La última herida Capítulo 40: Una visita desconocida - Capítulo 41: Frente a un monstruo






Ambos ya habían visto el video una vez, pero Rosario se había desvanecido al poco; aunque Benjamín quiso en que llamaran a un doctor, ella se opuso e insistió en ver el video completo. La tristeza estaba traspasándola, pero no iba a negarse a la realidad.
El punto de vista de la cámara era de la habitación de Matilde en el departamento anterior, lo que indicaba que venía planeando eso desde hacía tiempo. Por eso el silencio, por eso su cambio de actitud tan radical, no solo era tristeza.

"Mamá, papá."

Matilde lucía algo demacrada, como en la época luego de la ceremonia fúnebre. Parecía tanto tiempo y tan poco a la vez.

"Para comenzar, quiero decirles algo que saben, pero que probablemente ha quedado relegado a un segundo plano durante este tiempo. Los quiero. Los amo con todas las fuerzas de mi alma, a ustedes y a mi hermana, son todo lo que tengo y todo lo que necesito en la vida. Pero las cosas son mucho más complicadas de lo que han parecido hasta el momento, y saben cuál es el origen de ello."

Se quedaba quieta, en silencio mirando a la cámara. Estaba siendo difícil para ella mantenerse entera.

"Tienen que comprender que hay cosas que están fuera de su control, y probablemente de su entendimiento. No estoy subestimando su capacidad, estoy diciendo que hay cosas que las personas comunes como nosotros no podemos controlar o siquiera comprender, y son esas cosas las que realmente son más peligrosas que lo que creemos que es el crimen o el delito en general. Por lo mismo, es que no puedo decir textualmente algunas cosas, y espero que entiendan que es por un motivo superior a mí: ustedes.
Los medios a través de los cuales llegué a contactar y acceder a los métodos de tratamiento para Patricia luego del accidente son algo que no voy a poder explicarles, y deben saber que es por su propia seguridad. Pero lo cierto es que nunca debí llegar hasta ese punto, ahora lo sé, pero por desgracia es demasiado tarde para hacer algo al respecto. Las personas que a lo largo del tiempo han llegado a maravillas como esas tienen contactos, redes de apoyo y poder suficiente como para hacerlo, porque hay métodos a través de los cuales se protegen ante cualquier eventualidad. En un principio, cuando mi hermana colapsó, pensé que lo peor del mundo era que ustedes no estuvieran conmigo para poder apoyarme, pero con el paso del tiempo he entendido que fue lo mejor, ya que su destino habría estado seriamente comprometido, y no sé si habrían podido soportarlo."

Una nueva pausa. Benjamín vio cómo su hija menor salía de la imagen, seguramente para enjugar sus lágrimas, o beber algo de agua ¿Cuántas veces habría practicado todo eso? La fortaleza que estaba demostrando era solo comparable con la madurez de sus palabras.

"Soy culpable de haber tomado malas decisiones. Sé que como padres siempre van a tratar de entender, de dar un punto en favor de sus hijas, pero la verdad en esto es, que siempre he tenido responsabilidad en las cosas que sucedieron después. La tuve al acceder sin pensarlo dos veces a quienes realizaban esos tratamientos, y la tuve al inmiscuirlos a todos ustedes en esto. Las consecuencias de esto estuvieron a la vista cuando mi hermana colapsó, y ese colapso se produjo por un tema demasiado horrendo como para decirlo. La seguridad de ustedes estaría en riesgo si supieran de qué se trata, pero basta que sepan que el crimen que se oculta tras la belleza garantizada por esas personas sin escrúpulos es tan atroz, que solo mencionarlo es un delito por sí mismo. No exagero ni un poco al decir esto."

Una nueva pausa, pero a diferencia, no se mueve, sino que su mirada se pierde por un momento. Está evaluando lo que puede decir y lo que no ¿Qué horror esconde tras sus palabras?

"El colapso de Patricia habría supuesto su muerte inmediata, pero un azar del destino quiso que no fuera así, lo que lejos de ser un motivo de alegría, significó el comienzo de un infierno que ustedes no pueden dimensionar. La gente detrás de aquellos tratamientos supo que quedaría expuesta aquella horrible metodología que utilizaban desde hacía tiempo, lo que los llevó a decidir eliminar las pruebas de ello. Eliminar a mi hermana."

Rosario no pudo evitar contener la respiración al escuchar a su propia hija hablar de esa manera. ¿Qué terribles sucesos les habían sido negados mientras ellos estaban en la Hacienda incomunicados por una casualidad provocada por el clima?

"Sé que se preguntarán  muchas cosas al respecto, entre ello, por qué no recurrí a las autoridades para que ayudaran a mi hermana en un momento tan angustiante. Otro error de mi parte fue precisamente hacer eso. Creí que podía recurrir a las autoridades para que fueran en mi auxilio, y con eso solo aumenté la magnitud de las consecuencias de los actos de aquellas personas. Cuando hay gente poderosa que quiere acceder a privilegios de salud, dinero o cualquier cosa, ellos también tienen formas de protegerse. Gente de adentro."

Eso último lo había dicho con un tono de voz glacial, frío como jamás la habían escuchado antes. Gente de adentro. ¿Policías, médicos, políticos? ¿Todos ellos? Rosario apretó los puños sobre el regazo, completamente impotente.

"Aunque parezca increíble, las personas a quienes recurrí en un intento de ayudar a mi hermana, se convirtieron en mis enemigos cuando nos volvimos una amenaza para ellos. Y sin saber que aquellos a los que pedía ayuda eran parte de sus redes, caminé junto a mi hermana moribunda, hacia una muerte segura. Pero a pesar de lo certero de sus actos, una serie de coincidencias, o actos desesperados si lo puedo llamar así, nos mantuvieron a ambas vivas. Mucha gente salió dañada en ese trayecto, y jamás podré perdonarme por eso. Pero finalmente lo que era su deseo, se convirtió en un hecho; jamás íbamos a escapar de gente tan poderosa y con tantos contactos."

Asesinada. Patricia había sido asesinada, no era solo una bala loca en medio de un operativo fallido de la policía. Benjamín sintió que se le revolvía el estómago, pero si había algo peor que saber esa verdad, era tener conciencia de su impotencia ante esa realidad. Su hija estaba advirtiendo de manera clara que en la policía había gente del lado de los criminales. Ya no podían confiar en nadie, finalmente el término del camino estaba frente a ellos, donde estaban solos ante la verdad. Quiso llorar, pero ni de eso era capaz.

"Ellos solo querían eliminar a Patricia para callar con ella las pruebas del horror que causaban, y cuando eso estuvo hecho, se dieron por satisfechos. Pero yo..."

Sus palabras quedaron flotando un momento en la grabación. Rosario sabía lo que iba a oír, su corazón de madre ya lo sabía por anticipado, pero se negaba a aceptar que algo tan terrible sucediera a su hija. A su hijita.

"...yo no podía permitirlo. Para mí no había terminado, no podía simplemente terminar, no con esa gente saliendo indemne de todo lo que habían provocado. Tengo culpa en involucrar a otras personas en mi búsqueda de ayuda, pero quienes jalaron los gatillos fueron ellos, y era necesario hacer algo al respecto. Pero ¿qué haces cuando las autoridades en quienes debes confiar, están infestadas con el gen que provoca la enfermedad que contagia todo?"

Te haces cargo tú mismo, pesó Benjamín al instante. Esa era una frase de su padre, que él mismo había contado a sus hijas alguna vez cuando pequeñas. Recordar que su padre, en tiempos de juventud, había tenido que defender terrenos a punta de balazos le atravesó el corazón como un puñal.

"Hice lo que tenía que hacer. Tuve que tomar en mis manos la justicia que me había sido negada, la oportunidad que le había sido negada a mi hermana, a la más inocente de todos. El sufrimiento y el dolor por el que pasó Patricia es algo que nunca voy a poder reparar, y sé que llevaré a la tumba conmigo, pero necesitaba hacer esto. Necesito hacerlo. Ahora todo está más allá de mí."

