No vayas a casa Capítulo 5: ¿Por qué?




La confusión inicial hizo que se sumiera en un estado de sopor; fue como si su cabeza se desconectara del cuerpo, y los pensamientos mismos siguieran un curso distinto a la realidad. Todo eso estaba sucediendo, pero a otra persona, no a él, y su cuerpo seguía siendo un cascarón vacío que no sentía, y al mismo tiempo se estremecía de dolor y angustia.
La golpiza en la cárcel fue mucho más intensa de lo que él mismo hubiese podido decir en otras circunstancias, pero pasó de la misma forma impersonal y ajena que todo lo que había pasado en el transcurso hasta llegar a ese sitio; los hombres del lugar, enardecidos por el horrendo crimen, gritando consignas de justicia en un recinto que estaba habilitado y cercado con altas púas y cámaras de seguridad para asegurar que se cumplieran los dictámenes de la ley, se abalanzaron sobre él, pero a diferencia de lo que, de seguro, ocurría en otras situaciones, no escucharon súplicas ni llantos, ni se vieron enfrentados a la más mínima resistencia. En cambio, tuvieron carta libre para tomarlo entre sus manos y descargar su furia, en golpes controlados pero fuertes; sabían que, en cierto sitio, el ojo vigilante de los gendarmes estaba sobre ellos, y que si se pasaban de la raya, les quitarían el juguete nuevo, de modo que actuaron con furia controlada, dejando en claro qué era lo que opinaban de él, pero sin actuar más allá. Incluso la primera noche pareció tranquila, tendido sobre un camastro sucio, con gritos y groserías resonando en los oídos hasta que perdió el conocimiento.
El segundo día fue de una calma extraña, no advertida pero sí real; cuando cierto número de sujetos entraron en la celda, aún era como si todo eso estuviera pasándole a alguien más, como si los golpes no pudieran dañarlo más, y es que en realidad no podían, porque en su interior ya tenía todo el dolor y la ruptura posible, no quedaba sitio para nada más. Aunque sí lo hubo: las voces altas de ofensa, mancillando el honor del pequeño, con acusaciones obscenas en contra del padre hicieron que algo se removiera en su interior, lo suficiente para luchar contra los golpes y tratar de erguirse, no por defenderse de forma personal, sino por enfrentar algo que manchaba todavía más los recuerdos que conservaba en su poder; aceptaba los golpes y sabía que no podía ni tenía el derecho de negarse a ellos, pero la obscenidad estaba fuera de ello porque dañaba algo que era de verdad puro, algo que ni la muerte podía lacerar.
Pero las murmuraciones a lo largo de la noche anterior habían surtido efecto, y al no haber nada en un hombre golpeado y humillado que pudiese defender una verdad imposible de demostrar a pesar de ser cierta, las acciones vinieron después; el ataque físico fue una invasión, los hombres sometiéndolo boca abajo contra el colchón del camastro fue una nueva humillación, que de alguna manera retorcida convertía en real lo que antes eran sólo palabras. En ese momento sí luchó por liberarse, pero la fuerza de esas manos era más intensa, e imposible de contrarrestar sólo por él. Las manos lo sujetaron a la cama, se convirtieron en prensas sobre la cabeza, oprimiendo la cara contra la tela sucia y mal oliente del colchón, mientras otras eran sogas alrededor del cuello, asfixiando y soltando en espasmos que le recordaban de forma pavorosa el horror vivido en ese cuarto al principio de todo aquello; otras manos en tanto rasgaron la ropa que cubría su cuerpo, acercándolo a un nuevo nivel de humillación, habitación cerrada, una reja abierta, oídos atentos a los rugidos del justiciero montado sobre él.

"Te voy a hacer a ti, lo mismo que le hiciste a tu hijo; vas a sentir lo mismo todas las veces que yo quiera, las veces que los demás quieran. Tú, rubiecito hijo de puta, vas a ser mi puta, hasta que yo quiera."

El hombre era fuerte, sus manos presionaron de forma adicional su cara contra la cama, mientras el susurro salía de su boca con un aliento cargado de odio, y de un aroma a combustible fruto de las mezclas prohibidas de la cárcel; alguien terminó de exponer su cuerpo mientras dos, tres o más personas lo sujetaban, en medio de un silencio que era la antesala y la espera de lo que iba a suceder. En un sitio como ese, donde la justicia había reunido a personas que estaban fuera de ella, la justicia propia era como un látigo en manos de un tirano, guiado por las ansias de saciar una sed que jamás sería satisfecha. Algo en su interior se activó, un sentimiento primigenio de auto preservación, que iba más allá de los sentimientos; su instinto hizo que contrajera los músculos, que intentara evitar lo inevitable, resistir las manos que separaban sus piernas ahora desnudas. La lógica diría que ante esa presión, ante la amenaza y la evidente fuerza física superior, debería rendirse, dejar que el cuerpo se relajara, para disminuir lo más posible los daños que sin duda le serían inflingidos; pero, en esa situación, lo que más pudo fue un sentimiento incontrolable de autopreservación. Sintió más manos obligándolo a adoptar una posición cómoda para el que estaba sobre él, y cerró los ojos.

— ¿Qué sucede Vicente?

Estuvo mucho tiempo mirándola sin verla; Iris estaba arrodillada frente a él, con una evidente expresión de preocupación en el rostro. Pero sus ojos reflejaban una auténtica preocupación, no rabia, ni desprecio; ni siquiera tristeza.
Le llevó bastante comprender que lo que había sucedido era una pesadilla; eran las cuatro y media de la mañana del sábado, el día siguiente del funeral de Dana, y él no había estado en la habitación de su hijo; no, Benjamín no tenía ningún contratiempo, estaba durmiendo como un ángel sin preocupaciones.

— ¿No vas a decirme qué fue lo que soñaste?

