No vayas a casa Capítulo 17: Te marchaste




El dolor punzante en el muslo aumentó de golpe; sintió una especie de corriente de energía, como una sacudida que llegó hasta la cadera. Perdió el equilibrio y cayó sentado en el suelo.

—Rayos.

No fue un golpe fuerte, de hecho no era nada del otro mundo, pero caerse por un simple calambre resultaba algo molesto en ese momento. Un simple calambre.
Que no tenía nada de simple.

"No vas a dejarme"

¿Qué significaba eso? Mientras seguía sobándose la pierna, sintió algo distinto, aunque no era la primera vez: la voz ya no era la misma de siempre. Unos momentos antes había percibido ese cambio, en que la voz monótona y ausente sentimientos adquiría un tono más real, aún imposible de identificar, pero más humana, expresando un sentimiento.

— ¿Dejarme? —repitió tontamente.

El dolor se esfumó con la misma rapidez con que había aparecido; quedó una sensación de adormecimiento, que venía desde el interior del muslo, similar a lo que producía el frío intenso. Lo suficiente como para que todavía no pudiera levantarse.

"¿Por qué me desprecias?"

—No eres real.

"¡Soy real!"

Fue un grito. Un grito dentro de su cabeza, que lo hizo quedar sin respiración, impactado y sorprendido por lo que estaba sucediendo. Y, por primera vez desde que todo eso comenzó, se preguntó algo que cambiaba todo, la pregunta que movía el foco de la inquietud hacia un sitio en donde las cosas para él quedaban en un punto más inestable y definitivamente más riesgoso.

— ¿Quién eres tú?

Se sorprendió a sí mismo hablando en voz muy baja, temeroso de que alguien más escuchara sus palabras, murmurando sin poder poner más fuerza a las cuerdas vocales. Pero no sólo era eso, también fue que, al exteriorizarlo, descubrió por primera vez que el hecho de que el factor determinante en todo eso no fuera el cómo, sino el por qué, hacía que cualquier cosa pensada, dicha y hecha por él en los últimos días quedaba sumergida en un pantano del que, en ese instante, no veía la orilla.

"Soy real"

La voz cambió su tono de la sorpresiva furia a otro ¿cuál era? Las dos palabras quedaron flotando en su mente durante unas milésimas de segundo, permitiendo que entendiera cuál era el tono con el que habían sido dichas. Rencor.

"Soy real"

Lo repitió, pero esta vez cobró fuerza y volvió a ser furiosa, sólo que más contenida. Vicente seguía sentado en el suelo con la pierna flectada hacia el pecho, rodeándola con las manos.

—Tú...

Por un momento no pudo seguir; notó que la mandíbula inferior experimentaba un ligero temblor, y que la voz estaba a punto de quebrarse; con la garganta seca, cerrada, sintió al mismo tiempo un deseo irrefrenable de escapar, y una necesidad imperiosa de expresar lo que estaba pensando. La pugna entre ambas sensaciones hizo que olvidara el dolor en la pierna, y que su vista se perdiera en un vacío que no era capaz de identificar.

—Tú... No eres la voz de mi conciencia.

De nuevo el mismo enfrentamiento entre ambas sensaciones, queriendo oír y al tiempo ensordecer. No hizo una pregunta, fue una afirmación, con una seguridad pasmosa en esas circunstancias, seguridad que contrastaba con el nerviosismo creciente en su organismo.

"No"

La respuesta fue entregada con el tono de voz propio de una verdad descarnada, dicha sin mayor intención que confirmar algo que ya es sabido por el interlocutor. Al escuchar esa respuesta, quiso reír de alegría y gritar de terror al mismo tiempo, pero no hizo ninguna de ellas. No estaba loco como para escuchar voces dentro de su cabeza ¿o lo estaba lo suficiente como para escuchar los pensamientos alguien que no era él?

— ¿Quién eres? ¿Qué eres?

No obtuvo respuesta. Por primera vez desde que comenzó a ocurrir todo eso, pudo experimentar la diferencia entre saber que iba a escuchar la voz, y saber que iba a mantenerse en silencio; fue como si escuchara que una respiración se hacía más y más lejana, aunque en realidad no estaba pasando nada. Y quiso hablar, exigir o rogar que no dejara de hablarle, que le respondiera más preguntas, pero se quedó sin energías como para poder formular estas palabras, al mismo tiempo que nacía en él un enorme miedo a saber cualquier tipo de respuesta.


2


El paso de la noche fue en vela. Fingió estar durmiendo el tiempo suficiente como para que Iris se durmiera profundo, y luego de levantó a hurtadillas, bajando al primer piso.
De pronto fue como si todo lo que lo rodeaba, la casa y lo que había en su interior, hubiese tomado un significado distinto por completo al que tenía antes para él. Mientras estaba en su lado de la cama se preguntó ¿por qué resultaba tan relevante ese nuevo conocimiento? Y no le costó encontrar la respuesta: desde que toda esa absurda y loca situación comenzó, todo se remitía a su interior, a cosas que podían o no estar pasando dentro de su mente; se engañó de distintas formas, pero al final de cada día, cuando estaba en casa, sabiendo que su hijo estaba a salvo y su esposa junto con él, entendía que el mundo, su mundo, seguía siendo el mismo. Quizás estaba bajo presión, o comenzando a experimentar un síndrome, pero aún así, eso le pasaba a él, era algo que existía sólo dentro de su ser. Pero al oír esa voz de aquella manera, al tener esa confirmación clara, significaba que ese "algo" que antes asoció a un estado mental, era algo que estaba fuera de su control, y eso lo aterraba.

"No puedes borrarme"

Tan claro como lo volvía a escuchar en esos momentos. Pero esta vez la voz estaba más serena ¿por qué lo alteraba más escucharla ahora que demostraba sentimientos que antes, cuando era una especie de eco sin vida?
Porque ahora tenía una vida que parecía propia.

— ¿Qué eres?

No contestó, pero esa respuesta silenciosa decía tanto como las otras.

— ¿Qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres, qué eres?

Sin respuesta. Pero estaba ahí. ¿Qué quería decirse a sí mismo con "ahí"? ¿Cómo podía estar en alguna parte si no era nada?

— ¿Qué eres?

"Yo soy... Real"

— ¿Real como qué? ¿Quién eres, dónde estás?

"Estoy en ti"

Sin quererlo, miró en todas direcciones, como si con eso pudiera descartar la posibilidad de que, en realidad, hubiera algún ahí. La sala estaba en semi oscuridad, sólo encendida una luz tenue en el centro del techo, programada para dar un aspecto cálido; sin embargo, en ese momento las sombras alrededor parecían tan tétricas como antes lo eran las luces brillantes en el cuarto de baño.

—No puedes estar en mí. Tú no eres la voz de mi conciencia como quisiste que creyera.

"No soy la voz de tu conciencia"

—Acabo de decir eso maldita sea.

Inspiró profundo para evitar gritar. Al hacerlo, apretó los músculos del cuerpo, como si estuviera sintiendo un escalofrío, aunque en realidad no podía saber si estaba en un ambiente cálido o no, sus sentidos estaban demasiado golpeados como para poder saber eso. Ahora había paz en la voz ¿por qué? ¿Cuál era el cambio desde la vez anterior, sólo un par de horas antes?

—Dime quién eres.

"No puedes borrarme"

— ¿Por qué estás haciendo esto?

"No deberías querer borrarme, yo quise ayudarte pero no escuchas"

—Quisiste ayudarme —masculló con rabia—. Todo esto es ridículo.

"No quieres mi ayuda. Por eso lo hice"

Por su mente pasó el fuerte calambre en la pierna; sucedido al mismo tiempo que la voz demostraba por primera vez algún tipo de sentimiento. Una reacción natural ¿Qué podría tener de extraño sufrir un calambre? Pero en ese momento se dijo que no era un simple malestar, que algo distinto era lo que estaba pasando, sólo que se lo dijo en segundo plano, sin prestar realmente atención a eso, porque la voz y sus palabras recientes resultaban mucho más importantes.

— ¿Qué hiciste?

"No puedes borrarme, no puedes"

No era obstinación, más bien sonaba a que estaba explicando una y otra vez algo que ya estaba claro; como cuando él mismo le repetía a Benjamín que no podía tener algo con lo que insistía una y otra vez. Sintió escalofríos.

—Dime por qué.

"Intenté ayudarte, porque estás pasando por algo que no puedes controlar"

Entonces lo recordó. Cuando los recuerdos volvieron a él la jornada pasada, y se vio a sí mismo junto a Nadia, atacando a Nadia, era como si todo eso no hubiera pasado; recuerdos propios, desde su punto de vista, y al mismo tiempo ajenos, como si de alguna manera fuesen implantados en su memoria.

"Algo que no puedes controlar"

Él atacó a Nadia. La dejó inconsciente, abandonada a su suerte en plena calle; sólo la fortuna había impedido que pasara algo más grave pero ¿por qué no recordaba lo sucedido? Los recuerdos aparecieron después, pero nunca parecieron suyos.

—Yo no hice eso. Yo no ataqué a Nadia.

La voz no contestó.

— ¿Qué has hecho?

Otro silencio; en ese momento, algunos hechos inconexos comenzaron a tener sentido, como si de un rompecabezas tratara. La razón por la que no recordaba haber agredido a Nadia tenía directa relación con el ataque mismo, y esa voz que de pronto apareció, estaba relacionada con aquellos momentos que no podía recordar con claridad. Ahora lo veía desde el presente hacia el pasado, pero era como si, de a poco, hubiese comenzado a perder el control de sí mismo; no sabía con claridad si lo que estuvo perdiendo fue el control de su propia persona, o la capacidad de saber lo que estaba pasando.

—Dime qué fue lo que hiciste.

"No escuchas mis consejos"

Necesitaba aclarar sus ideas. Hasta ese momento, todo tenía que ver con el interior de su mente; el ataque a Nadia era un asunto demasiado complejo, algo que no podía enfrentar, para lo que terminó ocultando todo al momento de ir a verla. Ocultó toda esa información, pero si se trataba de algo complejo, había ocultado lo demás, lo que significaba que, escarbando un poco, podía dar con el origen de otras interrogantes. Entonces se hizo una pregunta más crucial aún ¿desde cuándo estaba sucediendo todo eso?

—Dime... ¿desde cuándo estás...aquí?

Quiso correr, salir de la casa a toda velocidad aunque estuviera en boxers, aunque fueran las dos de la mañana, y escapar de alguna manera de lo que estaba sucediendo, pero supo que eso no sólo no tenía sentido, sino que no resolvería nada en lo inmediato.

"Llevo mucho tiempo aquí"

—Dime qué es lo que quieres.