No tenía que comprobarlo. Rosario sentía como las lágrimas corrían incesantes por su rostro, mientras el corazón azotaba violentamente su pecho; nunca podría volver a abrazar a su hija, ni acariciar su cabello o contemplar sus ojos. Estaba lejos, tan lejos que su amor de madre jamás podría alcanzarla; la había perdido para siempre, y supo en ese momento, mientras a la distancia Matilde le dedicaba aquellas palabras, que el destino estaba decidido desde antes, incluso mientras ellos compartían con ella los fines de semana intentando mantener algo de la vida que habían tenido. Su hija había hecho lo mismo que ella, en su dolor ante la tragedia de Patricia, había querido hacer en un principio: cobrar al destino o a quienes tuvieran la responsabilidad cada segundo de dolor y agonía. Pero aquella acción había tenido un costo tan alto, que para pagarlo, ella había tenido que sacrificar todo. Absolutamente todo.

"Sé que como padres, no van a entender esto. Que aunque les cueste reconocerlo, en el fondo estarán, quizás mucho tiempo, culpándome por tomar esta decisión. Sé que probablemente será una lucha con ustedes mismos, porque sentirán que estoy haciéndoles más daño que bien. Que estoy siendo estúpida y egoísta al tomar en mis manos una venganza que tal vez no solo me correspondía a mí. Que estoy siendo enormemente egoísta al ponerlos en riesgo de perder a la hija que les queda. Es probable que tengan razón en esos sentimientos, pero en este momento debo decirles que lo que hago, lo que he hecho, no solo tiene que ver conmigo. Es verdad que siento culpa y rabia por haber cometido errores que solo dañaron a quienes me rodeaban y a las personas que me importan, pero lo que comencé a hacer no es solo por mí; es por lo que le hicieron a mi hermana en un momento en que no podía defenderse, por involucrarlos a ustedes, por perjudicar a quienes intentaron ayudarme, por envenenar la sangre de instituciones que deberían ejercer una labor como vigías de la paz."

Entonces la muchacha que estaba frente a la cámara se quebró, por primera vez desde que comenzara el video, o al menos por primera ante el lente; no lloró, pero sí guardó silencio durante unos momentos, en los que una solitaria lágrima escapó de uno de sus ojos. Benjamín sentía que el corazón iba a detenerse en cualquier momento ¿Cuánto más de lo que decía, habría sufrido su hija mientras ellos, ambos ignorantes, se esforzaban por acompañarla, pensando que lo correcto era respetar su silencio y cambio de actitud?

"Lo siento tanto. No saben cuánto siento todo esto, y cuánto daría por evitarles este dolor, y todo por lo que tuvieron que pasar desde ese día en que Patricia sufrió ese accidente. Desde entonces nada ha vuelto a ser igual, y sé que nunca lo será tampoco. Pero no viviré toda una vida sabiendo que los culpables están libres y haciendo daño a otras personas, no si puedo hacer algo al respecto; quiero que sepan que los amo con todas mis fuerzas, y que si consigo esto, será para preservar lo que más me importa, ustedes.
Les he dicho que las autoridades están infestadas del mismo germen maligno que nos dañó en un principio, y al decirlo no estoy exagerando ni un poco. Sé que como padres, van a pensar que lo correcto es recurrir a ellos, pero después de ver correr la sangre de personas valiosas a manos de ellos, es que puedo decirles con convicción, que hacer algo así solo generaría dolor, o lo que es peor, burla e incredulidad. Una vez que yo no esté, no habrá amenaza para ellos, por lo que cualquiera que trate de acusarlos de cualquier clase de crimen, solo quedará en ridículo, y eso podría ser peor que el daño que me hicieron a mí. Sé que no puedo detener a una organización de las dimensiones de aquella de la que no me atrevo a mencionar su nombre para no ponerlos en riesgo, pero lo que pretendo es, al menos, hacerles el daño suficiente como para que sepan que no son invulnerables. Si en el trayecto puedo además devolver algo del mal que ellos han hecho, entonces mi misión habrá tenido algo de sentido. No hagan ninguna tontería. No se expongan, no traten de creer en nadie como lo hice yo; esta vez es su hija la que les exige que obedezcan su voz, ya que en esto, la tragedia me ha enseñado de la peor manera que sería la peor decisión."

Al ponerse de pie, Rosario sintió que la habitación le daba vueltas. En la puerta estaba uno de los trabajadores de la Hacienda esperando a decirle algo.

— ¿Qué ocurre?

Su voz sonó ronca y áspera, pero no le importó. Todo lo que había hecho por ellas, toda la vida que les había entregado desde el vientre, se estaba desmoronando de manera irremediable en ese momento. No era más que una cáscara vacía a la que le habían quitado todo.

—Hay una persona afuera que está preguntado por usted.

No reaccionó durante unos eternos segundos. La percepción del tiempo y el espacio parecía haber cambiado para siempre, era como si a partir de las palabras que estaba escuchando, y de las horribles verdades que escuchaba, el universo a su alrededor hubiera cambiado irremediablemente, pasando a moverse a un ritmo que ella nunca podría asimilar como verdadero.

—Dile que espere.

Su voz tiene que haber sonado muy dura, ya que el hombre no dijo nada, y solo hizo un leve asentimiento antes de salir y cerrar la puerta. Volvió a sentarse ante la televisión, donde la cara de su hijita volvía a ocupar todo su campo visual. En ese momento recordó cuando nació, y como se dijo a sí misma que si había un momento en la vida que querría dejar intacto en su memoria para siempre, era ese, cuando estaba recostada con su pequeña hija en sus brazos, escuchando el latido de su corazón y sintiendo el calor de su piel; jamás lo había olvidado, y en ese momento en que todo se estaba destruyendo para siempre, necesitó desesperadamente volver a ese momento en que todo fue perfecto, y quedarse ahí definitivamente.

—Hay cosas que no puedo explicarles, y para su tranquilidad, lo mejor es que se queden así; por desgracia, he llegado a un punto en mi vida, en que no puedo simplemente dejar que las cosas se queden como están. Es demasiado el dolor, demasiada la injusticia y la maldad, y el egoísmo de mantener la propiedad a costa de las vidas de otros.
Quisiera estar ahí para abrazarlos y nunca más alejarme de ustedes, pero ahora que han pasado todas estas cosas, sé que la única opción que tengo es alejarlos mientras intento algo que a mí misma me parece imposible. Tengo que dejar de llorar y ser fuerte. Intentaré salvar algo para ustedes, no hagan preguntas, ni esperen nada, si pasa, solo dejen que suceda.

Benjamín se sentía igual que si lo hubieran amarrado de brazos y piernas, y amordazado su boca: no era capaz de reaccionar, ni de emitir sonido en esos momentos; todo había terminado ¿Por qué el destino se ensañaba con sus hijas, las que no habían cometido mayor error que ser ellas mismas? Su rabia y su dolor eran tan grandes que nunca podría dejar de sentirlos.

—Solo piensen que me he ido de viaje ¿está bien?

La grabación quedó una vez más en silencio, y el padre supo que se debía a algo muy antiguo, de cuando ellas eran niñas. Una vez viendo una película, Matilde dijo que alguna vez le gustaría hacer un largo viaje, igual como la protagonista, para recorrer el mundo alejada de todos. "Voy a hacer un viaje que es el comienzo de todo, mi corazón siempre será de ustedes" era lo que decía el personaje en el cine. Con los años esos recuerdos y fantasías quedaron en eso, pero ahora volvían como fantasmas para arrastrar a su hija más allá de donde él podía alcanzarla. Cómo quiso en ese momento estar junto con ellas, con ambas, sentadas junto a él, sin más preocupaciones que acostarse temprano y mandarlas a lavarse los dientes, en un tiempo en que él podía mantenerlas a salvo.