Según el relato de Iris, había soltado un par de gritos unos minutos antes, y saltado de la cama, para ir a arrinconarse en una esquina de la habitación, sollozando como un poseso y hablando una serie de incoherencias casi ininteligibles; no había pasado nada raro, de ninguna clase, ni siquiera un ruido fuera de lo común. Sin ser capaz en un principio de decir lo que pasaba, y tampoco de ponerse de pie y salir de ahí por su propio pie para comprobarlo, le pidió a su esposa que fuera a cerciorarse en persona de que no pasaba nada malo con su hijo; ella accedió sin poner reparos, entendiendo que eso contribuiría a su tranquilidad.
Vicente estaba entonces sentado en el suelo; sentía un calor desmedido, con el sudor pegado al cuerpo, los pantaloncillos y la sudadera adheridos al cuerpo. Se tocó los brazos, sorprendiéndose de encontrarlos fríos, sin embargo seguía sintiendo calor. Estaba despierto, todo lo demás había sido una horrible pesadilla ¿Pero qué clase de sueño podía durar tanto y ser tan detallado como para hacerle creer que era real? Mientras pasaban los segundos, y miraba a su alrededor como si todavía existiera la posibilidad de regresar a esa fantasía retorcida que su sub conciente había generado, se preguntó qué debía decirle a Iris ¿Por qué se sentía tan sucio? No se trataba sólo del aspecto físico, ya que estaba sudado como si después de correr mucho tiempo se hubiese enfriado, sino de algo interior, como si lo que soñó tuviera algún significado, como si de alguna forma pudiese ser real: ser el responsable de la muerte de su hijo, de forma tan culpable como no intencional, ser encarcelado, destruir su vida, la de su hijo, la de su esposa, ser golpeado y violado en una cárcel en donde estaría de por vida. Sintió que no podía decirle a Iris que el sueño se trataba de eso, que de alguna manera sonaría mal, aunque en la confusión del despertar tan reciente no entendía por él; mientras ella volvía a entrar al cuarto, mirándolo con cariño aunque con una obvia expresión de sueño, decidió que no podía hablar del tema sin saber bien qué era lo que le pasaba, y a la vez que no podía evadir la situación después de ese espectáculo.

— ¿Y bien?
— ¿Está bien?
—Claro que está bien, no se ha despertado ¿Era eso lo que te preocupaba?

Esa pregunta le dio la oportunidad perfecta para dar una vuelta a la situación y desviar la atención. Se incorporó con lentitud: le dolían los músculos igual que después de hacer ejercicio.

—Sí, pensé que con mis gritos lo había despertado.

Iris sonrió, acercándose.

—No gritaste cariño; cuando saltaste de la cama, fue tan brusco que me despertaste. No sé por qué, pero por una milésima de segundo pensé que era un terremoto, pero a ti no te asustan, así que si hubiera sido uno, no te habrías despertado primero.

Sin embargo su mirada sí era expectante. No quería decirlo porque lo veía frágil, pero quería saber qué era lo que pasaba por la mente de su esposo como para ponerlo así.

—Pensé que estaba gritando; es decir, en el sueño gritaba.
— ¿Ah sí?
—Intentaba gritar —explicó con lentitud, no podía sonar apresurado—. Nunca había soñado algo así: estaba en una isla muy pequeña, en donde podías ver todo el contorno, y de pronto subía el mar y yo no sabía nadar, así que gritaba y trataba de no ahogarme.

Mientras hablaba, recuperó totalmente la conciencia, y se dio cuenta de que no estaba inventando una mentira, sino modificando algo que había escuchado antes; el principal problema es que eso que había escuchado, provenía de labios de ella. Hizo una pausa muy breve, sabiendo que disponía de tan sólo un instante para corregir eso y no delatarse.

—Cuando soñaste algo parecido me dijiste que habías investigado su significado ¿Verdad?

Por suerte el sueño de Iris era acerca dela inundación de una casa en la que ella estaba, y no habían gritos de por medio. No conseguía recordar lo que ella le comentó luego, pero sí recordaba que eso sucedió de forma muy reciente, entre el segundo y el tercer fracaso en la venta de la galería de arte, cuando estaba pasando por un mal momento.

—Sí, se trata de estar preocupado por una situación que no puedes controlar —dijo ella de forma tentativa—, pero no me has dicho que esté sucediendo algo fuera de lo común.

No, no servía de nada relacionarlo con la muerte de Dana; tenía que existir otro método, alguna información a la que echar mano para poder salir del paso. Necesitaba meterse a la ducha con desesperación, pero no lo haría mientras Iris pudiese sospechar que su sueño no tenía que ver con lo que estaba diciendo; se le ocurrió acudir a algo que, en efecto, le causaba una preocupación, aunque no era por definición algo que significara un problema grave. Pero era lo único que se le ocurría.

—No te lo dije porque tenía la mente puesta en lo de Dana, pero descubrí por accidente algo que me está preocupando bastante.

Iris se sentó en el borde de la cama; su expresión era serena pero serie, lo que quería decir que estaba atenta a lo que iba a escuchar; pasado ese escollo, debía darle sustento a sus palabras.

—Estaba en la oficina de Sergio, hablando de ciertos asuntos de trabajo, y de pronto lo llamaron por teléfono; la verdad no sé por qué lo hice, pero me asomé  a la pantalla de su ordenador mientras él estaba hablando afuera de la oficina.

Iris no reaccionó de ninguna manera ante esa infantil declaración, y permaneció mirándolo fijo.

—Sergio está ultimando los detalles para poner en práctica una nueva sociedad comercial, del mismo rubro de la empresa.

Fue extraño, pero al decirlo, por primera vez tomó conciencia de lo que estaba diciendo; por todos los cielos, sí era un hecho importante y sí tenía que ver con él. Recordaba que se dijo que probablemente había alguna rencilla dentro de la familia, motivo por el cual Sergio quisiera no sólo despegar del nido, sino que además entrar a la competencia con su padre. Se dijo que tal vez la empresa fuese a plantear un monopolio, pero en realidad era ridículo, el mercado no daba para eso; relacionado con el rubro de los suministros que ellos manejaban, se trataba de una empresa grande y otras muy pequeñas, no de dos grandes o un monopolio, y estaba claro por el capital indicado en la página, que no iba a ser una empresa reducida. Iris al parecer estaba pensando lo mismo.

—Cielos, eso no me lo esperaba ¿Qué te dijo Sergio?
—No sabe que lo sé —replicó él—. Es decir, la información es pública desde que se apunta en el Registro nacional de empresas, pero cualquier persona que no lo sepa debería revisar el registro de forma manual y encontrar los datos para saberlo, así que no es sencillo; de cualquier manera, no hay muchas opciones, lo más probable es que...
—Haya un quiebre en esa familia.

