No vayas a casa Capítulo 10: No pierdas el paso




Resultaba muy extraño estar pensando en su ahora ex compañero de trabajo, y a todas vistas ex amigo, como un enemigo. A lo largo de su vida, las amistades y las buenas relaciones, si bien no eran todas permanentes, nunca habían terminado de una forma violenta. Aunque en la universidad tuvo una pelea a golpes con un compañero de clase, pero es que no eran amigos especialmente; se trataba del típico grupo que se forma para los estudios, y que de forma inevitable, termina saliendo a alguna parte a beber o a pasar los tiempos de descanso entre jornada de clase. Allí nacieron muchos flirteos, algún noviazgo de un par de semestres, y amistades que se tomaban como verdaderas aunque no lo fueran así. Dentro de este contexto, Vicente se enrolló con una chica, algo sin importancia y de un par de noches, pero resultó que uno de sus amigos del grupo estaba interesado en ella y se enteró de estos escarceos en medio de una salida a beber, por lo que el trago y la envidia hicieron el resto; ambos se insultaron, se golpearon, y terminaron ambos en una comisaría, en donde solo les regañaron por dar un espectáculo patético en un bar un fin de semana. De más era por entender que el grupo se separó desde ese momento, y ni él ni el otro se quedaron con la simpatía de la chica, amén que tampoco volvieron a hablar más que para algo obligatorio dentro de las aulas. Y, a sus treinta y siete años, estaba pensando en qué era lo que había para sospechar de alguien a quien conocía hace mucho, y de quien al mismo tiempo tenía una idea, en un principio, distinta de lo que terminó siendo.

 -No, no puede ser...

De pronto se le pasó por la mente que Joaquín estuviese tan tranquilo porque se escondiera algo detrás de esa actitud; si bien se trataba de un hombre que, por las experiencias conocidas, no reaccionaba bien ante las situaciones de estrés, eso no le restaba inteligencia y capacidad de adaptación, además que no era lo mismo estar enfrentado a cualquier hecho sorpresivo que a una situación escuchada, masticada y digerida con anticipación. Si Joaquín se enteró la noche anterior de todo lo sucedido, tuvo tiempo de sobra para enojarse, sentirse frustrado y dejado de lado, y al mismo tiempo decidir qué hacer al respecto.

"Ambos estaban en la empresa antes que tú."

De hecho, todos estaban ahí, el padre, el hijo y su ex amigo; de pronto se sintió atrapado, como si recién en ese momento descubriera una trama que iba más allá de lo que se imaginó en un principio.

"Piensa, piensa"

Joaquín había llegado antes a la empresa. Lo suficiente antes para estar listo para su llegada. Tal vez estaba esperando junto a la puerta de su oficina, ensayando una salida casual, un tono amable en el saludo, para luego dar el golpe, reflejar con calma que ya lo sabía todo.
Quizás Gerardo había sido quien cambió los planes.
Tal vez todo era en realidad de otra manera: Sergio se vio obligado a llegar más temprano porque Joaquín lo llamó y encaró por la situación ocurrida; mientras esto ocurría, o incluso poco después, apareció el padre, enardecido por la noticia que acababa de conocer, decidido a encarar a su hijo. En ese caso, Joaquín se apartó, dejando que los peces gordos resolvieran el problema, oculto entre las sombras. Al fin y al cabo, había sido apartado ¿Por qué no dejar que los demás se mataran entre ellos? Asimismo, resultaba satisfactorio, desde el punto de vista de la revancha, ver cómo el hijo no se iba de esa empresa del todo tranquilo, viéndose obligado a escuchar la palabrería del padre; lo mismo pasaba con él, que sin sospechar nada, entraba como todos los días, solo para encontrarse con esa sorpresa. Ambos se iban, y Joaquín finalmente sí conseguía lo que quería, pues abandonaba informática y se quedaba con su ex puesto y, desde luego, el favor del dueño. Bien, las cosas podían haberse dado así, pero todavía le resultaba incomprensible que ese hombre, liviano y un tanto nervioso, actuara con semejante frialdad ante la pérdida, ante un hecho que, de seguro, lo frustró desde un principio.
El traidor puede saber que ha cometido traición, pero sigue doliendo más en su mente que alguien más haga lo mismo con él.

“Piensa”

No, no era posible. De pronto se dijo que, en tal caso, existía la posibilidad de que estuviera tan tranquilo por otro motivo, no simplemente porque se controlara.

