La última herida Capítulo 35: Jefe de seguridad - Capítulo 36: Dos responsables, una cara

Capítulo 35: Jefe de seguridad

El hombre vestía ropa deportiva oscura con un capuchón que tapaba la mayor parte de su cara, y apuntaba el revólver directo al rostro de Matilde; ni Aniara ni Gabriel se movieron.

– ¡Dame las llaves!

Aniara hizo un leve movimiento, lo que hizo que el hombre reaccionara rápidamente y encañonara a Matilde, sujetándola por un brazo al mismo tiempo.

–Ni se te ocurra –dijo con voz amenazante– dame esa arma, y entrégame las llaves de la camioneta.
–Tranquilo –dijo Matilde– no es necesario disparar.

Nadie se movió durante unos instantes. Finalmente Aniara le entregó el arma, mientras Gabriel miraba atónito la escena.

–Las llaves.

Nerviosamente, Matilde buscó en su bolsillo y se las entregó. El hombre la arrojó bruscamente hacia los otros dos y retrocedió, apuntando en todo momento con su arma.

–No traten de hacer ninguna tontería, o se van a arrepentir.

Se alejó rápidamente hacia la camioneta, y en unos segundos el vehículo ya se había alejado ante los ojos de Matilde; cuando volteó, vio que Gabriel había emprendido una carrera a toda velocidad, seguido de Aniara, que poco después dejó de perseguirlo al verlo demasiado lejos. Ambas se reunieron poco después.

–Está en buena forma, lo perdí.
–Así veo.

Durante un momento ninguna de las dos habló. Luego cruzaron una mirada cómplice.


2


La puerta se abrió y Matilde entró, dejando a Aniara esperando fuera; se trataba de un cuarto cerrado y completamente a oscuras; la voz del hombre se dejó escuchar suave y armoniosa a los oídos al fondo del lugar.

–Cuidado con el mueble.

Al fondo del lugar una tenue luz salía de varias pantallas de  ordenador; ante el escritorio un hombre de figura gruesa y grande permanecía sentado, inmóvil.

– ¿Cómo te fue?
–Todo va bien –respondió ella– ahora necesito que hagas lo tuyo.

El hombre asintió y se volcó al ordenador. Matilde se quedó un momento mirando a xxx, pensando en cómo había cambiado en los últimos años; estaba más grueso, no necesariamente gordo, pero si más voluminoso, y ahora usaba el cabello muy corto y una barba como de dos días. Le caía bien, y no habría recurrido a él de no ser por el destino, que quiso que tuvieran una oportunidad de charlar a solas durante la ceremonia fúnebre de Patricia. Benjamín era un buen hombre en general, y su amor por Patricia había sido tan genuino como el de ella por él, pero ambos eran demasiado jóvenes como para que su relación funcionara; al momento de la separación de ellos pensó en él como un hombre inmaduro e ingenuo, lo que probablemente sería el resto de su vida, pero era un buen hombre, y se mostró realmente indignado por lo de Patricia.

–Debí haber estado aquí –le dijo en un momento– debieron matarme a mí en vez de a ella. El mundo es tan injusto y ella sólo hacía bien a todos; ahora todo es peor.

Era una declaración impulsiva e infantil de parte de alguien que además desconocía las reales implicancias del caso de Patricia, pero las lágrimas de xxx habían sido reales, y tan dolidas que fue una nueva amenaza para su temple; a poco estuvo de decirle algún consuelo más allá de lo permitido, pero se controló y mantuvo todo en orden. Pero al mismo tiempo se le ocurrió que él podría ayudarla, ya que tenía acceso a una de las dependencias de la Unidad de prevención de accidentes en ruta, por lo que sus ojos podrían ver cosas que muchos otros no. Nunca hizo preguntas, le bastó para su conciencia saber que lo que fuera que estuviera haciendo servía para hacer justicia en nombre de Patricia, y se comprometió a ayudarla cuando lo llamase, y no revelar jamás la naturaleza de sus actos.

–Esto es lo que está pasando ahora –dijo en voz baja– pero no me has dicho lo que quieres ver exactamente.
–No lo tengo muy claro –replicó ella mirando una de las pantallas de ordenador– pero se supone que debería haber algún movimiento de maquinaria, algo como camiones pesados cerca de un lugar grande, alguna edificación de grandes proporciones.

