuerpo, se hicieron más intensos, a medida que la quemazón se extendía, pero no hacia el borde, sino hacia las capas inferiores de la piel. Por un momento pudo ver la diferencia entre las capas, y cómo las inferiores adquirían un color rojo intenso, antes que las células que las componían se desintegraran, dando paso al nivel directamente inferior; en ese momento el dolor se hizo más intenso, y de inmediato se produjo una especie de corto circuito, por causa del efecto de la destrucción de las terminales nerviosas; en seguida, quedó a la vista una capa pulposa de un color menos sonrosado, que ante la acción invisible del calor emitió un líquido que comenzó a esparcirse por los bordes. Pasada esa barrera, la quemazón llegó hasta los vasos sanguíneos, que explotaron por la presión del calor, liberando pequeñas cantidades de sangre que se mezclaron con los fluidos emanados por el cuerpo. La piel, entonces, se ennegreció, y el olor acre de la materia quemada se hizo más persistente; al fin, el diámetro de la quemadura terminó siendo de unos dos centímetros, de la forma casi perfecta de un círculo. Vicente jadeaba de manera incesante, llevadas las manos a la pierna lacerada, rodeando la herida que, aun habiendo terminado el efecto invisible sobre ella, latía con fuerza por el daño recibido.

"Vas a aprender a respetarme"

Vicente tosió, expulsando junto con saliva algo de sangre, probablemente por el esfuerzo del grito al sentir la nueva oleada de dolor; estaba mirando aún la herida, víctima de una fascinación inexplicable que le impedía dejar de mirar en tétrico espectáculo creado frente a él; con los músculos apretados  hizo un nuevo esfuerzo, y se impulsó desde el suelo en donde estaba acurrucado, sintiendo que era una necesidad tan vital como descubrir quién estaba detrás de todo eso, lograr oponerse a la quietud, evitar que el sufrimiento lo congelara, y mantenerse en movimiento. Las piernas no respondían con rapidez ni fuerza, sentía los estertores en las cuatro extremidades junto a un cansancio que nunca había conocido, pero aún no se rindió, levantando la cabeza y poniéndose a cuatro patas, mirando hacia el auto que sería el único objeto al que podría recurrir como apoyo a la hora de ponerse de pie. Avanzó, arrastrando manos y pies, confirmando en el acto el terrible esfuerzo que suponía, casi como si jamás antes de hubiera movido con libertad.

"Ruega"

Esta vez, la misma sensación de calor insoportable la sintió en la espalda, a través de la espina dorsal, aunque no fue tan fuerte como para hacerlo perder el control.

"Vas a quemarte por completo, haré tantas heridas en ti como quiera, porque yo soy tu amo"

Vicente apretó los dientes, haciéndolos rechinar, mientras combatía con la sensación de calor atroz que se expandía como una corriente a través de cada vértebra, subiendo hasta volverse un remolino en torno al cuello.

—No eres nada, no... no serás nada sin mí.

Se arrastró unos dolorosos pasos más, estando ya a punto de tocar el costado del automóvil. Luchó contra la fuerza que quebraba la resistencia de cada disco en su espina dorsal y presionaba el cuello y la base del cráneo hacia el suelo, y se apoyó en la puerta del auto, prácticamente escalando por ella, hasta ponerse de pie. El dolor quemante iba desde la nuca hasta la espalda baja, causando movimientos espasmódicos en él, junto con la percepción interna de que los órganos estaban comprimiéndose a ritmo continuo. La voz, dominante por completo, se elevó una vez más, más poderosa que antes, evidenciando su dominación absoluta.

"Esas manos han sido el puente para que tengas tantas cosas, y no las mereces. Las perderás"

El hombre vio con horror que la acción de calor antes sentida en la pierna, se replicó de forma idéntica en las manos, a partir de las yemas de los dedos y extendiéndose por las falanges; sus dedos se crisparon en un gesto de dolor puro, y un instante después la piel comenzó a cambiar de color, enrojeciéndose más y más. Intentó liberar las manos de la posición en la que estaban, pero fue como si por acción del calor, los miembros hubiesen quedado adheridos al metal, que sin embargo estaba frío por contraposición; no quedaba en sus pulmones aire, ni en sus cuerdas vocales fuerza para emitir un grito, de modo que lo que ocurrió fue una exclamación muda, con la cabeza irrealmente echada hacia atrás y la espalda arqueada. Una sacudida lo hizo torcerse hacia el auto, lo que permitió que viera la forma en que la piel de los dedos comenzaba a escamarse; en el borde de las uñas las células estallaron, dejando espacio para que el calor invisible entrara y levantara la superficie: los cientos de pequeños nervios se volvieron de color gris oscuro, transmitiendo una nueva oleada de dolor, que al tiempo le hizo sentir pánico de separar las manos del metal ante la amenaza de que parte de la carne quedara adherida sin remedio. Sus brazos temblaron sin control, y pocos momentos después, el doloroso tormento llegó a su punto más fuerte, que fue cuando se abrieron surcos a lo largo de los dedos, los que dejaron por completo al descubierto el hueso, rodeado de los nervios y los despojos de músculos que habían sido destrozados, mientras la sangre era expulsada de las venas ahora abiertas, y se carbonizaba al instante, cayendo sobre el dorso convertida en cenizas oscuras.

"Yo mando en ti ahora. Vas a sentir lo que yo quiera, porque soy tu amo. En tu mundo, yo soy tu rey"

Dentro de la vorágine de sensaciones, y el terror que estaba sintiendo al ver que sus manos comenzaban a estragarse, como paso previo a la desintegración, las últimas palabras llegaron a la mente de Vicente con demasiada claridad.

— ¿Qué?

La voz no contestó, y por un instante, fue como si todo lo demás pasara a un segundo plano, incluso el terrible dolor que estaba sintiendo desde el interior de los huesos. En tu mundo, yo soy tu rey.

—No...no puede ser...

El dolor arreció en una oleada más, pero de inmediato remitió un poco. La mirada de Vicente se desplazó hacia arriba, y luego hizo un esfuerzo por concentrarla en las manos, aún pegadas al techo del auto: las heridas, como grandes tajos a lo largo de los dedos, estaban presentes, pero no eran tan profundas como las había visto un segundo antes; lucían como marcas de resequedad, enrojecidas, pero manteniendo la capa de piel protegiendo los órganos todavía. Lo que había visto era una anticipación de lo que estaba a punto de suceder. Respirando con dificultad, con el corazón azotando con extrema violencia el pecho, se inclinó con torpeza, y verificó que la pierna sí tenía la grave herida, que enviaba a su sistema nervioso una constante señal de dolor; tenía los dedos acalambrados y le dolían mucho, pero el tiempo pasado en esta ocasión era en realidad menor que la vez anterior, por lo que el acceso de esa fuerza no alcanzó a hacer el mismo efecto.

—En tu mundo, yo soy tu rey...

Lo dijo con voz apenas audible por el desgaste de la garganta, pero para él tuvo un significado enorme.

—Tú me conoces, tú me has visto...

De todos modos, le costó concentrar las ideas y tener claridad de lo que estaba pasando; esa era la explicación, ese era el motivo por el que no entendía lo que estaba pasando, porque, tal como dijo Sofía, lo que le ocurría era provocado por alguien más, alguien a quien él podría haber dañado sin saberlo. Jamás podría haberlo sabido.

—Yo te conozco. Yo sé quién eres.

"¡Tú no sabes nada!"

La voz emitió un nuevo grito, impregnado de furia, pero esta vez, a pesar incluso de los dolores y de la pesadez mental, pudo identificar algo más: duda.

—Sí, lo sé. Sé quién eres...Jacobo...

"¡Nooooo!"

El grito esta vez fue inconfundiblemente de miedo; a la vez, sintió como si miles de agujas penetraran por los poros, y se cubrió la cara al tiempo que antebrazos y piernas resultaban los más afectados; extenuado, se derrumbó de rodillas en el suelo, resistiendo cada pequeño pero poderoso impacto sin moverse; detectó que, a  pesar de ser fuerte y estar en miles de puntos, ese ataque era menos poderoso que los otros dos, porque no era concentrado. Obedecía más a la desesperación que a la cuidada planeación anterior, y eso le restaba poder. Poco después el dolor desapareció, y Vicente quedó arrodillado otra vez en el suelo, cubriendo el rostro con las manos, intentando recuperar el ritmo de la respiración.

—Jacobo... Es imposible pero... Pero eres tú...

La voz no respondió, sin embargo Vicente supo que seguía ahí, igual que lo había sabido las veces anteriores. Estaba ahí, al mismo tiempo en su cabeza, y en otro sitio que no podía identificar.

—Después de todos estos años, eres tú.