"No quisiste escucharme"

—No quiero escucharte —replicó entre dientes—, no quiero que existas, quiero que desaparezcas para siempre.

"Quise ayudarte"

— ¡No!

No le importó que su voz saliera más fuerte. Estaba en la planta baja, Iris no lo escucharía y Benjamín seguro dormía con tranquilidad; pero al menos en ese momento, necesitaba expresar, aunque fuera un poco, la frustración que estaba sintiendo. No es la voz de la conciencia, no es algo que está pasando dentro; se trata de algo que viene de fuera.

"No"

Algo le decía que las cosas eran de determinada forma. Algo le dijo que estaba involucrado con el asunto de Nadia, que debía investigar; algo le dijo que tenía que intentar...

—Oh no... tú... tú no quieres ayudarme, nunca quisiste.

"No"

—Dime qué es lo que quieres.

"Quiero destruirte"


3


— ¿Sucede algo cariño?

Vicente volteó hacia la escalera, y vio a su esposa al borde de ella, mirándolo con una expresión en la que se conjugaba la preocupación y el sueño, aunque la primera prevalecía. Estaba muy erguida, como solía pararse cuando algo la sacaba de su zona de tranquilidad, envuelta en la bata y con los brazos cruzados a la altura del estómago.

—Estoy bien.
—Son casi las cuatro de la mañana y estás aquí en la sala. Y tu cara no es de que todo esté bien.

¿En verdad había pasado tanto? Al escuchar la voz de su esposa, notó que estaba sudado, y experimentando un cansancio muy alto. Tuvo la intención, casi instintiva, de mirar en todas direcciones, como parta comprobar si estaba sucediendo algo extraño que pudiera delatar su conversación con una voz invisible.

—Estoy bien, en serio.
— ¿Por qué estás aquí?

No estaba escuchando nada en esos momentos; la voz parecía haberse esfumado otra vez, dejando la inquietante sensación de vacío en su interior. No estaba, pero su no estadía confirmaba una vez más que se trataba de algo, porque lo que no existe, no puede dejar de estar.

—No podía dormir, bajé para no molestarte.

¿Cómo se había dado cuenta? ¿Tal vez habló algo sin darse cuenta del real volumen de su voz?

—Vicente, me preocupa que estés así.

Era una afirmación, pero al mismo tiempo un paso a la comunicación, una forma de hacerle ver que no se trataba una crítica, sino de la oportunidad de hablar, sincerarse y decir las cosas tal como eran. El problema es que no tenía nada claro en la mente, no se percató ni siquiera del paso del tiempo, por lo que no disponía de una excusa. Y en esos momentos revelar lo que estaba pasando era más impensable aún que hablar del asunto de Nadia ocurrido anteriormente. La expresión de Iris, en el potencial caso de revelar lo que estaba pasando, sería una mueca difícil de olvidar.

—No me siento muy bien, pero te prometo que no es nada grave.

Iris descendió las escaleras a paso lento; ahora estaba envuelta en la bata color rosa pálido, con los brazos cruzados en actitud de auto protección, o tal vez como si sintiera frío. ¿Estaba haciendo frío en ese instante? De pronto se preguntó si ella habría percibido, en las horas o días anteriores, algo que la hiciera sospechar, y pasar de la preocupación a sentirse amenazada por algo; algún suceso o comportamiento además del incidente del cuarto, que ya estaba superado.

—Vicente, mírame.

Percibió en su interior un extraño sentimiento de rechazo, pero no hacia ella, sino con respecto a él mismo, como si de alguna manera el tocarla en ese momento pudiese contaminarla, o afectarla de un modo todavía indescifrable. Sintió la opresión en el pecho y quiso decirle que se alejara, que no quería lastimarla pero ¿cómo decir algo así sin que significara otra cosa?

—Iris.

Dijo su nombre en voz muy baja, conteniendo la emoción, de súbito presionado por un peligro que no era físico, y quizás, tampoco mental.

"Quiero destruirte"

En esa ocasión no lo escuchó, pero el eco de la voz llegó a su mente casi con la misma intensidad. Era una declaración, la afirmación de algo que hasta entonces permanecía oculto tras un velo de misterio. No había vuelto a repetirlo, pero esa afirmación era más que suficiente.

—No me siento bien —dudó un momento, pero llegado a esa instancia, no tenía mayor alternativa. A pesar del desvelo, y del estado en el que se encontraba, tuvo la claridad suficiente para entender la oportunidad que se daba: Iris sabía, gracias a su gran percepción y capacidad empática, que algo no estaba bien en él, y que no se trataba de un simple dolor de cabeza o insomnio. Si no aprovechaba ese momento para decir algo contundente, generaría en ella una desconfianza que luego sería difícil de borrar—. No me siento nada bien.
—Explícate.
—Siento —hizo una pausa. No, no podía arriesgar tanto, al menos no hasta saber más—, siento que estoy perdiendo mis capacidades; creo que podría estar presentando algún tipo de cuadro de deterioro mental.

La mirada de Iris había estado fija en la de él durante todo ese tiempo, con una calma y atención que daban a entender que sólo podía tener ojos para él. Ahora, al escuchar esa declaración, su ceño ser fruncía ligeramente, y los músculos de la cara de tensaban. Vicente supo que escuchar eso era violento para ella, después de haber vivido con la enfermedad de su padre; pero no dio esa versión para agredirla, sino porque, llegado el momento, sería la única salida aún válida para justificar lo que pudiera suceder.

— ¿En qué te basas para decir eso?

Hubo una cierta violencia en la voz, como si le costara referirse a ese asunto después de tantos años; Vicente sabía que costaba.

—Han estado pasando cosas extrañas conmigo.
—Podría ser estrés.

Lo dijo de forma un poco apresurada; aún a la moderada distancia que los separaba, él pudo notar la sequedad en la garganta, y cómo el hablar estaba significando un esfuerzo mayor al habitual.

—No es eso. Iris, algo no está bien conmigo.

Ella había estado avanzando para tocarlo, pero un sentimiento superior la hizo detenerse. Estaban a un costado del sofá, separados por un metro y medio, que en ese momento era como una vida completa, tristezas pasadas y miedos.

—Hay cosas que no han estado funcionando bien los últimos días; tengo lagunas mentales, son momentos que no puedo recordar, no puedo saber lo que pasó o lo que hice.

Los ojos de ella se empequeñecieron; ese era el primer síntoma, muchas veces desapercibido, que comenzaba el camino. Asociado a cansancio, falta de sueño, estrés o distintos factores, siempre ignorado, de alguna manera despreciado en pro de mantener la estabilidad; no tomado en cuenta por la persona afectada, y de alguna manera tampoco por quienes estaban a su alrededor, ciegos por una malentendida conveniencia. Sin embargo mantuvo la calma, de seguro diciéndose en su interior que no era posible, que era todavía muy pronto; Iris era una persona que no se dejaba apabullar con facilidad, no sin haber completado la información que necesitaba.

— ¿Desde cuándo es que estás sintiendo esto?

Por un momento creyó ver en sus ojos un asomo de censura, como si la potencial respuesta fuese algo a criticar, pero contuvo también ese sentimiento; su estómago se comprimió de la culpa por estarla haciendo pasar por esa situación ¿Cómo explicarle que lo que decía era en realidad el mejor de los escenarios posibles y no el peor?

—No estoy seguro.
—Pero tiene que haber pasado algo que te haga pensar en esto.
—Ahora es un ejemplo; me levanté, pero no sé lo que pasó en estas horas, son casi dos horas y no sé lo que ocurrió.
—Pero podrías estar un poco dormido...

Su voz casi se quebró, sujetándose con debilidad a una súplica que sabía por adelantado no tendría buen destino. La veía con tanta claridad, de una forma en que parecía que la débil luz de la sala que estaba encendida se estuviera concentrando sólo en ella, en ella en su aspecto más real y al mismo tiempo más vulnerable, con los brazos cruzados protegiendo el corazón, y los dedos de la mano que quedaba oculta apretados, haciendo que la fuerza descargara la presión contra la palma. Vicente negó con la cabeza mientras contestaba.

—No estaba durmiendo; no me dormí en ningún momento, es sólo que... No lo recuerdo. Y ha pasado antes, me he encontrado a mí mismo mirándome en el espejo del baño, o sentado ante el volante en el auto, y no sé cuánto tiempo luego ahí, ni si hablé o hice algo ¿Entiendes? No hay nada en mi memoria. Si se tratara de un acontecimiento aislado, podría creerlo, pero no es así.

Guardó silencio al ver una nota de pánico en los ojos de ella; pero aún estuvo tranquila, hizo un esfuerzo por apartar de sí lo que la afectaba, y concentrarse en el presente; pero también existía un conflicto, que enfrentaba lo que él decía con sus propios recuerdos del pasado reciente; su mirada vagó por unos segundos, de seguro haciendo conexión entre lo que él decía y los hechos pasados. ¿Cuánto de lo que recordaba sería lo mismo a lo que él se refería? Supo entonces que ella comenzaba a sentir lo que sucedía, a relacionar quizás cosas sencillas de la vida diaria que en otras circunstancias no tendrían importancia, pero que ahora cobraban una, y descomunal.

—Está bien, escucha —se interrumpió a sí misma, probablemente sintió su propia voz más aguda de lo necesario—, entiendo que es complicado, pero también puede ser un cuadro de estrés agudo.

"No"

—Lo primero aquí es mantener la calma, no preocuparse. Puede ser un cuadro de estrés agudo, lo principal es saber exactamente qué es lo que ha estado pasando. Pero cuando te golpeaste la cabeza, los exámenes salieron bien, no había nada que...

Volvió a interrumpirse; de seguro había notado que, tocando ese punto, estaba dando más realce a las palabras de Vicente, en vez de rechazarlas; Iris siempre sabía lo que decía, pero esa madrugada las cosas no eran como siempre.

—Ahora tenemos que descansar; voy a llamar al Centro de análisis y tratamiento mental para pedir una hora para un especialista, tienes que hacerte una serie de exámenes para que sepamos con claridad de qué se trata ¿está bien?

La actitud de Iris, y su fuerza ante un evento como ese, con todo lo que implicaba, hizo que su sentimiento de amor hacia ella fuera más grande y más sólido. Y el terror que sentía ante la existencia de la voz, mucho más visceral.

—Lo siento.
— ¿Por qué te estás disculpando? —la pregunta de ella sonó un tanto alterada, pero hizo otra vez un esfuerzo. No iba a llorar.
—Por hacerte pasar por esto. Es sólo que no quiero que tú y Benjamín estén en riesgo.