Los ojos de xxx se desplazaban a gran velocidad de una pantalla a otra, mientras los números diminutos en ellas indicaban la hora: pasaba de las once de la noche.

–Movimiento de máquinas de gran tamaño en la noche no es algo común en la zona más céntrica de la ciudad, pero si tú lo dices, puede suceder.
–Debería estar por suceder.

La espera se hizo un poco larga durante algunos minutos; Aniara seguía afuera, esperando. Matilde sabía cuán duro debía ser todo eso para ella, pero por desgracia era la única opción. Si eso resultaba, tendrían que recurrir a la ayuda solo de una persona más.

–Aquí puede haber algo –dijo xxx de pronto– es extraño.

Matilde se concentró en uno de los monitores: Camiones con grandes acoplados entraban en un terreno cercado y se dirigían hacia un edificio de tres plantas, muy parecido a lo que Patricia en su momento había descrito como las instalaciones de Cuerpos imposibles.

–Son ellos.
–Entonces esto te sirve.
–Es perfecto –replicó ella– no sabes cuánto te lo agradezco.

Benjamín se volteó y la enfrentó. Su mirada era profunda y sincera, quizás de las pocas que seguían pareciéndole confiables.

– ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
–Lo que has hecho es más de lo que crees. Pero necesito que me prometas que...
–Todo esto muere conmigo –se adelantó él esbozando una sonrisa– no me debes explicaciones Matidez, siempre te tuve cariño, y sobre Patricia... solo quisiera haber sido más capaz de cuidarla y de cuidar lo nuestro, no sabes cómo lo he lamentado todo este tiempo.

No habló durante unos eternos segundos. Entonces así era, después de todo ese tiempo, la seguía amando como siempre, quizás más que antes; por un instante sintió como su corazón azotaba su pecho, muestra física del deseo de revelarle toda la verdad, de darle a él y a ella al menos una oportunidad. ¿Por qué no? ¿Por qué no olvidarse de todo, y aprovechar la oportunidad que tenían e intentarlo, juntos de nuevo, al menos como una posibilidad? Seguro que él tenía suficiente amor para intentarlo sin hacer preguntas, pero si abría esa puerta, todo el horror y la muerte volverían a amenazar sus vidas, y con ello también las de quienes los rodeaban. Además su hermana no quería olvidar.

–Eres un hombre increíble, de verdad.
–No pienso lo mismo.
–Lo eres. Ahora lo mejor que puedes hacer por tu vida es ser feliz, o luchar por serlo lo más posible. No te quedes de brazos cruzados; hazlo por su memoria.

Él asintió sin decir nada. Había llegado la hora de ir a otro sitio.

–Tengo que irme.
–Ahora no te voy a volver a ver ¿verdad?
–No lo creo –dijo ella simplemente– pero está bien, fue un gusto volver a verte, y de nuevo gracias por todo.


3


A Manieri le habían descubierto una afección al corazón, y entre eso y su jubilación pasó muy poco tiempo; él también era querido por la familia y por ella misma, por lo que esa noticia fue lamentable y emotiva al igual que su presencia en la ceremonia, pero Matilde no podía dejar de sospechar de él. Sabía que era un policía a la antigua, que había sido mentor de Patricia y un oficial siempre recto, pero la experiencia con Céspedes y las trágicas consecuencias que sobre ella y Cristian habían caído le impedían confiar nuevamente en alguien de alguna institución; tuvieron una larga discusión con su hermana a la hora de iniciar los planes, pero al final tuvo que ceder y confiar en él una parte terriblemente importante y acudir a él. Manieri ni siquiera podía ver a Aniara, ya que como ella dijo, él era de las pocas personas, junto a ella y sus padres, que la descubrirían tan solo al mirarla a los ojos. Así que Matilde dejó pasar el tiempo, y en determinado momento fue a visitarlo para preparar el camino; le sorprendió ver el cambio que su salida de la policía hizo en el viejo oficial, y aunque en un principio lo atribuyó a su enfermedad, él mismo se encargó de dilucidar las dudas.