—Es mejor así. Piensen que he hecho un viaje, para conocer tanto del mundo como no conozco aún, y que cada noche estaré pensando en ustedes, con todo mi amor y mi fuerza; si piensan cada noche que estoy con ustedes, mirando el mismo cielo que miran sus ojos, entonces nunca estarán solos, y será como si esto jamás hubiera pasado, siempre habrá un mañana para tomar desayuno juntos y charlar de lo que queremos para el futuro.

Las siguientes palabras, Rosario las escuchó como en un sueño; no era una promesa ni un vaticinio, tan solo una idea en mente de su hija, una forma de decirles lo que había mantenido oculto hasta ese momento, una verdad tan difícil de creer como al mismo tiempo posible. Una posibilidad, remota por cierto, pero existente, de rescatar de ese dolor algo, aunque fuera solo algo, que los mantuviera enteros. Alguien había llamado a la puerta.


Próximo capítulo: Frente a un monstruo



Capítulo 41: Frente a un monstruo


 — ¿Querrías un poco más de pastel?
—Está bien señora Rosario, pero solo un trozo pequeño.
—Está bien.

Los últimos meses habían sido duros en la Hacienda Río dulce; el matrimonio estaba tratando de superar los difíciles acontecimientos relacionados con la muerte de sus hijas algún tiempo atrás, de la misma manera que los trabajadores antiguos que quedaban, que más que eso eran parte de la familia, intentaban seguir con el curso de sus vidas luego de acontecimientos tan dolorosos.
El clima tampoco estaba teniendo consideración con nadie en esa zona; el invierno estaba ya prácticamente declarado con un mes de anticipación, y el frío se hacía presente casi durante toda la jornada. Por suerte las reservas de todo lo cosechado durante la temporada estival eran abundantes, y durante el inicio de la época más difícil del año, se veían las consecuencias del arduo trabajo realizado anteriormente. Los trabajos entonces se trasladaban principalmente al interior de las cabañas y el establo, donde se preparaban los tejidos, los encurtidos, las conservas y los lácteos, que en una parte iban a ventas a zonas cercanas, y en parte para proveer tanto a la gente de la hacienda como a los trabajadores; el matrimonio era generoso con quienes trabajaban con ahínco, ya que ellos mismos, pese a no necesitarlo, siempre estaban desarrollando alguna labor o aportando con sus conocimientos.

—Parece que va a llover a la noche.
— ¿Usted cree don Benjamín?
—Sí, está soplando viento de lluvia.

Los silencios en la cocina de la casa grande en Río dulce eran habituales; muchas veces nadie sabía qué decir, o simplemente era mejor guardar silencio que hablar algo de lo que después todos se arrepentirían.
Silencio entre aroma a especias y café fresco, verdades sepultadas entre colores vivos y tapices en las paredes.


2


Teodoro había tenido una vida difícil desde que era un niño: la enfermedad neuronal de su hermano mayor lo había hecho crecer a la fuerza, y gracias a eso construyó un carácter fuerte, pero también afín con la responsabilidad y la generosidad; abocado a estos intereses y después de enfrentar una serie de dolores y dificultades familiares, resultaba comprensible que terminara dedicándose a una labor tan cercana a los dolores humanos como la terapia del dolor. Su trabajo consistía, a grandes rasgos, en ayudar a pacientes enfermos de los más distintos males, a superar, o en el mejor de los casos sobrellevar, los más variados casos de dolor, incluyendo los casos de dolor crónico en que la fórmula adecuada no existía y todos los esfuerzos se enfocaban en disminuir el sufrimiento. Para él ayudar a otros a superar sus malestares era, en el fondo y aunque muchas veces ni lo mencionara, una manera de quitar de su ser la carga negativa que durante muchos años había llevado solo y sin ayuda.
A pesar del amor que sentía hacia Romina, su matrimonio terminó por romperse, y en eso él estaba consciente que era por culpa de ambos, pero en primer lugar por responsabilidad suya; no había podido hacerse cargo de una relación con una mujer con su propia carga emocional y temas pendientes, por lo que con el paso del tiempo el matrimonio fue quedando en un segundo plano, para dar lugar a una especie de amistad que mantenía a ambos en los sitios cómodos en los que involuntariamente se refugiaban. Teodoro sabía que probablemente ella también se sentía culpable del fracaso de su relación de pareja, pero a la hora de hacer cuentas, él tenía mayor culpa. Lo habían hablado con anterioridad, en varias ocasiones, llegando incluso a la parte de la discusión donde se planteaban la posibilidad cierta de separarse y seguir sus vidas por separado, pero de alguna manera ninguno quería dejarse, por mucho que su relación fuera simplemente cordialidad aprendida con los años ¿Sería acaso una forma diferente de amor? Se suponía que el amor era un sentimiento arrebatador, que te hacía desear a la persona en toda su magnitud y de todas las formas, pero aunque el enamoramiento en ellos fue intenso, nunca construyeron lo que se suponía venía después; casi resultaba divertido, dentro de todo, pensar que su matrimonio, el de dos personas jóvenes, fuera tan similar a una pareja de ancianos. Por otro lado el trabajo absorbía a ambos constantemente, por lo que las oportunidades reales de hacer algo respecto de su relación siempre estuvieron en último plano. Parecía que era mejor dejarlo así. Él se sentía a menudo ansioso por todo eso, pero chocaba con sus propios miedos e inseguridades, los mismos que arrastró desde niño, y de alguna manera temía que cualquier intento de su parte, incluso por arreglar las cosas, quebrara esa delicada estructura que los mantenía unidos.
Cuando sucedió el ataque, él estaba dando una terapia, pero la asistente le avisó enseguida, y ese fue el momento, en toda su vida, en que supo que realmente Romina era el amor de su vida, y que no podría vivir sin ella. Los minutos hasta llegar a la urgencia fueron una auténtica tortura, pero lo peor vino al escuchar el diagnóstico de los doctores; muchos de ellos lo conocían tanto a él como a ella, por lo que no había espacio para aquellas típicas palabras de buena crianza que pretenden amortiguar el dolor de quien está pasando por un trance. Él mismo exigió que le dijeran toda la verdad. Saber que había quedado casi en coma, y que existía compromiso neurológico de por medio fue lo más doloroso después, haciendo que todos sus miedos del pasado quedaran relegados a un segundo plano; la mujer a la que amaba, la misma a la que no había sabido cuidar de forma adecuada, estaba bajo un diagnóstico que lo mismo podía dejarla cuadrapléjica como sin habla o sin memoria. Ver a Romina, a esa mujer fuerte e independiente,  la misma que se comprometía con los pacientes que atendía, indefensa en una camilla de hospital, destruyó en Teodoro cualquier asomo de duda respecto de sus sentimientos, o de lo que pretendía hacer en el futuro. No importaba lo que pasara después o qué tan desafortunado fuera el futuro para ella, en su vida se había trazado solo un camino y viviría para ella y por ella, hasta que dejara de respirar.
Los meses siguientes fueron duros; a pesar de contar con asesoría profesional dada por los expertos en la especialidad, muchos de los cuales conocía, insistió en hacerse cargo de todo lo que pudiera, ayudando y estudiando todo lo que existente en la materia. Finalmente el triste diagnóstico inicial fue tomando una forma más alentadora, y con su incansable trabajo junto a Romina, comenzaron a evidenciarse signos de mejoría; nunca le importó el cansancio, ni la falta de sueño, porque despertar en la mañana y ver que existía una nueva posibilidad de salir adelante hacía que siempre tuviera ganas de continuar.
Cuando ya se cumplía un año desde aquellos desafortunados acontecimientos, Teodoro podía decir, con total propiedad, que lo peor estaba superado; Romina podía valerse por sí misma, había recuperado la movilidad de todo su cuerpo, y su mente recuperó también los recuerdos y la esencia de lo que ella era. Por desgracia existían aspectos que hacían imposible que volviera a ejercer la profesión, pero a ojos de ambos era un precio bajo perder la medicina a cambio de recobrar la salud y la independencia.
De forma increíble, recuperar la relación de pareja, o en su caso, establecer un nexo entre ambos, fue algo que en ningún momento pretendió, y quizás por eso mismo es que resultó tan bien. Jamás habían hablado tanto, ni tenido la oportunidad de compartir cualquier cosa que sucediera, por mínima que fuera. Le pareció que ella era la persona perfecta para él, y se lo hizo saber lo más posible en cada gesto y en cada palabra; Romina tardó en superar el miedo y la inseguridad internos que la acosaban desde aquellos momentos, pero lo hizo, con lo que no solo demostró su fortaleza, sino que también encontró una forma de acercarse a él. Se conocían hace más de quince años, pero parecía que su matrimonio apenas empezaba. Teodoro daba todo de sí, sin jamás pedir nada a cambio, lo que al cabo de cierto tiempo se convirtió en el mejor precio a pagar por la recuperación de su esposa: se convirtieron en una pareja imperfecta, pero que se amaba con intensidad.

