No vayas a casa Capítulo 2: Karma a pedido



Vicente estaba recostado en la cama, boca abajo, con el cuerpo torcido y los brazos bajo el mentón, esperando ver salir a Iris del cuarto de baño; la habitación del matrimonio estaba en el segundo piso de la casa, haciendo esquina con el cuarto de baño, cuya puerta quedaba en punto de vista desde la cama cuando la de la habitación estaba abierta. La idea por supuesto fue de ella y que resultó ser una excelente idea para ambos, ya que permitía privacidad l mismo tiempo que no los obligaba a ir más lejos. Daban las once y quince de la noche, y Vicente se preparaba para ver el enternecedor espectáculo que tanto le gustaba: Iris era una mujer alta, medía casi 1.79, y era lo que su madre definiría como fuerte, con sus hombros anchos y muslos torneados, y ese busto exquisito no demasiado prominente pero lo justo para ser balanceado. De día, en el trabajo, calzaba de forma invariable zapatos de tacón de ocho centímetros, ya fuera con un traje pantalón o con falda o vestido, el cabello castaño ceniciento muy bien peinado, liso cayendo a los costados del rostro; llevaba labial y un poco de color en los ojos, y siempre un prendedor en el lado izquierdo del pecho, haciendo un conjunto atractivo, pero al mismo tiempo funcional que servía tanto para estar vendiendo un edificio como tomando un café en cualquier parte. Tenía la maravillosa capacidad de adaptarse al entorno sólo con cambiar un poco la postura corporal: en un barrio residencial de alto valor sus movimientos eran escasos, hablaba con un frío tono impersonal y caminaba con estilo, como si estuviera en una pasarela ignorando a quien fuese que se le cruzara por delante. Pero en un sitio más popular se movía con más energía, se mostraba más habladora y cercana, transmitiendo simpatía en todo momento, y ese era uno de los factores de su éxito, que jamás estaba fuera de lugar ni actuando con los clientes como si no supiera de dónde vienen; cierto era que había un gran trabajo de investigación de ella y de Carmen, pero el ingrediente mágico era su capacidad de entender que cuando una persona quiere una propiedad, quiere que le vendan lo que le conviene a ella o él, y no a la empresa, por lo que Iris actuaba de acuerdo a eso. Sin embargo, muy pocos conocían a la Iris real, a la que estaba tras el traje y la actitud profesional, y ese deleite se lo llevaba él de forma invariable cada día que estaban en casa. Cuando Benjamín dormía en su cuarto a las nueve y Jacinta se había ido a su casa, distante una vivienda por medio de la suya, al fin tuvieron tiempo para ellos, y como lo suponía, el sexo fue salvaje, llevado por la emoción contenida de ella. Casi fue como tener sexo con una conocida de muy poco tiempo, y para su deleite, Iris no se guardó nada, estaba tan contenta que no paraba de acariciarlo y desearlo más y más; se aferraba a él, lo mordisqueaba, lo obligaba a cambiar de posición con brusquedad, actuando por instinto y gozando de la sumisión que Vicente demostró en todo momento. Una sumisión aparente en cualquier caso, ya que el espectáculo resultaba igual de satisfactorio para ambos sin dudas. Después del éxtasis y un rato de estar abrazados si moverse ni decir una sola palabra, volvieron a besarse, y ella fue al cuarto de baño a quitarse lo que quedaba del maquillaje y arreglarse un poco; Vicente amaba esa costumbre tan propia de ella, la de cuidar su cuerpo, aplicarse cremas en el rostro y cuello, lociones en el cuerpo, cepillar su cabello y mirarse en el espejo, aunque a ese ritual sólo tenía acceso de forma remota y tras ganárselo. Nunca habían hablado expresamente de ese asunto, pero cuando empezaron, incluso después de mucho tiempo, Iris se encerraba en el cuarto de baño y salía tras su operación de cuidado, por lo que eran todo elucubraciones; suponía que ella lo consideraba algo muy privado, y siendo franco, a él mismo le parecía de mal gusto esas parejas que hacen todo en frente del otro, pero al mismo tiempo sentía que había un aparte de ella, un micro mundo que quedaba oculto a sus ojos. Sin mediar palabras, un día ella dejó entreabierta la puerta del baño cuando salió a buscar algo al armario, y él pudo verla en el reflejo del espejo mientras se cepillaba el cabello y aplicaba un producto hidratante. Sintió que estaba viendo lo más hermoso del mundo: se trataba de sólo Iris, no de la mujer fuerte e independiente, ni de la madre o la esposa, era sólo ella, en su estado natural, preocupándose de sus propios asuntos y cuidando algo más que sólo su cuerpo. Con los años el ritual personal seguía siendo igual, pero no había puertas cerradas todo el tiempo, quizás de vez en cuando o a momentos, pero siempre podía verla en parte, no como un fisgón, sino como un invitado aceptado a cierta distancia. Iris salió del baño y cerró la puerta tras sí, caminando a paso lento envuelta en la bata de color rosa pálido y con el rostro sonrosado, los ojos entrecerrados en esa expresión de autocomplacencia y calma.

—Ni me doy cuenta de lo largo que fue este día.
—Más bien intenso —replicó él—, y muy satisfactorio.

Iris se sentó en el taburete que estaba a los pies de la cama, mientras sonreía quedamente.

— ¿Qué fue lo que pasó con el sujeto del accidente?

Tenían por costumbre no hablar de forma detallada de asuntos de trabajo a la hora de la cena o cuando compartían con Benjamín; más allá de las felicitaciones por el negocio y algunos detalles, todo se trataba de familia, y en ese caso, del diente de su hijo.

—Según lo que me dijo Sergio, consiguió que Abel dejara de insinuar amenazas mandándolo de vacaciones, a pesar de que no le corresponden aún; supongo que es pan para hoy y hambre para mañana, pero entiendo que no quiere problemas ni gastar en una indemnización ahora si lo despide sin motivos.
—Podrían hacer un cambio en el reglamento para que las infracciones fueran causa de despido, ya que están en un lugar donde hay diversos objetos que pueden ser peligrosos ¿No es legal eso ya?

Vicente había pensado en eso; de hecho, las leyes eran mucho más estrictas que cuando él entró al mercado laboral, tanto para exigir a los empleadores como para castigar a los trabajadores que no cumplieran con las medidas de seguridad necesarias.

—Hay una especie de vacío legal en cuanto a los precedentes; hablé con Sergio hace bastante tiempo de este asunto, y estuvimos revisando el reglamento: la empresa cumple con lo establecido por ley, pero en ninguna parte dice que si trabajas en cercanía de una bodega donde hay objetos no cortopunzantes ni electrificados, tengas que utilizar elementos de seguridad adicionales.
—Pero dijiste que Sergio estaba preocupado de que ese hombre pudiera armar algún lío de tipo legal por causa del accidente.

Vicente se estiró durante unos segundos antes de responder.

—Lo que ocurre es que para causar problemas no es necesario tener una base legal; este tipo puede ir a la Organización de defensa de los trabajadores, denunciar que tuvo el accidente por causa de la responsabilidad de la empresa, y con eso poner en marcha un operativo completo. Luego aparecen los de Registro y detienen nuestras labores, se retrasan los pedidos, pasa todo eso no importa cuál sea el resultado de su investigación.

Iris se puso de pie y fue hasta el mueble auxiliar en el costado derecho de la habitación; de un pequeño cofre tomó una liga para el cabello y lo ató en una sencilla cola a la altura de la nuca. Después regresó a la cama, a recostarse junto con él.

—Entonces no tienen salida de momento, más que esperar a que las cosas se calmen.
—Es cierto.

Iris colgó la bata en el perchero junto a su lado de la gran cama donde ambos dormían: un diseño especial ordenado por ella, que era más ancha y larga que una cama común matrimonial; resultaba fantástica para ambos, ya que les permitía compartir y al mismo tiempo tener espacio propio si lo querían, sin intervenir con lo que hiciera el otro. Ella usaba un sencillo pantaloncillo de algodón con una camiseta, de los que tenía infinitas unidades en diversos colores, los que cambiaba de acuerdo a la época del año, usando colores más encendidos en invierno y más claros en verano; finalizaba septiembre y el color de turno era una especie de púrpura.

— ¿Qué pasa?
—Nada.

En más de una ocasión ella se lo quedaba mirando con extrañeza, cuando él la observaba de esa forma; estaba recostado sobre el lado derecho, el brazo de ese lado bajo la cabeza, observando sus movimientos, la forma desmañada en que se recostaba con la cabeza contra el respaldo.

—Te quiero.

Iris sonrió.

—Yo también te quiero.
—No, en serio —dijo Vicente con expresión seria—. Te quiero de veras, no estoy hablando por hablar.

