No vayas a casa Capítulo 13: Desrealización



Nadia era una mujer alta, de poco más de cuarenta según sus propias palabras, de figura fuerte por el atletismo, pero que tenía una constante apariencia de cansancio: se notaba en sus gestos desmañados, así como en sus ojeras y en la actitud corporal, siempre con los hombros un poco caídos. A Vicente le pareció que se había demorado muy poco en llegar desde la llamada de Iris, pero al estar sentado en el suelo con su esposa sosteniéndolo todo el tiempo mientras le hablaba en voz baja, quizás su percepción de la realidad estaba un poco trastocada; para el momento en que llegó Nadia, vestida de impecable azul en un traje pantalón que pasaba por uniforme de clínica de la alta sociedad al mismo tiempo que por un atuendo para una cita formal, él ya hablaba con normalidad, aunque tuvo que quedarse en el suelo ante las exigencias constantes de Iris; Benjamín se quedó con Jacinta, quien apareció a los pocos minutos para hacerse cargo de él, aunque en la sala mientras los adultos se trasladaban al cuarto. Ponerse de pie y subir la escalera fue una prueba más difícil de lo que esperaba, pero la afrontó aceptando el apoyo de Iris y dando cada paso con calma.

—Recuéstate lento, vas a sentir pesadez y un poco de inseguridad, pero es normal; asegúrate de seguir mis movimientos y escuchar todo lo que te digo ¿De acuerdo?
—De acuerdo.

Nadia era agradable al trato, cercana y entretenida en la vida común, pero cuando se desempeñaba como profesional era otra historia: su voz era un poco más dura, marcando de forma sutil la autoridad, modulando de forma clara, y explicando con sencillez lo que ocurría. Resultaba imposible negar que era ella quien estaba a cargo, no importaba si estaba haciendo algo o no.

— ¿Recuerdas lo que pasó al caer?
—Solo... —hizo una pausa, desplazando la mirada de Iris a Nadia. La profesional lo miraba con atención y dedicación, pero sin una pizca de piedad; en ella, atender a alguien enfermo era prioridad de trabajo, no de sentimentalismos— solo iba a subir la escalera y perdí el equilibrio, luego me estrellé contra la escalera, pero...
—Es probable que hayas sufrido un leve cambio de presión —explicó ella con calma—. Puede suceder si has estado mucho tiempo sentado en un sitio bajo o con la cabeza inclinada, ya que el ritmo al que funciona tu cuerpo varía.



Necesitaba decirlo; de algún modo se sentía más vulnerable al no verbalizarlo.

—Pero solo fue una caída, no entiendo por qué quedé tan...mal.

Nadia había dejado el maletín a los pies de la cama, y estaba sacando de él una serie de cosas. Iris estaba sentada en el taburete, mirando la escena en absoluto silencio.

—Vicente, ninguna caída con compromiso de conciencia es "Solo" una caída; cuando sucede un accidente de este tipo, pueden pasar muchas cosas, desde un sangrado como el que te ocurrió, o algo que no se note a simple vista, como que una vena interna quede comprimida o directamente se rompa. Al parecer no has tenido pérdida de conciencia, aunque es normal que te sientas un poco perdido porque las caídas con en su mayoría eventos inesperados, con el paso de las horas lo recordarás todo. Pero quiero estar segura de que no hay un compromiso mayor, así que tendrás que hacerte los exámenes que dejaré prescritos, mañana en la tarde. Seis horas de reposo: esto significa estar recostado en tu cama o tendido en ángulo de 45 grados durante todo ese tiempo y moverte sólo para lo necesario, evitar movimientos bruscos, música fuerte y bebidas alcohólicas.

Las instrucciones parecían apropiadas para alguien que hubiese tenido un gravísimo accidente; Vicente entendía que había estado sometido a debilidad y algo de extravío por el golpe, pero siempre estuvo conciente y sabiendo lo que pasaba en ese momento, no tuvo naúseas y de hecho, el dolor había disminuido de forma gradual. Sin embargo vio la postura rígida de Iris y decidió no seguir rebatiendo lo que dijera Nadia. Como si esta adivinara lo que ella estaba pensando, volteó hacia la mujer y habló con calma.

—Quiero que entiendan que la cantidad de sangre no tiene relación con la magnitud de un golpe, y las medidas que te he indicado son preventivas, nada más. Seguro que parece un poco impactante ver toda esa sangre, pero en realidad no es tanta, se trata de un elemento que se dispersa con facilidad, y cuando te golpeas la cabeza, por el escaso espacio que hay entre las venas y el hueso, la presión es más fuerte y hace que el líquido se dispare.
Esas palabras parecieron calmar parte del estrés en Iris, que aunque no se relajó, habló con cierta tranquilidad.