Las palabras de Iris fueron dichas  con un tono cuidado: no estaba haciendo un acusación ni iniciando una alarma, sólo confirmaba un hecho; el principal asunto era que, de ocurrir en realidad, la estabilidad del trabajo que Vicente tenía hace doce años era, de un momento a otro, impredecible.

—Sé que suena raro, es decir, no entiendo por qué una cosa como esa me podría hacer tener sueños.
—No creo que se trate de eso en particular —dijo ella ladeando un poco la cabeza—. Quizás es la unión de varias cosas, es decir el trabajo, lo que descubriste, y el funeral del que vienes; aunque te hayas mostrado tranquilo, hay algo que te afecta en eso, sea como sea, ella era tu amiga, y fue una persona importante para ti.

Que hubiera dirigido la conversación hacia ese punto no era casualidad; tenían pendiente hablar de ese asunto, o al menos existía la necesidad de decir algunas cosas, pero de verdad no se sentía de humor para hacerlo en esos momentos. Lo mejor era concederle la razón, que de una u otra forma la tenía, y salir de ese asunto.

—Sí, creo que tienes razón, eso explica mejor lo que pasa. ¿Te importa si te dejo un momento? Necesito darme una ducha antes de volver a dormir.
—Aquí te espero.

Salió de la habitación a paso lento. A pesar de que el baño estaba a la derecha, tuvo que tomar el riesgo de ir a la izquierda y entrar en el cuarto de Benjamín. Pero no pudo llegar más allá del umbral: desde ahí, gracias a la tenue iluminación de esa habitación, podía verlo con claridad, tendido de espalda sobre la cama; tenía una tendencia a estirarse un poco en diagonal, con los pies hacia la puerta, y pudo ver con total claridad cómo respiraba en calma, ajeno a los sueños de su padre: Benjamín nunca tenía pesadillas. Durante un momento se debatió entre permanecer ahí o entrar y abrazarlo, pero persistía en su interior esa sensación de suciedad, de modo que optó por salir y entrar al cuarto de baño, cerrando tras sí. Se despojó de la ropa, la arrojó en el cesto de la ropa sucia y se metió en la bañera, otra gran idea de su esposa: era una ducha grande con tina, y esta tenía un asiento interior a un costado, del lado de la pared, dispuesto de  tal forma que, en caso de quererlo, la persona podía tenderse o sentarse a un lado sin que resultara incómodo. Abrió la ducha, la reguló en agua tibia, y se sentó a un costado, dejando que el agua cayera sobre su cuerpo, empapando la cabeza y deslizándose por la piel que seguía sintiendo fría; tenía la vista perdida en el fondo blanco, hasta que un momento después la fijó en sus muslos y acercó los dedos con lentitud. No había ninguna marca, en la parte interna cerca de los testículos, pero era casi como si todavía sintiera la presión, los dedos marcando la zona mientras los hombres lo obligaban a someterse al líder de la banda. Esas cosas pasaban en realidad, o al menos era lo que siempre se murmuraba acerca de lo que pasaba en los recintos penitenciarios; efectivamente, a pesar de ser delincuentes, tenían un tipo de ética, por lo que los abusadores eran castigados de la misma forma en que cometían el delito que los llevó ahí, mientras que por otra parte, un gran número de hombres solos, privados no solamente de libertad sino también de los placeres de la vida y de la intimidad, cambiaban su forma de comportarse, o tomaban lo que querían de quien estuviera a la mano. Se tocó los muslos, quizás esperando sentir la marca de la presión, pero por supuesto no había nada, seguía siendo el mismo que antes, y su cuerpo no había experimentado ninguna modificación.

2

Mientras los días laborables eran bastante vertiginosos, el sábado era el día de la familia en la casa. Jacinta descansaba esa jornada, de modo que el matrimonio aprovechaba el tiempo con Benjamín y tenía una rutina relajada, sin tener que fijarse en horarios y obligaciones; el sábado no había despertadores, y el pequeño lo sabía muy bien, aprovechando de dormir hasta más tarde.
Vicente abrió los ojos y se revolvió en la cama, volteando hacia la izquierda para ver la hora en el reloj que reposaba sobre el velador: ocho cuarenta. Se trataba de un récord, considerando que ambos estaban acostumbrados a levantarse temprano, pero por otra parte, gracias a los malos sueños, no era tanta la diferencia en cantidad de horas dormido. Sin embargo estaba descansado y relajado; se tendió de espalda, notando que tenía una fuerte erección y a su esposa al lado, sonrió mirando al techo y recordando las pocas veces que tenían esa oportunidad, la de dedicarse tiempo mientras la luz del día entraba por las ventanas: en el caso de la habitación, entraba a través de una ventana alargada en la pared de la derecha, ubicada en un ángulo perfecto para darles luz natural y evitar la oscuridad total en las tardes. Volteó hacia Iris, que reposaba boca arriba, con la cabeza un poco ladeada; dormía a sus anchas la mayoría del tiempo, incluso en esa noche después de la desafortunada intervención de él, un poco torcida la postura; se acostó boca abajo, contemplando el rostro relajado, bajando por el mentón y llegando al cuello, pero desvió la vista hacia el costado, donde, bajo la suave tela de la camisola, podía ver el pliegue al lado del seno, hacia las costillas; sintiendo un estremecimiento de placer, rozó con los nudillos esa zona, acercándose un poco, procurando ser suave y gentil para no despertarla de forma brusca. Le gustaba tomarla del torso, por las costillas, no para hacerle cosquillas, sino para sostenerla a poca distancia de él y poder mirarla; Iris se removió un poco y el brazo izquierdo, que estaba sobre el vientre, cayó al costado, de modo que Vicente se acercó más, para tocar la mano con el miembro. Se quedó así, sin moverse, durante unos segundos, esperando que su cercanía y la respiración acompasada, cerca del rostro, la hicieran despertar.

—Mi amor...

Ella abrió los ojos y se quedó mirándolo, somnolienta, durante unos instantes; estaba dormitando desde antes, así que al sentirlo cerca, sonrió y acercó el rostro para darle un beso en los labios.

— ¿Cómo amaneciste?
—Bien —repuso él, cariñoso—, estoy bien.

Ella volteó hacia él y se dejó abrazar; se besaron apasionadamente, mientras él la rodeaba con los brazos, presionando con suavidad pero sin friccionar aun, esperando que ella tomara la iniciativa. Sintió que los pechos de ella comenzaban a tornarse más cálidos y a endurecerse con lentitud, y justo en ese momento, tocaron a la puerta.