Los ojos de Iris se iluminaron, aunque su expresión siguió siendo medio adormilada, medio divertida; en la intimidad de su habitación, las cosas funcionaban de una forma distinta al resto del mundo, y ambos lo sabían.

—Lo sé, yo tampoco lo digo porque sí.
—Es sólo que…no sé cómo explicarlo, pero después de todos estos años, no quiero que nuestra relación se vuelva un compromiso, que estemos juntos porque ya hay algo armado; quiero que siga siendo real y que sepas que es real para mí.

Él mismo no sabía muy bien lo que estaba diciendo. De alguna forma, un hecho tan sencillo como recibir una llamada de ella diciendo que necesitaba su ayuda en un asunto familiar, más la experiencia de la noche pasada, habían causado un efecto que ahora, sólo por la noche, comenzaba a sentir. Iris era una mujer independiente y capaz, que de no tener a un hombre con ella, habría hecho las mismas cosas; en un caso como ese habría logrado hacer la venta de la galería y encargarse del pequeño accidente de su hijo sin desatender ninguna de las dos cosas, pero al saber que contaba con él, decidió de forma natural recurrir a su ayuda. No se trataba de delegar funciones, sino de apoyarse en alguien en quien podía confiar. Iris podía confiarle su hijo a él, sin cuestionarse nada al respecto, asumiendo que Vicente no sólo era un padre amante, sino un hombre capacitado para enfrentar situaciones familiares sin mayores inconvenientes. Eso hablaba del amor que le tenía, y por otra parte, sentir apretado el corazón al escuchar que podría pasarle algo a su hijo, y al mismo tiempo tener la imperiosa necesidad de quitarle a ella ese peso de encima decían mucho acerca de sus sentimientos: lo que le había comentado a Joaquín acerca de terminar sus correrías con aquella mujer era cierto, pero quizás, al menos de momento, se trataba de algo más, de mantener las cosas en un punto sin riesgo ¿Se estaba poniendo viejo? Tal vez, pero por otro lado, esa necesidad de mantener su vida en la zona de confort que conocía y con la que se sentía a gusto era un símbolo aún mayor de amor por ella.

—Amor, sé que es real. Primero —explicó con falso tono académico—, ninguno de los dos es el tipo de persona que mantendría una farsa. Segundo, te amo, tercero, si algún día llego a sentir que no me amas, vas a ser el primero en saberlo.

Esa sinceridad resultaba a la vez sencilla y demoledora; muy lejos de la sagacidad de la vendedora de propiedades, lo que ofrecía en esa intimidad era su yo real, la mujer que no temía decirle a su hombre lo que sentía por él, y advertir que no se conformaría con menos que lo que merecía. Le dio un beso en los labios.

“Sé que debería hacer algo, pero no puedo sentirme interesada. Mamá ha cambiado tanto en este tiempo que yo…no lo sé, no importa”
“¿Qué vas a hacer entonces?”
“Quedarme con las cosas buenas supongo”
“Eso significa que vas a ir con ellos”
“No es una película, no puedo irme a otra parte; o sí, supongo que sí, pero no soy así. Esa capacidad que tienen otros de hacer las cosas que quieren, que no les importe nada, ni su propia seguridad. Yo…yo no soy así. Además, en el fondo no es que las cosas estén mal para mí, están mal para ella.”
“¿Y no crees que en algún momento pueda afectarte a ti también, que te pase algo?”
“No lo sé. Supongo que no, son cosas diferentes así que no debería preocuparme ¿no es así? Además, no será mucho tiempo, sólo un par de años hasta que esté en edad de entrar en una escuela privada, mi madre ya lo ha mencionado, imagino que es una forma de deshacerse de mí, cree que me estoy convirtiendo en un estorbo desde que todo pasó.”
“Pero sabes que no es así, nada de esto es tu culpa.”
Sí, lo sé. No importa, haré lo que pueda por salir de ahí lo más pronto posible, entraré en una escuela y después de eso sólo será necesario mantener buenas calificaciones. Me convertiré en una mujer exitosa y no voy a necesitar de nadie que me mantenga ni nada por el estilo.”
“Voy a extrañarte.”
“Yo también Vicente.”

Abrió los ojos con el recuerdo vívido, casi frente a él; un recuerdo de la infancia, de la adolescencia, que se convirtió, a la larga, en la primera decepción que tuvo en su vida. Después de unos instantes de inmovilidad sobre el lecho, miró la hora en el despertador de su velador: Tres quince. Se decía que el motivo por el que recordaba a menudo aquella época no era por el sentimiento de enamoramiento que lo invadió con Dana, sino por las cosas que experimentó después; su niñez y adolescencia habían sido más que hermosas, pero a través de ella conoció el lado malo de la juventud, una juventud que debería haber sido hermosa, pero que por una tragedia y una serie de malas decisiones ajenas a ella, había terminado por convertirse en un desastre. Un desastre del que nadie la pudo sacar.
Volteó hacia la derecha, y se encontró con la mirada de Dana, clavada en la suya, sus grandes ojos desprovistos de vida al mismo tiempo mirando en el fondo de él, como si buscaran algo, como si desearan alcanzarlo.

—Rayos.

Dio un salto, pero alcanzó a contener una exclamación de sorpresa; estaba soñando. Al ver la hora en el despertador, vio que daban las seis quince, y estaba a cinco minutos de sonar. Esos sueños a veces eran raros, otras veces divertidos; hace un par de semanas, Benjamín había tenido gripe y ambos durmieron muy mal dos noches seguidas. Vicente estaba tan cansado que en un momento, pasada la fiebre, se encontró a sí mismo arrodillándose junto a la cama de su hijo para tomarlo en brazos y calmar su llanto, cuando el pequeño en ningún momento había llorado, y descansaba en paz; se quedó como idiota mirando la cama y a su hijo durante varios minutos sin reaccionar, escuchando el llanto de las noches anteriores como si fuera en ese momento y sin entender que era un recuerdo en un sueño. Al voltear se encontró con Iris en una de sus clásicas posturas para dormir: tendida de espaldas, con los brazos reposando a los costados y las manos sobre el vientre, y el rostro orientado hacia el techo, como si estuviera muy concentrada en algo; se dijo que el sentimentalismo le había pegado muy fuerte en la jornada anterior, tanto como para hacerlo pensar seriamente en dejar para siempre las aventuras de un rato, para dedicarse a lo que de verdad le importaba en la vida. Pero ¿en serio sería tan difícil? Si bien era cierto que no lo hacía por maldad expresamente, el componente culpable siempre se encontraba de forma latente, sobre todo porque al saber las consecuencias de sus actos entendía la gravedad del futuro en caso de sucederse. Tal vez podía dejar de tentar al destino durante un tiempo, y después retomar esas actividades pero de forma sólo casual, sin generar habitualidad; quizás en el fondo se había sentido atemorizado acerca de la cercanía, el pensar que estar a menudo con la misma mujer pudiese provocar algún tipo de contratiempo adicional a los que ya se le aparecían como fantasmas cada vez que alguna cita de diversión terminaba con insinuaciones poco alentadoras. Mientras apagaba el despertador, Iris despertó con su habitual energía, y le dio un rápido beso en los labios antes de levantarse.

— ¿Dormiste bien?
—En completa calma —replicó ella—, lo que me viene perfecto porque tengo un día ajetreado, y una reunión a primera hora de la mañana.
—Nueva venta, eso es seguro ¿Qué es —comentó él, divertido— qué edificio venderá hoy la mejor negociadora de la ciudad?

Iris tomó un pequeño neceser desde el mueble de la derecha y volteó, sonriendo.

—No es un edificio, más bien es una asesoría para la compra de un departamento.

La clase de trabajo con la que comienza un vendedor de propiedades; Iris lo había dejado de hacer hace varios años.

— ¿Compra de un departamento? Ah, ya sé, un famosillo quiere un departamento en un sitio lujoso pero discreto.
—No —Iris desechó la idea con un movimiento de la mano—, nada de eso; la verdad ni debería estar haciéndolo, pero la mujer insistió tanto ayer por la tarde y yo estaba tan contenta con lo de la galería que no pude negarme.

Vicente se levantó y se estiró mientras ahogaba un bostezo.

—Ese sentimentalismo es extraño en el trabajo ¿No crees?
—Puede ser, pero tan pronto colgué, me puse a pensar en eso y me die “¿Hace cuánto que no me ocupo de algo así? Quizás ayudar en la venta de un departamento es una buena forma de poner los pies en la tierra, ya sabes, no olvidar mis orígenes.

Era un punto de vista lógico y muy esperable de ella, pero a Vicente todavía le picaba la curiosidad; en su mente figuraba la imagen de una chica de la farándula, montada en grandes tacones y luciendo joyas.

—No te creo eso de que no es famosa ¿Cómo si no te habría contactado? No estás en el directorio de corredores de propiedades de casas y departamentos.