—Parecía mucha sangre.
—Hiciste lo correcto al contener la herida con una toalla mojada —indicó mientras aplicaba un producto con sus manos enguantadas—, la herida no es grande, es un corte de a lo sumo dos centímetros de largo, y es en el frontal, que no es de las zonas más delicadas en el cráneo; despreocúpate por la cantidad de sangre, te aseguro que si pudieras recogerla no harías ni el fondo de un vaso.
—Eso me tranquiliza; Benjamín se asustó.
—Va a estar bien, solo tienen que tratar esto con honestidad, de forma directa; tan pronto como le expliquen la forma en que sucedió, lo comprenderá, no hay de qué preocuparse.

Terminó de guardar sus elementos en el maletín; Vicente tenía en la frente, hacia el lado izquierdo, un parche que se sentía muy ligero y suave, y una sensación superficial de alivio gracias a los calmantes tópicos.

—Quiero que mañana por la tarde te hagas estos exámenes para descartar cualquier tipo de complicación; a primera vista es un traumatismo leve con una herida cortante, pero nada más. Llámenme por cualquier cosa que suceda, y por supuesto tan pronto tengan listos los resultados de los exámenes.
—Muchas gracias Nadia.
—No hay nada que agradecer —repuso la mujer con énfasis—, sabes que lo hago encantada, aunque prefiero que nos veamos en modo amigos y no como médico y paciente.

Iris se puso de pie y la acompañó a la salida; Jacinta volvió a los pocos minutos con Benjamín, quien aun se veía tímido y asustadizo.

—Gracias por traerlo Jacinta.
— ¿Se siente bien?
—Sí, muchas gracias. Hijo, ven acá.

Benjamín se movía a un ritmo muy lento para él; en su rostro se veía con toda claridad el estrés y el temor reflejados.

— ¿Qué pasa hijo?
— ¿Te duele mucho la cabeza?

Hablaba también en voz muy baja, y desprovisto de su habitual chispa e inteligencia; Vicente hizo que se sentara con él en la cama.

—Ya no me duele tanto. Tuve un accidente nada más, me caí porque iba caminando sin ver por dónde iba.
—Ah.

Se quedaron en un silencio incómodo para ambos; Vicente no lograba identificar qué era lo que lo tenía tan mal, cuando estaba viendo que ya se encontraba bien.

— ¿Te asustaste por la sangre?
—No.
—Escucha, no es nada malo que te sientas así, pero en serio no pasa nada.
—Está bien.

Otro silencio; la situación se le escapaba de las manos ¿Qué era lo que sucedía en realidad?

—Hijo, dime qué pasa.
—Nada.
—No me digas que nada. Se ve que te sucede algo, quiero que me digas qué es.

Benjamín se tomó largos momentos para decidir qué decir; nunca hablaba por hablar, cuando se trataba de asuntos que para él eran serios.

—Es que...
—Vamos, puedes decírmelo.
— ¿Te acuerdas de Pietro?

Tuvo que pensar un momento antes de saber de quién le estaba hablando, y lo recordó: se trataba del perro de un amigo de la escuela que había muerto el año pasado.

—Sí cariño, lo recuerdo.
—Es que…
—Dime lo que tengas que decir, no lo dudes.
—Es que cuando escuché a mamá gritar y fui a ver…tus ojos…tus ojos eran como los de Pietro cuando lo atropellaron.

El perro del amigo de su hijo había muerto atropellado afuera de la casa cuando ambas familias compartían un fin de semana y el can escapó; el auto intentó esquivarlo, pero el animal iba a toda velocidad y se llevó el golpe de lleno. Los adultos no alcanzaron a evitar que los niños, tras correr tras el perro y llegar los primeros a la calle, lo vieran tras el fatal accidente: no quedó con heridas expuestas y murió al instante, pero ambos quedaron muy mal al ver su expresión, el pánico, el hocico abierto, los ojos fijos en la nada.

—Hijo, sé que te asustaste —replicó con calma—, pero esta es una situación completamente distinta ¿Estoy aquí hablando contigo cierto? Escucha, cuando me golpeé la cabeza quedé confundido, y sabes algo, no podía fijar la vista ¿Sabes lo que es eso?

El niño negó con la cabeza.

—Es como cuando fuimos al parque de diversiones y subimos en los carros en la montaña ¿Te acuerdas que al bajar no podíamos caminar derecho, porque estábamos mareados?

Benjamín asintió sin hablar, pero la expresión en su rostro comenzaba a cambiar; encontrar una explicación racional era fundamental para que no se hiciera ideas equivocadas de las cosas.

—Esto es algo muy parecido; estaba mareado por el golpe, y es natural que en ese caso uno abre mucho los ojos y trata de mirar muy fijo, porque es una manera de intentar hacer que las cosas no se muevan. Mírame.