Esta vez no dudó, hizo la afirmación con seguridad, sabiendo que esa era, por fin, la verdad detrás de todo lo que no podía explicar. La voz pertenecía a Jacobo, y aunque resultara imposible a la razón, era por completo cierto que se trataba de él. Nadie más en el mundo podría haber conocido la expresión "En tu mundo, yo soy tu rey"

—Sé que me oyes, Jacobo. Sé que estás escuchando cada palabra, cada maldita palabra que estoy diciendo.

Siguió sin hablar, pero a la vez, sin hacer nada más en su contra. El poder que tenía en su contra estaba tambaleándose, sólo con el reconocimiento de por medio.
¿Cómo podría haber sabido? Era imposible, nunca habría imaginado que una historia tan antigua, y con esas características en particular, pudiera hacerlo terminar en esas condiciones, y expuesto a tal clase de sufrimiento.


3


Durante muchos días, mucho tiempo, no hubo nada; todo quedó en silencio, y sus ojos, prisioneros de la cárcel en la que se encontraba, vieron de forma continua sólo las deslucidas paredes, y a una persona que entraba para lo necesario, pero sin hablar, sin considerar siquiera aparentar que le importaba su existencia. De pronto, las voces volvieron, al mismo tiempo que los cambios en el lugar se hicieron evidentes, junto con el movimiento.

— ¿Alguien dijo qué va a pasar ahora con él?
—Van a enviarlo a otra parte, a otro centro —dijo la otra voz, de forma impersonal—, ya sabes que existen los programas del estado que se hacen cargo de las personas en su situación.

Hubo movimiento, lo estaban moviendo a él.

—Este tiempo leyendo cuentos y libros fue extraño, si lo piensas bien.
—Vamos, nos pagan por hacer estos turnos de cuidar a estas personas, se supone que hagamos algo de interacción, no como otros que vienen y se quedan hablando por teléfono.
—Puede ser que tengas razón.
—A otros se les puede hacer terapia kinesiológica, lo que en este caso no tiene ningún sentido, así que leerle fue buena opción.
—Aunque te confieso que con el tiempo empecé a perder el interés; hablar tanto era un poco cansador, y los libros del depósito son muy técnicos, con todo ese lenguaje complicado.
—A mí también me pasó. Pero en fin, ahora saldrán otros empleos para nosotras, y este termina. Tenemos que dejarlo en la entrada para que lo trasladen a la ambulancia.


4


Se vio en la obligación de descansar; después de la experiencia vivida y el impacto del descubrimiento realizado, Vicente estaba agotado en mente al igual que en cuerpo. Se sentó en el asiento del piloto, con las piernas por fuera, dejando reposar el dolorido cuerpo en la suave cubierta e ignorando la desagradable mezcla de sudor, tierra y asco que lo embargaba físicamente. Quedó contemplando sus manos durante largo rato, como si de alguna forma las heridas que tenía no coincidieran con lo que en un momento vio como algo tan real; los surcos estaban resecos y dolía al articular, y al tacto parecía que si tensaba la piel, está cedería sin mucho esfuerzo, rompiéndose por el agotamiento de las fibras y dejando al descubierto las capas inferiores, más delicadas y no aptas para la exposición. En tanto, la herida de la rodilla, se había mantenido con el dolor latente, pero al parecer la destrucción de muchas terminales nerviosas alrededor disminuyeron la sensación de dolor: era una herida más profunda y de cuidado, pero resultaba menos importante, dado caso.

Jacobo.

Después de lo ocurrido, de las lesiones sufridas, del miedo que lo embargó, el silencio de la voz en esos momentos no era aterrador, pero el panorama que se extendía frente a él sí, de una nueva e inesperada forma. Se sintió descorazonado, vacío, como si con ese conocimiento hubiera llegado a la conclusión de que en realidad no podía ganar nada, que se trataba de una batalla en la que nadie podría salir beneficiado. No quiso cerrar los ojos, se obligó a mantenerse despierto, y enfrentar no sólo las consecuencias de lo que estaba sintiendo en el cuerpo, sino además lo que todo eso causaba en su vida. No le había dado un beso a Benjamín antes de salir de casa, ni abrazado a su esposa, a quien en ese momento necesitaba más que nunca; necesitaba su cobijo, sus caricias tiernas y la forma en que, como muchas otras veces en el pasado, su solo presencia tranquilizaba sus males. Pero eso estaba prohibido, y supo que, más que antes, la decisión tomada no tenía vuelta atrás. Tenía que enfrentar todo lo que estaba pasando, tomar las riendas y arrojarse a ello, sin saber el resultado, pero al menos teniendo la tranquilidad de que su familia estaba a salvo; Iris jamás le perdonaría la ausencia sin explicación, y ella y Benjamín sufrirían mucho, pero estaban a salvo.


5


— ¿Adónde vas Vicente?
—Voy donde los Salinas.
—Está bien, pero no llegues muy tarde.
—No mamá.

El pueblo era un lugar pequeño, con una calle central que concentraba todos los servicios existentes. Ahí, las costumbres eran más bien antiguas, y se mantenía un espíritu que comunidad que en lugares más grandes sería imposible; todos se conocían, las familias tenían conexiones entre ellas de forma sutil pero explícita, y los habitantes sabían en quien confiar o en quien apoyarse. Los niños podían deambular por el día, corriendo por las calles del pueblo, o incluso entrando sin llamar a otras casa, porque siempre alrededor había alguien que los cuidaba y estaba pendiente, sin pedir nada a cambio, porque esa era la fórmula de ellos. Los padres de Jacobo eran personas muy amables, pero no recibían a menudo visitas en su casa porque tenían muy poco tiempo disponible, entre los trabajos de ambos en el pueblo y las atenciones que debían dedicarle a su hijo; la madre de Vicente le había explicado, durante una visita a esa familia, la enfermedad que afectaba a Jacobo, pero él no recordaba las palabras, porque no eran sencillas. Al principio, los adultos se mostraron un poco tensos por la reacción que pudiera tener Vicente ante el hijo de los Salinas, pero después de muy poco, quedó claro que el lenguaje de los niños era apropiado para esa situación.

En el patio de atrás de la casa, cuidadosamente techado pero con unas entradas de luz lateral que permitían tener siempre claridad, estaba la silla de ruedas eléctrica; era un modelo un poco antiguo, pero funcionaba bien, y de todos modos no se usaba más que para trasladarlo desde el cuarto a esa zona de relajación, o cuando tenían que llevarlo al hospital. El niño, de siete años al igual que Vicente, permanecía sentado en la silla, el cuerpo sujeto por correas bien disimuladas bajo la ropa que lo cubría; la primera vez que fueron, la madre de Vicente le explicó que la enfermedad que tenía era grave y no tenía cura, ante lo cual el niño preguntó si era por eso que estaba tan quieto; su madre lo miró con cautela, pero decidió decir la verdad ante la aceptación muda de los padres del pequeño. Le explicó que sí, que por eso estaba quieto, que nunca podría moverse, por lo que estaba en la silla; sin embargo, le dijo que podría escucharlo, que a pesar de estar quieto, pensaba y escuchaba como todas las personas. El pequeño Vicente en ese momento no percibió la expresión de agradecimiento de los padres del pequeño, quienes de forma silenciosa esperaban que esas palabras fueran la realidad; a poco pasar, no fue necesario hacer más preguntas, ya que Vicente se encargó de jugar frente a la silla como si tuviera púbico ante él, y a los adultos les pareció que eso era sano, una forma de compartir y entretenerse para uno, y de estar integrado de alguna forma, para el otro. Las primeras visitas fueron breves, luego se dieron cuenta que no necesitaba supervisión, y que había entendido que no tenía que tocarlo, sólo hablarle si quería, y con eso todo estaría bien. Poco tiempo después, quizás un par de semanas o algo más, el pequeño Vicente iba por decisión propia a esa casa, y pasaba hacia el patio de atrás a jugar.

—Hola Jacobo.

Los juegos eran de distinto tipo, pero Vicente tenía en mente entonces algo más. Dijo que estarían en un reino, al que había que defender de los horribles dragones que los amenazaban; se le ocurrió decir entonces que Jacobo estaría en un trono, que sería un visitante de un reino muy lejano viviendo en ese palacio mientras estaban bajo ataque.

—Nos quieren atrapar —había dicho el niño en medio de sus juegos—, pero pelearemos contra ellos, no nos podrán derrotar. Tú no tienes que preocuparte ¡Yo pelearé contra ellos, porque soy el poderoso!