Iris rió, divertida por el juego de policía y ladrón.

—Ya te dije que no es famosa; o al menos, ahora que lo pienso, no creo que sea famosa ¿Será una de estas chicas que salen en los realitys? Hay tantas que tal vez no me di cuenta.

Vicente alcanzó el celular y entró al navegador, poniendo cara muy seria, como si estuviera a cargo de algo muy importante.

—Ajá, mi querida esposa podría estar a punto de ser perseguida por la prensa sin saberlo, tengo que protegerla.
—No seas ridículo.
—Vamos, no te quedes con la duda, además si es realmente famosa, puedes aumentar tu comisión. Dame el nombre y saldremos de dudas ahora mismo.

En la habitación contigua, hacia la izquierda, se sintió el sonido alegre del despertador de juguete de Benjamín; la melodía jamás lo despertaba en realidad, pero al pertenecer a una de sus series de televisión favoritas, lograba un efecto mágico, algo parecido a mantenerlo dormitando y que no causara problemas a la hora de despertarlo en serio.

—No te voy a dar el nombre, es absurdo.
—Si no lo haces lo vas a olvidar y luego estarás rodeada de cámaras ¿Te imaginas? —exclamó con tono de alarma— Hace un tiempo había una loca de uno de esos programas, incluso podrías estar en peligro.

Iris dio un largo suspiro.

—Me siento completamente ridícula con esto, pero no me vas a dejar en paz; si es famosa, no quiero saber con quién se acuesta, a menos que sea extremadamente guapo.
—Trato hecho, me dejaré los chismes para mí.
—Se llama Renata Foschin.

La mente de Vicente dio un vuelco, y durante un segundo, que le pareció una eternidad, no fue capaz de pensar nada. Después de un tiempo increíblemente largo, notó que Iris lo miraba con expresión extrañada. Había estado desconectado durante un instante. ¡Oh por Dios! ¿Había dicho algo, alguna exclamación?

— ¿Qué pasa, por qué tienes esa cara? No me digas que es la loca esa de la que hablas.

Ni tan cerca; sonrió con la mayor naturalidad de la que fue capaz, escondiendo del rostro lo que estaba pasando por su mente; era Renata, la mujer con la que había estado acostándose, con la que había decidido la mañana del día anterior terminar el contacto. No era posible, no era posible.

—No, la loca no se llama así, al menos que yo recuerde.

Se dio un tiempo prudente para aparentar que buscaba en internet, alejando su mirada de Iris mientras recuperaba la compostura; aunque en realidad no hizo ninguna búsqueda porque no era necesario. Resultaba imposible pensar en un alcance de nombres, lo que sólo hacía que todo fuera mucho más angustiante: Renata, la simpática y agradable Renata, con la que hizo conexión en un bar antes de irse a la cama, la que tenía una vida relajada en un departamento rentado, que trabajaba y era independiente, la misma con la que pretendía no volver a verse. Iris iba a empezar a notar que pasaba algo extraño, así que se obligó a poner cara de pesar falso y mirarla a los ojos, sin culpa, sin alerta.

—No, no es famosa, creo que no saldrás en los programas de prensa rosa el día de hoy.

Iris se encogió de hombros, como restándole importancia a un triunfo moral que en realidad la satisfacía.

—Parece que el olfato de divas de mi querido esposo no acertó esta vez, así que estoy a salvo. Pero tu preocupación es encantadora; voy a la ducha.

Gracias al cielo que iba a la ducha; Vicente se sentó en la cama, con el celular entre las manos. Nunca le había resultado tan duro mentir, porque en términos sencillos, nunca había sido necesario hasta ese momento. La situación antes siempre estaba controlada, siempre tenía a mano un plan trazado desde antes, la coartada con Joaquín de respaldo, el trabajo en la empresa…y ahora una mujer a la que apenas conocía estaba a punto de reunirse con su esposa. Suponer que se trataba de una casualidad era absurdo ¿por qué si no una persona iba a…
Un momento.
En ningún momento Iris le había dicho cómo había conocido a esa mujer, porque la conversación se fue hacia otro lado y en ese momento, desde luego, le parecía irrelevante. Pero dijo que la llamó ayer por la tarde ¡Dios santo! La sola idea de que Renata estuviera planeando algo resultaba insoportable ¿Qué iba a hacer? Miró en dirección al velador de Iris, al teléfono celular. Pero ella dijo que la llamó, y ver el registro de llamadas no serviría de nada, la única opción era obtener más información; se armó de valor y se acercó a la puerta del baño, aunque sin entrar.

—Y entonces cariño ¿cómo dices que te contactó esa mujer?
—Me llamó por teléfono —replicó ella desde dentro—. Deja de investigar, no es famosa.
—No, pero estoy aburrido, cuéntame más, es mucho más interesante que quedarme viendo Showpicture.

Ella soltó una risita, divertida; la aplicación a la que él se refería era la sensación entre los jóvenes, y también entre una porción de los adultos.

—Sólo es eso, me llamó y dijo que sabía que yo era una gran vendedora, que mi experiencia era muy amplia; dijo que no sabía nada de compra de propiedades y que el departamento era muy importante para ella.
— ¿Y no te dijo cómo encontró tu número?
—Lo creas o no, no se me ocurrió preguntarle; pero no es mala idea hacerlo, quizás en esa respuesta encuentre algo más.

Vicente tenía ganas de gritar.

— ¿Algo como qué?
—Una oportunidad de negocio —dijo como si fuera obvio—, quizás hay un mercado particular distinto al que conocemos y puedo sacar un buen provecho de ahí.
—Eso sería genial.

La perspectiva de Iris preguntándole a Renata de qué manera la había localizado sólo empeoraba las cosas. Vicente siempre había tenido la precaución de tener el móvil con una clave de bloqueo para las ocasiones en que se salía de la rutina pública, y además de eso, lo dejaba a buen resguardo para que no fuera fácil hallarlo si la chica en cuestión estaba de curiosa; además tenía el sueño ligero por Benjamín, de modo que no resultaba plausible que esa mujer hubiese podido registrar la agenda con mucha facilidad ¿Pero en qué estaba pensando? Los medios eran poco importantes, lo que de verdad tenía relevancia era lo que iba a hacer al respecto, y las posibilidades que se planteaban no eran para nada buenas; llamar a Renata era lo mismo que abrir la caja de Pandora, quizás incluso ella había armado toda esa treta esperando que él la llamara, consiguiendo así que fuera a rogarle por su silencio, a cambio del cual estaría atrapado de forma indefinida. Pero esa reunión no podía llegar a ocurrir.

— ¿Entonces tienes esa reunión en la tarde?
—No, en la mañana, a las ocho treinta en mi oficina, reservé unos minutos antes de empezar el día.

A su vida le quedaban dos horas. Volvió a la habitación, con una sensación indescriptible en el cuerpo, que quizás sólo describiría como vacío. No existía ninguna forma de que esa reunión fuera una inocente cita de negocios; de pronto pasaron por su mente varias escenas de telenovelas en donde la amante se presentaba ante la esposa con algún plan, inclusive hacerse su amiga, con el objetivo de arruinar la vida del hombre infiel. Y arruinar su vida era exactamente lo que estaba a punto de pasar pero ¿Qué podía hacer para detenerlo? Su mente estaba en blanco, no conseguía idear algo que sirviera para que esa reunión no tuviera lugar, y que al mismo tiempo no pusiera sobre aviso a Iris de algo fuera de orden o a Renata de que estaba enterado del asunto. Ni una llamada o mensaje de ella, eso le decía que el plan era atacar desde un costado, pero nada más ¿Y si lo llamaba por teléfono mientras estaban en la reunión, haciendo alguna exigencia solapada mientras su esposa estaba al frente, con una bomba a punto de estallarle en las manos?

Se llevó las manos a la cabeza, con la mente por completo revuelta por los acontecimientos que estaba a punto de suceder.
“Esto no puede estar pasando. Tengo que detener esto, necesito que esa reunión no ocurra, sea como sea.”
No supo cuánto tiempo estuvo así, pero cuando levantó la vista, Iris estaba saliendo del baño envuelta en la bata, con el cabello dentro de una toalla y mirándolo con el ceño fruncido.

— ¿Te sientes bien? De pronto te ves muy pálido.

Vicente intentó sonreír, pero por un instante sólo pudo mirarla con los ojos muy abiertos. Por favor no, que nada de esto pase, se dijo. He entendido, entiendo que cometí una falta, pero no puede pasar esto, no puede pasar.

—Sólo es… nada.
— ¿Estás seguro?
—Claro —dijo poniéndose de pie—. Debe ser hambre, ahora que lo pienso estoy hambriento. Iré a la ducha.
—Está bien.