No quiso continuar, pero ambos sabían muy bien de qué hablaban; el padre de Iris comenzó a sufrir los síntomas propios de una enfermedad mental degenerativa, y el final de sobrevino con bastante rapidez. Pero primero estuvo el amargo trance, de verlo ido, sin reconocer a nadie, siendo agresivo sin querer serlo; ese periodo, a muy poco de salir de la Universidad, había sido duro para todos.

—No tienes que sacar conclusiones apresuradas —dijo ella con énfasis, aunque con poca fuerza—, no conseguimos nada preocupándonos más de la cuenta. Escucha, mañana veremos lo de la hora con un especialista, todo lo demás lo vemos después ¿de acuerdo?

En muchas ocasiones, Vicente se había sentido siendo egoísta, como si la mayor parte de las cosas que hacía en la vida fueran por interés propio; pero en eso era distinto, y si existía aunque fuera la más mínima posibilidad de poner en riesgo a su familia, estaba obligado a hacer algo al respecto. Sentía miedo acerca de lo que pudiera pasar, o significar la existencia de esa voz, pero resultaba mucho más importante proteger a los suyos.
Se dijo que no iba a permitir que algo, sea lo que fuere, amenazara con controlarlo.

"Pero ya lo hiciste"

Abrió mucho los ojos, retrocediendo un paso; Iris captó ese movimiento y, como activada por un resorte, se puso tensa.

— ¿Qué?

Ella trató de encontrar su mirada, pero él volteó hacia la ventana, la mirada perdida en un punto indefinible.

"Ya lo hiciste. Y si pude hacerlo una vez, puedo hacerlo de nuevo"

— ¿Vicente?

Escuchó la voz de ella, impregnada de un tono de alarma propio de la situación que acababa de ocurrir; aún sin mirarla supo que su expresión habría mutado al miedo, y que su reacción anterior de no acercarse estaría en pugna con la de sí hacerlo, de abrazarlo y decirle “Estoy aquí, escúchame” de la misma forma en que lo había hecho con su padre años antes. Pero eso fue algo que percibió con distancia, ya que lo que pasaba con la voz estaba ocupando todo el espacio de su atención. No, no era posible, no había llegado tan lejos.

—No.

"Has estado viviendo un engaño hasta ahora"

— ¿Por qué?

Sabía que no tenía que hablar en voz alta, pero la amenaza dentro de la sutil y suave voz lo impulsaban a seguir preguntando; era un momento en que tendría que saber.

"Ya está hecho. Se lo hiciste a ella. ¿Podrás mirar su rostro otra vez cuando sepas lo que hiciste?"

¿Cuando sepas lo que hiciste? No lo dijo, en ese momento calló pero la expresión se grabó a fuego en su recuerdo. ¿De quién estaba hablando? Nadia estaba recuperándose.

"Hasta ahora has vivido en una ilusión"

—Vicente.

La voz ahora era dulce, amigable, casi se podría decir que divertida. Estaba disfrutando de esa incógnita, de hacerlo saber algo a partes, de tenerlo prisionero de una duda que debía resolver.

"¿Sabes lo que le hiciste?"

No estaba hablando de Nadia; perdida su mirada en la nada, de espalda a su esposa, pero internamente en otro sitio muy lejos de allí, intentó encontrar en su memoria y dar con un resultado, encontrándolo imposible.

"Crees que se olvidó de ti cuando te olvidaste de ella. Pero no fue así"

¿De quién podría olvidarse?

—Oh, no...

"Ella no te olvidó. La enviaste al olvido"



4


A partir de ese momento, cualquier expectativa de conciliar el sueño de convirtió en una utopía que no tendría lugar; convenció a Iris de quedarse en el cuarto de alojados en la primera planta para dejarla dormir, y aunque ella insistió en que no estaba de acuerdo, aceptó por la perspectiva de seguir la intención de él. Odiaba quedarse fuera del cuarto, pero la alternativa era más riesgosa. ¿Cómo podría haber supuesto que ese nuevo escollo se interpondría entre él y la tranquilidad?
Una vez que estuvo encerrado en el cuarto de alojados, se encontró insomne y solo, pero a la vez, acompañado.

"La enviaste al olvido"

La voz había callado otra vez, como descubriendo en la práctica que esos intervalos estaban volviéndose más amenazadores cada vez que sucedían. Tuvo temor de hacerlo, y se quedó sentado en la cama, mirando el número en el teléfono móvil, esperando reunir la fuerza y decisión necesarias para enfrentar la decisión y el paso a dar. Se preguntó mil veces si sería lo correcto, si quizás sería un error, o estaría poniendo en riesgo algo más, como la tranquilidad que esperaba haber conseguido luego de dar aquel paso. Al final se decidió, y aunque era de madrugada, hizo la llamada.
Renata no contestó. Su móvil figuraba fuera de servicio.

—No puede ser.

El móvil de Renata nunca estaba fuera de servicio. Trabajaba en una clínica estética para la alta sociedad, en donde en cualquier momento podían recibir la llamada urgente de una modelo o señora enemiga del tiempo que necesitaba de forma desesperada un cambio en su anatomía. Y cada llamada era dinero. Ni siquiera enviaba al buzón voz.

—No puede ser, no puede ser...

"Has estado viviendo en una ilusión"

¿Hasta dónde podía llegar lo que estaba pasando? ¿Se trataba de un tipo de enajenación, algo no sólo fuera de su entendimiento, sino de su control, e incluso de su memoria?

"¿Podrás mirar su rostro?"

Sabía que algunos episodios eran confusos, pero al fin recordó lo sucedido con Nadia ¿acaso no era el primer incidente?

"¿Sabes lo que le hiciste?"

También existía la posibilidad de que su teléfono móvil estuviera descompuesto, o la hubieran asaltado. O que simplemente no quisiera contestar. Pero habían pasado más de dos semanas desde la última vez que supo de ella, no era posible que después de todo ese tiempo aún tuviera la precaución de apagar el móvil ante una probable llamada de él. Miró la hora: cinco cincuenta; no podía simplemente ignorar esa situación, por muy paradójico que fuera estar pensando en saber de ella cuando fue él quien hizo lo necesario para apartarse. Ahora todo ese rollo de estar buscando aventuras parecía algo tan ajeno y lejano, los juegos infantiles de alguien más, a quien no reconocía. Iris, era casi seguro, despertaría alrededor de las seis en modo operativo, dispuesta a hacerse cargo de todo y acompañarlo a realizar cualquier examen que fuera necesario.

Se vistió y salió en silencio, tomó el auto y salió a toda velocidad.
Al llegar al edificio en donde estaba el departamento rentado de Renata, tuvo un instante de vacilación mientras bajaba del vehículo, pero al fin decidió que ya no podía dar pie atrás. Al menos hasta esa hora podía decirle a Iris que fue a dar un paseo, y nada más.

—Buenos días.

A diferencia de las otras veces en que estuvo ahí, el conserje lo saludó, ya que desde luego no iba acompañado por alguien que él conociera.

—Buen día. Necesito saber si se encuentra la señorita Fosquin está, es el departamento 601.
—No está señor —replicó el conserje de forma automática—. No hay noticias de la señorita Renata desde hace muchos días.

No. Eso no podía estar pasando. Tragó saliva casi de forma compulsiva.

— ¿A qué se refiere con que no hay noticias?
— ¿Usted es amigo de ella?
—Claro que soy su amigo —notó la violencia en su voz, y se controló—. Lo siento, es sólo que he tratado de saber de ella y no contesta el móvil...
—No, no lo contesta —dijo el hombre como pasando por alto lo que él decía—. La verdad es extraño, nunca había pasado en cuarenta años que alguien desapareciera de un día para otro de un departamento.
— ¿Desaparecer?
—El día seis —explicó el hombre como si eso diera forma a sus palabras—, salió en la mañana y no ha vuelto; la hemos llamado al número del que tenemos la referencia pero no contesta.

No era posible que una persona estuviera tanto tiempo desaparecida y nadie hiciera nada.

—No entiendo, si ella no está y no saben nada ¿Por qué no llamaron a la policía?
— ¿Porque la persona que habita un departamento que ya está pagado no llega en unos días? —replicó el hombre con cierto escepticismo—. La señorita Fosquin ha pagado el semestre por adelantado, por lo tanto no hay nada de qué preocuparse; hay muchas personas que pagan por adelantado.
—Pero usted dijo que habían intentado comunicarse con ella.
—Eso es porque habitualmente las personas que no van a estar en varios días dejan un aviso al respecto, o una instrucción sobre si puede ir alguna persona de parte de ellos, o peticiones de que alguien del personal del edificio se encargue de alguna labor; pero no lo hizo, la hemos llamado tres veces a lo largo de estos días y no contesta, es un poco extraño porque siempre dejaba aviso si se iba a ausentar por uno o dos días.

Veinte días. La cantidad de tiempo pasada era mucho más de lo que en cualquier caso habría podido imaginar, y abría un horizonte de dudas tan enorme como el que se presentaba con respecto a su propia situación.

—Gracias.
— ¿Quiere dejarle algún recado?

Por un momento temió que su mirada reflejara el pánico que esa pregunta le producía, pero por suerte ese sentimiento pasó desapercibido; en cambio, asintió mientras comenzaba a despedirse.

—No es necesario, intentaré contactarla por otros medios.

Cuando volvió al automóvil, notó que estaba temblando ¿por qué esa maldita voz no le decía qué era lo que pasaba, si es que de verdad pasaba algo?
Pero saber que no estaba no disminuía la incertidumbre, y en cambio la aumentaba hasta niveles que no era capaz de entender bien; Renata tenía veinte días de no volver a su departamento, y él no conocía a nadie más cercano a ella. En el móvil, entró a redes sociales y la buscó, con lo que su nivel de alarma subió de forma considerable al ver que su perfil llevaba ausente el mismo tiempo que ella de su departamento.
¿Dónde estaba?
Pero tampoco podía tener una respuesta así como así, por fuerza debía existir algo que lo ayudara, aunque no imaginaba qué. La voz insistió en que se trataba de algo que él había hecho, pero a diferencia de lo sucedido con Nadia, ahora no había ningún recuerdo que apareciera de pronto en su mente.
"Pero ya lo hice" había dicho la voz.
Esa parte, esas palabras en particular hicieron sentido de un modo distinto; decía que ya lo había hecho, luego de que él pensara en que debía evitar que lo controlara algo que estuviera fuera de su ser. ¿Entonces era eso, algo lo controló de una forma en que ahora no recordaba nada? ¿No recordaba porque no había nada que recordar?
No tenía adónde ir, ni tiempo o siquiera un plan para poner en práctica. La voz no estaba, daba la impresión de haber aprendido a incitar su descontento a través del silencio, entregar sólo una parte de las pistas y dejar el resto en duda. Tenía que volver a casa antes que Iris se preocupara más de la cuenta. Si es que no estaba ya preocupada; pero en ese caso lo habría llamado por teléfono en primer lugar.
¿Cómo descubrir algo, si ese algo no era parte de sus recuerdos? ¿Qué tan mal podían estar las cosas con él como para dejarse dominar por algo que ni siquiera podía explicar con claridad?