“Él lo sabe”

¿Y si tuviera planeada una venganza que  no tuviera que ver con el trabajo? No, pero era imposible. A pesar de que Vicente siempre lo involucró en sus planes y lo utilizaba como pantalla en sus arrancadas, jamás hablaron a través de las redes con palabras específicas, todo era eufemismos, propuestos por ellos mismos ante los tan habituales casos de “desaparición” de móviles; por otro lado, él mismo jamás guardó tickets de moteles, ni de bares ni nada, tenía el móvil con contraseña y borraba de forma diaria el historial de llamadas, además que siempre se refirió a las mujeres por su nombre de pila y nada más. Por un momento se quedó pensando en la inmensa cantidad de atención que por años le dedicó a mujeres que no le importaban, y se sorprendió de ver lo poco que en realidad había sopesado esa situación.
Pero igual existía la posibilidad de que Joaquín hablara con Iris. ¿Qué le diría, en cualquier caso? “Escucha, tu esposo acaba de quitarme el puesto de trabajo, él te ha estado engañando por años pero no tengo pruebas” Incluso en su mente sonaba ridículo, homologable a cualquier tontería dicha por una mujer despechada, lo cual no era el caso.
¿Entonces por qué se sentía tan nervioso?
Recordó el incidente donde confundió a su última ex amante, donde estuvo atrapado en la tensión hasta descubrir qué era lo que había pasado en realidad; esta vez no tenía nada que hacer al respecto, nadie con quien investigar, estaba obligado a esperar. De ninguna manera iba a ir a exponerse con él, para preguntarle si, a pesar de ese mal término de la amistad, aún podía guardar sus secretos. Se sobresaltó al escuchar el tono del móvil anunciando una llamada.

— ¿Estás disponible ahora?

Era Sergio, llamando desde un número que no era el suyo; se escuchaba tenso, quizás un poco ansioso.

—Sí, lo estoy.
—Te envié un correo con la dirección donde está la oficina; veámonos ahí en treinta minutos.
—De acuerdo.

La llamada se cortó de inmediato. Vicente decidió no preocuparse de momento por lo que pudiera ocurrir con Joaquín y ver de qué se trataba, en la práctica, su nuevo empleo.


2

Las sorpresas continuaban en esa jornada. Si bien el contrato que firmó estaba leído y casi aprendido, no dejaba de llamar la atención que no se especificara una dirección de labores, sino que hiciera alusión a “Las instalaciones” y aunque no era inusual, sí dejaba u manto de duda; Sergio le dijo que era probable que, si el negocio iba mucho mejor de lo que esperaba, se realizara un cambio.
La dirección que figuraba en el correo era conocida, pero no por eso dejó de llamar su atención cuando llegó: ubicada en pleno barrio empresarial en el sector oriente de la ciudad, la torre del consorcio Verassategui dominaba todo el lugar, siendo visible casi desde cualquier punto; sin embargo, a tan solo un par de calles de distancia, resultaba tan impresionante como quien la había construido pretendía. Nada en varias manzanas a la redonda podía amenazar esa torre alta, con gigantescos espejos que reflejaban con desprecio el resto de la ciudad, como enseñándole al resto su inferioridad; sin embargo, el edificio en donde se encontraba su nuevo empleo no era menos llamativo, dentro de su propio entorno: se trataba de una construcción  robusta, de tres pisos de altura, con frontis directo a la calle y dos entradas a estacionamientos, una a cada lado, señaladas de forma apropiada como “despacho” y “ejecutivos”

—Vaya.

El frontis se alejaba mucho de la sencillez de la empresa de la que acababa de salir; se trataba de una fachada amplia, con una gigantografía con el logo de la empresa y el nombre Seri-prod resaltado, junto a la imagen que representaba el espíritu de la empresa: un laboratorio de maquinaria o una bodega tecnológica, con gente con trajes blancos trabajando sobre amplios mesones de fondo, y una mujer guapísima en primer plano, entregando un dispositivo a un hombre muy bien arreglado y tan sonriente como ella. La imagen, para alguien que trabajaba en el medio, resultaba extraña hasta cierto punto, porque era inexacta: nadie entregaba suministros por mano y sin envolver, mucho menos a una persona que lucía un cuidado traje de diseñador; sin embargo transmitía la idea base, es decir proveer de lo necesario para que el misterioso aunque apropiado proceso que se ubicaba atrás funcionara como era de esperarse. Abajo figuraban las correspondientes redes sociales y formas de contacto. Vicente acercó el auto a la entrada de ejecutivos, encontrándose con un joven de uniforme azul junto a la ventanilla.

—Buenos días.
—Buenos días, tengo una reunió con Sergio Mendoza.
— ¿Señor Sarmiento? Es un placer, mi nombre es Daniel. Pase por favor, don Sergio lo espera. Por favor baje, su estacionamiento es el número tres, es a la izquierda; el ascensor está a un costado, y la oficina del señor Mendoza es la primera de la derecha, la va a reconocer de inmediato.