La excusa del hambre resultaba práctica en un caso como ese, e Iris lo creyó sin dificultad. Mientras el agua caía por su cuerpo, Vicente seguía sin poder dar crédito a lo que estaba pasando. Había sido tan prepotente al creer que sus planes nunca iban a salir de la vía por él demarcada, que podría salirse siempre con la suya y evitar el factor de riesgo que siempre existía en situaciones como esa. Salió de la ducha aún sin tener nada claro, pero no iba a quedarse de brazos cruzados; saldría a escondidas de Iris y adelantaría el camino hacia su oficina. Si encontraba a Renata, la sacaría de allí en persona aunque con eso se atara a ella de forma permanente, y si no la encontraba, haría guardia, no sabía para qué, pero la haría. Cuando salió de la ducha y regresó al cuarto, Iris estaba con el móvil en las manos y lo miraba algo contrariada.

—Amor, hubo un contratiempo, Jacinta acaba de llamar, dice que no se siente muy bien, viene pero más tarde, así que queda Benjamín de nuestra cuenta. Como tengo la reunión a primera hora ¿Te parece si lo llevas tú a la escuela?

Vicente asintió con lentitud, a la misma velocidad que estaba pensando. Diablos, si Jacinta hubiera llamado tres minutos antes, podría haber usado eso en su beneficio, inventar cualquier excusa y dejar a Iris a cargo, obligando a la cancelación de la reunión. Quedar a cargo de Benjamín implicaba que tendría que dejarlo en la puerta de la escuela a las ocho treinta, misma hora de la reunión, pero con más de cincuenta minutos de viaje en automóvil a alta velocidad de distancia. Se acercó a su armario y simuló estar buscando ropa con sumo cuidado ¡Estaba acorralado! No se le ocurría ninguna idea, nada para conseguir quitar del camino a esa mujer sin delatarse, y al mismo tiempo sentía que lo que fuera que hiciese lo conducía de forma irreparable a quedar en una situación comprometedora. ¿Era en realidad tan sencillo, quedaba su vida expuesta de forma tan simple por una llamada telefónica, hecha por una mujer a la que no sólo no conocía bien, sino que además no llegaba a imaginar por completo? “Que pase algo” se dijo. “Que se retrase, que tenga un malestar físico, que le cursen una infracción de tránsito, que pase cualquier cosa que le impida llegar.”

Se vistió rápido y salió hacia la habitación de Benjamín, para despertarlo; necesitaba calmarse, dejar de estar tan nervioso, o su esposa comenzaría a notar que no tenía un simple apetito, sino que sucedía algo más.

2

El viaje hacia la escuela había sido una auténtica tortura, y no por culpa de Benjamín; ambos podían decir que tenían la suerte de que su hijo tenía por lo general buen humor en la mañana, de modo que con un buen respaldo de música infantil en el automóvil y buenas intenciones, todo funcionaba de maravillas. Esa jornada era de una de las interminables canciones sobre los números, esta en particular obedecía a uno de los ritmos de disco que siempre volvían renovados, con sonidos de tambores o guitarras y tarros de fondo, rápidos y livianos, que hacía contar de diferentes formas. De momento el pequeño la repetía sin tomar en cuenta demasiado a qué se refería, pero de seguir así las matemáticas no serían un problema. Lo que de verdad resultaba desesperante era esa espera, el estar en un sitio de forma física, mientras dentro de su cabeza, lo único que quería era estar en otro, deteniendo la catástrofe que estaba punto de causar; había estado pensando en qué era lo que podía querer esa mujer en esos instantes. Provocarlo, asustarlo, retenerlo, o simplemente destruir su vida, por despecho o para conseguirlo a futuro ¿Acaso eso no pasaba en las películas? ¿Cómo podía ser que una mujer quisiera perjudicar a un hombre por un hecho tan superfluo como no tenerlo? Se había planteado en varias ocasiones que, de ser las cosas diferentes y descubriera a Iris en una infidelidad, no podría odiarla, ni siquiera pensar en atacarla o ponerla de manifiesto en alguna parte ¿a la mujer con la que había vivido tantas cosas hermosas, a la madre de su hijo? La idea era retrógrada, de una época en que las esposas eran propiedad del marido, y  él no pensaba ni de lejos de esa manera. Pensaba que, llegado el caso, quizás gritaría o se volvería loco de rabia, pero de ninguna manera destruiría los años de recuerdos y momentos felices que tuvieron. A menos que descubriera que ella en realidad nunca lo había amado, que todo no era más que una farsa, y siendo honesto, la posibilidad de algo parecido era ridícula, ya que en primer lugar exigiría una sangre fría y planificación digna de un agente del servicio secreto, y en segundo ¿para qué? Pero ninguna de esas conjeturas lo llevaba a ninguna parte, es sólo que lo aterraba lo que pudiese estar pasando en otro sitio al mismo tiempo, mientras él estaba atado de manos y pies, como un animal antes de llegar al matadero. A las ocho veinticinco de la mañana ya estaba de pie en la puerta de la escuela de su hijo, despidiéndolo con una sonrisa, mientras el pequeño corría hacia el interior; resultaba llamativo que la dependencia a los padres fuera tan relativa, que un niño que no podía estar sin su madre o que clamaba por su padre en muchas circunstancias, llegando a un lugar en donde se sentía cómodo, se olvidaba por completo de las aprensiones y se internaba sin dar vuelta atrás. Vicente regresó al automóvil y se sentó al volante, sin mirar a ninguna parte en especial, intentando pensar qué hacer para salir de esa situación, pero al mismo tiempo sin tener nada claro en mente; como un lago vacío.
En ese momento su celular anunció una llamada de Iris.
Miró el aparato sobre la consola como si se tratara de un ser vivo que pudiera amenazarlo; era la hora en que se suponía que empezaba la reunión con Renata ¿qué podía estar pasando? ¿Se encontraría con una Iris furiosa, con su voz quebrada por el llanto, fría y distante? Era absurdo no contestar, de modo que se armó de valor, y tomó en la diestra el móvil, contestando con un tono de voz casual, rogando que sonara tan natural como debía.

—Vicente, tendremos una charla bastante seria más tarde —dijo ella entre susurros—; no me parece divertido.

Pero su voz no sonaba a ninguna de las alternativas que habían pasado por su mente ¿por qué estaba hablando en susurros? Se alejó un momento el móvil de la cara y volvió a hablar, dejando que la sorpresa que sentía se transmitiera con toda claridad.

—No entiendo de qué hablas.
—Esa mujer —susurró ella con prisa—. Dijiste que no era famosa y Carmen me acaba de decir que sí, es la del programa de cocina.

¿Programa de cocina, famosa? La mente de Vicente dio vueltas ¿se había estado acostando con una mujer famosa sin conocerla? Eso sólo aumentaba a niveles inimaginables el nivel de peligro al que estaba expuesto, pero si Iris lo estaba llamando con esa forma de hablar, sonaba a que estuviera escondida antes de la reunión, o incluso mientras la famosa estaba en la recepción de la oficina ¿firmando autógrafos?

—Pero es que no aparecía su nombre.
— ¿Cómo lo escribiste?
— ¿Cómo se escribe? —retrucó él de inmediato.
—Phoschin —replicó Iris—, p-h-o-s-c-h-i-n —deletreó como si estuviera hablando con Benjamín—, así se escribe.

Vicente había puesto el móvil en altavoz, y mientras ella hablaba, ingresó a toda velocidad al navegador, e ingresó la búsqueda indicada; no tenía de quién era la pelirroja alta de la fotografía, pero evidentemente no era Renata, y las recomendaciones de búsqueda dirigían de forma inequívoca a un programa concurso de cocina que emitían hasta hace poco tiempo. Corrigió la búsqueda al apellido de la Renata que él conocía, y no apareció nada relevante, excepto el enlace al perfil público de alguna red social y una sugerencia de escribir de otra forma para que coincidiera con el nombre de la famosilla. No sabía qué sentir.

—Lo busqué con pf en la inicial —explicó escuchando su propia voz con un matiz de estupidez que iba a quedar genial como condimento a la respuesta—, cuando lo mencionaste creí que era nórdica o algo así.

Iris ahogó una risilla.

— ¿Nórdica? Quizás sus bisabuelos sean europeos, pero nada más que eso. Te dejo, trataré de evitar las cámaras ya que no estás aquí para protegerme.

Sin decir más colgó, aunque una milésima de segundo antes se alcanzó a escuchar una alegre y juvenil voz femenina que saludaba; entonces todo no había sido más que un alcance de nombres, un error que de un momento a otro había estado ahogándolo como una soga invisible. Se recostó en el asiento, notando sólo en ese momento que estaba sudando frío, pero ahora respirando con la misma sensación de relajo que provocaba detenerse a descansar después de una carrera; todo era un error, y si en la mañana hubiese ingresado el nombre en el buscador, habría llegado al mismo resultado sin pasar por todo eso, por lo que el temor y la angustia habría sido un golpe momentáneo y quizás una advertencia, en vez de una agonía larga y patética.