— ¿Mami?

Benjamín había escogido esa mañana para despertar temprano; Vicente siguió mirando a su esposa con complicidad, sonriendo en silencio. Benjamín ya estaba educado en que no podía entrar al cuarto de sus padres sin tocar, a menos que fuera una emergencia.

—Cariño...
—Dile que siga durmiendo, es temprano —dijo él haciendo un poco de presión—, lo recompensaremos luego.
—Vicente.

Pero sonreía; estaba a un paso de convencerla.

—Haré mi omelette secreta, sabes que le encanta.
—Me encanta que hagas esa omelette —dijo ella en un susurro—, pero tenemos que dedicarle un poco más de tiempo, es sábado.
—Amor...
—Vamos, sabes que es así.

Se soltó con ternura, dándole un leve beso en la nariz; con las ansias íntimas desechadas, no le quedó otra alternativa que ver cómo ella saltaba del lecho y abría la puerta del cuarto; Benjamín lucía adorable con el cabello desordenado, en su pijama blanco, y con una evidente cara de sueño.

— ¿Qué ocurre cielo?
—Hola mamá, hola papá. Tengo mucha hambre.

Iris le dio un beso en la frente y volteó hacia la cama, sonriendo.

— ¿Así que tienes hambre?
—No —corrigió él con seriedad. Siempre puntualizaba las expresiones tomándoselo muy a pecho—. Tengo mucha hambre.

Hizo un gesto amplio con los brazos, como para graficar la cantidad de hambre que tenía; Iris usó con sabiduría esas palabras.

—Así que hoy te despertaste temprano porque tenías mucha hambre.
—Sí.
— ¿Sabes algo? Papá podría hacer su omelette secreta en el desayuno.
— ¿La harás? —dijo el pequeño con los ojos muy abiertos—. La otra evz dijiste que ibas a hacerla pero no la hiciste.

La otra vez era hace varios meses, un día en que se cortó el suministro de gas y fueron a comer a un restaurante; pero Benjamín tenía muy buena memoria para las promesas.

—Sí, hoy va a hacerla —replicó su madre con alegría—, ha dicho que sí, así que la hará ¿Qué te parece si vas a hacerla ahora mismo cariño?

Lo miró durante un momento sin captar cuál era el motivo por el que Vicente estaba sentado en la cama, aún cubierto por la sábana; después hizo la conexión y decidió salir del paso.

—Benjamín, papá irá ahora mismo, ahora por favor ve a vestirte y lávate cara y manos, nos vemos abajo.
—Está bien.

benjamín se metió al baño mientras Vicente se ponía de pie, aún físicamente emocionado pero con la mente ya en otro sitio.

—Gracias, no tenía muy claro cómo salir del paso.
— ¿Qué te pasa? —dijo ella con tono alegre— Ya hemos hablado de eso, tienes que normalizar la situación; te metes a la piscina y a la tina con él, te ha visto desnudo suficientes veces como para saber cómo es el cuerpo de un hombre adulto.

La verdad, no era momento para hablar de eso, pero no por ese motivo; se puso unos pantalones deportivos holgados y una camiseta.

—Dije que trabajaría esa parte, no me presiones; al menos en la escuela les enseñan anatomía del cuerpo humano, es un avance.

La cocina era una habitación separada del resto de la casa, y se llegaba a ella por una puerta en la sala; espaciosa, cuadrada, tenía la mesa al centro con sus cuatro sillas oficiales, y toda la indumentaria propia alrededor, formando una muralla en tonos metalizados y blancos, excepto por la pared que daba al oriente, al patio trasero, por donde la luz entraba a raudales. Vicente separó los ingredientes para cocinar mientras sus dos acompañantes disponían de los cubiertos sobre la mesa, con Benjamín hablando animadamente.

—Entonces Jimmy K fue hacia el espacio con Dogo, y rescataron a la princesa Eiffel de las garras del malvado Stanton Korv, pero él escapó, así que creo que volverá.

Sí, siempre lo hacía. Esa serie resultaba bastante vertiginosa, y usaba un concepto clásico de las aventuras de niños comunes con poderes u objetos mágicos a disposición, que vivían emocionantes aventuras de todo tipo; la mayor parte de ellas no tenían mucho sentido, pero al mismo tiempo habían varias sub lecturas que los adultos podían entender, como que la princesa en cuestión era alta y usaba una sombrilla en punta, teniendo el nombre de una afamada torre, o que el protagonista tenía un nombre que se abreviaba como el de un presidente de los Estados unidos.

—Jimmy K vive demasiadas aventuras, apuesto que llega a casa y no tiene ganas de hacer nada.
—No, no hace nada —se rio—, su mamá siempre lo regaña por eso.

El sonido del aceite a punto en la sartén era música para los estómagos hambrientos un sábado por la noche, y recién en ese momento se dio cuenta del hambre que tenía; quizás producto del mal sueño y ese abrupto despertar, es que se había intensificado esa sensación, pero lo más agradable de todo es que no era más que un sueño, un muy al sueño.

“¿Qué significa?”
De alguna manera, el sueño volvió a hacerse presente, pero gracias al cielo, no de forma visual, sino a través de lo que quería decir con eso. No podía imaginar a qué se debía, pero si Iris ya le había comentado en una ocasión que su sueño tenía un significado, lo más probable es que este también lo tuviera.
“¿Qué significa?”
No era sencillo concentrarse en el desayuno cuando esa idea seguía en su mente; terminó de servir la omelette, y se disponía a sentarse, pero optó por salir de la cocina.

— ¿Qué sucede?
—Olvidé algo, vuelvo en un instante.

Subió las escaleras corriendo; era ridículo, podía averiguarlo más tarde. O tal vez no, siendo sábado, era probable que estuvieran juntos la mayor parte del día, de modo que no podría saber nada al respecto y la pregunta seguiría vagando en su cabeza; de acuerdo, sólo saber el significado, luego vería con más detalle, o lo analizaría en caso de ser necesario.
Los sueños significan algo en nuestra vida conciente, decía el encabezado del texto. Nos hablan de cómo estamos en nuestro yo interior, nos dicen las cosas por las que tememos, o las que queremos cambiar de alguna manera; es bueno atender a esas cosas que vemos y recordamos al amanecer, porque pueden ser indicativo de que está sucediéndonos algo importante. Avanzó por el buscador, hasta que encontró el resultado de la búsqueda: soñar con matar accidentalmente no significa que quieras acabar con la vida de esa persona, es un signo de estrés. Eso no era ninguna novedad, era obvio que no quería matar a su propio hijo; después decía que esa muerte accidental de un ser querido era muestra de que estaba pasando por una situación de estrés, que existía algo que no podía controlar, o que temía que esa persona sufriera algún perjuicio por su inacción ante un hecho concreto.