En seguida activó el mando con el que el bloqueo se retiró de forma silenciosa; Vicente dio las gracias y siguió por una rampa hacia el primer subterráneo. Muy bien iluminada, y preparada, al igual que el muchacho, que no solo hablaba bien, sino que se mostraba muy seguro de su cargo. Por lo visto el hombre tenía las cosas muy bien preparadas.
Una vez fuera del auto, Vicente encontró el ascensor, subiendo con total silencio mientras su reflejo lo miraba desde distintos ángulos en las paredes del armatoste; tras un muy breve movimiento, llegó al primer piso y se encontró con la oficina, la que desde luego se podía reconocer de inmediato por la placa de bronce con el nombre y cargo. Dio un leve toque y entró, encontrándose a Sergio en el interior de una oficina tan amplia y bien decorada como se lo esperaba por la placa en el exterior: unas plantas artificiales de tallo largo y pétalos de colores pastel decoraban las esquinas, mientras un gran cuadro de un paisaje estaba atrás del escritorio, dando a las murallas un aspecto más luminoso, como si hubiera una ventana que dejara que el sol de ese día entrara a raudales. El escritorio era bastante plano, pero diseñado para verse enorme y fuerte, como si soportara no sólo el peso del ordenador, los documentos a un lado y una serie de muestras dispuestas en un aparador pequeño, sino también el cargo de quien lo ocupaba; Sergio en tanto, se había cambiado de ropa, llevando en ese momento un traje azul a la medida con corbata a juego, donde destellaba la piedra en el sujetador, como si de forma silenciosa dijera que era un brillante real, no una simple imitación.

—Siéntate.

Vicente se sentó. Era extraño, pero la tensión que se apoderaba del hombre durante la improvisada reunión el fin de semana, y la evidente molestia de la mañana parecían haber desaparecido por completo, o a lo sumo haber sido relegadas a un segundo plano. Sin embargo, ya no era más el hombre amable y sencillo que durante años vio cada día en el trabajo; había en él esa misma vitalidad, pero asomaba con mucha más fuerza una confianza en sí mismo que se imponía al resto.

—Quiero empezar por decirte que espero grandes cosas de ti —sentenció con calma—, eres un hombre eficiente y siento que de verdad puedes y debes hacerlo.

Eso era algo mucho más amable que todo lo que habían hablado ante,s pero Vicente necesitaba hacer una pregunta.

—Sergio, hay algo que necesito saber.
—Quieres saber por qué no te contacté en primer lugar para este proyecto —interrumpió el otro adelantándose  a la pregunta exacta que pretendía hacer—. Pero la verdad es que esa respuesta debería ser más bien una pregunta. ¿Por qué nunca pensaste en algo más?
—Creo que no entiendo.

Sergio se dio un momento para sopesar sus palabras.

—Escucha, la discusión que viste esta mañana, la reacción de mi padre, es la regla que ha medido nuestras vidas; sé que no es asunto tuyo, pero tiene que ver contigo ya que estás tan interesado en saberlo. Mi padre creció en otra época, y se convenció a sí mismo de llevar adelante una vida que no es la que yo quiero; supongo que tampoco es la que María Angélica quería, pero como no sé de ella más que por correo, no tiene mucha relevancia.

Ella era la hermana mayor, casada con un inglés de muy joven. Jamás había vuelto a pisar el suelo de ese país una vez que se comprometió.

—Yo no soy como él —dijo, a modo de reafirmar lo que ya estaba quedando en evidencia—. Él se contenta con tener una empresa que haga lo que tiene que hacer; con pagar las deudas, ser un buen  jefe, pagar los sueldos y cumplir con lo que él llama “deber social” como si con eso satisfaciera todas las necesidades emocionales de un ser humano. No tiene ambición ¿Nunca has visto que las cosas en esta empresa han sido siempre iguales? Llevo nueve años ahí, menos que tú, y al mirar hacia atrás, es como si llevara una semana, o toda la eternidad: no quiero eso, yo tengo ambición, yo quiero una empresa que mueva millones, cientos de trabajadores, que mi nombre sea un símbolo de alguien, que cada balance de año represente todo lo que he hecho. Tú siempre trabajaste para él, tan comprometido, eficiente, siendo capaz de ir a terreno, de entender el funcionamiento de todo, pero siempre en el mismo sitio. Sí, me puedes decir que mi padre era generoso con los bonos de producción, y es cierto que conseguiste cosas en todo esto, pero nunca me pareció que tomaras un riesgo; estabas en tu zona de comodidad, haciendo algo como si estuvieras en piloto automático, por lo que no fue difícil imaginar que si estabas cómodo y seguro, era esa la clase de persona que eras.

Notó un cierto desprecio en la pronunciación de la última frase, pero lo disimuló bien, al punto de que no quedara claro si en realidad lo decía con esa intención; por lo demás, sus palabras eran claras, pero sólo se impregnaban de pasión al hablar de él.