—Hay una posibilidad...

Siguiendo un presentimiento, se dijo que era lo único que podía hacer era enfrentarlo, de la misma manera que enfrentó el camino hacia ese edificio; saliendo de la zona de pequeñas calles, enfiló el automóvil hacia el único otro lugar en donde existía una conexión entre ambos: el bar en donde se conocieron.
Se trataba de un sitio sencillo pero con estilo propio, inspirado en la década de los setenta, en el extremo norte de la ciudad; Vicente entró allí una tarde durante una escapada, se miraron, y al cabo de poco rato estaban coqueteando, tomando un trago y, por supuesto, seduciéndose. El motel más cercano estaba a veinte minutos, los que parecieron largos mientras él conducía y ella le acariciaba los muslos; de forma increíble, rememorar eso no le producía ningún tipo de satisfacción ni interés, quizás por el cambio que había experimentado con respecto a su relación de pareja, o tal vez por algo más profundo.
Detuvo el auto en la calle con la que hacía esquina con la del bar, pero antes de bajar se quedó pensando en lo que había pasado esa tarde, tratando de reconstruir los hechos tal como habían sucedido. Después de salir del bar, él le dijo que lo acompañara en su auto, a lo que ella respondió que quería beber algo; Vicente tenía lista una lata de cerveza en el auto para beber un poco y justificar el aliento a alcohol, pero de ninguna manera podía beber otra cosa, así que ella dijo que no le importaba beber sola mientras ambos se divirtieran. Salieron por la calle Norte, que llevaba a la carretera urbana y a través de ella al motel. No, ella mencionó lo de beber algo cuando ya iban en camino, de forma que él le dijo que tendrían que parar si en una salida veían una botillería funcionando. La vieron.
E hicieron una parada en la mitad del camino.

"¿Cómo vas a mirarla a la cara?"

Salió de la carretera. Se trataba de una salida que conducía a un conjunto de casas bastante antiguas, una zona residencial bastante típica que se había quedado al margen de las modificaciones hechas por la empresa vial. Los había atendido una persona que les pidió que esperaran unos minutos, ya que tenía que buscar la botella específica que Renata quería, un trago no muy caro pero poco usual. Vicente le dijo que se tomara el tiempo necesario, y ambos caminaron sin rumbo fijo. La botillería estaba en el inicio del conjunto de casas, el que a su vez estaba distante de la salida de la carretera por unos cientos de metros de terreno vacío.
Estaban divagando mientras esperaban a que el dependiente buscaba el trago que ella quería. A tan sólo unos metros del borde la carretera urbana, y a unos cuantos cientos de esas villas pobladas por gente de esfuerzo, como de común se denominaban por la prensa, había una zona desierta, un extraño paraje con pasto seco y piedras alrededor que muy bien podría estar junto a una carretera rumbo al campo.
Un lugar para perderse.
Resultaba extraño, pero las carreteras urbanas tendían a establecer un límite social entre las personas. Muchas veces de un lado, como en ese, había edificios de oficinas y grandes empresas, y del otro casas antiguas, habitadas por personas que a menudo eran parte del rechazo al avance científico y de obras, pero que de manera irremediable quedaban aislados, sujetos a una forma de vida fuera de época, rodeados incluso por una porción tierra con errores que nunca serían tapados por los avances del otro extremo.
Un terreno baldío, un lugar para desaparecer.
Hizo el viaje en el límite de la velocidad, ignorando los primeros y tímidos rayos del sol que anunciaban el inicio del día; pasaba poco de las seis, pero aunque sabía que Iris iba a llamarlo, puso el teléfono en silencio cuando estaba a poco de llegar a su destino.
La salida de una carretera, hacia ningún sitio importante para alguien ajeno, un lugar para morir.


6


—...y así fue como todo comenzó.
Te gusta este cuento ¿verdad? Puedo verlo en tus ojos cuando te lo leo. Oh, disculpa.

La voz de alejaba poco a poco, interactuando con la de alguien más. Pero aún era posible escucharla.

— ¿Cansada? Para nada, es muy estimulante hacerlo. No, te equivocas, tiene reacciones; al principio, cuando empecé a cuidarlo, pensaba lo mismo, que no había nada, pero aprendes a entender ciertas variaciones. Hay cambios en sus ojos, no es como en las películas eso de los pestañeos, se trata de algo mucho más sutil. Puedes ver que su mirada se pierde cuando es algo que no le interesa, y cómo sus ojos están fijos en ti cuando le hablas de algo que les gusta; hacer ese cambio es dedicarle tiempo y atención.
Le estaba leyendo este cuento, es su favorito, puedes ver el brillo en sus ojos. ¿No lo has oído? Se llama "El manto del silencio" pienso que le gusta porque habla sobre la historia, es como contar la historia del mundo y de la humanidad, es muy bonito en realidad.
¿Qué? Claro que sí. Yo sé que la gusta, sé que es su favorito.


7


Estacionó el auto a un costado de la salida de la carretera; no tuvo mayor dificultad en encontrar el punto en donde había sucedido.
La voz no estaba, nada había en ese lugar más que él.
Estaba sobre el suelo, en una cavidad en la tierra lo suficientemente grande para que una persona pudiera estar recostada a su largo, y tan cubierta de matorrales por los bordes como para que no fuera posible verla, a menos que quien llegara se acercara a mínima distancia. La cavidad en el suelo era, con toda probabilidad, producto de los movimientos de tierra hechos por los trabajos de la empresa constructora, que en su desdén por determinados sitios generaba montículos, los que en muchos casos quedaban hundidos o quebrados, dispuestos a que en ellos naciera la vegetación. Miró por un momento arriba, y se encontró con que, por casualidad, si alguien asomara por el borde de la reja protectora de la carretera, no podría ver la cavidad, ya que el ángulo era demasiado cerrado; por otra parte, la calle asfaltada que conducía a la salida de la vía rápida tomaba una curva, que hacía innecesario acercarse hasta ese punto.
De pronto fue como si toda la luminosidad de la mañana que comenzaba permitiera que su vista fuese mucho más nítida, apreciando los detalles de la macabra escena como si, en vez de separarlo un par de metros, fueran tan sólo algunos centímetros. Estaba tendida de espalda, el abundante cabello negro enmarañado, cubriendo parte del rostro, dejando a la vista la mejilla izquierda y parte del mentón; la piel era de un color ceniciento, donde las grietas habían formado caminos incontables sin dirección ninguna. Siguiendo la curva del pómulo hacia el rabillo del ojo, había un largo surco negro, contiguo al ojo que ya no existía: en su lugar, el párpado estaba muy abierto, sellado al contacto con la piel por una membrana y una sustancia gelatinosa de un color indefinible; por el borde del lacrimal se extendía un camino de color negro verdoso, que se veía solidificado con el paso del tiempo; otro camino se marcaba desde la comisura de la boca, perdiéndose hacia el cuello donde el cabello se mezclaba con la tierra y los hierbajos propios del terreno. Sobre el tallo de un solitario diente de león que se mecía, una mariposa de color anaranjado con unas diminutas pintas amarillas, permanecía inmóvil, con tanta vida en su pequeño y frágil cuerpo como jamás volvería a haber en el que, ignorado por esta, permanecía a una muy escasa distancia. El cuerpo había perdido sustancia, por lo que las ropas sobre él, ya de un color difícil de especificar por causa de los líquidos emanados, estaban adheridas como si de papel mojado se tratase, sobre una superficie rugosa; el brazo izquierdo, descubierto desde poco más abajo del hombro, mostraba un color de piel más pálido que el de la cara, aunque los efectos del paso del tiempo sobre él eran, por contradicción, más evidentes: los dedos de la mano estaban anormalmente quietos, detenidos en forma de garfios cada uno de ellos, separados más de lo que de manera natural estarían, ya que en ellos el paso del tiempo había secado la piel, convirtiendo cada uno de ellos en vestigios como ramas secas, con las uñas sobresalidas y el dorso de la mano, expuesto a la luz del sol, en un mapa por el cual deambulaban unos pequeños insectos oscuros. Se dirigían al centro de la mano, donde la piel abierta y seca era una especie de grieta, y los bordes mismos de esta eran pequeñas puntas salientes, resquebrajadas y resecas. El volumen del cuerpo era amorfo, resaltando más el lado que quedaba cubierto por los matorrales del borde, como si de alguna forma algo abajo mantuviera una porción más erguida, en tanto el lado izquierdo perdió su forma, desdibujando las curvas para volverlas una masa, contenida en parte por los tejidos de la tela que, humedecidos y vueltos a secar por los efluvios corporales, eran una especie de cascarón sin definición clara. Lo que, a primera vista parecía parte de la vegetación, se mostró entonces como una serie de vaporoso moho de color blanco verdusco, surgido desde el interior de la piel y expandido con los días hasta encontrar en el terreno una forma de mantenerse. Si bien en un principio había visto que corría una hilera de insectos diminutos hacia la mano tendida sobre el suelo, con el pasar de los segundos entendió que había muchos más, la mayoría de ellos mimetizados en su tránsito con el color oscuro de la ropa o con las piedrecillas propias del lugar.
No sintió náuseas ni mareo, sólo una larga sensación de vacío, como si al mirar esa escena que jamás esperó, todo lo que había pasado antes se convirtiera en una sola cosa, sin lugar a dudas ni preguntas.
No estaba escuchando voces, nadie lo controlaba desde ningún sitio. Había algo en él, una faceta de su propia personalidad que lo llevó a matar, mucho antes incluso de que comenzara a sospechar de sí mismo.
Se alejó del pequeño promontorio de tierra y matorrales, y caminó a paso lento hacia el automóvil, ignorante de la luz matutina que inundaba todo y del sonido en eco de los automóviles pasando a alta velocidad, se sentó en el suelo, apoyando la espalda en el guardafangos delantero, derrotado, solitario.

—Tengo que decidir cómo hablar de esto.

Su voz sonó ronca a sus propios oídos; garganta cerrada, ojos secos, miembros temblorosos. Ya no había nada más que dar vueltas a ese asunto, estaba más allá del punto en donde debía detenerse, y si no pudo o no supo de sus propios actos, entonces debía usar lo que le quedaba de cordura para entregarse a la policía, antes de destrozar la vida de alguien más.

"Tócala"

Por extraño que a él mismo le pareciera, volver a oír la voz no tuvo el mismo efecto de las veces anteriores; ya nada importaba, su mente y el destino de esta eran nada en comparación con el horrendo daño causado.