–Estoy cansado Matilde –le dijo en esa oportunidad– la verdad es que estoy cansado de todo esto. La tragedia que ocurrió con tu hermana, el asesinato de Mayorga, son cosas que me han hecho pensar mucho, más aún ahora que estoy retirado. Hay algo ahí afuera, algo más poderoso que la ley y que la policía, algo que puede hacer lo que queramos con nosotros; ya no son los tiempos donde uno podía luchar contra la delincuencia, donde sabías quiénes eran los malvados. Estos son tiempos donde la maldad es algo más fuerte, que no se ve, son tiempos en donde no hay diferencia entre un ladrón y una empresa o entre una gargantilla y la vida de alguien. Ya no puedo vivir así, no haciendo como si no pasara nada, tratando de salvar esquina tras esquina mientras están pasando cosas monstruosas alrededor y a nadie le importa nada.

Estaba frustrado. Seguro que lo de Patricia había ayudado su buen tanto, pero para el policía también era el resultado de tantos años de ver su trabajo frustrado, de compañeros muertos, de justicia que jamás llega; al escucharlo hablar ella supo que la decisión había sido la correcta, de modo que se aventuró a decirle lo que necesitaba de él, y a mencionar también que en medio de todo ese secreto, ni siquiera él podía estar enterado de los detalles de su plan. Durante una larga conversación en que él le explicó sin palabras concretas que no quería saber de qué se trataba exactamente lo que pretendía hacer, la joven le dijo de la misma manera sus intenciones, como si ambos hubiesen estado haciendo referencia a sueños o fantasías. Cuando se despidieron, ella tenía un manojo de llaves en su bolsillo, y una decisión por tomar, después de la cual no habría regreso.
No, no habría regreso.
El viaje en la camioneta había sido a toda velocidad hacia el lugar donde tenían el vehículo cargado, y de ahí nuevamente a toda máquina para alcanzar a llegar hasta su destino; se trataba de un sencillo camión aljibe, aunque tenía un modificación muy importante, de ahí que hubiese sido tan importante la intervención de Manieri para conseguir lo necesario. Una vez que llegaron descubrieron a los camiones dentro de un inmenso terreno en la zona oriente de la ciudad. Estaba bastante lejos de donde una vez había estado Cuerpos imposibles, pero cumplía con las mismas características: Cercado, en un barrio de alta sociedad, con gran extensión de terreno convertido en un parque y una imponente construcción al centro; fuertes máquinas estaban cargando unas estructuras hacia los enormes containers que esperaban estacionados, tal y como Antonio les había dicho en un momento que era, instalaciones modulares que podían quitarse en el momento en que se requiriera. Y en ese momento, ante la advertencia de Gabriel y sabiendo que era precisamente Matilde quien estaba de por medio, habían decidido retirarse antes de quedar nuevamente expuestos. Seguramente en esos momentos alguien debería estar viajando hacia su nuevo departamento, qué ingenuos al pensar que ella estaría esperándolos indefensa nuevamente.

–Mira, ahí.

Aniara ya estaba preparada, con el arma en la mano; mientras tanto Matilde condujo el vehículo hacia la entrada del lugar.

–Nos vieron.

Una pareja de hombres custodiaban la entrada, sin armas a vista pero probablemente preparados para enfrentar a algún posible intruso pero ¿Quién sospecharía de un vehículo de aseo comunal que se dedica a echar agua a los parques y plazas?
Uno de los hombres se adelantó levantando los brazos para hacer que se detuvieran, pero ya no había vuelta atrás; Aniara disparó a ambos rápidamente, haciéndolos caer, y sin detenerse, el camión entró en el lugar. No tenían mucho tiempo, de modo que la reacción debía ser a toda prisa.

– ¡Hazlo ahora!

Aniara dejó el arma en la guantera y abrió la puerta; no habían podido ensayar esos movimientos, pero por fortuna la mujer se desplazó hacia la parte trasera con toda facilidad mientras el camión continuaba internándose en el sitio. Al mismo tiempo, un hombre apareció armado entre dos camiones, mientras el ruido de los disparos hacía detenerse las máquinas y asomar de los montacargas y cabinas a los conductores. Al verlo, la joven supo automáticamente que era el encargado de seguridad del que Antonio le había hablado a Cristian, Elías Jordán. Si no se encargaban de él, seguramente todo el plan quedaría estropeado.