—Teo.

Ella lo había empezado a llamar Teo, de un modo íntimo y cariñoso que jamás antes había oído de sus labios; la vida de ambos tenía una nueva oportunidad, y él no estaba dispuesto a perderla. El cambio vino en determinado momento, cuando, revisando cajas en una jornada de orden, encontró el sobre con el video que le había sido entregado varios meses antes; en su momento creyó que podría ser alguna muestra de afecto un poco tardía por lo que había pasado, pero como estaba dirigido a Romina y no a él, lo guardó esperando el momento indicado de mostrárselo, cuando ya los temores del pasado hubieran quedado lo atrás. Así fue como olvidó el video, pero al momento de encontrarlo, los miedos lo atacaron a él, y pensó que tal vez no se trataba de algo tan inocente como se lo imaginara en un momento en que tenía cosas mucho más importantes de qué ocuparse. Vio el video, y en ese preciso momento muchas cosas que no tenían sentido comenzaron a alinearse en un mapa, que no por estar incompleto dejaba de entregar un claro mensaje. Entonces entendió el porqué de ese ataque tan extraño del que había sido víctima Romina, y la visita de esa mujer. Matilde, la misma del video, la misma cuya muerte fue informada por la prensa poco tiempo después. La misma de la nota suicida en la camioneta que fue encontrada por la policía en las afueras de la ciudad.

—Mi amor.

Romina no había vuelto a ser la misma después del ataque que había sufrido, pero era una mujer completa y podía valerse por sí misma; la única forma de saber que había enfrentado una situación tan dura era escucharla hablar, pero Romina era tan inteligente que había ensayado un modo de expresarse, lento y pausado, por lo que la mayor parte del tiempo era capaz de comunicarse sin que se notara siquiera que tenía secuelas.

— ¿Qué descubriste?
—Nada nuevo por el momento —replicó él—, pero tenemos mucha información aquí.

No fue capaz de guardar el secreto, y tuvo que armarse de valor y enseñarle el material audiovisual; Romina no había querido hablar nada respecto a los motivos que la habían involucrado, pero se mostró increíblemente tranquila a la hora de ver el video; fue innecesario pedir explicaciones, ya que ella misma decidió contarle todo lo que sabía, y las cosas por las que tuvo que pasar.

—Si quieres dejar esto...

La forma de hablar de Romina, tan medida y pausada, podía interpretarse como pasividad, pero con el tiempo, Teodoro había  aprendido a detectar las pequeñas variaciones en la pronunciación, la respiración, incluso en las pausas entre palabras. Sabía cuánto había en juego para ella en todo eso.

—No voy a dejar nada Romina —dijo volteando hacia ella—, te prometí acompañarte en todo hasta el final, y pienso cumplir cada palabra de lo dicho. Lo único que me preocupa es que tú estés involucrada.

Una de las cosas que se había mantenido intacta en ella era su dignidad; no se sentía menos que nadie, ni quería ser tratada como alguien que merece una atención especial.

—No soy incapaz.
—No estoy diciendo que lo seas —replicó él con calma—, pero sabes tan bien como yo, o incluso mejor, el nivel de peligro que hay en todo esto. La gente de la clínica es peligrosa.

La mirada de Romina se volvió de acero por unos momentos, pero se controló en unos instantes.

—Sé de lo que son capaces; pero no dejaré que esto se quede así, no después de lo que ellos hicieron. Mataron a Matilde y a su hermana Patricia, al policía que nos intentó ayudar, al espía que ella tenía considerado su amigo. Viste como aparecieron esos sujetos muertos en las noticias, y la noticia se ocultó.
—Lo sé.
—Entonces no perdamos tiempo. Necesito hacer esto.

Teodoro respiró muy profundo; la supuesta muerte de Matilde por su propia mano era obviamente un encubrimiento de la gente dentro de la policía y el poder judicial que trabajaba para la clínica, pero eso distaba mucho de ser todo. Después de mucho investigar, él había descubierto una serie de cabos sueltos, los que habían sido encubiertos de igual forma; el ataque incendiario a los camiones que trasladaban un supuesto material mecánico y no médico, la balacera donde había muerto un sujeto antes del supuesto suicidio, y otros hechos, conformaban un mapa terrorífico junto a las cosas que la propia Romina le había contado. Eran demasiadas muertes, y según palabras de ella misma, el único motivo por el que no la habían asesinado, es que no representaba un peligro real al no tener en su poder ningún tipo de dato concreto acerca de esa gente, que era como un fantasma esparcido por todas partes, hacia donde quiera que mirara.

—Has sufrido tanto, tienes que entender que me asusta. No quiero que estés expuesta nuevamente, que te hagan daño.
—Ya me hicieron daño —replicó ella muy lento, casi arrastrando las palabras—. Matilde murió tratando de salvar a su hermana, y muchas personas han salido perjudicadas, yo no puedo... no puedo simplemente tratar de seguir.
—Romina...
—Tengo que intentarlo... al menos... tengo que intentarlo...

Se estaba agitando. El temor que le producía estar involucrado en algo como eso era el mismo que experimentó antes al saber del terrible estado en el que ella se encontraba, pero ¿Qué alternativa tenía? Al mismo tiempo una parte de su ser le decía que era lo correcto, que cuando entre los médicos, los policías o los jueces, había gente corrupta que protegía a los delincuentes, era necesario hacer algo ¿Pero acaso algo le aseguraba no correr el mismo destino que Matilde? No estuvo en el funeral, pero investigando en el parque fúnebre, la ceremonia fue muy breve, tan solo de unos cuantos minutos: la lápida decía simplemente "Estoy en un hermoso viaje"

—Tranquilízate.

Todo eso era como una pesadilla de la que no se podía escapar. Matilde le había enviado un video a su esposa, diciéndole que lamentaba mucho haberla involucrado en tanto sufrimiento y dolor; en una secuencia sencilla, grabada de forma casera, también usaba muy bien las palabras, de modo de no decir con claridad nada que pudiera involucrar a inocentes en los trágicos hechos que a ella misma le habían llevado a la muerte, pero al mismo tiempo le decía a Romina, que deseaba pudiera hacer una vida digna y tranquila, y que esperaba poder hacer algo para restablecer el daño que se había causado. No era difícil entender entonces que la propia Matilde, tras la muerte de su hermana, se embarcara en una misión que tenía como objetivo atacar a los responsables de la clínica, a esas personas invisibles que asesinaban para mantener un negocio atroz y los secretos alrededor de ello; también era sencillo imaginar que, dentro de las muertes que se conocían, muy posiblemente alguna había sido causada, directa o indirectamente por la propia Matilde. Jamás sabrían si eso había pasado o no, y ambos estaban de acuerdo en que sus padres habían sufrido demasiado como para molestarlos removiendo recuerdos que solo les harían peor. Se entendía a la perfección que desde esa breve ceremonia se hubieran encerrado por completo en su casa en el campo.

—Estoy tranquila.
—Y yo estoy contigo, ya te lo dije —continuó él con lentitud—, pero no me gustaría que te pase lo mismo que a ella, tienes que entender que sacrificarte tú no va a solucionar nada, igual que no sirvió la muerte de Matilde.