—Cielos…

Todo no había sido más que un estúpido error.
Necesitaba decirlo, convencerse de que su matrimonio y toda su vida no estaban en un peligro absoluto, que la estabilidad seguía en el mismo punto que la jornada anterior; al mismo tiempo se sentía un completo idiota, y el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra. Pero eso no podía pasar por alto. Que ya la jornada anterior estuviera pensando no sólo en dejar de verse con Renata, sino además en dejar las aventuras por un tiempo, coincidiera con esta situación, no podía simplemente quedar como una anécdota, era mucho más. No era supersticioso, pero si no era capaz de ver una señal tan grande, brillando en el horizonte frente a él, de verdad merecía que su matrimonio se hiciera pedazos; iba a empezar a comportarse otra vez como un hombre completo, sin dobleces, es decir como un esposo que tiene una esposa a la que ama y a la que le promete y cumple fidelidad porque quiere, no porque lo obligue alguna ley ni mandato. Saberse tan frágil al destino, o pensando según su propia interpretación, a las consecuencias de sus propios actos, resultaba demoledor en algunos aspectos, como en el físico, dado que se sentía como si acabara de subir al auto después de correr cuadras y cuadras de forma desesperada, pero mucho más en lo mental ¿cómo podía haber sido tan arrogante? Ninguna mujer en el mundo justificaba poner en riesgo su matrimonio, pero más allá de eso, no existía un motivo sensato por el cual alguien pudiera decir que una infidelidad, o una serie de ellas, pudiesen quedar por siempre ocultas y a resguardo.
Porque sólo los secretos de uno pueden ser de verdad secretos.
Había llegado el momento de dejar de creer que era un casanova de película de los sesenta, y comportarse como el hombre que era; Joaquín le diría, con una sonrisa en los labios, que le daba una semana de plazo, como se lo había dicho el día anterior, pero aunque resultaba cínico de su parte, en esta ocasión las cosas habían ido demasiado lejos, y quizás por primera vez sintió el auténtico temor de perder lo que tenía entre las manos, no sólo un fantasma o la amenaza pintada en los rostros de otras personas. Si a otros la bomba le había explotado en la cara, a él eso no podía sucederle, no después de aquella gran lección. Mientras pensaba en esto, su móvil volvió a anunciar una llamada, y al igual que el día anterior, se trataba de Joaquín.

—Joaquín, si me dices que ocurrió otra desgracia en la empresa te prometo que…
—No es eso —lo interrumpió el otro; estaba a todas luces emocionado—, escucha, no vas a creer lo que acaba de ocurrir.
—Debe ser importante si me lo dices veinte minutos antes que llegue a que me veas en persona.
—Detuvieron a Abel.

Veinte minutos después, Vicente y Joaquín estaban en la pequeña cafetería que se ubicaba  a tres números de la empresa; ante ellos tenían café negro, fuerte y aromático como era la marca de ese sitio.

—Como ya sabes, los fiscalizadores del servicio de salud eligen personas al azar para ir a sus casas a verificar que todo se encuentre bien —estaba diciendo su amigo—, y ayer a última hora apareció uno en el departamento de Abel; él intentó evitar que entrara y atenderlo en la puerta, pero como está lesionado no se podía mantener en pie, de modo que una cosa llevó a la otra, el sujeto del servicio de salud entró en la casa y se encontró con una serie de sobres con contenido blanco, y llamó tan rápido a la policía que Abel no alcanzó a esconder ni deshacerse de ninguna prueba. Micro tráfico de estupefacientes.

Vicente casi no daba crédito a lo que estaba escuchando.

—Entonces se lo llevaron.
—Llamaron hoy a primera hora para pedir referencias de él, contestó Sergio ¡Hubieras escuchado lo que decía! Juró que jamás había visto nada en las instalaciones de la empresa, pero que por el comportamiento de Abel en el último tiempo no le extrañaría que él consumiera también, y que no estaba dispuesto a proporcionarle ninguna ayuda excepto darle a la policía todas las referencias y datos asociados, y que desde luego esto lo excluía de forma instantánea de las filas de la empresa.

Se habían librado del sujeto que la jornada anterior estaba insinuando amenazas en contra de la empresa, y de un modo de lo más extravagante; Vicente comenzaba a creer que de verdad existía un agente energético que, bien podía hacer realidad los deseos como en el caso de la venta de Iris, o devolver el daño hecho como en el caso de Abel.

—Lo escucho y no lo creo —dijo en voz baja, aún pensativo—. Lo que no entiendo muy bien es para qué tenía este trabajo, seguramente ganaba mucho más con lo otro.
—Apariencias supongo —meditó Joaquín mientras bebía un poco de café—. O quizás era una pantalla para que no pareciera extraño que tuviera dinero, qué sé yo.
—De todas formas, aunque no debiéramos decirlo, es una buena noticia para nosotros, nos libramos de dos problemas a la vez ¿Te imaginas a este tipo traficando en la empresa?
—Si es que no lo hizo.

En eso tenía razón; que no hubieran visto algo no significaba que no pudiera ocurrir.

—Eso es verdad. Y Sergio qué dijo después, pensó en esto.
—Sí, estaba hablando con Lorena, escuché que le pedía que redactara un documento interno, supongo que nos va a enviar una circular de advertencia o algo parecido.
—Sería una buena idea, es menos invasivo que empezar con exámenes pero de todos modos ayuda a que las personas se queden tranquilas; en verdad esto es una buena noticia.
—Oye, y a todo esto ¿qué te pasó? Te ves fatal.

Vicente hizo un ademán con las manos, quitando importancia al asunto; de momento prefería guardarse la estrambótica historia para cuando fuera una anécdota y no un recuerdo tan vívido.

—Jacinta estaba un poco enferma y tuve que ocuparme de llevar a mi hijo a la escuela, eso es todo —replicó con naturalidad— y bueno, anoche fue una de esas noches con Iris así que tampoco es que me pueda quejar si ahora me veo un poco desmejorado.

Ambos rieron, cómplices.
“Te extrañé, Vicente. ¿Dónde estuviste todos estos años?”

Dio un respingo, mirando en todas direcciones.
Pero aparte de su amigo, mirándolo extrañado, cerca de ellos no había nadie.



Próximo capítulo: ¿Me oyes?

La última herida Capítulo 37: Oficina sin espejos - Capítulo 38: Fecha de caducidad




Al despuntar el alba del día Lunes 14 de Diciembre Matilde conducía un automóvil negro hacia el edificio Ventisqueros donde su informante le había dicho que Samanta Vera se dirigió después del incendio. La joven suponía que para ese momento tanto ella como el doctor Scarnia estarían tratando de contener los daños causados por ellas, pero lo más importante es que estarían desprevenidos.
Ventisqueros era un antiguo edificio de oficinas, donde también tenían su centro de operaciones algunas empresas inmobiliarias de las más renombradas de la ciudad, por lo que era una excelente fachada para quien quisiera tener buenos contactos y un lugar discreto para operar. Y también permitiría que Matilde y Aniara entraran con relativa facilidad.

La seguridad del edificio era francamente deficiente para alguien que conociera lo suficiente de métodos, por lo que a Aniara no le fue difícil aplicar lo que había aprendido en el cuerpo de policía para que ambas pudieran entrar a través de las vías de emergencia, aunque por desgracia no tenían mayores datos del interior del lugar ni tiempo para conseguirlo. Matilde había tomado una excelente decisión al contactar a El ciego, que fue el seudónimo con el que desde un principio había querido ser identificado, seguro porque los ladrones y similares tenían un cierto respeto por sus nombres o la historia que había tras ellos. Sabía su nombre desde el momento en que fue a buscarlo a la cárcel en primer lugar, pero para todo tipo de efectos prácticos, lo mejor era mantener el trato según lo planeado; poco antes de entrar al edificio lo había llamado de nuevo para darle un par de instrucciones, y en cierto modo prepararlo para lo que vendría después: el hombre era rudo, y a cambio del dinero que ella le había ofrecido, no hacía preguntas y cumplía su trabajo sin problemas, desde el falso asalto para permitir que Gabriel escapara hasta seguir subrepticiamente a Samanta Vera en su salida del incendio de la clínica. Ahora solo tenía que esperar.


2


Una vez dentro del edificio y sabiendo que contaban con muy poco tiempo antes que las descubrieran o los cirujanos cambiaran de lugar, las dos mujeres se dedicaron a buscar la oficina y a las personas en su interior; Aniara llevaba a la espalda la mochila con la caja, y ambas armas aún escondidas.

–Mira.