– ¡Hazlo!

El hombre armado era muy alto, de piel blanca, cabello rubio cortado estilo militar y de cuerpo fuerte; miró en dirección al camión con sus ojos color piedra y levantó el arma sin esperar más, pero Aniara ya estaba lista y abrió la llave del contenedor mientras dirigía el chorro hacia el camión más cercano. Matilde presionó el acelerador un poco más, para permitir que el efecto del líquido cayera sobre la mayor cantidad de vehículos posible antes que tuvieran que escapar; uno de los conductores bajó atropelladamente de su cabina gritando hacia el hombre armado, quien por un momento dudó sobre qué hacer, lo que hizo que no disparara. Sin embargo la distancia que faltaba para que llegaran hasta él era muy escasa, y faltaban aún tres camiones más sin contar lo que pudiera estar dentro de la construcción. El hombre armado corrió hacia el camión levantando el arma, seguramente dispuesto a reventar los neumáticos; Matilde no podía ver a Aniara, pero sabía que en ese momento no estaba mirando realmente, que estar arrojando combustible sobre los camiones que llevaban en su interior parte de la clínica que había destruido su vida estaba siendo un trance del que no podía salir. Con mano firme tomó el arma y asomándola por la ventana, disparó hacia el hombre. Falló. Sin embargo él no pareció alterarse por el tiro que pasó a poca distancia, y continuó su carrera afinando la puntería; tanto él como Matilde dispararon, pero fue el tiro de ella el que dio en el blanco, haciendo que Jordán cayera pesadamente sobre un costado.

– ¡Date prisa!

El grito de la otra atronó por sobre el ruido del motor y los gritos de desconcierto que estaban inundando el lugar; seguramente ella había visto algo que las obligaba a irse lo más rápidamente posible. Matilde esquivó al caído Jordán sin preocuparse de si estaba vivo o no, y presionó el acelerador con más fuerza: alrededor la gente bajaba a toda prisa de los vehículos ante la alerta del que había bajado en primer lugar, y entre ellos, otros hombres vestido de manera similar al jefe de seguridad trataban de poner orden al caos formado. En unos pocos segundos llegaron hasta la construcción, donde Aniara cerró la llave, y arrojó una pequeña botella con una mecha prendida. Lo siguiente fue el infierno.



Capítulo 36: Dos responsables, una cara


Cuando Aniara arrojó la primera botella encendida, el fuego se esparció a toda velocidad por el suelo y corrió hacia los vehículos estacionados con la valiosa maquinaria; inmediatamente Matilde giró el camión en ciento ochenta grados, y comenzó el camino de regreso a la salida, entre carreras y gritos de todo tipo alrededor; por el rabillo del ojo vio como la otra mujer volvía a entrar en la cabina del camión y recuperaba el arma, dispuesta a volver a disparar a quien fuera que se interpusiera.

–Bien hecho.

Estaba sudada y respiraba agitadamente, a todas luces esforzándose al máximo por mantenerse en control a pesar de todo. Un instante después arrojó por la ventana el resto de las botellas con la mecha encendida, desatando más fuego alrededor; sin titubear apuntó al camión que estaba más cerca de la entrada y disparó al tanque de gasolina.

– ¡Rayos!

El camión en el que iban ambas se sacudió violentamente con la onda expansiva de la explosión: por el retrovisor Matilde pudo ver como ese vehículo se convertía en un muro de llamas ardientes, a la vez que el fuego comenzaba a expandirse a los otros motorizados  y sobre el pasto y la tierra impregnada de combustible. Miró sus manos en el volante y vio que temblaban por el miedo que toda esa situación le había provocado, pero fuera de la tensión lógica y el azote del corazón en su pecho, estaba bastante bien.

–Date prisa, tenemos que salir de aquí.
–Lo sé.
–Espera.

Matilde miró por el retrovisor al infierno que se estaba desatando en el lugar. Aniara la sujetó del brazo.

–Detente.
–Tenemos que irnos.
– ¡Ahora!