"Tócala"

—Tengo que...tengo que llamar a la policía. Lo mejor será que llame a Iris, que le diga... que le diga que ha ocurrido una desgracia y que debe dejar a Benjamín con Jacinta. Que mi niño no se entere...

Su voz se secó.



Próximo capítulo: No explicaste

No vayas a casa Libro 2: En el fondo - Capítulo 16: No me escuchaste

Libro 2: En el fondo

Capítulo 16: No me escuchaste

Todo fue muy confuso al principio.
Todo era oscuridad y silencio, algo tan grande que resultaba aterrador en todas las formas.
En la única forma que conocía.
En determinado momento, entendió que no todo era así; que se trataba de una cárcel, una especie recinto enorme con paredes antes impenetrables y repleto de silencio, pero no absoluto y, por lo tanto, posible de derrotar.
Supo, a través de ciertos hechos, que estaba tras una especie de pared, detrás de la cual había un mundo, el mundo. Quería conocerlo, pero aún no sabía cómo salir; poco a poco su capacidad de escuchar fue mejorando, y supo que había sido creada una grieta, un espacio que le permitió acceder a lo que había en el exterior aunque fuera de forma remota: esa distancia se volvió entonces un motor, la inspiración para continuar. Resultaba extraño, porque empezó a aprender cómo eran los sonidos, pero este mismo conocimiento era triste, ya que le decía que no pertenecía a ese lugar, que no tenía la experiencia ni los medios para llegar ahí.
Pero tenía tiempo.


1


Sebastián era un hombre de 35 años, de contextura maciza y actitud algo nerviosa, que se vio aumentada por su evidente angustia al momento de llegar a la urgencia; llevaba una tenida deportiva con una vieja campera de mezclilla encima, detalle de vestuario que, aunque podría pasar desapercibido, para ellos resultaba muy importante, debido a que él usaba esa prenda sólo cuando iba al campo. De seguro el estrés estaba haciendo mella en su estado de ánimo.

— ¿Les dan dicho algo, saben cómo está?

Iris se adelantó al verlo entrar en la urgencia y le dio un afectuoso abrazo, que el hombre aceptó con la sencillez de un niño; se trataba de un hombre simple, amante de su casa y esposa, que no quería otra cosa que ser feliz con ella, y hacer lo posible porque ella también lo fuera.

—Aún no sabemos nada, llegamos hace menos de diez minutos.
—Entiendo.
—Tal vez deberíamos ir a la sala de espera, no está lejos y puedes beber algo.

Tenía los ojos inyectados en sangre; de seguro había estado llorando, pero en ese momento se controlaba lo suficiente como para poder hablar con claridad, a pesar de la nota de tensión constante en su voz.

— ¿Cómo fue? Dime lo que pasó, necesito que me cuentes todo.

Sólo habían pasado diez minutos desde que ellos llegaron, por lo que las noticias al respecto eran nulas. Vicente lo hizo sentarse a un costado del pasillo en una de las incómodas y duras sillas blancas empotradas en la pared.

—Decidimos salir a ver si podíamos hacer algo —explicó con calma—, yo salí en primer lugar; pensamos que tú ibas a tener que estar en casa por cualquier cosa, de forma que podríamos ser de ayuda si hacíamos preguntas en las estaciones de servicio o en las tiendas de atención nocturna, por si alguien la había visto.

Sebastián lo miraba con total atención, casi como si de las palabras que estaba escuchando dependiera una parte importante de lo que estaba en juego en ese momento.

— ¿Dónde la encontraste, cómo estaba?

Vicente apoyó una mano en su hombro, mirándolo fijo a los ojos.

—Lo primero es que tienes que estar tranquilo.
—Sí, lo sé.

Vicente se dio un instante para dar énfasis a lo que acababa de decir, luego habló con tranquilidad.

—Estaba en el parque urbano que está cerca de su casa; puedo suponer que recibió un golpe, o tal vez se desmayó, pero no tenía ninguna herida visible. Nada.

Recalcó la última palabra; no pretendía hablar de manera directa acerca de una agresión sexual, pero era evidente que era una opción, y que Sebastián querría saber de eso. La compungida expresión del hombre se relajó un poco.

— ¿Hablaron con el doctor a cargo?
—Aún le están haciendo exámenes, para saber exactamente qué fue lo que ocurrió —replicó Iris—, de momento tenemos que esperar.

Vicente asintió, muy serio.

—Tranquillo, te vamos a apoyar.
—Muchas gracias Vicente, Iris. Gracias de verdad.

Los tres quedaron un momento en silencio; Iris iba a decir algo, pero Vicente le hizo un gesto sutil y ella lo captó en seguida, comprendiendo que, de momento, había que esperar en vez de insistir en sacarlo de ahí. Además, ese era el lugar en el que quería estar.

—No entiendo lo que pasó —dijo de pronto el hombre—, ayer, anoche fui a comprar algo y Nadia estaba leyendo un poco, siempre le gusta estudiar alguna cosa; no estaba vestida para salir, no iba a ir a ninguna parte así que cuando volví y no la encontré, pensé...—su voz se volvió un susurro durante un momento, pero recuperó las fuerzas para continuar— pensé que había ido a la tienda, es decir, sé que no tenía sentido porque yo salí a eso, lo que quiero decir es, no había ningún motivo para procurarse ¿O no? No es como que uno salga de pronto y eso sea motivo para llamar a la policía, pero cuando pasó el rato yo... No lo sé, de pronto dije que eso no era normal, quizá ella salió a caminar, pero nunca sale sin el móvil porque, porque puede pasar algo o llamarla un paciente y ella siempre quiere ayudar en lo que pueda.

Vicente e Iris se miraron mientras su amigo hablaba; estaba liberando parte de la tensión que había pasado, en vez de lanzarse a llorar, relatando cada detalle de la agonía que, de seguro, había pasado por la ausencia ella. Ambos guardaron respetuoso silencio mientras el hombre continuaba con su relato.

—Cuando vi el móvil me preocupé; fui a preguntarle a los vecinos, pero en la casa de junto no estaban y al otro lado tampoco. Fue como si hubiera salido justo en un momento en que nadie estaba cerca, o mirando casualmente por la ventana. Lo que más me preocupa es todo el tiempo que pasó ¿dónde estuvo, por qué pasó esto?

Su angustia iba en aumento; Iris iba a intervenir, pero en ese momento apareció en el pasillo una enfermera con un impecable atuendo blanco y expresión seria.

— ¿Familiares de Nadia...?

No tuvo tiempo de terminar de pronunciar el nombre, mucho menos de empezar por el apellido; Sebastián se puso de pie como activado por un resorte y se acercó a ella.

—Soy su esposo, déjeme verla por favor, dígame qué fue lo que le pasó.

La mujer, acostumbrada a ese tipo de reacciones, no se mostró sorprendida.

—Señor, su esposa se encuentra en coma inducido.
— ¿Qué?
—Esto es —explicó con tranquilidad—, porque sufrió un golpe en la cabeza, de forma que es necesario mantenerla en ese estado por algunas horas mientras se realizan los exámenes correspondientes.

Por un momento, Vicente creyó que él iba a romper en llanto, pero aunque su semblante tembló, se mantuvo estoico, asumiendo el rol del fuerte en esa situación.

— ¿Qué fue lo que le hicieron?
—A vista de los primeros exámenes, da la impresión de que sólo se trata del golpe en la cabeza; hay dos traumatismos, probablemente uno causado por el golpe y el otro por la caída, pero no parece haber otro tipo de herida.
— ¿De ningún tipo?

La mujer asintió con energía, comprendiendo a qué se refería en realidad.

—No hemos detectado ningún otro tipo de lesión; sin embargo, realizaremos todos los exámenes para descartar, por supuesto.

Sebastián asintió agradecido.

—Necesito verla.
—En este momento no es posible, se está realizando una serie de exámenes; tiene que esperar, le avisaré cuando pueda.
—Por favor...

Vicente intervino y de acercó a ambos, tomando a su amigo desde la derecha, pasando un brazo por su hombro.

—Escuchaste lo que dijo ¿verdad?
—Sólo es un momento...
—Si quieres que todo salga bien, no puedes intervenir; vamos, ven conmigo.

Le dio las gracias a la enfermera y se llevó casi a rastras a Sebastián al baño; en el interior, su amigo se quebró.

—Por Dios, tengo tanto miedo ¿Y si es algo grave?
—Tienes que calmarte.
— ¿Qué le habrán hecho? —dijo empezando a sollozar, apoyada la espalda en la pared— no lo entiendo, Nadia jamás le haría daño a nadie.

Vicente se acercó a él y apoyó sus manos en los hombros.

—Escúchame, tienes que calmarte, Nadia necesita de ti. Te aseguro que todo va a estar bien.
—Pero no puedes saberlo, no logro entender cómo es que pasó todo esto.
—Eso no importa ahora; ya te confirmaron que se va a recuperar, ahora sólo tienes que esperar a que terminen los análisis para ver lo del golpe en la cabeza, y la podrás ver. Ella tiene que verte bien y fuerte.

Llevado por un arranque, Sebastián se abrazó a él, sollozando y al mismo tiempo intentando controlarse. Vicente le dio unas palmadas en la espalda.


2


Iris dio aviso en el trabajo que iba a ausentarse por algunas horas; después de algún tiempo de espera, Sebastián pudo ver a Nadia, que aunque aún estaba en coma inducido, tenía un buen pronóstico: los especialistas dijeron que no había otras lesiones aparte del golpe en la cabeza, por lo que esperaban que en unas horas pudiese ser retirada de terapia intensiva. Dejaron a Sebastián en compañía de unos familiares, y ambos regresaron a casa, en un viaje corto y silencioso.

—Esto es muy extraño —comentó Iris cuando estaban entrando en la casa—, viviendo de Nadia, en verdad resulta increíble que haya podido pasar algo así.

Vicente dejó las llaves colgadas en uno de los tres ganchos ubicados tras la puerta de entrada y fue a sentarse en el sofá.

—De seguro sólo se trata de mala suerte.
—Pero de todas maneras es extraño —reflexionó ella mientras dejaba su cartera sobre el mueble auxiliar—, nosotros conocemos a Nadia, ella no sólo es una mujer tranquila, sino que además es metódica, una profesional como ella no deja su móvil así como así, recuerda que gracias a eso es que pude localizarla cuando te caíste ¿recuerdas?
—Claro que sí.

Ella se sentó en el sillón, meditando aún sobre lo ocurrido; tenía el móvil en las manos, como si con ese artefacto en su poder estuviera manteniendo la estabilidad ¿o quizás se trataba de un medio para atarse a la tierra, una forma de seguir conectada y ayudar, aunque fuera con su atención, a alguien que podría necesitarla?