—Entonces es eso…

Tan sólo un día antes estaba a un milímetro de que su esposa supiera que él se estaba encamando con otra mujer, y durante bastante tiempo estuvo pensando que su matrimonio y la vida en familia se habían acabado para siempre; Benjamín viviendo con uno de ellos, preparando las incómodas visitas dominicales, teniendo que hacer acuerdos, con la tensión lógica. Todo había quedado en nada, y él mismo se prometió dejar esa locura de las aventuras y dedicarse a su familia por entero, ya que era esa la fuerza que lo guiaba, claro que estaba sometido a una situación de estrés, sólo que la noticia de la muerte de Dana puso sus ojos en otro sitio, y le impidió terminar con esa etapa de la forma correcta.
Sintiéndose mucho más tranquilo, bajó a la cocina otra vez, decidido a disfrutar de su día de descanso sin ninguna otra preocupación que cuál película iban a ver más tarde.

—Cariño, te trajiste el móvil.

Tenían un acuerdo de dejar los móviles de lado al menos durante el desayuno, aunque con sonido para atender alguna emergencia; con la tranquilidad mental de estar entendiendo a qué se debía el sueño, lo bajó consigo sin darse cuenta.

“Tienes que saber más”

Lo de la empresa seguía siendo un tema importante. Se guardó el móvil en el bolsillo mientras se sentaba a comer, pensando en las implicancias del asunto empresarial en el que, de un modo indirecto, estaba involucrado. ¿Qué ventajas o desventajas podía significar para él? De momento no se le ocurría nada concreto, pero no dejaba de ser llamativo, sobre todo porque, en efecto, tal y como lo dijo en la noche, sentía que su trabajo ya no era algo tan seguro. ¡Claro! Si se iba a realizar una segmentación, o si el padre y el hijo iban a  volverse rivales, eso desde luego que iba a afectar el funcionamiento de la empresa y el suyo propio ¿De dónde sacaba personal una empresa que recién estaba comenzando? De una empresa ya establecida, y no existía mejor opción en la ciudad que la Tech-live; una empresa con tantos años en el negocio era la indicada ¿Acaso por eso Sergio estaba tan ocupado de no generar ruido con el asunto de Abel? Había hablado con él de ese tema, pidiendo su consejo ¿Y si no se tratara sólo de eso, si además estuviera pensando en él como un allegado para su nueva empresa? Se preguntó en dónde estarían sus lealtades, considerando que trabajaba, hasta ese momento para ambos, y además una pugna por su cargo podría ser beneficiosa. El hijo podría ofrecerle dinero, mucho más que el que ganaba hasta ese momento, o quizás dinero y la tranquilidad de no trabajar los sábados ni siquiera en emergencias ¿Sería eso suficiente?

—Cariño ¿me pasas la pimienta?

La pimienta estaba al alcance de ambos. Iris lo miró con el ceño un poco fruncido, aunque disimulando. Claro, estaba demasiado concentrado en sus divagaciones y se estaba notando.

—Por supuesto, aquí tienes.

Murmuró una disculpa mientras seguía comiendo. No era ambicioso en extremo, pero eso no cambiaba el hecho de que una oferta comercial apetecible sería bien recibida, y permitiría que lograran varias cosas que hasta ese momento tenían pendientes, como poner un capital grande para la universidad de Benjamín o invertir para la vejez. Hasta hace un par de días consideraba que irse de su trabajo era una locura después de doce años, pero en ese momento no estaba tan seguro de que lo fuera; al fin y al cabo, conocía a Sergio, sabía su forma de trabajar, por lo que no era novedad, y de hecho sería una gran oportunidad de crecimiento.

—Está delicioso papá, muchas gracias.

Benjamín le sonrió mientras le daba las gracias, a lo que Vicente respondió con un sonoro beso dado al aire, en su dirección; tenía la sensación de que esa forma de hablar tan pulcra que había usado provenía de una caricatura ¿Cuál sería? Descubrió hace cierto tiempo que resultaba muy educativo conocer estos detalles, ya que lo mantenían al tanto de todo lo que pasaba, y hacían que conociera a su hijo de una mejor forma: desde esas insoportables marionetas de animales de colores fluorescentes de cuando tenía dos años, hasta las aventuras de Jummy K, todo era una fuente de conocimiento, que por una parte le permitía conocer más de los gustos de su hijo, pero también tener establecido un cronograma de su evolución; quería saber a ciencia cierta qué cosas eran importantes para él.
Un momento.
Sergio conocía a la gente con la que trabajaba.
Era el tipo de jefe que te conoce, que sabe tu nombre y se preocupa por tener información sobre ti; el que te pregunta por los miembros de tu familia, no con la pregunta tipo, sino con nombre, el que, si te enfermabas, te llamaba por teléfono. Pero también era el que conocía el terreno, que estudiaba la posibilidad de alguien para un cargo, más allá de las competencias que tuviera ese hombre o mujer. Cuando Joaquín pasó a informática hace tiempo, se reunió varias veces con él, y hablaron de una serie de temas, ya sea de la empresa como de asuntos triviales, tras lo cual tomó la decisión de entrevistarlo de manera oficial y ponerlo en el cargo que quería. Después de eso su antecesor se fue de la empresa ¿Qué significaba?

“No estoy considerado”

Estaba bebiendo café a sorbos lentos para justificar su nuevo silencio, mientras Iris estaba ocupada contando las gotas de ese nuevo endulzante natural para su té de la mañana; Sergio estaba pensando en una nueva empresa del mismo rubro, pero Vicente no estaba contemplado en ella ¿Cómo…?