—Necesitaba a alguien que quisiera venir a trabajar conmigo, tomar el riesgo y hacer algo, pero te descarté porque pensé que, en primer lugar, que te negarías, y en segundo, que tu sentido de la lealtad haría que te pusieras de parte de él y hablaras más de la cuenta. Mientras no tuviera todo listo, no era tan sencillo hacer las cosas, tenía que guardar el secreto para evitarme ese tipo de escenas  por más tiempo.
—Y entonces fue cuando llamó a Joaquín.
—Él ya te había reemplazado, era mejor que nada; me sorprendió un poco que estuviera tan dispuesto, pero claro, con esa esposa que solo le gusta gastar dinero no era tan extraño después de todo. Lo que sí me sorprendió fue esa jugada que hiciste, interponerte entre él y esto a último minuto, habló más de ti que todo lo que vi en nueve años.

Esas palabras tenían un significado más importante de lo que parecía. ¿Quién era a los ojos de los demás, después de todo? Siempre había tenido una buena opinión de sí mismo, pero de ahí a ser considerado como alguien sin mayores ambiciones, para el caso era casi como ser un mediocre; tal vez su actitud tan sosegada, el hecho de preservar sus aventurillas tan secretas y el amor profeso a su familia, hacían que su apariencia dijera algo distinto de lo que era. Al final, lo que quería era éxito, conservar a su familia y las cosas buenas desde luego, pero ser parte del panorama no era una de sus aspiraciones.

—Bien, pues parece que siempre estuvo equivocado con respecto a mí.

Tuvo la precaución de no sonar desafiante, ni tampoco falsamente desinteresado; fue un diagnóstico, claro y contundente. Sergio no pareció molesto.

—Contestada ya esa pregunta, me parece que lo siguiente es que te concentres en tu trabajo, y yo en el mío, pero no aún. Vamos a empezar operaciones el jueves 26 de este mes, y pretendo que nos pongamos en funciones esa misma semana el lunes, por lo que te necesito aquí el lunes siguiente. Tienes descanso desde hoy hasta ese día.
— ¿Ya tengo oficina?
—Claro. No tiene tu nombre por supuesto, pero es la del número cuatro; si quieres puedes verla ahora mismo, a menos que tengas alguna otra duda.

No la tenía. Aunque pudiese haberse sentido molesto por el prejuicio, la verdad es que esta versión de Sergio, más honesta y real, le parecía cada vez mejor; salió de la oficina y fue a la que sería su lugar de trabajo: aunque no estaba decorada, lo que le hizo suponer que el dueño empezó por preparar la suya con rapidez, aun cuando el resto no estaba operativo. Se trataba de una oficina grande, sin nada más en su interior que un escritorio desnudo, dos sillas y un dispensador de agua pequeño, no operativo. Los cables y conectores para las máquinas estaban dispuestos, por lo que no le resultó difícil imaginar la estación de impresión, el mueble con muestras de dispositivos, el armario de documentos y el mesón de la esquina, junto a la puerta. Incluso había espacio para poner dos sillas altas con una mesa de vidrio, para recibir a visitas casuales o clientes con los que pudiera tener una comunicación más cercana que con la mayoría.

“Lo lograste”

Se sintió contento en ese lugar. Fue como si, de pronto, gracias a estar en ese sitio, aunque sin terminar, pudiera ya tener en su poder las ventajas y beneficios del nuevo trabajo, mucho más que cuando tenía firmado el contrato; al fin tenía lo que se había propuesto, un trabajo nuevo, proyección gracias a un empresario ambicioso y con metas altas, y el sueldo que le permitiría ayudar a Iris a cumplir un anhelo, que al mismo tiempo sería un deseo cumplido para ambos.

“Ya lo tienes en tus manos”

Pensándolo bien, esto era algo que debió haber pensado mucho antes. Benjamín ya tenía siete años, lo que significaba que en cinco más ya estaría a punto de entrar a secundaria, donde sería imprescindible tener para él todo lo necesario para que preparara el camino para los estudios superiores; por supuesto que querría estudiar, él amaba los estudios, de seguro se interesaría por algo, y eso pasaría de forma paulatina, pero ellos como padres debían estar preparados. La primaria en la que estaba no era más que el primer paso, tendrían que buscar una secundaria apropiada, y pensar en otras posibilidades, entre ellas aumentar el fondo para sus estudios.

“Lo has conseguido”

Por otro lado, Iris podría iniciar ya mismo su nuevo trabajo. Pensó que sería fabuloso que eso pasara, porque repercutía de forma inmediata en lo que pasaba con ella; sintió que ese leve instante de duda que se reflejó en el rostro de su esposa tenía que ver con sus aventuras extramaritales, con la sorpresa de verse obligada a dejar algo que era parte de su rutina.

“Ahora vas a empezar una nueva vida”

Pero, al ver su entrega y su amor, al entender que él en realidad estaba dispuesto, que no solo se trataba de palabras, ella dejó todo lo demás de lado. De algún modo, Iris tomó la misma decisión que él poco antes, y existía en eso algo mucho más relevante, que en su caso se debía a ver los resultados del amor de ambos a lo largo de todo ese tiempo.