El pequeño lo miró fijo; el temor en sus ojos se desvaneció más, aunque se notaba cansado, de seguro por la agitación pasada.

—Estoy bien ¿De acuerdo?
—Sí.
— ¿No vas a estar asustado por lo de Pietro?
—No.
—Eso me gusta; tal vez deberías ir a acostarte.
—Pero me quiero quedar un poco contigo ¿Puedo?
—Claro que sí; ven acá.

Benjamín se acostó a su lado y lo abrazó; se quedaron quietos, en silencio, Vicente escuchando el vigoroso latido de su corazón junto a su cuerpo. Esa preocupación por él, por un detalle aparentemente insignificante, y la relación que hizo entre dos hechos inconexos, hablaba de su gran compasión, y de los maravillosos sentimientos que tenía; sintió que pasó un período largo antes de que Iris entrara al cuarto.

— ¿Cómo te sientes?
—Bien, estamos bien.

Iris sonrió al ver a Benjamín abrazado a él; se había quedado dormido.

— ¿Quieres que lo lleve al cuarto? —dijo él en voz baja— Bajo de inmediato.
—No he dicho que bajes —replicó ella también hablando en voz baja—, no es necesario.
—Pero no quiero incomodarte.
—No me incomodas Vicente —repuso ella mirándolo con sinceridad—, deberías disponerte a dormir, yo llevaré a Benjamín a su cuarto.

Se acercó y tomó entre sus brazos al pequeño, que se dejó cargar sin alterar su sueño; Vicente se puso de pie con lentitud, y caminó hacia el baño. Al mirarse en el espejo, se sorprendió de ver que el golpe y corte era más leve incluso de lo que la propia Nadia había indicado: tenía un parche en el lado izquierdo de la frente, justo donde comenzaba el cabello, pero era del porte de una moneda, blanco y en efecto, muy suave al tacto.

—Qué tontería —dijo para sí en voz baja—, tengo que poner más atención en lo que hago.

Salió del baño y fue al borde de las escaleras; Jacinta ya estaba en su casa, y por suerte nadie había tocado la escalera luego del golpe. En verdad, lo que se comentaba acerca de la sangre era cierto: manchaba de una forma casi cinematográfica al caer, y desde luego, al ser una caída, de seguro salió despedida. Fue a la cocina y sacó un trapeador nuevo, y lo llevó con un balde para limpiar.

— ¿Qué estás haciendo?
—Limpiando lo que ensucié —repuso de forma liviana—, está húmedo así que terminaré en un instante.

Iris bajó las escaleras hasta ubicarse a un lado de él.

—Iba a hacerlo en un minuto.
—Pero quiero hacerlo —dijo él comenzando a pasar el trapeador—, escucha, me siento bien, de verdad; sé que Nadia dijo que no tenía que hacer esfuerzos, pero esto no me cuesta nada, mira, está saliendo con mucha facilidad.

Iris se rindió, y quedó observando mientras él escurría el trapeador en el recipiente.

—Benjamín estaba asustado, dijo que tenía cara de loco o algo así.
—No te veías nada de bien si es a eso a lo que te refieres —comentó ella en voz baja—; también me asusté, no fue sencillo verte así, a simple vista parecía algo mucho más grave.
—Por suerte no lo fue; y ahora tendré que pasar una aburrida mañana en cama viendo películas.

Ella obvió cualquier comentario acerca de su humor y fue al grano.

—Tienes que hacerte esos exámenes.

Lo dijo con cierta intención, pero Vicente ya anticipaba que iba a suceder; de los dos, era ella la que siempre se preocupaba de esas cosas, y él quien prestaba menos atención. Pero estando las cosas así, prefería hacer todo como correspondía y obedecer.

—Tomaré una hora para las seis de la tarde en el centro radiológico —repuso con firmeza—, apenas estemos levantados lo haré, para que no me dejen para más tarde.
—De acuerdo.

La sangre estaba diluyéndose en el agua; poco a poco las salpicaduras en la superficie perdían color, volviéndose opacas, difusas y con un aspecto menos vivo, mucho más irreal.