Una rama o una varilla era en su mente una espada, con la que enfrentaría a los mortíferos dragones; hacía movimientos exagerados, y sonidos que representaban al ataque de los enemigos, mientras saltaba y corría en todas direcciones, hablando entre jadeos y respiraciones entrecortadas. Si bien en lo físico, sólo estaba él en el patio trasero de una casa, dentro de su mente existía todo un mundo, enorme, con parajes hermosos y bestias amenazantes, las que eran combatidas por su poder y sus armas, aquellas que era posible coger sin esfuerzo, y manipularse con gracia y precisión aun sin haber recibido clase alguna de entrenamiento; el juego era constante, relatado a momentos por él, explicando una parte de lo que el otro no podía ver, y al mismo tiempo representando la otra, estando vivo en la otra.

—Yo derrotaré a todos los dragones; tú sólo tienes que ver cómo lo hago, no es necesario que te muevas, porque en tu mundo, yo soy el rey ¡Y puedo hacer lo que sea!

De alguna manera, la compañía de alguien que estaba ahí pero que no intervenía en sus juegos resultó estimulante a su edad, ya que le daba libertad de creación. Se sentía divertido, y también, de una manera extraña, observado.


6


Por primera vez, habló de igual a igual, porque al fin sabía con quién estaba hablando. Sentado en el asiento del piloto de su auto, con las piernas por fuera, deshecho de cansancio, Vicente habló con una inusitada calma, aparentemente a la nada.

—Sé que me estás escuchando. Jacobo, esto no puede continuar.

"Continuará si yo lo quiero"

Por primera vez, también, sintió deseos de llorar; su vida en esos momentos, hecha añicos por una fuerza ahora conocida pero aun no entendida, se trasladó a una era en donde todo era más sencillo, donde podía lograr lo que quisiera con sólo imaginarlo, sin pensar en nada más. Sintió un estremecimiento al comprender qué tan grande podía ser el significado de eso.

—Fuiste mi primer amigo de la infancia —rememoró, en voz baja—. Ha pasado tanto tiempo, y sin embargo, de verdad estás aquí.

"Me olvidaste"

—No Jacobo, no te olvidé, no se trata de eso.

"¡Claro que sí!"

La voz emitió un grito que resonó en sus oídos; Vicente cerró los ojos un momento, apretando los párpados, pero no se sintió temeroso, al menos no de escuchar esa voz. Jamás habría podido reconocer o identificar tan siquiera esa voz, porque Jacobo no hablaba, de la misma manera que no se movía.

—Jacobo, tienes que escucharme.

"No hay nada en ti para mí"

Inspiró y expulsó el aire, a un ritmo lento, pausado; no estaba tranquilo y quizás nunca lo estaría, pero el descubrimiento, más allá incluso de la muerte a la que estaba expuesto desde que descubriera el cuerpo de Renata al costado de la carretera, resultaba tan poderoso como para captar todos sus sentidos. Claro que se habían distanciado, de eso hacían casi treinta años.

—Quiero ayudarte.

"No puedes ayudarme, no quieres ayudarme —exclamó la voz, con rabia otra vez—. Tú sólo viniste a hacerme daño"

Las cosas se salieron de control cuando tuvo esa pesadilla en que veía a su hijo muerto por su causa, pero comenzaron mucho antes; se trataba de algo más antiguo, de una historia que, quizás, jamás podría conocer del todo. Jacobo llevaba con él mucho más tiempo del que jamás podría haber imaginado.

—Entiendo que estés enfadado conmigo.

"No —gritó la voz. Su tono volvió a mutar, de la rabia anterior a una furia desgarrada, dolorida por lo que iba a decir. Y de algún modo, Vicente supo de qué se trataba—. No lo sabes, no puedes saberlo ¿Cómo puedes saber lo que es estar en esta oscuridad?

Jacobo había sufrido un tipo de accidente cerebral pocos días después de nacer; el resultado fue que, de sobrevivir, nunca podría valerse por sí mismo, ni hablar o realizar las más básicas funciones humanas. Sobrevivió, pero a partir de entonces quedó a merced de la silla de ruedas, y de sus padres para que se hicieran cargo de él. Vivían en el pueblo al igual que su familia, de ahí que en determinado momento lo conoció; sin embargo, nunca como hasta ahora había tomado real conciencia de cuánto tiempo había pasado, ni del atroz significado del estado en el que se encontraba. Lo sabía como cualquier persona que está al tanto de las enfermedades que puede sufrir un ser humano, pero lo que hacía diferente ese caso es que no era una noticia o un reportaje en el periódico, era algo concreto, respecto de alguien a quien él conoció.

—Jacobo, tienes que escucharme.

"Sólo tienes maldad —la voz era dura, pero al mismo tiempo estaba demostrando sufrimiento. ¿De eso se trataba, de dolor y no de intención de hacer daño?—. Sólo viniste a hacerme daño ¿Qué sabes tú lo que es estar en esta oscuridad?"

—Tienes razón, no lo sé porque no lo he vivido —replicó Vicente en voz baja, admitiendo el error de la palabra que significaba mucho más—. Pero puedo imaginar lo que has sufrido.

"No, no puedes. Yo estaba en la oscuridad, crecí en esta horrible oscuridad, en donde no había nada. Nunca hubo nada, hasta que un día apareciste, y rompiste ese silencio y esa oscuridad ¡Lo hiciste! Hiciste que conociera el mundo, que supiera lo que existía ¡Fue por ti!"

Era una recriminación, no un agradecimiento; Vicente tragó saliva, incapaz de momento de contestar, aunque suponiendo la dirección que iba a tomar todo eso.

—Nunca quise hacerte daño.

"¡Pero lo hiciste! Abriste el mundo para mí, me hiciste entender que fuera de esta cárcel había algo más, un mundo enorme y lleno de cosas para conocer; pero te fuiste, me abandonaste y con eso volviste a cerrar la cárcel. Me condenaste a entrar de nuevo en este infierno"

Sintió un estremecimiento, y esta vez no fue por acción de lo que estuviera haciendo la voz, sino por lo que significaba cada una de esas palabras; recordó que, cuando era un niño, su madre le había explicado que las personas que sufrían algún tipo de parálisis no podían expresarse, pero eso no quería decir que no sintieran. En los casos más leves, las personas podían demostrar respuesta a través de patrones de movimiento, pero en el caso de Jacobo, esto no era posible. Sólo él sabía lo que pasaba en su interior.

—No quise hacerte daño. Pensaba que jugar junto a ti era bueno, nunca creí que te estuviera haciendo un daño.

"Ese fue el único momento bueno, lo único —replicó la voz, agria de rencor—. Viniste a hacerme ver el mundo, a conocer sus sonidos, y luego te marchaste"

—No me marché. Jacobo, tus padres se fueron del pueblo, te llevaron junto con ellos. No había nada que yo pudiera hacer.

"No debiste dejarme"

— ¡Éramos niños! —exclamó, con voz temblorosa por la emoción— Éramos niños, no había nada que yo pudiera hacer, no podía decidir simplemente seguir en contacto contigo. Tus padres decidieron irse del pueblo, esa fue su decisión.

"Pero me abandonaste"

—No te abandoné, la vida siguió cursos distintos para los dos —se dijo que estaba hablando de la forma incorrecta; la obstinación en las palabras era como hablar con un niño, y si era así, tenía que intentar razonar de la misma manera, más lineal, pero por completo sincera—. Escucha, esto no se trata de si yo quise o no, es que era algo que no estaba en mi control.

"Me abandonaste —insistió la voz, con más dolor que antes—. Yo nunca habría sentido este dolor, pero lo sentí por tu culpa. Cuando me abandonaste, perdí todo lo que tenía, y volví a caer en este infierno ¿Sabes el dolor que sentí, sabes la angustia, el terror que experimenté cuando tú te marchaste? Fue como caer mil veces en el dolor, y quedar encerrado otra vez en el silencio, con la diferencia que entonces ya podía hablar. Pero nadie nunca iba a escuchar mis gritos"

Se llevó las manos a la cabeza; era cierto, no podía imaginar el dolor que sintió, de la misma manera que jamás se le pasó por la mente que sus acciones inocentes de niño eran en realidad atendidas por él; al final, sólo se trataba de un niño asustado, al que nadie excepto él podía oír. Decidió que la única forma de enfrentar eso era ser sincero por completo, volcar sus sentimientos y decirle la verdad de lo que estaba pasando por su mente, más allá de la muerte y de los dolores que sentía en ese momento. Sus ojos se inundaron en lágrimas.

—Lo siento. Lo lamento Jacobo, nunca pensé que ibas a sufrir de esa manera. Te decepcioné y lo lamento, en verdad lo siento.

"No te creo"

—Es la verdad; lamento que hayas sufrido, pero debes entender que no era algo que yo pudiera controlar.

"Vine para hacerte pagar por todo el dolor que sentí"

—No te hagas esto.