“Es ridículo”

Casi se rio en voz alta; no podía sentir celos acerca de algo que ni siquiera tenía ciencia cierta de que iba a suceder, y que hasta ese momento no eran más que una sucesión de deducciones. Pero estas deducciones estaban basadas en hechos concretos, no se trataba de cualquier cosa; se trataba de la empresa en la que trabajaba hace más de una década, a la que le dedicaba tiempo y esfuerzo, incluso desde un punto de vista personal, para que las cosas salieran a la perfección. ¿Y no estaba tan siquiera contemplado como candidato a ocupar un puesto en esa empresa, cuando sí le pedían la opinión para analizar posibles conflictos internos?

“Esto no está bien. Tengo que saber exactamente qué es lo que está sucediendo.”



Próximo capítulo: Observa, calla, y hazlo

No vayas a casa Capítulo 4: ¿Dónde estás?




"Vicente"

De una manera que no podía explicar, las palabras seguían presentes en su mente. Era como si algo en su memoria lo llamara de forma persistente, insistiendo en que prestara atención.
El viaje en automóvil hasta el Centro de cuidado a personas con afecciones dependientes fue corto y sin sobresaltos; era una vieja casona muy bien mantenida, que se ubicaba en las afueras de la ciudad, camino de la zona costera; rodeada de campo, parecía casi una casa de veraneo, aunque la verdad era que la mayoría de los que iban a ese sitio, jamás salían. La jornada de viernes era iluminada aunque no cálida; Vicente optó por ir con un traje negro con el detalle de una camisa azul ultramarino, un color que según recordaba y a menos que le fallara la memoria, a ella le gustaba.

—Muchas gracias por venir.

La ceremonia fúnebre se realizó en un pequeño cementerio a poca distancia de la casa; casi era como un campo muy bien cuidado, al que se llegaba después de seguir un camino secundario a la carretera. En cierto modo le sirvió estar poco tiempo en la casa y salir de nuevo en automóvil hacia el cementerio, ya que tuvo tiempo de pensar en lo que, durante todo el día, se había negado. ¿Qué hacía él ahí? Resultaba bastante difícil identificar sus sentimientos, cuando solo un día antes descubrió, a través de la muerte de Dana, que no se trataba de lo que él creía, que de una forma u otra estaba aferrado a la figura ya desvanecida de una muchacha que había dejado de ver tantos años atrás; las personas crecían, maduraban y por supuesto cambiaban, se trataba de procesos naturales en el ser humano, tanto de niños como su hijo, sobre el que estaba viendo cambios y avances de forma continua, como de las personas mayores, y él se perdió mucho tiempo de la vida de Dana. Al fin llegó a la conclusión de que no existía una forma “correcta” de despedirse de ella, y que lo mejor que podía hacer era saludar respetuosamente al recuerdo de la chica que conoció, al mismo tiempo que deseaba que la mujer fallecida pudiese descansar en paz. El padre era un hombre joven, que incluso se veía más joven que él, pero que transmitía una seguridad y paz sorprendente, inclusive para alguien no tan apegado a la religión como él; lo saludó con un fuerte apretón de manos, mirándolo a los ojos con una mezcla difícil de explicar de tranquilidad y cariño, a pesar de no haberlo visto nunca antes. La ceremonia fue corta, y llena de un sentimiento de calma, guiado por las inteligentes palabras del hombre que explicaba que esto, la vida que conocemos, no es más que un paso en una ruta mucho más larga, que continúa después aunque ahora mismo no podamos comprobarlo. Instó a todos a pensar en el futuro, decidir con sabiduría las acciones que se realizarían, y a rezar para que el alma de Dana encontrara la paz y el descanso en este largo camino; casi fue esperanzador, pero quizás entre sus propias conjeturas, el viento del campo y lo que escuchó, consiguió sentirse tranquilo al respecto. Con la perspectiva de conciliar el recuerdo de Dana con la mujer que había terminado siendo, resultaba correcto hacer ese cierre para una etapa de la vida que al mismo tiempo los había separado, y vuelto a unir.
Una vez que estuvo de nuevo en ruta, de regreso a la ciudad y tras unas breves despedidas en la casa, marcó en el móvil el número de Iris en el marcado rápido. No contestó.

— ¿Qué sucede?

Bajó un poco la velocidad para mirar la pantalla del dispositivo, que reposaba sobre un adaptador en la consola del carro: no tenía señal. Le pareció extraño que sucediera, ya que en las ocasiones anteriores de visita sí tenía señal, pero por otro lado, el viaje sería corto; al fin era viernes, el fin de semana tendría que ser tranquilo, aunque era muy probable que el sábado temprano tuviera que ir a la empresa a revisar algún asunto breve, cosa que ocurría casi todos los fines de semana. A fin de cuentas él era el encargado de despacho, y aunque por contrato trabajaba de lunes a viernes, si se trataba de un asunto que no pudiera gestionar por teléfono, prefería ir en persona a dejar que alguien revolviera las existencias o firmara una guía de despacho incorrecta, que después le provocaría más trabajo al llegar el lunes.

2

Cuando abrió los ojos, se sentía muy descansado, aunque desde luego era de noche; tendido de espalda, mirando al techo, se preguntó durante una fracción de segundo qué hora sería, en medio de esa habitación en penumbras. No acostumbraba despertar en la noche sin un motivo concreto ¿Se debería quizás a un efecto posterior a la ceremonia fúnebre? En su llegada comentó el asunto con Iris, y se sorprendió al verse a sí mismo tan tranquilo, encontrando en su mente el lugar correcto para la situación que había ocurrido: Dana ahora descansaba en paz, su sufrimiento y enajenación habían terminado, y él había tenido una posibilidad que pocas veces tenía el ser humano, la de sanar algo del dolor de una persona que quiso, después de perder el contacto por tanto tiempo. No se sentía como un filántropo ni nada por el estilo, lo suyo iba por el lado de restaurar algo de lo perdido ¿Quién podría haber imaginado que el destino de Dana iba a ser ese? Incluso con el brutal cambio en su vida, no parecía posible, y sin embargo algo la había empujado hacia un sitio desde donde no pudo volver; por lo menos no pasó los últimos tiempos en la calle, abandonada y sola.
Un momento.
Seguía quieto, tendido de espaldas, sin moverse ni un solo centímetro, con la vista fija al frente. Esa no era su habitación.
Intentó moverse, pero se encontró con que estaba por completo inmóvil.

— ¿Qué sucede?