“Es tu triunfo”

Si bien, en su caso, la realidad lo hizo extrellarse contra el peligro inminente, en el caso de su esposa, se trató de algo propiciado por los sentimientos; por verlo comprometido, dispuesto a correr un riesgo y jugar todo por ella, por su hijo y por lo de ambos. Él en verdad había logrado transmitir sus sentimientos, por lo que, a partir de ahora, no sería necesario depender de escapadas, ni siquiera de mirar a alguien más, porque juntos tendrían todo lo que necesitaban, tanto dentro del lecho como fuera de él.

“Lo conseguiste porque fuiste arriesgado”

Todo era tan distinto solo unos días atrás; ni siquiera pasó una semana, y ya las cosas eran por completo diferentes.

“Lo conseguiste porque seguiste un presentimiento”

Nada de eso habría pasado si no hubiera tenido ese infantil deseo de espiar en la pantalla del ordenador de Sergio. Resultaba casi cómico que, dado el caso, en ese instante habría estado golpeando la cabeza contra la pared al saber que quien creía su amigo se iba sin decir palabra, mientras que una oportunidad de trabajo excelente se escapaba sin saber por qué.

“Hiciste lo correcto”

Incluso entró a hurtadillas en la empresa para averiguar lo necesario; aunque esto último quedaría sepultado para siempre como un secreto, en su interior, sentía que esa seguidilla de hechos eran lo que en realidad era el detonante de ese gran y positivo cambio.

—Lo hice —dijo en voz alta—. Lo logré. Qué bueno que escuché ese presentimiento, y le hice caso.



Próximo capítulo: Tienes razón

No vayas a casa Capítulo 9: No esperes más



Vicente llegó a su trabajo el día martes con bastante tiempo de anticipación; en el maletín guardaba la copia del contrato firmado, algo innecesario pero que de alguna manera lo hacía sentirse tranquilo. La noche anterior con Iris había sido muy tierno, y se sentía contento de haber conseguido que ella entendiera su punto de vista al respecto; en la mañana se despidieron a la rápida y no hablaron del tema, tan sólo acordaron charlar con más calma en la tarde, aunque él sabía que ella estaría durante todo el día pensando en ese asunto, evaluando posibilidades, y de alguna manera preparándose para un momento que de seguro no esperaba sucediera con tanta prontitud.
Cuando llegó y estacionó el auto no se percató de la presencia del mercedes del padre de Sergio, cosa un tanto extraña tratándose de un vehículo vistoso; al entrar se topó con la recepcionista, quien le hizo un gesto con la cabeza mientras lo saludaba como si nada anormal estuviera pasando: Vicente captó este gesto y no hizo ninguna pregunta, pero caminó por el pasillo hacia su oficina sin comprender de que podría tratarse; cuando pasó por el lado de la oficina de Sergio entendió todo. La voz del padre de Sergio no era del tipo que se hace escuchar por ser muy alta, sin embargo se distinguía del resto por ser ronca debido a muchos años de ser un fumador empedernido, y en ese momento resultaba imposible negar que el hombre estaba enfadado. Se quedó quieto a muy poca distancia de la puerta, tratando de entender las palabras, aunque sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo; lo tomó por sorpresa que unos momentos después la puerta se abrió de forma brusca, y ante sus ojos quedaron ambos hombres, el hijo de de cara al exterior y el padre volteando hacia afuera, resultando obvio que estaba muy alterado.
Gerardo Mendoza, el dueño de la empresa y Sergio, su hijo, eran muy distintos físicamente: mientras Sergio era alto, de complexión fuerte, piel clara y cabello oscuro, su padre era más bien bajo y corpulento, de piel morena y cabello encanecido, de rasgos muy duros, enmarcando los ojos negros por unas cejas pobladas que, junto con el bigote, le conferían un aspecto poco amigable. Siempre había sido un hombre estricto pero justo, pero al parecer en esos momentos las cosas no eran como de costumbre.

—Pero miren qué sorpresa frente a mis ojos. Podrías haberle dicho que esperara en su oficina al menos hasta que yo saliera de la tuya.

Estaba hablando con su hijo, despreciando su presencia al no mirarlo. Atrás, dentro de la oficina, Sergio miraba al exterior, a ningún punto en particular, con el ceño fruncido y una expresión indescifrable.

—Qué buenas actuaciones, qué falta de integridad en la forma de hacer las cosas. ¿quién más estaba metido en esto durante todo este tiempo?

Se trataba de una pregunta retórica; entonces el padre, en efecto, no estaba enterado de nada de eso, y por su expresión, resultaba evidente que el conocimiento reciente hacía peores las cosas de lo que Vicente pudo llegar a esperar antes. Sin embargo estaba muy sorprendido como para hablar antes que el hombre continuara con su parlamento.

—Me preguntó qué es lo que te hizo tomar una decisión como esa ¿más dinero? ¿No te he pagado lo suficiente ya, no te hice los suficientes premios durante estos años?
—Don Gerardo, yo…

Sergio intervino, adelantándose a sus palabras.