"Sólo quieres protegerte, sólo te importa tu propia persona"

El sueño con Dana. Había tenido un extraño sueño con ella, poco antes que sucediera la pesadilla de Benjamín; en él, todo parecía una evocación del pasado, del tiempo que compartieron juntos cuando eran adolescentes, Fue en ese sueño en que todo comenzó, cuando se despertó viendo en Iris el rostro de Dana, y lo asoció a que estaba extendiendo el sueño a la realidad, lo que de verdad estaba pasando, es que la presencia de Jacobo ya estaba haciendo efecto en él; ya estaba ahí, interviniendo en el flujo de sus pensamientos para conseguir que pensara de determinada manera, sin darse cuenta.

—Esto no se trata de mí. Nada conseguirás de esta manera, sólo hacer más desgraciada tu existencia.

"Quiero destruir la tuya"

—Eso ya está hecho —dijo sin fuerza en la voz—, ya está... hecho. Tendré que enfrentar a las autoridades, me encerrarán por el ataque a Nadia y la muerte de Renata, perderé mi familia y todo lo que tengo. Pero no lo estoy diciendo por mí, es por ti. Jacobo, ahora entiendo que no pude ayudarte en el pasado pero... pero ahora estoy tratando de salvarte.

La voz volvió a oírse; pero, por primera vez, la determinación en ella fue superior a cualquier sentimiento. Con el paso del tiempo, la voz incorpórea se había convertido en personalidad, el eco en sentimiento, y ahora la rabia y el dolor, en decisión.

"No"

—Jacobo, ya terminó, no hay nada más que se pueda hacer; si lo que querías era desquitarte, ya está hecho, mi vida está arruinada y no haré nada por ocultarlo.

"No dejaré que ganes"

—No hay nada que ganar; nadie puede ganar nada. Siento tu sufrimiento, y me gustaría poder hacer algo, pero no puedo devolverte la salud que perdiste cuando eras un bebé. Deja de hacerte daño, no puedes querer estar así, y además lleno de odio.

"No vas a ganar; te destruiré de todas maneras"

—Ya no tienes el mismo poder sobre mí —replicó con lentitud. Esa pérdida de fuerza sobre él era consecuente con el conocimiento de su existencia, con el entendimiento de lo que pasaba en torno a él—. Esto está terminado, sólo quiero que comprendas que este odio no te va a ayudar, hará más infeliz tu existencia.

"No importa si no tengo el mismo poder sobre ti —replicó la voz, rebosante de júbilo—, porque no eres la única opción"

Sintió que su corazón se oprimía, más por un presentimiento que por un hecho concreto; con la respiración nuevamente agitada, rogó que no se hiciera realidad.

— ¿De qué estás hablando?

"No es la primera vez que salgo —explicó con un tono divertido que sonaba terrorífico—; antes no funcionó tan bien, pero de todas maneras ellos nunca se involucraron, nunca les importó tanto lo que pudiera pasar conmigo.

— ¿A qué te refieres?

"Ellos también estuvieron a mi alcance, pero aunque no fue lo mismo, sucedió igualmente. Nunca fueron los mismos después de eso, tan extraños antes como después"

Los padres de Jacobo se fueron junto con él del pueblo. Sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal ¿Qué había pasado con ellos en los últimos treinta años?

— ¿Qué fue lo que hiciste?

"Creo que tú ya lo has comprendido"

¿Fueron su primer experimento? ¿Cuántas personas antes que él habían estado expuestas a la misma situación, qué podía significar que esa misma acción "no había salido tan bien" como esperaba?

— ¿Los mataste?

"Eso no importa ahora. Lo que importa es que no puedes detenerme, ni escapar de mí"

—Pero ya conseguiste lo que querías, no hay nada más para mí. Cuando vuelva, tendré que asumir lo que pasó ¡Ya destruiste mi vida!

"No es suficiente. Y no importa si no puedo hacerte daño a ti, porque de todas maneras ya estableciste una conexión"

—Oh no...

"Y la próxima vez, iré tras tu esposa, o tu hijo. Ahora ellos están a mi alcance, y les haré lo mismo que a ti"

No se dio cuenta de cuándo se puso de pie. O tal vez sí, pero sus sentidos en ese momento estaban en otro punto, dirigidos todos a algo que recién acababa de comprender. Sintió el temblor de la mandíbula, el corazón ya no oprimido, sino revolucionado, golpeando con fuerza para demostrar, desde aquel acto físico interno, lo que estaba ocurriendo con él a nivel emocional.

—No puedes tocarlos a ellos.

"Claro que puedo. Tú fuiste la conexión con el exterior, la forma de salir de esta cárcel, y a través de ti, puedo conectar con quien sea a quien ames; la amas a ella, lo amas a él, eso ya estableció un puente hacia mí; y lo usaré para destruirlos a ambos"

—Tu odio no puede llegar a tanto.

"Voy a destruirte, y si no puedo hacerlo contigo, a través de ti lo haré en los demás"

Se sintió extrañamente engañado, como si de alguna forma lo hubiera hecho consigo mismo; hasta ese momento, tras la revelación, lo embargó un profundo sentimiento de tristeza y culpa, por las cosas que no supo, y por las que no pudo hacer; pero, llegado a ese momento, tuvo que reconocer que se trataba de algo más, que ahí había un poder y motivación distintos a lo que estaba entendiendo desde un principio. Sí, podía ser que existiera tristeza y abandono, pero en Jacobo, después de todos esos años, había algo más, algo que resultaba ya innegable, señalado antes en las heridas que tenía en el cuerpo, pero ya de forma incontrovertible en sus más recientes palabras.

—No sabes lo que estás diciendo.

"No me detendré"

—Si te atreves a hacerle algo a mi familia...no me importa lo que  me pase, mi vida podrá estar arruinada, pero no vas a tocarlos.

De forma repentina, sintió una presión muy fuerte en el centro del pecho, que lo hizo dar un paso atrás; así que en realidad aún  podía hacerle eso, pero aunque estaba doliendo, el calor que nacía en ese mismo sitio lo hizo resistir.



7



Estaba ahí. Era parte de su todo, era su todo. Ver a Vicente significó empezar a oír, a ver, y a saber que el mundo era mucho más que esa terrible oscuridad en la que había nacido. Poco a poco entendió que los tiempos de las personas eran de determinada forma, distinta a la suya, porque ellos podía ir donde quisiesen. Las personas tenían piernas y la capacidad de caminar, y de hablar con el resto, pero todo eso estaba prohibido para él; sólo podía estar ahí, encerrado en ese silencio y frío, pero con la presencia de él pudo acceder a cosas que jamás antes imaginó.

A los otros no los escuchaba.

Vicente era su conexión con el mundo y eso lo hizo sentir felicidad por primera vez; a través de él supo lo que era el sonido, y las risas, y quiso compartir con él las cosas que estaban pasando alrededor, pero no podía. Necesitaba que lo escuchara.

"Vicente"

Repetía su nombre de forma incesante, tratando de llegar a él; se preguntaba cuál era al malvado arte que lo mantenía separado y mudo cuando él estaba a tan sólo un paso de distancia, y quería tocarlo o  hacerse oír. Después de entender que los gritos en esa oscuridad e inmovilidad sólo pasaban en su interior, y que la vida fuera de ellos tenía un tipo de sonido distinto, comenzó a comprender que no tener el poder de expresarse era mucho peor de lo que parecía; él no podía oírlo, y eso significaba que tampoco podía saber lo que quería, o las cosas que le pasaban. ¿Por qué estaba tan contento, por qué jugaba y corría, cuando su vida era un infierno?

"Vicente"

Quería que estuviera ahí, que lo entendiera, no que se comportara de ese modo. Era feliz, se divertía, hablaba de historias fabulosas pero ¿Qué hay de él? ¿Cuándo alguien se preocuparía de lo que le estaba pasando? La felicidad que demostraba era demasiada, y ajena ¿Por qué no le preguntaba lo que le estaba sucediendo, por qué nadie trataba de abrir esa muralla de oscuridad y salvarlo?

Cada día era un infierno, apaciguado en parte por su aparición; su alegría lograba contagiarlo, llegar hasta él, y hacerlo partícipe de ese mundo lleno de energía y fantasía, pero también se volvió una tortura cuando comprendió que cada jornada tenía un término, que al marcharse, volvería a sumergirse en el frío silencio, durante muchas horas. Y esa tortura era peor que el mismo silencio, porque convertía cada risa y juego en un paso más hacia el desastre.

"No me dejes aquí. No te vayas. Deberías quedarte aquí para siempre"

Pero cada vez se iba; cada vez se convirtió en un martirio, la pregunta constante de si quería que apareciese para atormentarlo con su felicidad y su indiferente partida, o si quería que no volviera más, para que dejara de ilusionarlo con una felicidad que jamás sería suya.