Él mismo se quedó en silencio unos momentos; recién pensaba que esa muerte no tenía sentido desde su propio punto de vista, ya que no entregaba ninguna solución, no cambiaba nada del panorama, pero ¿Y qué pasaría si ella en realidad hubiera hecho un sacrificio tan grande como ese, por un motivo que ellos dos desconocieran?
En ese momento entendió que, para luchar contra esa clase de fuerzas, para poder enfrentar a aquel tipo de gente que destruía con tal de proteger sus intereses, tenías que volverte como ellos para poder lograr tus objetivos. Te contaminabas para siempre.

—No voy a detenerte —dijo antes que Romina pudiera hablar—, y te ayudaré en esto porque eres lo más importante para mí; entiendo que no puedes simplemente dejarlo así. Solo quiero que entiendas que necesito que sigas viva después de esto.

Romina asintió. Se miraron largo, sin hablar.


3


La tarde estaba muy tranquila y luminosa, aunque no estaba fría; la mujer estaba sentada fuera de casa, contemplando aquel horizonte que miles de veces en otra vida la habían maravillado: ahora todo era como un nuevo inicio, un viaje constante por lugares conocidos, pero que no le pertenecían. Jamás nada de eso sería suyo. La señora Rosario salió con algo en las manos.

—Aniara.

La mujer no dio la vuelta. En ocasiones tenía tantas ganas de arrojarse a sus brazos que no podía soportarlo, pero siempre lograba controlarse, siempre conseguía mantener a raya los sentimientos; después de la muerte de Matilde, y de tener que abandonarla en la camioneta para evitar que alguien sospechara, el dolor que experimentó la llevó a tener todo tipo de pensamientos suicidas que condujeran de alguna manera a la venganza que como deseo reprimido la consumía como un fuego peor que todo lo que había vivido antes. Su hermana había organizado junto con ella un plan de ataque contra los encargados de la clínica, haciéndole creer que todo se trataba de hacer que los responsables directos a quienes habían descubierto pagaran por sus crímenes, cuando en realidad solo había estado utilizándola para su venganza, y para cumplir su objetivo de mantenerla a salvo y lejos de las sangrientas manos de aquellas personas. Y había tenido razón, en que al eliminar a aquellas personas que conocían su cambio físico, la había mantenido a salvo para siempre; ahora nadie sabía quién era o si estaba viva o no, por lo que el verdadero peligro de la clínica y todo ese horror estaba fuera de su alcance. Pero de lo que jamás estaría a salvo, era del dolor de sus padres, de la inmensa tristeza de haber perdido a sus dos hijas, y a ambas en circunstancias tan tremendas. Volver a Río dulce, como si fuera una extraña, había sido un trance muy duro de enfrentar, pero mirar a los ojos a su madre, con los ojos llorosos, en la puerta de la casa, la había demolido por completo; en la inmensa sabiduría de ambos, asumieron su llegada sin hacer ningún tipo de preguntas, y se limitaron a presentarla ante la gente del lugar como una amiga de sus hijas que se quedaría durante un tiempo. Le dieron la habitación de visitas. En ocasiones veía a su madre, e identificaba en su mirada que sabía la verdad, que sabía realmente quien era, porque no importaba cuánto hubiera cambiado por fuera, por dentro seguía siendo la misma, más torturada y cansada, pero la misma que había tenido en sus brazos. Pero cada vez que, con alarma, detectaba ese tipo de mirada, descubriendo en ella toda la verdad, veía también su propia censura, la decisión que ella como mujer y como madre había tomado, de dejar las cosas tal como estaban, sin volver a remover la tierra que sobre la tumba de sus dos hijas había arrojado, dejando también allí su alegría.
El destino había sido cruel con todos de alguna manera, pero ellos dos asumían su presencia como un bálsamo, un regalo inesperado del destino, una nueva persona que los acompañara, y que con su sola presencia ayudara a sobrellevar mejor todo el dolor de la pérdida. Ella también se había resignado, había abrazado el regalo de su hermana, y decidido no insultar su memoria, siguiendo su decisión al pie de la letra, acompañando a sus padres aunque solo como una extranjera, jamás como suya.

—Te traje una manta.
—Gracias.

Recibir la manta y sentir el roce de sus manos, una descarga eléctrica que recorría su cuerpo. Los pasos de la señora, cansada y anciana, caminando de regreso a la casa ¿Cuántas veces se preguntaría ella, en la soledad y el silencio de la noche, quien era en realidad esa mujer? ¿Cuántas veces lloraría pensando en su locura, al ver en su recuerdo que las tumbas de sus dos hijas eran una realidad imposible de negar?
Ella había asumido su destino.
Pero también, días antes, había recibido un sobre. Sin destinatario, sin escritura en él, solo con una fotografía en su interior. En ese momento todo cambió para siempre, de nuevo.
Una fotografía con la imagen de la doctora Miranda, junto a un hombre, en el exterior de la urgencia en donde ella había sido atendida en primer lugar, luego del accidente.
Había muchos damnificados además de ella. Pero una de ellos, no había terminado de pelear.
¿Debería ella salir de ese encierro y volver, para ayudar a esa mujer a cobrar también su parte en esa batalla, ya que estaba enterada de sus maquinaciones? ¿O era por parte de la doctora su manera de informarle que no era la única en tener algo pendiente? Guardó la foto en el cuarto de invitados donde estaba, y continuó con esa vida que la había recibido como una extraña y en la que jamás encajaría por completo. Algunas noches el dolor la hacía quedar despierta hasta la salida del sol, pero al final se conformaba con lo que había sucedido hasta entonces: Matilde había tomado por ella la decisión de salvarle la vida, otra vez, y en su memoria debería mantenerse firme, acompañar a sus padres aunque jamás pudiera volver a tratarlos de esa manera. ¿Cómo había descubierto que estaba viva? Al pensar en eso se preocupaba, pero era una preocupación externa, principalmente acerca de la mujer que la había ayudado a ella y a su hermana, que no era otra cosa que una víctima más, como Miranda y tantos otros. La doctora iba a empezar su propia cruzada en contra de la clínica, y Patricia sabía que por mucho que los cabecillas de Cuerpos imposibles ya no estuvieran y sus instalaciones y privacidad corrieran riesgo, no era posible que hubiera terminado. ¿Terminaría algún día?

—Tengo que hacer un viaje a la ciudad.

No podía mirarla a los ojos, y en ese momento agradeció que Rosario tampoco quisiera hacerlo, no estaba segura de poder resistirlo; había cumplido la promesa que le hizo a Matilde, pero al mismo tiempo sentía que su deber era estar ahí, y hacer lo que pudiera, tal vez esa historia no terminara tan mal como la suya.

— ¿Tiene algún encargo usted o su esposo?
—Nada en especial —dijo la voz contenida de emoción—. Solo una cosa: que regreses.


                                                                    Fin




Gracias a Juan por sus conocimientos en el área de la medicina, y por su humor.
Y gracias a Laura, por su pasión por la literatura.


La última herida Capítulo 39: Dos decisiones correctas






Matilde enfrentó a los dos cirujanos, quienes tras su apariencia perfecta escondían lo mejor que podían la frustración y el enojo de verse descubiertos, y además imposibilitados de hacer lo que querían; de seguro llevaban demasiados años manejando todo a su voluntad.

— ¿Qué le pasó a la otra mujer? Usted —le dijo a Scarnia—, se hizo pasar por un paciente de la clínica para pasar desapercibido igual que ella, pero lo de acercarse a mi hermana fue totalmente distinto. ¿Por qué organizar esa farsa?

Durante un momento ambos intercambiaron miradas de alarma; habían sido descubiertos, pero ambos amaban demasiado su integridad como para ponerla en riesgo si podían evitarlo. Finalmente se rindieron.