2

Tras la ronda de exámenes y la visita de Nadia, quedó descartado cualquier tipo de daño secundario luego del golpe, aunque la profesional de todos modos recomendó unos calmantes y estar al pendiente de cualquier cosa que se saliera de lo normal. Lo cierto es que no solo no sucedió nada extraño, sino que al día siguiente ya se sentía como si jamás se hubiera dado ese golpe; los días de descanso antes de comenzar de forma oficial su trabajo en Seri-prod pasaron muy rápido, con las cosas en calma, y la relación con Iris reconstruida y sólida otra vez. Al principio había sido un poco difícil recuperar la intimidad, ya que ella se mostró naturalmente poco receptiva, pero por fortuna él ya pensaba en que eso podría suceder y utilizó todo su encanto y delicadeza para explicar con hechos que el lamentable hecho de unos días atrás era una mala acción que no se volvería a repetir. La primera vez fue algo tensa y torpe por parte de ambos, no llegó a ser satisfactoria a plenitud pero sirvió para tender un puente entre ambos, de modo que a la siguiente y desde ahí en adelante las cosas volvieron a ser como antes. En ese aspecto, Vicente sintió que tenía en las manos u pequeño gran triunfo, ya que cuando la conexión entre ambos se restableció, pudo comprobar que ella estaba muy contenida, deseosa de volver a tener sexo con él sin tapujos ni tener que preocuparse por nada, lo que significaba que, de hecho, ella también había dejado sus andanzas fuera del hogar; nada tenía que ver allí el orgullo de hombre, más bien se trataba de una forma tácita de comprobar que lo de ambos estaba más fuerte que antes.
Sergio volvió a ser, al menos en apariencia, el mismo que Vicente conocía desde siempre; tras el estrés de la abrupta salida de la empresa de su padre, el hombre se mostró seguro de sí mismo y a sus anchas en las nuevas instalaciones; el equipo de trabajo, del que Vicente encontró tres caras conocidas de la empresa anterior, fue convocado el miércoles 25, día en que se hicieron las presentaciones de rigor, y el dueño dio un mensaje motivacional basado en las intenciones de éxito de la empresa y el esfuerzo que era requerido de parte de todos para que ese proyecto no solo fuera exitoso, sino que perdurara en el tiempo. A las nueve de la mañana en punto, Vicente estaba ya en su flamante oficina, que ya tenía la placa con su nombre en el exterior, y se dispuso a empezar la jornada, no sin sentir un poco de nervios por el proyecto y su puesta en marcha definitiva; revisó la prensa especializada, encontrándose con un tibio reportaje que hablaba del área y el comienzo en funciones de la nueva empresa, aunque se desviaba del tema central al aprovechar la circunstancia para detallar los esfuerzos de la pequeña y mediana empresa por conseguir suministros a precios bajos y sin tener que someterse a las reglas de las grandes distribuidoras; fue extraño, pero esperaba algo mucho más polémico, una suerte de arbitraje previo al comienzo de una batalla que de ninguna manera pasaría desapercibida dentro del rubro de los suministros para la industria y manufactura ¿habría dinero de por medio? Quizás Sergio se había encargado de callar estos rumores desde antes que salieran a la luz, con el objetivo de comenzar con el pie derecho y no empañar las funciones.
La jornada inicial fue tranquila, a media máquina, pero le reportó varios datos que ya conocía, de clientes que hacía un par de años eran parte de la lista de su antiguo trabajo, pero que dejaron de serlo de la noche a la mañana; en cualquier caso, estos clientes estaban ahora en un estrato un poco superior, ya que sus empresas pasaron de pequeñas a medianas o expandieron su rubro. Faltaba poco más de un mes para que Iris dejara su trabajo, pero las cosas ya estaban en marcha desde antes; ella comenzó a administrar contactos, y generar una nueva agenda de contactos, con los que tenía pensado trabajar; a partir de esto ponía las bases para tener a su disposición el material necesario para comenzar con un trabajo nuevo.

“Vicente”

El nuevo horario de trabajo lo eximía de trabajar los fines de semana, aunque a cambio de eso, le exigía dejar todo listo el viernes para que su presencia no fuese necesaria, ya que la empresa trabajaba todos los días; de esta forma, programaba los despachos para sábado y domingo, dejaba la lista de bodega por agregar en caso de tener recepción, y preparaba la primera hora del lunes. Aquel jueves ya estaba viendo que el viernes sería bastante ajetreado, de modo que sería necesario que aprovechara cada segundo de su tiempo.

“Vicente”

Sentado ante el escritorio, guardó los cambios en la carpeta de “pendientes de revisión” y dejó el pad en modo espera; se llevó las manos a la cara, sintiendo por primera vez en el día el cansancio del trabajo. Había estado trabajando de forma ardua, incluso estando pendiente a medias mientras almorzaba; tenía que conocer un poco mejor la zona para decidir dónde almorzaría, porque el restaurante que eligió ese día, si bien no era malo por definición, no tenía un menú muy variado para el precio que cobraba.

“Vicente”

Cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza; tenía que hacer pausas como siempre lo había hecho con anterioridad, porque eso de estar pegado a la pantalla resultaba agotador para la vista, y de cierta manera hacía menos eficiente su propio trabajo. Se sorprendió de que en esa jornada no saliera del escritorio ni una sola vez, aunque esta era una costumbre aprendida y ejercida desde siempre.

“Vicente”

Soltó una risa ahogada mientras ponía el terminal en modo de espera y deslizaba el teclado bajo la pantalla.

—Siento como si alguien me hablara.