Escuchaba su voz en su mente, pero no podía verbalizar las palabras ¿Dónde estaba, qué estaba pasando? Sintió que apretaba los puños y todos los músculos de su cuerpo se tensaban, como intentando soltarse de amarras invisibles que lo mantenían prisionero, pero no funcionó, seguía atado, hasta con la cabeza sujeta, mirando fijo al techo que no reconocía, al que no era del blanco albino de su cuarto.

—Estoy soñando.

Escuchó dentro de su cabeza las palabras, como dichas por alguien más con su misma voz, y trató de calmarse; esto es como cuando te estás quedando dormido y sientes que caes profundo, como si te precipitaras a un abismo. Piensa, es un efecto que está haciendo tu mente, no puedes moverte porque estás durmiendo. Estás durmiendo en tu cuarto, junto a Iris; deja de preocuparte, cálmate y relaja el cuerpo, todo está bien.
Pasaron algunos segundos más de incertidumbre, hasta que al fin se soltó de las amarras invisibles, sintiendo cómo todo el cuerpo se relajaba; está bien, se dijo, sólo sigue durmiendo.

— ¿Dónde estoy?

Pero al sentirse liberado, la tranquilidad física no se traspasó a su mente; recordando que estaba durmiendo, se dijo que era lo mismo que cuando una persona sentía que se caía, y que por lo tanto, sólo debía controlar esa sensación, hasta borrarla. Tenía que decirle a su cuerpo que se moviera ¡Eso es! Tenía que moverse, y al cambiar de posición, tomaría conciencia de que eso no era más que un sueño absurdo, y podría seguir descansando. Miró a la izquierda, y aun entre la penumbra, sus ojos encontraron un afiche enmarcado: un super héroe infantil, muy colorido, con un traje con luces de neón enfrentando a un enemigo.

— ¿Qué?

Volteó la cabeza en sentido contrario ¿Por qué estaba soñando de esa manera? Mientras giraba la cabeza, a una velocidad que a él mismo le parecía enloquecedora, por su lentitud, reconoció el techo más oscuro que el de su cuarto: por supuesto, en ese techo él pegó diferentes figuras, como parte de la decoración. Tenía que voltear a la derecha, saber de forma concreta que lo que estaba sucediendo era algo en específico, pero…

—No…

Otra vez tenía los miembros agarrotados, como si un calambre se extendiera por todo su cuerpo; intentó con angustia moverse, hacer algo para que el movimiento fuera más rápido, pero le resultaba imposible incluso girar los ojos, como si los tuviera fijos de algún modo que no llegaba a identificar.

—No…no, no…

Un instante después quiso, y al mismo tiempo no quiso moverse; deseó con un temor irrefrenable que su cabeza dejara de voltear a la derecha, que sus ojos, ya acostumbrados a la penumbra, no vieran lo que estaban a punto de ver.
Tenía los pies adormecidos.
La cama de Benjamín era más pequeña que la de un adulto; medía casi un metro y medio, por lo que, si alguien de su estatura se tendía en ella, los pies quedarían por fuera. Estar mucho tiempo quieto sobre una superficie, puede generar adormecimiento de zonas del cuerpo, ya que se produce una interrupción en el correcto flujo sanguíneo, sobre todo a las extremidades.


—No…por favor…

Cuando al fin su cabeza terminó de girar hacia la derecha, sus ojos lo vieron, y Vicente pudo sentir dentro de sí como si algo se rompiese.

—Por Dios, no…no…

Quería gritar o moverse, pero otra vez estaba presa de esa sensación, que en esos momentos actuaba como una verdadera tortura; no podía gritar, ni moverse, en esos momentos no era más que una cáscara vacía, desprovista de todo sentimiento y toda reacción: por eso es que su cuerpo estaba entumecido, porque se había enfriado junto con su mente al ver el espectáculo que sus ojos no podían asimilar, ni su cerebro entender.

—Por favor no…

Benjamín estaba junto a él.
Su pequeño cuerpo estaba tendido de espalda, la cobija de color azul con figuras de Jimmy K, uno de sus tantos dibujos animados de la televisión a los que admiraba, cubriendo hasta la cintura; el torso, cubierto con el pijama blanco, mostraba el brazo izquierdo muy pegado al cuerpo, mientras el derecho estaba doblado, con la mano llevada hacia la cara.

—Dios, no…por favor no, mi niño…

Sentía que la respiración se cortaba y regresaba en espasmos regulares, como una válvula que era manejada por alguien más; su vista se encontró entonces con la de él, y vio sus ojos muy abiertos, fijos en los suyos, traspasándole un terror indescriptible, el mismo que, sin duda, había experimentado poco antes ¿Cuánto tiempo había pasado? Necesitaba tocarlo, necesitaba saber a ciencia cierta que…pero era un sueño, estaba durmiendo, se lo dijo en repetidas oportunidades cuando abrió los ojos.

—No puede ser…

Por primera vez escuchó su propia voz, saliendo al fin de su garganta, articulada por sus adormecidas cuerdas vocales, como un ahogado gemido, ininteligible incluso para sus oídos; estaba hablando, estaba recuperando la capacidad de moverse y de hablar, sólo para encontrarse petrificado por la escena que estaba presenciando, solo en la noche.
Los ojos de Benjamín, muy abiertos, fijos al frente pero sin ver, despojados del brillo y la alegría que lo caracterizaba, desprovistos de la inteligencia que tanto lo hacía crecer a él como padre.
¿Padre? Una palabra horrenda en esos momentos ¿Qué clase de monstruo podía haber hecho algo como eso? Su vista entonces se hizo un poco más clara, y también pudo tenderse de costado, más como una forma de arrastrarse hacia él, necesitando tocarlo pero sin tener el coraje para hacerlo; tenía la boca entreabierta, con un hilo de sangre marcando su inmaculada piel, cayendo sobre la almohada hundida bajo su cabecita.

—No…por Dios, no, no, no, no, no…

La almohada estaba manchada de sangre bajo la cara, una mancha roja que se veía oscura y nítida sobre el blanco de la tela; Vicente estaba temblando, lo supo tan sólo un momento después de ver el rastro rojo extendido bajo su carita, mientras su cerebro procesaba los datos, mientras su cabeza comprendía la demencial situación y mutaba la imagen de su hijo, por la de un cuerpo inerte, a sólo centímetros de él.