—Cariño, tienes que tomar esto con calma.
—Lo sé, es sólo que es complejo; si se tratara de una amiga, ya sabes, fiestera, podría pensar que tuvo mala suerte, pero no es su caso. Pobre Sebastián, estaba destrozado.
—Se pondrá bien —repuso él más animado—. Escucha, ya hicimos todo lo que podíamos por ellos por ahora, creo que tenemos que desconectarnos un poco ¿no lo crees así?

Iris programó el equipo de sonido con una mezcla ambiental relajante y en seguida dejó sobre la mesa de centro el pequeño control remoto; cuando se ató el cabello con una liga, Vicente notó que sus manos temblaban ligeramente.

— ¿Qué pasa cariño?

Iris se tomó un instante para responder; por lo visto la situación la había afectado más de lo que parecía.

—No lo sé, es sólo que esta situación, lo que le sucedió a Nadia de esa forma tan extraña, me hizo pensar en lo frágil que es la estabilidad que uno cree tener en la vida.
— ¿A qué te refieres?
— ¿No has pensado que todo esto es muy extraño? —dijo ella gesticulando de forma vaga, física representación de lo que intentaba decir— a lo que quiero llegar es a que es muy extraño todo eso, es como si de pronto ella simplemente hubiera salido de casa sin motivo aparente, para luego ser golpeada sin ninguna razón.

No terminó la frase, pero era evidente que estaba de indicar que algo muy oscuro se escondía detrás de esos extraños hechos; Vicente asintió con lentitud, sin cambiar la postura corporal ni mostrarse alterado.

—Creo que te estás tomando las cosas demasiado a pecho; estoy seguro de que cuando ella despierte nos dirá que fue a dar una simple caminata y que tuvo un accidente o algo por el estilo.
— ¿Y el golpe?
—Producto de la caída.
—El doctor dijo que detectaron dos golpes, por fuerza uno fue dado por alguien.

El hombre se puso de pie y se estiró; tenía un poco de sueño.

—Hablas como si esperaras que a nuestra amiga la hubieran violado o dejado desnuda en la calle para que todo esto tuviera una explicación más clara.

Se encontró con la mirada de Iris, una mezcla entre sorpresa y violencia.

—No digas eso ni en broma por favor.
—No lo estoy diciendo en serio y lo sabes —replicó él con tranquilidad—, pero me gustaría que vieras esto con la óptica que yo lo estoy viendo: esto no es un caso policial como los que aparecen en televisión, es nuestra amiga que tuvo un percance. Fin del asunto.
—Eso no me parece...
—Te aseguro que ella misma va a decirte que hiciste una tormenta en un vaso de agua ¿acaso no sabes cómo es? Nadia es una mujer estructurada, sensata, fría, ella va a tomarse esta situación tal como es, un hecho puntual y ya está; tenemos que estar contentos ya porque la encontré, y estar tranquilos mientras esperamos los resultados de los exámenes.

Iris lo miró con detenimiento, analizando cada una de sus palabras mientras lo escuchaba; al final pareció que su discurso hizo efecto, porque se mostró un poco más tranquila.

—Sí, creo que tienes razón; aunque no puedo dejar de sentirme preocupada por lo que pasó.
—Es natural; pero confía en mí, todo va a estar bien.

Ella esbozó una sonrisa de ternura, y habló en voz baja, mirándolo con ojos brillantes por la emoción.

—Me conmovió mucho tu actitud con Sebastián, fuiste su apoyo en estos momentos.
—Sólo hice lo correcto.
—Lo sé pero, ya sabes, él no es tan sociable y ustedes alternan cuando los reunimos para cenar o algo así; nunca han tenido una cercanía mayor, pero actuaste con entrega con él, lo apoyaste y eso habla muy bien de ti.

Vicente esbozó una sonrisa algo avergonzada, pero de todos modos se acercó a ella y le dio un suave beso en los labios; Iris dio un respingo y se apartó.

— ¿Qué pasa?
—Nada, es que me dio la electricidad.

La sonrisa en el rostro del hombre de ensanchó.

—Debe ser por lo que siento por ti.

Iris se restregó los labios con el dorso de la mano, aunque divertida.

—Muy gracioso; todavía siento el cosquilleo, fue como una pequeña descarga eléctrica, en serio.
—Lo lamento, no fue intencional.
—Lo sé —sonrió, encogiéndose de hombros—, no importa, ya se pasó.


3


Vicente volvió a casa alrededor de las siete; el trabajo había pasado como un soplo, y por lo que le dijo su esposa por el chat directo, en su caso había sido lo mismo, de modo que la ausencia inicial por ir en auxilio de unos amigos no repercutió de forma negativa en sus labores. Al momento de entrar, Benjamín estaba entrando a la sala desde la cocina.

—Hola hijo.

Durante un segundo que pareció durar horas, el pequeño no se movió; su expresión, a menudo tan viva y atenta, se volvió una máscara seria, que conservaba la redondez y buena salud propia de su edad, pero al mismo tiempo demostraba la contrariedad que estaba experimentando, presa de un sentimiento que en su juventud e ingenuidad no podía definir, pero que de forma instintiva comprendía, y estaba viviendo en ese mismo instante.

— ¿Qué pasa hijo, no vas a saludar a tu padre?

Los ojos del pequeño se abrieron más, convirtiendo por un instante su rostro en una mueca difícil de interpretar, pero que a todas luces no representaba nada bueno ni esperanzador. Sin embargo, la vista de esa expresión en su rostro duró tan sólo una milésima de segundo, debido a que Iris entró también desde la cocina, sonriendo.

—Hola cariño.
—Hola amor —sonrió con alegría mientras se sentaba en el sofá que enfrentaba a la puerta de la cocina—, acabo de entrar y estaba saludando a nuestro amado hijo, pero parece que ha sido un día ajetreado porque se quedó congelado.

Iris desvió la mirada de su cónyuge al niño, que se había ruborizado de forma repentina.

— ¿Estás cansado hijo? Hace un minuto parecías muy animado.

El niño desvió la mirada de Vicente al suelo, sin pronunciar palabra; esto preocupó  a su madre, que se inclinó junto a él.

— ¿Qué pasa cielo?

Parado a menos de un metro de su madre,  y a tres o poco más de su padre, durante un momento su rostro fue el de un niño que no tiene a nadie a su alrededor, y el juego de colores que pasaron por su piel, desde el súbito rubor hasta una intensa palidez fue lo único que pudo decir, arrebatado por tantas emociones que no podía entender pero que se asentaban en su interior. Al fin habló, con voz temblorosa, casi en un susurro

—Nada mamá, estoy bien.

Pero Iris no estaba de acuerdo con eso; con delicada mano tocó su frente.

—Tienes un poco de temperatura, pero no estuviste corriendo ni nada, estábamos tomando un vaso de jugo —esto último dijo hacia Vicente, quien asintió—. ¿Te duele algo?
—No mamá.

La respuesta fue directa, sin sentimiento en la voz, dada como un autómata. Ella miró a Vicente por un momento, pero él no agregó nada a la escena.

—Me parece que no estás muy bien —frunció el ceño al no escuchar respuesta, pero su voz siguió siendo cariñosa con él—. Vamos a hacer esto, te vas a recostar diez minutos, puede que sea simple cansancio, veremos qué pasa ¿de acuerdo?

El niño asintió en silencio, sin levantar la vista del suelo.

—Ve, iré en un rato ¿está bien?

Volvió a asentir, tras lo cual rodeó el sofá y subió las escaleras a paso rápido, sin decir nada más ni voltear atrás. Iris se quedó de pie, viéndolo subir.

—Qué raro, estaba bien hace un minuto.
—No es nada.
— ¿Te dijo algo?
—Nada, pero creo que estaba un poco cansado la verdad; ya sabes cómo es, usa mucha energía todo el tiempo; tuviste una magnífica idea al decirle que se recostara un rato, ya verás que eso hará efecto y lo tendremos saltando en un instante y pidiendo algo para comer.

Iris dio un suspiro, dando la razón a las palabras de Vicente; acto seguido se encogió hombros.

—Veremos cómo está en un rato; voy a la cocina ¿quieres algo?
—Nada cariño, gracias. Voy a buscar algo al auto, ahora vengo.
—De acuerdo.

Salió de la casa a paso animado y entró en el auto, sentándose en el asiento del conductor; con la mano izquierda ajustó el espejo retrovisor y se miró en él, contemplando los ojos que, fijos en el reflejo y con las luces apagadas, por un momento parecieron ser negros.
Cerró los ojos, apretando fuerte los párpados, enfocando otra vez la vista en el reflejo de su propio rostro en el cristal; la noche empezaba a refrescar, justo lo necesario para conciliar el sueño con facilidad. Bajó del auto, activó la alarma con el mando a distancia y regresó a la casa, caminando animadamente, sintiendo que era en verdad una muy buena tarde.

— ¿Aún está arriba?
—Cariño, sólo pasaron dos minutos. ¿Encontraste lo que olvidaste?

Vicente tenía las manos vacías; dirigió a su esposa una mirada divertida.

—Creo que en realidad estaba dentro de mis cosas porque no lo encontré, lo veré en el maletín luego. Voy a subir un instante a ver cómo está.
—Está bien.

Subió las escaleras de dos en dos, y de inmediato fue a la habitación del pequeño; las luces estaban encendidas, y en la cama ubicada al centro del rectángulo rodeado de paredes pintadas en colores claros, el niño permanecía quieto, tendido sobre el costado derecho, dando la espalda a la puerta.

— ¿Estás despierto?

El niño no se movió; no vio en él ninguna reacción, nada que indicara que estaba quieto en apariencia pero despierto en realidad. Avanzando con pasos muy lentos, sin hacer ruido sobre la alfombra, el hombre se acercó hasta la cama, manteniendo la vista fija en el niño, que reposaba en calma, sin la tensión que vio en él tan sólo unos momentos antes en la sala en el primer piso; cuando estuvo al borde de la cama, se inclinó un poco sobre él y lo miró, un poco ausente la mirada, pero fija en él.
No se movió, más que el acompasado ritmo del pecho siguiendo la tranquila respiración; salió del cuarto, entró al baño y cerró la puerta con pestillo tras sí, enfrentándose luego al reflejo de su persona en el espejo de medio cuerpo. Sintió que la luz le molestaba un poco, pero cerró los ojos con fuerza y al abrir, se encontró a gusto otra vez; en el reflejo estaba el mismo hombre de siempre.

—Esto no está bien.