—Papá, él no tiene nada que ver en esto.
—Claro que tiene que ver —sentenció el viejo sin titubear— ¿Qué edad crees que tengo? Ya había conocido a ratas traicioneras desde antes que tú nacieras, no intentes hacer que esto aparezca como si fuera lo que realmente es. Tienes diez minutos para salir de estas instalaciones, tú, tu esbirro y cualquiera que esté involucrado en esto.

La expresión era equivocada a propósito; la situación lo estaba violentando mucho más de lo que parecía ¿qué había de los problemas familiares? Resultaba increíble que, llegado ese momento, el padre se comportara como si hasta el día anterior todo en su familia hubiese sido un lecho de flores. Vicente apretó la mandíbula para evitarse una palabrota en respuesta, pero otra vez fue el hijo del empresario quien se adelantó; había salido de la oficina y se interpuso entre ambos, aunque su actitud no era agresiva.

—Papá, sabes que no puedes decirme eso; hay protocolos que cumplir.

El padre se enfrentó a él. Por un momento, mientras el hombre viejo se llenaba de energía proveniente de la rabia que lo inundaba, no apreció más bajo de estatura, y se vio más alto y fuerte, como si con esa furia compensara en actitud lo que le faltaba en cuerpo.

—No me vas a decir tú a mí qué es lo que puedo o no hacer en mi empresa. Esta empresa, cada una de estas malditas paredes las fundé yo, sin tu ayuda, y no vas a quedarte en ellas ni un solo minuto más.
—No puedes hacerlo, ni siquiera tienes una base legal.
— ¿Crees que necesito una base legal para echarte de aquí como el perro callejero que eres? Quédate en este sitio si quieres, pero no olvides ni por un segundo que sé dónde están tus nuevas instalaciones. No olvides que no puedes estar al frente de esa puerta para protegerlas siempre.

El silencio que vino a continuación fue lo suficiente para que Sergio entendiera la amenaza implícita; su padre podía referirse a muchas cosas, pero lo que estaba dejando en claro, era que estaba dispuesto a todo con tal de que se cumpliera la orden que acababa de dar. El hijo mantuvo la mirada del padre durante un momento más, pero al final se rindió y se regresó a su oficina, en donde abrió un maletín al que empezó a echar una serie de papeles en desorden, sin revisarlos. Gerardo desplazó su mirada de él a Vicente, que todavía seguía muy impactado como para reaccionar.

— ¿Qué es lo que haces ahí?

Al escucharlo hablarle de esa forma, Vicente sintió, por primera vez, una oleada de culpabilidad ¿Qué lo había llevado a actuar de esa manera tan impulsiva? Ahora su idea de salir de esa empresa, de un modo más tranquilo, teniendo una conversación tensa pero civilizada con el dueño había quedado en un simple boceto, una concepción que jamás se haría realidad. Había trabajado arduamente durante doce años en una empresa, se ganó la confianza del dueño hasta convertirse en el mejor en su área, y ahora ese hombre, el mismo que lo felicitó tantas veces, lo miraba con desprecio.

—Lamento que las cosas hayan pasado de esta forma.
—Es interesante que hayas tenido la deferencia de pretender, dentro de tu cabeza, algo distinto a lo que está pasando —replicó el viejo esbozando una sonrisa sarcástica—. No quiero seguir perdiendo tiempo contigo, así que mejor sal de aquí, antes que pierda la compostura. Y no te despidas —agregó tras una breve pausa—, alguien lo hará por ti.

Su vista se había desplazado un poco hacia su derecha; Vicente volteó, y se encontró con Joaquín, parado a dos pasos tras él. Muy bien, entonces ya era el momento de sacarse las máscaras.

—Te puedo despedir de los demás, si quieres.

Había escuchado todo, entonces; qué increíble que la amistad que tuvieron por años en ese trabajo se terminara de esa manera, fría e impersonal, en un pasillo de la empresa.

—No creo que sea necesario.
—Pero quiero hacerlo —replicó el otro—, creo que es lo mínimo que puedo hacer por ti antes que te vayas, seguro que con tanto trabajo por delante no vamos a tener tiempo de vernos.

Vicente se quedó viéndolo, tratando de interpretar su actitud. Estaba tranquilo, demasiado tranquilo para alguien que acaba de descubrir que ha sido traicionado por la persona a la que pensaba traicionar por adelantado. Notó que no respiraba de forma agitada, ni había en sus ojos un símbolo, por pequeño que fuese, de rabia o frustración ¿Qué era lo que estaba pasando por su mente?

—No pareces sorprendido.
—No lo estoy; intenté hacer algo para conseguir un puesto mejor y más dinero, pero por lo visto tú, como siempre, te entrometes para lograr algo más.
—Jamás antes había pasado algo como esto.
—No, pero eso no es relevante; siempre tienes que ser el primero, el preferido, el regalado por todos.