"No te vayas, no me dejes solo. Vicente, no vayas a casa"

Llegó un momento en que todo cambió. En que se lo llevaron a él, y Vicente no hizo nada por detenerlo. No le importó, sólo se despidió de él y le deseó suerte ¿Qué clase de suerte iba a tener luego de eso? Supo que todo había terminado, que esa felicidad pasajera no había sido más que una ilusión, una mentira dicha como los secretos que ocultaban las personas, para la autocomplacencia. Dejado otra vez en el silencio, esta vez fue mucho peor, fue ahogarse en una profundidad sin límites; pero lo soportó, porque en su existencia no había posibilidad de darse por vencido, no porque quisiera, sino porque para hacerlo necesitaba  usar el cascarón en el que estaba, y que era por completo inmóvil.

Pero, dentro de ese encierro, se prometió dos cosas, la primera de ellas que volvería a salir por sus propios medios, y la segunda, que encontraría a Vicente, sin importar cuán difícil fuera.



Próximo capítulo: Esperé

No vayas a casa Capítulo 19: Comencé a oír




Cuando apagó el teléfono, sintió que había cortado una cuerda que hasta ese momento lo había mantenido atado y seguro a la tierra; Iris y Benjamín, su relación con ambos, era lo que lo mantenía con los pies en la tierra, pero al mismo tiempo se trataba de un camino conductor del riesgo, algo que no podía permitirse. Recordó cuando golpeó a su esposa en medio de jugueteos sexuales, y se preguntó si quizás eso también tenía que ver con la voz que amenazaba su tranquilidad ¿Quién era, por qué hacía eso, cuál era su fin último, dónde estaba? Eran demasiadas preguntas sin respuesta, y para las que no tenía el tiempo suficiente, porque estaba seguro de que volvería a escucharla, y en tal caso, volvería a ser asediado por los horribles dolores. Se sentó, agotado, en el asiento del conductor, y buscó en el compartimiento hasta que encontró una botella con un poco de agua, la que estaría tibia y con mal sabor, pero de todas formas sería mejor que lo que sus papilas gustativas sentían en ese momento; se enjuagó la boca, y luego bebió un poco del líquido transparente, dejando que pasara por la garganta lacerada por sus gritos y los vómitos, hasta asentarse. La situación era surrealista, increíble desde todo punto de vista, pero él sabía que era así, que no estaba siendo víctima de ningún tipo de locura; resultaba extraño, entonces, sentir un miedo tan atroz ante el hecho de saberse cuerdo, pero era explicable porque significaba que estaba bajo el influjo de algo mucho más grande que él.
Estaba pensando con demasiada lentitud, tenía que hacer un esfuerzo por sobreponerse al cansancio y los dolores y ponerse en acción; jamás había sido supersticioso, pero llegado a esa instancia, lo único que se le ocurría era recurrir a alguien que pudiera ver algo que él no, con otros ojos.
Cuando se miró en el espejo retrovisor, no pudo evitar una exclamación de sorpresa: si se viera a sí mismo en ese momento, de seguro pensaría que había sido golpeado por una pandilla de delincuentes, teniendo las ojeras muy marcadas, los labios resecos con una lesión en el inferior, además de los golpes en la frente, que habían causado un hematoma y algunos cortes superficiales menores. No importaba, su apariencia era lo menos relevante en ese momento. Haciendo memoria, recordó que había una persona a quien podía recurrir por esos asuntos; al poner las manos en el volante vio que sus dedos temblaban, pero apretó con fuerza y se dispuso a conducir.


2


Los secretos eran parte de la vida de las personas, pero no de la suya; su vida, en realidad era un secreto ya que no existía voz con la que expresar sus sentimientos. Para el resto, para quienes estaban alrededor, sólo era una especie de cascarón vacío, alguien de quien compadecerse, a quien dedicar algo del tiempo sobrante, con quien divertirse o incluso usar de experimento. Pero nada más.

Tanto tiempo dentro del encierro, y a la vez dentro de esas paredes, en ese sitio cerrado, confabularon para que el sentimiento fuera creciendo más y más. En un principio, mucho tiempo atrás, todo fue silencio, y esa horrible oscuridad; cuando los rayos de luz penetraron esa barrera intocable, supo lo que era la voz, el sonido y todas las cosas, conoció, escuchó y en su interior quiso reír, hablar y contar, pero no fue posible. Algo había en su interior que evitaba que eso sucediera pero ¿Qué hacía esa diferencia? Desde luego que existía algo, pero no resultaba fácil interpretarlo, porque quedaba en falta un elemento, algo más que la voz que ya tenía conocimiento de su inexistencia.

Pero descubrió que aun en la cárcel en la que se encontraba, era posible hacer algo. Transmitía mensajes a través de los ojos, ojos suyos que eran como los de las personas a las que veía a su alrededor, ojos como los de él. Entonces, tras tiempo de luchar por comprender, entendió qué era lo que pasaba: nunca se había visto, porque las personas, todas ellas quienes estaban afuera, podían ver su reflejo en un espejo, un sencillo pero poderoso artefacto que les decía cómo eran. Así como ya sabía que las personas eran, en apariencia, distintas,   también supo que no podían verse por completo a sí mismas, sólo las extremidades, y recurrían a los espejos para identificar el resto ¿Cómo era en apariencia? Sabía cómo era por dentro, pero no en el exterior, y eso fue, poco a poco, haciendo mella en su interior, en todo lo que era; los otros tenían voz, movimiento, y además, la posibilidad de saber cómo eran por fuera ¿Hasta eso se le negaba? ¿Era una especie de ser de segunda categoría, sin la dignidad suficiente para que alguien le prodigara aunque fuese un poco de atención real?


3


Sofía Tisnados era una experta en terapias alternativas; su rango de conocimiento iba desde la fluoroterapia, hasta el dominio del reiki a la hora de regular el orden dentro de una casa para promover el buen flujo de energías. En su juventud había sido habitual en charlas motivacionales, encuentros de personas que buscan salidas a enfermedades dolorosas, y al mismo tiempo una conocedora de la personalidad humana en profundidad; Vicente la conocía, al menos de forma superficial, desde la época de la universidad, cuando ella dictaba algunas clases de auto superación, y él tuvo que asistir para validar ciertos trabajos no tan bien realizados por él y su grupo de trabajo. Nunca había creído en supersticiones, pero Sofía era una mujer mucho menos mística de lo que sus créditos pudieran anticipar, ella creía con firmeza que todas las terapias no oficiales o aceptadas por la ciencia tenían una base lógica, algo que las sustentaba y podía explicarse, más allá de la fe. Vicente tomó un gran respeto por ella, y se enfrascó en una serie de largos debates extra académicos, en donde contrarrestaban conocimientos y experiencia adquirida, los cuales fueron de gran beneficio para él. En la actualidad, vivía en una casa alejada de la ciudad, hacia la salida poniente, justo a cinco kilómetros del gran casino Marquise, propiedad del extinto conde del mismo nombre; se trataba de una finca pequeña, entre dos más grandes, delimitada por unas sencillas vallas alambradas. La casa estaba en el centro, rodeada de un jardín muy bien cuidado, con docenas de pequeños lotes de flores multicolores y árboles en los extremos; Vicente estacionó el auto en el límite entre esa finca y la siguiente, procurando que pasara desapercibido, muy cerca de un árbol que con su sombra podría ayudar a que la abolladura en el capó se notara menos; de camino había hecho una parada muy breve junto a una llave rural, y se lavó la cara y los brazos, cosa que no cambiaría mucho su aspecto general, pero ayudaba a neutralizar en algo su desgraciada apariencia. Estaba buscando algún timbre o método para llamar, cuando la vio; lucía exactamente igual que hace más de diez años, una mujer robusta, saludable, de largo cabello castaño ceniciento y piel blanca, aunque no pálida; ella vio que alguien estaba en la puerta y volteó hacia él un poco el cuerpo, las manos ocupadas con algo que Vicente no atinó a saber qué era.

— ¿Señora Sofía?

Se trataba de una mujer que inspiraba respeto, no admiración, era probable que supiera mucho más que la mayoría de las personas de su edad, pero era sabia también en la utilización de sus conocimientos, por lo que nunca parecía demasiado satisfecha de saber, y en cambio a menudo sencilla en el trato.

—Disculpe, creo que no...

Mientras hablaba, se había acercado algunos pasos, el ceño un poco fruncido; entonces lo reconoció, y su expresión cambió a una de genuina sorpresa.

—Eres...creo que te he visto antes.
—Soy Vicente, nos conocimos en la universidad hace tiempo.

La mujer dejó aquello que tenía en las manos en un mesón, y avanzó por el camino demarcado por pequeñas piedras ovaladas, hacia la puerta.

— ¿Vicente?

Lo dijo más bien como una confirmación que como un reconocimiento; llegó hasta la reja que separaba el exterior de su terreno, mirándolo de un modo que podría ser escrutador, o crítico.