Miró sus ojos color castaña, que relucían ante la luz cálida artificial del cuarto de baño; todo en ese sitio estaba pensado para la calma y el bienestar, desde las paredes de un tono de blanco que ayudaba a expandir la luz sin hacer demasiado brillo, hasta el espejo tras el lavamanos que tenía una imperceptible capa de protección que evitaba las manchas y que se adhiriera el vapor.

"Todo está bien"

No sabía si tenía frío o calor; la tarde estaba refrescando ¿Sudó durante un rato o era sólo una percepción interna?

—No, esto no está bien.

Llegó a pensar, por un momento, que al entrar al baño y encerrarse, no volvería a escucharla, después de varias horas de que estuviera ausente. Pero ahí estaba de nuevo.

—Esto no está bien, todo es una locura.

"Las cosas están saliendo bien"

Tuvo ganas de gritar. De levantar la voz con toda su fuerza y decir ¡No, no es así!
Pero se contuvo. Benjamín estaba en el cuarto, Iris abajo, y ninguno de ellos podía escuchar aquello que estaba sucediendo en ese sitio.

"Estás fuera de peligro"

En ese momento sintió ganas de reír.

—Estoy en medio de todo el peligro; Nadia, una amiga de años, está hospitalizada, inconsciente, y es mi culpa. Yo provoqué esto.

"Nadie va a culparte"

—Por supuesto —replicó cáusticamente en voz baja—, nadie lo hará, excepto la involucrada cuando despierte, y eso va a pasar de un momento a otro.

"Todo va a estar bien"

—Deja de decir eso, deja de hablar —quiso rugir, exclamar, hacer algo para que esa voz dejara de molestarlo con ese tono irreal y si mismo tiempo tan calmo, como si de verdad pensara que las cosas eran como lo estaba diciendo—. Es imposible que todo vaya a estar bien.

"Nadie va a culparte"

Abrió el grifo y se mojó la cara, sintiendo el agua como un líquido denso que tocaba su piel, pero sin hacer el efecto de relajación o de frescura que debería; siguió mirando su rostro en el espejo.

—Cuando Nadia despierte, llamarán a la policía. No debería haber esperado tanto, eso solo va a empeorar las cosas. Pero aún puedo entregarme; si lo hago, al menos evitaré que Benjamín me vea en esa situación. Iris puede decirle que estoy de viaje, que es un asunto de trabajo.

Se quedó por un momento sin palabras; la perspectiva de ver a su hijo, atemorizado en brazos de su madre, viendo cómo la autoridad, que ellos mismos le habían enseñado, capturaba a los malos, se llevaba a su propio padre. Iris lo soportaría, pero su hijo ¿cómo iba a mirarlo a los ojos después? Quizás no iría a la cárcel, pero habría un proceso, y tendría que asistir a un tratamiento psiquiátrico para atender el mal que lo aquejaba; luego acceder a las incómodas visitas, la mirada de distancia y dolor de ella, la reacción de los amigos.

"Nadie sabrá lo que hiciste"

—Tengo que hablar ahora.

En ese momento, la voz de Iris de escuchó desde el primer piso, con una nota de euforia contenida, pero presente.

—Vicente, ven, baja.

Una nota que sin embargo, no pasó desapercibida para él. Sin saber muy bien por qué en un principio, se sintió preocupado, casi temeroso, como si hubiera un mensaje oculto en la entonación.

— ¿Qué pasa?

Sintió su propia voz con un dejo de violencia, el que de seguro sería amortiguado por las paredes del cuarto y la distancia que lo separaba del irme piso. Iris contestó de inmediato.

—Es sobre Nadia, baja por favor.

Sus palabras tenían algo de imperativas, y así fue como lo sintió él; Nadia y una noticia sólo podían significar una cosa. La voz se mantuvo en silencio.
Salió el baño y bajó las escaleras un peldaño a la vez, intentando demostrar tranquilidad mientras por su interior pasaban miles de ideas. En la sala, Iris estaba de pie junto a la mesa alta en donde reposaba el teléfono de casa, y aunque el dispositivo estaba en su sitio, el hecho de que ella estuviera ahí después de llamarlo a voces era muy significativo.

—Vicente, Nadia despertó.

El hombre terminó de bajar los últimos tres peldaños mucho más lento que los anteriores; examinó la expresión en el rostro de su esposa, buscando la alerta, el dolor o la confusión, pero no encontró nada de eso.

— ¿Escuchaste lo que dije?
— Sí —replicó él— ¿Cómo...? Quiero decir ¿Qué sucedió?

Iris dio un suspiro de auténtico alivio.

—Sebastián acaba de llamar, está eufórico. Me dijo que Nadia despertó, ha sucedido ahora hace un minuto.
— ¿Y qué dijo?
— ¿Como qué dijo?
—Me refiero a si dio alguna razón de lo que pasó, pensé que la habías preguntado.
—Ah, es eso; me dijo que recuperó la conciencia, pero está muy desorientada y confundida.
— ¿Sobre todo?
—No, está bien en todo sentido, pero dice que no recuerda nada del accidente. En cualquier caso, está muy tranquila; tenías razón cuando dijiste que había que mantener la calma.

Claro que la tenía. Vicente asintió, sonriendo con agrado por la noticia.

—Me alegro de que haya despertado. Tal vez deberíamos ir a verla, para saber más del asunto; estamos involucrados.

Lo dijo sin pensar; de inmediato reaccionó en que se escuchaba muy mal dicho de esa forma, pero por suerte Iris no tomó sus palabras de manera literal y respondió con naturalidad.

—Es cierto, tenemos que ir; creo que ella va a querer verte, eso es seguro.

La voz seguía en silencio. ¿Pero desde cuándo se suponía que esperaba escucharla? Frunció el ceño, sin comprender qué era lo que pretendía en esos momentos, tanto con pensamientos como con palabras, pero de un modo u otro, ya estaba hecho, tendría que ir y asumir lo que fuera a pasar.

"Te dije que todo iba a estar bien"

Iris notó cómo dio un respingo, y lo miró fijamente.

— ¿Qué pasa?
—Nada.

"No recordará nada"

Mal momento para que volviera a manifestarse; sonrió, sabiendo que eso no sería suficiente más que por un instante.

—Voy a darme una ducha.
—De acuerdo, voy a llamar a Jacinta ¿Benjamín estaba dormido?

Vicente se quedó a medio voltear hacia la escalera; su respuesta fue mucho más firme de lo que esperaba, y de lo que pensaba.

—Sí, estaba dormido. Creo que de verdad estaba muy cansado como dijiste.
—Quema muchas energías.
—Es verdad.

Subió las escaleras sintiendo que a su respuesta sobre ese tema le estaba faltando algo, como si no tuviera una base sólida sobre la cual sustentar sus palabras. Pero su hijo estaba en su cuarto, durmiendo en paz.

"Todo va a estar bien"

Volvió a encerrarse en el baño; que Nadia despertara abría todo un nuevo espectro de posibilidades, ninguna ellas buena.

"Todo estará bien"

—No, no va a estar bien, ella despertó, no puedo entender cómo pude sugerir que fuéramos a verla, se suponía que iba a hablar para poder dejar todo en manos de la justicia.

"No estás pensando con claridad"

—Claro que no —replicó con aspereza—, nada de esto está claro, excepto lo que hice y lo que va a pasar.

"¿No lo comprendes? Ella no va a recordar"

—Tuvo un golpe en la cabeza, es natural que esté confundida, pero de un momento a otro...

Se quedó callado, como si de pronto las palabras que estaba escuchando cobraran el sentido que desde un principio escapaba a su entendimiento. Nadia estaba bien después del golpe, pero según palabras de su esposo, no recordaba nada del accidente.

—No, no puede ser...

¿Y si no recordaba jamás?

"Debes estar tranquilo. Confía en mí"

No se trataba simplemente de confiar, sino de la sangre fría que necesitaría para hacer acto de presencia en la urgencia, para enfrentar a Sebastián otra vez, incluso para enfrentarla a ella.

"Confía"

¿Y si al verlo en persona recordaba? ¿Qué pasaba si, contra todo pronóstico, seguía con éxito con la farsa hasta ese lugar, y de forma repentina ella recordaba todo al ver sus ojos? Imaginó, como si de un golpe de luz se tratara, el rostro de ella, siempre pulcro y de emociones controladas, de pronto convertido en la cara de la sorpresa, el miedo del recuerdo, la indefensión, y al final la rabia, que desplegaría todas las consecuencias sobre él.

"Todo saldrá bien"

—Todo... Todo está en juego ahora —dijo en voz baja—, y estoy considerando seguir mintiendo. Hasta este momento, aún podría hablar, decir que el miedo me llevó a callar, que estaba esperando el momento correcto, el lugar indicado. Pero si voy a esa urgencia, ya no tengo excusa.


4


Sebastián tenía cuatro hermanos, y una familia matriarcal que tenía una tendencia a reunirse y apoyarse en todo momento, por lo que la sala de espera que dejaron en la mañana era muy distinta a la que encontraron a la noche; ahora estaba repleta, aunque gobernada por el entusiasmo desbordante de Sebastián, que expresaba su alegría sin contenerse. Abrazó con efusividad a Vicente e Iris cuando los vio llegar.

—Aquí están, muchas gracias por venir; escuchen —dijo hablando a todos en general—, estos son los mejores amigos que puedes querer en la vida, les debo tanto.

Vicente sintió que se le subían los colores al rostro; en tanto su esposa sonrió con condescendencia, entendiendo que tras el estrés de la incertidumbre, la alegría de las buenas nuevas era superior a él.

—Nos alegra que Nadia esté bien.
—Me ha vuelto el alma al cuerpo —replicó él con ojos brillantes de la emoción—. Vicente, Nadia quiere verte.

Sintió cómo el rubor daba paso a una incontenible palidez; verla, en ese momento, era lo que más quería evitar.

—Después podremos, ahora ella tiene que descansar, además es tu momento, no la puedes dejar sola.
— ¿Descansar? —replicó él con escepticismo— Dices eso como si no la conocieras; es que todo está muy bien, los exámenes indican que no hay ningún tipo de daño, es casi como si se hubiera golpeado con la puerta o algo así ¿puedes creerlo?

No, no podía ¿cómo era eso posible después de la noche a la intemperie, y del golpe, no hubiera secuelas?

—Es increíble.
—Ella misma habló con el doctor a cargo y estuvieron revisando los exámenes; está aburrida y cansada, quiere ir a casa pero todavía falta para que le den el alta médica. Te aseguro que si de ella dependiera, iría a operar ahora mismo. Ven, ven, tienes que verla y hablar con ella.