Gerardo ya estaba a suficientes pasos de distancia; los dos hombres se desplazaron casi involuntariamente hacia un costado, mientras Sergio pasaba, caminando hacia la salida, con un maletín en la mano y una serie de carpetas. Vicente lo ignoró, concentrándose en las cosas que le estaba diciendo el otro.

—Hablas como si me guardaras rencor ¿Qué fue lo que te hice?

Joaquín se rio en voz baja; todo indicaba que se esperaba algo así.

—Esto no se trata de ti; es algo que viene contigo, eres de esas personas que tienen la capacidad de estar siempre en la primera línea, de conseguir lo que quieren aun sin proponérselo. Estoy seguro de que esta “oferta” vino a ti por un accidente, o porque lo descubriste a través de alguien más, a pesar de todos los intentos que hice para que el asunto quedara en secreto. Dios, Sergio te quería a ti, pero insistí, casi le rogué, le juré lealtad y un trabajo eficiente como si estuviera vendiéndole mi alma al diablo, me mantuve alerta, intercepté el correo ordinario, envié mensajes, hice todo lo necesario, pero un día antes te interpusiste y te quedaste con todo; de la misma manera que siempre lo haces. Como te quedaste con la esposa fiel e ilusa que piensa que la amas de forma incondicional. Como te quedaste con los bonos por rendimiento una y otra vez.

Estaba hablando con un tipo de resentimiento que Vicente nunca había escuchado en persona. Y fue, de un modo especial, muy fuerte escucharlo hablar así, como si fuera uno de esos paranoicos que creen que todo es parte del plan de alguien más, o una conspiración para destruirlos; Vicente jamás se había interpuesto en nada, pero viéndolo desde otra óptica, era Joaquín el que tenía un trabajo más estresante que el suyo, y era, definitivamente, quien tenía una esposa calculadora y absorbente. Pero eso no era su culpa.

—Escucha, sé que estás molesto por lo que pasó, y lo entiendo.
—No, no lo entiendes —repuso el otro con una sonrisa alegre que o descolocó—, no puedes  entenderlo, porque hasta ahora nunca has vivido una vida como la del resto. Nunca has estado en riesgo de perderlo todo, ni has sufrido porque alguien que te ama no te trate como corresponde, ni has visto como otros surgen en el trabajo mientras tú acumulas méritos para nada.

No iba a llegar a ninguna parte intentando dialogar con alguien que se encontraba en ese estado. Suponía que su amistad iba quedar dañada después de todo eso pero, después de todo ¿no estaba ya algo decepcionado de él desde antes? Resultaba difícil engañarse, y a juzgar por lo que estaba pasando justo en ese momento, de verdad que la amistad de Joaquín no era más que superficial.

— ¿Sabes qué? Piensa lo que quieras; no hice nada de esto para perjudicarte a ti, lo hice porque es lo que quería para mí. Por lo demás ¿Cómo puedes hablarme como si esto fuera una conversación de principios, si fuiste tú quien empezó todo esto?
—Porque eras tú el que estaba en una posición mejor que yo, por eso hablo como si se tratara de principios. No necesitas más dinero y comodidad, pero yo sí, yo quiero dinero para hacer feliz a mi esposa, para cambiar mi casa por una más grande, y quiero dejar de ser el de informática al que llaman para arreglar algo pero al que no ven a la hora de repartir los bonos y los premios.

Vicente hizo un airado gesto vago con las manos.

— ¿Y por qué no lo dijiste durante todos estos años? ¿Qué te ocurrió, era demasiado peso como para hablar, charlabas conmigo mientras te llenabas de esa rabia por gusto, por placer?

Joaquín seguía tan tranquilo a pesar del significado de sus palabras, que comenzaba a ser preocupante; era él quien estaba comenzando a actuar mal.

—Mi relación contigo no tiene nada que ver en esto, no seas inocente; siempre te he considerado un tipo agradable, alguien con quien se puede hablar, con quien compartir algo de información, pero nunca perdí el foco de lo que pasa contigo, y con una persona como tú es mucho mejor estar cerca que lejos, al menos así no te sorprende tanto lo que pasa. Y decirte ¿Decirte qué? ¿Para que me miraras con cara de buen amigo y me dieras un consejo, pero de todos modos no hicieras nada? Ya te lo dije, esto no se trata de ti, se trata de las personas que son como tú, que tienen esa vida llena de suerte y de buenos augurios.
—Lamento que pienses de esa forma, pero tampoco te voy a rogar ni nada por el estilo; me sorprende que ahora hables de esta forma, cualquiera diría que nunca fuiste realmente un amigo, pero eso me lo esperaba después de descubrir que estabas involucrado en esto.

El otro se cruzó de brazos, suspirando.

—No importa. Está hecho, estoy seguro de que ya firmaste el contrato, el dinero es tuyo.
— ¿Por qué te molesta tanto? Ahora puedes tener el mismo puesto aquí, puedes pedir más dinero, estoy seguro que te lo darán.
—No estoy molesto. Yo no.