—En ocasiones no reconozco a las personas después de un tiempo.

No era un inicio de charla, era una afirmación; detenida del otro lado de la reja, resultaba casi cómico que el juego de sombras de los árboles la dejara a ella iluminada mientras que a él, en sombras.

—Tuvimos una serie de charlas en la universidad, tal vez no me recuerde.
—Te recuerdo, Vicente. Tuvimos una serie de conversaciones muy constructivas; esos fueron años muy intensos para mí, fue gratificante hablar con tantas personas, distintas a mí en muchos sentidos. Te recuerdo porque insistías en cuestionar todo lo que sucedía con lo que no puedes demostrar de forma científica.

Se trataba de un recuerdo muy específico; Vicente asintió ante la mirada de ella.

—Disculpe, sé que no nos hemos visto en años y que esto es extraño, pero necesito hablar con usted.
—Luces como si de verdad necesitaras hablar con alguien. Pasa.

Abrió la puerta e hizo ademán para que él entrara; recién en ese momento, al pasar el ficticio umbral del territorio de alguien más, es que el hombre se sintió como de seguro era visto por ella: maloliente, sucio, golpeado y cansado.

— ¿Por qué deja entrar a su propiedad a alguien a quien apenas conoce?

No supo por qué había hecho esa pregunta, pero sintió la necesidad de hacerlo, como si a través de la respuesta pudiera encontrar algo que hiciera que esa visita tuviera sentido. La respuesta de ella no se hizo esperar.

—Tal vez, aún después de todos estos años, no lo creas, pero hay cosas que se perciben más allá de lo que se ven. Siéntate ahí mientras sirvo un poco de agua, estoy segura de que te va a venir muy bien.

El lugar indicado era una sencilla mesa de madera rústica, rodeada por dos bancos del mismo material. Al sentarse, Vicente sintió el dolor en las articulaciones y los músculos, pero al mismo tiempo se percató del ambiente de paz que se vivía en ese sitio, a tan poco de la urbe, un ambiente del que se sentía por completo ajeno. Cuando recibió el vaso con agua, bebió con una cierta indiferencia, pero el líquido frío tenía algo en su interior, un sabor indefinible que hizo que se impregnara en su garganta al pasar y que generó una agradable sensación de tranquilidad. Esta pasó rápido, pero hizo cierto efecto.

—Ahora dime, qué es lo que necesitas de mí.
—Esperaba que usted pudiera decirme eso.

Lo dijo sin pensar, pero esas palabras no eran más que la verdad. Toda su vida se había ido por la borda ¿Qué es lo que esperaba salvar?

—Lo siento.
—No te disculpes —dijo ella sentándose frente a él—, es natural querer saber cosas, es parte de nuestra composición como seres pensantes.
—Es que... por un momento no supo qué decir. El riesgo de causar en otra persona algo que ya había sido hecho resultaba insoportable en esos momentos— Hay tantas cosas que quisiera resolver, pero estoy en el fondo de un pozo y no sé qué hacer.
—Tal vez podrías empezar por decir qué es lo que te está haciendo mal en este momento.

No podía decírselo; no podía seguir exponiendo a personas al influjo de ese agente.

— ¿Cómo puedo saber si hay algo malo en mí? Siento que hay algo horrible, una fuerza que me quiere destruir, y hacerle daño a los que más quiero, pero que no soy yo...
—Es alguien más.

La afirmación de ella, dicha con una voz calma pero segura, hizo que diera un respingo en el asiento. La miró, esperando encontrar una mirada de alerta, pero ella seguía impasible, como hace un instante.

— ¿Cómo...?
—Hay cosas que no son sencillas de explicar —repuso la mujer con tranquilidad; sus ojos oscuros se entornaron—, pero lo resumiré diciendo que la energía que emanamos como seres vivos puede sentirse, y en algunos casos verse. Estamos hechos de átomos, somos complejos sistemas nerviosos que transmiten energía, que funcionan con energía ¿recuerdas cuando estabas en la escuela y te llevaban al museo de ciencias? Todos alucinaban con esas esferas de plasma y cómo se veía la energía multicolor pegarse al borde del cristal cuando acercabas la mano ¿verdad? Pero que eso es algo fascinante para la mayoría es porque pueden verlo sin dificultad, no significa que sea lo único; y yo puedo ver algunas cosas, como la energía de las personas.

Sonaba al mismo tiempo tan místico y tan real; de labios de ella, la referencia a las energías que movían a las personas se escuchaba concreta, entendible. Era casi como lo que en su momento escuchó de Iris, cuando hablaban de cuánto era en verdad necesario desear algo para que se hiciera realidad.

—Los seres humanos generamos energía, no sólo con nuestro cuerpo al hacer cualquier tipo de actividad física, sino también con nuestra mente.
—Como cuando tienes tantos deseos de conseguir algo que te obligas a hacerlo —reflexionó él.
—Así es. La energía de las personas, lo que algunos llaman aura, es de ciertos colores, incluso inventaron unos anteojos que hacen que puedas verla con claridad, como un vapor alrededor de tu cuerpo. Puede ser de diferentes colores, pero siempre sigue un único patrón para cada persona.
—Disculpe, pero no entiendo adónde quiere llegar.
—Creo que sí lo sabes, pero no lo has entendido en toda su magnitud —sentenció ella serenamente—. Al verte parado fuera de mi finca, lo primero que noté, es que hay un quiebre en la energía que emana de ti, y no me refiero al estado en el que te encuentras; es que hay alguien más.

Era lo mismo a lo que había llegado él; resultaba aterrador vislumbrar la posibilidad de que, al fin, todo lo que pensó en término era la realidad.

—La pregunta es ¿quién?
—No soy la indicada para responder esa pregunta.
— ¿Entonces quién?
— ¿Cómo saberlo? —replicó ella de manera retórica— Si lo que esperas es que te diga quién está...ejerciendo una fuerza sobre ti, estás en el sitio incorrecto; y una bruja, déjame decirte que es improbable que te pueda prestar ayuda en este caso.

¿Por qué, no era un caso de tipo sobrenatural? La perspectiva de estar siendo acosado por algo que no podía comprobar resultaba tan amenazadora desde un punto de vista humano, como sobre humano.

—No sé qué hacer, siento que soy un peligro para quien sea a quien me acerque.
—Haces bien en pensar de esa forma —explicó ella con calma—, porque lo que te está ocurriendo no es algo normal. Y es peligroso.
—Pero necesito saber de qué se trata —exclamó con angustia—, algo está actuando en mi contra y no puedo hacer nada ¿es eso? ¿Dejar que la gente crea que soy un demente peligroso, sin hacer nada?

La mujer, tan calmada como hasta ese momento, se puso de pie con calma; no estaba poniendo distancia con él, sólo cambiando de postura.

—La inacción ante la acción sólo sirve en determinados casos, y este no parece ser uno de ellos. Pero, es importante que pienses en esto ¿Quién puede entrar en tu vida?
—Creo que no entiendo.
—Las personas que no están cerca de nosotros no pueden entrar en nuestra vida.
—No puedo imaginar que todo esto sea culpa de alguien a quien conozco.
—No siempre conocemos a las personas; alguien está interfiriendo contigo, y puedo asegurar que no es con buenas intenciones. Escucha, esa persona, no tiene por qué estar a tu alrededor ahora mismo, pero tiene acceso a ti porque se lo has permitido, y porque te conoce. La mayoría del tiempo esperamos que nuestra relación con una persona, sea esta filial, romántica o amistosa, sea del mismo tipo del otro lado, que del nuestro; pero lo cierto es que construimos un ideal de relación, amoldamos la idea de la persona a nuestros propios deseos, dejando en tierra de nadie una porción de esa historia, la que corresponde a lo que el otro piensa o siente de uno como persona.

Vicente se llevó las manos a la cabeza; tuvo la absurda idea de preguntarle qué era lo que contenía el agua, pero en realidad eso carecía de importancia.

— ¿Cómo puede ser que alguien me odie tanto como para hacer esto?

Notó que la mujer, en ningún momento había preguntado el por qué de su estado, ni de los golpes o las manchas de sangre; levantó la vista muy despacio.

—Usted no me ha preguntado qué fue lo que me pasó.
 —No es importante lo que yo pueda preguntar, lo que sí es relevante es que tú te hagas las preguntas, que dejes de sentir miedo al respecto.
—Es que de verdad no sé quién puede haber sentido tanto odio hacia mí, no comprendo por qué es que está pasando todo esto.

La mujer le dedicó una larga mirada, que podría ser analítica, o tal vez comprensiva.