Algunos minutos después dieron con un pasillo que daba a un sector inexplorado del sexto piso del edificio; rápidamente entraron por ahí, suponiendo que los cirujanos podrían estar ocultos en un lugar en donde no tuvieran molestias, y un hombre apostado fuera de la única puerta del lugar confirmó sus sospechas.

–Debe ser ahí.
–Tenemos que acercarnos.

No tenían tiempo que perder; usando el ancestral truco de generar ruido para atraer, consiguieron que el guardia se acercara a la esquina donde estaban escondidas, y Aniara se encargó de dejarlo inconsciente. Sin esperar más entraron en la oficina.

–Te digo que es mucho más grave de lo que parece, quemaron muchos equipos la noche anterior, hemos perdido muchísimo de lo que tenemos.

Samanta se puso rígida al ver, desde su escritorio, a Aniara y Matilde en el umbral de la puerta.
En la oficina había cuatro personas en total, los dos cirujanos a quienes estaban buscando, y dos hombres más, uno de los cuales levantó un arma hacia ellas al mismo tiempo que Aniara hacía lo propio.

–No se te ocurra disparar.

Rodolfo Scarnia volteó lentamente en su asiento hasta enfocar a las dos, y su expresión fue tan asombrada como la de la mujer. El tercer hombre en la habitación era mayor, de cabello cano y cuerpo voluminoso, y se quedó en su asiento semi volteado hacia ellas, mirando con expresión extrañamente ausente en el rostro.

–Doctora, doctor, creo que necesito que me atiendan ahora mismo.

Vera estiró la mano hacia el teléfono de escritorio, pero Aniara agitó hacia ella el arma de forma amenazante.

–No hagas eso. Ninguno de ustedes haga nada, o van a perder todo lo que tienen.

Scarnia le hizo un gesto con la cabeza al guardia, y este bajó el arma; momentos después Matilde desconectó los cables de los dos teléfonos fijos, y con rapidez se apropió de los celulares de los bolsillos de todos. Ambos doctores estaban claramente sorprendidos por la situación en la que estaban, pero fuera de eso, se mostraban en control ¿Sería tal la frialdad de esas dos personas, o durante el último cuarto de siglo se habían desecho de muchas más cosas que las molestias físicas?

–Tú –dijo Matilde mirando directamente a la mujer– siempre fuiste tú, reconozco que fue inteligente de tu parte.
–No tienes idea de lo que has hecho Matilde –repuso la doctora con frialdad– has cometido una gran estupidez con ese ataque.

Matilde extrajo el arma y le apuntó a la cara, permaneciendo a solo un par de metros del escritorio; la mujer disimuló lo mejor que pudo su nerviosismo.

–No hay ningún error peor que haber entrado en contacto con la clínica en primer lugar –replicó la joven fulminándola con la mirada– ese sí que fue un error, ahora dime por qué es que han hecho todo esto.

La mujer la desafió poniéndose de pie, y casi al mismo tiempo lo hizo el doctor, como activado por un resorte; Aniara y Matilde mantuvieron las armas en alto.

– ¿Para eso viniste aquí? ¿Para eso quemar mis equipamientos, dispararle a mi gente? Solo eres una estúpida.

Las últimas palabras fueron un aviso implícito para el guardia, que se arrojó contra Aniara que estaba más cerca de él.

– ¡No!

Aniara consiguió esquivar un golpe, y con precisión asestó un puñetazo en la cara del guardia; Matilde trató de acercarse sin perder punto de vista a los otros, pero tuvo que voltearse hacia ellos cuando Scarnia corrió hacia un costado.

– ¡Detente!

EL cirujano se detuvo de golpe al ver el arma apuntando hacia él; en tanto, Aniara había caído en un forcejeo con el guardia y trataba de liberarse, pero la fuerza de los movimientos de ambos rompió las correas que sujetaban la mochila, y esta cayó a un costado, liberando la caja metálica que hasta entonces había mantenido oculta.

– ¡Cuidado!

Como activada por un resorte, la mujer se soltó de su oponente y giró por el suelo alejándose de la mochila y su contenido. El hombre, que sangraba por la boca luego del golpe, tomó en sus manos la caja, quizás creyendo algún tipo de ventaja en ello, pero repentinamente el objeto se abrió, y algo salió disparado hacia el hombre.
Se escuchó un aullido aterrador.

Lo que salió del interior de la caja era espantoso, y seguía provocando tanto en Aniara como en Matilde el mismo tipo de impacto que al principio, tanto por su apariencia como por lo que era capaz de hacer: se trataba de una especie de ser vivo invertebrado, de forma similar a un pulpo, con algunos tentáculos con extremos puntiagudos, y una aterradora boca con pequeños dientes afilados; la bestia que Matilde había encontrado en el departamento de Patricia, la cosa viva a la que antes Antonio había hecho referencia como parte del tratamiento que ejecutaba la gente de ese lugar. Todos se quedaron inmóviles, atónitos ante la escena donde el guardia luchaba por quitar de su cara al animal mientras se revolvía y gritaba desesperadamente; unos momentos después, Aniara usó un abrecartas para punzar al animal y poder devolverlo al interior de la caja, aunque la mantuvo en las manos. El guardia permanecía en el suelo, cubriéndose la cara con las manos mientras continuaba aullando de dolor.

– ¿Qué es lo que han hecho? –gritó el hombre mayor mirando con ojos desorbitados la escena– ¿Qué es esto? Samanta, Rodolfo, tienen que darme una explicación.

Rodolfo miró con asco al hombre en el suelo para luego desviar la mirada hacia su interlocutor. Pero el otro hombre se puso de pie, y con movimientos lentos se acercó al herido en el suelo; el otro seguía gimiendo de dolor, y al quitarle un poco las manos de la cara, vio que tenía destrozado el labio y parte de la mejilla derecha, obra de tan solo unos instantes cerca de la bestia que se había liberado.

–Tranquilícese, vamos a ayudarlo, pero tiene que calmarse.

Era doctor. Por un momento Matilde se preguntó si debía dejarlo actuar o no, pero la respuesta no estaba clara. Ambas mantenían firme punto de tiro sobre los otros dos.

– ¿Es que no van a hacer nada? –exclamó el hombre mayor– Este hombre tiene heridas graves, tengo que atenderlo.
–Si tiene un maletín aquí, hágalo –replicó Matilde fríamente– no va a salir de esta oficina.

El hombre meneó la cabeza con gesto preocupado y se puso de pie con dificultad; miró en ambas direcciones alternativamente, esperando que alguien reaccionara.

–No tengo mi maletín aquí; escuche señorita, lo que sea que esté pasando no es culpa de él, déjeme ayudarlo.
– ¡Nadie va a salir de aquí! –sentenció Matilde enérgicamente.

El otro hombre levantó un dedo acusando a los cirujanos.

– ¡Me mintieron! Dijeron que habían separado la célula que destruía los genes defectuosos, dijeron que esa cosa había sido destruida.
– ¡Si, te mentí! –gritó Scarnia fulminándolo con la mirada– te mentí porque jamás habríamos conseguido nada de seguir con tus absurdas investigaciones. Tenías en tus manos uno de los descubrimientos más importantes de la década, pero tu miedo fue más grande que tu capacidad.
– ¡Basta!

El grito de Matilde se escuchó por sobre las voces de ambos hombres; para ese momento ambos estaban enfrentados con tan solo una silla entre ellos, de modo que la joven apuntó a ambos a prudente distancia, la mirada acerada sobre ambos mientras Aniara mantenía en control a Samanta.

– ¿Quién es usted?
–Edgard Vicencio –replicó el otro en voz baja– el culpable de gran parte de lo que está sucediendo ahora mismo –y de vuelta a Scarnia– eres un monstruo, mantuviste ocultos tus verdaderos intereses durante todo este tiempo, no puedo imaginar toda la gente que ha sido dañada a lo largo de este tiempo.
–Hablas como un cobarde.
–Usted cállese –ordenó Matilde acompañando sus palabras con un movimiento de su revólver– Doctor Vicencio ¿Es doctor verdad?

Un momento de silencio, y el hombre se derrumbó en la silla contigua a la que había estado ocupando Scarnia antes.

–No debería usar ese título. No lo merezco, ni estos dos sujetos lo merecen.
–Dígame cómo es que sabe de la existencia de ese ser vivo, y no me mienta.

El hombre la miró profundamente durante unos instantes; se trataba de un factor que no tenía en cuenta, pero podía ser sumamente importante para dilucidar algunas de las inmensas dudas que mantenía.

–Esto ocurrió hace treinta años –explicó lentamente– los tres éramos tan jóvenes, solo teníamos que seguir con nuestros experimentos y atender a las nuevas tecnologías; hasta que un día descubrí una mutación de una célula cancerígena sumamente extraña, en el cuerpo de un sujeto de experimento.
–No sigas.