Y no le parecía raro después del día, sobre todo la mañana; se volvió casi vital durante las primeras horas del día, tanto para los otros trabajadores como para Sergio, que se apoyó mucho en él en esos momentos. Lo habían nombrado tantas veces y llamado por el número interno que a las cinco de la tarde ya creía que escuchaba su nombre a cada momento.
Pero cuando el nombre retumbó en su cabeza una vez más, levantó la vista.

—Cielos.

Estaba solo en la oficina; después de almuerzo, la tarde había sido tranquila en general. Esa voz no era más que un recuerdo de lo sucedido durante el día, igual que la factura de Edison & Hno que no encontró por dos horas cuando la necesitaba.

—Creo que voy a poner música —musitó con cierto cansancio—, nadie me está hablando, esto no es real.

“Lo volveré real”




Próximo capítulo: Una mano sobre tu hombro

No vayas a casa Capítulo 12: Di lo que estás pensando



La casa estaba temperada, y además aun no empezaba el invierno de forma oficial, de modo que Vicente dejó de lado la opción de dormir en la habitación de invitados del primer piso, y sólo sacó del armario de ese cuarto una manta de hilo, con la que se cubrió al recostarse en el sillón de la sala. Programó la alarma del móvil y trató de quedarse dormido, aunque esto fue mucho más difícil de lo que esperaba porque estuvo mucho tiempo pensando y dando vueltas a la misma situación; en cuanto despertó, fue a esperar a Iris afuera del cuarto, esperando que ese respeto por la intimidad forzosa fuera un buen signo de su arrepentimiento por sus acciones.

— ¿Qué haces ahí?

La voz de ella, al verlo de pie fuera del cuarto, fue cuidadosamente neutra, tras un instante muy breve de sorpresa al verlo al salir de la habitación; eran las seis treinta y cinco de la mañana.

—Iris, necesitamos hablar.

Estaba mirándola de forma abierta; no pensó en nada, ni preparó un discurso para ese momento. Decidió que lo mejor que podía hacer era ser sincero al cien por ciento, no importaba cuánto tuviera que soportar escuchar de ella, incluyendo las palabras ofensivas que sin duda se merecía.

—No es momento para eso, Benjamín tiene que ir a la escuela.
—Es que sí es el momento —cortó el paso hacia la habitación del pequeño, pero procurando no hacer contacto físico, cuando resultaba evidente que ella no lo quería—. No podemos dejar pasar esto, ni esperar más, si lo hacemos, va a ser peor.
—No quiero hablar de esto.
—Sí, quieres —dijo él con determinación—. Necesitas decirlo, necesitas decir lo que estás pensando, lo que pensaste de mí; antes que me escuches o que te pida disculpas, tienes que decirlo, o eso te va a hacer más daño. Tienes que hacerlo Iris.

Ella se lo quedó viendo durante un instante; en seguida, se acercó en un paso largo a él, levantando la mano derecha. Fue como si pusiera toda la fuerza de su cuerpo y mente en ese movimiento, pero no llegó a dar la bofetada que él pensó que daría, y el gesto se quedó en la mano alzada, pero no en la posición de asestar el golpe; en su interior, pidió que lo hiciera, que descargara la rabia y el pesar, que al menos empatara las cosas. Quedaron a tan sólo unos centímetros el uno del otro, y él pudo ver con claridad un resto de delineador en el párpado inferior de su ojo izquierdo, seña sutil pero al mismo tiempo brutalmente clara de que hasta ese punto había interferido su acción, hasta inmiscuirse en su rutina de cuidado personal diario. Lo miró con una furiosa determinación, sin miedo ni asomo de llanto, tan solo con un único sentimiento, una fuerza arrebatadora que él jamás había visto en ella.

—Hazlo.
—Si me pides que lo haga —replicó con intensidad—, quiere decir que en todos estos años no has aprendido a conocerme lo suficiente. Porque yo jamás haría algo como eso.

No, ella no lo haría; pero no se trataba de un caso normal, no era pedírselo porque quisiera, sino porque no veía otra salida.

— ¿Ni siquiera si eso ayudara a que te sintieras un poco más aliviada? Me lo merezco, merezco que lo hagas y que me digas lo que se te venga a la cabeza.

Iris lo miró como si al escuchar esas palabras no alcanzara a comprender por completo su significado; volvió a poner distancia entre ellos.

—No me sentiría más aliviada, porque yo no soy esa clase de persona. Escúchame muy bien, la única razón que me haría ser violenta con alguien, si pensarlo siquiera, es que algo amenace a mi hijo. Pero no pienses ni por un momento que algo como lo de anoche va a volver a pasar.

Quería abrazarla, arrodillarse a sus pies y pedirle perdón, pero algo se lo impidió; sintió que al hacerlo estaría intentando el camino fácil, el de inspirar lástima, lo cual a todas luces no funcionaría.