Matilde se detuvo bruscamente, con el corazón nuevamente agitado ¿Qué le pasaba? Habían hablado muchas veces de eso, de lo que pasaría ante cualquier eventualidad, incluso si una de las dos era herida, y ahora que estaban fuera, con esa parte del plan funcionando tal como lo habían pensado, quería detenerse. Iba a decir algo, cuando por el retrovisor divisó lo que probablemente estaba viendo con tanta atención su hermana: entre el fuego y los hombres que trataban de apagar los distintos focos de incendio por doquier, pudo ver a una mujer abofeteando a alguien, probablemente a uno de los del equipo de seguridad. Jordán no se veía por ninguna parte. Siempre había sido ella.
Marcó el número en el celular.

2


A pesar de lo que probablemente estarían pensando los encargados de la clínica después del espectacular ataque de Matilde, esa parte no era la más importante del plan. Antes que eso estaba deshacerse de Jordán, y averiguar algo que seguramente era lo más valioso de todo lo que habían hecho hasta entonces. En las noticias de medianoche los reporteros cubrían ampliamente el ataque calificado como terrorista y la acción de bomberos en la zona, pero nadie explicaba de qué se trataba el atentado, o quiénes eran los dueños del lugar o por qué motivo se mantenía tanto secreto. Nadie lo haría. Matilde estaba sentada ante el ordenador portátil en el departamento de Aniara, mientras la otra se daba una ducha que en el viaje de regreso se le había hecho sumamente necesaria.

– ¿Qué crees que significa? –dijo la otra regresando a la salita– estuviste muy callada de regreso, parece que estamos pensando lo mismo.
–No puede haber otra explicación –sentenció la joven mientras seguía buscando en la red– es ella, solo puede ser ella.
–Es natural que esté entre ellos supongo, pero eso no significa nada más.
–Dijiste que me detuviera cuando la viste.
–Lo sé, pero ahora no estoy muy segura.

Matilde había decidido no mencionar nada acerca del exaltado estado de ánimo de Aniara; de momento prefería mantenerse enfocada en la misión que tenía.

–Es ella ¿No te das cuenta? Los científicos siempre están en medio de su trabajo, no pueden dejar de atender los avances de sus proyectos, es una deformación profesional. Entonces tenía la forma de hacerlo, de estar siempre ahí, sin llamar la atención, sin que nadie la viera pero al mismo tiempo atenta a todo.

Aniara no dijo nada, probablemente ignorando también su estado de ánimo; estaba enojada consigo misma igual que al principio, pero por mucho que se supiera culpable de muchas de las cosas que habían pasado, nada de eso exculpaba a la clínica, ni a sus fundadores, mucho menos a los que participaban activamente de esos tratamientos. Y ahora, después de tanto tiempo, al fin tenía la oportunidad de personificar en alguien su enojo, en saber que alguien tenía la responsabilidad.

–Incluso si es ella, no veo cómo puedes encontrarla en internet, con saber solo su nombre no tienes nada.

Se equivocaba. Antes de saber a quién estaban buscando no había prácticamente posibilidad, pero ahora las cosas tenían mucho más sentido, ahora sabía lo que debía buscar. Se le ocurrió buscar imágenes y referencias de clínicas, congresos médicos y lo que fuera similar, pero no en el presente, porque en ese momento, al ver a esa mujer había entendido que todo eso, el origen de aquella clínica y quizás hasta del tratamiento, estaba en el pasado, en alguien que no había querido quedarse atrás.

Pasaron un par de horas de búsqueda, de revisar imagen tras imagen de congresos médicos, de seminarios, clases y cursos de universidad, entrar en los historiales de las universidades y los grandes centros médicos, hasta que la encontró. Veinticinco años atrás.

–La encontré.

Aniara se acercó a ella, y se quedó mirando la borrosa imagen digitalizada de un periódico antiguo. Era ella.

–Adriana –dijo Matilde– la recepcionista de Cuerpos imposibles, la mujer que nos recibió en un principio, está ahí. La doctora Samanta Vera jamás murió en el accidente que aparece en ese diario.