—Hijo…

Cuando habló otra vez, su resoplido movió de forma tenue los cabellos de la frente del pequeño; el cuarto siempre había tenido un tipo de iluminación especial en que la oscuridad no era completa durante la noche, y ahora que aún no era de madrugada, esa luz hacía convertirse en espectros hasta los más pequeños pliegues de la tela. Vio su mano izquierda levantarse hacia el diminuto cuerpo, y por un interminable segundo contempló los pliegues de las articulaciones de los dedos, remarcados por la luz oscura, convirtiendo su extremidad en la de alguien más, algo que no podía reconocer; en ese momento sintió la tibieza en el pecho, y de pronto estaba llevando ambas manos hacia el centro, directo sobre el esternón, tocando la tela de su propia camiseta, empapada.
Pero no se trataba de sudor, su cuerpo estaba tan frío en ese instante, que no podía secretar ningún tipo de fluido; supo con una atroz claridad lo que estaba tocando y quiso cerrar los ojos, pero era imposible, parecía condenado a ver todo, con lujo de detalles: despegó las manos del pecho, y al contemplar las palmas, las vio manchadas, del mismo color de la tela de la almohada bajo la cabeza del pequeño.

—Oh por Dios… ¿Qué he hecho?

Un cuerpo adulto podía pesar entre setenta y cinco y noventa y cinco kilos en promedio; él a sus treinta y siete años pesaba ochenta, muchos de los cuales eran masa muscular, debido al ejercicio. Los músculos son más fuertes que la grasa. Ochenta kilos de peso inmóvil son más de lo que el cuerpo de un niño de siete años, que pesa una cuarta parte de eso, puede soportar.
No, no era posible.
Durante un momento, su vista tuvo en frente a sus manos manchadas, con la muestra en ellas del camino recorrido por la sangre, mientras de fondo, el cuerpo inmóvil, tan frío y quieto como una figura de cera, seguía estando allí. Jamás volvería a moverse, nunca otra vez reiría ni correría por la casa, ni lo escucharía llamarlo o enfadarse; estaba tan quieto, que más que la sangre o la irreal expresión de su rostro, fue esa quietud lo que hizo que Vicente experimentara un terror sin límites. Por un motivo que no alcanzaba a comprender, había entrado  a la habitación de su hijo, junto a la suya, y se había acostado en su cama ¿Qué tan preocupante podría ser algo como eso? Un gesto de cariño propio de un padre, pero un verdadero padre, un auténtico padre, no haría eso. Un padre de verdad habría tomado una precaución, habría puesto una almohada entre ellos, o siquiera tenido el sentido común de acompañar a su hijo en el sueño a prudente distancia.
El peso de su cuerpo, dormido, había matado a su hijo.

—No… ¡Nooooo!

Por fin la voz emergió de su garganta, desgarrando las vías e inundando sus propios oídos. Pero no fue un grito, fue una exhalación de aire que cubrió con sus manos, un gemido de dolor y de angustia sin precedentes que laceraba su boca y los tejidos internos, mientras con los dedos oprimía su cara, tapando la vía, clavando las uñas en la piel, sin sentir el gesto que hacía, pero siendo tan brutalmente consciente del calor de la sangre que impregnaba su rostro. El grito persistía, era como una fuerza que emanaba de su ser, algo que no podía controlar, así como no podía controlar nada en su cuerpo; al mismo tiempo sintió que presionaba con los brazos su torso, clavando los codos contra las costillas mientras los pulmones seguían expulsando aire. El sudor se extendía por su cuerpo, al mismo tiempo que sentía cómo los músculos del estómago, oprimidos por el esfuerzo del grito, se contracturaban más y más; pero nada de eso se igualaba a lo que estaba viendo, esa imagen lo perseguiría por siempre, hasta el fin de sus días.
Había matado a su hijo.
Su hijo, ya no era más Benjamín, ahora sólo era un cuerpo, una masa tendida sobre una cama que ya no le pertenecía, empapado en sangre producto de la presión por intentar liberarse ¿Habría gritado? ¿Habría intentado, con sus pequeños pulmones, dar voces, pedir ayuda, habría suplicado a papá que lo dejara respirar? ¿Cuánto, en el nombre del cielo, habría durado esa agonía? Una de sus manos estaba llevada al cuello, lo que significaba sólo una cosa: había sentido el terror de quedarse sin aire. Ahí, en el sitio más acogedor para él de su casa, en el lugar en donde se sentía libre y a gusto, algo que era mucho más grande y fuerte había llegado a aplastarlo, a cubrir sus salidas y oscurecer de forma definitiva el cielo, borrando de su vista cualquier héroe de niñez, cualquier imagen gentil; no fue durante el sueño, ni siquiera existió para él ese mezquino consuelo, porque se despertó, y sin duda supo que estaba ocurriendo algo malo. De seguro intentó gritar, sin saber que, al hacerlo, se condenaba con más rapidez, sin comprender, en su infantil pero auténtica desesperación, que al gritar, al hacer esfuerzo por liberarse, y mover el cuerpo inmóvil sobre él, estaba gastando con más rapidez el escaso aire en sus pulmones, que a cada intento, a cada esfuerzo, agotaba con más rapidez la llama de su vida ¿Qué habrá dicho? ¿Lo habrá escuchado él, en sueños, sin comprender lo que estaba pasando, o sólo siguió tendido boca abajo, ignorante de todo suceso, sin percibir la desesperación? ¿No sintió nada, ni sus manitos forcejeando, ni sus gritos ahogados contra su pecho, ni siquiera los temblores convulsivos de su cuerpo cuando el final se sobrevenía?
¿Por qué? ¿Por qué había hecho algo como eso, cómo había sido capaz de trastocar un momento de amor y ternura en una pesadilla como esa?
No sabía si seguía gritando o se trataba del eco dentro de su cabeza, pero ese sonido, el de su propia voz desgarrándose, no se iría jamás, lo seguiría escuchando pasase lo que pasase; no estaba durmiendo, había despertado en el mismo momento en el que creyó hacerlo, y ante eso, nada era más real que la sangre que con sus manos había tocado y que ahora se mezclaba con el sudor de su rostro; la mandíbula seguía desencajada, como una mueca terrorífica, los dedos entumecidos, la palma izquierda sobre la boca, la derecha sobre ella, ambas cubriendo y a la vez presionando contra la cara, cada dedo marcando la piel.
Benjamín estaba muerto, y la vida de Vicente terminaba en ese preciso instante.




Próximo capítulo: ¿Por qué?