—Sé que no es una buena explicación —dijo con voz conmovida—, pero lo que dije anoche es cierto: no estaba pensando, pero eso no soluciona nada de lo que hice. Fui un estúpido, cometí un acto de agresión contra ti y no puedo perdonarme; no quería hacerlo, nunca he querido y lo sabes, me conoces demasiado como para que no lo sepas.
—Pero lo hiciste.
—Y no lo puedo arreglar ahora —sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero aun con el nudo en la garganta, siguió hablando—. No puedo arreglar eso, sólo puedo jurarte que nunca se va a volver a repetir, no solo porque no debió suceder, sino porque no mereces estar ni siquiera en riesgo de esto.

Se quedó un momento sin palabras. ¿Cómo podía explicar lo que realmente sentía, cómo derribar esa pared de desconfianza? Hizo acopio de valor y dijo algo que pasó por su mente, sin siquiera pensar la dimensión de sus palabras.

—No puedo perderte —replicó apenas siendo capaz de articular las palabras—. No sabes cuánto te amo, pero si tengo que irme, si me tengo que alejar por hacer algo indebido, lo haré.
— ¿De qué estás hablando?
—Solo estoy diciendo lo que siento —replicó con sinceridad—, te amo demasiado, y aunque pueda decir que no se va a volver a repetir, es como si no fuera suficiente; si quieres que me vaya, o si tan siquiera hubiera un peligro de que pasara algo así otra vez, lo dejaré todo si así tú lo decides.

El silencio que siguió fue más largo, pero no por ello menos intenso; Iris mantuvo su mirada, mientras su expresión cambiaba de la furia inicial a algo que no supo definir.

—No tienes que irte a ninguna parte.
—Estoy tratando de hacer que sepas lo que siento, es todo.
—Te creo —no era duda lo que inundaba su voz—, pero esto no es sencillo para mí.
—Lo sé.
—No sé cómo enfrentarlo —replicó ella aun manteniéndose a la misma distancia de él—, supongo que es una idea absurda, pero si me hubieras gritado en medio de una discusión, no me habría sentido tan violenta; pero fue en un momento de intimidad ¿Sabes lo que sentí? Sentí como si estuviera con un Vicente que no es el que conozco y al que amo. Uno al que no le importaba lo que pudiera pasarme.

—Eso es lo mismo que sentí yo —intervino él, luchando por controlar la ansiedad—. Te prometo que eso que pasó no era yo, era algo que está en un lugar al que no quiero volver; no quiero volver a provocar nada así, ni contigo ni en ningún aspecto.

—No entiendo por qué pasó eso.

—Me gustaría poder responder a esa pregunta, pero es lo que me ha estado torturando toda la noche —tenía que aprovechar que ella estaba empezando a hablar para continuar con eso—. Sólo puedo decir que esa es una parte de mí que no quiero tener, pero que al menos ahora sé que existe y puedo luchar contra eso.

Se hizo un silencio, que por un instante le pareció reconstruir algo de la complicidad que en ese momento parecía tan lejana; no le importaba mostrarse vulnerable ante ella, lo que necesitaba era que las cosas funcionaran. En ese día, cuando había tanto en juego, cuando la perspectiva laboral de ambos y sus proyectos familiares podían dar un gran salto hacia el futuro, era vital que recuperaran lo que existía entre ellos desde hace tanto tiempo.

— ¿Necesitas ayuda?
—No lo sé, pero estoy dispuesto a ir con un especialista si crees que eso puede ayudar.
—Escucha, solo...solo deja que pase algo de tiempo ¿Está bien? piensa en esto, veamos qué es lo que sucede hoy, o mañana. Tengo que ir a levantar a Benjamín, podrías bajar a hacer el desayuno.
—Claro.

Iris pasó a su lado sin tocarlo, pero tampoco lo evadió como antes, al momento de dar otro paso más, rumbo al cuarto de su hijo. Vicente dio un suspiro y bajó a paso rápido las escaleras.