La mujer que se había identificado como Adriana en la clínica Cuerpos imposibles, era la misma que aparecía notificada como muerta en un accidente automovilístico un cuarto de siglo atrás. Cabello más oscuro, mucho más hermosa, pero la misma cara, los mismos rasgos, la misma mirada segura de suficiencia y seguridad. ¿Quién iba a sospechar de una simple intermediaria, de alguien que solo te daba los buenos días? Matilde sintió náuseas nuevamente al comprender que lo que finalmente se utilizaba como un tratamiento de belleza en los pacientes actuales, no era más que un inhumano método para alcanzar la eterna juventud, una fuente interminable de modificaciones y curas que desafiaban al tiempo ¿cuántos habrían muerto en los últimos veinticinco años?

–Samanta Vera –dijo Aniara con tono ausente– ahí dice que murió junto a su esposo, pero no hay fotos de él.

Matilde copió el nombre del esposo, indicado también como doctor, supuestamente muerto en el accidente; Rodolfo Scarnia era cirujano al igual que ella, y como tal había sido llorado por el cuerpo médico y todos sus colegas, o al menos eso decían los viejos encabezados de la prensa.

–No puede ser.

Aniara tuvo que ir a sentarse para contener en algo la sorpresa que le produjo ver la imagen en la pantalla del ordenador. Si para Matilde estaba siendo difícil, no se imaginaba lo que estaba siendo para su hermana, aún más sabiendo que probablemente todo fuera mucho peor de lo que se imaginaron en sus peores proyecciones.

–Es él...

Aniara estaba lívida, el color abandonando su rostro, las palabras esfumadas de sus labios. Matilde pestañeó repetidas veces, tratando de despertar del sueño. Lo había visto, frente a sus ojos, y jamás se le habría pasado por la mente; era tremendo, no, era monstruoso.
El doctor Rodolfo Scarnia era Vicente.


2


– ¡Cálmate por favor!
– ¡No quiero calmarme, quiero que escuches lo que digo!

El descubrimiento había provocado un caos en los planes de las hermanas; Aniara estaba asustada de lo que significaba haber estado tan peligrosamente cerca de Rodolfo Scarnia, pero más de las implicancias que eso tenía para su hermana. De ahí a la discusión no había pasado mucho.

–Tienes que calmarte, nos estamos retrasando.

Aniara le dedicó el mismo tipo de mirada fulminante que a un delincuente.

–Parece que no lo entiendes, pueden matarte.
–Siempre supimos que eso podía pasar, de hecho habría pasado antes si no fuera por una serie de circunstancias.
–No es lo mismo Matilde, esto es demencial, es mucho peor de lo que fuera que nos hubiéramos imaginado antes.

Matilde lo sabía. Después de todo lo que había investigado, de lo vivido y leído, resultaba difícil no armar un panorama cuando los puntos cardinales estaban tan claros: Cuerpos imposibles trataba heridas, y las hacía desaparecer, mientras que dos renombrados cirujanos estaban entre ellos, uno haciéndose pasar por paciente, la otra por recepcionista. No solo era una forma intrincada e inexplicable de proceder, también sugería una serie de posibilidades, cuál de ellas peor que la otra. ¿Por qué el ataque? ¿Por qué tanta cercanía con Patricia? ¿Qué habría sucedido el día de la cita fallida? A esas alturas las amenazas de muerte por parte de la clínica parecían un inocente juego junto al nuevo panorama.

–Está bien, te doy el punto, pero si no fuera por esto, jamás habríamos sabido quién estaba detrás de todo esto, seguro que son parte de la cabeza de Cuerpos imposibles, sino la cabeza misma.

Aniara estaba pensando a toda la velocidad que podía, de la cual experimentaba interrupciones desde que dejara de ser ella misma; suponía  que debía agradecer seguir viva.

– ¿No te das cuenta que esto no es casual? –gritó Aniara– hay algo diferente en mí, por eso es que las cosas sucedieron de esa manera, por eso la caja. Si ellos llevan todos estos años tras algo, no es la fórmula de curar heridas, ni siquiera de mantenerse jóvenes, y lo sabes tan bien como yo; hay algo más, un motivo mucho más poderoso ¿Qué crees que pasará si te encuentran?
–Cuando pusimos en marcha este plan –replicó Matilde con fuerza– sabíamos que había mucho en riesgo, que íbamos a hacer sacrificios y que podíamos salir mal paradas, por eso es que hemos hecho todo hasta ahora, por eso las mentiras, no trates de hacerme sentir que sobro en esto.
– ¡Podrían hacerte cosas peores que la muerte, dime cómo quieres que me ponga!