—Vicente, no eres una mala persona. Hay amor en ti, y sentimientos de protección hacia las personas que amas, pero eso no te exime de haber cometido errores en algún momento de tu vida. Hay algo, oculto en el interior de tu ser, que es la respuesta a esa pregunta que te estás haciendo.
— ¿Está tratando de decir que yo sé a quién le hice daño?
—No, digo que el hombre que eres ahora no es la misma persona que era hace, digamos cinco años. O diez, o veinte; los seres humanos cambiamos con el tiempo, no de forma absoluta, pero existen facetas de nosotros que van mutando, o desapareciendo conforme nos hacemos más experimentados. Y en ese tránsito, hay algo que debes encontrar, un suceso o un recuerdo que puede llevarte a descubrir cuál es la clave de lo que ocurre.

"Soy tu conciencia" "No soy tu conciencia" Dos expresiones, contradictorias entre sí, pero que hacían referencia a su propio ser; alguien que pretendió, y durante un tiempo indeterminado consiguió, controlarlo, y que al quedar al descubierto o perder el control, había decidido dar término a su vida de la peor manera, y con la mayor rapidez.

—No sé dónde buscar —admitió con sinceridad—, pero desde un principio pensé que todo esto era algo que estaba pasando en mi mente, una enfermedad o algún factor degenerativo que me hacía... diferente. Ahora sé que no es así, lo sabía desde antes de llegar aquí. Es real.
—Desde luego que lo es —repuso ella—. Entiendo que hayas tenido dudas al respecto, pero como te he dicho, tú puedes encontrar el camino para hallar la clave; es sólo que debes dejar de tener miedo a enfrentar esa parte de ti, la que permitió todo esto.
—No entiendo por qué permitiría que alguien me haga daño de esta manera.
— ¿Porque pensaste que no era alguien que pudiera dañarte en realidad, porque no dimensionaste el grado de tus actos, o de los suyos? Vicente, tienes que entender que la persona que eres ahora, no es la misma que eras hace determinada cantidad de tiempo. Si ves las cosas con tu óptica actual, es probable que no entiendas qué fue lo que pasó antes; tienes que abstraerte de tu juicio actual, y revisar lo que ha pasado con tu vida, a lo largo de tu vida, para poder descubrirlo.

"Siempre tuviste todo, y no te lo mereces" ¿Eran esas las palabras exactas? No lo recordaba bien, pero a eso se refería ¿quién podría haber sido perjudicado a tal nivel por su acción u omisión, como para querer vengarse de esa manera? Y lo más importante de todo ¿Por qué en ese momento y no antes?

Porque había tomado muchísimo tiempo conseguirlo.

3


Dos momentos marcaban toda la existencia. Al principio, todo era silencio y oscuridad, pero apareció el ruido a través de esa voz, y gracias a ella pudo aprender a escuchar, y a ver.

Había sido el mejor momento de todos.

Pero no duró para siempre, más bien se convirtió en una horrible agonía; fue como si, en su villanía, quisiera hacerle comprender lo hermoso de los sonidos, y lo valioso de los sentimientos, para luego destrozar todo con sus propias manos, ignorando el dolor que provocaba, la angustia infinita que causaba ¡Tendría que saberlo! No importaba que no pudiera escuchar su voz, se suponía que existía una conexión, un modo de entender que iba más allá de las palabras. Entonces comprendió que sí, que lo comprendía, que siempre lo había sabido muy bien, de modo que su actuar fue premeditado, pensado para tener determinados resultados. Lo hizo para hacerle daño. Lo hizo porque, más allá de lo que quisiera demostrar en el exterior, la verdad de su ser era que disfrutaba dañando al resto, destruyendo a quien pudiera.

—Pienso que hoy estás de muy buen humor.

Siempre estaba de buen humor, a juzgar por esas dos personas. Siempre pensaban lo mismo, porque en realidad no querían ver lo que sus ojos encarcelados expresaban; les resultaba cómodo tener un juguete ahí, algo que les reportaba un beneficio, que expresaba, a sus ciegos ojos, un interés por algo, pero que en realidad no era más que la excusa que se planteaban a sí mismas para que el pasar fuera más cómodo. La verdad de ellas es que no querían estar ahí, que habría otras personas, ruidos y acciones mucho más importantes, de forma que su honestidad quedaba en secreto, oculta tras las palabras falsas que decían día tras día.

— ¿Qué te gustaría hacer hoy?

"Encontrar a Vicente"

—Vamos a seguir leyendo ¿De acuerdo? Aquí tenemos nuevo material para revisar ¿Qué te parece si leemos algo de estos trastornos? Te gusta esto, se nota que te causa mucho interés, aunque a mí no me resulta tan llamativo, se enreda el texto. A fin de cuentas, no es como que yo vaya a necesitar saber de esto en el futuro, pero como ya se ve que te interesa, aquí vamos: Es sobre trastornos mentales, y el primero en este listado se llama trastorno de despersonalización. Mira, es cuando una persona pasa por determinados periodos en que siente que es alguien más, o como si estuviera fuera de su cuerpo ¿Te imaginas lo que sería poder salir de tu cuerpo, y entrar en el de alguien más?

"Sí"


4


La visita había sido de utilidad más de lo que parecía: tal vez se debía al estado en que estaba, pero tener una confirmación de parte de alguien neutral de que lo que pensaba era de esa manera, hizo que Vicente sintiera un poco más tranquilo, aunque no por eso más aliviado; se trataba de alguien, no era sólo una ilusión creada por su mente. Sin embargo, el peligro seguía ahí, incluso más presente que antes, como una cuenta regresiva constante, esperando el momento de volver a atacar. La decisión de desaparecer del mapa era, sin duda, muy difícil de llevar a cabo, pero no tenía otra alternativa ¿cómo si no iba a mantener a salvo a su familia? El recuerdo del sueño acerca de Benjamín estaba más presente que nunca, y la pregunta persistente ¿y si hubiera sucedido de verdad? Pensar en que la voz podría haber arruinado todo a través de él era insoportable, mucho más allá de lo que hasta ese momento estaba hecho.

"¿Adónde vas?"

La voz lo sorprendió, con su tono neutral y casi dulce, mientras conducía por la carretera, de regreso a la ciudad.

-Voy a descubrir quién eres.

"No puedes"

Apretó el volante hasta que sus nudillos ser pusieron blancos; tenía ganas de gritarle que no iba a poder con él, pero un instante antes de verbalizar, tomó conciencia de lo que estaba a punto de suceder: superaba los cien kilómetros por hora en una vía apta para ciento cincuenta era una sentencia de muerte, si la voz otra vez hacía que experimentara esos dolores. Saber que eso podía suceder de un momento a otro hizo que se asustara, pero se obligó a mantener el control de sí mismo y del auto. Según el indicador luminoso arriba, colgando de la estructura metálica, faltaban tres minutos para llegar a la siguiente salida. Presionó el acelerador.

"No sabrás quién soy, si yo no quiero"

Se obligó a callar. Tenía que mantener el silencio, hacer lo posible por lo provocar, al menos hasta que estuviera en una zona mejor riesgosa; de pronto los automóviles que pasaban a su lado parecían más amenazadores.

"No puedes hacer nada contra mí"

Se concentró en la pista: dos minutos, sólo eso y podría salir de la trampa mortal en la que estaba.

"No importa que hayas descubierto que estoy aquí. Es tarde"

Un camión pasó a su lado, y la vibración producida por el pesado vehículo resultó estremecedora; pero se mantuvo firme, en realidad no pasó demasiado cerca, sólo era él que tenía los sentidos muy sensibles en ese momento.

"Cuando aceptaste que querías mi ayuda, abriste la puerta, y permitiste que yo actuara en tu lugar. Me diste poder sobre ti"

Menos de un minuto; no pienses en nada, no escuches.

"Ahora que tengo poder sobre ti, puedo destruirte desde dentro"

Los dolores de la mañana, el dolor de la noche anterior. No escuches, sólo está tratando de hacerte enfadar.

"En un principio pensé que sería perder todo el que me descubrieras, pero no fue así. Cambié la estrategia y, si no podía controlarte, entonces te destruiría, desde el interior"

El dolor apareció por el costado derecho, como un aguijón traspasando las costillas.

— ¡No!

El sorpresivo dolor hizo que soltara el volante de la mano derecha, y la velocidad ayudó a que perdiera el control del vehículo; en una fracción de segundo, vio que el horizonte delante del auto se volvía borroso, y que el curso cambiaba hacia el carril derecho, directo a las barreras de contención. Hizo un esfuerzo por controlar el vehículo a pesar del dolor que le había quitado la movilidad y la respiración, y consiguió enderezar el torso; con un bocinazo de telón de fondo, logró devolver el auto a su curso, y de forma instintiva aceleró a fondo, para poder alcanzar la vía de salida.