2


La primera jornada desde el incidente del inexplicable golpe fue larga y tensa; Vicente se sintió sin ánimos durante todo el día, pero se animó lo suficiente para ir por Benjamín a la escuela y dedicarle parte de la tarde, entendiendo que no tenía que mezclarlo con algo que era exclusivo de los adultos. Con la ayuda de Jacinta dejó algo preparado para la noche, y le pidió que se fuera más temprano, con el objetivo de evitar que ella los viera a ambos en una situación tensa; aun no era momento de que sus problemas personales salieran del punto en el que se encontraba en esos momentos.
Recién al momento de llegar Iris se preguntó a sí mismo dónde iba a dormir esa noche; durante el día había entrado al cuarto, pero no tenía claridad respecto de ese asunto y además empezar la tarde preguntando algo como eso significaría estar trivializando un hecho que era mucho más importante. Iris lo saludó con una media sonrisa y un tono natural ante la presencia de Benjamín, pero omitió de forma deliberada el beso que de costumbre se daban; su hijo no lo notó, principalmente porque no era una especie de ritual entre ellos, de modo que la ausencia solo la notaba él. Pasaron buena parte de la tarde preparando juntos un trabajo para la escuela, que consistía en un diorama hecho con figuras de masilla de colores; a Vicente le pareció divertido que con todos los avances tecnológicos del presente, los niños siguieran haciendo trabajos al igual que él treinta años atrás, aunque en ese sentido el cambio iba por la modernidad de los materiales: la masilla que usaban era de múltiples colores, y se podía pintar con una pintura especial incluida, que tenía la cualidad de brillar en la oscuridad pero ser invisible ante la luz. Benjamín dedicó mucho tiempo a decorar las luminarias diminutas y los supuestos vidrios de las ventanas de las pequeñas casas del pueblito en cuestión, con una atención que rayaba en la obsesión; ambos dejaron incluso un poco de lado su parte del trabajo para observarlo, mudos por largo rato mientras contemplaban el minucioso decorado. En ese momento, sus miradas se cruzaron, y al menos tuvo la tranquilidad de que ante el orgullo mutuo de tener a su hijo con ellos, las cosas no habían cambiado entre los dos.
Daban más de las de las nueve de la noche cuando por fin terminaron el trabajo, y tuvieron la oportunidad de apagar todas las luces y contemplar el resultado del trabajo, gracias al cual el pueblito tenía una serie de tenues luces que ayudaban a verlo en la oscuridad, como si de una auténtica escena nocturna del trabajo; Iris reguló las luces para que no hubiera en la sala una oscuridad total, y pudieron sacar varias fotos del proyecto, que dejó a su hijo muy contento pero rendido, al punto que se negó a tomar un chocolate dulce y decidió por su cuenta ir a dormir.

—En nuestros tiempos la masa que se secaba más lento era el mayor avance científico ¿Te acuerdas?
—Sí, es divertido; me encanta ver cuando se esfuerza de verdad por hacer algo —comentó ella—. Puedes ver cómo cambia, que se interesa y está decidido a hacer aquello que se propuso contra viento y marea.
—Pero no es terco —comentó él—, tiene corazón, sabe aprender y hacer suyo lo que le enseñas ¿te fijaste en lo atento que estaba cuando le explicaste esa regla de que la luz debe estar a cierta distancia para que se proyecte bien? Después lo estaba calculando por sí solo. Eso lo heredó de ti.

Iris iba a responder algo, pero sintieron los pasos de Benjamín bajando la escalera. Ambos voltearon hacia él, que ya estaba con su pijama de Jimmy K pero con expresión contrariada.

— ¿Qué pasa cariño?
—Lo que sucede es —dijo con ceremonia—, que lo pensé mejor y creo que sí voy a querer ese chocolate dulce.

Por lo general sabía muy bien lo que quería, de forma que era un asunto importante cambiar de opinión; Iris sonrió y le respondió amablemente.


—Pues qué bueno que no te decidiste muy tarde; vamos a la cocina y lo preparamos. Cariño ¿Me esperas arriba? Subo en un instante.

Vicente asintió sin decir nada; no demostró ninguna emoción exagerada, solo una sonrisa y la actitud corporal de levantarse del sofá y rodearlo para ir hacia la escalera. No era momento todavía de cantar victoria, siempre podía ser que ella quisiera que conversaran a solas en el cuarto peor aún le dijera que durmiera en el cuarto de invitados, aunque era un avance que no se esperaba con tanta rapidez.
Al poner el pie derecho en el primer escalón, perdió el paso, resbaló y cayó de bruces.
No alcanzó a reaccionar de ninguna manera, por lo que al estrellar la cara contra un peldaño, lo único que vio fue una repentina oscuridad, y sus oídos se cerraron como si de un interruptor se tratara. Sintió el golpe al mismo tiempo que adelantaba las manos, pero esto fue tarde, ya que solo consiguió golpearlas también contra la madera pulida de los escalones; el peso de su cuerpo lo hizo quedar tendido de bruces, en una extraña posición, tras lo cual se deslizó, dando un medio giro involuntario que lo dejó sobre el costado izquierdo, con la vista tan nublada que por varios segundo no sólo no escuchó, sino que tampoco pudo ver nada.

— ¡Vicente!

Escuchó la voz de Iris como si se encontrara del otro lado de un túnel angosto, y trató de reaccionar de algún modo, pero le resultó imposible durante lo que pareció un tiempo muy largo; de pronto, pudo ver con más claridad, aunque todo se movía y estaba borroso, de forma similar a cuando se despierta de forma abrupta en un momento inapropiado. Con mucha torpeza hizo un esfuerzo por sentarse en el suelo ¿O estaba sobre un escalón? Sintió una extraña debilidad, como si el golpe y la caída hubiesen sido en las piernas en vez de en la parte superior del cuerpo.