—La otra mujer está muerta. Murió antes que fallara el tratamiento.
— ¿Pero cómo es eso posible?
—No lo sabemos —intervino Samanta haciendo una mueca—, fue sorpresivo, la mujer murió en un accidente de tránsito muy poco después de iniciar el tratamiento, tan solo unas semanas después; pensamos lo peor, pero extrañamente no sucedió nada, y todo continuó como siempre, así que decidimos investigar mucho más de cerca en un ambiente protegido.
—La cita en la supuesta fiesta —dijo Aniara intentando disimular su sorpresa—, por eso me invitaste, querías llevarme a un sitio desconocido para poder experimentar conmigo.
—Era la fórmula más útil si queríamos saber algo. Además, si no había nada nuevo, simplemente quedaría como antes.
—En ese momento fue cuando por error dejé caer las píldoras —dijo Aniara rememorando—, y sin darme cuenta tomé la que había dejado fuera días antes. No tenía nada distinto en apariencia, pero me produjo una horrible sensación que me hizo perder el conocimiento; lo que tengo en esta caja es el contenido de esa píldora, el genoma mutante del que han hablado, que luego de expulsarlo durante el ataque, creció por sí solo escondido en una parte de mi departamento.
—Por eso Antonio estaba tan cerca investigando —intervino Matilde—, por eso usted reaccionó de esa manera cuando dije que ella tenía un ataque, por eso la intervención de la policía...
—Cuando dijiste lo del ataque supe que las cosas habían salido mal, por eso se aplicó el protocolo de contingencia, pero todo salió mal desde entonces.

Vicencio, el viejo doctor, volvió a alzar la voz, pero en esa ocasión había determinación en sus palabras en vez de la derrota anterior.

—Todo ha salido mal desde que tuve la desgracia de dar con ese genoma. Ustedes se han aprovechado demasiado tiempo de mi estupidez y mi ceguera, y de los afanes insaciables de los que tienen poder, no puedo permitirlo más.

La puerta se abrió en ese momento. Aniara giró apuntando el arma, pero no fue lo suficientemente rápida y el disparo la derribó.

— ¡No!

Matilde vio con horror como Elías Jordán, a quien creyera muerto o gravemente herido durante el ataque en la noche, aparecía en el umbral con un revólver con silenciador en las manos; la mirada fría como la piedra se clavó en ella el tiempo justo antes que ambos dispararan.

— ¡No lo haga!

Por gracia del destino, ambos fallaron por la mínima en sus tiros, y la joven hizo una rápida finta para acercarse a toda velocidad al hombre; este sonrió con villanía y preparó el siguiente tiro, pero Aniara reaccionó muy rápido luego de la caída y le arrojó la caja. Durante una milésima de segundo el hombre tuvo el horror en su mirada al ver el contenido, pero se movió con la suficiente rapidez como para escabullirse del repugnante contenido que se movía por sí solo. Matilde se aprestó a disparar, pero en ese momento Rodolfo Scarnia se arrojó contra ella, dispuesto a inmovilizarla.

— ¡No!

Ambos quedaron enzarzados en un violento forcejeo durante un momento. Al mismo tiempo Aniara volvió a enfrentar al jefe de seguridad. El disparo que realizó Jordán le desgarró la piel del torso a la altura de la cintura, mientras que el tiro de Aniara, que resonó en la oficina, dio de lleno en una pierna y lo hizo perder el equilibrio y caer.

— ¡Aléjese de ella!

La voz de Vicencio atronó en el lugar, y semi arrodillada en el suelo, Matilde pudo ver como el viejo doctor había tomado valientemente en sus manos el informe animal fruto del gen mutágeno, y lo agitaba hacia Scarnia, quien por temor tuvo que soltarla para ponerse de pie a toda prisa.

— ¡Tenemos que salir de aquí!

Samanta no había perdido el tiempo durante los escasos segundos que había durado el enfrentamiento, y rodeó la oficina para poder llegar a la puerta. El viejo doctor intentó sujetarla con una mano mientras con la otra luchaba por contener la fuerza del mutágeno, pero cuando ella quiso soltarse, la bestia se arrojó contra ella, haciéndola gritar de horror.

— ¡Ayúdenme!

Aniara había logrado arrebatarle el arma a Jordán, pero el doctor Scarnia se escabulló del resto y corrió a toda velocidad hacia la puerta abierta de la oficina.

— ¡Rodolfo, ayúdame!

La mujer había caído presa del horrendo animal de laboratorio que estaba aferrándose a su pecho, y gritó desesperadamente hacia el hombre, pero este no hizo ningún caso y corrió fuera de la oficina a toda carrera.

— ¡Cobarde!

Matilde intentó salir a perseguirlo, pero la herida que sabía que tenía su hermana y la presencia de los otros la hizo desistir. Sintió el dolor casi al mismo tiempo. Aniara golpeó en la cabeza a Jordán para asegurarse que no hiciera ninguna tontería, al tiempo que la mujer continuaba forcejeando con la imparable bestia que la atacaba, en medio de horrendos gritos de dolor; por un momento pensó en dejarla así, en hacer que pagara por todo lo que había causado, pero había cosas más importantes que hacer. Marcó un número.

—Pon atención, tienes que fijarte en el hombre que te había indicado antes, debes seguirlo como sea si es que lo ves.

Cortó inmediatamente; tomó en sus manos la caja metálica y con ella y la ayuda del propio Vicencio con un abrecartas, logró devolver al mutágeno al lugar en donde estaba encerrado. La mujer tenía sangre en varios puntos del pecho y en los antebrazos y manos, y aún continuaba gritando de dolor una vez liberada de la bestia. Matilde pensó que era extraño que, a diferencia del guardia, no hubiera perdido el conocimiento y en cambio permaneciera despierta, experimentando el dolor.

—Doctor Vicencio, dígame a donde puede haber ido Scarnia.

El hombre se había sentado, y solo en ese momento la joven notó que también estaba herido, aunque en su caso era solo en las manos y parecía menos grave que lo de ella; estaba rojo y con la respiración muy agitada, seguramente por el enorme esfuerzo que había hecho. Aniara asintió hacia ella cuando la miró, quitando importancia a la herida en su costado.

—Deben irse de aquí...

La voz del hombre era muy ahogada y dificultuosa; Matilde pensó que le iba a dar un ataque.

—Doctor.
—Deben irse —dijo él con un poco más de fuerza—, hicieron una tontería al venir hasta aquí, están en riesgo.

La había salvado, y ahora estaba demostrando valor para tratar de ayudarlas; Matilde sintió a la vez orgullo por haberse encontrado con él, y una infinita tristeza al ver que alguien como él había tardado tanto en ver lo que pasaba a su alrededor.

—Tiene que decirme dónde está Scarnia, él es un riesgo.
—Ustedes están en riesgo —sentenció él con voz ronca—, lo que han hecho es muy peligroso, el cuerpo de seguridad de la clínica es mucho más grande que eso, que los hayan tomado por sorpresa en este lugar es una excepción. Tienen que aprovechar de irse ahora.

Se arrodilló junto a Samanta y la sujetó de los brazos. Un momento después rodeó su cuello con una mano, ante lo que la mujer trató de gritar, sin poder hacerlo; estaba presionando los puntos adecuados para cortar la respiración.

—Tranquila —dijo él con voz suave, casi melodiosa—, tranquila, solo deja que pase. Igual que con todos ellos.

Prácticamente parecía un doctor calmando a un paciente, pero era muy claro lo que estaba sucediendo; Matilde sintió un estremecimiento al ver la escena, qué lamentable que alguien que había querido hacer un bien terminara asesinando para detener a otro asesino.

—Calma, calma.

La mujer intentó forcejear para liberarse, pero la presión que ejercía el hombre sobre ella fue más fuerte. Un momento después Samanta Vera se quedó muy quieta sobre el suelo, la sangre aún manando de las heridas, los ojos desorbitados mirando a ninguna parte. El viejo doctor estiró una mano hacia Aniara.