Vicencio le dedicó una mirada de desprecio.

–Anoche esta mujer destruyó más de la mitad de tus instalaciones, y ahora te tiene a ti y a mí en sus manos, a solo un disparo de terminar con esta pesadilla. No me des órdenes.

Scarnia enrojeció de rabia, pero no dijo nada. Vera se mantenía de pie tras el escritorio, completamente inmóvil, mirando fijamente el arma con la que Aniara le apuntaba constantemente.

–La mutación que descubrí estaba haciendo algo inusitado: atacaba únicamente células defectuosas en el organismo, dejando las otras sin afectar. Quise compartir este descubrimiento, pero Rodolfo me dijo que primero debíamos hacer más pruebas, lo que me pareció totalmente lógico; con el tiempo los tres hicimos nuevos experimentos, y descubrimos que la célula tenía no solo la capacidad de atacar y destruir las células defectuosas en un organismo, sino que además aceleraba el proceso de reconstrucción celular en un área dañada. En cosa de semanas una rata de laboratorio herida volvía a estar sana, y en mucho mejores condiciones que antes. ¡Creímos haber hecho el descubrimiento del siglo! Solo imaginar lo que estábamos haciendo, eso abría un campo infinito de posibilidades para la medicina, podría significar, en principio, el fin de las cicatrices, incluso ganar la guerra contra enfermedades inmunodeficientes...

Se quedó un momento sin palabras. Matilde, dentro de todo su nerviosismo, y la rabia creciente que experimentaba por lo que estaba descubriendo, no pudo menos que notar el apasionamiento con el que hablaba el doctor Vicencio, el mismo que en teoría debería impulsar a cualquier científico ¿En qué momento eso se había trastocado tanto?

–Pero algo salió mal –intervino Aniara lúgubremente– algo que no se esperaban.
–Si –replicó el otro abriendo mucho los ojos– mal, muy mal...
– ¿Qué fue lo que pasó?

El hombre se puso de pie pesadamente. Al parecer para él había cosas peores que un arma apuntando a su cara.

–En la habitación de junto se los puedo explicar. O al menos explicar la parte que creí cierta hasta ahora. Ahora entiendo por qué mantuvieron intacta la oficina sin espejos.

Aniara miró fugazmente a Matilde, incitándola a entrar.





Capítulo 38: Fecha de caducidad


Matilde asintió hacia el viejo doctor, y este enfiló sus pasos hacia la única otra puerta de la oficina; abrió lentamente y dejó a la vista una pequeña oficina donde se veía un panorama realmente espeluznante: una galería de tubos de ensayo con líquido en su interior, manteniendo suspendidos eternamente diferentes seres de variadas formas, todos ellos del mismo color rojizo acuoso y con tentáculos o púas afiladas. Los había desde el porte de una araña pequeña, hasta otros de la mitad de la envergadura del que había encontrado Matilde en el departamento de Patricia.

– ¿Qué es esto?
–El paso que salió mal –explicó el hombre manteniéndose al lado del umbral de la puerta– cuando teníamos claro lo que podía hacer la célula, la regeneramos, y después de una serie de pruebas lo conseguimos, pero la réplica se mantenía viva por poco tiempo fuera del sujeto al que se estaba tratando; al principio pensamos que era por características medioambientales, pero al poco entendimos que lo que habíamos hecho estaba prohibido: la célula se alimentaba de las células defectuosas en el sujeto, pero si no tenía de qué alimentarse, mutaba en poco tiempo y comenzaba a atacar las células sanas, llegando a destruir al sujeto de prueba.

Matilde sentía náuseas de solo imaginar lo que significaban esas pruebas. Y además de eso, tener una nueva dimensión de conocimiento acerca del tratamiento empleado en su hermana, era aterrador; por un momento la miró, más allá de esa nueva apariencia, y vio qué tan herida estaba realmente. Nada de eso jamás podría repararse. El hombre herido había perdido el conocimiento en los últimos momentos. Mejor por él.

–Pero sin embargo siguieron las pruebas.
–Los buenos resultados eran demasiado abrumadores como para ignorarlos –explicó él– así que consideramos que era sólo un retraso. Hicimos más pruebas, luchamos para controlar el factor destructivo de la célula, pero nada funcionaba, siempre se las arreglaba para destruir y destruir. Entonces llegamos a la conclusión de mantenerla en el sujeto hasta que terminara su trabajo, pero entonces descubrimos algo peor.

Matilde tragó saliva.

–Dígalo.
–Si bien ya sabíamos que la célula evolucionaba, crecía dentro del cuerpo hasta cierto límite, no nos imaginamos lo que pasaría al separarla del sujeto de prueba: la célula mutágena había desarrollado una relación simbiótica con el sujeto, por lo que separarlos para destruirla provocaba la destrucción de ambos.

La célula perfecta para destruir, pero tenía tanta capacidad que se hacía parte de aquello en que se insertaba; si moría, el sujeto moría con ella. Después de escuchar eso, Matilde supo que a pesar de todo lo que había visto y oído hasta ese momento, aún podría elevar su capacidad de sorpresa un poco más.

–Esa cosa –intervino Aniara como si le leyera la mente– está viva. Explique cómo es eso posible.

Vicencio parecía haber envejecido durante los últimos minutos. Vera y Scarnia lucían tan bien como siempre, pero tras esa máscara de perfección se notaba con claridad el enojo y la preocupación.

–Ellos sugirieron investigar otra arista –respondió el doctor pesadamente– y en un inicio les hice caso; si la célula mutada podía establecer una relación simbiótica con el sujeto, tal vez se podría establecer con otro sujeto. Un sujeto al que traspasar los efectos adversos del tratamiento.
–No puede ser...
–El segundo sujeto –dijo fríamente– el receptáculo de la parte negativa. Una forma de traspasar el mal hacia otro ser.

Matilde contuvo la respiración. Ya lo sabía. De algún modo, a pesar de no tener conocimientos médicos, supo antes de escucharlo lo que había sucedido. La explicación del cambio de su hermana, su nueva vida, su nuevo rostro. No era otra mujer, era la segunda mujer.

–Utilizamos dos sujetos de prueba –explicó el doctor– uno al que se le implantó la célula, es decir la mutación, excepto una parte menor de él que sería implantado en el segundo sujeto. Después de una serie de pruebas, y de realizar sucesivos traspasos de un cuerpo a otro, se consiguió aislar a cuerpo mutante en un cuerpo, utilizando su acción simbiótica para traspasar los daños al otro sujeto.
–Destruían a uno para curar al otro.
–En términos sencillos sí. Y resultaba, pero no lo admití, fue en ese momento en que me di cuenta que habíamos llegado demasiado lejos y decidí terminar con todo.
–Pero no fue así.
–Sucedió algo inesperado. Enfermé por un virus muy potente que andaba dando vueltas por la universidad y no pude seguir trabajando, pero les dije –continuó mirando a los otros dos– que no podían seguir, que el objetivo de la ciencia y la medicina era curar, no destruir, y me prometieron que no seguirían. Me lo prometiste Rodolfo. Cuando me reintegré tenían una gran noticia para mí, dijeron que habían podido separar el genoma de la célula mutante original, y replicado a través de ella el mismo efecto, pero sin destrucción de por medio. Vi las pruebas, incluso yo mismo hice otras y comprobé que funcionaba, que no había daños colaterales.

A Matilde la cabeza le daba vueltas. Treinta años atrás alguien había podido hacer algo como eso ¿Qué cosas se harían en los tiempos actuales?

–Pero luego sucedió lo del accidente automovilístico –dijo lúgubremente– y al pensarlo ahora, parece que todo hubiera sido orquestado por ellos. De pronto estaban gravemente heridos, y Rodolfo me dijo en la Unidad de cuidados intensivos que usara la célula para salvarlos, a lo que yo accedí.
–Pero en los reportes de prensa dice que murieron en ese accidente.
– ¡No podía operar de otra manera! –se excusó lastimeramente– Samanta y Rodolfo son...eran mis amigos, y para salvarlos tenía que sacarlos de donde estaban, la única vía fue mentir.

Tan parecido a lo que Matilde hizo cuando Patricia, o mejor dicho Aniara, volvió de la muerte.

–Entonces hizo que pasaran por muertos.
–Dejé las cosas así cuando vi que el tratamiento funcionaba. Las píldoras que introduje en sus cuerpos dieron resultado, y aunque no fue tan rápido, al cabo de unos meses estaban mucho más recuperados, y poco después los tratamientos dieron frutos mucho más esperanzadores.

Pero en eso había algo que no cuadraba bien.