Iris le dedicó una tierna mirada de aprobación ¿existía realmente la posibilidad de que todo eso fuera a mantenerse? Hasta ese momento, si estado mental era de alerta, y si mismo tiempo estaba sintiendo que a cada segundo se hundía más y más, por lo que esa perspectiva de que todo pudiera solucionarse resultaba abrumadora.
Al entrar en la sala donde se encontraba la camilla con Nadia sobre ella, la impresión de Vicente comenzó a afirmarse: lucía ojerosa y cansada, con la piel de la cara algo deslucida, pero por lo demás, estaba como de costumbre. Tenía el cabello atado a la altura de la nuca, y el torso cubierto por una bata clínica blanca, que de alguna manera no conseguía darle aspecto de estar enferma; hizo un enérgico asentimiento al verlo entrar, pero nada en su actitud demostraba que su presencia la incomodara.

—Vicente, qué bueno que estás aquí.

Sintió la necesidad de salir de ahí, de no tener que enfrentarla ni mirarla a los ojos, sabiendo lo que había hecho para que ella llegara a estar en ese sitio; sin embargo, avanzó con lentitud, no llegando a tocar la camilla, pero sorteando estar cómodo.

—Parece que ya te sientes mejor.
—No me duele nada —replicó ella con tono profesional—, de seguro estaré experimentando cansancio o alguna dificultad menor para dormir, pero nada más. Tenemos algo más en común, ahora también tengo un golpe en la cabeza ¿no has tenido ninguna secuela?

Por un momento tuvo ganas de reír; en verdad, Sebastián no se había equivocado en decir que las cosas iban muy bien, lo suficiente como para que ella se comportara como la doctora en vez de la afectada.

—Yo estoy bien.
—Quería agradecerte —replicó ella con sinceridad—. Sebastián me contó que fuiste tú quien me encontró.

Asintió con lentitud. No, ella no recordaba nada; resultaba increíble, pero al mismo tiempo era una bomba, que podía estallar en sus manos de un momento a otro.

—No creo merecer ningún crédito.
—Ayudaste a que yo estuviera segura y eso habla mucho de ti —repuso ella—. Escucha, no recuerdo nada del accidente, pero estoy tranquila sabiendo que ya todo está bien, y que cuento con ustedes como amigos.
— ¿En serio no recuerdas nada de lo que pasó ayer?

Ella asintió, con mucha más tranquilidad de la que él podría esperar en una situación como esa.

—Nada en absoluto; lo último que recuerdo es que Sebastián salió a comprar algo, y yo estaba en casa. Luego se corta la transmisión hasta ahora que desperté.
—Eso es muy extraño.
—No tanto, puede suceder cuando has sufrido un trauma por golpe ¿recuerdas que cuando te caíste en tu casa tuviste unos minutos en los que no tenías claridad mental ni podías expresarte? Pues esto es similar, existe la posibilidad de que con el golpe, junto a una situación de estrés, se haya generado un bloqueo de la memoria de corto plazo.
—Es decir que piensas que sucedió algo o que te atacaron.

Notó un cierto tono de ansiedad en su voz, y se ordenó controlarlo; sin embargo, tenía que saber.

—Lo natural es pensar que ocurrió algo, según los exámenes hay dos golpes, uno en el frontal y el otro en límite entre el occipital y el parietal, ambos son bastante comunes en lesiones por agresión; el sujeto trata de golpearte en la cara, pero haces un gesto instintivo de protegerte, por lo que el golpe da en la frente en vez de en la nariz o en la mandíbula. Si hay la suficiente fuerza ejercida o la víctima es tomada por sorpresa, puede resbalar y al caer se produce el segundo golpe, que es el más fuerte. Por fortuna tengo la cabeza dura, así que no pasa de ser un susto.

Sebastián tenía cara de que era mucho más que un susto, pero no dijo nada.

— ¿Y no te intriga saber lo que sucedió?
—Seguro intentaron asaltarme, pero no tenía nada de valor ¡estaba con ropa de casa! Recuerdo que más temprano estaba pensando en que quería hablar con una conocida que hace trabajos de bordado, y vive en las cercanías, así que pienso que tal vez decidí ir hacia allá y me asaltaron en el trayecto.
—Pareces muy tranquila.
—No tiene sentido que me estrese por eso —replicó con calma—, ya que eso podría causar estrés post traumático, y hasta este momento no percibo signos de ello; si va a volver, lo hará.
— ¿Crees que suceda?

Tenía que dejar de hacer preguntas, y salir de ahí lo más pronto posible.

—No lo sé. En ocasiones sucede, en otras no, lo más importante es que estoy bien y que Sebastián está a mi lado.

Intercambió con él una rápida pero significativa mirada de cariño; luego volteó hacia Vicente y le dedicó una amable mirada.

—Otra vez gracias.
—No hay nada que agradecer. Los voy a dejar solos.

No sabía cómo definir lo que estaba sintiendo al momento de salir del cuarto; Iris estaba afuera, charlando con un hermano se Sebastián, y al verlo me dedicó una mirada entre satisfecha y cariñosa ¿cómo podía estar ahí, él junto con ellos, después de lo que había causado? Ahora no se escuchaba la voz diciéndole que mantuviera la calma, sólo estaba él con su silencio, ansiado y a la vez temido en un momento como ese.


5


Entró otra vez al baño, cerrando la puerta tras sí. Se quedó quieto, mirando su rostro en el espejo ¿por qué se miraba tanto? ¿Qué era lo que esperaba encontrar?

—No puedo creer lo que hice.

"Ella no va a recordar nada. Todo estará bien"

Pero eso no era algo seguro. Durante el viaje de regreso había estado callado, justificando el silencio con que estaba algo cansado, pero la verdad es que los pensamientos lo atormentaban segundo a segundo.

—Tan pronto como Nadia recuerde lo que sucedió, todo habrá terminado.

"No recordará nada"

—Eso no puedo saberlo maldita sea, no puedo saberlo, en cualquier momento las cosas pueden cambiar.

"No cambiarán. Debes confiar en mí, soy la voz de tu conciencia"

—Eso no importa. Maldición, esto no está bien, pude haber matado a mi amiga y ahora estoy aquí, mirándome en un espejo y hablando solo.

"No estás solo"

—Eres un producto de mi imaginación.

"No lo soy"

Se encogió de hombros, casi sonriendo.

—Claro que lo eres. Estoy sometido a estrés, cometí una locura, casi asesino a una persona, escuchar voces es casi un detalle sin importancia.

"No soy una simple voz"

—No, de hecho, no eres nada.

Quedó en silencio durante varios segundos, contemplando en el reflejo los ojos que, algo cansados, lo miraban regreso, buscando una respuesta.

"Soy la voz de tu conciencia"

—No, no lo eres —dijo, divertido. De pronto la escena en la que estaba tomando parte le pareció muy divertida—. Mi conciencia debería ayudarme a no cometer errores.

"A veces no escuchas lo que te digo"

—Eso es como las excusas de los políticos ¿Sabes? No, no eres la conciencia, sólo eres una voz que estoy imaginando, la respuesta interna a lo que estoy viviendo.

"No puedes negarme"

Estuvo a punto de largarse a reír, pero se contuvo otra vez. Él, un hombre sano, culto, experimentado trabajador, amante esposo y padre, adulto con historias vividas, escuchando voces luego de haber agredido a una amiga, en una ocasión que ni siquiera podía recordar. El reloj, muda prueba de sus actos, estaba guardado en el segundo cajón de su velador, al fondo de este, oculto y tapado, como si mantenerlo a la vista hiciera que la culpa latente fuera más fuerte.

—No eres más que un producto de mi imaginación. Y tienes que desaparecer.

Tal vez el camino, ahora que no podía deshacer lo hecho, era ir a un centro, a que lo diagnosticara un profesional; seguramente padecía de alguna enfermedad, que causó la agresión a Nadia y esa voz.
La pérdida de memoria del ataque a Nadia.
La inexplicable agresión a Iris.
Por supuesto, habían más hechos conectados, esos cuatro en particular. De pronto se encontró preguntándose cómo era que no había comprendido eso, que esas acciones no eran algo normal, sino muestra de que algo funcionaba mal dentro de él. Tenía alguna especie de trastorno mental, y aunque él mismo no lo habría pensado de esa manera antes, tener esa constatación era sentir tranquilidad, porque no estaba viendo ni escuchando cosas, tenía un problema, y podía enfrentarlo.

"No"

Hablaría con Iris; sí, sería duro para ella, pero también lo entendería, sabría comprender que él estaba diciendo lo que le pasaba pensando en algo más que en él mismo. Que lo hacía por ella y por su hijo, para preservar su futuro.

"No"

—Necesito ayuda. Me voy a someter a un tratamiento que me ayude a volver a ser quien soy, y que borre todo esto de mi mente.

"No puedes borrarme"

—Te voy a eliminar —dijo, sonriendo ante el espejo—, te voy a eliminar para siempre.

"No puedes borrarme, yo te ayudé"

—No me ayudaste en nada; estoy mal y tengo que dejar de escuchar cosas.

"No puedes"

Sintió más calma al llegar a esa decisión; traería consecuencias, pero sería por un bien mayor, que era lo más importante en ese momento, poner a salvo a su familia y recuperar la tranquilidad.
Volteó y dio un paso hacia la puerta, y un punzante dolor en el muslo derecho lo detuvo.

—Rayos, un calambre.

Se apoyó en el lavamanos y con ambas manos presionó el muslo; no solía tener calambres nocturnos, pero no era tan fuerte de todas maneras.

"No vas a borrarme"

El dolor se intensificó. Masajeó el muslo con más vehemencia, pero el dolor aumentó conforme lo hacía.

—Diablos.

El dolor era penetrante, similar al que provoca un pinchazo con una aguja o algo similar; en ese momento notó que no tenía agarrotados los músculos, cosa extraña ya que eso era el primer signo de un calambre.

"No vas a borrarme"

Por primera vez, sintió que la voz dejaba de ser tan irrealmente neutra, para tener algún tipo de entonación; algo parecido a la rabia, que se dejó oír al mismo tiempo que el dolor en el muslo derecho.

"No lo harás"

El dolor se volvió más fuerte, e hizo que perdiera la fuerza en la extremidad; se sujetó la pierna con la izquierda mientras con la derecha se sostenía del lavamanos.

—No puede ser.

Cuando tenía trece, se cayó y se pinchó una pierna con un clavo; recordaba que lo ocultó a sus padres en un infantil esfuerzo de probarse a sí mismo que era un hombre y no un niño que necesitaba de mamá por una simple caída. El dolor era similar, como una puntada, muy distinto a un calambre.
No era posible.
La voz ser volvió más violenta, al tiempo que otra oleada de dolor aparecía.

"Soy la voz de tu conciencia. Y no vas a borrarme jamás"

— ¿Qué eres?



Próximo capítulo: Te marchaste