—Váyanse. Deme el arma de este hombre, es el único además de mí que sabe quiénes son; es cosa de tiempo para que la gente de seguridad del edificio aparezca, no se expongan más.

Matilde sintió el impulso de decirle que las acompañara, que él aún tenía una esperanza. Aún después de todo lo ocurrido, todavía creía que en alguna persona, aunque fuera una, podía haber algo bueno, y que ese hombre era tal vez dentro de la clínica la más clara excepción a la regla.

—Doctor.
—Soy tan culpable como ellos —dijo en voz baja apuntando a Jordán que seguía sujeto por Aniara y algo aturdido—, no hay nada para mí fuera de este lugar, pero ustedes ya pasaron por mucho como para pagar por crímenes ajenos. Váyanse.

El dolor estaba presente. Pero Matilde estaba en total control de sí misma.

— ¿Quién más sabe de la apariencia de ella?
—Solo Scarnia, y yo.

La joven se acercó más al hombre, que se había puesto de pie respirando aún con dificultad y con el arma ya apuntando a Jordán, que seguía atontado en el suelo. Por un instante se miraron a los ojos, y ella supo que el viejo doctor había leído en su mirada lo que iba a hacer.

—Va hacia el centro de seguridad de los encargados de la clínica.
—Los encargados son ustedes tres.
—Así es.
—Dígame donde está.
—A diez minutos de aquí —replicó en voz baja—, se trata del centro de oficiales en retiro del cuerpo de elite del ejército.

Un lugar protegido por oficiales en servicio, con sistema de cámaras y guardia permanente, además de todas las medidas de seguridad del caso. Era vital detenerlo antes que llegara allí.

—Debe desaparecer —le dijo en voz más baja, esperando que Aniara no lo escuchara—, si Scarnia ya no está, ella estará a salvo, porque no podrán encontrarla jamás.

Matilde asintió y siguió a Aniara fuera de la oficina. Un par de pasos más adelante se sintió un disparo.


2


El dolor seguía presente. Matilde iba al volante en el vehículo directo al punto que le había indicado Vicencio, mientras Aniara permanecía en silencio a su lado. Las revelaciones por parte del doctor y la muerte de Vera y Jordán no solucionaban los problemas ni aminoraban la carga que tenían, pero al menos cumplía con el objetivo de dejarlas más cerca de terminar con el trabajo. Matilde sabía que no podrían terminar con la existencia de la clínica, pero si podía poner definitivamente a salvo a su hermana, su misión estaría completa. Estaba tan agradecida de haber filmado los videos.

— ¿Qué ves?

El delincuente al que Matilde había contactado para que realizara determinadas acciones a cambio de cincuenta mil dólares estaba demostrando toda su capacidad en esos momentos. Su fingido asalto mientras se encontraban en compañía de Gabriel y la vigilancia que debía ejecutar sobre Scarnia en aquel momento de vital importancia estaban siendo profesionales, y aunque las cosas se habían complicado en el edificio, él igualmente había estado dispuesto y preparado para seguirlo, por lo que, al momento de salir subrepticiamente de las instalaciones, llevaban muy poca diferencia del auto negro donde escapaba Scarnia.

—Va en la moto detrás del auto, dice que Scarnia salió solo del edificio y conduce él mismo el auto. Seguramente dejó al chofer igual que la dejó a ella.

Matilde asintió con la vista fija en el camino. Por suerte no había mucho tránsito a esa hora, pero era necesario apresurarse más aún.

—Falta poco, falta poco.

Ambas supieron al instante que tenían que detener a Scarnia antes que llegara al refugio que les había explicado Vicencio, ya que una vez allí lo perderían de manera definitiva. Y si bien es cierto que le quitaron el teléfono celular, no dispusieron de tiempo para revisar el vehículo y existía una alta probabilidad que allí tuviera otro teléfono que le permitiera comunicarse con la gente de seguridad. Estaba claro que Jordán estaba en las inmediaciones desde antes que ellas llegaran en persecución de los científicos, pero con anularlo no se evitaba a los otros. Matilde frunció el ceño al recordar a los hombres de blanco que habían asesinado a Cristian.

—Sí, ya lo sé —dijo Aniara airadamente—, estamos de camino.
— ¿Qué pasa?
—Dice que aumentó la posibilidad, pero no sabe si lo vio.
—Dame el teléfono.

Prácticamente se lo arrebató de las manos; mantenía la vista muy fija en la vía, tratando de concentrarse al máximo. No podía ceder.

—Falta muy poco, hay que detenerlo.

La voz del otro hombre se escuchaba un poco ahogada dentro del casco, pero también se oía muy excitada. El hombre estaba dando todo por el trabajo que se comprometió a hacer.

— ¿De qué manera? El tipo va como un loco, acabamos de virar en la esquina de Rosal Mayor.

Les llevaban solo una cuadra de distancia, pero faltaba cada vez menos para el destino; Sintió el dolor otra vez y al mismo tiempo como su corazón se oprimía contra el pecho.

—Intercéptalo.
— ¡Qué! Está loca.
—Tienes que hacerlo, es la única manera, voy a llegar en un segundo.
— ¿Y qué quiere que haga?
—Arrójale la motocicleta al auto, es la única forma.

El hombre resopló, a todas luces sorprendido con la idea.

— ¿Está loca?

Probablemente lo estaba. Matilde aferró el volante y giró sin disminuir la velocidad; pudo ver la motocicleta tras el auto negro que les había descrito antes, a menos de una cuadra, pero faltaban dos y un poco más para llegar. No lo lograría sin una interferencia.

—No tengo más tiempo, acelera y lanza la motocicleta en el trayecto, es la única manera.
—Pero…
—Yo me haré cargo de todo —gritó fuera de sí—, tienes que hacerlo ahora.
—Pero…
— ¡Hazlo ya!

Su propio grito salió desgarrado. Durante una fracción de segundo creyó que la comunicación se había cortado, y se inclinó involuntariamente hacia adelante, presa de una desesperación sin límite. Un instante después vio cómo la moto hacía una especie de cabriola en la rueda de atrás, para adelantarse al auto negro. En seguida la moto desapareció de vista, y un sonido lejano y sordo de chirrido metálico atravesó el auricular del teléfono que llevaba al oído. El auto negro trató de girar o esquivar, y frenó bruscamente.

— ¡Lo hizo!

Aniara gritó con furia contenida al ver al automóvil frenar de esa manera. Matilde presionó el acelerador a tope, mientras los escasos autos en la calle pasaban hacia atrás como sombras a su lado. En el siguiente cruce esquivó por muy poco a un camión pequeño que estalló en bocinazos de protesta. Le pareció que llegaron increíblemente pronto al auto, y pudo ver que estaba detenido, con la motocicleta humeante enredada en las ruedas delanteras. Pero Scarnia no estaba en el lugar del conductor, lo mismo que el que llevaba la moto.

—Me largo.

Escuchó la voz ausente del hombre en el oído, mientras buscaba con la vista al científico. Ya no importaba, había hecho por ella todo lo que debía, ese dinero estaría bien utilizado en él. Fue Aniara quien advirtió.

— ¡Ahí!



Scarnia corría a toda velocidad por la acera, en la misma dirección que llevaba originalmente en el auto. Aniara se iba a bajar, pero la descarga eléctrica fue tan repentina e inesperada que no pudo hacer nada al respecto. Cayó de bruces sobre la guantera.


5


Cuando abrió los ojos, Aniara no supo dónde estaba; se sentía adormilada, algo extraño en ella, sobre todo después de todo lo que había ocurrido ¿Qué lugar era ese?
De golpe aparecieron en su mente todos los recuerdos de las últimas y frenéticas horas, e hizo un ademán de moverse, aunque un fuerte dolor en la cabeza la hizo detenerse; la intromisión en el edificio, las revelaciones por parte del doctor, la persecución, y de pronto todo se ponía oscuro, hasta llegar a ese punto.

—Lo siento hermana.