Matilde la fulminó con la mirada.

–Quiero que demuestres que tienes madera para enfrentar lo que está pasando. No eres la única que está sufriendo aquí.

Se miraron largamente, sin hablar;  en ese momento la joven recordó aquel maldito día, cuando la vida de su hermana se escurría entre sus manos, y como en ese momento empezó a trazarse el plan que con tanta meticulosidad habían desarrollado. Su insistencia en acompañar al equipo forense obedecía únicamente al hecho de no querer separarse de ella, por lo que lo demás fue simplemente una consecuencia de eso: Alonso Cárdenas era el encargado del equipo forense que se llevó el cuerpo y a ella al laboratorio, pero también era conocido de Patricia, por lo que se produjo un serio conflicto con respecto a su identidad, el que omitió deliberadamente a la espera de mayor privacidad; cuando estuvieron a solas le pidió explicaciones a Matilde, pero si no creyó que Patricia y esa mujer fueran la misma persona, mucho menos pudo creer verla incorporarse, viva otra vez. Dentro del impacto que puede producir en una persona un hecho de semejante magnitud, Alonso se lo tomó bastante bien, después de unos minutos. Entonces demostró que realmente estaba hecho de acero, y le exigió que le dijera lo que estaba pasando; Patricia estaba sorprendentemente bien después de lo sucedido, por lo tanto entre ambas le explicaron que la habían tratado de asesinar para esconder el secreto del tratamiento ilegal que realizaba la clínica, mientras que la propia Patricia explicó que no era la primera herida mortal que recibía, motivo por el cual había decidido sacarse a sí misma del camino para proteger a su hermana y tener una forma de luchar contra la gente causante de todo aquello.
Alonso reaccionó con frialdad al respecto, y yendo directamente a un aspecto práctico, les dijo que en ese momento Patricia sí estaba muerta, porque se había comprobado que su corazón no latía, y mediante un certificado de defunción se había sellado su destino, por lo que en ese momento la mujer de una apariencia diferente a la que él conocía, no era nadie.
A partir de ahí consiguieron la ayuda de él para desarrollar un plan con el que pudieran descubrir la verdad tras el tratamiento y enfrentarse a los responsables.
 
–Jamás podremos escapar de todo esto. A veces me pregunto si tiene sentido luchar contra ellos.
–Entiendo que estés confundida –dijo Matilde lentamente– pero eso no nos ayuda ahora. Cuando volviste, dijiste que no ibas a parar hasta que alguien pagara por lo que habías hecho. Yo también hice la misma promesa, y ahora no podemos abandonar, no cuando estamos tan cerca de conseguirlo. Tenemos dos nombres, solo hay que seguir.

Aniara había nacido en reemplazo de Patricia. Ninguna de las dos había mencionado nuevamente el otro nombre.

–Tienes razón.





Próximo capítulo: Oficina sin espejos


No vayas a casa



Vicente Sarmiento es un hombre exitoso; está casado con Iris, la mujer de sus sueños, y juntos tienen al pequeño Benjamín, que completa un núcleo familiar fuerte y unido. Es un hombre exitoso porque tiene a su lado personas que lo aman, un trabajo estable y donde es valorado, y amigos con los que sabe que puede contar.
Sin embargo, algo está pasando alrededor de este hombre. Una fuerza misteriosa, que él aun no ha sabido identificar, está rondando en su vida, como unos ojos omnipresentes que lo siguen donde vaya, haga lo que haga. 
Pero esta fuerza no ha venido a él sólo para observar ¿Qué es lo que espera entonces? ¿Cuánto de lo que ha visto de él, es lo que el propio Vicente conoce de sí mismo?

Comienza el camino por descubrir esta verdad, oculta a plena vista, presente en el diario vivir, de la misma manera que los sueños y las fantasías.

No vayas a casa.








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