—Vicente, Vicente.

La voz de su esposa continuaba escuchándose lejos, pero sintió que estaba cerca, y como si estuviera despertando, forzó la vista hacia ella, para conseguir enfocarla; durante lo que le parecieron muchos segundos hubo un gran silencio alrededor, hasta que logró verla a la cara: estaba pálida, arrodillada frente a él, hablando algo que en el momento no podía identificar con claridad.

—Estoy bien…

No escuchó su propia voz, pero hizo un esfuerzo por sonar natural. Sólo era un golpe, no se trataba de nada grave, pero ella lo seguía mirando con los ojos muy abiertos, y tenía sus manos en él, al parecer en los hombros.

—Vicente, mírame, mírame por favor.
—No es nada…sólo tropecé, no pasa…

La mirada de Iris era de verdadera preocupación, pero algo tras ella fue lo que en verdad lo asustó. Benjamín estaba a tres metros de ellos, de pie con su vaso color naranja en las manos, mirándolo como si se tratara de una aparición. Iris se percató del punto, y volteó hacia él, aunque sin dejar de sostenerlo por los hombros.

—Cariño, necesito que me ayudes con algo ¿Sí?
—Mamá, papá…

Ninguno de los dos dijo nada durante unos momentos, y esto fue lo que hizo que su miedo comenzara a convertirse en algo real; había una nota de histeria en la voz de Iris, nota que pudo controlar al dirigirse a su hijo.

—Cariño, papá se golpeó la cabeza, necesito que me traigas el móvil que está en la mesa de ahí. ¿Puedes?

Durante un eterno segundo el pequeño no se movió, y por una inexplicable razón, Vicente creyó que iba a escucharla gritar. Pero se contuvo, y siguió hablando.

—Hijo.
—Mamá…
— ¿Recuerdas cuando caíste del columpio? —dijo ella en un tono más agudo de lo que era su real voz, aunque en control de la forma en que se expresaba— Llamamos a la doctora y ella te puso una solución y una venda ¿Lo recuerdas?
—Si —la voz del pequeño era apenas un susurro—, si me acuerdo.
—Ahora es lo mismo, vamos a llamar a la doctora para que ayude a papá ¿bien? Trae el móvil por favor.

Algo que él no pudo captar hizo que el pequeño reaccionara; soltó el vaso, que esparció el contenido a su alrededor, y corrió a la sala, volviendo en un instante con el móvil entre las manos; sin embargo se mantuvo a cierta distancia de ambos, alargando el brazo.

—Gracias cariño. Ahora tienes que ir al baño y tomar una toalla ¿La que sea de acuerdo? Solo la tomas y la empapas de agua, no importa que se moje el suelo ¿Está bien?

Otra vez el niño salió a toda velocidad, mientras Iris marcaba con dedos temblorosos un número con la izquierda.

—Vicente, mírame. ¿Nadia? Perdón por la hora, es que —hizo una pausa, en que cerró los ojos con fuerza antes de seguir hablando—, escucha, Vicente tuvo un accidente, estamos en la casa. Se golpeó la cabeza, hay mucha sangre.

¿Mucha sangre? Por primera vez se miró las manos, que de forma involuntaria e había llevado a la cabeza, y las vio manchadas por completo. Parecía demasiada sangre.

—Sí, sí, estoy en eso, pero no sé ¿Cómo? Sí, está conciente, pero no sé si está en shock; tiene la vista perdida, se mueve, está sentado frente a mí, pero murmura, no estoy segura de si me escucha, pero no puede hablar y hay mucha sangre…

Su voz se cortó por unos momentos; Nadia era una doctora amiga de ellos, que desde hace muchos años estaba trabajando a tiempo parcial. Jamás atendía a nadie en emergencias.

—Está bien, lo haré, por favor date prisa. Sí, entiendo, gracias, gracias.

Cortó y dejó el móvil en el suelo, prácticamente soltándolo; de inmediato volvió a mirarlo fijo ¿No podía hablar? Creyó haber hablado ¿Era producto de su imaginación o en realidad no podía modular? Quiso ponerse de pie, presa de una repentina desesperación, como si la inmovilidad en el suelo después del golpe confabulara en su contra junto con la expresión de pánico en su hijo y en Iris, además de la certeza, dicha a través de ella, de que el golpe era más grave de lo que pensaba. Pero el cuerpo no le respondió, y siguió sentado en el suelo mientras ella lo sostenía de los hombros.

—Vicente, mírame por favor. No dejes de mirarme; la ayuda viene en camino. Vicente, no dejes de mirarme, no cierres los ojos.




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