Era primera vez en todo ese tiempo que la llamaba hermana; ambas habían llegado a un trato implícito, a través del cual decidieron enterrar por completo la identidad de Patricia, con el fin de enfrentar todo lo que planeaban hacer de la mejor manera.
Aún estaba en la camioneta, sentada en el asiento del copiloto, cubierta con una frazada ligera; por un momento pensó que podía estar atada, pero no lo estaba: sobre la guantera vio la máquina de descarga de electricidad, lo que explicaba el dolor de cabeza que tenía en ese momento, y la forma en que todo se había ido a negro antes. Giró la cabeza, y vio a Matilde mirándola muy fijo.

—Lo siento por el dolor de cabeza. Pero era necesario.

Estaba muy pálida. ¿Dónde estaban? Miró por el parabrisas y vio que era de noche, pero no estaban en la ciudad; en ese momento llegó a sus oídos el sonido del radio.

—Las autoridades aún no se pronuncian a este respecto, pero parece ser algún tipo de crimen por venganza. Testigos indican que la camioneta llegó al lugar donde chocó el automóvil, y una mujer, hasta ahora identificada, se bajó, dando inicio a una persecución, tras la cual disparó en reiteradas oportunidades al hombre.

La noticia estaba en los medios ¿Qué diablos había pasado mientras estaba inconsciente?

—Lo que informan testigos del dramático hecho, es que tras derribar al hombre a tiros, la mujer se acercó a él y le disparó en la cabeza, lo que presumiblemente causó su muerte instantánea. De forma inmediata la mujer huyó en el mismo vehículo en que había llegado, sin que hasta este momento se tenga noticia de su paradero.

Muerto. Volvió a mirar a Matilde, quien seguía mirándola. ¿Por qué estaba tan pálida?

—La identidad del hombre no fue revelada, y la policía ha mantenido reserva de los acontecimientos, limitándose a informar que a su debido tiempo se dará cuenta de los detalles.

Scarnia estaba muerto. Matilde lo había asesinado, pero seguramente por los medios jamás se sabría quién era ese hombre, demasiados intereses lo impedirían.

— ¿Matilde?

Se incorporó un poco; le dolía el cuerpo, y todo daba vueltas por el efecto del shock eléctrico que recibiera poco antes. Entonces vio el rastro de sangre en el asiento del piloto, en las manos de Matilde sobre el regazo y en la puerta de la camioneta.

— ¡Matilde!

Su grito salió ahogado y ronco; apenas reconoció su voz. Se inclinó hacia su hermana, y vio que el rastro de sangre salía de su costado, poco más arriba de la última costilla. La sangre en la ropa y el asiento estaba secándose.

—Matilde ¿por qué?

Durante un eterno momento, la joven no reaccionó. Después enfocó la mirada en ella.

—Esto no estaba en los planes.
— ¿Cómo, en qué momento?
—Supongo que un doctor siempre tiene un bisturí a mano ¿o no?

Lo dijo con un hilo de voz, y a pesar de verse tan indefensa y débil, tuvo fuerza suficiente para sujetarla del brazo cuando ella hizo el ademán de moverse.

—Ya está. Está bien.

Estaba tan fría, que su piel parecía más suave y delicada que de costumbre. Su mirada era tan calma, que nada en ella hacía pensar que estaba herida, y de esa manera.

—Te hirió cuando forcejearon —dijo lentamente— ¿por qué no me lo dijiste?
—No podía permitir que escapara...

¿Qué tan grave podía ser la herida? No sabía dónde estaban, pero de seguro alcanzaría a llegar a algún centro de urgencia; tan pronto como ese pensamiento apareció en su mente, también lo hicieron los temores que anteriormente Matilde le había revelado con respecto a su estado cuando tuvo el colapso. La inseguridad de confiar en las instituciones, y cómo la policía o el cuerpo médico eran entonces una amenaza, al estar infestados por el mismo mal que las amenazaba a ellas.

—Matilde, voy a ayudarte, solo mantente despierta ¿Si?
— ¿Te acuerdas cuando éramos niñas?

Por un momento no dijo nada. Resultaba muy fuerte escucharla hablar de esa manera, con esa cercanía y nostalgia, después de todo ese tiempo; cuando pusieron en marcha el plan, habían sepultado entre ellas también a Patricia, con el objetivo de evitar cualquier tipo de fractura en la información. Durante esos meses, había pensado muy seguido en lo dura que era la vida encerrada en aquel departamento, juntando rabia mientras lograban articular algo que tuviera sentido, pero jamás interpretó correctamente lo que estaba viviendo Matilde. En esa ocasión entendía, demasiado tarde, que ella siempre había tenido el mismo objetivo, desde el principio.

—Sí, lo recuerdo.
—Siempre me gustó viajar, siempre quise viajar —dijo como en un ensueño—, es extraño, ya dije esto antes...

¿A qué se refería con eso?

—Matilde, escucha, solo tienes que ser fuerte.
—Mi corazón siempre será de ustedes... Patricia, mi hermanita...

No parecía estar mirándola. En ese momento, la mujer entendió que Matilde siempre había tenido ese plan de última hora ¿o habría sido ese en realidad su objetivo desde un principio? ¿Tomar la responsabilidad sobre sus hombros, para luego llevársela junto con ella, donde nadie pudiera hacer nada al respecto? La sola idea resultaba macabra.

—Matilde, dime qué fue lo que hiciste.
—Solo hice lo que tenía que hacer —dijo con un poco más de fuerza—, lo que era necesario, llegamos tan lejos, que ahora no hay nada más que hacer.
— ¿Por qué, por qué lo hiciste? —exclamó con los ojos llenos de lágrimas—, no debiste hacerlo, es un precio demasiado alto.
—No es un precio —dijo Matilde—, ya te dije que... esto no estaba en los planes... pero está bien, lo tenía considerado de todos modos, solo que no pensé llegar tan lejos, lo primero siempre fue tratar de mantenerte viva.

Patricia sintió como se quedaba sin aire en los pulmones; era demasiado tarde, demasiado para poder hacer algo al respecto ¿Por qué nunca antes había supuesto algo así, que su hermana había pasado por demasiado como para simplemente rendirse? Siempre entendió que se trataba de hacer justicia, de conseguir que los culpables de todo eso pagaran de alguna manera, pero jamás de otra cosa; incluso hablaron en muchas ocasiones acerca de lo que harían si alguna de las dos resultaba herida en el transcurso de la misión, y el acuerdo siempre fue que en tal caso, se abortaría todo. Pero Matilde tenía sus propios planes, y la mantuvo engañada durante todo ese tiempo.

—Por favor resiste.
—Nadie podrá reconocerte jamás —explicó la joven con voz más débil—, eso es lo que quería, que aunque fuera algo del mal que ellos te hicieron pudiera revertirse de alguna manera, a través de ti. Ahora que los que te vieron ya no están, no corres peligro. Estás a salvo.

Patricia la atrajo hacia su cuerpo, y la acunó igual que cuando eran niñas, y Matilde tenía pesadillas. Solo era una niña, su hermanita pequeña, que estaba asustada por los sonidos de la noche.

—Tienes que ir —continuó con voz apenas audible—, es lo que tienes que hacer... van a entender, yo sé que van a entender...

Nunca iba a poder perdonarse por no haber visto algo como eso, por no haber entendido las señales de manera correcta; la traición cometida por su hermana era el medio que había encontrado para lograr su objetivo. Más allá de todo, cumpliendo lo que esperaba conseguir; su generosidad y amor no habían conocido límites ¿Quién era ella para cuestionar eso? No podía controlarse, ni detener las lágrimas que brotaban de sus ojos; la justicia tan anhelada por ella y por Matilde en el pasado no era nada, en comparación con el dolor de perderla de esa manera.

—Recuerdo... cuando éramos niñas...

La voz de Matilde se apagaba más a cada segundo. Patricia la estrechó en sus brazos, rogando desde lo más profundo por mantenerla junto a ella, por evitar el destino aciago que estaba cayendo sobre ellas se hiciera una realidad.






Próximo capítulo: Una visita desconocida