"No puedes huir de mí"

El dolor se hizo más intenso; en el límite de las fuerzas, Vicente consiguió salir de la vía rápida y se internó en una de las laterales, pero perdió la energía para mantener aún más el volante, con lo que el auto fue a estrellarse de costado, aunque a baja velocidad, contra una de las barreras laterales. Casi sin poder respirar, con el cuerpo torcido hacia el asiento del copiloto, intentó relajarse ante la constante embestida de dolor, pero al instante recordó que si se quedaba ahí, después del estrépito causado, de seguro se acercaría un vehículo de asistencia en la ruta, o quizás incluso un civil sorprendido por el hecho. Se incorporó a duras penas, y volvió a tomar el volante, tras lo cual miró en todas direcciones: un par de vehículos estaban disminuyendo la velocidad, pero con la vista nublada como la tenía en ese momento, no podía identificar si los conductores lo miraban o no. Sujetó el volante firmemente con la izquierda e hizo apoyo con la derecha, tras lo cual volvió a la pista y siguió avanzando a alta velocidad; al fin reconoció el lugar en el que estaba, se trataba de una zona urbana en el sector poniente de la ciudad, a no mucha distancia de uno de los primeros trabajos que tuvo. Eso significaba que conocía bastante bien el sitio, y si era así, entonces había un terreno abandonado a no mucha distancia; al fin salió de la vía lateral y se internó en un sector residencial, conduciendo a más baja velocidad mientras el dolor persistía en clavarse entre las costillas, como si quisiera llegar al corazón.

"No hay sitio adónde ir"



Con la visión borrosa y el dolor obligándolo a torcerse, Vicente siguió conduciendo, hasta que llegó a la zona que recordaba, y que estaba casi igual que varios años atrás: la valla de alambre entre tejido con varias partes faltantes, los escombros y la basura en el contorno exterior, y los matorrales altos, además de las partes en donde la tierra desnuda era como parte de un paraje de otro mundo; detuvo el auto a tan sólo unos metros de haber sobrepasado el límite, ya sin energías, y se derrumbó de costado, entre el asiento del copiloto y el que estaba usando en ese momento. Sudaba de forma copiosa, ya no estaba sintiendo el brazo derecho, y aunque lo intentaba, no lograba fijar la vista, todo eran sombras de colores.

"Voy a hacer que supliques por tu muerte"

Una pequeña parte de él le dijo que tal vez era lo mejor, aprovechar el haber llegado hasta ese sitio, y dejar que la voz hiciera con él lo que se le antojara; pero, a la vez, la parte más combativa de él dijo que no, que no podía abandonar a su familia aún. Tal vez terminara en la cárcel por lo que hizo, y la imposibilidad de demostrar quién en realidad causaba todo eso, pero aún estaría ahí, aún podría pedirle perdón a Iris, y ver crecer a su hijo, al menos en la lejanía.

—Quieres hacerme daño, pero no puedes hacerlo para siempre. En algún momento tienes que parar.

"¿Por qué pararía? Rogar no te servirá"

En ese momento pensó que, a pesar de todo, quizás sí tenía un arma en contra de los efectos de la voz; hacerlo hablar. Recordó cómo se escuchó con ese tono de satisfacción al hablar antes de las cosas que hacía, y se dijo que tendría que soportar, pero enfrentarse a eso, para descubrir lo que le faltaba en esa historia.

—Ya no tienes el poder que tenías antes.

"Tengo todo el poder contra ti"

—No —logró incorporarse, hasta quedar sentado en el asiento del piloto, jadeó por el esfuerzo, pero siguió presionando para lograr luchar contra esa fuerza invisible—. Me obligaste. Me usaste para —sintió la garganta apretada, tuvo temor de verbalizarlo, pero si pretendía llegar hasta el fondo de eso, era necesario desprenderse de todo. Ya lo había hecho de su familia, al menos hasta que fuera posible, ahora no tenía sentido negar hechos que eran indesmentibles—, para asesinar a Renata, para atacar a Nadia ¿qué vas a hacer ahora? Reconociste que no puedes hacer más eso.

"Puedo destruirte desde dentro"

— ¿Y después qué? —de pronto, lo embargó una furia y determinación que lo sorprendió. Quizás en ese momento tomó conciencia total de que, en realidad, no tenía nada que perder—. Quieres hacerme daño, entonces hazlo, tu juguete no te va a durar mucho.



No pudo contener un grito cuando el dolor arreció; se revolvió en el asiento, gimiendo pero al mismo tiempo tratando de soltar una carcajada; le había dolido a él en el cuerpo, pero al parecer también a la voz, en sus intenciones.

— ¿Qué vas a hacer, me vas a matar?

El grito salió despedido, ronco a través de la garganta cerrada y seca, pero sintió una morbosa satisfacción en todo eso; parecía como si las costillas fueran a quebrarse en cualquier momento, pero no se detuvo, iba a pelear con la única arma que tenía, hasta donde resistiera.

"Pídeme perdón"

No lo hizo. Volvió a revolverse en sí mismo, empujó la puerta y salió a tropezones, estrellándose contra el suelo; su cara se arrastró por el suelo terroso, llenando de tierra otra vez las vías respiratorias.

— ¡No puedes hacer nada más, ya no me puedes obligar!

Estaba gritando, casi aullando, entre la euforia demente que lo apresaba y el dolor que estaba traspasando su torso; con los músculos del cuerpo apretados, sintió que estaba quedando inmóvil durante unos segundos, congelado por la falta de aire y la presión interna. Sin embargo, después de angustiantes segundos, el dolor comenzó a decrecer.

"Te enseñaré lo que es el verdadero dolor"

Estaba provocando un efecto; tal vez no con la suficiente fuerza, pero lo estaba causando. Tenía que hacerlo hablar, confesar algo más.

—Sé lo que es el dolor —murmuró. Esperó un momento, y continuó con más fuerza—. Estoy sintiendo el dolor de perder a mi familia, de haber sido el medio por el que mataste a una mujer inocente ¿Sabes tú lo que es el miedo?

El dolor desapareció, dejándolo con una nueva sensación de agotamiento interno; tendido en el suelo, abrazado a sí mismo por el dolor, aún tuvo algo de energía para hablar.

—No sabes lo que es el miedo, ni el dolor, por eso quieres que alguien más lo sienta.

"¡Nooo!"

El grito resonó en su cabeza como una fuerte descarga eléctrica; pero en esta ocasión no hubo un nuevo acceso de dolor.

—No lo sabes ¿Qué eres?

"Yo sé lo que es el dolor. Lo he vivido mil veces, cada día ¡Y es tu culpa! ¡Es por ti que he sufrido el infierno desde siempre, pero te haré pagar por cada sufrimiento!"

Esta vez, el dolor apareció en una nueva forma: sintió que la temperatura de su cuerpo subía de forma brusca, igual que cuando entraba a la sala de vapor; la respiración, agitada hasta entonces, se volvió pesada, y todo el sudor que había corrido por su piel se vio incrementado, mientras el vapor de este mismo emanaba por cada centímetro de su piel. En cuestión de segundos, sintió un horrible calor, que quemaba desde dentro hacia afuera; con los ojos desorbitados se miró las palmas de las manos, y contempló horrorizado cómo la piel se volvía a cada segundo más roja, resaltando las venas y los vasos capilares.

"Vas a quemarte"

La sentencia estaba haciéndose realidad en ese preciso instante. Vicente intentó hablar, pero se había quedado sin aire en los pulmones, lo que convirtió su voz en un ahogado e ininteligible gemido, apenas audible; los oídos se taparon y en seguida cambiaron de estado, haciendo que escuchara sólo un sonido similar a la interferencia de los aparatos electrónicos, como telón de fondo para la tortura que estaba viviendo. Siendo presa de terribles estertores, intentó con la escasa fuerza que tenía moverse, y se arrastró por el suelo, sintiendo que la piel de las piernas y las manos era lastimada con el solo toque de la superficie, debido a la extrema temperatura emanada por él mismo; de forma repentina, todo el calor fue arrancado de su cuerpo, dejándolo semi sentado en el suelo, seco, con los ojos desorbitados e incapaz de reaccionar. El efecto del inexplicable calor había convertido su mente en una masa que no era capaz de decidir ni pensar con claridad. De pronto, el calor volvió a aparecer, pero se concentró en la pierna izquierda, justo por encima de la rodilla; se desgarró la garganta en un nuevo y desesperado grito, al tiempo que jaló de la tela del pantalón hacia arriba, presa de la misma quemazón que produciría el contacto con el metal a alta temperatura.

La piel de la pierna estaba carcomiéndose por sí misma; pudo ver cómo se producían ampollas que estallaban en carne quemada, que dejaba una cicatriz de bordes humeantes. Las cenizas de la piel se arremolinaban con el viento, que hizo llegar el olor hasta su nariz.



Próximo capítulo: Comencé a oír