–Espere, usted dijo que le mintieron al decir que separaron el gen del mutágeno ¿Cómo no lo notó?
–Supongo que debí notarlo entonces –replicó él– pero no tenía evidencia científica de eso. Mis amigos se habían salvado de la muerte y eso era lo que más me preocupaba. Lo que no sabía es que para el momento en que ellos tuvieron ese accidente, ya habían hecho simbiosis con el cuerpo en mutación.

Matilde contuvo la respiración. Entonces ellos lo habían planeado todo, desde un principio tuvieron en mente llegar mucho más allá, y ante la negativa de su colega, aprovecharon de experimentar consigo mismos para lograr mucho más.

– ¿A qué se refiere con que ya habían hecho simbiosis?
–Eso solo lo entiendo ahora –dijo Vicencio– en su momento me pareció una afortunada consecuencia de un tratamiento más poderoso de lo que me había imaginado.

Avanzó hacia el escritorio acusando a los otros dos.

– ¿Porque eso fue lo que hicieron verdad? Nunca separaron el gen del mutágeno original, solo lo modificaron para dejarlo en conservación dentro de las píldoras.
–Por eso tenían que mantener las píldoras refrigeradas.
–No se trataba del gen, se trataba del mutágeno original. No puedo entender cómo hicieron eso, cómo fueron capaces.

Samanta sonrió malévolamente.

–Nuestros planes iban mucho más allá de lo que te imaginabas en esa época ¿Creías que íbamos a dejar que arruinaras uno de los descubrimientos más grandes de todos los tiempos?
– ¿Y lo quisieron mantener a costa de muertes? Mírate, solo eres una cáscara hecha con la sangre de tus víctimas.

Samanta abrió mucho los ojos, conteniendo a la vez una exclamación de ofensa y otra de repulsión por lo que estaba escuchando.

–No eres mejor que nosotros –intervino Scarnia– hiciste los experimentos junto con nosotros, estabas tan ansioso como nosotros de conseguir el mismo resultado.
– ¡Pero no pretendía que asesinaran a nadie! –gritó agitando los brazos con impotencia– les dije que detuvieran todo, pero se las arreglaron para mentirme, y no solo eso, también utilizaron el gen mutado en ustedes mismos, dime a quiénes utilizaron para traspasar los daños.

Durante un momento nadie dijo nada. Matilde no se había esperado algo como eso llegados a una situación así, con una revelación atroz por parte de alguien a quien no contaba en sus planes; pero la pregunta que había hecho era perfecta, necesitaban saber quiénes habían sido utilizados para esos perversos planes.

–Utilizamos a sujetos que no pudieran hacer nada al respecto ¿qué más?
– ¿A quiénes?
–Gente pobre, personas sin hogar, qué más da. Gracias a ese primer paso –continuó Rodolfo– y gracias a nuestro modo visionario, pudimos concretar lo que tú no te atreviste, y ahora tenemos un imperio que jamás sospechaste.
– ¡Un imperio! –gritó Vicencio– cómo puedes decir eso, llevan veinticinco años asesinando personas inocentes para mantenerse jóvenes, para ganar dinero con los políticos y los artistas.
–Por favor, has vivido de ese dinero durante el mismo tiempo que nosotros –replicó Samanta despectivamente– y tú, muchachita, no tienes idea de lo que has hecho, solo viniste aquí a hacer un espectáculo sobre moral por lo que ocurrió con el tratamiento de ella ¿Acaso te importó de qué se trataba el tratamiento cuando fuiste casi llorando a buscarnos?

Matilde se acercó a ella y le dio una bofetada que la arrojó al suelo.

–Samanta.
– ¡No te muevas!
–El principal error de la gente como tú –escupió Matilde llena de rabia– es que piensan que todo el resto del mundo está embarrado de la misma inmundicia que ustedes.

Se agachó sobre la mujer y la levantó por la fuerza, zarandeándola por los hombros.

–Dime qué ha pasado con la gente que han utilizado. ¡Dímelo!
– ¡Suéltame!

Scarnia hizo un movimiento hacia ellas, pero Aniara se acercó un poco más para recordarle que no debía moverse; el hombre se contuvo, rojo de impotencia.

– ¡Dime toda la verdad!
–Están muertos, todos están muertos –replicó la mujer a gritos– Vicencio tiene razón, utilizamos sujetos de prueba como la segunda persona involucrada, usamos la simbiosis del gen mutágeno para traspasarles a ellos las heridas que le quitábamos a los pacientes.
– ¿Qué ocurrió con esas personas?
–Lo mismo que ocurre con todos los que no tienen recursos –dijo la mujer con una mirada de desprecio– se mueren sin poder hacer nada; todos los días fallan los tratamientos en la salud pública, o la gente se muere esperando una cirugía ¿A quién le parecería extraño que desapareciera uno o dos más?

Vicencio se acercó a Scarnia y lo sujetó violentamente por las solapas de la chaqueta de su traje.

– ¡Son unos monstruos! ¡Han asesinado a gente inocente por veinticinco años!

Aniara sacudió la pistola enérgicamente mientras alzaba la voz; no podían seguir en esa situación mucho tiempo más, o todo se saldría de control. Además había cada vez más posibilidades de que alguien apareciera en ese lugar y estropeara sus planes.

– ¡Suéltelo!
– ¡Cómo pudieron, cómo!
–Hicimos lo que era necesario, nuestro método es perfecto, puedes ver en nosotros que hemos conseguido todo lo que queremos.
– ¡Pero no de esa manera! No así, jamás debió ser así...

El hombre mayor perdió fuerzas, y se derrumbó sobre una de las sillas; un poco más controlada, Matilde hizo que los otros dos se quedaran de pie a poca distancia, a un par de metros del escritorio; sintió pena por el otro doctor, tan miserable y ciego durante tanto tiempo, y a la vez aún con conciencia en su interior como para sentirse culpable por lo que había ayudado a crear.

–Quiero que me digan por qué era tan importante mantener el tratamiento que aplicaban hasta el final, y por qué es que todo se revertía si no se usaba correctamente.
–Ella tiene razón –intervino el hombre mayor con voz ahogada– el tratamiento no funciona tan bien como aseguras.
–Fue una coincidencia inesperada de la inclusión del segundo sujeto –explicó Scarnia a regañadientes– Cuando lo hicimos, descubrimos que era necesario que el gen mutágeno completara el ciclo en el segundo sujeto para poder eliminarlo del primero.
–Las píldoras contenían ese gen.
–Era necesario –dijo Vera– el gen original era implantado al principio, desde ese momento vivía en el cuerpo del primer sujeto mientras se realizaba el tratamiento, pero teníamos que ayudarlo a multiplicarse y mantenerse con vida para que no lo hiciera a través del cuerpo del sujeto primario.

Vicencio pareció recuperar algo de energía al escuchar eso.

–Ahora entiendo. Es defectuoso.
–No lo es.
– ¡Si, lo es! –replicó enérgicamente– por eso es que a medida que ha pasado el tiempo han aumentado los recursos de la clínica en investigación, con la excusa de mejorar otro tipo de tratamientos. Encontraron la forma de extraer las fallas físicas de un cuerpo, pero no pudieron eliminar el factor simbiótico original del gen mutágeno, por eso tuvieron que realizar el tratamiento hasta matar al segundo sujeto. Ambos sujetos no pueden vivir demasiado tiempo enlazados al mismo gen, por eso es que no puede dejarse.
–Pero el tratamiento funciona, míreme –intervino Aniara ácidamente– funciona y mucho más de lo que estos dos han querido reconocer. Hubo una falla en ese tratamiento por dos causas: la primera es que estoy viva, la segunda, que mi cuerpo cambió su apariencia, estos rasgos corresponden a otra mujer.
–La segunda mujer –concluyó Vicencio horrorizado– seguramente... seguramente el tratamiento se vio interrumpido y el gen cambió su dirección, se salió de control.
–Dime lo que sucedió con Patricia –amenazó Matilde nuevamente con el arma– dime todo.
–Es cierto, el tratamiento no debe ser interrumpido –concedió Vera– con el paso del tiempo se volvió inestable, aparecían más fallas en determinados sujetos y ella... lo que le pasó a ella es un accidente dentro de la falla.
– ¿Por qué no morí cuando se interrumpió el tratamiento –dijo Aniara– y en vez de eso cambió mi apariencia?
–Seguramente algo falló en la otra mujer, no en ti –intervino el hombre mayor– ¿Eso es, no? La otra mujer debe haber presentado una falla, y de alguna manera las heridas que habían sido trasladadas se intercambiaron por su rostro.

Eso quería decir que todas las especulaciones acerca de las filtraciones de información que mencionó Antonio, la intervención de Céspedes y la persecución encarnizada de la gente de la clínica no se debía a una simple casualidad. Solo en ese momento, Matilde creyó entender que eran solo un eslabón en una cadena mucho más compleja de lo que imaginó en sus fantasías más aterradoras.

– ¿Qué le sucedió a la otra mujer?



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