Sn decir más, dio media vuelta y caminó a paso lento hacia su oficina, a la que entró cerrando la puerta con suavidad. Ni portazos, ni gritos, su actitud era por completo opuesta a las cosa que le había dicho tan solo un momento antes. Vicente se percató que el guardia estaba en el inicio del pasillo, a poca distancia de la entrada, mirándolo mientras el dueño hablaba con la recepcionista, a quien él no podía ver desde ese ángulo; no resultaba entonces una broma, el viejo lo haría expulsar por la fuerza si no salía. Apresuró el paso y entró a la oficina para recoger de ella todo lo que pudiera necesitar.


2


Con Sergio inubicable luego de la experiencia dentro de la empresa, Vicente quedó a su suerte durante esa jornada. Antes de salir, la recepcionista le dijo, casi como si se tratara de algo confidencial, que se pondría en contacto con él, para que pudiera retirar los documentos correspondientes y cobrar el dinero que legalmente le correspondía; también le dijo que podía presentar la carta de renuncia hasta el día siguiente, que no se preocupara porque ella arreglaría las cosas. Seguro se trataba de instrucciones de Gerardo, todo con la intención de no verlo más. Fue extraño, pero la mujer no demostró el mayor impacto al hablarle, como si de alguna manera ya hubiese tomado partido por alguien dentro de la situación que sin duda escuchó, o le fue relatada por el dueño. De todos modos, en su caso era comprensible, ella, si bien no estaba involucrada de forma directa, se quedaba en el lugar, por lo que, desde luego que tomaría partido por quien más le convenía. Mientras iba en el auto, sin rumbo fijo, Vicente se sintió un poco deprimido, como si lo que pasaba fuera de algún modo su culpa, no solo lo pasado con Joaquín, sino todo en general.

“No es tu culpa”

Dio un par de vueltas por las calles de la ciudad, sin saber muy bien qué hacer. De momento no le apetecía volver a casa, no solo porque estaría solo, sino porque de alguna forma era una suerte de fracaso, como reconocer que se había ido humillado de su trabajo.

“Fue por algo mejor”

Necesitaba volver a sentirse tranquilo; la decisión había sido por dinero, pero por sobre todo por tranquilidad ¿Cómo no iba a tomarla? Y Joaquín, quien durante tanto tiempo pensó que era su amigo, se demostraba tal como era, con ese resentimiento a flor de labios, como si de alguna manera fuera él, Vicente, el culpable de las desgracias de los demás a su alrededor.

“No es tu culpa, hiciste lo correcto”

Por un momento pensó en llamar a Juan Miguel, un amigo en el que sí podía confiar, pero se sintió algo cansado como para lidiar con la palabrería constante de su amigo, con quien era necesario estar siempre alerta; quería hacer otra cosa, pero seguía sin tomar una decisión clara, así que optó por hacer una parada y pasar a una cafetería a por un café para llevar: lo pidió cargado y con crema, y se regresó al auto, dejando la bandeja de cartón con el vaso alto en el asiento del copiloto.

“¿No sabes por qué estaba tan tranquilo?”

La actitud de Joaquín no dejaba de ser extraña; se sorprendió de sus palabras, de la manera en que se refirió a él, casi como si todo fuera una escena de telenovela, pero si algo lo sorprendió en verdad, fue su aspecto de total calma. Joaquín no era del tipo de persona que reaccionaba con tranquilidad, era de los que ante una situación que lo presionaba se ponía tenso, que ante…

—Oh Dios.

Tuvo que detener el auto, pero un bocinazo lo hizo recordar que no bastaba con detenerse cuando se encontraba en medio del tráfico; aparcó a  un costado, sopesando las ideas en su mente.

“Fue por algo.”

Joaquín no había reaccionado bien la semana pasada ante el accidente de Abel; era un hecho que lo tomó por sorpresa pero ¿Desde cuándo sabía en realidad que él se había quedado con su puesto? Al verlo ahí, de pie enfrentándolo con esa actitud tan relajada pero a la vez guardando la compostura, no supo qué pensar, luego al oírlo creyó que era una forma de enfrentarlo, pero pasó por alto lo esencial, y es que no tenía por qué haberse enterado de todo justo en ese momento

“Ya lo sabía”

No existía nada que pudiera evitarlo. Él mismo dijo que tomó todas las precauciones para quedarse con el puesto en la nueva empresa de Sergio, y que él se interpuso en el último momento; eso significaba que se había enterado la noche anterior, o en la tarde después de salir del trabajo. Había tenido tiempo para decidir cómo comportarse, para tragarse la rabia y actuar de la forma en que quisiera. Alegre, tranquilo, despreocupado.

“Averigua qué es lo que pretende”

¿Qué era lo último que le dijo, antes de dar media vuelta y entrar en su oficina?

“Debes saberlo”

Le había dicho “No estoy molesto. Yo no.”



Próximo capítulo: No pierdas el paso.